Sólo podía estar con él por la noche.
A mi pesar, tenía que dejarlo antes del amanecer,
odiando estar separada de él hasta que finalizara el día.
Odiando a cualquier mujer mortal que pudiera
tocarle bajo la luz del sol, que pudiera pasear
con él por el parque, que formara parte de
su existencia todos los días… una vida
que no compartía conmigo y
en la que nunca podría incluirme.
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
Logan recorrió el sinuoso camino de grava en Hyde Park, preguntándose -como ya se había preguntado media docena de veces durante la última hora -qué diablos le pasaba. Tenía todas las razones del mundo para ser feliz. Hacía buen tiempo, el sol de primera hora de la tarde brillaba en el cielo azul profundo, el aire invernal era vigorizante y no tan cortante como otros días. En ese paseo por el parque le acompañaba una hermosa mujer, lady Hombly, que enlazaba su brazo con el suyo. Dada la manera en la que Celeste rozaba su generoso busto contra su bíceps, y las ardientes miradas que le había lanzado esa tarde, no quedaba ninguna duda de que la mujer quería compartir algo más que un paseo. Era coqueta, halagadora, atenta y, evidentemente, experimentada en asuntos amorosos. De hecho, Logan no dudaba de que llegaría a un acuerdo privado con ella, que podría seducirla en menos que canta un gallo. Sí, tenía todas las razones para ser feliz.
¿Por qué demonios no lo era?
La sensación de amenaza, de sentirse observado que lo acosaba recientemente, estaba ausente en ese momento, aunque sus instintos le advertían que permaneciera alerta, que eso sólo era la calma que precedía a la tempestad. Pero por ahora no debía preocuparse de eso. Entonces, ¿por qué en lugar de pasar un buen rato en compañía de Celeste -como haría cualquier hombre con sangre en las venas, en especial uno que llevara meses sin disfrutar de una mujer -pensaba en lo poco interesante que era? ¿Por qué no le resultaba atractiva? ¿Por qué se sentía tan descontento?
Maldita sea, era perfecta, era exactamente lo que él necesitaba: una mujer afectuosa y hermosa, dispuesta a entablar una corta relación con la que saciar sus deseos. A diferencia de otras mujeres de su clase, ésa era incluso capaz de hablar de otra cosa que no fuera el tiempo o la moda. Y allí estaba, mirándole con una expresión que sugería que él era un helado de fresa y que ella tenía antojo de uno.
Sin lugar a dudas podría haberse acostado con ella la noche anterior, pero algo le había detenido. Algo que no podía explicarse. Su cuerpo ansiaba ardientemente una liberación, pero en vez de buscarla con la mujer que tenía a su lado, se había ido solo a casa. Desesperado por aclararse la mente y relajarse, ordenó que le prepararan un baño caliente, pero en cuanto se hundió en el agua y cerró los ojos, las imágenes que intentaba mantener a raya lo inundaron.
Imágenes de lady Emily. De la mujer que quería olvidar con todas sus fuerzas y que estaba resuelto a olvidar.
La febril imaginación de Logan, encendida todavía más por el apasionado beso que compartieron en la biblioteca de lord Teller, conjuró aquellos extraordinarios ojos que brillaban de picardía y deseo y esos labios seductores que tan deliciosos sabían.
Y en un instante, más que sosegarle, estar sumergido en el agua caliente sólo le inspiró fantasías. Se la imaginó con él en la bañera. Tocándole. Excitándole. Llenándose las palmas de las manos con sus senos, lamiéndole los pezones con la lengua. Su cuerpo húmedo sobre el de él… acogiéndole en su cálida y tensa suavidad…
Con un deseo que casi rayaba el dolor, fue incapaz de no acariciarse su rígido miembro, imaginando que eran las jabonosas manos de ella las que le daban placer, que eran sus dedos los que se deslizaban sobre él. El clímax lo atravesó mientras gemía el nombre de Emily en un ronco grito.
