Razones por las que un príncipe podría fijarse en mí,
por lady Olivia Bevelstoke.
Porque está arruinado.
Porque se quiere casar conmigo.
Ninguna opción era especialmente apetecible. La ruina económica, por razones evidentes, y el matrimonio porque… en fin, por un sinfín de razones.
Razones por las que no me gustaría casarme
con un príncipe ruso,
por lady Olivia Bevelstoke.
Porque no hablo ruso.
Porque ni siquiera me defiendo en francés.
Porque no quiero irme a vivir a Rusia.
Porque tengo entendido que allí hace mucho frío.
Porque echaría de menos a mi familia.
Y por el té.
¿Tomaban té en Rusia? Alargó la mirada hacia sir Harry, que seguía estudiando la tarjeta que le había entregado. No sabía por qué, pero creía que él lo sabría. Había viajado mucho o por lo menos tanto como el ejército le había pedido que viajara, y le gustaba el té.
Su lista ni siquiera había mencionado de pasada los aspectos reales de un matrimonio con un príncipe. El protocolo. La formalidad. Parecía una auténtica pesadilla.
Una pesadilla en un clima muy frío.
Francamente, empezaba a pensar que la ruina económica era un mal menor.
– No sabía que se movía usted en tan altos círculos -dijo sir Harry en cuanto terminó de examinar con detenimiento la invitación.
– Y no lo hago. Lo he visto dos veces. No… -repasó las últimas semanas-, tres. Eso es todo.
– Pues debe de haberle causado muy buena impresión.
Olivia suspiró cansada. Se había dado cuenta de que el príncipe la encontraba atractiva. Ya habían tratado de cortejarla suficientes hombres como para no reconocer las señales. Había tratado de disuadirlo con la mayor educación posible, pero tampoco era fácil hacerle un desaire. Se trataba de un príncipe, ¡por Dios! No sería ella la causante de que en algún momento pudiese haber tensión entre las dos naciones.
– ¿Irá? -le preguntó sir Harry.
Olivia hizo una mueca de disgusto. El príncipe, quien al parecer no estaba al tanto de la costumbre inglesa de los caballeros de visitar a las damas, le había pedido que fuese a verlo. Había llegado incluso a especificarle cuándo, dentro de dos días a las tres de la tarde, lo cual a Olivia le hizo pensar que el hombre había hecho una interpretación más bien libre de la palabra «petición».
– No veo de qué modo podría negarme -contestó ella.
– No. -Harry volvió a descender la mirada hacia la invitación y cabeceó-. No puede negarse.
Ella gruñó.
– La mayoría de las mujeres se sentirían halagadas.
– Supongo que sí. Quiero decir que sí, claro que sí. Es un príncipe. -Olivia procuró hablar con un poco más de entusiasmo, pero no lo consiguió.
– Pero sigue sin querer ir.
– Es un fastidio, ¡eso es lo que es! -Lo miró directamente a la cara-. ¿Alguna vez han anunciado su presencia en un palacio? ¿No? Es espantoso.
Harry se rio, pero ella iba demasiado embalada como para no continuar:
– El vestido tiene que ser de determinada manera, con pollera y miriñaque, aunque nadie haya llevado esas tonterías en años. Tienes que marcar la reverencia con la intensidad exacta y ¡Dios no quiera que sonrías en el momento equivocado!
– No sé por qué, pero no creo que el príncipe Alexei espere que se ponga usted la pollera y el miriñaque.
– Sé que no, pero aun así será todo tremendamente formal y desconozco por completo el protocolo ruso. Lo que significa que mi madre insistirá en buscar a alguien que me lo enseñe, aunque no se me ocurre dónde podría encontrar un profesor particular con el tiempo tan justo. Y encima tendré que pasarme los dos próximos días aprendiendo cuánto se marcan las reverencias en Rusia, y si hay algún tema que sería desconsiderado tocar y… ¡ohhh!
Acabó con el «¡ohhh!», porque, francamente, con todo este asunto le estaba entrando dolor de barriga. Nervios. Eran nervios. Odiaba ponerse nerviosa.
Miró hacia sir Harry. Estaba sentado, completamente inmóvil y con una expresión indescifrable en el rostro.
– ¿Va a decirme que no será tan terrible? -inquirió.
