Una cruda necesidad apareció en sus ojos,
haciendo brillar aquellas humeantes profundidades de color ébano.
Me agarró por los hombros y me estrechó con fuerza contra su cuerpo duro.
– Eres mía -susurró con cálida fiereza contra mis labios.
No pude negarlo. Era suya. Pero él también era mío.
Y no iba a dejar que lo olvidara…
El beso de lady Vampiro,
Anónimo
Logan llegó a la residencia de lord Teller en Park Lañe con la firme intención de encontrar en la fiesta a una mujer que le ayudara a olvidar aquel agitado día y a cierta dama en la que se negaba a seguir pensando. Bajó del carruaje y se dirigió hacia la entrada, pero a medio camino sintió que un escalofrío le recorría la espalda; un escalofrío que no tenía nada que ver con el aire frío de la noche. Se detuvo y se giró con rapidez, escudriñando la zona. Alguien le observaba. Lo sabía. Podía sentirlo en las entrañas.
Deslizó la mirada por la multitud de elegantes carruajes que estaban alineados a lo largo de Park Lañe de donde estaban descendiendo los invitados a la fiesta. ¿Lo estarían observando desde uno de ellos? ¿O sería desde el otro lado de la calle donde los frondosos setos y los altos árboles de Hyde Park ofrecían un montón de escondites para quien no deseaba ser visto?
Logan escrutó la oscuridad pero no pudo detectar nada extraño. Y, aun así, su instinto seguía estando en guardia. Después de una última mirada continuó su camino hacia la residencia de lord Teller, tomando nota mental de ponerse en contacto con Gideon a la mañana siguiente. Tenía que decirle al detective que estaba seguro de que lo habían estado espiando de nuevo. Además, informaría a Adam de sus sospechas, para que su eficiente y observador hombre de confianza estuviera pendiente de cualquier cosa extraña que pasara a su alrededor. Logan tenía un mal presentimiento. Intuía que lo que había destruido su barco, acabando con la vida de dos de sus hombres, no fue un accidente ni un acto fortuito.
Apretó los labios en una línea sombría. Puede que quienquiera que le estuviera observando se diera a conocer esa noche. De ser así, lo estaría esperando. Mientras tanto actuaría con normalidad, como si no sospechase nada extraño. Disfrutaría de la fiesta. Encontraría a una mujer cálida y dispuesta, y no pensaría en «cierta dama en la que se negaba a seguir pensando».
Después de entregar el abrigo y el sombrero al mayordomo, Logan entró en el salón de lady Teller y se detuvo en seco como si hubiera chocado contra una pared. Maldita sea, ¿cuántas probabilidades había de que, en una habitación llena de mujeres, a la primera que viera fuera a «ella»?
Lady Emily estaba junto a las ventanas que daban a la terraza charlando con Carolyn y otras damas. Los ojos de Logan -que parecían haber desarrollado voluntad propia -la recorrieron de arriba abajo con una avidez que le resultaba irritante. Los brillantes tirabuzones que le caían sobre la espalda estaban adornados con gemas entrelazadas que centelleaban bajo la luz de las velas. El vestido de color verde esmeralda dejaba a la vista una tentadora porción de piel cremosa, piel que él sabía que era sedosa. El corpiño tenía un poco de escote, y Logan tuvo que contener un gemido al recordar la sensación de esos senos plenos presionando contra su torso.
Incluso desde el otro lado de la estancia podía ver el brillo pícaro en los ojos de la joven, que reflejaban el mismo color esmeralda del vestido.
Maldición, lady Emily estaba radiante. Espectacular. Conseguía que todo lo que la rodeaba adquiriera un anodino tono gris. Cerró los puños con fuerza y apretó los labios en un inútil esfuerzo por contener el abrumador deseo de hundir los dedos entre sus brillantes cabellos y deslizar la boca por aquella suave garganta… por aquella piel sedosa que él sabía que olía de manera deliciosa. Clavó la vista en la garganta desnuda de la joven y al instante su mente conjuró una imagen de un collar de esmeraldas adornando aquella piel marfileña. Sí… un collar de esmeraldas y… nada más. Salvo las manos y la boca de Logan.
