Su piel se deslizó sobre la mía hasta
que el peso de su cuerpo me aprisionó contra el colchón.
Separé los muslos y gemí de placer cuando él se hundió en mi interior,
llenándome por completo. Le había esperado tanto tiempo…
Le había esperado desde siempre. Y ahora sería mío por toda la eternidad.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
Logan llegó a su mansión en Berkeley Square poco después del amanecer. No había tenido más remedio que dejar su puesto de vigilancia ante la casa de Emily, si bien confiaba en que el corpulento Simón Atwater, que había regresado a relevarle, fuera capaz de manejar las dificultades que pudieran surgir.
Acababa de entrar en el vestíbulo y de cerrar la puerta cuando Eversham apareció a su lado, sobresaltándole y robándole varios años de vida. Maldición, ese hombre se movía como un fantasma.
– Buenos días, señor.
– Buenos días -respondió Logan. Se quitó el chamuscado y maloliente abrigo, que había tenido que volver a ponerse por culpa del frío, y le tendió la destrozada prenda al mayordomo. -Creo que lo único que se puede hacer con él es quemarlo.
Eversham frunció su larga nariz ante el olor a quemado y sostuvo la prenda ennegrecida de lana azul marino con la punta de los dedos.
– Parece que eso ya ha ocurrido, señor.
– Sí. Hubo un pequeño incendio.
– Que parece haber sofocado con su abrigo.
– Pues precisamente eso fue lo que ocurrió. Eversham, es casi como si hubieras estado allí.
Algo brilló en los ojos del mayordomo, pero desapareció con tal rapidez que Logan se preguntó si lo habría imaginado.
– Éste es el segundo abrigo que estropea en dos días. Parece tener un talento especial para ello.
Logan se encogió de hombros.
– Más bien es un don.
La mirada impasible de Eversham se deslizó por la manga agujereada y manchada de sangre de la chaqueta de Logan.
– ¿Es eso sangre?
– Sí. Me han disparado.
Eversham ni siquiera parpadeó. Santo Dios, ¿acaso había algo que pudiera provocar una reacción en ese hombre? Estaba claro que no iba a satisfacer sus ganas de herir las susceptibilidades de su mayordomo esta mañana.
– Ya veo. Ha debido de ser una fiesta por todo lo alto. ¿Será necesario amputar?
Logan contuvo una risa ahogada ante el tono casi esperanzado de su mayordomo.
– Esta vez no. Pero intentaré satisfacer tus expectativas la próxima vez.
– Como usted desee, señor. ¿Quiere que avise al médico?
– No. Es sólo una herida superficial. El estoico mayordomo alzó la nariz con desdén.
– Es evidente que su chaqueta y su camisa también están destrozadas.
– Me temo que sí.
– Harrison se sentirá afligido -dijo, refiriéndose al ayuda de cámara de Logan. -No está acostumbrado a que sus caballeros regresen a casa con la ropa manchada de sangre.
– Sí, pero me temo que no pude evitarlo. Necesitaré que lleven vendajes y agua caliente a mi dormitorio.
– Sí, señor.
– Y un baño.
Eversham arrugó la nariz de nuevo.
– Algo que todos agradeceremos profundamente.
Logan arqueó una ceja.
– ¿Por qué, Eversham? ¿Estás insinuando que huelo mal?
– Mal es una descripción muy optimista, señor.
– ¿Oh? ¿Y cómo lo describirías tú?
– Asqueroso es la palabra que me viene a la mente. Y también repulsivo y repugnante. Ciertamente huele de una manera bastante desagradable y que no desearía a nadie.
– Sí, bueno, eso es lo que el fuego y la sangre le hacen a un hombre -dijo Logan con ligereza, dirigiéndose hacia la escalera.
Una hora más tarde, recién bañado y vestido, con la herida limpia y vendada, Logan entró en el comedor y se dirigió al aparador. Se había comido medio plato de huevos y lonchas de jamón y un lacayo le había servido una segunda taza de café cuando Eversham apareció en el umbral con un ejemplar del Times perfectamente doblado en una bandeja de plata.
– Ha llegado el señor Seaton, señor -dijo, tendiéndole el periódico a Logan. -Lo he conducido al estudio.
