Capítulo 16

Laura miró a través de la ventana delantera de la camioneta Chevy, sin advertir nada de lo que sucedía a su alrededor. Sólo dos días antes, este paisaje de sol y flores silvestres la había llenado de esperanza, a pesar de la discusión con su padre sobre su mudanza.

Al menos entendió esa discusión y los motivos de su padre para intentar controlarla. Pero Brent era inexplicable. Era él quien la había animado a independizarse… y cuando se había animado a hacerlo, se había comportado como si lo hubiera insultado. Justamente cuando cambió toda su vida para estar cerca de él… Aunque eso no era justo. Cambió toda su vida porque debía ser cambiada. Aunque más no fuera, debía agradecerle por agregar un incentivo extra para hacer lo que debió haber hecho hace muchos años.

– Oye, ¿te sientes bien? -Melody la miró preocupada.

– ¿Hmmm? -parpadeó para salir de la nebulosa en la que se hallaba y vio que Melody la observaba. A pesar de lo tarde que se habían ido a dormir la noche anterior, lucía sorprendentemente animada y fresca, con el aire acondicionado que le soplaba los largos rulos rojos-. Estoy bien. Sólo un poco cansada.

– Lo siento -Melody arrugó la nariz-. Supongo que, para ser tu primer pijama party, se me fue la mano con el asunto de las películas y la charla de amigas.

– No, lo pasé bien. En serio -Laura apoyó una mano sobre el brazo de Melody para expresar su agradecimiento. Después de hablar con Brent, quedó demasiado perturbada hasta para llorar. Melody había comprendido por algún motivo que no podía hablar de ello, así que se habían quedado despiertas casi toda la noche mirando películas de Lethal Weapon y babeándose por Mel Gibson.

Sin embargo, cuando vio pasar otro mojón en el camino, recordó que Brent no era la única preocupación que tenía. Todavía debía enfrentar a su padre.

– Melody, creo que debo advertirte algo. Mi padre no está muy contento con que me mude a Houston, y tal vez se ponga un poco… desagradable, hoy.

– ¿Desagradable? -Melody frunció el entrecejo-. ¿De qué manera?

– No físicamente, ni nada que se le parezca -se apuró por explicar-. No, es un experto en hacer que te sientas culpable. Para cuando sea el momento de marcharnos, ni siquiera tendrás que abrirme la puerta. Estaré tan aplastada que podré deslizarme debajo de ella.

– Ah -Melody asintió, comprendiendo-. Se parece a mi padre.

– ¿En serio? -Laura ladeó la cabeza para observar a su nueva coinquilina más detenidamente. La mujer hacía gala de un estilo despreocupado, pero detrás de la fachada de tranquilidad, algunos indicios daban cuenta de emociones más turbulentas.

– Sí -suspiró Melody-, mi padre te arrojaba la culpa y los insultos denigrantes como si fueran puñetazos, sabiendo exactamente dónde pegar para que la herida interna fuera más profunda.

– ¿Arrojaba? -Laura la miró perpleja-. ¿Falleció?

– Oh, sigue vivo. Pero vivimos en dos mundos diferentes, literal y metafóricamente -cuando vio que Laura la interrogaba con la mirada, explicó-: Mi padre está en el negocio del petróleo y ha vivido la mayor parte de su vida en el extranjero. Yo me crié en Oriente Medio. Allí conocí a Roger.

– ¿Roger? ¿Tu ex marido, no es cierto?

– Sí. El coronel Roger Piper -su voz acarició el nombre con ternura-. Por supuesto que en ese momento era un segundo teniente modesto. Mi familia vivía como civiles en la base militar.

– Debe de haber sido fascinante crecer en el Oriente Medio -dijo Laura.

– No es tan divertido como parece -Melody frunció los labios con desagrado-. Al menos, no si eres una niña. Cada vez que dejabas la base, tenías que asegurarte de que todo tu cuerpo estuviera cubierto. Aun así, no te permiten hacer demasiadas cosas, excepto ir de compras. Me aburrí como una ostra.

