Lo deseé desde el momento en que lo vi.
El olor de su piel, de su sangre, era un delicioso y
potente afrodisíaco que me provocaba un intenso frenesí de necesidad.
Me tentaba de una forma inexplicable, y no podía resistirme.
No podía esperar a hundir mis colmillos en su garganta.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
– ¿Ves a alguien sospechoso?
Logan Jennsen se detuvo debajo de uno de los altos olmos que bordeaban el camino de grava de Hyde Park y sacó el reloj del bolsillo del chaleco; un gesto despreocupado que contrastaba con la tensión que rezumaba su voz.
– ¿Sospechoso de qué? -preguntó en voz baja Gideon Mayne, el detective de Bow Street.
Logan fingió consultar la hora.
– Nadie parece prestarme la más mínima atención, pero tengo la fuerte sensación de que alguien me vigila.
Notó cómo Gideon escudriñaba la zona con una mirada penetrante mientras fingía, igual que él, consultar la hora en su propio reloj. Gracias a la soleada tarde tras más de una semana del clima deprimente y gris de enero, el parque estaba abarrotado de paseantes, jinetes y carruajes elegantes.
– Por tu tono deduzco que ésta no es la primera vez que te ocurre -dijo Gideon, volviendo a guardar el reloj en el bolsillo del chaleco antes de arrodillarse para limpiar la puntera de su bota negra, aunque Logan sabía que el detective sólo prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor.
– No. Es la tercera vez en tres días. Por eso te pedí que te reunieras conmigo aquí. Esperaba que pudieras percibir cualquier cosa extraña.
– No observo nada fuera de lo normal -dijo Gideon levantándose. -De todas maneras, será mejor que sigamos caminando.
Esa era una de las cosas que a Logan le gustaba de Gideon y la razón por la cual le había pedido al detective que le acompañara; no perdía el tiempo con preguntas innecesarias tales como «¿Estás seguro?», ni hacía sugerencias como «Puede que lo hayas imaginado». En los últimos meses, Logan había contratado a Gideon para que realizara un trabajo de investigación relacionado con sus empresas y había quedado muy impresionado con los resultados. Hasta tal punto que estaba considerando contratarle a tiempo completo y pensando en cómo tentar a Gideon para que abandonara Bow Street. Logan confiaba en conseguirlo. Como bien sabía, todos los hombres tenían un precio. Y él tenía dinero para pagarlo.
Pero todavía había más. Logan había llegado a apreciar y a respetar a Gideon no sólo por lo bueno que era en su trabajo sino porque, al igual que Logan, Gideon había salido de la nada y se había abierto camino en la vida. Por desgracia para Gideon, las recompensas económicas de su profesión no eran muy lucrativas, y Logan quería echarle una mano a ese hombre que había llegado a considerar su amigo. Como sabía que Gideon rechazaría cualquier oferta que creyera fruto de la caridad, Logan necesitaba jugar muy bien sus cartas.
Regresaron al camino y continuaron paseando.
– ¿Te ha ocurrido algo más fuera de lo normal? -preguntó Gideon en el mismo tono neutro que si hablaran del clima.
Logan consideró la pregunta durante unos segundos.
– Hace un par de noches, alguien intentó abordar uno de mis barcos. Uno de los guardias le persiguió, pero el individuo escapó.
– ¿Te dio alguna descripción del intruso?
– Sólo que corría como el viento y que estaba claro que sabía moverse muy bien por la zona. De todas maneras estaba demasiado oscuro.
– ¿Te has enemistado con alguien últimamente?
Logan soltó una risita irónica. Basándose en el trabajo que Gideon había realizado para él durante los últimos meses, el detective sabía de sobra que junto con la riqueza de Logan había aparecido un buen puñado de personas que no le deseaban precisamente lo mejor.
– No en los últimos días… que yo sepa. O eso pensaba hasta que mi instinto comenzó a gritarme que alguien me estaba observando.
– Jamás ignores a tu instinto -dijo Gideon con voz queda.