Harry sacudió la cabeza.
– No. Será terrible.
Olivia se desplomó. A su madre le entrarían sofocos si la viera así, toda repanchigada en presencia de un caballero. La verdad: ¿No podía él haber mentido diciéndole que pasaría un rato maravilloso? Si sir Harry hubiese mentido, ella seguiría estando erguida.
Y si echándole la culpa a otra persona se sentía mejor, ¿qué?
– Por lo menos tiene un par de días por delante -la consoló él.
– Sólo dos -repuso ella con pesar-. Y probablemente también lo veré esta noche.
– ¿Esta noche?
– Hoy los Mottram dan un baile. ¿Irá usted? -Olivia agitó una mano a un palmo de la cara-. No, por supuesto que no.
– ¿Cómo ha dicho?
– ¡Vaya, lo siento! -Olivia notó que se ruborizaba. Eso había sido tremendamente desconsiderado por su parte-. Me refería simplemente a que no se prodiga usted mucho, no a que no pudiera asistir al baile. Ha decidido no hacerlo, nada más. O cuando menos me imagino que ésa es la razón.
Harry la miró fijamente durante tanto rato y con tal impasibilidad que ella se vio forzada a continuar:
– Recuerde que he estado cinco días observándolo.
– Es bastante improbable que lo olvide. -Seguramente se compadeció de ella, porque en lugar de seguir con el tema elijo-: Da la casualidad de que sí pensaba asistir al baile de los Mottram.
Ella sonrió, bastante sorprendida por las mariposas que notó en el estómago.
– Entones lo veré allí.
– No me lo perdería por nada del mundo.
Resultó que Harry no había previsto asistir al baile de los Mottram. Ni siquiera estaba seguro de haber recibido una invitación, pero era bastante fácil pegarse a Sebastian, que seguramente iría. Esto supuso verse forzado a soportar su interrogatorio: ¿Por qué quería salir de repente y quién podía ser la causante de su cambio de parecer? Pero Harry tenía experiencia de sobras eludiendo las preguntas de Sebastian, y cuando llegaron al baile había tal aglomeración de gente que pudo deshacerse enseguida de su primo.
Harry se quedó en un lateral de la sala de baile, estudiando a la muchedumbre. Resultaba difícil calcular el número de asistentes. ¿300? ¿400? Sería fácil pasar una nota sin ser descubierto o mantener una conversación furtiva actuando todo el rato como si nada sucediera.
Harry desechó esos pensamientos. ¡Por Dios! Empezaba a pensar como un maldito espía, cosa que no tenía que hacer. Las instrucciones eran vigilar a lady Olivia y al príncipe, juntos o por separado. No tenía que intentar impedir nada ni detener nada, nada de nada.
Observar e informar, eso era todo.
No vio a Olivia ni a nadie vagamente mayestático en realidad, de modo que se sirvió una copa de ponche y estuvo varios minutos bebiendo a sorbos mientras se entretenía observando a Sebastian, que se desplazaba por la sala embelesando a todo el mundo a su paso.
Lo suyo era un don. Un don que, sin duda alguna, él no tenía.
Aproximadamente media hora después de estar observando y esperando (no había nada en absoluto de lo que informar), se produjo un pequeño revuelo cerca de la entrada este, así que se encaminó hacia allí. Se acercó tanto como pudo, entonces se inclinó hacia el caballero que estaba a su lado y le preguntó:
– ¿Sabe usted a qué se debe tanto alboroto?
– A no sé qué príncipe ruso. -El hombre se encogió de hombros, impasible-. Lleva un par de semanas en la ciudad.
– Causando un gran revuelo -comentó Harry.
El hombre (Harry no lo conocía, pero parecía la clase de persona que dedicaba las noches a eventos de esta índole) resopló.
– Las mujeres se vuelven locas por él.
Harry devolvió la atención al corrillo que había cerca de la puerta. Se produjo el movimiento habitual de cuerpos, y de vez en cuando vislumbró al hombre que había en el centro de la escena, pero no durante el tiempo suficiente como para poder verlo bien.
El príncipe era completamente rubio, eso había sido capaz de verlo, y más alto que la media, aunque probablemente no tanto como él, comprobó con cierta satisfacción.