Logan miró el reloj de la repisa de la chimenea y reparó en que Adam llegaba un cuarto de hora tarde, algo muy inusual en su puntual y eficiente hombre de confianza. Incluso más inusual si cabe, teniendo en cuenta que también se había retrasado el día anterior por la tarde, aunque según le había explicado luego, había sido por una reunión con Lloyd's de Londres, con respecto a la demanda del seguro del barco incendiado.
– Gracias, Eversham. Me reuniré con él dentro de un momento.
Eversham se retiró, y Logan desdobló el periódico. El titular de la primera página atrajo su atención de inmediato. «¿Hay vampiros sueltos en Mayfair?» Tras tomar otro bocado de huevo, comenzó a leer el artículo:
Más de una docena de testigos afirman haber visto a una criatura de largos colmillos y pelo rubio acechando en una terraza durante la velada anual de lord y lady Teller. Cuando la criatura se dio cuenta de que la habían descubierto, escapó y se perdió en la noche dejando tras de sí una capa con capucha con un frasquito lleno de sangre en el bolsillo. ¿Quizá de su última víctima? Esa misma noche, un joven identificado como Harry Snow fue encontrado muerto en un callejón de St. Giles, cerca de la taberna donde trabajaba. El magistrado informó de que Snow había luchado contra su asaltante y que, entre otras heridas, tenía dos marcas de pinchazos en el cuello. ¿Coincidencia? ¿Tal vez provocadas por un vampiro? Ahora todo Londres se pregunta si la criatura era realmente una mujer vampiro como aseguran los testigos que la vieron. Sin duda, tantos miembros de la aristocracia no pueden estar equivocados sobre lo que vieron. Y suponiendo que sea así, ¿cómo podrá librarse Londres de la presencia de una chupasangre?
Logan releyó el escueto artículo, prestando especial atención a las palabras «capa con capucha». El pirómano de la noche anterior había utilizado justo ese tipo de prenda, y también el conductor del carruaje que casi había atropellado a Emily. Dudaba mucho de que fuera una coincidencia. El hecho de que un extraño encapuchado hubiera estado acechando fuera de la fiesta a la que habían asistido Emily y él le provocó un escalofrío en la espalda. ¿Una mujer vampiro? Soltó una risita carente de humor. No se lo creía ni por asomo. Ni que alguno de esos extraños sucesos estuvieran provocados por una mujer. Desde luego, la persona que él había perseguido la noche anterior era un hombre. De hecho, sospechaba que esa supuesta criatura de colmillos largos era el pirómano asesino que él buscaba. Y con respecto al pelo rubio… podía ser una peluca.
¿Se dejaría ver el bastardo en la fiesta de los Farmington esa noche?
– Sin duda, eso espero -masculló Logan. -Porque créeme, te estaré esperando.
Después de terminar de desayunar, se dirigió a su estudio donde le esperaba Adam. Tenían mucho trabajo que hacer, gran parte del cual su secretario tendría que acabar sin él ya que esa mañana Logan tenía que ir a ver a Gideon a su despacho de Bow Street para ponerle al corriente del incendio de la noche anterior en el jardín de la casa de Emily.
Logan giró el pomo de latón de la puerta del estudio y el panel de roble se abrió en silencio. Adam estaba inclinado sobre el escritorio de Logan, rebuscando en el contenido del cajón superior.
– ¿Buscas algo? -preguntó Logan, entrando en el estudio.
Adam se enderezó. Logan pensó que el joven parecía ruborizado. Esperaba que no fuera porque tuviera fiebre.
– Una plumilla -dijo Adam, sosteniendo una en alto. -La mía se ha roto.
Logan miró la plumilla de plata y luego frunció el ceño ante el vendaje que le cubría la mano.
– ¿Qué te ha sucedido en la mano?
Adam bajó el brazo y se encogió de hombros.
– Nada grave. Es sólo una quemadura sin importancia. -Sonrió. -Maldita tetera. -Cerró el cajón de Logan y se encaminó con rapidez a su escritorio, que estaba situado perpendicular al de Logan. Cogió una gruesa carpeta y dijo: -Tengo las facturas para el proyecto del hospital. Tenemos que…
– Hoy has vuelto a llegar tarde.
Un profundo rubor inundó el rostro del joven.
– Sí, señor. Lo siento. Me quedaré hasta la noche para recuperar el tiempo perdido.
– No es necesario. Ni siquiera sé por qué lo he mencionado. Pero ayer también te retrasaste por la tarde…
– Me disculpo de nuevo. Como le expliqué, me retuvieron mucho tiempo en Lloyd's.