Aquella liberación le satisfizo físicamente durante un breve momento, pero al final le hizo sentirse vacío. Insatisfecho. Y más solo que nunca. Salió de la bañera y se metió en la cama, incapaz de borrar de su mente las fantasías eróticas que aquella mujer le inspiraba, angustiado porque a pesar de todos sus esfuerzos por pensar en alguien -cualquiera -que no fuera ella, Emily ocupaba cada recoveco de su mente.
Maldita fuera.
Respiró hondo y hubiera jurado que incluso ahora podía oler su embriagador perfume. Sólo Dios sabía el tiempo que el sabor de ella permaneció en su lengua.
– ¿Es por algo que he dicho?
Aquella gutural voz femenina lo arrancó de sus inquietantes pensamientos y se volvió hacia Celeste. Ella lo miraba con una mezcla de diversión, exasperación y curiosidad. Estaba claro que esperaba una respuesta de él. Maldita sea, Logan comenzó a sentir que se ruborizaba. Se aclaró la garganta.
– ¿Perdón? -dijo.
– Le preguntaba si frunce el ceño por algo que yo haya dicho.
Maldiciéndose para sus adentros, Logan relajó el semblante al momento. Había ido a recogerla una hora antes, decidido a aceptar la invitación que insinuaran sus ojos y su conducta la noche anterior. No obstante, una vez en su casa, Logan fue incapaz de obligarse a seducirla. No. En vez de eso le sugirió que dieran un paseo por el parque. Y allí estaba, pensando otra vez en lady Emily. Y, al parecer, frunciendo el ceño.
– No es por nada que usted haya dicho -le aseguró. En especial porque no tenía ni idea de qué había dicho. -Perdóneme. Me temo que estaba distraído. ¿Qué me estaba diciendo?
Logan se obligó a centrar su atención en ella y durante los siguientes minutos hablaron de una obra teatral a la que los dos asistieron varias semanas antes. Aun así, a pesar de esa divertida y encantadora conversación y de la cálida admiración que resplandecía en los ojos femeninos, Jennsen se encontró pensando de nuevo en «ella». En sus labios… en aquella boca tan suave y plena que se abrió con tanto ardor bajo la suya. Que se curvaba con facilidad en una seductora y picara sonrisa para todos, salvo para él. Una boca que estaba tan inexplicablemente decidido a conseguir que sonriera para él.
Y entonces, como si sus pensamientos la hubieran conjurado de alguna manera, al doblar un recodo del camino junto a su acompañante, la vio. Logan se detuvo y parpadeó para asegurarse de que ella no era sólo un producto de su desbocada imaginación. Pero no, definitivamente era lady Emily, que estaba a seis metros de él junto a un grupo de gente. Y sus labios estaban curvados en esa seductora y picara sonrisa. Una sonrisa que, por supuesto, no estaba dirigida a él. No, se la brindaba al joven alto que estaba a su lado. Un hombre joven, al que Logan no conocía, que se reía de algo que ella decía y que, en ese momento, alargaba la mano para acariciarle la barbilla.
Logan apretó los dientes ante la familiaridad del gesto. Resultaba evidente que lady Emily y su acompañante se conocían bien, un hecho que quedó todavía más claro cuando ella extendió la mano y en un gesto travieso le tiró del ala del sombrero, tapándole los ojos. El joven protestó e intentó atraparla juguetonamente, pero con una risita alegre ella se escabulló a un lado, fuera de su alcance.
– Oh, lord y lady Fenstraw con su prole -murmuró Celeste, deteniéndose a su vez y señalando al grupo con la cabeza. -Los conoce, ¿no?
¿Prole? Logan observó a la familia durante varios segundos y sintió que desaparecía la tensión que un instante antes se había apoderado de él. Basándose en el parecido, no cabía duda de que el joven con el que había estado bromeando lady Emily era uno de sus hermanos. Había también otros cuatro niños de diversas edades -evidentemente, los demás hermanos de lady Emily, -así como sus padres y una mujer entrada en años a la que Logan reconoció como tía Agatha, con la que había coincidido en varias ocasiones y que a menudo ejercía de chaperona de Emily. El grupo estaba rodeado por un perro enorme y tres perritos cuyas correas parecían estar irremediablemente enredadas.