No había razón alguna por la que Harry tuviera que serle presentado al príncipe, y nadie a quien se le ocurriría hacerlo, de modo que se quedó atrás intentando formarse una idea del hombre mientras se abría paso entre la muchedumbre.
Era arrogante, eso seguro. Como mínimo le presentaron diez jóvenes damas y en cada ocasión ni tan siquiera saludó con la cabeza. Mantuvo el mentón elevado y se limitó a reconocer a cada una de ellas con una brusca mirada en su dirección.
A los caballeros los trató con semejante desdén y habló solamente con tres de ellos.
Harry se preguntó si habría alguien en la fiesta a quien el príncipe no considerara inferior a su condición.
– Está usted muy serio esta noche, sir Harry.
Él se volvió y sonrió sin pensarlo dos veces. No sabía cómo, pero lady Olivia se había acercado a él; estaba deslumbrante con un vestido de terciopelo azul noche.
– ¿No se supone que las mujeres solteras deben vestir con colores pastel? -inquirió él.
Olivia arqueó las cejas ante esa impertinencia, pero sus ojos destilaban humor.
– Sí, pero mi presentación en sociedad no fue ayer; como sabrá, hace tres años de eso. A este paso me quedaré para vestir santos.
– No sé por qué, pero me cuesta creer que la culpa de eso sea de nadie más que de usted.
– ¡Guau!
Él le sonrió de oreja a oreja.
– ¿Y qué tal lo está pasando esta noche?
– No lo sé todavía. Acabamos de llegar.
Harry lo sabía, naturalmente. Pero no podía decir que la había estado observando, así que le dijo:
– Su príncipe está aquí.
– Lo sé -repuso ella, que parecía tener ganas de gruñir.
Él se inclinó hacia ella con sonrisa cómplice.
– ¿Quiere que le ayude a esquivarlo?
A Olivia se le iluminaron los ojos.
– ¿Cree que puede hacerlo?
– Soy un hombre de muchas virtudes, lady Olivia.
– ¿A pesar de sus estrafalarios sombreros?
– A pesar de mis estrafalarios sombreros.
Y entonces, así sin más, ambos se echaron a reír. Los dos a la vez. El sonido salió de ellos como un acorde perfecto, claro y auténtico. Y, casi al mismo tiempo, ambos parecieron darse cuenta de lo significativo que era ese momento, aunque ninguno tuviese idea del porqué.
– ¿Por qué viste con colores tan oscuros? -inquirió ella.
Harry echó un vistazo a su atuendo nocturno.
– ¿No le gusta mi chaqueta?
– Me gusta -le aseguró ella-. Es muy elegante. Es sólo que el tema ha dado que hablar.
– ¿Mi gusto a la hora de vestir?
Olivia asintió.
– Esta semana no ha habido demasiados cotilleos. Además, usted ha hecho un comentario sobre mi vestido.
– Es verdad. Muy bien, me pongo colores oscuros porque eso me hace la vida más fácil.
Ella no dijo nada, se limitó a esperar con cara expectante, como diciendo: «Seguro que hay algo más».
– Le contaré un gran secreto, lady Olivia.
Harry se inclinó hacia delante, ella hizo lo propio, y ése fue otro de esos momentos de perfecta sintonía.
– Soy daltónico -le dijo él en voz baja y grave-. Soy negado para distinguir el rojo del verde.
– ¿En serio? -preguntó Olivia en voz alta, y miró a su alrededor avergonzada antes de continuar en voz más baja-: Es la primera vez que oigo hablar de una cosa así.
– Tengo entendido que no soy el único caso, pero no conozco a nadie a quien le pase esto.
– Pero seguro que no es necesario vestir siempre de oscuro. -Olivia hablaba y parecía totalmente fascinada. Le chispeaban los ojos y su voz mostraba absoluto interés.
De haber sabido Harry que sus problemas para distinguir los colores le ayudarían tanto a la hora de ligar, lo habría sacado a relucir hacía años.
– ¿No le puede elegir la ropa su ayuda de cámara? -dijo Olivia.
– Sí, pero para eso tendría que fiarme de él.
– ¿Y no se fía? -Parecía intrigada; divertida. Tal vez una combinación de ambas cosas.
