Capítulo 15

En el lado opuesto del pantano de Buffalo de donde vivía Brent, el barrio de Melody tenía un aire completamente diferente. Más que mansiones de ladrillo con jardines tapiados, aquí hermosas casas de estilo Victoriano pintadas en varios colores alternaban con casas de tablones de una sola planta. La mayoría de las casas había sido restaurada amorosamente como residencias privadas o convertidas en oficinas de abogados, pero algunas parecían listas para ser declaradas no habitables. Una explanada recorría el centro de la calle principal con senderos para gente que caminaba o andaba en bicicleta. Cada tanto, estatuas, glorietas, y faroles de estilo gótico con serpientes marinas que sostenían las bombillas de luz le daban un toque romántico.

– No hay nada como un barrio en transición -masculló Brent, que parecía advertir los aspectos ruinosos más que los románticos.

– A mí me parece encantador -replicó Laura, entusiasmada por la entrevista. Al ver el cartel de la calle que había estado buscando, le señaló-: Aquí debes doblar -cuando giró el Porsche a una calle lateral, ella miró sus anotaciones y señaló a una casa de tablones en el medio de la cuadra-. Es aquélla.

Por encima del cerco que rodeaba todo el jardín, por delante y por detrás, vio la casa azul zafiro con los marcos en color blanco y rubí. Sonrió encantada ante la colorida joya anidada bajo una maraña de robles, pecanas y pinos.

– Es exactamente el lugar en donde viviría una artista.

– Supongo -dijo Brent. Apenas bajaron del auto, puso la alarma del auto.

Ignorando su extraño humor, ella aspiró ávidamente. Debajo del olor a tránsito y smog, absorbió la embriagadora fragancia de las flores de una profusión de canteros en un jardín vecino. Sinsontes y urracas daban pequeños saltitos entre las ramas más altas, agregando su ruidosa algarabía a los sonidos de la gente a la distancia. A diferencia del ritmo sedado de Beason’s Ferry, aquí los sentidos estaban constantemente estimulados.

Al aproximarse a la casa, ella advirtió dos agujeros cuadrados a la altura del pecho en la verja. Antes de atinar a preguntar respecto de su función, oyó una serie de ladridos profundos seguidos por el sonido de pezuñas que rascaban frenéticamente la madera. Dos enormes cabezas de color negro y marrón aparecieron en las aberturas, provocándole una carcajada. Las lenguas les colgaban fuera de la boca y sonrieron a sus visitantes.

– Oh ¿no son preciosos? -Laura extendió una mano para acariciar una de las enormes cabezas-. Parecen gárgolas sonrientes.

Brent dio un paso atrás, sin saber cómo reaccionar ante los perros.

– ¡Karmal ¡Chakra! -gritó Melody desde el otro lado de la cerca-. ¡Abajo! -se escuchó una batalla ruidosa, seguido por silencio-. Está bien, los tengo. Entren.

Abriendo la puerta, Laura echó un vistazo del otro lado. Melody estaba de pie enfundada en un caftán en un brillante color violeta, y sostenía en cada mano el collar de un Rottweiler que se meneaba.

– ¿Es seguro?

– Si no te importa que te cubra de lamidos -riéndose, sacudió la cabeza-. Pensar que Roger me dio estos bebés como perros guardianes.

– ¿Roger? -preguntó Laura al tiempo que Brent aparecía detrás de ella y cerraba la verja.

– Mi ex esposo -Melody soltó los perros. Uno corrió en el acto hacia Laura, el otro, hacia Brent, cada uno olisqueando y zarandeándose-. No le gustaba la idea de que viviera sola.

– No sabía que habías estado casada -dijo Laura, mientras rascaba y mimaba a uno de los perros.

– Eso fue en una vida anterior -Melody encogió los hombros.

Del rabillo del ojo, Laura vio que Brent le ofrecía indeciso la parte de atrás de su mano al otro perro para que la oliera. Fue todo lo que hizo falta para que el perro se deslizara al suelo y se acostara patas para arriba a los pies de Brent. Brent miró a Laura, con un brillo de placer asombrado en los ojos.

– Vaya perros guardianes, ¿eh? -se rió Melody.

– Oh, Melody, te presento a Brent -Laura se enderezó para presentarlos-. Brent, Melody Pipier, artista de renombre.