Logan sabía que lady Emily era la mayor de sus hermanos, pero nunca había conocido a los miembros más jóvenes de la familia. Hizo un rápido recuento mental y negó mentalmente con la cabeza. Seis hijos. Y cuatro perros. Santo Dios, ¿cómo lograrían controlarlos a todos?
– Por supuesto conozco a lady Emily, a sus padres y a su tía -repuso él, -pero no al resto de los hijos.
– Pues dado que no será posible evitarlos, está a punto de hacerlo.
El tono de la mujer hizo que volviera la mirada hacia ella.
– Parece como si prefiriera evitarlos.
Ella se encogió de hombros.
– La verdad es que si pudiera, lo haría.
– ¿No le gustan?
– No es eso. Es sólo que he oído rumores de que la familia está atravesando graves problemas económicos.
– ¿Cree que van a robarnos? -sugirió él por lo bajo con una expresión perfectamente seria.
Celeste soltó una risita y apretó el seno contra el brazo de Logan, un gesto provocador que debería haber encendido una chispa de pasión en él pero que, por el contrario y, muy a pesar suyo, le dejó frío.
– Por supuesto que no. Es sólo que… -Se le desvaneció la voz y una vez más se encogió de hombros. -Bueno, ya sabe a qué me refiero.
Logan apretó los dientes. Sí. Lo sabía. Perfectamente. Sabía que a los miembros de la aristocracia sólo les gustaba alternar con los de su clase y lo fácilmente que dejaban de lado a alguien que no alcanzaba tan altas expectativas, ya fuera financiera o socialmente. O las dos cosas a la vez. Sabía de sobra que si no fuera por el hecho de que él era un hombre acaudalado, esa mujer con título de nobleza que lo cogía del brazo no se habría acercado a él ni para arrojarle agua en caso de que estuviera ardiendo.
– Por supuesto, no sé si los rumores son ciertos o no -continuó Celeste en un susurro -pero de ser así, lady Emily los rescatará casándose convenientemente con un hombre rico que rellene las arcas de la familia. En cualquier caso es hora de que se case. He oído rumores de que el conde tiene un montón de propuestas matrimoniales para ella.
Logan sintió como si se le cuajaran las entrañas mientras su mirada se clavaba en lady Emily. La joven vestía una capa de terciopelo de un profundo tono azul y un sombrerito a juego; prendas que él sospechaba que resaltarían sus extraordinarios ojos color mar. Los oscuros tirabuzones con toques rojizos enmarcaban su cara e, incluso a esa distancia, podía ver que tenía las mejillas sonrojadas por el aire vigorizante. En ese momento, Emily se había arrodillado para quedar a la altura de los ojos del niño con el que conversaba. Logan supuso que era el miembro más joven de la familia. Este sujetaba la correa de un enorme perro color café, un animal que tenía casi el mismo tamaño que el niño. Observó cómo la joven le sonreía al muchacho, le pellizcaba la nariz y le revolvía el pelo que era del mismo color que el suyo. No era extraño que basándose en su apariencia hubiera una fila de hombres a la puerta de la casa del conde para pedir su mano.
Ella se enderezó y, como si sintiera el peso de su mirada, se volvió hacia él. Sus miradas se cruzaron y la joven se quedó paralizada. Durante un instante, Emily continuó sonriendo, y para Logan se desvaneció todo lo que los rodeaba -la gente que no dejaba de hablar, los animales, la mujer que iba cogida de su brazo. -Todo, salvo ella.
Luego, la sonrisa de Emily se desvaneció como la llama de una vela, y sus mejillas se ruborizaron un poco más. La joven desvió la vista hacia Celeste que todavía se aferraba al brazo de Logan de tal manera que éste comenzaba a sentir como si ella fuera una hiedra y él, un muro de ladrillos. Emily abrió más los ojos y luego alzó la barbilla de ese modo arrogante que a Logan tanto le molestaba y divertía a la vez.
– Buenas tardes -dijo Logan, acercándose al grupo.
Saludó a lord Fenstraw tocándose el ala del sombrero, luego hizo una reverencia formal a las damas.
– Lady Fenstraw, lady Agatha, lady Emily.
