Capítulo 24

Laura condujo hasta su casa en un estado de shock, rodeando el pantano de Bayou, pasando el restaurante en donde habían hablado de Robby. La explanada que atravesaba la mitad del barrio de Melody parecía abandonada e irreal a la luz de la Luna.

¿Había estado equivocada en decirle a Brent lo que pensaba respecto del matrimonio?

Decidió que no. Al abordar el tema, se había enterado de la cruda verdad. Sentía cariño por ella, probablemente la quería a su manera, pero no como ella deseaba ser amada. Ella era para él lo que Greg había sido para ella. Un consuelo. Algo cómodo. Se merecía más, y se merecía dar más a cambio.

Saber la verdad ahora, antes de entregarse aún más, era lo mejor. Sólo deseó no sentirse tan vacía. Y tan paralizada.

Giró en la esquina en la calle de Melody y vio que el auto de Greg seguía estacionado frente a la casa de Melody: su estado de parálisis desapareció en el acto. Desesperada, pensó por un momento seguir de largo. Lo último que quería en ese momento era ver a alguien, y menos a Greg. Pero ¿adónde iría, entonces, si no paraba?

Resignada, estacionó el auto y bajó. Se quedó parada, escuchando los sonidos nocturnos del viento que susurraba entre los árboles y el canto repetitivo de los grillos. ¿Cómo podía todo parecer tan ordinario cuando su vida se estaba cayendo a pedazos?

Pasó por la verja de entrada e intentó imaginar por qué seguía Greg allí. Parecía haber aceptado que las cosas ya no funcionaban entre ellos como pareja. Era imposible que su idea de ser compañeros de negocios lo hubiera retenido tantas horas hasta su regreso. Especialmente teniendo en cuenta que, si ella y Brent no hubieran roto, no habría vuelto a casa esa noche de cualquier manera.

Desde adentro, oyó algo que sonaba como la música para la meditación. Supuso que Melody lo había intentado todo para ahuyentar a Greg. Estaba sorprendida de que no hubiera funcionado.

Abrió la puerta y halló que estaba a oscuras. Iba a llamar a voces, pero el absoluto silencio que reinaba la detuvo. Con cautela, se abrió paso desde el vestíbulo hacia el salón… y se paró en seco, helada por el cuadro que se presentó ante ella.

Greg y Melody estaban sentados en el piso, uno enfrente al otro, en la posición del loto para meditar. Sus ojos estaban cerrados, sus manos descansaban sobre sus rodillas con la palma hacia arriba. El humo del incienso ascendía en espirales desde un quemador colocado en el suelo entre ellos.

Ambos estaban completamente desnudos.

Desde la habitación de Melody, uno de los perros ladró, y rompió el silencio. Los ojos de Greg se abrieron entornándose, y luego de par en par:

– ¡Laura Beth! -se abalanzó sobre su ropa desechada.

Melody salió de su trance sobresaltada, parpadeando confundida:

– ¿Laura Beth? ¡Oh, Laura! ¿Qué haces en casa?

– ¡Te lo puedo explicar todo! -Greg intentó cubrirse con la camisa y el pantalón.

Una suave risita de histeria se le escapó a Laura. Justo cuando pensaba que no me podía sentir peor… Aunque por qué le dolía verlos juntos no lo supo.

– Oh, Greg, por todos los cielos -dijo Melody-. ¿Puedes dejar de sonrojarte? -como si no estuviera sonrojada a su vez, aunque en menor grado, Melody se puso la camisa demasiado grande que había estado llevando más temprano-. Como si Laura nunca te hubiera visto desnudo.

– Laura, te juro… -ignorando a Melody, miró a Laura con ojos suplicantes-. Esto no es lo que parece.

– Es exactamente lo que parece -insistió Melody, que parecía más irritada con Greg que avergonzada de que Laura los hubiera hallado juntos. Luego advirtió la expresión en el rostro de Laura, y su gesto adquirió un dejo de preocupación-. Oye, ¿no estás enojada por esto, no?

– No, no estoy enojada -dijo sin inflexión alguna en la voz. Para decir verdad, no sabía lo que sentía, fuera de estupor-. Si me disculpan, creo que iré a mi habitación.

Gracias a Dios, ninguno de los dos intentó detenerla cuando cruzó el salón y desapareció a través de la cocina y dentro de su habitación. Cerró la puerta y se apoyó contra ella. Primero fue la risa, seguida por las lágrimas… lágrimas silenciosas y desgarradoras que convulsionaron todo su cuerpo.

Pasó un largo momento antes de sentir un suave golpe a la puerta, y advirtió que lo había estado esperando. Enderezándose, se limpió las mejillas y abrió la puerta. Greg estaba allí de pie, vestido esta vez, con la cabeza ligeramente inclinada.