– Bueno, no sé si será así -Melody estrechó la mano de Brent con firmeza y cordialidad-. Es un placer conocerte.

– De igual manera -la sonrisa de Brent era fría pero cordial.

– Vamos, entren -dijo Melody. Con Karma y Chakra adelantándose rápidamente, los condujo arriba de las escaleras al porche delantero-. Te mostraré la casa. Después me contarás cómo te fue con tus entrevistas esta mañana.

– Como digas -respondió Laura, y luego echó un vistazo a Brent, que estaba atrás-. ¿Vienes?

Él le dirigió a la casa una mirada de cautela, pero la siguió hacia dentro.

Un potpourri de detalles orientales, lámparas Tiffany y muebles antiguos con fundas de batik atiborraban el vestíbulo y la sala.

– Las habitaciones están en lados opuestos de la casa… la mía en el frente, y la tuya, atrás… con un baño que se conecta en el medio, aunque dudo que sea un problema compartirlo. Yo me voy a dormir tarde, y soy del tipo que nunca se despierta antes del mediodía. Así que tendrás el baño para ti sola en las mañanas -su caftán flotaba tras ella mientras Melody se abría camino a través del comedor-. Mi estudio está en el garaje en la parte de atrás, justo afuera de tu ventana, pero esperemos que te deje dormir. -Pasaron por una enorme cocina con armarios de madera que llegaban hasta el techo artesonado-. Si tomas café, serás la única, pues sólo bebo té de hierbas silvestres -el dormitorio de atrás se abría directamente a la cocina-. Éste será tu dormitorio. Como te anticipé, no tengo muebles. Pero traje mi vieja bolsa de dormir y un colchón de aire para esta noche.

Laura echó un vistazo al colchón en el piso y las grandes ventanas que daban al jardín trasero. De las ventanas colgaban sábanas, clavadas con tachuelas, y acomodadas hacia atrás en pliegues sueltos.

– Es perfecto. Jamás tuvo una habitación para decorar yo misma.

– ¡Bromeas! -Melody se rió-. Pues, tendremos que darnos una vuelta por las ferias americanas. Yo sé dónde encontrar las que valen la pena. Karma, Chakra, ¡no! -gritó, cuando los perros se dirigieron al colchón para desplomarse sobre él. Sacudiendo la cabeza, Melody los tomó de sus collares-. ¿Por qué no traes tus cosas mientras los encierro en mi habitación? De lo contrario, se escaparán por la verja en menos de dos segundos. Lo único que me falta es otra citación del perrero…, o que la señora Carsdale que vive al lado comience a protestar por sus canteros.

Un silencio descendió sobre la habitación cuando Melody arrastró a los perros a través del baño que se conectaba con la habitación del otro lado. Laura se volvió a Brent:

– ¿Y? ¿Qué te parece?

Él miró por encima del hombro para asegurarse de que Melody estaba lo suficientemente lejos para oír.

– No lo sé…

– ¿Qué? -frunció el entrecejo.

– Es sólo que parece un tanto… austero -echó un vistazo a su alrededor- y no tiene muebles.

– Lo sé. Pero es sólo por el verano. Después, dependiendo de cómo salgan las cosas y de cuánto dinero ahorre, tal vez busque algo propio. Mientras tanto -dijo, desesperada por que él compartiera su entusiasmo-, creo que iré a buscar mis cosas.

El gesto de contrariedad de Brent se acentuó cuando salieron a descargar el auto. En el instante en que ella se estiró para agarrar el bolso de viaje, él la detuvo.

– Espera.

Ella dejó caer la mano y se volvió para mirarlo.

Él respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. Pasaron varios segundos. Se pasó los dedos por el cabello, volvió a respirar profundo, y luego la miró directo a los ojos:

– Ven a vivir conmigo.

– ¿Qué? -soltó una carcajada de sorpresa.

– Sólo necesitas un lugar para vivir hasta que te termines de instalar, ¿no es cierto? Pues, te puedes quedar conmigo. Y como no tendrás que pagar alquiler, no tendrás la presión de aceptar un empleo hasta que no sepas si estás segura. Puedes tomarte todo el verano para buscar uno, conocer la ciudad, decidir lo que quieres hacer.

– ¿Y luego qué? ¿Me voy?

Él se movió nerviosamente:

– Pues, sí, supongo.

