CAPÍTULO 04

Sabía que debía dejarlo ir, liberarle para

que estuviera con alguien mejor que yo, con una mortal,

pero simplemente no pude hacerlo.

Me atraía y desafiaba como ningún otro.

Y aunque lo intenté, jamás deseé a nadie tanto como lo deseaba a él.

Nunca hubiera debido saborearle,

porque ahora lo deseaba con desesperación todo el tiempo.

El beso de lady Vampiro,

Anónimo


Logan se paseaba de un lado para otro en su estudio privado. En su mente reverberaba la misma pregunta que le atormentaba desde que había abandonado la residencia de lord Fenstraw, unas horas antes. «¿Qué estaba tramando lady Emily?»

Con un gruñido de frustración, se detuvo y se pasó las manos por el pelo. Maldita sea, no podía recordar la última vez que se había sentido tan confuso y malhumorado. Eran dos sentimientos que rara vez experimentaba por separado, y casi nunca al mismo tiempo. Pero desde aquel condenado beso tres meses antes, aquel extraño estado de ánimo parecía acompañarlo todos los días.

Y era culpa de ella.

¿Cómo era posible que una mujer tan menuda pudiera ser capaz de volverle loco? ¿Por qué no podía, sencillamente, arrancarla de sus pensamientos como había hecho con tantas otras aristócratas? ¿Por qué no dejaba de ser un enigma tan desconcertante para él? Estaba acostumbrado a resolver acertijos, y normalmente disfrutaba de ellos. Una habilidad que le era útil en los asuntos de negocios. Disfrutaba del reto de averiguar cómo sortear obstáculos, de encontrar soluciones a problemas complejos.

Pero no en este caso. No, el enigma que representaba lady Emily era como un dolor de muelas, uno que seguía palpitando sin importar lo mucho que intentara aplacarlo. Ojalá pudiera ignorarla como habría hecho con cualquier otro problema sin solución, y olvidarla. Pero sabía muy bien que eso no ocurriría, aunque no podía averiguar por qué, ni por qué le importaba tanto. Por eso necesitaba saber a ciencia cierta qué era lo que ella estaba tramando antes de que esa pregunta le volviera loco.

Tres meses antes, Logan se había preguntado si Emily conocía las enormes deudas que su padre había contraído con él, si fue ése el motivo que la impulsó a besarle y no la curiosidad. Aunque él había albergado sus sospechas, no podía negar que su orgullo masculino esperaba que el beso fuera el resultado de la curiosidad y del deseo. Sin embargo, basándose en la conversación que tuvo con ella ese mismo día, resultaba evidente que lady Emily conocía las deudas de su padre. Y por más que le molestara admitirlo ante sí mismo, no podía negar lo mucho que eso le decepcionaba.

Aunque también estaba muy confundido. Lady Emily sabía que su padre le debía dinero; así que, ¿por qué no trataba todavía de atraerlo con sus encantos después de haber llegado incluso a besarle? ¿Por qué no trataba de ganarse su favor? ¿De seducirlo con sus artimañas femeninas? Sin embargo, hacía todo lo contrario. Era tan punzante como un puñado de espinas, lo que, una vez más, levantaba sus sospechas y le hacía preguntarse: «¿Qué está tramando lady Emily?»

Cerró los ojos y una imagen de ella se materializó en su mente… Estaba apoyada contra la puerta, mirándolo con aquellos extraordinarios ojos. Logan había plantado las manos en el panel de roble para evitar ceder al abrumador deseo de tocarla. De comprobar si su piel seguía siendo tan suave. Lo más inteligente habría sido alejarse. Estar cerca de ella había sido una auténtica tortura. No recordaba a ninguna otra mujer que oliera tan bien.

Una imposible combinación de flores y azúcar, como si la joven hubiera acabado de comerse un pastel delicioso mientras se paseaba por un jardín en flor. Aquel maldito perfume hacía que quisiera enterrar la nariz en aquel suave cuello aterciopelado y aspirar su esencia, justo antes de lamer larga y lentamente esa piel cremosa.

