Capítulo 3

El sentido del humor hace maravillas en la vida. Brent repitió las palabras mentalmente mientras esperaba de pie detrás de escena. Desde una abertura en el telón de fondo, veía parcialmente el set. Enormes flores psicodélicas en naranja, amarillo y verde lima contrastaban marcadamente con el ribete rococó y los frescos que eran parte de la decoración del teatro.

Pudo vislumbrar dos banquetas altas que habían sido colocadas en la mitad del escenario, una para él y la otra para el alcalde Davis, que ya estaba saludando al público. Brent supuso que banquetas parecidas aguardaban a las tres solteras del otro lado del tabique que dividía el escenario.

Laura estaría sentada en una de esas banquetas. Se preguntó otra vez qué aspecto tenía ahora, a qué se dedicaba, si estaba nerviosa de tener que subir al escenario. Extrañamente, saber que lo acompañaría durante los siguientes minutos le quitó su propio pánico escénico, una sensación que no había experimentado en muchos años.

La voz del alcalde Davis aumentó de volumen:

– Entonces, ayúdenme todos a recibir a nuestro soltero famoso, Brent Michaels.

Era el momento. Brent respiró hondo, esbozó una sonrisa arrolladora, y entró en el escenario, saludando a la multitud. Si hay algo que sabía era cómo desempeñar el papel que él mismo se había inventado para sí: Brent Michaels, el hombre encantador, seguro de sí mismo, el prototipo del norteamericano.

El alcalde Davis lo saludó con un apretón de manos y una vigorosa palmada en la espalda. Con el micrófono en la mano, el alcalde se volvió hacia el público:

– Claro que la mayoría de ustedes reconoce este rostro apuesto por las noticias de la tarde, pero quienes somos de Beason’s Ferry conocemos a este muchacho mucho antes de que se transformara en algo especial.

La sonrisa de Brent nunca se alteró, aun mientras se preguntaban si el insulto había sido un acto fallido o intencional.

– Ahora pues, Brent -dijo el pelado alcalde con aparente severidad-, como bien sabes, hemos hecho un gran esfuerzo por que las identidades de las tres jóvenes muchachas se mantengan confidenciales. ¿Pero por qué no le aseguras al público que no has tenido contacto alguno con ninguna de las concursantes desde que accediste a estar aquí hoy con nosotros?

– Ningún contacto -dijo Brent-, excepto por la señorita Miller. Desafortunadamente, ella rehusó una invitación que le hice para salir, así que supongo que tendré que elegir a otra persona.

Se oyó un murmullo de risas entre el público.

– Y tenemos tres candidatas preciosas entre las cuales puedes elegir -dijo el alcalde-. Así que Brent, antes de presentártelas, ¿por qué no les cuentas a todos lo que buscas en una mujer?

– Pues, le diré, alcalde Davis -dijo Brent, siguiéndole la corriente con el tono sexy del concurso-. Le diría que busco en las mujeres lo mismo que en los autos: me gustan elegantes y experimentadas.

– ¿Rápidas, eh? -el alcalde meneó las cejas.

Una carcajada del público salvó a Brent de tener que responder. No es que se hubiera molestado en explicar lo que realmente anhelaba en una mujer. Con los años, se había formado una vaga imagen de una mujer segura de sí con modales y un gusto refinados, una mujer que encarnara todo aquello que él tan sólo fingía ser.

– Bueno, Brent, dudo de que cualquiera de estas mujeres sea rápida, ojo. ¿Pero qué dices si te las presentamos una por vez, para que puedas oír sus voces? -el alcalde consultó las tarjetas ayuda-memoria al tiempo que el primero de tres focos se prendía para iluminar la otra mitad del escenario-. Nuestra primera y encantadora concursante siempre ha sido aficionada a los deportes… cuando no está observándote a ti en el noticiario, por supuesto.

– Por supuesto -dijo Brent agradablemente.

– Dice que -el alcalde ladeó la cabeza para leer la tarjeta a través de sus anteojos bifocales-, si la eliges, hará lo que sea para animarte.

A partir de esa pista poco sutil, Brent supo que la concursante número uno era Janet Kleberg, ex porrista de los Bulldogs de Beason’s Ferry.

– ¡Hola, Brent! -gritó Janet por el altavoz. Parecía tan excitada, que Brent la imaginó aferrada a sus pompones.

