Olivia se puso a cuatro patas, el corazón le martilleaba. Él la había visto. Seguro que la había visto. Lo había detectado en su mirada, en el brusco giro de su cabeza. ¡Santo Dios! ¿Cómo lo explicaría? Una joven distinguida no espiaba a sus vecinos. Cotilleaba a sus espaldas, inspeccionaba el corte de sus abrigos y la calidad de sus carruajes, pero en ningún caso los espiaba desde la ventana.
Aun cuando se comentara que un vecino era un posible asesino.
Cosa que Olivia seguía sin creerse.
Sin embargo, dicho eso, estaba claro que sir Harry Valentine se traía algo entre manos. Esta última semana su comportamiento no había sido normal. No es que ella pudiese asegurar a ciencia cierta qué era normal en él, pero tenía dos hermanos. Sabía qué hacían los hombres en sus despachos y estudios.
Sabía, por ejemplo, que la mayoría de los hombres no pasaba en ellos un mínimo de 10 horas al día, como al parecer hacía sir Harry. Y sabía que cuando pisaban casualmente sus despachos, normalmente era para evitar entrar en contacto con el otro sexo, y no, como en el caso de sir Harry, para dedicarse a estudiar detenidamente papeles y documentos.
Olivia habría dado sus colmillos y quizás un molar o dos por saber qué decían aquellos papeles. Todos los días sir Harry se pasaba la jornada entera ahí sentado frente a su escritorio, estudiando con ahínco unos papeles sueltos. Algunas veces casi daba la impresión de que los estuviera copiando.
Pero eso no tenía sentido. Los hombres como sir Harry contrataban secretarias para esa clase de cosas.
Con el corazón todavía acelerado, Olivia levantó la vista, valorando su situación. No es que levantar la mirada sirviese de algo; la ventana seguía quedando por encima de su cabeza y en realidad era lógico que pudiera…
– No, no, no te muevas.
Olivia soltó un gruñido. Winston, su hermano gemelo (o, como a ella le gustaba pensar, su hermano pequeño exactamente por tres minutos), estaba de pie en el umbral de la puerta. O más bien apoyado con dejadez en el marco de ésta intentando aparentar que era el seductor despreocupado que ahora dedicaba su vida a intentar aparentar.
Frase que, gramaticalmente, había que reconocer que dejaba mucho que desear, pero que parecía describirle a la perfección. Llevaba el pelo hábilmente despeinado, la corbata cuidadosamente anudada y, sí, las botas se las había hecho el propio Weston, pero cualquiera que tuviera una pizca de sentido común podía ver que aún era un novato. Nunca había entendido por qué a todas sus amigas les hacían chiribitas los ojos y se volvían unas estúpidas de tomo y lomo en su presencia.
– Winston -dijo Olivia rabiosa, reacia a hacerle alharaca alguna.
– Quédate como estás -le dijo él, sosteniendo una mano al frente, con la palma hacia ella-. Sólo un instante más. Estoy intentando retener la imagen en mi memoria.
Olivia se mordió malhumorada el labio y se arrastró sigilosamente por el suelo pegada a la pared, alejándose de la ventana.
– Déjame adivinar -dijo Winston-. Te han salido ampollas en los dos pies.
Ella lo ignoró.
– Mary Cadogan y tú estáis escribiendo una nueva función de teatro en la que hacéis de ovejas.
Winston se merecía más que nunca una contestación, pero lamentablemente ella no había estado nunca en una posición menos adecuada para dársela.
– De haberlo sabido -añadió Winston-, me habría traído una fusta.
Olivia estaba casi bastante cerca de él como para morderle la pierna.
– ¿Winston?
– ¿Sí?
– Cállate.
Él se echó a reír.
– Te voy a matar -anunció ella, poniéndose de pie. Había bordeado la mitad de la habitación. Era imposible que sir Harry pudiese verla donde estaba ahora.
– ¿Con las pezuñas?
– ¡Oh, vale ya! -exclamó Olivia indignada. Y entonces se dio cuenta de que su hermano estaba entrando tranquilamente en el cuarto-. ¡Apártate de la ventana!