«No tengo intención de volver a besarla. No importa lo mucho que me lo pida.» Las palabras que le había dicho resonaron en su mente, y una risa carente de humor surgió de su pecho. Aunque no le mintió al decirle que no tenía intención de volver a besarla, había hecho falta toda su fuerza de voluntad para no hacerlo. Y como había aprendido hacía mucho tiempo lo inútil que era mentirse a sí mismo, no podía negar que si ella se lo pidiera -demonios, si simplemente se lo insinuara -la besaría de nuevo; se abalanzaría sobre ella como un animal hambriento en pos de su presa. ¿Qué tipo de tonto haría eso?

Logan no lo sabía, pero lo que sí sabía era que no le gustaba comportarse como un tonto. Y para eso tenía que mantenerse alejado de lady Emily Stapleford y de aquella maldita fascinación que ella ejercía sobre él. No importaba qué clase de plan hubiera tramado ella, no dejaría que lo llevara a cabo. Estaba más resuelto que nunca a encontrar a otra mujer que apagara ese fuego indeseado que lady Emily provocaba. Esa misma noche.

Más tranquilo ahora que había tomado una decisión, se acercó al escritorio, donde varias cartas captaron su atención. Acababa de acomodarse en el sillón de cuero cuando oyó un golpe en la puerta.

– Adelante -dijo.

Adam Seaton, su hombre de confianza, entró en la estancia. Logan había contratado a aquel hombre de treinta años cuatro meses antes y hasta ahora estaba muy satisfecho con su trabajo. Era diligente pero tranquilo, organizado e inteligente, y seguía las instrucciones de Logan al pie de la letra. Una mirada a la cara de Adam le dijo que había pasado algo grave.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó, levantándose de golpe.

Adam se ajustó las gafas y luego se aclaró la garganta.

– Ha habido un incendio, señor. En los muelles. Me temo que El Marinero, así como todo su cargamento, ha sido destruido.

– ¿Y la tripulación? -preguntó Logan con todos los músculos en tensión.

Los rasgos de Adam se tensaron aún más.

– Han muerto dos marineros de cubierta, señor. Y cinco más, incluido el capitán, están heridos, aunque, por fortuna, no de gravedad.

Logan sintió como si se hubiera convertido en piedra. El Marinero estaba cargado de mercancías y se esperaba que zarpara con la marea esa misma tarde. La pérdida del barco y del cargamento le suponía un fuerte revés financiero, aunque podía sobreponerse a ello. Pero la pérdida de vidas humanas… Maldita sea.

– ¿Cómo se originó el fuego?

– Los miembros de la tripulación que lograron escapar de las llamas dijeron que éstas aparecieron por todas partes en cuestión de segundos, extendiéndose con rapidez por todo el barco.

Logan entrecerró los ojos.

– ¿Llamas por todas partes? Cualquier fuego tiene un origen… por lo menos al principio. A menos que algo inflamable, como queroseno, se haya usado para acelerar el proceso.

– Sí, señor.

– El incendio ha sido provocado.

– Fue una declaración, no una pregunta.

– Eso parece, señor.

– ¿Hay más barcos afectados?

– No, señor. Sólo El Marinero.

Logan caviló sobre eso durante varios segundos. Sus instintos le gritaban que aquello estaba relacionado con aquella sensación de peligro que había estado experimentando desde hacía días. Aquello no era un accidente. Y él era el objetivo.

– Los hombres que murieron… ¿cómo se llamaban?

Adam sacó del bolsillo del chaleco el pequeño cuaderno de notas que siempre llevaba encima. Después de hojear varias páginas le respondió:

– Billy Palmer y Christian Whitaker.

– ¿Tienen familia?

Adam consultó de nuevo su libreta.

– Palmer no tenía familia. Whitaker deja esposa y una hija pequeña.