Laura asintió, y se le ocurrió que se parecía mucho a la vida en un pequeño pueblito.

– Luego cumplí dieciséis y descubrí a los hombres -Melody sonrió perversamente-. Ah, saber que yo, la niña estúpida que no hacía nada bien, de repente tenía un enorme poder sobre las hormonas masculinas sólo por mis pechos.

– Sé a lo que te refieres -Laura se rió con suavidad, y luego deslizó la mirada de sus pechos moderados al busto generoso que rellenaba la blusa de Melody-. Aunque, obviamente, no en el mismo grado.

– Oye -Melody sacó el pecho-. Como siempre decimos a los hombres: lo que importa es la calidad, no la cantidad.

– Y tú, evidentemente, tienes de las dos.

– Todos tenemos una cruz en la vida -Melody suspiró con dramatismo.

Laura se rió, disfrutando del momento de intimidad.

Melody sacudió la cabeza, suspirando:

– Sabes, no estoy segura del motivo por el cual elegí a Roger como mi primera conquista seria. Era bastante mayor que yo y no era el tipo más apuesto de la base. Pero cuanto más intentaba tratarme como a una criatura molesta, más lo deseaba yo.

– Supongo que conseguiste a tu hombre.

– Oh, sí -bufó Melody-. Desgraciadamente, también me quedé embarazada.

Luego de mirar rápidamente de soslayo, Laura disimuló cualquier manifestación de sorpresa. Muchas de las niñas en su clase habían terminado en la misma situación. Aunque amaba a los niños, no hubiera cambiado de lugar con ninguna de ellas. Pasar directamente de la niñez a la maternidad parecía aún más agobiante que la vida que había tenido.

– Supuse que Roger estaría tan horrorizado como yo -dijo Melody-. Si lo estuvo, jamás lo demostró. En cambio, fue derecho a mi padre y le pidió permiso para casarse conmigo. Jamás lo olvidaré parado allí, asumiendo toda la culpa, dejando que mi padre despotricara y vociferara contra él. Pero en el instante en que mi padre intentó reprenderme, Roger casi pierde el juicio. Creo que ése fue el momento en que me enamoré de él.

– ¿Y el bebé?

Melody mantuvo los ojos fijos en la ruta:

– Lo perdí. Jamás pude volver a quedarme embarazada.

– Oh, Melody -el corazón se le contrajo-. Lo siento.

– Sí, yo también -un brillo acuoso apareció en sus ojos. Parpadeando para enjugar las lágrimas, adoptó una sonrisa forzada-. Sabes, a veces creo que fue para bien. No, en serio. No es que no estuviera loca por tener a ese bebé, una vez que me acostumbré a la idea, pero la verdad es que no era lo suficientemente madura emocionalmente para ser madre.

Laura tragó el nudo que tenía en la garganta:

– ¿Cuánto tiempo estuvieron casados Roger y tú?

– Veinte años. Hace cuatro que nos divorciamos -soltó un soplido-. Eso significa que estoy a punto de cumplir cuarenta.

– Cuarenta no son tantos -insistió Laura.

Melody se rió, luciendo joven aun bajo el implacable sol de Texas.

– Tienes razón. Es sólo que aquí me tienes a una edad en que la mayoría de la gente intenta resolver cómo pagar la universidad de sus hijos, y yo sigo atrás, intentando comprender cosas más básicas, como el sentido de la vida.

– Te entiendo -suspiró Laura.

– Me imaginé. Pero tú eres mucho más sensata de lo que fui yo.

– Oh, no estés tan segura -Laura sonrió. Melody tenía una sabiduría poco convencional, que hallaba admirable-. ¿Entonces qué pasó con Roger?