Winston se quedó helado, luego se giró y la miró sorprendido, con las cejas arqueadas.
– Retrocede -dijo Olivia-. Eso es. Despacio, despacio…
Él fingió un movimiento hacia delante.
A Olivia le dio un brinco el corazón.
– ¡Winston!
– En serio, Olivia -dijo él, volviéndose y poniéndose en jarras-. ¿Qué estás haciendo?
Ella tragó saliva. Algo tendría que decirle. La había visto reptando por la habitación como una idiota. Esperaría una explicación. ¡Sabe Dios que ella lo haría, de estar los papeles invertidos!
Pero quizá no tuviera que decirle la verdad. Tenía que haber alguna otra explicación para sus acciones.
Razones por las que podría arrastrarme por el suelo
y necesitar apartarme de la ventana.
No. No tenía ninguna.
– Es por nuestro vecino -dijo Olivia, recurriendo a la verdad, ya que, dada su posición, no tenía alternativa.
Winston giró la cabeza hacia la ventana. Lentamente y con todo el sarcasmo que un movimiento lateral de cabeza podía transmitir.
Que era bastante cuando lo hacía un Bevelstoke, tuvo que reconocer Olivia.
– Nuestro vecino -repitió él-. ¿Tenemos uno?
– Sir Harry Valentine. Alquiló la casa cuando tú estabas en Gloucestershire.
Winston asintió despacio.
– Y su presencia en Mayfair te tiene reptando por el suelo… porque…
– Le estaba espiando.
– A sir Harry.
– Sí.
– A cuatro patas.
– Naturalmente que no. Me ha visto y…
– Y ahora cree que eres una lunática.
– Sí. ¡No! No lo sé. -Exhaló con fuerza-. ¿Cómo voy a saber lo que piensa?
Winston arqueó una ceja.
– Pero sí sabes lo que ocurre en su alcoba, que estabas…
– Es su despacho -le interrumpió ella con vehemencia.
– Que sientes la necesidad de espiar porque…
– Porque Anne y Mary me han dicho… -Olivia no terminó, perfectamente consciente de que si decía por qué estaba espiando a sir Harry parecería más estúpida de lo que ya parecía.
– ¡Oh, no, ahora no te calles! -imploró Winston con ironía-. Si lo han dicho Anne y Mary, decididamente quiero oírlo.
Olivia frunció la boca y se puso seria.
– Muy bien, pero no debes contárselo a nadie.
– Procuro no contar nada de lo que ellas digan -repuso él con franqueza.
– Winston.
– No diré ni mu. -Alzó las manos, como si se rindiera.
Olivia se lo agradeció con un seco movimiento de cabeza.
– Porque ni siquiera es verdad.
– Eso ya lo sabía, a juzgar por la fuente de información.
– Win…
– ¡Oh, venga, Olivia! Deberías saber que no te puedes fiar de nada de lo que esas dos te digan.
Muy a su pesar, ella sintió la necesidad de defenderlas.
– No son tan malas.
– Claro que no -convino él-, es sólo que carecen de toda habilidad para distinguir entre verdad y ficción.
Winston tenía razón, pero aun así eran sus amigas y él un pesado, de modo que no pensaba reconocerlo; antes bien, ignoró completamente su comentario y continuó diciendo:
– Lo digo en serio, Winston. Debes mantener esto en secreto.
– Te doy mi palabra -dijo él, que parecía casi aburrido con todo el asunto.
– Lo que diga entre estas paredes…
– Se quedará entre estas paredes -terminó él-. Olivia…
– Está bien. Anne y Mary me han dicho que ha llegado a sus oídos que sir Harry mató a su prometida… No, no me interrumpas, yo tampoco me lo creo, pero entonces me he puesto a pensar, en fin, ¿cómo se levanta un rumor como ése?
– Con Anne Buxton y Mary Cadogan -contestó Winston.
– Ellas nunca lanzan los rumores -dijo Olivia-. Sólo los hacen circular.
– Una diferencia crucial.
Olivia creía lo mismo, pero éste no era el momento ni el lugar para convenir con su hermano.
– Sabemos que tiene genio -continuó ella.