Logan casi se rio ante las variadas reacciones que su presencia provocó. El semblante de lord Fenstraw palideció visiblemente, como si temiera que Logan pensara exigirle el pago de los fondos que le debía allí mismo, en el parque. Tras unos segundos de consternación, la expresión de lady Fenstraw se volvió especulativa, como si estuviera calculando lo que él valía. Lady Agatha le ofreció una sonrisa con hoyuelos y, como era habitual en ella cada vez que se encontraban, se inclinó hacia él y le habló en voz muy alta.
– Buenas tardes, señor Jennsen -gritó lady Agatha. Logan no sabía si ella le hablaba así porque estaba sorda como una tapia o porque pensaba que lo estaba él. O tal vez creyera que como americano que era, no sabía hablar bien inglés.
Y por último, pero no por ello menos importante, lady Emily lo miraba como si acabara de morder un limón.
– Creo que ya conocen a lady Hombly -dijo él.
Celeste intercambió saludos con lady Emily y su familia, y Logan reparó en que la mirada que lady Fenstraw le dirigía a Celeste indicaba que se moría por saber la clase de relación que la viuda tenía con Logan. Y como prueba de ello, dijo:
– Sí, por supuesto que conocemos a lady Hombly, lo que no sabía era que usted la conociera señor Jennsen. Me ha extrañado verlos juntos mientras disfrutamos en familia de este clima tan inusual pero agradable. Déjeme presentarle a mis hijos menores.
Logan le estrechó la mano a Kenneth, vizconde de Exeter, el joven alto al que Emily había bajado del sombrero. Debía de tener unos dieciséis años y saludó a Logan con una sonrisa cordial. A continuación le presentaron a William y a Percy, dos muchachos larguiruchos que poseían el desgarbado aspecto de los niños a punto de convertirse en hombres. Los dos tenían el mismo color de ojos que Emily y el mismo brillo travieso. Después conoció a Mary, que estaba muy despeinada, sin duda por su infructuoso esfuerzo por desenredar las correas de los tres perritos que ladraban alrededor de ella.
Y, por último, le presentaron a Arthur quien, después de hacerle a Celeste una reverencia y estrechar la mano que Logan le tendía, señaló con la cabeza su enorme perro.
– Ésta es Diminuta.
Logan no pudo evitar reírse.
– Creo que es más grande que tú.
Arthur esbozó una sonrisa traviesa, revelando un hueco donde había perdido un diente.
– Ahora sí lo es, pero cuando Emily me la regaló era muy pequeña. Le he enseñado a darme la pata. Se lo mostraré. -Se volvió hacia la perra y le dijo: -Dame la pata, Diminuta.
Y Diminuta levantó al instante una enorme garra del tamaño de un plato que tropezó contra la parte delantera de la capa gris de Celeste. La mujer gritó sorprendida y dio un paso atrás. Diminuta deslizó la pata por la prenda, dejando una larga mancha oscura.
– Lo siento mucho -dijo Arthur, sonrojándose hasta la raíz del cabello. -Supongo que aún no le sale bien. ¿Quiere mi pañuelo? -Sacó del bolsillo un trozo de tela que parecía haber sido usado para que se limpiara las huellas de la perra.
Diminuta soltó un profundo ladrido antes de tumbarse en el suelo y relamerse.
– Eso quiere decir que lo siente mucho -dijo Arthur, tendiéndole todavía el pañuelo.
La mirada horrorizada de Celeste se desplazó desde la tela manchada a la perra. Miró a Diminuta con rabia, como si quisiera que pasara a mejor vida. Luego lanzó una mirada fría a Arthur y al pañuelo que éste le tendía. Logan no creía haber visto nunca a ninguna mujer tan disgustada como Celeste. Ni a un niño tan consternado. Emily se acercó a su hermano y le puso la mano en el hombro. Logan notó que le daba al niño un apretón tranquilizador.
– Oh, querida -dijo lady Fenstraw, acercándose a Celeste. Frunció el ceño en dirección a su hijo menor. -Está claro que tienes que enseñar mejor a Diminuta, Arthur.
Arthur miró al suelo y arrastró la punta de la bota contra la grava. Incluso Diminuta parecía triste.
– Sí, mamá.