– Pues volvemos al tema de la culpa -Melody soltó un largo suspiro-. Jamás pude acostumbrarme a la idea de haberle tendido una trampa para que el pobre hombre se casara conmigo y que terminara con una hija más que con una esposa. Sé que me amaba, aún me ama en ciertos sentidos. E intenté jugar el rol de ama de casa -Melody encogió los hombros-, pero lo detestaba. Eso me enseñó que por mucho que te esfuerces por complacer a alguien, sólo puedes fingir por cierto tiempo. La vida de esposa militar me estaba asfixiando. No encajaba con esa gente, y me odiaba por quejarme de ello ante Roger todo el tiempo.

– ¿Entonces qué hiciste? -preguntó Laura.

– Me transformé en una artista -dijo Melody, como si semejante hazaña fuera lo más fácil del mundo-. Irónicamente fue Roger quien me animó a comenzar a pintar como para desarrollar mi sentido de autoestima. Por supuesto -Melody esbozó una amplia sonrisa- el tenía pensado que fuera un hobby, no una profesión. Pero el día en que tomé mi primera clase verdadera de arte fue el día en que me encontré conmigo misma. Y cuanto más me conocía, más me daba cuenta de que el rol que estaba intentando desempeñar no era para mí.

Laura frunció el entrecejo, pensando en su propio rol como la hija del doctor Morgan y la bienhechora del pueblo.

– El problema era -dijo Melody-: ¿cómo podía dejar a Roger? Me refiero a que era un hombre que me había cuidado y alentado durante mi adolescencia y en la etapa de mis veinte años. Había desempeñado un rol más paternal que mi propio padre. Y cuando finalmente me hice adulta, ¿me iba a divorciar? Eso sí que me hizo sentir culpable.

– ¿Qué hiciste?

– Aguanté durante algunos años más, pero era tal nuestra desdicha, que me di cuenta de que ni él ni yo salíamos ganando.

– ¿Entonces?

– Entonces finalmente me armé de valor para decirle cómo me sentía. Hubo lágrimas en abundancia, y promesas mutuas en las que jurábamos jamás dejar de amarnos y que podíamos recurrir el uno al otro si había necesidad de hacerlo. Me ayudó a encontrar un lugar para vivir, hasta me lo pintó y me regaló los perros. Luego, un año más tarde, casi al cumplirse un año exacto, paf… ¡fue y se casó con la viuda de uno de sus amigos de la fuerza aérea!

Los ojos de Laura se abrieron aún más ante la vehemencia de Melody:

– ¿Estabas celosa?

– ¡Me quedé helada! La mujer es el ser más aburrido del mundo, totalmente previsible y estable. Totalmente competente y autosuficiente. Lo vuelve loco a Roger… incluso más que yo. Él no soporta no rescatar a la gente. Aunque debo decir, me gusta ver que en ocasiones también lo rescatan a él. Odio admitirlo, pero son tal para cual.

– Pero de todas formas estás celosa -adivinó Laura.

– No, en realidad, estoy enfurecida.

– ¿Por qué?

– Piénsalo -Melody levantó una mano-. Después de toda la agonía y la culpa que sufrí, dejar a Roger terminó siendo una bendición para él. Yo me estaba castigando por nada.

Laura frunció el entrecejo al escucharla, preguntándose si se podía aplicar la misma situación al caso de ella y su padre. ¿Es que había que lastimar a la gente en algunas ocasiones, para hacer lo que más les convenía? No estaba segura de que le gustara la idea, pero era algo para pensar durante el resto del camino.


Cuando llegaron a la casa, Laura le indicó a Melody que estacionara detrás, al lado de su propio auto. Advirtió que el auto de su padre no estaba, y respiró aliviada.

– Al menos podremos empacar tranquilas -le dijo a Melody mientras subía las escaleras a la puerta trasera. Para su sorpresa, el pomo de la puerta no cedió-. Qué curioso -murmuró-; jamás cerramos esta puerta con llave durante el día.