La mirada del americano regresó a los exuberantes labios de Emily, que en ese momento esbozaban una amplia sonrisa. Esa sonrisa que ofrecía de buen grado a los demás, pero que jamás se había dignado a brindarle a él. Como si quisiera demostrar que estaba en lo cierto, la sonrisa de la joven se desvaneció en cuanto sus miradas se encontraron.
Maldita sea, ya era suficientemente malo haberse quedado mirándola, pero que lo pillara haciéndolo lo irritaba sobremanera. Cualquier rastro de picardía abandonó los ojos de lady Emily, y en su lugar apareció una expresión de desolación absoluta que él no había visto antes. Aquella mirada desolada le dejó aturdido y le llegó al corazón de una manera totalmente inesperada. Emily siempre había sido una joven alegre y vivaz. Incluso cuando le fulminaba con la mirada. Fuera lo que fuese lo que había provocado esa mirada sombría, debía de haber sucedido hacía poco tiempo, pues él no había detectado aquellas señales de infelicidad por la tarde. ¿Qué le habría sucedido para que sintiera tal tristeza?
Se vio inundado por una oleada de preocupación y, antes de que pudiera pensárselo dos veces, se dirigió directamente hacia ella. Deseando, necesitando, por razones que no podía comprender, ofrecerle algún tipo de consuelo o de ayuda.
Sin embargo, en el mismo instante en que él comenzó a moverse, ella parpadeó y su expresión se aclaró. Logan se detuvo y durante varios largos segundos se quedaron mirando fijamente el uno al otro. Luego, antes de que él pudiera desviar la vista, ella volvió a prestar atención a sus amigas sin ni siquiera parpadear para reconocer su presencia.
Una extraña sensación a la que no podía dar nombre atravesó a Logan. Sin duda no era dolor. A Logan no le importaba si ella reconocía su presencia o no. Y, desde luego, tampoco podían ser celos. ¿Qué importaba que ella le sonriera a todos menos a él? Claramente, aquello era el fastidio que sentía por que lo hubiera pillado mirándola. Y por qué se hubiera comportado como un tonto al imaginar que ella agradecería su ayuda por lo que fuera que la estuviese preocupando. Si es que realmente había algo que le preocupara. Lo más probable era que el desasosiego de lady Emily se debiera a alguna crisis, como haber perdido un pendiente o que se le hubiera manchado el vestido.
Bien, Logan no tenía por qué preocuparse de que lo pillara mirándola de nuevo. No tenía intención de volver a mirarla durante el resto de la noche, así que cogió una copa de champán -que no tenía ningún deseo de tomar -de la bandeja que un lacayo le tendía y centró su atención en el resto de la gente. Observó que no era el único hombre que miraba a lady Emily. Un joven rubio que estaba parado cerca de las puertas que conducían a la terraza la miraba como si estuviera imaginando qué prenda quería quitarle primero.
Logan arqueó las cejas mientras intentaba recordar el nombre del hombre. Le recordaba algo desagradable… algo que tenía un sabor espantoso. Ah, sí, ahora lo recordaba. Aceite de ricino [1]. El nombre de aquel bastardo que se comía con los ojos a lady Emily era lord Kaster. Logan tuvo el repentino deseo de estrellar el puño contra los globos oculares de aquel cretino. Y de meter su perfectamente peinada cabeza rubia en la ponchera. Justo entonces, otro hombre reclamó la atención de Kaster y el muy bastardo tuvo que hacer un evidente esfuerzo para apartar la mirada de la joven.
Sintiéndose como un gato enfurecido, Logan volvió a pasear la vista por los invitados. Parecía como si todo Londres hubiera acudido a la fiesta. Jamás dejaba de sorprenderle la multitud de personas que asistía a esas veladas. Para él no eran más que una oportunidad de hacer negocios, no un disfrute social; no le gustaban las multitudes. Esa noche había considerado seriamente quedarse en casa. Todavía le afligían las visitas que había hecho a los hombres heridos en el incendio de El Marinero y la reunión con Velma Whitaker y su hija Lara… Maldita sea, jamás olvidaría el rostro devastado y manchado de lágrimas de la mujer ni el de la niña que lo miró con unos ojos enormes mientras se aferraba a las faldas de su madre y le dijo con voz temblorosa: «Papá nunca volverá a casa.»