Buen consejo, aunque Logan no lo necesitaba. Escuchando a su instinto y actuando en consecuencia era cómo había conseguido escapar de la pobreza en la que había nacido. Lo que le había mantenido con vida a pesar de sufrir unas terribles experiencias que siempre trataba de olvidar. Y tenía intención de escucharlo ahora, incluso aunque Gideon no lograra confirmar sus sospechas.
– Un hombre en tu posición… es el objetivo de un montón de gente -dijo Gideon.
– En efecto -repuso Logan con sequedad. Se había acostumbrado con rapidez a ser el centro de atención de todo el mundo después de que se hubiera establecido en Londres, hacía ya casi un año. -Los miembros de la sociedad me miran como si fuera algo exótico, un pájaro depredador que hubiera aterrizado sin ser invitado en un nidito acogedor. El hecho de ser americano sólo contribuye a que me miren con más rencor y desconfianza. Soy muy consciente de que mi riqueza es la única razón por la que la sociedad tolera mi presencia en sus nobles filas.
– ¿Te molesta? -preguntó Gideon.
– En algunas ocasiones sí, pero la mayor parte de las veces me divierte. Tanto como ver cómo los estimados pares, esos que quieren mandarme a freír espárragos y meterme en el primer barco de regreso a América, buscan ansiosos mi consejo en asuntos financieros y de inversión. -Curvó los labios en una sonrisa sombría. -Dado que hay muchas oportunidades de inversión en mis negocios, muestran por mí un involuntario interés… lo que ha resultado ser muy beneficioso para ambas partes.
»Pero esta extraña sensación que siento últimamente… es diferente -continuó, frunciendo el ceño. -Me siento amenazado. -De hecho, no podía evitar que se le erizara el pelo de la nuca y que un extraño escalofrío de temor le bajara por la espalda incluso en ese cálido y radiante día.
Gideon se giró hacia él.
– ¿Alguna vez te has sentido amenazado en el pasado?
Demasiadas veces.
– Sí, pero hace ya mucho tiempo.
– ¿Sabes qué o quién te amenazó?
Logan apretó los dientes. Jamás lo olvidaría.
– Sí.
– Quizás esté relacionado. Negó con la cabeza.
– Es imposible. Gideon entrecerró los ojos.
– Sólo sería imposible si quien te amenazara estuviera… muerto.
Logan sostuvo la mirada del detective.
– Como he dicho… es imposible.
Gideon le estudió durante varios segundos con una expresión inescrutable, luego asintió con rapidez y volvió a prestar atención a lo que sucedía a su alrededor. Logan agradeció mentalmente que Gideon aceptara su palabra y no le presionara para que le diera más detalles. Sobre todo porque eso lo había salvado de tener que mentir. Aunque sabía que las mismas mentiras que había contado infinidad veces saldrían de sus labios sin un titubeo, no podía negar que le aliviaba no tener que recurrir a ellas de nuevo, y menos ante ese hombre al que respetaba y que había llegado a considerar un amigo. Sabía muy bien que las mentiras acababan por destrozar una buena amistad. En consecuencia, había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido un amigo.
El camino se dividía en dos unos metros más adelante.
– ¿Tienes algún destino particular en mente o sólo estamos dando un paseo por el parque? -le preguntó Gideon, cuando Logan enfiló hacia la derecha sin titubear.
– Voy a Park Lañe -dijo Logan. -Tengo una cita. Con William Stapleford, el conde de Fenstraw.
Sintió el peso de la mirada de Gideon.
– No parece que te haga mucha gracia.
Maldita sea. ¿Tan obvia era su incomodidad que cualquiera podía notarla? ¿O quizá Gideon era un hombre demasiado perceptivo? Esperaba que fuera eso último.
– Así es -admitió. -Pero debo reunirme con el conde por un asunto de negocios y sospecho que no será nada agradable.
En realidad sabía que esa condenada reunión con el conde sería de lo más desagradable. Aun así, le intranquilizaba tanto, si no más, la posibilidad de ver a la hija de Fenstraw, lady Emily.