Lady Fenstraw se volvió hacia Celeste, que parecía rechinar los dientes.
– Su preciosa capa ha quedado hecha un desastre. Habrá que limpiarla de inmediato antes de que sea imposible quitar la mancha. Y por supuesto, no puede pasearse por ahí con esa prenda en tal estado. ¡Qué pena! ¿Dónde está su carruaje?
– Hemos venido en el mío -dijo Logan. -Está al otro lado del parque. -Se volvió hacia Celeste. -La acompañaré…
– Tonterías -le interrumpió lady Fenstraw. -Nuestra casa está mucho más cerca, apenas a cinco minutos. -Agarró a Celeste del brazo. -Mi doncella, Liza, es muy buena quitando manchas. Tomaremos una taza de té mientras esperamos, luego podrá volver a casa en nuestro carruaje.
– Puedo acompañar a lady Hombly… -comenzó Logan, pues se sentía obligado a llevarla a casa, pero su ofrecimiento fue interrumpido por lady Fenstraw.
– Al contrario, estoy segura de que lady Hombly no querrá privarle del paseo y de este tiempo tan estupendo -insistió lady Fenstraw. -Sufriremos muchos meses de lluvias y frío antes de ver otro día como éste.
Celeste se volvió hacia él.
– Lady Fenstraw tiene razón -dijo. -No hay razón para que no disfrute del paseo. -Le dirigió a Arthur y a Diminuta una mirada aniquiladora. -Aunque odio tener que interrumpir nuestro paseo, no puedo dejar que la capa se eche a perder. ¿Le importa mucho si me marcho?
– Claro que no -dijo él. Sabía que debería haberse sentido decepcionado, pero en vez de eso se sentía aliviado.
– Estaré en casa esta tarde -le dijo en un susurro que sólo él pudo escuchar mientras le brindaba una sonrisa.
Lady Fenstraw se ajustó el sombrerito y se volvió a su marido.
– Fenstraw, por favor, acompáñanos a casa. Agatha, quédate con Emily y con los niños, y con el señor Jennsen. -Le dirigió a Logan una sonrisa y luego, con suma habilidad, empujó a Celeste por el camino con el conde siguiéndoles los pasos.
Hubo unos segundos de silencio tras su partida, y Logan no pudo menos que pensar que de alguna manera todos eran peones en un juego de ajedrez donde lady Fenstraw manejaba las piezas a su antojo. A pesar de ello, no lamentaba que Celeste se hubiera ido, pero tampoco le gustaba quedarse en compañía de lady Emily. Maldita sea, ¿cómo iba a poder olvidarse de ella cuando no hacía más que encontrársela? Y por el ceño fruncido de la joven, a ella tampoco le hacía ninguna gracia el tener que pasar más tiempo juntos.
Kenneth rompió el silencio ofreciéndole el brazo a tía Agatha y sugiriendo que reanudaran el paseo. William y Percy echaron a correr y se empujaron juguetonamente el uno al otro mientras seguían a su hermano y a su tía. Logan observó a Emily, quien sin importarle la dura grava, se arrodilló delante de Arthur y le cogió la cara, cubierta por unas gafas, entre las manos. Era innegable el amor y la compasión que brillaban en los ojos de la joven. Logan vio que el niño parpadeaba para contener las lágrimas y sintió pena por él. Recordaba muy bien lo que era tener esa edad y controlar las ganas de llorar. Apartó la mirada con rapidez, sabiendo que el niño se sentiría más avergonzado todavía si sospechaba que él había notado su aflicción.
Miró entonces a Mary, que todavía trataba de desenredar las correas de aquellos juguetones perritos. Sintiendo que debía hacer algo, se dirigió hacia ella.
– ¿Puedo ayudarte?
Mary le miró y sonrió, y Logan se encontró encandilado por aquel duendecillo que parecía una versión infantil de su hermana.
– La verdad es que sí -dijo ella. -Si puede sujetar a Romeo, intentaré liberar a Julieta y a Ofelia.