A Logan se le retorcieron las entrañas al pensar en que esa niña crecería sin su padre. Sabía demasiado bien lo que era criarse sin un padre. Y una mujer sola… Sin nadie que cuidara de ella. También sabía muy bien lo que era aquello. No sabía qué demonios estaba sucediendo, pero se iba a asegurar de que nadie más resultase herido o muriese mientras trataba de averiguarlo.

Se sentó y cogió papel y pluma.

– Organiza un entierro adecuado para esos dos hombres -le ordenó a Adam mientras escribía. -Quiero que los heridos reciban los mejores cuidados médicos y que sean compensados por los sueldos que no percibirán mientras están convalecientes. Necesitaré sus direcciones en cuanto sea posible y también la del señor Whitaker.

Adam arrancó una página de su libreta y se la tendió a Logan.

– Aquí tiene, señor. Pensé que las necesitaría.

Logan se lo agradeció con un gesto de cabeza, impresionado como siempre por la eficiencia de Adam. Casi siempre le resultaba desconcertante la manera en que aquel hombre se anticipaba a él. Parecía como si lo conociera desde hacía años y no sólo unos meses.

– Puedo enviar las cartas correspondientes o hacer las visitas pertinentes en su lugar, señor -dijo Adam.

– Gracias, pero no.

– Ya me he puesto en contacto con Lloyd's -continuó Adam. -No debería haber ningún problema con el seguro.

Logan asintió con aire ausente. Aún no había ordenado sus pensamientos lo suficiente para considerar eso.

Terminó de escribir la nota con rapidez, luego la selló y se la entregó a Adam.

– Quiero que se la entregues personalmente a Gideon Mayne en Bow Street. Tiene que estar informado de esto.

– Sí, señor. -Adam guardó la carta y el cuaderno de notas en el bolsillo del chaleco y se fue. Logan cruzó la estancia y se sirvió tres dedos de brandy, que se tomó de un solo trago. El licor bajó como fuego líquido por su garganta hasta el nudo que tenía en el estómago. Primero le seguía alguien, luego un intruso trataba de abordar uno de sus barcos, y ahora este desastre. Las cosas iban de mal en peor a un ritmo alarmante.

Y tenían que parar.

Ya.

Con aire sombrío dejó la copa vacía en la licorera y luego se encaminó hacia la puerta para hacer las visitas. La señora Whitaker y su hija eran las primeras de la lista.


Cuando Emily llegó a la fiesta de lord Teller esa noche, a la primera persona que buscó fue a Carolyn, que estaba parada junto a una palmera con Daniel. Carolyn se había puesto un precioso vestido del mismo tono de azul que sus ojos… ojos que parecían denotar cansancio. De hecho, mientras se acercaba a su amiga, la joven notó que Carolyn estaba más pálida y ojerosa. Y, aun así, estaba sonriendo en respuesta a algo que le había dicho su marido después de tomar un sorbo de ponche.

– Me alegro de que estés de vuelta en Londres -dijo Daniel cuando Emily se unió a ellos. -Mi mujer ha echado de menos tu compañía y las veladas de la Sociedad Literaria de Damas. -Le dirigió a Carolyn una cálida sonrisa y una mirada radiante de amor, pero a Emily no le pasó desapercibida la preocupación que subyacía bajo ese gesto. -Estoy intentando descubrir de qué fue la reunión de hoy, pero Carolyn ha estado muy callada.

– Oh, no creo que te interesara -dijo Emily con un gesto despectivo de la mano. -Cosas de chicas.

– Mmm. Matthew, Gideon y yo estamos pensando en crear nuestra propia Sociedad Literaria.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué leeríais? -preguntó Emily.

– No creo que os interesara -bromeó él con el mismo gesto despectivo que ella había hecho antes. -Cosas de hombres.

Carolyn apoyó la mano en la manga de Daniel.

– Apuesto lo que sea a que lograría persuadirte para que me contaras todos los secretos de vuestra Sociedad Literaria.