– ¿Lo sabemos? ¿Cómo?
– ¿No te has enterado de lo de Julian Prentice?
– ¡Ah…, eso! -Winston puso los ojos en blanco.
– ¿A qué te refieres?
– Apenas lo tocó. Julian estaba tan borracho que una ráfaga de viento podría haberle hecho perder el conocimiento.
– Pero sir Harry le golpeó.
Winston hizo un gesto con la mano restando importancia al asunto.
– Supongo que sí.
– ¿Por qué?
Su hermano se encogió de hombros, luego cruzó los brazos.
– En realidad, nadie lo sabe. O por lo menos nadie lo ha dicho. Pero, para un momento… ¿qué tiene todo esto que ver contigo?
– Sentía curiosidad -confesó ella. Sonaba de lo más absurdo, pero era la verdad; y esta tarde ya no podía hacer más el ridículo, imposible.
– ¿De qué?
– De verlo. -Olivia movió bruscamente la cabeza hacia la ventana-. Ni siquiera sabía qué aspecto tenía. Y sí -dijo intencionadamente, frenando la interrupción que podía ver formándose en los labios de su hermano-, sé que su aspecto no tiene nada que ver en absoluto con el hecho de que haya o no matado a alguien, pero no he podido evitarlo. Vive aquí al lado.
Él cruzó los brazos.
– ¿Y te preocupa que haya planeado venir a robar y rebanarte el cuello?
– ¡Winston!
– Lo siento, Olivia -dijo él riéndose-, pero reconoce que es la cosa más absurda…
– No lo es -repuso ella con seriedad-. Lo era. Estoy de acuerdo en eso. Pero entonces… empecé a observarlo y te digo que hay algo muy raro en ese hombre, Winston.
– Cosa que has percibido en los últimos… -Winston frunció el entrecejo-. ¿Cuánto tiempo llevas espiándole?
– Cinco días.
– ¿Cinco días? -La expresión de aristócrata aburrido se esfumó y fue sustituida por una boca abierta por la incredulidad-. ¡Santo Dios, Olivia! ¿No tienes nada mejor que hacer con tu tiempo?
Ella procuró no parecer avergonzada.
– Al parecer, no.
– ¿Y él no te ha visto? ¿En todo este tiempo?
– No -mintió ella, y con bastante facilidad, además-. Y no quiero que lo haga. Por eso me estaba alejando a rastras de la ventana.
Él desvió la vista hacia allí. Luego volvió a mirarla a ella, moviendo la cabeza lentamente y con gran escepticismo.
– Muy bien. ¿Qué has sacado en claro de nuestro nuevo vecino?
Olivia se dejó caer en una silla de la pared del fondo, sorprendida por lo mucho que deseaba contarle sus conclusiones.
– Bueno, la mayor parte del tiempo parece bastante normal.
– Asombroso.
Ella frunció el ceño.
– ¿Quieres que te lo cuente o no? Porque no continuaré si lo único que vas a hacer es burlarte de mí.
Winston le indicó que continuara con un movimiento de la mano claramente sarcástico.
– Pasa una cantidad de tiempo excesiva frente a su escritorio.
Winston asintió.
– Una señal inequívoca de intento de asesinato.
– ¿Cuándo fue la última vez que tú te sentaste frente a un escritorio? -le devolvió ella.
– Un tanto para ti.
– Y -continuó Olivia, poniendo considerable énfasis- también creo que le gusta disfrazarse.
Eso captó la atención de Winston.
– ¿Disfrazarse?
– Sí. A veces lleva gafas y a veces no. Y en dos ocasiones ha llevado un sombrero sumamente extraño. Dentro de casa.
– No me puedo creer que esté escuchando esto -manifestó Winston.
– ¿Quién lleva sombrero por casa?
– Te has vuelto loca. Es la única explicación.
– Además, sólo viste de negro. -Olivia recordó los comentarios de Anne de hacía unos días-. O de azul oscuro. No es que eso sea sospechoso -añadió, porque lo cierto era que de ser otra persona la que estuviera pronunciando esas palabras, probablemente también la habría considerado una idiota. Expuesta con tanta claridad, la aventura entera parecía un disparate.