– Tiene un sentido del humor bastante mordaz y sabe que no puedo despedirlo. -Harry se encogió de hombros-. En cierta ocasión me salvó la vida. Y lo que es quizá más importante, la de mi caballo también.
– ¡Oh! En ese caso está claro que no puede despedirlo, porque su caballo es una preciosidad.
– Le tengo bastante cariño -dijo Harry-. Al caballo. Y a mi ayudante, supongo.
Ella asintió con aprobación.
– Debería estar agradecido de que le sienten bien los colores oscuros. El negro no le favorece a todo el mundo.
– ¡Caramba, lady Olivia! ¿Es eso un cumplido?
– No es tanto un cumplido hacia usted como un insulto para los demás -le aseguró ella.
– Pues menos mal, porque no creo que supiera manejarme en un mundo en el que hiciera usted cumplidos.
Olivia le tocó suavemente el hombro, coqueta y atrevida; y le dijo con absoluta ironía:
– Yo pienso exactamente lo mismo.
– Muy bien. Y ahora que estamos de acuerdo, ¿qué hacemos con su príncipe?
Ella le miró de soslayo.
– Sé que se muere de ganas de que diga que no es mi príncipe.
– Esperaba que lo dijera, sí -musitó él.
– Con el fin de decepcionarlo, le diré que ese príncipe es tan mío como de cualquiera de los presentes. -Apretó los labios mientras barría la sala con la mirada-. Exceptuando a los rusos, me imagino.
En cualquier otro momento, Harry le habría dicho que era ruso o que por lo menos tenía un cuarto de sangre rusa. Habría hecho un comentario estelar, tal vez que no quería reconocer al príncipe como propio a pesar de todo o algo en esa línea, y luego la habría dejado boquiabierta con su dominio del idioma.
Pero no pudo. Y, a decir verdad, resultaba desconcertante porque se moría de ganas de hacerlo.
– ¿Puede verlo? -le preguntó Olivia. Estaba de puntillas y estirando el cuello, pero aunque era ligeramente más alta que la media, le fue imposible ver entre la multitud.
Sin embargo, Harry sí que pudo.
– Está allí -contestó moviendo la cabeza hacia las puertas que conducían al jardín. El príncipe se encontraba en el centro de un pequeño corro, parecía sumamente aburrido con las atenciones de la gente y, sin embargo, como si al mismo tiempo creyese que era su obligación.
– ¿Qué hace? -inquirió ella.
– Le están presentando a… -¡Caray! No tenía ni idea de quién era- alguien.
– ¿Hombre o mujer?
– Mujer.
– ¿Joven o mayor?
– ¿Es esto un interrogatorio?
– ¿Joven o mayor? -repitió Olivia-. Conozco a todos los presentes. Conocer a toda la gente que va a estos eventos es mi vocación.
Harry ladeó la cabeza.
– ¿Es algo de lo que se enorgullece especialmente?
– No mucho, no.
– Es de mediana edad -dijo él.
– ¿Qué lleva puesto?
– Un vestido -contestó Harry.
– ¿Me lo puede describir? -inquirió ella con impaciencia. Luego añadió-: Es usted tan desastroso como mi hermano.
– Pues su hermano me cae bastante bien -dijo él, básicamente para fastidiarla.
Olivia puso los ojos en blanco.
– No se preocupe, cuando le conozca mejor cambiará de idea.
Harry sonrió. No pudo evitarlo. No sabía muy bien cómo había podido pensar que Olivia era fría y distante; si acaso, rebosaba picardía y humor. Al parecer, lo único que necesitaba para ello era estar en compañía de un amigo.
– A ver… ¿qué clase de vestido lleva? -le pidió ella.
Él cambió el peso de un pie al otro para ver mejor.
– Algo abultado, con… -Llevó las manos hacia los hombros, como si abrigase la esperanza de saber describir un atuendo femenino. Sacudió la cabeza-. No sé de qué color es.
– Curioso. -Olivia arrugó el entrecejo-. ¿Significa eso que es rojo o verde?
– O de cualquiera de sus tonalidades.
Olivia cambió radicalmente de actitud.
– Lo de su daltonismo es realmente fascinante, ¿sabe?
– Pues la verdad es que a mí me ha parecido siempre más bien una lata.