– Brent, yo… -puso una mano sobre el estómago para calmar el vértigo que sentía. La idea de irse a vivir con él era excitante… y demasiado tentadora-. No puedo irme a vivir contigo.

– ¿Por qué no? -frunció el entrecejo.

– Porque iría totalmente en contra del motivo por el cual me mudé a Houston.

– No, no sería así -argumentó él-. Simplemente me permitiría cuidarte mientras te instalas.

– ¿Cuidarme? -fijó la mirada en él, y advirtió la ironía de que mucha gente dependiera de ella para tantas cosas, y luego se diera vuelta y la tratara como si fuera incapaz de cuidar de sí misma. Que Brent fuera una de ellas le dolió-. No necesito que nadie me cuide, Brent. Lo que necesito es un poco de libertad para no cuidar de nadie sino de mí misma. Y lo veo difícil si paso de ser la hija obediente de mi padre a tu novia con cama.

Él la miró fijo un instante, sin expresión en el rostro, pero con una mirada de dolor en los ojos.

– Como quieras -tiró con fuerza del bolso de viaje del asiento trasero y se lo dio.

Ella lo tomó sin pensar, pero luego lo miró confundida:

– Eso no quiere decir que no quiera verte.

– Como quieras -le siguió el portatrajes-. Es tu decisión.

Ella tomó el portatrajes, y deseó poder tomar sus palabras con la misma facilidad para devolverlas. Cuando se dio cuenta de lo que estaba pensando, se tensó. Era él quien debía disculparse, no ella.

A pesar de la rabia, la invadió un mal presentimiento:

– ¿Te veré mañana, de todas maneras?

Él se detuvo en seco, claramente ofendido:

– Te dije que te llevaría a casa, ¿no es cierto?

Ella abrazó su bolso, apretándolo contra el pecho:

– Me puedo tomar el ómnibus, si prefieres no hacerlo.

– Cielos -comenzó a volverse, y luego giró con rapidez-. ¿Por qué te estás comportando así?

– ¿Cómo? -se puso tensa. ¡Era él quien se estaba comportando de forma extraña!

– Sólo dime a qué hora debo buscarte.

– A las nueve -respondió ella, sin estar segura de si deseaba que él la llevara a su casa, si iba a tener esta actitud.

– Perfecto. Te veré a las nueve -echó un vistazo a su reloj-. Pero ahora debo volver al trabajo. Entremos tus cosas.

– Yo me ocupo -lo bloqueó con el hombro.

– Está bien, bueno, entonces te veré en la mañana -le dio un beso rápido e impersonal en el mentón, se metió en el auto, y se fue.

Ella se quedó mirando fijo, sin saber si debía sentirse enojada o triste, y sin saber cuál de esas emociones estaba sintiendo Brent. Pero maldita sea, se negaba a ser tratada como una indefensa debilucha.


– ¿Me quieres contar a qué se debía la escena que transcurrió afuera? -preguntó Melody, cuando Laura se agachó para sentarse con las piernas cruzadas frente a la mesa de centro. Habían pasado la tarde acomodando el estudio de Melody, una tarea que ésta había querido llevar a cabo durante meses pero que requería la ayuda de alguien. Entre la cháchara vivaz de Melody y los perros que estorbaban constantemente, la tensión en el estómago de Laura comenzó a aflojarse. Pero algo en el tono de Melody volvió a provocarla.

– ¿Qué? -preguntó con cautela, mientras posaba un bol de palomitas de maíz sobre la mesa y se unía a su amiga sobre el suelo. Karma, la Rottweiler hembra, estaba sentada delante de ella con los ojos suplicantes clavados en el maíz inflado, aguardando con avidez.

– Esa discusión que tú y Brent tuvieron al lado de su auto -dijo Melody, mientras salpicaba la sal sobre el bol.

– Oh -dijo Laura suavemente. Al haber sido criada en un pueblo, había aprendido de los peligros de confiar en la gente equivocada. Pero Melody no parecía ser del tipo crítico o chismoso. Suspirando, tomó un puñado de palomitas-. Brent me pidió que me fuera a vivir con él.

– ¿En serio? -preguntó su amiga.

– Le dije que no.

– Vaya, ¡apuesto a que ésa es una palabra que no escucha muy a menudo! -Melody se rió, y arrojó un grano de maíz a Chakra. El macho gigante lo atrapó en el aire.