Metió la mano en la cartera y extrajo su llave rara vez usada. Pero la llave no entraba.

– ¿Sucede algo? -preguntó Melody.

– No lo sé. Tal vez esté oxidada la cerradura. -Al inclinarse a inspeccionar la cerradura, sintió algo frío asentársele en la boca del estómago. Brillaba como si fuera nueva. A través de la cortina transparente que cubría la ventana de la puerta, vio una sombra que se movía-. ¿Clarice? -golpeó y esperó que la mujer se cercara a la puerta arrastrando los pies.

– Oh, señorita Laura Beth -los ojos de Clarice se llenaron de lágrimas cuando abrió la puerta-. Lo siento tanto.

El corazón de Laura le dio un vuelco.

– ¿Qué? ¿Qué sucedió? -entró para tranquilizar a la mujer-. ¿Se trata de papá? ¿Está enfermo?

– No -la anciana lloriqueó, y luego levantó la barbilla en señal de rebeldía-, aunque ojalá lo estuviera. Me gustaría ponerlo yo mismo en el hospital.

– ¡Qué! -exclamó Laura-. Clarice, ¿qué pasó?

– Fue él quien cambió las cerraduras de la casa. Me hizo prometer que tuviera todo cerrado con llave hasta que usted llegara -sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas-. Y no sólo eso. Todas sus cosas están empacadas -le tembló el mentón-. Lo siento, señorita, pero si no lo hacía, hubiera arrojado todo al jardín.

– ¿Mis cosas? -susurró Laura. Volviéndose hacia el vestíbulo de atrás, subió corriendo las escaleras, con Melody atrás. Se detuvo en la entrada de su habitación. En el medio del piso había una pila de cajas de cartón. La cama con baldaquino había sido despojada del cobertor de encaje que su madre le había escogido. Hasta los volados del dosel y las cortinas habían sido retirados. El tocador donde había aprendido a maquillarse y el escritorio donde hacía las tareas estaban desprovistos de fotos, perfumes y adornos.

A través de la puerta abierta del armario, vio sólo perchas vacías. Paralizada, caminó hacia la cómoda, abrió un cajón, y halló que estaba vacío. Aun sabiendo que era Clarice quien había empacado sus cosas, la absoluta invasión de su privacidad le produjo un profundo desgarro.

– No comprendo -susurró, observando el cajón vacío-. ¿Cómo pudo hacer esto?

– Dijo… -Clarice hizo una pausa-… dijo que le dijera que si se salía con la suya, no debía regresar nunca más, y que no quería nada en la casa que lo hiciera recordarla.

Toda la culpa que Laura había sentido al marcharse se esfumó en un soplo. Cerró el cajón con fuerza y se volvió para mirar a Clarice, que lucía estupefacta:

– Así que eso dijo, ¿no?

Volvió a mirar la habitación y entendió el motivo del ardid: una estrategia para que regresara corriendo a casa, pidiera perdón de rodillas, y prometiera no volver a abandonarlo nunca más.

– En ese caso, Clarice -dijo impávida-, dile a mi padre que seguiré a pies juntillas el juego que propone.

La criada parpadeó, confundida:

– ¿Disculpe, señorita?

– Me oíste -dijo Laura, haciendo caso omiso al temblor en su estómago-. Dile al doctor Morgan que cuando decida que quiere volver a ver a su hija, sabe dónde encontrarme. Mientras tanto, tengo una tarea que emprender -se volvió a Melody-. ¿Te importaría ayudarme a cargar estas cajas?

Melody la interrogó con la mirada, y luego asintió, comprendiendo y apoyándola:

– Claro que sí.

– Clarice -dijo Laura, mientras levantaba una caja de sus muñecas Madame Alexander y la disponía a un costado para cargar en último lugar-, si no estás demasiado ocupada, ¿podrías hacer un poco de té helado? Me da la impresión de que vamos a estar muertas de sed cuando terminemos de cargar todas estas cajas.