Pensaba ocuparse de que no les faltara de nada, pero como él sabía demasiado bien, el dinero no podía reemplazar a las personas ni podía curar los corazones rotos. Ni podía borrar la imagen de esa niña huérfana de su mente. Por ese motivo decidió acudir finalmente a la fiesta; si se hubiera quedado en casa, se habría sentado en un sillón sin hacer otra cosa que recordar algo que quería olvidar. Algo en lo que no le gustaba pensar.
La soledad.
Había estado solo durante años, y ya estaba cansado. Ya no quería estar solo. En especial esa noche.
Esa bulliciosa fiesta abarrotada de gente satisfacía plenamente sus propósitos. Cuantos más invitados, más mujeres entre las que poder elegir.
Clavó la mirada en una hermosa rubia que había cerca de la ponchera. Ah, sí, Celeste Melton, lady Hombly. Una viuda cuyo anciano marido había muerto convenientemente dos años antes tras un breve matrimonio, dejándole a ella el título de condesa y mucho dinero del que disfrutar. La joven, acompañada de su abogado, le había visitado unos meses antes para pedirle consejo financiero. Él le aconsejó que no invirtiera en los fondos que ella había estado considerando y sí en una de sus empresas navieras. La condesa aceptó la sugerencia y además le había dejado bien claro que estaba interesada en algo más que en aquellas inversiones. Aunque Logan no podía negar la belleza de la mujer, de un físico perfecto, ésta no lograba encender ni una chispa de pasión en él, como le ocurría con la mayoría de las mujeres de belleza perfecta.
Esa noche, sin embargo, valdría para sus propósitos. El hecho de que lady Hombly tuviera el cabello rubio pálido y los ojos azul claro -justo lo contrario a «cierta dama en la que se negaba a seguir pensando»-y esto la hiciera todavía más perfecta, no tenía importancia.
Estaba a punto de dirigirse hacia ella cuando le detuvo una voz a su lado.
– Algo, o mejor dicho alguien, parece haber captado tu atención por completo, Jennsen.
Logan se dio la vuelta y se encontró con la mirada especulativa de Daniel Sutton. No podía negar que el conde no le había caído especialmente bien cuando lo había conocido en una fiesta campestre en la casa de campo del mejor amigo de Daniel, y ahora cuñado, Matthew Devenport, lord Langston. Pero durante los últimos diez meses la opinión de Logan sobre Daniel había cambiado y ahora sentía un profundo respeto por quien había llegado a considerar un buen amigo, tal y como había ocurrido con Matthew, algo sorprendente si tenía en cuenta que no sentía demasiado aprecio por los miembros de la aristocracia británica. Los títulos no significaban nada para Logan, ni tampoco las haciendas que llevaban aparejadas. Eran como cadenas que esclavizaban a los hombres de su clase para que se casaran y procrearan a fin de ceder dichas cadenas esclavizantes al pobre e ingenuo varón de la siguiente generación que tendría que cargar con ellas lo quisiera o no.
De repente se le ocurrió que si contaba a Daniel, Matthew y Gideon, tenía más amigos de los que había tenido nunca. Por supuesto, nadie en Inglaterra conocía su pasado. Sólo sabían lo que era ahora: un hombre rico y con éxito. Nadie sabía cómo llegó a estar donde estaba. Las cosas que dijo o hizo. Y tenía intención de que siguiera siendo así.
Dado todo lo que poseía, la envidia era una emoción que rara vez sentía, pero eso era lo que le inspiraban sus amigos. En menos de un año todos se habían casado con mujeres que adoraban y que los amaban con todo su corazón. Aunque Logan era un hombre afortunado en el mundo de las finanzas, carecía de la misma suerte a la hora de encontrar a una mujer con la que compartir su vida. Se alegraba por sus amigos, por supuesto, pero la satisfacción y la felicidad que veía en ellos sólo servían para recordarle que, a pesar de toda su riqueza y posesiones materiales, no tenía a nadie con quien compartirlas. Debería ser feliz, pero una vaga sensación de descontento se había ido apoderando poco a poco de él, una sensación que no podía negar por más tiempo. Solía gustarle estar solo, le gustaba la soledad, pero ahora se sentía demasiado solitario.
– Está preciosa esta noche -dijo Daniel, -pero claro, siempre lo está.