Logan tensó la mandíbula. ¿Sería posible que su desasosiego estuviera relacionado de alguna manera con su inminente visita a la casa del conde, ya fuera por encontrarse con el propio conde o con su hija? No había visto a lady Emily durante los últimos tres meses, pues la familia Stapleford se había retirado a su hacienda. Pero habían regresado a Londres el día anterior, y Logan sabía que sólo era cuestión de tiempo que lady Emily y él se encontraran en un lugar u otro.
Una imagen de la mujer con la que había intentado relacionarse durante meses sin éxito alguno pasó como un relámpago por su mente y contuvo un gruñido de disgusto. Maldita sea, ¿por qué no podía olvidarse de ella? Era guapa, cierto, pero la belleza no solía llamar su atención más que por un fugaz momento. Logan siempre había preferido lo inusual antes que una absoluta perfección. Y el hermoso rostro de lady Emily y su cuerpo eran, sin lugar a dudas, de una absoluta perfección.
La joven poseía una brillante mata de pelo oscuro con unos profundos reflejos rojizos que captaban y reflejaban toda la luz de la estancia en la que se encontrara. Destacaba entre las jóvenes rubias que tantos caballeros de la sociedad preferían como una lustrosa piedra de ébano en una playa de arenas blancas.
Y sus ojos tenían un inusual matiz verdoso. Como si uno observara una esmeralda a través de un cristal de color verde mar. Cada vez que la miraba directamente a los ojos, sentía como si estuviera mirando un océano insondable cuyo fondo fuera un césped frondoso. Le recordaba a un cuadro que había visto en una ocasión de una ninfa emergiendo del mar. Había observado cómo esos ojos claros y vivaces brillaban con calidez y chispeante travesura cuando estaba en compañía de sus amigas, pero se volvían gélidos cada vez que su mirada se cruzaba con la de ella.
Desde la primera vez que se vieron, poco tiempo después de su llegada a Londres, ella lo había mirado con desdén por encima del hombro, y él la había considerado otro consentido, prepotente y arrogante diamante de la sociedad. El tipo de mujer que no le gustaba. En absoluto. Prefería a una moza de taberna divertida y juguetona antes que a cualquier jovencita de sangre azul que con sus elegantes vestidos de noche, sus brillantes joyas y su aire altivo se creía claramente superior a los meros mortales.
Aun así, como Logan había entablado amistad con los amigos de lady Emily, siempre que la veía se encontraba atraído contra su voluntad por ese pícaro brillo de sus ojos mientras se preguntaba qué tipo de travesura habría ideado en esa ocasión la correcta hija del conde.
Y lo había descubierto.
Hacía tres meses. El día de la boda de Gideon con lady Julianne Bradley, un acontecimiento que había estado en boca de toda la sociedad. Entonces había tenido lugar -por sugerencia de lady Emily -un breve encuentro privado entre Logan y ella. Un encuentro que había desembocado, por iniciativa de ella, en un beso inesperado.
Aquel maldito beso le había estremecido hasta los huesos, dejándole totalmente conmocionado hasta que ella se había apartado de él y le había mirado como si fuera un bicho asqueroso pegado a la suela de su delicado escarpín de raso. Al instante -o más bien cuando Logan había conseguido recuperar el sentido común que ella le había arrebatado tan eficazmente -se mostró desconfiado ante los motivos que ella pudiera haber tenido. Ni por un momento se creyó la afirmación de Emily de que sólo había querido satisfacer su curiosidad. ¿Cómo iba a creer tal cosa cuando hasta ese momento ella había hecho todo lo posible para evitarle, hasta el punto de que él no estaba seguro de si aquellos considerables esfuerzos por eludirlo le divertían o le irritaban?
No, parecía mucho más probable que ella hubiera descubierto que su padre le debía una fortuna y decidiera jugar con él, procurando persuadirlo con sus encantos para que le perdonara la deuda. Como si un simple beso -o cualquier otra cosa que ella pudiera ofrecerle -fuera a lograr ese objetivo. Logan jamás había dejado que el placer o los sentimientos personales interfirieran en sus negocios.