Clarice la miró fijo un instante, obviamente sorprendida de que no cediera a las órdenes de su padre. Luego, una sonrisa se extendió lentamente por su rostro, reacomodando sus arrugas:

– Sí, señorita.

La criada se volvió y salió de la habitación más animada que lo que Laura la había visto en mucho tiempo.

Levantando una de las cajas con su ropa, Laura comenzó a descender las escaleras, y Melody la imitó. A medida que subía y bajaba con cajas, acarreó los pedazos de su vida al exterior de su casa, apilándolos al lado de la camioneta. Melody se ocupó de organizar las cajas en el espacio en que normalmente llevaba su casilla y los trabajos artísticos por todo el país.

– ¿Cuántas más hay? -preguntó Melody, al tiempo que levantaba una pesada caja de libros.

– Con un viaje más terminamos -Laura se volvió para dirigirse a la casa, pero el sonido de un auto que se acercaba por la entrada la detuvo. Por una fracción de segundo, su corazón palpitó esperanzado… y temeroso… de que su padre hubiera cambiado de opinión, de que hubiera regresado a casa para enfrentarla personalmente. Luego se volvió y vio a Greg, ataviado en su típica camisa de farmacéutico con cierre delantero, que bajaba de su clásico Chrysler color azul.

Soltó un suspiro, sin estar segura de si estaba decepcionada o aliviada.

– ¿Quién es? -preguntó Melody, sacando la cabeza por la parte de atrás de la camioneta-. Oh, él. -Parecía excesivamente irritada-. Lo único que nos faltaba.

– Hola, Greg -lo saludó Laura con impaciencia mal disimulada, mientras él se acercó caminando por la entrada. No habían hablado desde el día después del Tour de las Mansiones, cuando le había dicho que se mudaba a Houston.

– Laura Beth -corrió hacia ella, con el rostro surcado por la preocupación-. Me llamó Clarice para decirme que estabas acá.

Cuando llegó hasta ella, la rodeó con sus brazos. Ella aguantó el abrazo en silencio, repitiéndose que no era justo descargar la furia que sentía por su padre con Greg. Pero lo que menos tenía ganas de hacer en este momento era lidiar con la terquedad de Greg para aceptar que ya no estaban juntos.

– Lo siento tanto, amor -susurró contra su cabello-. No puedo creer que tu padre esté actuando así.

– Yo sí.

Él hizo un sonido que pareció una carcajada:

– Sí, supongo que yo también. Viejo testarudo -dio un paso hacia atrás para escudriñar su rostro-. ¿Quieres que yo hable con él?

– No, no quiero que hables con él -lo miró con incredulidad-. Soy perfectamente capaz de lidiar con mi propio padre.

– Sí, pero si comprendiera que tu mudanza a Houston es sólo por un tiempo, no se lo tomaría tan mal.

– Greg… -le clavó la mirada-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que mi mudanza no es temporal? Lo único que es temporal es compartir la casa con Melody.

– Y de eso también quería hablarte -se enderezó de repente-. No puedo creer que vayas a vivir con esa… esa…

– Hola -gritó Melody alegremente desde el interior de la camioneta-. ¿Vas a ayudar o quedarte mirando?

Greg giró en redondo, con las mejillas encendidas:

– ¿Qué haces acá?

– Ayudando a Laura con su mudanza -Melody saltó de la camioneta, y se paró con las manos sobre las caderas-. ¿Qué parece que estoy haciendo?

La mirada de Greg se posó sobre su blusa color violeta y los jeans al cuerpo:

– Sí, pero tú… tú… -se irguió-. Si no te importa, ésta es una conversación privada.

– Como quieras -Melody encogió los hombros, y luego se volvió y se inclinó para levantar otra caja. Los ojos de Greg se agrandaron al observar el jean gastado que se extendía sobre su trasero bien formado. Cuando Melody se enderezó, le dirigió una mirada cómplice por encima del hombro-: Hagan de cuenta que no estoy.