El ardor que brilló en los ojos de Daniel y la mirada íntima que le brindó a su esposa hizo que Emily suspirara de pura envidia. Así era como ella quería que la miraran. Todos los días de su vida. Un hombre que la adorara. Y a quien ella también adoraría. Un hecho que sólo servía para reforzar la necesidad de seguir con su plan, sin importar el riesgo que conllevara. Si ella se veía forzada a casarse por razones puramente económicas y no por amor, jamás conocería lo que tanto Carolyn como Julianne y Sarah experimentaban cuando sus maridos las miraban con tal devoción y puro deseo en los ojos.

– No te contaría mis secretos con tanta facilidad, cariño -dijo Daniel. -Te aseguro que te pasarías horas intentando sonsacarme algo.

Carolyn se rio, pero su risa se convirtió en tos. Tras tomar un trago de ponche, le respondió:

– ¿Horas? Creo que más bien te derrumbarías como un castillo de naipes en sólo treinta…

– ¿Minutos? -sugirió Daniel.

– Segundos -le corrigió Carolyn.

Él se llevó la mano de su esposa a los labios.

– Estoy impaciente por descubrir cuál de los dos tiene razón.

Carolyn sonrió, aunque a Emily le pareció una sonrisa forzada.

– Yo también. -La mirada de Carolyn vagó por encima del hombro de Daniel. -Lord Langston acaba de llegar. ¿No me dijiste que querías hablar con él, Daniel?

– ¿Estás intentando deshacerte de mí?

– Por supuesto que no, pero Emily y yo no podemos hablar de cosas de chicas con un hombre presente; lo entiendes, ¿verdad?

Resultó evidente para Emily que Daniel no tenía ningún deseo de abandonar la compañía de su esposa, pero después de una breve vacilación él dijo:

– Supongo que sí. Os dejo con vuestra conversación. -Se inclinó para besar los dedos de Carolyn, le hizo una reverencia a Emily y se encaminó hacia el otro lado de la estancia.

En cuanto él se marchó, Emily se dio cuenta de que Carolyn dejaba caer los hombros, luego exhaló lo que parecía ser un suspiro de alivio. Sin más dilación, Emily cogió la mano de su amiga y la condujo a una esquina desierta, apartada del resto de la estancia por un despliegue de helechos plantados en enormes macetas de cerámica.

– Sé que te ocurre algo -dijo, estudiando la cara de Carolyn, alarmada por la palidez de su amiga y las sombras violetas que tenía bajo los ojos.

Carolyn vaciló durante unos segundos, luego asintió rápidamente con la cabeza.

– Sí, me temo que así es. -Apretó las manos de Emily. -No sabes cuánto me alegro de que hayas vuelto. Jamás había necesitado tanto hablar con alguien.

– ¿Y para que están Sarah y Julianne? ¿Y Daniel?

Carolyn negó con la cabeza.

– No quiero contarle a Sarah nada que pueda disgustarla en las últimas semanas de embarazo. Y Julianne parece tan feliz… que no he tenido valor para decírselo. En lo que respecta a Daniel… -Sacudió la cabeza. -No soy capaz de contárselo todavía.

– ¿Decirle qué? -Emily apretó la mano de Carolyn. -¿Qué diablos te pasa? Me estás asustando.

Para consternación de Carolyn, se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Me temo que estoy… enferma.

A Emily se le cayó el alma a los pies. No sabía qué esperaba… quizás una mala noticia con respecto a algún familiar de Daniel, o de un amigo, o tal vez una discusión de pareja que hubiera disgustado profundamente a su amiga. Pero desde luego no había esperado eso.

– ¿Enferma? -repitió, aunque la palabra le sonó distante, como si la hubiera pronunciado otra persona, muy lejos de allí. Recorrió a Carolyn rápidamente con la mirada. Era evidente que su amiga había perdido peso. -¿Has ido a ver a un médico?

Carolyn asintió con la cabeza.

– Visité a uno hace seis semanas…

– ¿Seis semanas? Pero ¿cuánto tiempo hace que te sientes así?

– Cerca de dos meses.