Laura comenzó a asentir, cuando pensó en algo.

– ¿Qué? -preguntó Melody.

Ella levantó la mirada, y luego sacudió la cabeza.

– Oh, nada.

– Oh, vamos, Laura. Ahora vivimos juntas. Y esto -sacudió una mano sobre la mesa de centro llena de comida saludable- es un pijama party.

– Para mí es la primera vez -una sonrisa de tristeza se asomó a sus labios-. Jamás fui a un pijama party.

– ¿De verdad? -Melody sacudió la cabeza, y luego adoptó una expresión de hermana mayor-. Bueno, la primera regla es compartir todos los secretos, confesiones y fantasías sobre los hombres. Y la regla número dos, no admitir grabadores, tomar notas, o hermanitos. Y la última, no criticar o hacer pasar vergüenza. Así que suéltalo.

Ofreciendo un grano de maíz inflado a Karma, Laura intentó ordenar sus pensamientos.

– Tal vez tengas razón respecto de que Brent no escucha la palabra no muy a menudo. No porque sea irresistible, que, dicho sea de paso, también yo lo creo, sino porque… -frunció el entrecejo- no creo que se abra a la posibilidad de ser rechazado muy a menudo.

– Entonces debió de haber tenido muchas ganas de que te fueras a vivir con él.

– No lo sé -mientras Karma se acomodaba al lado de ella, Laura acarició el áspero pelaje del animal-. Creo que él se sorprendió tanto por el ofrecimiento como yo.

– ¿Lamentas haberle dicho que no?

– En realidad -sonrió-, me siento orgullosa de mí misma. La palabra No es una de las que he estado intentando incorporar a mi léxico. Es sólo que… -volvió a fruncir el entrecejo-… me gustaría que no doliera tanto pronunciarla.

– ¿Qué no le doliera a los demás o a ti misma?

Laura la miró:

– ¿Acaso no es lo mismo?

– ¿Ves? -Melody le hizo un gesto-. Ése es el problema con la gente que tiene demasiada luz azul en su aura.

– ¿Qué? -Laura se rió.

– La gente con auras azules. Te sacrificas demasiado y te sientes motivada por las necesidades de otros. Por cierto, tienes un aura de un hermoso color azul cielo, con preciosos reflejos color amarillo patito.

– Gracias, creo -Laura frunció la frente.

– Yo, por mi parte, soy toda naranja y verde. No es malo, pero tampoco demasiado altruista -Melody extendió los brazos, exhibiendo su caftán-. Llevo el violeta a menudo, pues tengo la esperanza de que estimule mi chakra espiritual, pero temo que estoy demasiado arraigada en el plan físico. Me gusta la buena comida, el sexo caliente, y una cama suave y cómoda. Así que condéname.

Laura ocultó una sonrisa mientras masticaba el maíz inflado.

– Pero tú no tienes suficiente luz naranja -Melody ladeó la cabeza y entornó los ojos, mirándola-, o al menos, no la tenías. Yo diría que lo de anoche debió ser bastante ardiente.

– ¿Qué te hace pensarlo? -Laura quedó helada, a punto de meter un grano de maíz en la boca.

Melody levantó las manos y sus dedos bailaron alrededor de Laura como si estuviera tocando un campo de luz.

– Tienes unas pequeñas chispas naranjas que flotan alrededor de ti, como luciérnagas.

– ¿Y? -Laura la animó a seguir, fascinada.

Melody arrojó otro grano de maíz a Chakra:

– La luz naranja proviene del chakra sexual. Y el tuyo ha estado tristemente reprimido desde que te conozco. Es una suerte que tú y Greg finalmente se hayan separado, o te habría terminado de apagar la luz naranja por completo.

Sonrojándose, Laura apartó la mirada, y advirtió la hora. El noticiario de Brent estaba a punto de salir al aire:

– ¿Te importaría si miro las noticias?

– Cielos, ¿tan tarde es? -mascullando sobre la rapidez con que se le escapaba el tiempo, Melody buscó el control remoto entre los almohadones del sofá. Volviéndose hacia la TV, comenzó a cambiar de canal-. Hablando de Greg, ahí tienes a un hombre que realmente necesita ajustar sus chakras. Sus luces naranjas están completamente desequilibradas.