– Laura Beth -Greg se acercó a ella y bajo la voz-. ¿Podemos entrar para conversar?

Ella comenzó a buscar una excusa, pero terminó encogiendo los hombros, derrotada:

– Claro, por qué no. Puedes ayudarme a buscar las últimas dos cajas.

Caminando por delante hacia el fresco interior de la casa, se dijo que si se mantenía cordial, podría marcharse más rápido. Con el tiempo, Greg tendría que darse cuenta de que estaba decidida a marcharse de Beason’s Ferry.

– No puedo creer que vayas a vivir con esa… esa hippie -masculló Greg al llegar a la parte de arriba de las escaleras.

¡Fue suficiente! Laura se dio vuelta para encarar a Greg, que no se lo esperaba:

– Melody Piper es una de las personas más cordiales y auténticas que he conocido jamás. Y quisiera que tú y todo el resto de la gente confiaran un poco en mi propio criterio para elegir mis amistades.

Él dio un paso hacia atrás, sorprendido por el estallido. ¡Pues, fantástico! Estaba cansada de jugar el rol de trapo de piso.

– No te lo tienes que tomar personalmente -dijo Greg-. Tan sólo quise decir que no me imagino a las dos viviendo bajo el mismo techo. Son tan… diferentes.

– ¿Y qué si lo somos? -preguntó bruscamente-. Para llevarse bien con alguien hacen falta muchas más cosas que tener idénticas personalidades. Qué diablos, Greg, míranos a nosotros. Exteriormente, tú y yo somos iguales. Ambos provenimos de familias alemanas del interior de Texas, pero cuando se trata de las cosas que realmente importan en la vida, jamás nos ponemos de acuerdo en nada.

– Eso no es cierto…

– Sí, Greg, es así -se volvió y avanzó decidida a su dormitorio, con él pisándole los talones. Se detuvo incómodo ante la idea de traspasar un reducto tan privado-. Para empezar, sucede que eres un mojigato.

Él se tambaleó hacia atrás, y luego se enderezó indignado.

– No lo soy.

Ella levantó una ceja:

– Entonces, ¿por qué te pones colorado como un tomate cada vez que miras a Melody Piper?

Comenzó a gesticular con la boca, pero sin emitir sonido alguno, y sus mejillas se encarnaron:

– No… no me pongo colorado.

– Sí, claro -se volvió para levantar la última caja del piso, emocionalmente agotada para responder-. Si quieres saberlo, el tema del sexo siempre te ha avergonzado.

– Discúlpame -el rubor en sus mejillas se puso más intenso-. Si estamos hablando del hecho de que no te presioné para consumar el aspecto físico de nuestra relación apenas te conocí, fue simplemente porque te respeto más de lo que crees.

– ¡Respeto! -lo miró fijamente, recordando el tiempo que habían estado saliendo hasta que superaron la etapa de los besos-. Greg, ¿alguna vez escuchaste la expresión: “Una dama en el salón, una zorra en la alcoba”? Pues lamento decirte que se aplica a todo el mundo. Las mujeres no siempre desean que los hombres sean caballeros.

Él dio un paso hacia atrás, como si hubiera tenido una revelación:

– ¿Me estás diciendo que esta… fase por la que estás pasando es porque no soy lo suficientemente fogoso en la cama? -sus ojos parpadearon detrás de sus anteojos-. Cielos santos, Laura Beth, el amor es algo más que sexo.

– Tal vez -sacudió la cabeza-. Pero tú te comportas como si no estuvieran relacionados.

Él apoyó la caja de nuevo sobre el tocador, como si temiera dejarla caer:

– Entonces fue eso, ¿no? Realmente te fuiste a Houston para estar con Brent Michaels… como lo dice todo el mundo.

Así que los pronósticos de su padre se habían hecho realidad; la gente estaba hablando a sus espaldas.