– ¿Quién? -preguntó Logan.
– El objeto de tu atención.
Logan trató de recordar qué llevaba puesto lady Hombly pero no pudo. Miró hacia donde ella se encontraba, pero ya no estaba allí.
– Eh… sí. Está preciosa.
– Admito que me sorprende un poco, dada tu insistencia en que no te interesan las radiantes damas de la sociedad, pero alabo tu buen gusto. Además, es tan hermosa por dentro como por fuera, algo que no es muy común.
Logan se preguntó si lady Hombly y Daniel habrían sido amantes antes de que éste se casara.
– ¿La conoces bien?
Daniel lo miró con una expresión que sugería que le había crecido otra cabeza. Luego bajó la mirada a la copa todavía intacta de Logan.
– ¿Estás bebido?
– No.
– Logan miró la copa con el líquido ambarino que Daniel sostenía.
– ¿Y tú?
– Claro que no.
– ¿Por qué demonios piensas que yo lo estoy?
– Porque sabes de sobra que la conozco muy bien.
Una vibrante risa femenina captó la atención de Logan y su mirada se desplazó sin que él lo quisiera hacia las ventanas de la terraza. Lady Emily seguía estando con el mismo grupo de mujeres pero ahora había varios hombres entre ellas, uno de los cuales era lord Kaster. Y ella seguía estando espectacular. Maldita sea.
– Es una de las mejores amigas de Carolyn.
La voz de Daniel lo arrancó bruscamente de sus pensamientos, y se obligó a prestar atención a su amigo.
– No sabía que tu mujer y lady Hombly fueran buenas amigas.
Daniel arqueó las cejas.
– No creo que lo sean.
– ¿Entonces por qué has dicho que es una de las mejores amigas de Carolyn?
– Me refería a lady Emily, no a lady Hombly.
A Logan casi se le cayó la copa de champán.
– ¿Y qué tiene que ver lady Emily en todo esto?
– Porque es a ella a quien te has quedado mirando tan fijamente.
Un ardor culpable atravesó el cuerpo de Logan.
– Te aseguro que no lo he hecho. Daniel arqueó las cejas con rapidez. Luego parpadeó.
– Dios mío, hombre, ¿te has… sonrojado?
– Por supuesto que no. Es sólo que aquí dentro hace demasiado calor.
Daniel lo estudió durante unos segundos, luego sonrió ampliamente.
– Estás mintiendo. «¿Y qué esperabas?»
– No, no miento.
– Estabas mirando a Emily como si fuera un cofre lleno de monedas de oro y tú fueras el pirata que pensaba robarlo.
«Muy buena comparación.»
– Eso es ridículo. Menuda imaginación tienes.
– Sé lo que he visto, Jennsen. Soy un hombre muy observador.
– Más bien eres como un grano en el culo.
– Sigues sonrojado.
– Aquel maldito caradura tenía el valor de seguir sonriendo ampliamente. -Maldita sea, cómo me gustaría que Matthew y Gideon estuvieran aquí para ver esto.
Logan sólo podía agradecerle a Dios que no fuera así.
– No hay nada que ver.
– Está claro que necesitas mirarte al espejo.
– Daniel se acercó más. -¿Qué es eso? Huy, si parece que echas humo por las orejas, Jennsen.
Sin duda, porque se sentía como un volcán a punto de estallar.
– Sinceramente, no sé de qué estás hablando. -Fingió mirar a su alrededor. -¿Dónde se ha metido tu mujer? Sin duda te estará echando de menos.
Algo titiló en los ojos de Daniel tan brevemente que Logan se preguntó si se lo habría imaginado. Antes de que pudiera decidirse, Daniel le respondió:
– Me reuniré con ella dentro de un momento.
– No te entretengas por mí-masculló Logan.
Daniel tomó un sorbo de su bebida y miró a Logan por encima del borde de la copa.
– ¿Quieres mi opinión?
– No.
– Dejando a un lado el hecho de que eres americano -continuó Daniel como si Logan no hubiera hablado, -creo que Emily y tú sois perfectos el uno para el otro.
Tras varios segundos en los que Logan sólo se lo quedó mirando, una extraña sensación, que no podía ser más que incredulidad, lo atravesó.
– Creo que te has vuelto loco.
