Olivia fue la primera en irse.
No estaba segura del tiempo que habían pasado allí tumbados en el diván, procurando recuperar la cordura, y luego, en cuanto fueron capaces de respirar con normalidad, les había llevado un rato recomponerse. Harry no consiguió anudarse la corbata con la rotunda precisión de su ayuda de cámara, y ella descubrió que un pañuelo no bastaba para…
¡Cielos! Ni siquiera podía pensar las palabras. No se arrepentía de lo que había hecho. Eso jamás; había sido la experiencia más maravillosa, increíble y espectacular de su vida. Pero ahora estaba… pringosa.
Además su salida de la habitación se había visto retrasada por varios besos robados, al menos dos miradas lujuriosas que habían amenazado con enviarlos de nuevo al diván y un pellizco lleno de picardía en el trasero.
Olivia aún se congratulaba por lo último.
Pero al final lograron un aspecto lo bastante decente para volver a la fiesta y decidieron que ella fuese la primera en salir.
Harry lo haría cinco minutos después.
– ¿Estás seguro de que estoy presentable con estos pelos? -inquirió ella mientras rodeaba el pomo de la puerta con la mano.
– No -confesó él.
Ella notó que abría mucho los ojos, alarmada.
– No está mal -dijo con esa típica incapacidad masculina para describir con exactitud un peinado-, pero no creo que esté exactamente igual que cuando llegaste a la fiesta. -Esbozó una sonrisa, claramente consciente de su falta de conocimiento de la materia.
Ella se apresuró hasta el único espejo de la habitación, pero estaba encima de la chimenea y ni siquiera de puntillas pudo verse la cara entera.
– No veo nada -se quejó-. Voy a tener que buscar un cuarto de baño.
Así que hubo un cambio de planes. Olivia se iría, encontraría un lavabo y se quedaría al menos 10 minutos dentro para que Harry pudiese irse a los cinco minutos de haberlo hecho ella y llegar al salón de baile cinco minutos antes que ella.
A Olivia el plan le pareció agotador. ¿Cómo hacían los espías para moverse a hurtadillas como los ladrones? Sería una espía terrible.
La frustración debió de reflejarse en su rostro, porque Harry se acercó y le besó con ternura en la mejilla.
– Pronto estaremos casados -le aseguró- y no tendremos que volver a hacer esto nunca más.
Ella abrió la boca para decir que su madre insistiría en un noviazgo de tres meses como mínimo, pero él alzó una mano y dijo:
– No te preocupes, esto no es una petición formal. Cuando te pida que te cases conmigo, lo sabrás. Te lo prometo.
Olivia se sonrió y musitó un adiós, sacó la cabeza por la puerta primero para asegurarse de que no venía nadie y a continuación salió sigilosamente a la silenciosa galería iluminada por la luna.
Sabía dónde estaba el cuarto de baño; aquella noche ya había ido en una ocasión. Procuró andar a la velocidad adecuada; ni demasiado rápido, no quería que pareciese que tenía prisa, ni tampoco demasiado despacio; lo mejor era siempre aparentar un objetivo.
No se encontró con nadie de camino al cuarto de baño, cosa que agradeció. Al abrir la puerta, sin embargo, y entrar en el tocador donde las mujeres podían lavarse las manos y mirarse en el espejo, fue recibida con un:
– ¡Olivia!
Olivia casi se muere del susto. Mary Cadogan estaba frente al espejo, pellizcándose las mejillas.
– ¡Por Dios, Mary! -dijo Olivia intentando recobrar el aliento-. ¡Qué susto!
Lo último que quería era entablar conversación con Mary Cadogan, pero por otra parte, de tener que toparse con alguien, agradecía que fuera con una cara conocida. Puede que a Mary le extrañase su desaliño, pero jamás sospecharía la verdad.
– ¿Llevo el pelo muy mal? -preguntó Olivia mientras levantaba el brazo y se daba unos toquecitos con la mano-. He resbalado. A alguien se le ha caído champán por el suelo.
– ¡Oh, qué rabia da eso!
– ¿Qué te parece? -inquirió Olivia, esperando haber desviado la atención de Mary para que no le hiciese más preguntas.