– Me marché de Beason’s Ferry por un montón de motivos.

Se volvió hacia él:

– ¿Niegas que Brent Michaels sea uno de ellos?

Ella apartó la vista, negándose a responder. Lo que pasaba entre ella y Brent no le incumbía a nadie más que a ellos dos.

– Está bien -dijo Greg, finalmente-. Lo acepto.

– ¿Qué aceptas? -frunció la frente, y advirtió que de pronto parecía demasiado tranquilo.

– Acepto -hizo un gesto con la mano- que necesites… ya sabes.

– ¿Qué? -preguntó con cautela.

– Bueno, no es que esto sea tan diferente de lo que la mayoría de nosotros experimentamos en la universidad -dijo a la defensiva-. Sólo que tú nunca viviste en un campus, por lo que… pues… nunca tuviste oportunidad de hacerlo.

– ¿Hacerlo? -enarcó la ceja-. ¿A qué te refieres? ¿A mi necesidad de cometer excesos?

– Lo único que digo… -dio un paso adelante y posó la caja sobre el suelo para tomar sus manos entre las suyas- es que te entiendo.

Ella lo miró fijo, sin poder creer lo que estaba oyendo:

– ¿Qué es lo que entiendes?

– Que necesitas, pues, experimentar lo que hay allí afuera antes de sentar cabeza -reunió sus manos contra su pecho-. Y quiero que sepas… que estoy dispuesto a esperar hasta que lo hagas.

Con un resoplido de risa, ella se apartó:

– A ver si entiendo. ¿Tú crees que estoy embarcada en un fogoso affaire con Brent Michaels, y no tienes problema, siempre y cuando regrese a Beason’s Ferry para ser tu obediente esposa cuando acabe?

Arrugó las cejas:

– No estamos en la Edad Media, ¿sabes? Hemos avanzado lo suficiente como saciedad como para aceptar que las mujeres tienen las mismas necesidades que los hombres. Y tú has tenido una vida muy cobijada. Creo que es mejor que te desquites ahora antes de que nos casemos.

Ella lo miró fijo, sin saber si debía estar enojada o divertida. Aunque hubiera una posibilidad de volver a estar juntos, ¿cómo podía un hombre que verdaderamente amaba a una mujer aceptar lo que él estaba sugiriendo? De repente cayó en la cuenta de que era algo imposible. Había vivido lo suficiente en un hogar plagado de infidelidad como para saber que la gente no “aceptaba” y “comprendía” ese tipo de traición sin sufrir un enorme dolor. Ello quería decir que Greg no la amaba. Pensaba que sí, pero era imposible que dijera algo así si realmente la amara.

Durante todos estos meses había estado atormentada por la manera en que rompería con él sin lastimarlo, ¡y él ni siquiera la amaba!

– ¡No puedo creerlo!

– ¿Qué? -preguntó él arrugando el ceño.

Se dio vuelta e hizo un gesto amplio con el brazo.

– Durante toda mi vida he sacrificado mis propios sueños para allanarles el camino a los demás. Aunque hacerlo me dejara sangrando por dentro. Mientras todos estaban felices, ¿a quién le importaba cómo se sintiera la prudente y sensata Laura Beth?

Se dio vuelta para mirarlo:

– ¿Sabes algo, Greg? Estoy harta de quedarme aquí sentada dócilmente mientras me pasa la vida por delante. Tengo un montón de excesos que cometer, y tengo la intención de cometerlos. Así que anda, espérame. Espera todo lo que quieras. Pero te digo lo siguiente -le clavó un dedo en el pecho, empujándolo hacia atrás hasta que cayó indecorosamente sobre la cama-. Mientras tú estés acá poniéndote viejo, yo estaré allá afuera disfrutando de la vida a manos llenas para seguirla adonde me lleve.

Después de decir esto, levantó la caja del piso, tomó la de la cómoda, y salió con paso firme de la habitación.


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