– Y yo creo que los árboles no te dejan ver el bosque.
– Querrás decir que el bosque no me deja ver los árboles.
Daniel miró al techo.
– Desde luego, los coloniales habláis de una manera… bueno, no importa. Lo que importa es que estés de acuerdo conmigo.
– Yo no he dicho que esté de acuerdo.
– Porque Emily es una joven excepcional. Hermosa, educada y descendiente de una distinguida familia. Y por si eso fuera poco, también es inteligente, divertida y amable.
Algo que se parecía demasiado a los celos atravesó a Logan ante las alabanzas de Daniel a las virtudes de lady Emily.
– ¿Amable? -repitió con un incrédulo tono burlón. -Cuando sea amable conmigo, entonces lo creeré. No es precisamente un secreto el hecho de que me considera un ser repugnante.
– Sin duda alguna tienes la suficiente experiencia con las mujeres como para saber que lo que dicen y lo que sienten no suele ser lo mismo en la mayoría de los casos.
La mano con la que Logan sostenía la copa de champán se detuvo a medio camino de su boca, y frunció el ceño. Sí, sabía que eso era cierto. Pero nunca había considerado que ése pudiera ser el caso de lady Emily. Ni por asomo.
– Si es tan condenadamente maravillosa, ¿por qué no la elegiste a ella? -preguntó Logan, después de tomar un sorbo de la burbujeante bebida.
– Si el destino hubiera obrado de manera diferente, quizá lo hubiera hecho. Pero resultó que me enamoré de Carolyn la primera vez que la vi.
– Te aseguro que a mí no me ha pasado nada de eso con lady Emily.
– Quizá no al principio, pero he visto las chispas que saltan entre vosotros. Las vi en la boda de Gideon y también hace unos minutos en esta misma habitación.
Logan se rio.
– De haber saltado chispas entre nosotros, te aseguro que habría sido como consecuencia de una irritación extrema.
– No importa. Cualquier tipo de chispa puede encender un fuego, amigo mío. ¿Te gustaría oír qué más pienso?
– No. ¿Te gustaría acabar con un ojo morado? -preguntó Logan con fingida amabilidad mientras apretaba los dientes. -Porque me encantaría poder complacerte.
Daniel echó la cabeza hacia atrás y rio.
– Oh, cómo sois los coloniales. Tan poco civilizados que resolvéis las cosas a puñetazos.
– Sí, a diferencia de los civilizados aristócratas con vuestros duelos de pistola.
– Por supuesto. Además de batirnos en duelo, nosotros los británicos disfrutamos haciendo apuestas. Supongo que recordarás la apuesta que hicimos hace ya unos meses, ¿no?
Una sonrisa curvó los labios de Logan.
– Oh, sí. Disfruté mucho cobrándome las cincuenta libras que perdiste cuando te enamoraste de una joven aristócrata.
Daniel asintió con la cabeza.
– Es cierto. No obstante, me refería a otra apuesta. La que vamos a hacer ahora mismo. Sobre si tú también acabarás enamorado de una joven aristócrata. -Daniel sonrió con arrogancia, y se frotó las manos. -Por la manera en que mirabas a Emily antes, creo que no tardaré en recuperar mis cincuenta libras.
Logan negó con la cabeza.
– Estás, como decís los británicos, chiflado. No, más bien estas como una verdadera cabra. ¿Enamorarme yo? ¿De esa florecilla altiva? Por Dios, me va a dar un ataque de risa.
– Eso es lo que te gustaría creer. ¿Significa eso que estarías dispuesto a subir nuestra apuesta a cien libras?
– Por supuesto. -Logan meneó la cabeza. -No entiendo cómo puedes estar aquí disfrutando de la fiesta en vez de estar encerrado en la celda en un manicomio.
– Me dejan salir por las noches -dijo Daniel con ligereza.
Logan notó que la sonrisa no le llegaba a los ojos.
– Que sean doscientas libras.
– Hecho. Será un placer para mí desplumarte.
– El placer será mío.
Daniel negó con la cabeza.
– Ni hablar. He visto cómo la mirabas. Y cómo te miraba ella. -Se rio entre dientes. -Oh, esto va a ser muy divertido. Buena suerte, amigo mío. Ahora te dejo tranquilo. Por mi parte, haré una lista de las cosas que pienso comprar con esas doscientas libras.