– Ya me imagino -coincidió ella. Entonces preguntó-: ¿La mujer con la que el príncipe está hablando…?
– No, el príncipe no está hablando con ella -repuso Harry con un poco más de sentimiento del que pretendía.
Ella volvió a ponerse de puntillas, aunque eso no le permitiera ver mejor.
– ¿A qué se refiere?
– No habla con nadie. Con casi nadie, al menos. Lo que sobre todo hace es mirar con arrogancia.
– ¡Qué raro! Conmigo habló muchísimo.
Harry se encogió de hombros. No sabía qué decir a eso, aparte de lo evidente, que el príncipe quería llevársela a la cama, lo cual no parecía adecuado en ese momento.
Aun así había que reconocer que el príncipe tenía buen gusto.
– Muy bien -dijo Olivia-, ¿la mujer con la que no está hablando lleva un diamante de bastante mal gusto?
– ¿En el cuello?
– No, en la nariz. Por supuesto que en el cuello.
Él la escudriñó con la mirada.
– No es usted la persona que me había imaginado.
– Teniendo en cuenta la primera impresión que le causé, probablemente eso sea algo positivo. ¿Lleva un diamante o no?
– Sí.
– Entonces es lady Mottram -dijo con rotundidad-. Nuestra anfitriona. Lo que significa que él le dedicará unos cuantos minutos, sería descortés ignorarla.
– Yo no confiaría en que hiciese una excepción para mostrarse educado.
– Descuide, que no tiene escapatoria. Lady Mottram está dotada de tentáculos. Y dos hijas por casar.
– ¿Qué le parece si nos vamos en la dirección contraria?
Ella arqueó las cejas con picardía.
– ¡Vamos!
Olivia empezó a andar, abriéndose paso hábilmente entre la multitud. Él siguió el sonido de sus carcajadas y la deslumbrante sonrisa que le dedicaba cada pocos segundos, cuando se giraba para asegurarse de que aún estaba ahí.
Por fin llegaron a un cenador, y ella se desplomó en un asiento, sin aliento y sintiendo que le daba vueltas la cabeza. Él se quedó a su lado, con el semblante considerablemente más sereno. No quería sentarse. Todavía no. Tenía que estar pendiente del príncipe.
– ¡Aquí no nos encontrará! -exclamó Olivia alegremente.
Ni él ni nadie, no pudo evitar darse cuenta Harry. El cenador no tenía nada de indecente; estaba convenientemente abierto al salón de baile. Pero tal como estaba orientado (apartado de la esquina del edificio, con las paredes cóncavas formando una cavidad), uno tenía que estar justo en el ángulo adecuado para ver el interior.
Nunca podría constituir el escenario de un acto de seducción ni de ninguna clase de diablura, en realidad, pero daba una intimidad extraordinaria. Además, amortiguaba bien el ruido de la fiesta.
– Ha sido divertido -comentó Olivia.
A él le sorprendió coincidir con ella.
– Sí, ¿verdad?
Olivia soltó un leve suspiro de desánimo.
– Supongo que no podré esquivarlo toda la noche.
– Puede intentarlo.
Ella sacudió la cabeza.
– Mi madre me encontrará.
– ¿Acaso pretende que se case con él? -preguntó Harry, sentándose a su lado en el banco curvo de madera.
– No, no le gustaría que me fuese a vivir tan lejos. Pero se trata de un príncipe. -Olivia levantó la vista hacia él con expresión rayana en el fatalismo-. Es un honor. Sus atenciones, me refiero.
Harry asintió. No porque estuviera de acuerdo, sino por pura compasión.
– Y además… -Interrumpió la frase, luego abrió los labios como para volver a empezar. Pero no lo hizo.
– ¿Y además? -la aguijoneó él suavemente.
– ¿Puedo confiar en usted?
– Puede -le dijo él-, pero seguro que ya sabe que jamás debería confiar en un caballero que le diga que puede confiar en él.
Eso le arrancó a Olivia una sonrisa casi imperceptible.
– Estoy totalmente de acuerdo con usted, pero aun así…
– Adelante -le dijo él con dulzura.