– ¿Puedo entrar?

– Por supuesto -dio un paso atrás.

Él demoró un largo instante para cerrar la puerta, y luego se quedó parado, mirando fijo el picaporte.

– Laura… yo… no sé qué decir.

– No necesitas decir nada.

– Aunque fuiste clara que lo nuestro había terminado, mi comportamiento de esta noche fue imperdonable.

– ¿Por qué? -preguntó-. ¿Porque piensas tal vez que podemos volver a estar juntos? -cuando no respondió, supo que había dado en la tecla-. Entonces por eso me ofreciste ser socios en la farmacia. Como una manera de recuperarme.

– ¡No! -finalmente la miró-. Por supuesto que no. Bueno, al menos no por completo -como si advirtiera que había protestado con demasiado énfasis, suspiró derrotado-. Está bien, tal vez era parte del motivo. Aunque realmente estaba convencido de que seríamos buenos socios comerciales.

– ¿Seríamos? -enarcó una ceja.

Casi pudo ver el vaivén de sus pensamientos reflejados en su rostro, mientras buscaba una manera cortés de salir de la incómoda situación.

– Sí, bueno, eh, Melody señaló que tal vez tú y yo no funcionemos tan bien como socios; ambos tenemos una tendencia a ser demasiado analíticos. Ella, eh, sugirió que podría, buscar a alguien más creativo, que sepa de marketing y nuevas tendencias en productos de bienestar, y posiblemente una sección de regalos… y, este, cosas por el estilo -sus palabras menguaron con una mirada desesperada de disculpas.

A pesar de todo, Laura tuvo que morderse el labio para evitar sonreír.

– ¿Y me imagino que no tiene a nadie en mente para el trabajo?

Él le dirigió una mirada avergonzada, que le trajo a la memoria el hombre tímido del que casi se había enamorado cinco años atrás, carraspeó.

– Melody sabe bastante sobre el tema de la medicina holística. De hecho -añadió, como si le sorprendieran sus propias ideas-, es una mujer asombrosa, una vez que accedes a lo que tiene debajo de toda esa vestimenta extraña que lleva… me refiero… -su rostro se tornó carmesí.

– No te preocupes -Laura levantó la mano.

– Me refiero intelectualmente -se apuró por explicar.

– Sé a lo que te refieres, y estoy de acuerdo. Melody es una persona muy inteligente y maravillosamente auténtica.

– Sí, lo es, ¿no? -su vergüenza cedió al orgullo.

Laura parpadeó, preguntándose si él había sentido alguna vez esa fascinación por ella.

– Te gusta en serio, ¿no?

Él encogió los hombros, evasivo.

– Es que es tan diferente de toda la gente que conozco. Es frustrante, irritante y completamente exasperante, pero no puedo dejar de pensar en ella. Y ella lo sabe. Desde el primero momento en que la conocí, aquel día en el Tour de las Mansiones, me miró de un modo arrogante y burlón, como si me pudiera leer la mente y supiera lo atraído que me siento por ella, aunque no me lo propusiera. Me tienes que creer, jamás quise verla de ese modo.

– Greg, no te preocupes. No significa que me hayas engañado ni nada por el estilo.

Su mirada bajó a sus pies.

– Sólo quiero que sepas que no quise que… sucediera lo de esta noche. Ni siquiera sé cómo sucedió. De un momento a otro pasamos de estar gritándonos… aunque yo jamás grito; sabes que nunca grito, a arrancarnos la ropa como un par de adolescentes incontinentes.

– Greg, por favor, no tienes que explicar nada -volvió a levantar la mano-. De hecho, me encantaría que no lo hicieses.

– Lo siento -la observó un momento, y luego ladeó la cabeza sorprendido-. No estás enojada.

– No. Sorprendida, aturdida, tal vez, pero no enojada. Es sólo que jamás te imaginé con Melody…

– Yo sí -sonrió mostrando los dientes-. Me lo imaginé, quiero decir. Demasiado a menudo. Supongo que por algún motivo me imaginé cómo sería. Me saca de quicio, pero al mismo tiempo, esta noche me sentí más vital de lo que jamás me sentí en mi vida. Jamás. Con nadie -advirtiendo lo que acababa de decir, se apuró por agregar-. No es que no haya sido bueno contigo…

Laura sacudió la cabeza.

– No te preocupes. Me alegro por ti, Greg. Lo digo en serio. Y creo que, sea lo que fuere que existe entre tú y Melody, debes darle una oportunidad.

– ¿Lo crees realmente? ¿No crees que es raro que estemos juntos, quiero decir siendo yo más joven que ella?

– ¿Te molesta ser más joven? -le preguntó.