Logan parpadeó y miró al escurridizo cachorro que meneaba la cola totalmente decidido a lamer algo. Cualquier cosa. Intentando ignorar la opresión que sintió en el pecho, se puso en cuclillas esperando poder ayudar en algo, pero en su lugar fue abordado inmediatamente por los otros dos cachorros que estaban aún más resueltos que Romeo a pasar la lengua por lo que fuera.
– Perfecto -dijo Mary, poniéndose en cuclillas a su lado mientras Romeo intentaba lamer la barbilla de Logan y los otros dos perros forcejeaban por subirse a sus rodillas. -Si los mantiene ocupados un momento, señor Jennsen, podré desenredar las correas.
Logan se reclinó y miró a Romeo, que volvió a lamerle la barbilla con su lengua rosada.
– «Romeo, ¿eres tú?» -Logan se aclaró la garganta y continuó con la cita: -«¿Qué luz es la que asoma por esa ventana?»
Mary levantó la mirada de su tarea.
– ¿Le gusta Shakespeare, señor Jennsen?
– Sí. Y, por los nombres de tus perritos, imagino que a ti también.
– Mucho. -Se acercó a él y le dijo en un susurro conspirador: -Por supuesto, no les he contado los trágicos finales que sufrieron los dueños de sus nombres.
– Buena idea -repuso Logan con otro susurro. -Será mejor decirles que sólo se tratan de personajes literarios.
Como su hermana, Mary sonreía con facilidad. A diferencia de ésta, sin embargo, le sonreía a él.
– Y es lo que he hecho. Si bien esos personajes tuvieron trágicas muertes, al menos sus nombres son mejores que los que sugirió mi madre.
– ¿De veras? ¿Qué nombres sugirió?
– Charlatán, Llorona y… -se inclinó más cerca -Meona.
Logan tuvo que hacer un esfuerzo considerable para no echarse a reír.
– Creo que Romeo, Julieta y Ofelia han sido la mejor elección.
– Por supuesto. En especial cuando ellos no pueden evitar ladrar, gemir y hacer pis. Se suponen que eso es lo que hacen los perritos. -Soltó un sonido de júbilo. -Por fin he conseguido desenredarlas. -Cogió un cachorro en cada brazo y se levantó. Logan, con Romeo bajo el brazo, hizo lo mismo.
Sois muy traviesos -les regañó Mary. -Tenéis mucha suerte de ser tan bonitos. -Señaló a Diminuta con la cabeza. -Ella es su madre, ¿sabe?
Logan rascó a Romeo detrás de las orejas y sonrió cuando el perro lo miró jadeante con ojos llenos de adoración.
– Ya veo el parecido.
– Mi madre dice que dentro de poco tendremos que enviarlos al campo. Dice que no podemos tener cuatro perros del tamaño de Diminuta en Londres, aunque Kenneth insiste en que los perritos no serán tan grandes como su madre porque su padre es un perro más pequeño. -Miró a Logan con desconcierto. -No creo que eso importe, ¿verdad?
El instinto de Logan le advirtió que ése era un tema espinoso y que debería evitarlo como la peste.
– Bueno… no sabría decirte. Supongo que el tiempo lo dirá.
– ¿Ya están desenredadas? -preguntó Emily detrás de ellos.
Aliviado por la interrupción, Logan se dio la vuelta. Lady Emily y Arthur se acercaban precedidos por Diminuta. Una mirada a la cara del niño dejó claro que al final había roto a llorar. Algo pareció enternecerse en el pecho de Logan por aquel niño que había intentado tan valientemente contener las lágrimas, y le brindó una sonrisa.
– Ten, Emily -dijo Mary dándole un cachorro. -Eres la única que no lleva un perro.
Emily se acercó la pelota de pelusa a la cara y se rio cuando la perrita le dio un lametazo en la nariz.
– Tus besos resultan demasiado húmedos, Ofelia… -murmuró.
– Ésa es Julieta -dijo Mary. Dejó a Ofelia en el suelo, y la perrita echó a correr por el sendero. Mary la siguió corriendo, alcanzando con rapidez a su tía que iba un poco más adelante con sus hermanos.
Logan estiró el brazo libre y palmeó la enorme cabeza de Diminuta.