– Ahora, la concursante número dos -el alcalde echó un vistazo a la siguiente tarjeta en su mano- asegura que es hogareña, pero dice que no le importaría salir contigo porque tu sonrisa le recuerda a Donny Osmond, de quien siempre estuvo enamorada.

Brent se mordió los labios para no reír cuando el público soltó un oooh colectivo. La concursante número dos tenía que ser Laura. Sabía que le provocaba horror que las muchachas lo compararan con el impecable Donny Osmond. Así que estaba intentando evitar que la eligiera, ¿no es cierto?

Hubo un silencio incómodo.

– Eh, concursante número dos -llamó el alcalde-, querida, ¿te animas a decirle hola a Brent?

– Hola, Brent -dijo alguien por el altavoz. ¿Era la pequeña Laura Beth dueña de aquella voz suave y baja? No recordaba que sonara tan adulta por teléfono.

– Ahora, la concursante número tres -prosiguió el alcalde-: se trata de una aficionada a la equitación que compite anualmente en el campeonato de carreras de barriles en el rodeo y la muestra de ganadería del condado.

– Hola, Brent -se oyó una voz atronadora que Brent no reconoció. Así que habían logrado conseguir al menos a una concursante con quien no había ido al colegio.

– Muy bien -dijo el alcalde, mientras dirigía a Brent a una banqueta-. Ustedes, damas, tomen asiento, y vamos a comenzar.

Del otro lado del tabique, Laura intentó dominar un nuevo ataque de nervios, mientras se ubicaba en la banqueta del medio. Jamás debió aceptar meterse en esto. Se sentía como un cervatillo indefenso atrapado en los faros de un automóvil. Por supuesto, sentada entre Janet, enfundada en su ceñido solero de flores, y Stacey, en su camisa vaquera de vivos colores y su falda de jean, era posible que nadie la advirtiera.

Oyó por el equipo de audio al alcalde Davis explicando que habían pedido a Brent que pensara en preguntas que no revelaran la identidad de las concursantes:

– Entonces, Brent, ¿tienes las preguntas preparadas?

– Por supuesto que sí -respondió Brent en su voz nítida y grave. Le costaba creer que después de todos estos años de pensar en él, estaba sentado a sólo unos pocos pasos, separados tan sólo por un delgado tabique. La idea de que franquearían el otro lado del tabique en pocos minutos y lo vería cara a cara hizo que se le acelerara el pulso-. Solteras, ahora que saben lo que busco en una mujer, me gustaría comenzar por preguntarle a cada una lo que busca en un hombre. ¿Concursante número uno?

Janet gritó encantada al ser elegida primera:

– Bueno, Brent, me gustan los hombres que son aficionados al deporte, especialmente los corredores -enfatizó la última palabra, ya que Brent había sido campeón velocista en el equipo de atletismo, un deporte que no requería demasiada interacción con los miembros del equipo. Una vez le había confiado a Laura que prefería las carreras de velocidad a las carreras de fondo porque absorbían por completo la mente del corredor, haciendo que lo olvidara todo excepto el esfuerzo de los músculos, la respiración profunda y el objetivo de llegar a la meta.

Janet se inclinó hacia delante y agregó:

– Creo que un hombre sudoroso en shorts es lo más sexy que hay.

Laura se sonrojó cuando una imagen del pasado le volvió a la mente: Brent usando shorts delgados de nailon y sin camisa mientras practicaba en la pista todos los días después de la escuela.

– Muy bieeen -dijo Brent, y ella contuvo el aliento, temiendo que sería la siguiente-. Concursante número… tres.

Soltó el aire aliviada, mientras que Stacey, una cajera del Banco, se irguió en su asiento.

– A mí me gusta un hombre que disfrute de la vida al aire libre -respondió Stacey-. Que sea abierto y sincero pero que no tenga miedo de atreverse a ser un poco salvaje.

Laura se rió, cuando la voz de Stacey descendió sugestivamente al final, transformándose en un susurro. Las demás mujeres del comité de recaudación de fondos las habían animado a adoptar el espíritu del juego, que fueran divertidas y provocativas. Janet y Stacey lo estaban haciendo a la perfección.

– Concursante número dos -dijo Brent, y ella se sobresaltó, advirtiendo que ahora le tocaba-. ¿Qué buscas tú en un hombre?

Intentó pensar en algo provocativo que pudiera decir, pero se quedó en blanco.