Olivia suspiró.
– Sé que suena ridículo, pero te digo que hay algo en ese hombre que no cuadra.
Winston la miró fijamente durante varios segundos antes de decir por fin:
– Olivia, tienes demasiado tiempo libre. Aunque…
Sabía que su hermano había dejado la frase incompleta a propósito, pero también que ella era incapaz de no morder el anzuelo.
– ¿Aunque, qué? -dijo ella entre dientes.
– Bueno, debo decir que demuestra una tenacidad inusitada por tu parte.
– ¿Qué quieres decir con eso? -exigió ella.
Sólo un hermano gemelo podría lanzarle una mirada tan condescendiente.
– Reconoce que no tienes fama de acabar lo que empiezas.
– ¡Eso no es verdad!
Él cruzó los brazos.
– ¿Qué me dices de esa maqueta de la Catedral de San Pablo que estabas haciendo?
Se le descolgó la mandíbula inferior, boquiabierta por la sorpresa. No podía creerse que Winston usara eso como ejemplo.
– ¡La tiró el perro!
– ¿Tal vez recuerdas cierta promesa de escribirle a la abuela todas las semanas?
– A ti se te da incluso peor que a mí.
– Ya, pero yo nunca prometí tal diligencia. Tampoco me ha dado nunca por pintar al óleo ni tocar el violín.
Las manos de Olivia se cerraron en un puño junto a su cuerpo. Es verdad, no había recibido más de seis clases de pintura o una suelta de violín. Porque ambas cosas se le daban fatal. ¿Y para qué iba a poner todo su empeño en intentar algo para lo que carecía de talento?
– Estábamos hablando de sir Harry -dijo Olivia entre dientes.
Winston esbozó una sonrisa.
– Es verdad.
Ella lo miró con fijeza. Con dureza. Winston aún tenía esa expresión en su cara (desdeñosa por un lado, pero doblemente irritante). Había disfrutado demasiado pinchándola.
– Muy bien -dijo él, repentinamente solícito-. Dime, ¿qué es lo que «no cuadra» en sir Harry Valentine?
Ella esperó unos instantes antes de hablar y luego dijo:
– Lo he visto un par de veces arrojando al fuego un montón de papeles.
– Yo he hecho lo mismo un par de veces -replicó Winston-. ¿Qué más quieres que haga un hombre con los papeles que son para tirar? Olivia…
– Es la forma en que lo hizo.
Parecía que Winston quería decir algo, pero no encontraba las palabras.
– Los echó al fuego -dijo Olivia-. ¡Los lanzó con violencia!
Winston empezó a sacudir la cabeza.
– Entonces miró por encima de su hombro…
– ¡Es verdad que has estado observándolo durante cinco días!
– No me interrumpas -soltó ella, y entonces, sin coger aire, dijo-: Miró por encima de su hombro como si oyese que venía alguien por el pasillo.
– Déjame adivinar. ¡Venía alguien por el pasillo!
– ¡Sí! -exclamó ella emocionada-. Su mayordomo entró justo en ese momento. Bueno, creo que era su mayordomo. En cualquier caso, era una persona.
Winston la miró atentamente.
– ¿Y la otra vez?
– ¿Qué otra vez?
– La otra vez que echó al fuego sus papeles.
– ¡Oh, eso! -dijo ella-. No hubo nada extraño, la verdad.
Winston la miró fijamente durante varios segundos antes de decir:
– Olivia, tienes que dejar de espiar a ese hombre.
– Pero…
Su hermano alzó una mano.
– Lo que sea que creas de sir Harry te prometo que es erróneo.
– También lo he visto metiendo dinero en una bolsita.
– Olivia, conozco a sir Harry Valentine. Es absolutamente normal.
– ¿Lo conoces? -¿Y la había dejado seguir hablando como una idiota? Lo mataría.
Cómo me gustaría matar a mi hermano.
Versión dieciseisava
por Olivia Bevelstoke.
No, en serio, ¿de qué serviría? Difícilmente podría superar la versión quinceava, que mezclaba el tema de la vivisección con los jabalíes.