Logan asintió con la cabeza, aunque se preguntó si algo que no tuviera que ver con el trabajo estaría perturbando a Adam. Parecía preocupado. Por supuesto, su secretario podía pensar lo mismo de Logan, y no se equivocaría. Quizás Adam estuviera volviéndose tan loco por una mujer como lo estaba Logan. En ese caso, no podía menos que compadecer al joven.
Se sentaron a trabajar y, durante una hora, Logan logró mantener a Emily fuera de sus pensamientos. O casi. Habían revisado sólo la mitad de las facturas cuando Eversham entró en el estudio llevando una bandeja con el habitual tentempié de media mañana: café para Logan, té para Adam y un plato de galletas. Después de tomarse media taza, Logan consultó su reloj y se puso en pie.
– Tengo una cita -dijo tomando un último sorbo de café -.Iré directamente al almacén desde allí, luego me encargaré del resto de los compromisos del día.
Adam frunció el ceño y consultó su agenda.
– No tengo nada apuntado para esta mañana.
– Es un asunto personal. Te veré a las once en el almacén.
– Sí, señor.
Logan se dirigió al vestíbulo donde Eversham le entregó otro abrigo.
– No sabía que tenía tantos -masculló haciendo una mueca ante el tirón que sintió en el brazo vendado.
– Este es el último -respondió Eversham. -Sin embargo, Harrison ha encargado media docena más a Schweizer y Davidson.
– Excelente. Con eso estaré servido hasta final de mes. Se subió al carruaje.
– Al número cuatro de Bow Street -le indicó a Paul.
Mientras el vehículo avanzaba hacia Covent Garden, Logan observó que el cielo estaba gris. Las nubes plomizas colgaban bajas en el aire frío, todo un contraste con respecto al día luminoso y soleado que había hecho el día anterior, cuando había paseado por el parque con Emily.
«Emily…» Su nombre resonó en su mente, donde apareció una impactante imagen de ella cuando alcanzó el clímax entre sus brazos. El recuerdo de los labios de la joven hinchados y húmedos por sus besos, de su piel de porcelana, de los pezones erguidos y mojados por su boca, de sus jadeos de placer y sus largos gemidos, del sabor de ella en sus labios… Todo eso volvió a excitarlo y se removió incómodo en el asiento. Ella había estado tan hermosa y deseable…
Y había rechazado su propuesta de matrimonio.
Negó con la cabeza, desconcertado y confuso a pesar de estar -por supuesto -encantado de que ella le hubiera rechazado. De hecho, estaba encantadísimo. Y aliviado. Desde el momento en que había comenzado a relacionarse con la aristocracia británica, había dejado muy claro que lo último que quería era una flor de invernadero por esposa. A diferencia de la mayoría de los hombres, él no albergaba ninguna aversión por el matrimonio, pero sí por casarse con una arrogante y altiva jovencita a la que sólo le importaban las joyas y las fiestas, como a muchas jóvenes que había conocido. Ya había perdido la cuenta de las veces que había dicho que prefería casarse con una moza de taberna que estar atado de por vida a una arrogante aristócrata.
Aun así, se había visto obligado por su honor y por su propio código moral a proponerle matrimonio a una mujer del tipo que había jurado que no quería.
Salvo que… ya no podía describir a Emily en términos tan pocos halagadores. Oh, estaba seguro de que seguía siendo una altiva flor de invernadero, y no tenía ninguna duda de que ella era un problema pero, como tan inesperadamente había descubierto, la joven poseía otras facetas. Facetas sorprendentes, agradables y admirables.
Y había rechazado rotundamente su propuesta.
Una propuesta mal ejecutada y muy poco romántica.
Soltó una risita cuando tomó conciencia de su propio engreimiento. Dada la vasta riqueza que poseía, había supuesto que cuando por fin eligiera a una mujer para casarse, ésta aceptaría sin pensárselo dos veces. Puede que no poseyera un antiquísimo título de nobleza, pero no había duque, conde o lord en aquel maldito país al que no pudiera comprar con su dinero. La suya era la clase de riqueza que podría tentar incluso a la mujer más renuente.
Salvo, al parecer, a Emily.