Laura sonrió:

– Se lo diré la próxima vez que lo vea.

– Cómo me gustaría estar ahí para verlo -la mirada de Melody se perdió en la lejanía-. Estoy viendo esas mejillas tersas tornarse rojas, y los ojos color avellana que parpadean detrás de esos preciosos anteojitos.

– Tienes buena memoria.

– Me gusta observar a la gente -Melody encogió los hombros-, y ya que estamos hablando de personas y sus auras -señaló hacia la pantalla-, por cierto, él tiene una muy interesante.

Laura se volvió y contuvo el aliento al ver a Brent hablándole a la cámara, tan sereno y tranquilo. Parecía un hombre diferente del que había estado con ella en la vereda sólo unas horas antes, o el amante cuya cama había compartido anoche.

– ¿Realmente puedes ver el aura de la gente? -le preguntó. Conocía lo suficiente de la medicina holística para creer en la existencia de auras. No estaba tan segura sobre las afirmaciones respecto de profecías y sanaciones, pero no estaba preparada para descartar toda la idea como tonterías.

– En persona, sí, puedo leer el aura bastante bien -dijo Melody-. Pero no se ve nada a través de una pantalla de televisión.

– Cuéntame sobre la de Brent -dijo Laura, que estaba fascinada viéndolo, aunque el volumen estuviera bajo.

Melody estudió su imagen, como para recordarlo mejor.

– Es muy colorida y llena, como un arco iris. Si no fuera por… tiene un agujero, uno enorme y negro rodeado por un halo rojo, justo encima del chakra del corazón. Lo advertí aquel día en Beason’s Ferry, cuando te arrastró afuera del clubhouse.

– No me arrastró -insistió Laura.

Melody tan sólo sonrió:

– Lo volví a ver hoy, en el instante en que pasó por la verja. Luego, cuando ustedes dos estaban hablando frente a la casa, el halo rojo comenzó a encenderse y a palpitar como loco.

– ¿Qué significa eso? -Laura echó un vistazo a su amiga.

– Bueno, el agujero negro es probablemente una vieja herida. Estar cerca de ti parece empeorarla, un poco como rascarse la cascarita, motivo por el cual el rojo palpita. Por otra parte, a veces es necesario tocar viejas heridas para que sanen. Sólo espero que tus luces azules no queden atrapadas dentro de su agujero negro en el proceso.

El teléfono sonó antes de que Laura pudiera responder.

– Atiendo -seguida por los perros, Melody se dirigió a la cocina. Volvió un instante después-. Es para ti. El doctor Velásquez.

– ¡Oh! -Laura se paró de un salto-. Mi última entrevista -con el corazón que le galopaba dentro del pecho, esquivó los perros y arrebató el teléfono. Presionó una mano sobre el estómago para tranquilizarse, respiró hondo y respondió.

– ¡Sí! -exclamó unos minutos después, y arrojó los brazos alrededor de Melody en un abrazo espontáneo-. ¡Me contrataron!

– Pensé que iban a esperar para llamarte.

– Decidió no esperar. Quiere que empiece enseguida. Pasado mañana, si es posible. Tendré que volver a casa para empacar mis cosas, buscar mi auto y volver enseguida.

– ¿Por qué no nos llevamos mi camioneta para que pueda ayudarte con la mudanza? -sugirió Melody.

– ¿Lo dices en serio? -Laura sintió que estaba flotando en el aire. La camioneta de Melody le permitiría traer todo en un solo viaje. No es que tuviera tanto para trasladar, pero su auto era un vehículo pequeño de consumo eficiente, donde jamás entrarían todas sus plantas, libros y cajas con ropa-. Eso sería genial. Siempre y cuando no te importe… ¡Oh! Espera, necesito llamar a Brent y decirle que no necesito que me busque mañana. ¿Qué hora es? -echó un vistazo a su reloj-. Las noticias siguen en el aire. Le dejaré un mensaje para que me llame.


Brent se dejó caer en la silla delante de su escritorio. Ahora que había terminado el show, no había nada que lo distrajera de Laura y de la manera estúpida en que se había comportado aquella tarde. ¿Por qué diablos le había pedido que se fuera a vivir con él?