Lo pensó un instante, y luego sonrió.

– En realidad, no. En lo más mínimo.

– Entonces, no. No creo que sea raro.

– Gracias -suspiró-. Sabes, has sido una buena amiga. Espero que conservemos eso, al menos.

– Yo también.

Se quedaron parados un momento, mirándose. Luego, soltando una carcajada, dieron un paso al frente y se abrazaron. El abrazo era amistoso y tenía la calidez de tiernos recuerdos.

– Cuídate mucho -le susurró ella.

– Oye, no es que no nos vamos a ver nunca más. Tengo la impresión de que nos vamos a ver muy seguido si las cosas funcionan con Melody.

– Eso espero. Pero de cualquier manera, cuídate mucho -dijo-. Eres una persona muy especial.

– Tú también.

Con un último movimiento de cabeza, se volvió y salió. Apenas se cerró la puerta tras él, ella se hundió sobre la cama, dejó caer la cabeza entre las manos y lloró. No sentía dolor por el hecho de tener que aceptar que su relación con él había acabado, o que había hallado algo especial con Melody. Sintió pena de saber que esa puerta de su vida estaba final e irrevocablemente cerrada. Aunque era lo que deseaba, seguía siendo un final, y todo final… aunque fuera deseado… dejaba una sensación de vacío.

Pasaron unos minutos antes de que Melody golpeara suavemente a la puerta, y asomara la cabeza:

– Hola.

– Hola -consiguió esbozar una tibia sonrisa.

Melody frunció el entrecejo:

– ¿Te pasa algo?

Ella comenzó a decir que sí, pero cuando abrió la puerta, se le escapó un pequeño sollozo:

– No.

– Oh, cariño -corriendo hacia ella, Melody la rodeó con sus brazos. Las lágrimas fluyeron tórridas y abundantes, al tiempo que Melody la acunaba-. Lo siento. Te juro que no sabía que seguías sintiendo algo por él. Por favor, debes creerme: jamás hubiera dejado que sucediera algo así por más atracción que sintiera. Te juro que pensé que no te importaría.

– No me importa.

– ¿No? -Melody se apartó para mirarla-. Entonces, ¿por qué estás llorando a moco tendido?

Ella encogió los hombros:

– Supongo que no todas las noches sucede que una mujer sea abandonada por dos hombres.

– ¿Dos hombres?

– Brent y yo… -respiró hondo y se forzó a decirlo, a aceptarlo-: Brent y yo rompimos.

– ¡No! -el rostro de Melody se mostró incrédulo, y luego apenado-. Oh, cariño, ¿qué pasó?

Laura le describió los sucesos de esa noche. Mientras hablaba, comenzó a presentir con cada vez más fuerza que, tal vez, si no hubiera tenido tanta prisa en suponer que Brent le iba a proponer matrimonio a comienzos de la velada, tal vez habría reaccionado de forma diferente de la propuesta que sí había hecho. Por la expresión en el rostro de Melody, su amiga estaba pensando lo mismo.

– ¿Qué? -preguntó, esperando estar equivocada-. ¿Qué sucede?

– Nada -insistió Melody rápidamente.

Laura se puso de pie rápidamente; necesitaba moverse. ¿Habría terminado diferente la noche si no hubiera tenido semejante ataque de valores tradicionales de su parte? Pero maldita sea, esos valores no estaban errados. Echó una ojeada a Melody y advirtió la compasión en su mirada.

– Tú crees que fui poco razonable, ¿no es cierto?

– No dije eso.

– Pero lo pensaste.

– No, yo… -los hombros de Melody se derrumbaron-. No estoy diciendo que esté mal pensar como tú, pero…

– Crees que reaccioné en forma exagerada.

– Sólo digo que dar un ultimátum no es la mejor forma de lidiar con la gente, y menos con los hombres.

– No le di un ultimátum.

Melody enarcó una ceja.

– Jamás le dije “si no me haces una propuesta matrimonial me voy” -pero tampoco lo había negado cuando fue Brent quien se lo dijo. Sintiéndose cohibida bajo la intensa mirada de su amiga, ordenó los objetos sobre el tocador-. Sólo describí los hechos tal como yo los veía. No me ama, no en serio, entonces ¿qué sentido tiene que me mude a Washington con él? -pero la idea de quedarse era como un puñal en el corazón-. Si fuera con él, sólo sería peor, Melody. ¿Acaso no lo ves? Desde el punto de vista emocional, me moriría en cómodas cuotas esperando que me arrojara algunas migajas de compromiso. No puedo vivir así, entonces, mejor terminar ahora. -Echó una mirada por encima del hombro, suplicándole a su amiga que comprendiera-. ¿No lo crees?

Melody la miró un largo momento.