Dos meses. La culpa y el miedo inundaron a Emily. Mientras ella perdía el tiempo en el campo, escribiendo su relato, Carolyn había sufrido. Sola.

– ¿Por qué no me escribiste? Habría regresado a Londres de inmediato.

– No podías hacer nada.

– Habría estado contigo -dijo Emily con voz queda y cargada de emoción. -Lamento tanto no haber estado aquí… Pero ahora sí estoy. Cuéntamelo todo. ¿Qué te pasa?

– N-no estoy segura de cuál es el problema, ni tampoco el médico. Pero me temo que el resultado es desolador.

El tono triste de Carolyn rompió el corazón de Emily.

– ¿Por qué? ¿Qué síntomas tienes? Lo más probable es que sólo sea una dispepsia o…

Carolyn negó con la cabeza.

– Es mucho más que un malestar de estómago. Tengo dolores de cabeza. Terribles dolores de cabeza. Y no logro deshacerme de esta tos. Algunas veces tengo escalofríos y fiebre y me he desmayado al menos media docena de veces durante el último mes.

A Emily volvió a caérsele el alma a los pies. Aquello pintaba… mal.

– ¿Y el médico no te dijo a qué podía ser debido?

– No. Me dijo que jamás había visto todos estos síntomas juntos. Me prescribió un tónico y láudano para los dolores de cabeza, pero los dos me provocaron unas náuseas horribles y dejé de tomarlos.

– Has dicho que no se lo has contado a Daniel pero, evidentemente, sabe que te pasa algo. Puede que hayas podido ocultarle los dolores de cabeza, pero ¿los desmayos? Estás mucho más delgada. Y no me cabe duda de que está muy preocupado por ti.

– Sabe que he estado enferma y está muy preocupado por ello. Sin embargo, desconoce casi todos mis síntomas. Sólo tiene constancia de que me haya desmayado una vez. -Carolyn respiró hondo, luego dijo: -Emily… puede que el médico nunca haya visto antes todos estos síntomas juntos, pero yo sí.

– Ante la mirada inquisitiva de Emily, Carolyn susurró: -Edward.

El nombre del primer marido de Carolyn flotó entre ellas como un toque de difuntos. Antes de que Emily pudiera decir algo, Carolyn continuó:

– Varias semanas antes de morir, Edward sufrió terribles dolores de cabeza acompañados de una tos molesta. También tuvo náuseas, perdió peso y se desmayó un montón de veces. Al cabo de unas semanas estaba muerto.

Santo Dios, Emily recordaba muy bien la rapidez con la que el joven, antaño robusto, se debilitó. Cómo aquel rápido deterioro había desconcertado a su médico. Lo trágica que fue su muerte con tan sólo veintiocho años. Y qué terriblemente afligida se quedó Carolyn.

– El mes pasado escribí en secreto al antiguo médico de Edward, que ahora vive en Surrey, y se lo conté todo. Recibí su respuesta esta mañana…

La voz de Carolyn se desvaneció, y Emily la instó a continuar:

– ¿Y…? ¿Qué te decía?

Carolyn exhaló brevemente. Intentó sonreír, pero sólo le temblaron los labios.

– Aunque me dio el nombre de otro médico que tiene su consulta en Harley Street para que le hiciera una visita, el tono de la carta era desesperanzador. Convenía conmigo en que mis síntomas eran muy similares a los de Edward, y me aconsejaba que pusiera mis asuntos en orden. Que esperara lo mejor, pero también lo peor.

– No. -Emily negó enérgicamente con la cabeza. -No… -repitió con un susurro furioso. -Eres joven y saludable, y superarás esto, ya lo verás. Me niego a creer otra cosa. Me niego a creer que tienes la misma enfermedad que acabó con la vida de Edward. ¿Te has puesto en contacto con el médico de Harley Street?

– Todavía no.

– Entonces será lo primero que hagas mañana. -Apretó la mano de Carolyn. -Y tienes que decírselo a Daniel.