Se suponía que debía tomarse las cosas con calma para asegurarse de que estuvieran juntos más que un par de veces, para que el final, cuando llegara, fuera relativamente indoloro para ambos. En cambio, había quedado como un tonto, primero, sobreprotegiéndola, y luego, enojándose y marchándose intempestivamente. Si tan sólo no lo pusiera nervioso, podría pensar cuando estaba con ella.

– Buen show, Michaels -dijo Connie, al sentarse al escritorio frente al de él.

– Gracias -asintió reconociéndola, y levantó el teléfono. Tenía varios mensajes en su correo de voz. El último era de Laura diciendo que tenía algo que contarle y que la llamara tan pronto pudiera. Por el tono excitado de su voz, supuso que las noticias eran buenas.

Cuando llamó, Melody atendió el teléfono.

– Espera un segundo; ya le aviso.

– ¡Brent! -se oyó la voz de Laura del otro lado de la línea, tan excitada como en su mensaje-. ¿Adivina?

Cambiaste de opinión respecto de venirte a vivir conmigo, pensó irreflexivamente, y luego lo desestimó con una sonrisa.

– No tengo ni idea.

– ¡Me dieron el empleo! El que yo quería. Con el doctor Velásquez, el pediatra.

El estómago se le contrajo:

– Laura, no creo que sea seguro que trabajes en esa zona de la ciudad.

– No seas tonto; no habrá problema.

– Ni siquiera estás acostumbrada a cerrar tus puertas con llave, mucho menos a cuidarte en todas las demás situaciones para evitar que te roben el auto o te asalten.

– Entonces aprenderé -su voz se tornó sorpresivamente severa.

– No puedes estar hablando en serio -luchó contra otra ola de sentimientos sobreprotectores. Pero maldita sea, se trataba de Laura, y la idea de que le hicieran algo le paralizó el corazón-. Tuviste otras dos entrevistas hoy. ¿Por qué no esperas a que te llamen para decidirte?

– Porque éste es el trabajo que quiero.

– ¿Por qué haces esto? -se pasó una mano por el cabello-. Siempre estás corriendo tras causas perdidas. ¿Cuándo vas a comenzar a cuidarte de una vez por todas?

– ¡Estoy cuidándome!

Brent advirtió que había gente que lo estaba escuchando y dejó caer la frente sobre su mano:

– Hablaremos de ello cuando te pase a buscar mañana.

– En realidad, te llamaba por eso -dijo con tono forzado-. No necesito que me vengas a buscar, después de todo. Melody me llevará de vuelta a Beason’s Ferry para buscar mis cosas.

La frialdad de su pecho se asomó hacia fuera:

– Laura, dije que te llevaría de vuelta a casa, y lo haré.

– No, en serio, no es necesario. Melody tiene una camioneta, así que podré traer todas mis cosas en una sola vez.

No pudo evitar preguntarse si la camioneta de Melody era tan solo una excusa para no volver a verlo. ¿Lo había arruinado todo con Laura aquella tarde, después de todo?

– ¿Estás ahí? -preguntó ella.

– Sí, estoy aquí.

Nuevamente quedaron en silencio.

– Bueno, eso era todo lo que necesitaba decirte -dijo, finalmente.

– Perfecto. Oye, tengo mucho trabajo acá.

– Entiendo -ella hizo una pausa-. Entonces mejor nos despedimos.

– Laura, espera -se apretó el puente de la nariz-. Llámame cuando vuelvas a la ciudad… si quieres hablar. ¿Sí?

– Sí, por supuesto -el silencio se volvió más espeso, más doloroso.

Él apretó el teléfono con más fuerza, deseando poder extender la mano y aferrarla, aferrarla con tanta fuerza que jamás lo dejaría. Pero podía sentir que se escabullía por entre sus dedos.

– Maneja con cuidado, ¿sí?

– Está bien -hizo una pausa-. Supongo que te veré cuando regrese.

– Claro -cerró los ojos con fuerza mientras colgaba el teléfono. ¡Estúpido, estúpido, estúpido!

– Oye, Michaels, ¿te sientes bien? -preguntó Connie.

– Sí, estoy bien. Perfectamente -si consideras que ser un perfecto imbécil es estar bien. Al menos ahora sabía cómo se sentiría cuando Laura finalmente lo terminara dejando… como si alguien hubiera abierto su pecho y le hubiera arrancado el corazón.


* * *
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