Una mujer cuya familia estaba al borde de la ruina financiera, de esas que sólo se salvan con una enorme herencia -que no era el caso -o con el matrimonio concertado de uno de los vástagos de los Stapleford. Como Emily era la única en edad casadera, la responsabilidad recaía sobre ella. Y aunque evidentemente adoraba a su familia, había dejado escapar la oportunidad de casarse con un hombre que podía saldar todas sus deudas y asegurar su futuro financiero.
Porque quería casarse por amor.
¿O sería porque no podía soportar la idea de casarse con él? Maldición, qué molestia, en particular porque pensaba que había llegado a gustarle. Por lo menos un poco. Como ella había llegado a gustarle a él, al menos un poco. Estaba seguro de que el amor por su familia tendría prioridad sobre cualquier aversión que sintiera por él. Y ahora que pensaba en eso, la joven no había mostrado ni una pizca de aversión hacia él la noche anterior.
Lo que sólo conducía a una conclusión: Emily se traía algo entre manos. Pero ¿qué? Algo que le llevaba de nuevo a la pregunta que se hacía desde hacía tiempo y cuya respuesta estaba más resuelto que nunca a saber.
El carruaje se detuvo y Paul golpeó dos veces el panel de madera, indicándole que habían llegado a Bow Street. Minutos después tomaba asiento frente a Gideon en el despacho del detective. Sin dilación le relató los acontecimientos de la noche anterior, salvo los que implicaban su encuentro con Emily.
– Las cosas se están descontrolando, Gideon -concluyó. -Para garantizar la seguridad de Emily tiene que haber alguien que la proteja en todo momento, alguien en quien confíe por completo. Quiero contratarte a ti.
Gideon le observó con una mirada insondable.
– Hará falta más de un hombre para protegerla durante las veinticuatro horas del día.
– Entonces contrataré a todos los hombres que consideres necesarios para hacer el trabajo. El dinero no importa. -Dijo una cantidad equivalente al sueldo semestral de un detective. Cuando Gideon siguió en silencio, Logan duplicó la oferta con impaciencia.
Entonces Gideon reaccionó, pero no de la manera que Logan había esperado. En lugar de apresurarse a aceptar la oferta, una innegable rabia brilló en los ojos del hombre.
– Ni quiero ni necesito tu caridad, Logan.
Logan también reaccionó con rabia.
– No te estoy ofreciendo caridad, maldita sea. Es un trabajo.
– Por una gran cantidad de dinero.
– Es mi dinero, y lo gasto como me place. Y creo que vales esa cantidad. ¿Por qué tú no? Gideon frunció el ceño.
– No es eso…
Logan se inclinó hacia delante.
– Entonces, ¿qué es? Ahora estás casado. Pronto serás padre. Has de considerar otras cosas aparte de ti. Créeme, exigiré resultados. Y si no los obtienes, responderás ante mí.
Gideon lo consideró durante un momento y Logan lo maldijo para sus adentros por ser un hombre tan ilegible.
– Aceptaré el trabajo, pero antes quiero que me respondas a dos preguntas -dijo finalmente.
– Por supuesto. ¿Cuáles son?
– Has salvado a Emily de morir atropellada por un carruaje, has pasado la noche bajo su ventana con un frío de mil demonios y te han disparado, y ahora estás dispuesto a gastarte una fortuna por garantizar su seguridad. ¿Tienes alguna idea de por qué estás tan dispuesto a llegar a tales extremos por proteger a esa mujer?
Una incómoda sensación embargó a Logan, encogiéndole las entrañas. Lo cierto era que no se había parado a pensarlo… a propósito. Al menos no en profundidad, pues era una pregunta sobre la que no quería indagar demasiado por miedo a conocer la respuesta.
– Creo que es culpa mía que esté en peligro -dijo quedamente. -Por eso es responsabilidad mía asegurarme de que no resulte herida. O algo peor.
– ¿Eso es todo?
«Sí. No. Maldita sea, no lo sé. Espero que sí, pero tampoco quiero saberlo.»
– Sí.
Gideon asintió lentamente.
– Incluso aunque el pirómano actuara con gran rapidez, el jardín de la casa de Emily es muy pequeño -dijo. -¿Por qué tardaste tanto en verlo bajo la ventana de Emily?
Logan mantuvo la expresión impasible, un contraste con el apretado nudo que le retorcía las entrañas.
– Has dicho que me harías dos preguntas y ya van tres.
– Respóndeme de todas maneras.