Después de darle a Logan una fuerte palmada en la espalda, Daniel se marchó.
Malditos e irritantes británicos. ¿De veras había pensado que ese hombre le caía bien? ¿Y qué había querido decir Daniel con eso de que había visto cómo lady Emily lo miraba? Incluso mientras se decía a sí mismo que no lo hiciera, Logan se volvió hacia las ventanas de la terraza, buscando a la dama en cuestión con la vista, sólo para observar que ella ya no estaba en ese grupo. Escudriñó la estancia con rapidez y la vio cruzar el pasaje abovedado que daba al pasillo. La observó detenerse y mirar a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que no la veía nadie. Luego, Emily continuó su camino, con un aire tan inocente que Logan casi pudo ver un halo de santidad rodeándole la cabeza.
Pero lo que sin duda había visto era ese pícaro brillo en sus ojos.
Logan entrecerró los ojos mientras ella se escabullía por el pasillo. Y la misma pregunta que se hacía con frecuencia apareció en su mente.
«¿Qué demonios estaba tramando Emily?»
No lo sabía, pero tenía intención de averiguarlo.
Vestida con la capa, la máscara y los colmillos, y los falsos tirabuzones rubios colgándole sobre los hombros, Emily permanecía en las sombras tras la ventana de la terraza, inspirando profundamente para intentar tranquilizarse. Una ráfaga de viento helado agitó los voluminosos pliegues de la capa negra y removió algunos copos de nieve. Emily no estuvo segura de si el escalofrío que la atravesó era de frío, de anticipación o de aprensión. A pesar de ser una mujer de espíritu intrépido, en ese momento estaba muerta de preocupación. No podía fallar. Había demasiadas cosas en juego: la reputación de su familia y su futuro financiero, así como su propia felicidad. Aunque sabía que corría demasiados riesgos, eso era lo que debía hacer. Lo único que podía hacer.
Una vez más repasó mentalmente su plan y luego asintió con determinación. Funcionaría. No podía ser de otra manera. No podía fallar. Y como mucho a la semana siguiente, todos sus problemas se habrían solucionado.
Emily metió la mano en el bolsillo de la capa y sacó un frasquito lleno de sangre de pollo que había sustraído de la cocina de su casa esa misma tarde. Sin embargo, cuando intentó quitar el tapón de corcho, se le rompió. ¡Maldita sea! No podía perder el tiempo.
Intentó quitar el corcho roto, y cuando fracasó, lo presionó para meterlo dentro del frasquito, pero eso tampoco funcionó. Alzó la vista y vio que Carolyn lanzaba miradas ansiosas hacia la ventana. Dándose cuenta de que no podía perder más tiempo, volvió a guardar el frasquito en el bolsillo.
Había llegado el momento de que comenzara la función. «Todo saldrá bien.»
Con ese mantra resonando en su mente, se acercó a las ventanas de la terraza. Carolyn seguía junto al grupo de mujeres que Emily acababa de abandonar. Observó a lady Redmond, a lady Calven y a la señora Norris, tres de las más célebres cotillas de la sociedad, y se felicitó para sus adentros. Como extra, también lord Kaster estaba en el grupo. Tener a un caballero de testigo sólo podría beneficiarla. Excelente. Todo estaba preparado.
Cuando Carolyn volvió a mirar hacia las ventanas, Emily salió de las sombras y se situó en el charco de luz que arrojaban las velas del salón de baile.
En cuanto su mirada se encontró con la de Carolyn, Emily dejó caer la capucha para revelar los tirabuzones rubios y la cara oculta tras la máscara: luego levantó los brazos y enseñó los colmillos. A través del cristal oyó el grito alarmado de Carolyn y vio cómo abría los ojos como platos por la sorpresa y el temor mientras señalaba hacia la terraza.
El grupo que rodeaba a Carolyn se giró y, al instante, se formó un gran revuelo. Emily oyó el tumulto y el inconfundible grito de «¡Un vampiro!» y vio cómo lady Redmond y lady Calvert clavaban la mirada en sus falsos colmillos, moviendo los labios con tal rapidez que parecían borrosos. La señora Norris tenía la boca abierta y parecía una carpa, igual que lord Kaster. Las dos damas que había cerca del grupo se desplomaron en el suelo, y una multitud de gente corrió hacia las ventanas.