– Se quedará destrozado. Tan destrozado como yo. -A Carolyn le temblaron los labios. -Apenas acabamos de empezar nuestra vida juntos y ahora…

– Y ahora vamos a concentrarnos en averiguar qué es lo que padeces y cómo curarte -dijo Emily con ferocidad, intentando infundir su pasión y su fuerza a Carolyn por pura fuerza de voluntad. -Sabes que Daniel hará todo lo que esté en su mano para ayudarte. Igual que yo. Así como Sarah y Julianne.

Carolyn sacudió la cabeza.

– Sé que tengo que decírselo a Daniel, que no puedo seguir ocultándoselo por más tiempo, pero me niego a darle tal noticia a Sarah antes de que dé a luz.

– Pero, sin duda, Julianne y ella sospechan que pasa algo.

– Les dije lo mismo que le he dicho a Daniel. Que he pillado un buen resfriado y que sufro de dispepsia, lo que, según el primer médico que me examinó, es cierto.

– Pero crees que es algo más que eso, ¿no?

– Me temo que sí.

– No puedes engañar a la gente que te quiere, Carolyn, no por tiempo indefinido. En cuanto te he visto hoy, he sabido que te pasaba algo, y me he prometido a mí misma que lo descubriría incluso aunque tuviera que sacarte la verdad a la fuerza. Sé que intentas ser noble y ahorrarnos dolor, pero nos necesitas. Igual que nosotros te necesitamos a ti. Queremos ayudarte. Y debes permitirnos que lo hagamos. Juntos podremos vencer cualquier adversidad.

– Si el amor pudiera salvar vidas, curar enfermedades, créeme, Edward estaría vivo.

– No sabes si tienes la misma enfermedad que Edward -insistió Emily. -Por ejemplo, tía Agatha se ha desmayado al menos tres veces a la semana durante las dos últimas décadas, y tiene la salud de un roble.

Carolyn esbozó una trémula sonrisa.

– Pero tu tía Agatha siempre se las arregla para desmayarse sobre sillas y sofás.

– Es una suerte que tengamos tantos, pues no hace otra cosa que desmayarse. Carolyn, no debes perder la esperanza.

– No lo he hecho. Es sólo… que me he sentido muy mal y he preferido no preocupar a nadie.

– Bien, pero tienes que olvidarte de eso -dijo Emily con acritud. -La gente que te ama tiene derecho a preocuparse por ti. -Le dirigió a Carolyn su mirada más severa, la que siempre conseguía que sus hermanos abrieran los ojos como platos al saber que se habían pasado de la raya y que muy pronto iban a pagar las consecuencias. -No me hagas enfadar, señorita.

Carolyn soltó una risita llorosa, luego, Emily le dio un fuerte abrazo. Permanecieron abrazadas durante un minuto antes de soltarse.

– Gracias… lo necesitaba -dijo Carolyn, con los brazos todavía en torno a la cintura de Emily. A Emily se le oprimió el corazón.

– Puede que hayas estado sola hasta ahora, pero ya no. Me tienes aquí. Y también a Daniel. Debes decírselo ya. Carolyn asintió.

– Sí. Lo haré. Después de la fiesta de esta noche.

– Idos a casa -la instó Emily. -Díselo ya. Te sentirás mejor después de que lo hagas.

– En realidad, ya me siento mejor. Desde luego, mucho mejor que cuando llegué. Hablar contigo me ha levantado el ánimo.

– Aun así, creo que deberías irte a casa.

Carolyn negó con la cabeza.

– No. De verdad que me siento bien, y te agradezco tener algo más que hacer aparte de preocuparme. Quiero interpretar mi papel de testigo en la aparición del vampiro.

Emily parpadeó. Santo Cielo, se había olvidado por completo de eso. Sus problemas eran insignificantes comparados con los de Carolyn. A pesar de las valientes palabras de su amiga, Emily estaba muy preocupada por ella, aunque jamás se lo demostraría. No, sería la voz alegre y optimista que Carolyn necesitaba.

Y rezaría como nunca lo había hecho antes.