No obstante, el repentino cambio de la joven le había desequilibrado por completo. Si hubiera podido pensar con claridad, demonios, si hubiera podido formar una sola frase coherente, le habría exigido que le dijera la verdad. Pero hablar estuvo más allá de sus posibilidades, y ella abandonó la estancia antes de que él volviera a pensar de manera coherente. Y aquel simple beso, que durante unos segundos lo había dejado fuera de combate, había encendido un fuego en él que Logan no había sido capaz de apagar. Un beso que se volvió frustrantemente inolvidable.
El día después de la boda y de aquel condenado beso, Emily y su familia se fueron al campo, y no la había vuelto a ver desde entonces.
Por desgracia, no pudo quitársela de la cabeza.
– ¿Te parece bien?
La voz de Gideon arrancó a Logan de su ensimismamiento, y se volvió hacia el detective. Se encontró con que Gideon lo miraba fijamente con una expresión inquisitiva.
– ¿Perdón?
Gideon arqueó una ceja oscura.
– Te he dicho que te acompañaré a casa de lord Fenstraw, luego husmearé un poco por los alrededores. Comprobaré si hay alguien acechando o si veo algo fuera de lo normal.
– Gracias. Por supuesto te compensaré por las molestias.
Gideon curvó los labios.
– Entonces supongo que no debería decirte que no es una tarea que me suponga ningún inconveniente, ya que me da la excusa perfecta para esperar a mi mujer y acompañarla a casa. Ha ido a visitar a Emily, junto con Carolyn y Sarah. Una reunión de su club literario. La Sociedad Literaria de Damas.
La declaración de Gideon distrajo a Logan de su preocupación de estar siendo espiado y se le aceleró el pulso de una manera ridícula al saber que lady Emily estaba, de hecho, en casa.
– Debo admitir que siento mucha curiosidad sobre lo que hablan en esas reuniones del «club literario» -masculló Gideon.
Logan arqueó las cejas.
– ¿En la Sociedad Literaria de Damas? ¿Qué tiene de especial un puñado de mujeres charlando sobre Shakespeare o algo por el estilo?
– No leen precisamente a Shakespeare.
– ¿Ah, no? ¿Y qué leen?
– Novelas que harían sonrojar a una cortesana. De hecho, una de las obras que seleccionaron hace algún tiempo fue escrita por una. Una lectura muy interesante. Algo que, para mi condenación, casi me hace sonrojar.
Logan no creía que existiera algo que pudiera hacer sonrojar a un hombre como Gideon. También a él le resultaba difícil imaginar que la tímida y formal esposa de Gideon fuera capaz de leer sobre tales temas lascivos. Y le parecía inquietantemente excitante pensar que lady Emily también lo estuviera haciendo.
Un pensamiento lo asaltó y aminoró el paso. ¿Sería verdad la afirmación de lady Emily de que sólo lo besó movida por la curiosidad? ¿Era posible que tras aquellas escandalosas lecturas ella se hubiera preguntado cómo sería experimentar tales intimidades? Demonios, si ése fuera el caso ¿seguiría ella sintiendo curiosidad? El acaloramiento que Logan sintió no tenía nada que ver con los brillantes rayos de sol que caían sobre él.
Pero luego regresaron sus sospechas. Incluso aunque hubiera sido la curiosidad lo que impulsó a lady Emily a besarlo, resultaba evidente que existía otro motivo aparte de ése, y él no dudaba de que ese motivo tuviera algo que ver con el dinero que su padre le debía. De otra manera, ¿por qué satisfacer su curiosidad con un hombre al que claramente despreciaba? Nada más hacerse esa pregunta apareció en su mente una imagen de ella… besando a un hombre que no era él. Sintió que lo atravesaba una punzada de algo parecido a los celos, pero no podían serlo, por supuesto que no.
Logan parpadeó para hacer desaparecer aquella perturbadora imagen mental y se volvió hacia Gideon.
– ¿No desapruebas que Julianne lea esa clase de libros obscenos? -le preguntó.