– Acabo de conocer a tus cachorros -le dijo a la perra. -Tienes unos niños muy animosos y muy guapos, señora.
Diminuta estaba claramente de acuerdo. Agitando la cola, olfateó cariñosamente a Romeo y luego le dio a Logan un par de lametazos en el guante. Jennsen miró de reojo a Arthur. Notando que el niño todavía parecía algo afectado, miró directamente a los entrañables ojos castaños de Diminuta y le dijo:
– Dame la pata, Diminuta.
Al instante, la perra le ofreció su enorme pata, que Logan atrapó con facilidad y levantó un par de veces. Después de soltarla, la rascó detrás de las orejas, cosa que Diminuta agradeció con evidente deleite.
– Buena chica -murmuró. -Está claro que lady Hombly no sabe estrechar la pata a un perro. -Se volvió hacia Arthur y le guiñó un ojo con aire conspirador. Sintió el peso de una mirada y se volvió hacia lady Emily. Ella le observaba con una extraña expresión en el rostro que él no pudo descifrar.
Arthur sorbió por la nariz, reclamando la atención de Logan. El niño mostró su acuerdo.
– Hay que estirar la mano para cogerle la pata, como ha hecho usted -le dijo a Logan. -Todo el mundo lo sabe. Logan asintió con la cabeza.
– Sí, pero… -El hombre se inclinó para hablarle al oído: -Ya sabes cómo son las chicas algunas veces. -Se enderezó y le guiñó un ojo.
Arthur volvió a sorber por la nariz y luego se rio. Después de poner los ojos en blanco le respondió:
– Oh, sí, señor. Créame, lo sé.
– Lo he oído -dijo lady Emily en tono seco.
– Oh, no me refería a ti -dijo Arthur, dándole una palmadita fraternal en el brazo. -No eres como las demás chicas.
Emily frunció los labios, tamborileó los dedos en la barbilla y miró a su hermano con los ojos entrecerrados.
– Mmm… No estoy segura de si eso ha sido un cumplido o un insulto.
– Oh, ha sido un cumplido, Emmie. Ya lo sabes.
La brillante sonrisa de la joven rivalizó con el sol.
– Excelente. -Puso a Julieta en el suelo. -Sugiero que nos movamos antes de que perdamos de vista a los demás.
Logan dejó a Romeo en el suelo y los tres echaron a andar por el camino de grava con Arthur en el medio, cada uno sujetando la correa de su perro.
– ¿Tiene hermanas, señor Jennsen? -preguntó Arthur.
– No. Y tampoco tengo hermanos. -Le sonrió al niño. -Soy hijo único.
Emily masculló algo que sonó muy parecido a «Demos gracias a Dios por ello».
Romeo se detuvo a olisquear una mata de hierba, y Diminuta lo siguió. Julieta, sin embargo, prefirió correr y arrastrar a Emily tras ella. Después de que Logan considerara que estaba lo suficientemente lejos para oírle, la curiosidad lo impulsó a preguntarle a Arthur:
– ¿Por qué dices que tu hermana no es como las otras chicas?
Arthur frunció la nariz durante varios segundos, como si meditara profundamente la pregunta.
– Bueno, a las damas como lady Hombly, mi madre o tía Agatha no les gusta la suciedad. Siempre se quejan de eso, incluso Mary si lleva su vestido favorito. Pero a Emmie no le molesta. Le gusta hacer tartas de barro y gatear por el ático polvoriento de la hacienda y también le gusta pintar con los dedos. -Siguió cavilando durante dos segundos más antes de añadir: -Y no le asustan los insectos. Siempre me ayuda a atrapar luciérnagas en verano. Sabe enganchar un anzuelo incluso mejor que Percy, y caza más ranas que Will, incluso pesca más peces que Kenneth, y caza más mariposas que Mary. Emmie lo hace todo bien.
Echaron a andar de nuevo mientras Logan digería aquella sorprendente información. ¿Tartas de barro? ¿Cazar ranas? ¿Luciérnagas? ¿Enganchar un anzuelo? Eso no era lo que solía gustarle a una delicada y altiva flor de invernadero. Quizá lo había entendido mal.
– ¿Tu hermana hace todas esas cosas?