– No está tan mal -la consoló Mary-. Te ayudaré. He peinado a mi hermana un montón de veces. -Obligó a Olivia a sentarse en una silla y empezó a recolocarle las horquillas-. El vestido parece intacto.
– Seguro que el bajo se ha manchado -dijo Olivia.
– ¿A quién se le ha derramado el champán? -preguntó Mary.
– No lo sé.
– Apuesto a que ha sido al señor Grey. Es que lleva un brazo en cabestrillo.
– Ya lo he visto -musitó Olivia.
– Tengo entendido que su tío lo empujó por las escaleras.
Olivia apenas logró reprimir su espanto ante ese rumor.
– No puede ser verdad.
– ¿Por qué no?
– Bueno… -Olivia parpadeó varias veces mientras trataba de pensar en una respuesta aceptable. No quería decir que Sebastian se había caído de una mesa en su casa, porque seguro que Mary la acribillaría a preguntas si se enteraba de que ella tenía información concreta del incidente. Finalmente optó por decir-: Si se hubiese caído por las escaleras, ¿no crees que se habría hecho mucho más daño?
Mary pareció pensar en ello.
– Quizá se cayera por un tramo corto de escaleras. Por los escalones de la entrada de su casa, tal vez.
– Tal vez -dijo Olivia esperando que la cosa quedase ahí.
– Aunque… -continuó Mary truncando las esperanzas de Olivia- si sucedió al aire libre, lo lógico es que hubiera habido testigos.
Olivia decidió no hacer comentarios.
– Me imagino que podría hacer ocurrido de noche -reflexionó Mary en voz alta.
Olivia estaba empezando a pensar que Mary debería plantearse la posibilidad de escribir ella misma una novela del estilo de La señorita Butterworth. Desde luego, imaginación no le faltaba.
– Ya está -anunció Mary-. Como nuevo, o casi. No he sabido dejarte ese pequeño bucle suelto junto a la oreja.
Olivia estaba impresionada (y tal vez un tanto asustada) de que Mary se hubiese fijado en ese bucle; porque ella desde luego ni se había acordado.
– Gracias -le dijo-. Te lo agradezco mucho.
Mary sonrió con cariño.
– Estoy encantada de poderte ayudar. ¿Regresamos a la fiesta?
– Ve tú -contestó Olivia. Señaló hacia la otra parte, más privada, del cuarto de baño-. Necesito unos minutos.
– ¿Quieres que te espere?
– ¡Oh, no, no, no! -exclamó Olivia con la esperanza de que su sucesión de noes sonara más enfática que desesperada. Lo cierto es que necesitaba estar un rato sola; únicamente unos minutos para pensar, respirar hondo y tratar de centrarse de nuevo.
– Vale, de acuerdo. Te veo enseguida, pues. -Mary asintió y salió del tocador dejando a Olivia sola.
Ésta cerró los ojos unos instantes y realizó esa inspiración profunda que había estado esperando hacer. Todavía sentía un hormigueo por todo el cuerpo y estaba aturdida, impresionada por su propio comportamiento y, al mismo tiempo, eufórica.
No sabía con seguridad qué le chocaba más: haber perdido la virginidad en casa del embajador ruso o disponerse a volver a la fiesta como si nada hubiera pasado.
¿Lo detectaría la gente en su rostro? ¿La expresión de su cara habría sufrido un cambio radical? Porque ella sí se sentía radicalmente distinta.
Se acercó unos centímetros más al espejo para intentar analizar minuciosamente su imagen. Tenía las mejillas sonrosadas, eso no había cómo ocultarlo. Y quizá le brillaba un poco más la mirada, casi relumbrante.
Eran imaginaciones suyas. Nadie se daría cuenta.
Salvo Harry.
El corazón le dio un brinco. Literalmente.
Harry se daría cuenta. Recordaría hasta el último detalle y cuando la mirara, sus ojos ardientes de deseo, ella volvería a derretirse.
Y de repente ya no estuvo segura de ser capaz de salir airosa de la situación. Nadie sabría lo que había estado haciendo sólo con mirarla. Pero si daba la casualidad de que alguien la miraba mientras ella tenía los ojos clavados en Harry…
Se enderezó e intentó actuar con resolución. Podía hacerlo. Era lady Olivia Bevelstoke y sabía desenvolverse en cualquier situación social, ¿verdad? Era lady Olivia Bevelstoke, pronto lady…
Se le escapó un pequeño grito al pensarlo. Pronto lady Valentine. Le gustaba cómo sonaba, lady Valentine. ¡Era tan romántico! La verdad es que no había mejor apellido que ése.