– Demonios, no. Si estuvieras casado, tú tampoco desaprobarías que tu mujer lo hiciera. -Gideon le lanzó una breve mirada de soslayo. -Confía en mí.
Logan no dudó de su palabra, y para su consternación se encontró imaginando a lady Emily acostada en su cama, sin otra cosa encima que una picara sonrisa mientras lo miraba por encima de una de esas novelas picantes.
– Son bastante picaras, ¿verdad? -murmuró él, intentando que no se le notara la tensa inquietud que le invadió.
– Mucho -convino Gideon. -En especial Emily. Tiene una mirada diabólica.
Mmm. Sí que la tenía. Y además leía libros obscenos. Qué inesperado. Y qué perturbadoramente excitante.
– ¿Qué fue lo último que leyeron? -preguntó sólo por continuar la conversación y que pareciera a ojos de cualquiera que sólo eran dos amigos dando un paseo. No es que sintiera verdadera curiosidad ni que estuviera considerando la idea de comprarse ese libro y leerlo.
– La amante del caballero vampiro.
– ¿Lo has leído? -preguntó Logan.
– Sí.
– ¿Y? ¿Está bien? Gideon sonrió levemente.
– Digamos sólo que lo encontré muy… estimulante. Quizá deberías preguntárselo a Emily. Logan se giró para mirarlo.
– ¿Por qué demonios querría hacer eso? -preguntó con más agresividad de la que quería. Gideon se encogió de hombros.
– Sé que ocurrió algo entre vosotros después de mi boda. En la biblioteca. Por lo que pude observar, pensé que tal vez hubiera sido algo… bueno.
Logan recordó de repente que lady Emily chocó literalmente contra Gideon cuando huía de la biblioteca después del beso. Recordó que, después, Gideon le había preguntado en tono divertido: «¿Pasa algo?», arrancándole del aturdido trance en el que había caído. Y Logan le aseguró que no era nada de lo que no pudiera encargarse él solo.
¿Algo bueno? «No había sido bueno; había sido genial. Increíble.»
Se aclaró la garganta.
– Pues te equivocaste.
Gideon no dijo nada, y Logan se preguntó qué estaría pensando su amigo. Gideon era como una maldita esfinge: silencioso e inescrutable. Logan supuso que tal cualidad resultaba muy útil para su trabajo en Bow Street, pero no dejaba de ser condenadamente frustrante para él. Era incapaz de leerle el pensamiento.
– Me cae bien -dijo Gideon finalmente.
– ¿Quién? -preguntó Logan, aunque no tenía ninguna duda de a quién se refería.
– Emily. Julianne y ella son amigas desde la infancia, y ha sido una buena amiga para mi mujer.
– ¿En qué sentido?
– Julianne es hija única y sus padres… -Las palabras de Gideon se desvanecieron y le palpitó un músculo en la mandíbula. Logan asintió con la cabeza.
– He conocido a los condes. No me caen mejor que a ti. Son gente fría y arrogante. -Habían desheredado y desterrado a su hija cuando ella contrarió sus deseos casándose con Gideon, un plebeyo, en vez de con un caballero con título tal y como ellos querían. En lo que a Logan concernía, aquello no era una gran pérdida para los recién casados, y él había llegado a respetar mucho a Julianne por elegir al hombre que amaba por encima de todo lo demás.
– Ésa es una manera muy educada de describir a los padres de Julianne. Emily trajo risas y diversión a lo que de otro modo hubiera sido una infancia muy solitaria para Julianne. Me cae bien cualquiera que haga sonreír a mi mujer.
Logan sacudió la cabeza y se rio entre dientes.
– Santo Dios, ese pequeño bastardo que es Cupido te ha arrojado todo un carcaj de flechas. Prácticamente puedo ver pequeños corazones flotando alrededor de tu cabeza, como si fueran un halo de amor.
– No tengo ningún halo. Pero sí, ese pequeño bastardo de Cupido me ha dado de lleno. Y te aseguro que es lo mejor que me ha ocurrido nunca. -Miró a Logan de reojo. -¿Por qué no te has casado? Resulta difícil creer que ninguna madre casamentera te haya echado el lazo al cuello y te haya arrastrado hasta el altar.