– Está bien… -Olivia tenía la mirada perdida, como si estuviese buscando las palabras o quizá las hubiese encontrado, pero las frases le parecieran equivocadas. Y cuando por fin habló, lo hizo sin mirarle. Aunque tampoco es que estuviera esquivándole exactamente-. He… rechazado los intentos de acercamiento de bastantes caballeros.
A Harry le extrañó su prudente empleo de la palabra «rechazado», pero no le interrumpió.
– No es que me considerase superior a ellos. Bueno, supongo que a algunos de ellos sí. -Se volvió y lo miró directamente a los ojos-. Algunos eran terribles.
– Comprendo.
– Pero la mayoría… No había nada malo en ellos, sólo que no eran los adecuados. -Dejó escapar un suspiro con cierta tristeza.
A Harry eso le espantó.
– Naturalmente, nadie me ha dicho eso a la cara -continuó Olivia.
– Pero ¿se ha ganado la fama de ser excesivamente exigente?
Ella le lanzó una mirada de tristeza.
– «Quisquillosa» es la palabra que ha llegado a mis oídos. Bueno, una de ellas. -Se le empañaron los ojos-. La única que me atrevo a repetir.
Harry descendió la mirada hacia su mano izquierda. Fruto de la rabia, la había estirado al máximo y ahora la tenía cerrada en un puño. Olivia estaba haciendo lo que podía para desdramatizar, pero estaba dolida por los rumores.
Se reclinó en la pared que había a sus espaldas, su aliento melancólico flotó en el aire.
– Y esto… bueno, ésta es mi oportunidad para redimirme porque… -Meneó la cabeza y levantó los ojos al cielo, como si buscase orientación o compasión; o quizá tan sólo comprensión.
Alargó la vista hacia la multitud con una sonrisa, pero fue una sonrisa como triste y de desconcierto. Y dijo:
– Algunos incluso dijeron: «¿Quién se cree que va a aparecer? ¿Un príncipe?»
– Ya veo.
Olivia se giró hacia él, con las cejas enarcadas y una expresión de absoluta franqueza.
– ¿Entiende mi dilema?
– ¡Claro que lo entiendo!
– Si ven que lo rechazo, seré… -Olivia se mordió el labio mientras buscaba la palabra adecuada- el hazmerreír no… No sé lo que seré. Pero no sería agradable.
Harry no pareció mover un solo músculo y, sin embargo, su rostro mostró una ternura desgarradora cuando comentó:
– Digo yo que no es necesario que se case con él sólo para demostrarle a la sociedad que es usted encantadora.
– No, claro que no. Pero al menos tienen que verme dedicándole la debida atención. Si lo rechazo así sin más… -Olivia suspiró. Odiaba esto. Odiaba todo esto, y la verdad es que nunca le había hablado a nadie de ello, porque se limitarían a decirle algo horrible e insidioso como «¡Ojalá todos tuviéramos tus problemas!»
Y ella sabía que era una afortunada y sabía que era una privilegiada, y sabía que no tenía derecho a quejarse por la vida que le había tocado vivir y la verdad es que no se quejaba.
Salvo algunas veces.
Y algunas veces lo único que deseaba es que los hombres dejaran de fijarse en ella, que dejaran de decirle lo guapa, encantadora y elegante que era (porque no lo era). Quería que dejaran de ir a verla y que dejaran de pedirle permiso a su padre para cortejarla, porque ninguno de ellos era el hombre adecuado y, ¡maldita sea!, no quería conformarse con el menos malo de los malos.
– ¿Siempre ha sido usted guapa? -le preguntó Harry en voz muy baja.
La pregunta era extraña. Extraña e impactante, y no la clase de cosa que se plantearía contestar, sólo que en cierto modo…
– Sí.
En cierto modo, le pareció inofensivo viniendo de él.
Harry asintió.
– Me lo figuraba. Tiene usted unos bellos rasgos.
Ella se volvió hacia él con la curiosa sensación de haber renovado energías.
– ¿Le he hablado de Miranda?
– Creo que no.
– De mi amiga. La que se casó con mi hermano.
– ¡Ah…, sí! A la que estaba escribiendo una carta esta tarde.
Olivia asintió.