Carolyn sacó un pañuelo de su ridículo y se enjugó los ojos.

– ¿Parece que he llorado?

– No. Estás preciosa. -Y pálida, aunque no tanto como antes. Y demasiado delgada. Y muy frágil. -Siempre estás guapísima. Y yo, ¿estoy hecha un desastre?

Carolyn dejó escapar una risita.

– Estás espectacular. Como siempre. La mujer más radiante de la fiesta.

– Lo dices porque eres mi amiga.

– Eso no hace que sea menos cierto. Y hablando de espectacular, tengo que decirte que he estado pensando en tu difícil situación.

Una oleada de puro amor golpeó a Emily, y tuvo que parpadear para contener las lágrimas. Carolyn había dejado a un lado sus propios problemas para resolver los de ella.

– No estoy segura de si espectacular es la mejor palabra para describir mi problema -dijo Emily, forzando una sonrisa y una risita.

– Me refiero a Logan Jennsen.

Emily se quedó paralizada. El nombre pareció vibrar en el aire entre ellas. De una manera tan inquietante que la puso ridículamente nerviosa.

– ¿Perdón?

– Logan Jennsen.

– ¿Crees que es espectacular? -Una punzada de algo parecido a los celos, aunque por supuesto no lo era, atravesó a Emily.

– En realidad sí. De hecho, creo que él es la solución perfecta a tu problema.

Emily esbozó una mueca de desagrado como si hubiera mordido un limón.

– Si no me equivoco, el señor Jennsen posee empresas navieras, no una editorial. No creo que él tenga ningún interés en publicar mi historia.

– Estoy de acuerdo, aunque dadas sus vastas propiedades, no me extrañaría nada que también fuera dueño de una editorial. Quiero decir que es rico. Muy rico. -La tranquila mirada de Carolyn taladró la de Emily. -Y está soltero.

Emily sintió que se quedaba boquiabierta. Si hubiera podido hacer algún movimiento, habría bajado la mirada para ver si se le había caído la mandíbula al suelo. Se quedó totalmente helada, lo que era extraño, teniendo en cuenta la llamarada ardiente que le recorrió la sangre mientras intentaba recuperar la voz.

– No puedes estar diciendo lo que creo que estás diciendo.

– Bueno, por lo menos has dejado de mirarme como si yo fuera de cristal y estuviera a punto de romperme.

– Tienes razón. Ahora te miro como si fueras una lunática.

– Te aseguro que no lo soy. Piénsalo, Emily. Es muy guapo…

– Es un grosero.

– Atractivo.

– Los he visto mejores.

– Es probable que sea el hombre más rico de Inglaterra. Contra eso no podía decir nada. -Y no se opone al matrimonio -añadió Carolyn. -Pero yo sí me opongo.

– Si tu plan fracasa, tendrás que casarte. Y pronto.

– Por eso estoy resuelta a no fracasar. -Casarse con Logan Jennsen. Santo Dios, ¡qué idea tan ridícula! ¡Ja! Sólo de pensar en ello sentía ganas de reírse a carcajadas. ¡Ja, y ja! Y, desde luego, esos extraños cosquilleos que la atravesaban de los pies a la cabeza no podían ser otra cosa que las vibraciones de su risa interior.

– De hecho -continuó Emily, -es hora de que ponga mi plan en marcha. -Era un poco más temprano de lo que había pensado en un principio, pero cuanto antes acabara con todo aquello, antes podría irse Carolyn. -Vamos a charlar con esas damas y luego me excusaré. Deja pasar cinco minutos, mira hacia las ventanas de la terraza. -Apretó las manos de Carolyn. -¿Estás segura de que te sientes con fuerzas para hacer esto?

– Sí. ¿Estás segura de que todavía quieres hacerlo?

– Por supuesto. -Sonrió mirando a Carolyn a los ojos, negándose a fijarse en las sombras violetas que tenía debajo. -Todo saldrá bien, Carolyn.

Le rogó a Dios no equivocarse.

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