– El hecho de ser un tosco colonial las contiene bastante, aunque no dudo de que mi riqueza haría inclinar la balanza a mi favor. Pero, además, parezco poseer una desafortunada predilección por aquellas mujeres que ya han comprometido su corazón.
– Eso debe de ser duro.
– En efecto. Varias preciosas mujeres se me han escabullido de entre los dedos desde que llegué a Londres.
– No. Me refería a tu riqueza. El hecho de no saber nunca si es tu dinero lo que atrae a las mujeres. Es el problema que ha tenido Julianne durante toda su vida, uno que yo nunca he conocido ni me hubiera gustado conocer.
– Le lanzó a Logan una mirada. -La verdad es que no me gustaría estar en tu pellejo.
Un jadeo de sorpresa escapó de los labios de Logan.
– Bueno, eso es algo que no suelo oír. Estoy acostumbrado a ser objeto de envidia, pero no recuerdo que nadie me compadeciera por mi riqueza.
– Antes de conocer a Julianne te habría dicho que eres demasiado rico como para que nadie pueda sentir compasión por ti. Pero es cierto que el dinero no trae la felicidad. Jamás he disfrutado de una posición demasiado desahogada, pero no supe lo que era la felicidad hasta que conocí a mi mujer.
– ¿Quieres decir que no es el dinero ni las posesiones materiales lo que hace felices a las personas?
Gideon se encogió de hombros.
– Es lo que creo.
Interesante. Logan sabía que muchas personas querían conocerle sólo por su dinero. Sólo Dios sabía que ésa era la única razón por la que la mayoría de los británicos toleraba su presencia, y no podía negar que su desconfianza y cinismo habían crecido paralelos a su riqueza. Pero al haber crecido casi en la más absoluta pobreza, había adquirido la habilidad de esquivar a los impostores y caza-fortunas.
También reconocía que en ese momento no había ninguna posibilidad de que conociera a una mujer que no se sintiera atraída por su dinero. Lo mejor que podía esperar era encontrar a una mujer que al menos fuera sincera y le dijera que le encontraba tan atractivo a él como a su riqueza. Una mujer a la que pudiera respetar y admirar, alguien que no fuera arrogante y desdeñosa, y que no se le quedara mirando por encima del hombro con desdén mientras le hacía hervir la sangre. Hasta ahora había resultado una combinación imposible de encontrar. Aunque el dinero simplificaba muchos aspectos de su vida, no podía negar que complicaba sus relaciones personales. Y que provocaba que mirara a la gente y a sus motivos con gran suspicacia, aunque eso era algo que ya había hecho desde mucho antes de que tuviera dinero. Esa cautelosa desconfianza le había salvado la vida en más de una ocasión.
– Ya hemos llegado a la casa del conde -dijo Gideon. -Hasta ahora no he observado nada sospechoso.
Logan se obligó a salir de su ensimismamiento y se dio cuenta de que estaba justo delante de Park Lañe. Escudriñó con la mirada la hilera de casas de la calle hasta posarla en la fachada de ladrillo envejecido de la mansión que pertenecía al padre de lady Emily. Ya sabía que ella estaba allí, pero ¿tendría oportunidad de verla?
Logan suspiró con exasperación. ¿Por qué demonios le importaba?
Una vez más, el recuerdo que había intentado borrar de sus pensamientos surgió con tal fuerza que sus pasos vacilaron. Unos labios suaves y plenos abriéndose bajo los suyos. Un cuerpo exuberante y curvilíneo apretándose contra el suyo. El sabor y el perfume de Emily inundando sus sentidos. Un intenso deseo tan inesperado como indeseado que casi le ahogaba.
Apretó los párpados un instante y sacudió la cabeza para apartar aquella inquietante imagen que su mente no dejaba de conjurar una y otra vez. Maldita sea, simplemente no podía hacerlo. Y de repente se le ocurrió que no había besado ni tocado a otra mujer desde su último encuentro con lady Emily. Santo Dios, no era de extrañar que no pudiera quitársela de la cabeza. Había sido más célibe que un monje.