Se dirigió hacia la puerta y alargó el brazo hacia el pomo. Pero alguien la abrió primero, de modo que retrocedió para evitar que le golpeara.
Aunque no pudo evitar…
– ¡Ay!
¿Dónde demonios estaba Olivia?
Harry hacía más de media hora que había vuelto a la fiesta y aún no la había vislumbrado siquiera. Había desempeñado su papel a la perfección charlando con un sinfín de radiantes jovencitas, incluso bailando con una de las Smyhte-Smith; y había ido a comprobar cómo estaba Sebastian, aunque no es que éste lo necesitara, porque hacía varios días que no le molestaba el hombro.
Olivia había dicho que quería ir al cuarto de baño a echar un vistazo a su aspecto, por lo que Harry no había contado con que apareciese enseguida en la fiesta, pero aun así ¿no debería haber acabado ya? La última vez que la había visto le había parecido que estaba bastante aceptable. ¿Qué más podía haber tenido que hacer?
– ¡Oh, sir Harry!
Al oír una voz femenina se giró. Era esa joven con la que Olivia había estado sentada en el parque. ¡Maldita sea! ¿Cómo se llamaba?
– ¿Ha visto a Olivia? -preguntó ella.
– No -contestó él-. Aunque no llevo mucho tiempo en el salón de baile.
La joven frunció las cejas.
– No sé dónde se ha metido. Estaba con ella hace un rato.
Harry la miró con creciente interés.
– ¿Ah, sí?
Ella asintió señalando hacia un lado, se supone que para indicar otro sitio.
– Le he ayudado a arreglarse el pelo. Es que alguien le ha salpicado el vestido de champán.
Harry no sabía muy bien qué tenía eso que ver con el pelo, pero sabía que era mejor no preguntar. Fuese cual fuese la historia que Olivia se hubiera inventado, había convencido a su amiga y él no pensaba discutirle nada.
La joven frunció el entrecejo y giró la cabeza a un lado y al otro mirando hacia la multitud.
– Es que tengo que contarle algo.
– ¿Cuándo la ha visto por última vez? -inquirió Harry en un tono serio, casi paternal.
– ¡Dios mío! No estoy segura, ¿hace una hora quizá? No, no hace tanto rato, imposible. -Continuó con su búsqueda visual por la pista de baile, pero Harry no supo adivinar si buscaba a Olivia o simplemente repasaba la lista de invitados.
– ¿La ve? -musitó Harry básicamente porque era muy violento estar ahí junto a ella mientras se dedicaba a mirar a todos los presentes en la sala menos a él.
Ella negó con la cabeza y entonces pareció localizar a alguien más importante que él, porque dijo:
– Si la encuentra, dígale que la estoy buscando. -Y con un pequeño gesto de la mano volvió a perderse entre la muchedumbre.
¡Qué conversación tan inútil!, pensó Harry mientras se dirigía hacia las puertas que daban al jardín. No creía que Olivia hubiese salido, pero la sala de baile estaba en un desnivel del terreno y había que subir tres escalones para llegar a las puertas. Desde ahí tendría muchas más posibilidades de poder verla.
Pero cuando llegó a su ventajosa posición, de nuevo se llevó un chasco. Por lo visto toda la gente que conocía estaba en la fiesta, pero ni rastro de Olivia. Estaba Sebastian, que seguía embelesando a las damas con sus inventados relatos épicos. Edward se encontraba a su lado, intentando parecer mayor de lo que era en realidad. La amiga de Olivia (cuyo nombre seguía sin recordar) bebía a sorbos un vaso de limonada mientras fingía escuchar al caballero de cierta edad que le decía algo con voz potente. Y estaba el hermano gemelo de Olivia, apoyado en la pared del fondo de la sala con expresión de aburrimiento.
Hasta Vladimir estaba ahí, cruzando el salón de baile con gran determinación sin molestarse en pedir disculpas por empujar a varios lores y ladies. Parecía bastante serio, pensó Harry, y al darse cuenta de que el gigante ruso se dirigía hacia él se preguntó si convendría investigarlo.