– ¿Cuáles son los hechos según lo ve Brent?

Hundió los hombros.

– Que le mentí, que lo engañé, que le tendí una trampa.

– Dudo de que lo haya expresado en términos tan duros -dijo Melody-. Y aunque lo hiciera, probablemente estaba defendiéndose porque lo habías lastimado.

Laura se tensó al escucharla.

– Él también me lastimó. ¿Acaso yo no cuento?

– Oh, claro que sí -Melody se paró de la cama para unir la mano de Laura con la suya. Con la otra, le apartó el cabello de la frente-. Tienes todo el derecho de estar triste. De hecho, haz lo que hago yo, y tómate un tiempo para recuperarte. Luego, mañana por la mañana, cuando se hayan calmado los dos, puedes llamarlo para hablar como dos adultos maduros que se quieren.

– De ninguna manera -Laura se alejó de las manos consoladoras de Melody. La sola idea de llamar a Brent le provocó oleadas de pánico. Ya había quedado como una idiota. Lo último que quería era seguir exponiéndose para que la lastimaran aún más, persiguiéndolo.

¿Pero estoy dispuesta a renunciar a lo que tengo solamente porque no puedo tener todo lo que deseo?, se preguntó. La tentación de ceder a un anhelo tan desesperado, a sacrificar su sueño de una familia para estar con Brent, le dolía tanto como la idea de perderlo. ¿Pero llamarlo y pedir perdón?

– No -dijo, intentando sonar convincente-. No llamaré. Si quiere hablar, que me llame él. Estoy harta de hacer sacrificios. Si Brent quiere estar conmigo, es hora de que sea él quien renuncie a algo.

Melody suspiró, pero Laura se negó a mirarla. Había adoptado una postura, y si se echaba atrás ahora, perdería lo único que le quedaba: su dignidad.

– Laura -dijo su amiga por fin-. Sé que estás enojada. Pero si hay una cosa que aprendí de estar casada con un militar, es que tienes que ofrecerle al enemigo una manera de rendirse, guardando las apariencias.

Laura se volvió, horrorizada de tratar a Brent como el enemigo.

– No le estoy pidiendo que se rinda. Simplemente me gustaría que fuera otra persona la que cediera de vez en cuando y no yo.

– ¿Sabes qué, Laura? He notado algo sobre ti -dijo Melody-. No eres ni por asomo tan flexible como lo creen todos. Oh, el noventa por ciento de las veces lo eres, pero luego está ese diez por ciento en que te plantas y no te mueves por nada en el mundo. Como con tu padre. ¿Acaso no crees que sabe que se equivocó por la forma en que se comportó contigo?

Laura frunció el entrecejo, pero no respondió.

– Lo dijiste tú misma, debe de estar carcomido por la culpa -prosiguió Melody-. Sabiéndolo, ¿no crees que él iría a tu encuentro si dieras el primer paso? Algunas veces debes dar ese primer paso, aunque tengas razón, para que el que no tiene razón pueda salvaguardar un poco de dignidad.

– ¿Y qué hay con mi dignidad?

– ¿Te importa más tu dignidad que tu relación con Brent?

Laura hizo un gesto de enfado. ¿Y si daba ese primer paso hacia Brent, para hallar que había cambiado de opinión y ya no quisiera que ella se mudara con él a Washington? ¿Y qué sucedía si se mudaba a Washington, con la secreta ilusión de que algún día la amara lo suficiente como para querer casarse con ella? ¿Estaría siendo justa con él… o con sí misma?

– No lo llamaré -esta vez, lo dijo en voz más baja, pero sin menos convicción. Envolviéndose con sus brazos, se resistió a encontrarse con la mirada triste de Melody-. Si Brent quiere hacer las paces conmigo, que me llame. Y no se diga más.

– Oh, Laura -con un suspiro, Melody sacudió la cabeza-. Quisiera que no hubieras dicho eso.

– ¿Por qué? ¿Dije algo malo?

– No, en cuestiones de amor, no hay bueno y malo. Pero ten cuidado de no quedar en una posición de la que no puedas salir decorosamente, o de verdad tendrás que sacrificar tu dignidad.

La sinceridad de esas palabras la hicieron volverse.

– ¿Acaso no entiendes, Melody? -dijo suavemente-. No es sólo una cuestión de dignidad.

– ¿Entonces qué es?

– Es una cuestión de enfrentar la realidad -Laura cerró los ojos, sintiéndose de repente agotada-. Brent siempre fue mi amor imposible. Por un tiempo, me olvidé de que los sueños no duran. Pero llega un momento en que tienes que despertar -se mordió el labio para que no temblara-. Y eso debo hacer ahora: despertarme y seguir con mi vida.


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