Consideró no responder, pero imaginó que eso sólo daría lugar a más especulaciones. Pero que lo condenaran si le contaba a Gideon o a cualquier otro lo que había ocurrido entre Emily y él.
– Me distraje -dijo sencillamente.
Gideon le taladró con la mirada durante lo que pareció una eternidad, aunque seguramente no fueron más de veinte segundos.
– Entiendo -dijo al fin.
Logan frunció el ceño.
– ¿Qué es lo que entiendes?
– Lo que te está pasando.
– ¿Ah, sí? ¿Tú también has sufrido las acciones de un pirómano que, por razones que no puedes comprender, quema tu barco, mata e hiere a tus empleados y trata de hacer daño a tus amigos?
– No. Quería decir que entiendo lo que te está ocurriendo con Emily. Por qué estabas distraído mientras la protegías, ya que yo también sufrí exactamente lo mismo con Julianne. Créeme, sé cómo puede distraerte una mujer hermosa. Y cómo puede atraparte. -Gideon entrecerró los ojos. -Ya sabes lo que quiero decir.
Sí, maldita sea, lo sabía. Pero eso no quería decir que tuviera que admitirlo.
– ¿Y qué hiciste al respecto? -se encontró preguntando sin querer.
– ¿Estás seguro de que quieres saberlo? El instinto le decía a Logan que dijera que no y que cambiara de tema.
– Sí-dijo sin embargo.
– Luché contra mis sentimientos por ella hasta que ya no pude negarlos más. Después hicimos el amor. Y luego me casé. Y desde entonces he sido el hombre más feliz del mundo.
Bien, él casi había hecho el amor con Emily, le había pedido que se casara con él y ella lo había rechazado. Y desde entonces se sentía bastante miserable. No era precisamente el mismo panorama alentador que le había tocado en suerte a Gideon.
Su amigo se inclinó hacia delante.
– Luchas una batalla perdida, Logan. Es evidente lo mucho que te importa Emily. Más de lo que crees. Puede que no quieras que te importe y que no estés preparado para admitirlo, pero sabes que es así. Lo llevas escrito en la cara. Confía en mí; reconozco las señales. Te miro y me veo a mí mismo hace tres meses. Bien sabe Dios que no quería enamorarme de Julianne. Luché contra ello en todo momento, pero al final tuve que rendirme. Quedas advertido: no importa lo mucho que intentes huir de esos sentimientos, porque al final te atraparán. Igual que me atraparon a mí. Y te morderán el culo.
– Qué descripción tan gráfica -dijo Logan con sequedad. -Pero te aseguro que nada me ha mordido en el culo ni en ningún otro sitio. -Santo Dios, apenas si estaba seguro de gustarle a esa mujer, ni siquiera un poquito. Sólo porque hubiera perdido la cabeza por ella una vez no quería decir que volviera a hacerlo otra vez. Su situación con Emily no tenía nada que ver con la de Gideon y Julianne. Gideon no tenía ni idea de qué diablos hablaba.
Gideon se encogió de hombros.
– No digas que no te lo advertí. Cuando menos te lo esperes, la verdad te golpeará como un ladrillo en la cabeza.
– Bueno, es preferible eso a que me muerdan en el culo.
– Quizá, pero creo que en realidad depende de quién te muerda. -Gideon se puso en pie y Logan también. -Contrataré a los hombres para que la vigilen -dijo el detective. -Atwater estará de guardia durante el resto del día. Le relevaré personalmente. ¿Sabes qué planes tiene para esta noche?
– Creo que asistirá a la velada de lord Farmington. Yo también estaré allí. Me pondré en contacto con Farmington y me encargaré de que te entreguen una invitación. -Logan consideró la cuestión durante varios segundos antes de añadir: -Matthew no asistirá ya que Sarah podría dar a luz en cualquier momento, pero sin duda Daniel y Carolyn estarán invitados. Si asisten a la fiesta, confiaré la situación a Daniel. Nos vendrá bien tener otro par de ojos pendiente de Emily.
– Bueno. Pero no te preocupes si al final no asiste a la fiesta. Nosotros dos nos bastamos y nos sobramos para mantenerla a salvo.
Después de estrecharse la mano, Logan se marchó. Mientras se subía al carruaje, las palabras de Gideon resonaron en su mente: «Nosotros dos nos bastamos y nos sobramos para mantenerla a salvo.» Logan tenía intención de cumplir esas palabras.