– Era un poco el patito feo. Estaba muy delgada y tenía las piernas muy largas. Solíamos bromear diciendo que eran tan largas que le llegaban hasta el cuello. Pero a mí nunca me pareció que fuese un patito feo. Era simplemente mi amiga. Mi amiga más querida, más divertida y más maravillosa. Estudiábamos juntas. Todo lo hacíamos juntas.
Ella alargó la mirada hacia él, tratando de calcular su grado de interés. A estas alturas, la mayoría de los hombres habría huido a esconderse entre los árboles con tal de no aguantar a una mujer que aburría a su interlocutor hablando de las amistades de la infancia. ¡Qué horror!
Pero él simplemente asintió con la cabeza. Y ella supo que él la entendía.
– A los once años, de hecho fue por mi cumpleaños, hice una fiesta (Winston también) y vinieron todos los niños del barrio. Supongo que la gente consideraba que era un prestigio asistir. En cualquier caso, había una niña allí, ni siquiera recuerdo su nombre, que le dijo a Miranda unas cosas horribles. Hasta ese día no creo que a Miranda se le hubiese pasado nunca por la cabeza que los demás no la consideraban guapa. Por lo menos yo no lo pensé nunca.
– Los niños pueden ser muy crueles -musitó él.
– Sí, bueno, y los adultos también -dijo ella enérgicamente-. Da igual, eso no viene al caso. Es sólo uno de esos recuerdos que me ha acompañado siempre.
Permanecieron unos instantes en silencio y luego él dijo:
– No ha terminado la historia.
Ella se volvió, sorprendida.
– ¿A qué se refiere?
– No ha terminado la historia -volvió a decir Harry-. ¿Qué hizo usted?
Olivia abrió la boca.
– No me puedo creer que no hiciera nada. Incluso con once años, seguro que hizo algo.
A ella se le dibujó lentamente una sonrisa en la cara, cada vez más ancha… hasta que la notó en las mejillas, luego en los labios y después en el corazón.
– Creo que tuve unas palabras con esa niña.
Sus miradas se encontraron en una especie de curiosa sintonía.
– ¿Volvió a invitarle a alguna de sus fiestas de cumpleaños?
Ella seguía sonriendo. De oreja a oreja.
– Me parece que no.
– Apuesto a que ella no ha olvidado su nombre.
Olivia sintió que la alegría bullía en su interior.
– Creo que no.
– Y quien ríe el último, ríe mejor -dijo Harry-, porque su amiga Miranda se ha casado con el futuro conde de Rudland. ¿Había un partido mejor en el barrio?
– No, no lo había.
– A veces -declaró él meditabundo- tenemos lo que nos merecemos.
Olivia siguió sentada junto a él, en silencio, felizmente sumida en sus pensamientos. Entonces, inesperadamente, se giró hacia Harry y le dijo:
– Estoy muy unida a mi sobrina.
– ¿Su hermano y Miranda han tenido hijos?
– Una hija, Caroline. Es lo que más quiero en este mundo. A veces creo que me la comería. -Miró hacia él-. ¿Por qué sonríe?
– Por su tono de voz.
– ¿Qué le pasa?
Harry meneó la cabeza.
– No lo sé. Habla como… como… no sé, casi como si estuviese pensando en un postre y se le hiciese la boca agua.
Ella soltó una carcajada.
– Tendré que aprender a dividirme, porque están esperando el segundo.
– Felicidades.
– No pensé que me gustaran los niños -dijo Olivia pensativa-, pero adoro a mi sobrina.
Volvió a permanecer en silencio, pensando en lo agradable que era estar con alguien sin tener que hablar en todo momento. Aunque, naturalmente, habló, porque nunca aguantaba mucho rato callada.
– Debería ir a ver a su hermana a Cornualles -le aconsejó a Harry-. Y conocer a sus sobrinos.
– Sí -convino él.
– La familia es importante.
Harry estuvo en silencio un rato más del que ella había esperado antes de decir:
– Sí, lo es.
Hubo algo raro. Su voz sonó un poco hueca; o tal vez no. Ella esperaba que no. Menudo chasco se llevaría si resultaba que no era un hombre familiar.
Pero Olivia no quería pensar en eso. No ahora mismo. La verdad es que si Harry tenía defectos, secretos o lo que fuera al margen de lo que percibía ella en este momento, no quería saberlo.
Esa noche, no.
¡Ni hablar!