– Yo… este… ¿me gusta un hombre que esté… allí?

Alguien sentado entre el público soltó una risotada estruendosa, y Laura se encogió avergonzada.

– ¿Allí? -repitió Brent-. ¿Te refieres a que esté allí contigo… o en algún otro lugar?

– No -explicó Laura-, me refiero a que esté cerca, que sea confiable. Alguien que no proteste por hacer un par de tareas domésticas.

– ¡Sigue soñando, linda! -gritó una mujer, esta vez.

El alcalde carraspeó:

– Tal vez debamos proseguir con la siguiente pregunta.

– Claro -con la soltura de un hombre acostumbrado a hablar en público, Brent se deslizó fácilmente en la siguiente pregunta-. Como todos sabemos, el camino más rápido al corazón del hombre es pasando por su estómago. Así que, concursante número tres, si estuviéramos saliendo, ¿qué plato tentador me prepararías para demostrarme cuánto te intereso?

– Veamos -Stacey pensó por un minuto, y luego sonrió-: Prepararía un picnic y extendería un mantel a la sombra de un árbol. Luego nos pondríamos en la boca, el uno al otro, con la mano, los pedazos de mi receta casera de pollo frito… y nos lameríamos mutuamente el jugo de los dedos.

Brent se rió; parecía más divertido que avergonzado, lo cual ayudó a que Laura se relajara. Tal vez eligiera a Stacey, lo cual solucionaría todas las cosas. Lo seguiría viendo pero no tendría que sufrir la pena de Greg, la ira de Janet, o ningún tipo de burla por parte de la gente del pueblo.

– Concursante número uno -dijo Brent-, ¿qué platos servirías?

Janet sacudió el cabello detrás de un hombro:

– Yo te prepararía un rico bife jugoso y lo serviría a la luz de las velas… desnuda.

La mitad del público lanzó un grito ahogado mientras la otra mitad se echó a reír a carcajadas.

– Bueno, no hay duda de que con eso llamarías la atención de un hombre -se rió entre dientes-; lo cual nos trae a la concursante dos -su voz se volvió más calurosa, como para que supiera que ya había adivinado cuál era-. ¿Qué apetitoso manjar me ofrecerías para demostrarme que te gusto?

Lo que tú desees, casi le sale de la boca, y luego frunció el entrecejo.

– Si realmente quisiera demostrar que me importas, no te taparía las arterias con un montón de colesterol. Te serviría pescado al horno con vegetales al vapor.

El público rezongó afablemente, y ella se animó. Mientras que no la eligiera, estaba salvada de ser mortificada.

– Última pregunta -anunció Brent-. Concursante número uno, como hombre goloso que soy, me gustaría saber qué postre me ofrecerías para rematar la cena.

Cheesecake -respondió Janet, seductora-, con mi cerecita encima. Es tan acida y cremosa, que directamente se derretirá en tu boca.

Laura cerró los ojos y rogó que el suelo se la tragara. Hasta para Janet, esa respuesta había sido excesiva.

– ¿Concursante número tres? -preguntó Brent.

No queriendo ser menos, Stacey adoptó un ronroneo seductor:

– Yo te daría un trozo untuoso de torta de chocolate, para poder lamerte el glaseado de los labios.

– Bueno… eso suena realmente… interesante -el tono sugestivo de Brent provocó risas entre el público-. Está bien, concursante número dos, te toca a ti. ¿Con qué dulce me vas a tentar?

– Saludables galletas de avena -Laura esbozó una amplia sonrisa cuando el público emitió un gemido. Aun si Brent reconocía su voz, ningún hombre en sus cabales elegiría a una mujer que parecía tan aburrida.

– Muy bien, concursante número dos, acepto. ¿Por qué galletas de avena?

– Porque aun con toda esa mantequilla y azúcar, la avena conserva algún valor nutritivo.

– Saludables y nutritivas, ¿eh? -el profundo sonido de su risa le provocó un calor interno.

Desde detrás del escenario, sonó una campana.

– Tiempo -anunció el alcalde Davis, al tiempo que la música del Juego de las Citas comenzaba a tocar-. Y ahora llegó el momento de saber qué concursante elegirá nuestro soltero para la romántica cita soñada que hemos dispuesto en el Club de Golf de Riverwood -la música se apagó y el silencio se apoderó de la sala-. ¿Cuál será, entonces, Brent… acida y cremosa, saludable y nutritiva, o labios cubiertos de chocolate?