Con el corazón rebosante de alegría por el éxito obtenido, Emily volvió a ponerse la capucha y huyó velozmente hacia las sombras. En cuanto salió del charco de luz, se subió las faldas y echó a correr de vuelta a la biblioteca.
«¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho!» Las palabras retumbaban en su mente mientras corría. ¡¡Lo he…!!
Puff. Algo tiró con fuerza de la espalda de la joven haciéndola caer al suelo. Sorprendida, Emily sacudió la cabeza, se puso en pie dispuesta a echar a correr otra vez, pero no pudo dar ni un solo paso. Miró hacia atrás, y se quedó helada. ¡Maldita sea! La capa se le había quedado enredada en un seto espinoso. Agarró la tela y tiró de ella con fuerza, pero sólo sirvió para que se enredara aún más en las espinas.
Con el corazón latiendo con tanta violencia que podía oírlo retumbar en los oídos, Emily volvió a tironear varias veces más esperando que la tela se rasgara, pero no tuvo esa suerte. Había cogido una capa gruesa que la protegiera del frío, pero en ningún momento se le había ocurrido pensar que eso pudiera ser su perdición. Dio un último y desesperado tirón, pero la prenda se negó a soltarse. La joven podía oír voces de hombres gritando, y fue presa del pánico. Caerían sobre ella en cuestión de minutos.
El miedo desentumeció sus dedos y se desabrochó la capa con rapidez. Tan pronto como consiguió liberarse de ella, oyó cómo las puertas de la terraza se abrían de golpe y que aquellas furiosas voces masculinas llenaban la noche.
– ¿De veras creéis que era un vampiro?
– En todo caso, una mujer vampiro…
– Deberíamos perseguirla…
– Sería mejor que avisáramos a las autoridades…
– No voy a arriesgarme a que me muerda…
– Os digo que era el demonio.
Santo Dios. Emily continuó su loca carrera en dirección a la puertaventana de la biblioteca. Rezando para que nadie la viera, entró en la estancia poco iluminada y cerró los paneles de vidrio a su espalda.
Acababa de correr las pesadas cortinas de terciopelo cuando oyó una voz de hombre que gritaba:
– ¡Una capa! ¡He encontrado la capa del vampiro! -Después de varios segundos de silencio, la misma voz añadió: -Hay algo en el bolsillo… Es un frasquito de cristal… Oh, Dios mío, parece sangre…
– Ha debido de huir por el parque -dijo otra voz. -¡Vamos! -Unos segundos después, oyó sonidos de pisadas que se desvanecieron enseguida.
Llevándose la mano al pecho, respiró hondo varias veces y apretó los párpados con fuerza. Santo Dios, se había librado por los pelos. Casi la habían pillado. Todos sus elaborados planes habían estado a punto de echarse a perder. Y se había quedado sin la capa.
Llena de frustración y todavía temblando, se quitó la máscara y los colmillos. De cualquier modo, tenía que reconocer que por debajo de toda aquella frustración, sentía cómo cosquilleaba una burbuja de júbilo. Aunque las cosas no habían salido tal y como las había planeado, al menos la gente la había visto y creía que era una mujer vampiro. Esperaba que la historia no tardara demasiado en extenderse como la pólvora. Y que la salvara a ella y a su familia.
Ahora, sin embargo, debía regresar a la fiesta. Bajó la mirada a la máscara de seda negra con tirabuzones rubios y los colmillos que sostenía entre las manos. ¿Dónde podía esconderlos? No se atrevía a abrir la ventana para arrojarlos a los arbustos, no fuera a ser que alguien la pillara o los encontrara. Su vestido no tenía bolsillos y no había llevado consigo el ridículo.
Eso sólo le dejaba un lugar. Con un suspiro, envolvió los colmillos en la máscara y con cuidado se metió el pequeño bulto dentro del corpiño, entre los pechos. Estaba concentrada en colocarlo de manera que los colmillos no le arañaran la piel, cuando una voz profunda y familiar sonó justo a su espalda.
– Parece haberse metido en un buen lío, lady Emily. ¿Puedo ofrecerle mi ayuda?