– Sí.
– ¿Tu hermana Emily?
– Sí. Parece sorprendido, señor.
– Supongo que lo estoy. -«Muy sorprendido en realidad.» Arthur asintió con la cabeza.
– Eso es porque es guapa. Mi madre dice que las mujeres hermosas no deberían ensuciarse nunca. Supongo que es por eso por lo que a Emmie le gusta pasear bajo la lluvia y nadar en el lago, para quitarse toda esa suciedad que coge cuando hace esas cosas.
Una imagen de lady Emily saliendo del lago después de nadar con el agua deslizándose por su cuerpo, irrumpió inesperadamente en la mente de Logan que se obligó ahuyentar aquel pensamiento con rapidez. Maldita sea, lo último que deseaba era pensar en ella mojada por completo.
– Emmie es la más divertida -continuó Arthur. -Y no se enfada como otras chicas. Ni siquiera cuando la mojé con el chorrito de la teta.
Logan parpadeó y luego frunció el ceño.
– ¿Perdón?
– Con el chorrito de la teta. Ya sabe, la teta de la vaca. Tenemos cuatro en la hacienda. La semana pasada le lancé un chorro de leche en el ojo. -Arthur soltó una carcajada y se palmeó la rodilla. -¡Debería haberle visto la cara! La leche le manchaba las pestañas y le chorreaba por la nariz.
Logan clavó los ojos en la espalda de lady Emily que caminaba delante de ellos e intentó reconciliar a la mujer perfectamente vestida y siempre erguida con aquella picaruela que Arthur describía.
– ¿Cómo respondió cuando le diste con el chorrito de la… eh… teta?
Arthur sonrió ampliamente, exhibiendo el hueco en el que pronto le saldría otro diente.
– Pues me lanzó otro chorro. Jamás había conocido a una chica que tuviera tan buena puntería. Mary no es capaz de acertarle a la pared del establo ni con un puñado de piedras.
– ¿Y tus hermanos?
– Tienen buena puntería, pero Will y Percy suelen estar siempre fuera, en la escuela, y Kenneth sólo sabe hablar de su gran viaje.
Logan miró al alto joven que caminaba junto a su tía y a los dos niños bulliciosos que corrían a su alrededor. Un gran viaje y la escuela eran muy caros. Dadas las enormes deudas de lord Fenstraw, no sabía cómo podría pagar ese viaje. Ni más años de colegio, no sólo para Percy y William, sino también para Arthur. Y Mary necesitaría una institutriz, por no mencionar todos los gastos que suponía mantener a una familia de seis hijos. Logan sintió un inesperado sentimiento de culpa, seguido de inmediato por un susurro que decía: «Eso no es problema ni responsabilidad tuyos».
Exacto. Fenstraw debería haber pensado en su familia antes de invertir de una manera tan temeraria y derrochar su fortuna en las mesas de juego.
Una risa femenina atrajo la atención de Logan. Un poco más adelante, lady Emily y Mary se reían de las travesuras de los perritos. Observó cómo Emily le daba a su hermana un rápido abrazo y Logan sintió que se le caía el alma a los pies. Tales muestras de cariño eran algo desconocido para él. Bien sabía Dios que nunca lo había experimentado. Había observado de lejos cómo lady Emily demostraba su afecto a sus amigas Sarah, Carolyn y Julianne, pero nunca la había visto con su familia, no la había visto interactuar con sus hermanos con aquella expresión tierna y cariñosa con la que trató a Arthur y que le mostraba un lado de la joven que él no había considerado ni sospechado que existiera.
Y basándose en lo que Arthur le había dicho, ahora sabía unas cuantas cosas más sobre lo que ese pícaro brillo en los ojos de la joven le había insinuado. ¿Qué otras travesuras además de cazar ranas, nadar en el lago y disparar chorritos de leche con las tetas de las vacas -y besar a los hombres en las bibliotecas -era capaz de hacer la sorprendente lady Emily?
No lo sabía, pero de repente quería saber más sobre ella. Muchísimo más. Y quería saberlo ya.
Se volvió hacia Arthur y sonrió.
– Venga, alcancemos a tus hermanas.