– Venga conmigo -le ordenó a Harry.
Harry dio un respingo.
– ¿Habla usted inglés?
– Nyeh tak khorosho, kak tiy govorish po-russki. (No tan bien como usted ruso.)
– ¿Qué pasa? -preguntó Harry en inglés, sólo por prudencia.
Los ojos de Vladimir lo miraron con dureza.
– Conozco a Winthrop -anunció el ruso.
Bastó para convencer a Harry de que confiase en él. Y entonces Vladimir añadió:
– Lady Olivia ha desaparecido.
De repente ya no importaba si confiaba o no en él.
Olivia no tenía ni idea de dónde estaba.
Ni de cómo había llegado allí.
Ni de por qué tenía las manos atadas a la espalda y los pies firmemente sujetos, y la habían amordazado.
Ni de por qué no le habían vendado los ojos, pensó mientras parpadeaba desesperadamente para acostumbrarse a la tenue luz.
Estaba tumbada de costado, en una cama, de cara a la pared. A lo mejor quienquiera que le hubiese hecho esto se había imaginado que si no podía moverse ni hacer ruido alguno, daría igual lo que viera.
Pero ¿quién podía ser? ¿Por qué? ¿Qué había pasado?
Trató de pensar, trató de apaciguar las ideas que se le agolpaban en la cabeza. Había ido al cuarto de baño. Mary Cadogan había estado allí, y luego se había ido y ella se había quedado sola… ¿durante cuánto tiempo? Por lo menos unos minutos; tal vez cinco.
Finalmente se había armado de valor para volver a la fiesta, pero habían abierto la puerta y entonces…
¿Qué había pasado? ¿Qué?
«Piensa, Olivia, piensa».
¿Por qué no lo recordaba? Era como si una gran mancha gris se hubiera esparcido por su memoria.
Empezó a respirar con más dificultad. Deprisa y agitadamente. Horrorizada. No podía pensar con claridad.
Intentó soltarse, aunque sabía que era inútil. Consiguió volverse sobre el otro lado, de espaldas a la pared. No lograba calmarse, centrarse…
– Veo que está despierta.
Olivia se quedó helada, inmóvil, su único movimiento el del pecho que subía y bajaba deprisa.
No reconoció la voz. Y el dueño de ésta se acercó, tampoco reconoció al hombre.
«¿Quién es usted?»
Pero evidentemente no pudo hablar. Sin embargo, el hombre leyó la pregunta en su mirada; la vio en sus ojos aterrados.
– Da igual quién soy -dijo con cierto acento en la voz, aunque ella no supo identificar su procedencia. Al igual que se le habían dado siempre fatal los idiomas, tampoco era capaz de identificar los acentos.
El hombre se aproximó más y se sentó en una silla cerca de ella. Era mayor que ella, aunque no tanto como sus padres, y llevaba el pelo canoso muy corto. Sus ojos… a oscuras no pudo adivinar de qué color eran. No eran marrones, sino un poco más claros.
– El príncipe Alexei se ha quedado prendado de usted -dijo.
Olivia abrió desmesuradamente los ojos. ¿El príncipe Alexei le había hecho esto?
Su captor se rio entre dientes.
– No disimula usted bien sus emociones, lady Olivia. No ha sido el príncipe quien la ha traído aquí, pero sí será él… -se inclinó amenazadoramente hasta que ella pudo olerle el aliento- quien pague su rescate.
Olivia sacudió la cabeza con un gruñido, intentando decirle que el príncipe no se había quedado prendado de ella y que, de ser así, ya era agua pasada.
– Si es usted lista, no forcejeará -dijo el hombre-. No conseguirá soltarse; conque no malgaste sus fuerzas.
Sin embargo, no podía parar de forcejear. Un miedo espantoso se estaba apoderando de ella y no sabía cómo controlarlo.
El hombre de pelo gris se levantó mientras la miraba esbozando una tenue sonrisa.
– Luego le traeré comida y agua. -Se marchó de la habitación y Olivia creyó morir de miedo al oír el clic de la puerta al cerrarse, seguido del giro de dos cerrojos.
No podría salir de ahí. No sin ayuda. Pero ¿sabía alguien que había desaparecido?