– Bueno, alcalde, le diré, cuando se trata de dulces, un hombre no puede negarse jamás a las galletas recién salidas del horno. Tendré que elegir a la concursante número dos.

Laura quedó boquiabierta mientras el público aplaudía. No. No podía haberla elegido a ella. ¡Era imposible!

Stacey al menos fue lo suficientemente honesta como para lucir decepcionada, y manifestó su espíritu deportivo abrazando a Laura. Janet, por su parte, intentó comportarse como si no le importara de una u otra forma. Laura sólo podía pensar: Ha habido un error. Prometió que no me elegiría tan repentinamente.

Del otro lado del tabique, Brent logró mantener la sonrisa intacta mientras el alcalde Davis le pasaba un brazo por los hombros. Ahora que había finalizado el show, tenía ganas de estar a solas con Laura. Al menos con ella, podía relajarse y dejar las apariencias de lado.

– Has elegido muy bien, hijo. Una elección muy buena. Ahora, ¿qué te parece si te presentamos a las damas que no elegiste?

– Me parece bien -dijo Brent.

– Concursante número tres, sal de allí y ven a conocer a Brent Michaels.

Una mujer alta y desgarbada con el cabello marrón lacio y vestimenta de vaquera salió de atrás del tabique.

– Stacey es una excelente corredora de barriles, cuando no está trabajando de cajera en el Banco.

Brent le dio un beso formal a la mujer en la mejilla, mientras el alcalde le agradecía por su participación.

– Ahora -dijo el alcalde-, si bien es posible que no hayas reconocido esta voz, estoy seguro de que el rostro te traerá a la memoria recuerdos imborrables. La concursante número uno era la porrista principal de los Bulldogs de Beason’s Ferry. Janet, ven aquí y dale la bienvenida a Brent.

Janet apareció, con el cuerpo despampanante que había tenido en la escuela secundaria, si no mejor pertrechada ahora que estaba más curvilínea. Sacudiendo el cabello hacia atrás, cruzó el escenario hacia Brent, con el paso menos vivaz que de costumbre. Sus ojos normalmente luminosos se estrecharon hasta ser hendiduras del grosor de una daga, cuando Brent besó su mejilla.

– Entonces, ¿estás listo para conocer a la chica de tus sueños? -preguntó el alcalde mientras Janet dejaba el estrado.

Brent asintió y respiró tranquilamente por primera vez desde que había comenzado el show.

– Esta muchacha que sigue es alguien que seguramente no has olvidado. Estaba tres años más abajo que tú en la escuela, pero, tal como lo recuerdo, solías cortarle el césped a su papá. La chica de tus sueños es la pequeñita adorada por todos: la señorita Laura Beth Morgan. Ven aquí, Laura Beth, y deja que este muchacho te pueda ver.

Una mujer apareció desde el otro lado del tabique, delgada y con gracia, enfundada en pantalones beige y una blusa color crema. Brent echó un vistazo detrás de ella, buscando a Laura. Luego la volvió a mirar y sus ojos se agrandaron:

– ¿Laura?

Una sonrisa suavizó su rostro, un rostro que le resultaba familiar y nuevo a la vez. Habían desaparecido los anteojos y la cola de caballo. En su lugar, el cabello rubio caía en suaves ondas sobre sus hombros, enmarcando los rasgos delicados de una mujer. No una mujer despampanante, pero sí dueña de una desenvoltura que jamás habría imaginado.

Su atuendo conservador le prestaba un aire de elegancia mientras se acercaba a él. Cuando la rodeó en sus brazos para el abrazo obligatorio, sus sentidos quedaron subyugados por el aroma familiar a madreselva y a talco de bebé. La fragancia poco común disparó una oleada de placer por todo su cuerpo.

Cuando se apartó, ella levantó la mirada y le sonrió. Él sostuvo las manos unidas a los costados y la miró incrédulo.

– Dios mío, chiquita, cómo creciste.

Su respuesta fue la misma risa sencilla que recordaba de su juventud. Sólo que ahora tenía un timbre gutural que podía hundirse en la sangre de un hombre y ahogarlo en el deseo. Pero ésta era Laura. La pequeña Laura. La muchacha que inspiraba sentimientos fraternales.

Poniéndose en puntas de pie, ella le besó la mejilla:

– Bienvenido a casa, Brent.


* * *
Загрузка...