Lo que necesitaba era una mujer que apagara ese indeseado ardor que lady Emily había provocado. Para relajar su cuerpo y ocupar su mente con otra cosa que no fuera ella. Sí, ése era un plan perfecto, y se merecía un buen coscorrón por no haberlo pensado antes. Esa noche había una fiesta en casa de lord y lady Teller. Tenía que asistir y buscar a una mujer atractiva a la que seducir. Si no podía encontrar en esa fiesta a ninguna que le interesara, entonces visitaría cada puñetera taberna de la ciudad hasta que diera con una. Ninguna moza de taberna le miraría por encima del hombro con desdén.
– Nos separaremos aquí -dijo Gideon en cuanto cruzaron Park Lañe. -Si veo algo sospechoso te lo comunicaré de inmediato. Mantente en guardia e infórmame si percibes algo más. Hasta que no sepamos si alguien te amenaza o no, no salgas solo. Ni desarmado.
La mirada de Logan bajó a su bota, donde escondía un puñal envainado.
– Siempre voy armado.
– ¿Saldrás esta noche?
– Sí. Pero seré precavido, aunque ninguno de los dos hayamos observado nada extraño. Me pregunto si no estaré simplemente cansado y preocupado. Si mañana estás en Bow Street, me ocuparé de pagarte y te informaré sobre cualquier cosa que ocurra esta noche.
Gideon asintió con la cabeza.
– Bien. Buena suerte en tu reunión.
Logan inspiró profundamente y asintió. Tenía un asunto que resolver con el conde. Un asunto que no tenía nada que ver con lady Emily. Las razones por las que la joven lo besó eran muy sospechosas, aunque de cualquier manera tampoco tenían importancia. Estaba prevenido y no tenía intención de caer víctima de ningún diabólico complot que ella hubiera tramado. No tenía ningún deseo de verla, ningún deseo de hablar de lo sucedido entre ellos ni, mucho menos, de repetirlo.
Si se lo decía a sí mismo las veces suficientes, acabaría por creérselo.
Estaba a punto de subir los escalones de piedra que conducían a la puerta doble de roble de la casa de lord Fenstraw cuando le asaltó la misma sensación amenazadora que había sentido antes. Con los sentidos alerta escudriñó la entrada del parque al otro lado de la calle y vio a un hombre parado bajo las sombras de un olmo de gran altura. El hombre parecía taladrarlo con la mirada.
Logan se quedó paralizado. Su aliento, su sangre, su corazón. No… no podía ser.
Durante varios aturdidos segundos todo lo que pudo hacer fue quedárselo mirando fijamente. Un carruaje se cruzó en su línea de visión y cuando pasó, un segundo más tarde, el hombre había desaparecido. Logan miró a su alrededor, pero no encontró ni rastro del individuo.
– ¿Estás bien? Pareces haber visto un fantasma. -La voz ronca de Gideon traspasó el aturdimiento de Logan.
Maldita sea, se sentía como si así hubiera sido.
– He creído ver a alguien… -Sus palabras se desvanecieron y negó con la cabeza, sintiéndose tonto y un tanto tembloroso.
– ¿Quién? ¿Había alguien observándote?
Había muchas personas en el parque. Por supuesto que ese hombre no era quien Logan pensaba. Era imposible. Un leve parecido combinado con un juego de sombras.
– Sólo era alguien que se parecía a un hombre que conocí hace tiempo.
– Quizá fuera él.
– No. Es imposible… Está muerto. Hace años. -Miró a Gideon. -Una vez oí que todos tenemos un doble en alguna parte. Puede que sea cierto.
– ¿Quién era ese hombre? -preguntó Gideon, mirando al parque.
– Ha desaparecido. No era nadie. Y es hora de que acuda a mi cita. -Después de lanzar una última mirada a la zona ahora desierta que rodeaba el olmo, Logan contuvo un indeseado recuerdo de la imagen del hombre que amenazaba su paz mental y subió los escalones de la casa del conde.