– Bueno, en realidad no lo conozco -explicó Winston-. Pero conozco a su hermano. Fuimos juntos a la universidad. Y conozco de oídas a sir Harry. Si arroja papeles al fuego es solamente para despejar su escritorio.
– ¿Y ese sombrero? -insistió Olivia-. Tiene plumas, Winston. -Lanzó los brazos al aire y los agitó, intentando describir lo espantoso que era-. ¡Lleva penachos de plumas!
– Para eso no tengo explicación. -Winston se encogió de hombros, luego sonrió de oreja a oreja-. Pero me encantaría verlo con mis propios ojos.
Ella frunció el ceño, era la reacción menos infantil que se le ocurrió.
– Además -continuó él con los brazos cruzados-, no está prometido.
– Sí, ya, pero…
– Y nunca lo ha estado.
Lo cual reforzaba la opinión de Olivia de que todo el rumor no era más que un infundio, pero resultaba mortificante que fuera Winston quien lo demostrara. Eso si es que lo había demostrado, porque su hermano difícilmente era una autoridad en datos sobre ese hombre.
– ¡Ah…, por cierto! -exclamó Winston en un tono de excesiva indiferencia-. Supongo que mamá y papá no están al tanto de tus últimas actividades detectivescas.
¡Vaya con la pequeña comadreja!
– Me has dicho que no dirías nada -le dijo Olivia en tono acusador.
– Te he dicho que no diría nada sobre las bobadas ésas de Mary Cadogan y Anne Buxton. No he dicho nada de la vena que te ha entrado.
– ¿Qué es lo que quieres, Winston? -preguntó Olivia entre dientes.
Él la miró directamente a los ojos.
– El jueves me pondré enfermo. Cúbreme.
Olivia repasó mentalmente su agenda social. El jueves… el jueves… el recital de las Smythe-Smith.
– ¡Oh, no, no te atreverás! -chilló ella, tambaleándose hacia él.
Winston removió el aire que le rodeaba la cabeza.
– Mis pobres oídos, ya sabes…
Olivia procuró pensar en una respuesta adecuada y sintió una brutal decepción cuando todo lo que se le ocurrió fue:
– ¡Te, te…!
– Yo que tú no amenazaría.
– Si yo voy, tú vas.
Él le dedicó una sonrisa forzada.
– Es curioso, pero el mundo no funciona así.
– ¡Winston!
Aún se reía cuando se fue rápidamente por la puerta. Olivia se concedió tan sólo unos instantes para regodearse en su irritación antes de decidir que prefería asistir al recital de las Smythe-Smith sin su hermano. La única razón por la que había querido que fuera era para verlo sufrir, y estaba convencida de que se le ocurrirían otros medios para lograr ese objetivo. Además, si a Winston lo obligaban a quedarse quieto durante la actuación, seguramente se dedicaría a atormentarla todo el rato. El año pasado le hundió un dedo en el costado derecho, y el anterior…
Bueno, bastará con decir que la venganza de Olivia incluyó un huevo viejo y a tres de sus amigas, todas convencidas de que Winston se había enamorado perdidamente de ellas, pero seguía pensando que aún no estaban en paz.
Así que, en realidad, lo mejor era que Winston no acudiese al recital. En cualquier caso, ella tenía problemas mucho más apremiantes que su hermano gemelo.
Con el ceño fruncido, devolvió la atención a la ventana de su dormitorio. Naturalmente, estaba cerrada; no hacía tan buen día como para dejar que entrara el aire fresco. Pero las cortinas estaban recogidas, y el cristal transparente la atraía y desafiaba. Desde su ventajosa posición, en el lado opuesto del cuarto, sólo podía ver el ladrillo de la fachada de sir Harry y tal vez una porción del cristal de otra ventana (no la de su estudio). Si giraba un poco el cuerpo. Y si no le deslumbraba la luz.
Entornó los ojos.
Desplazó rápidamente su silla un poco a la derecha, intentando esquivar el resplandor.
Alargó el cuello.
Entonces, antes de que tuviera ocasión de cambiar de parecer, volvió a tirarse al suelo, usando el pie izquierdo para cerrar la puerta de su habitación de una patada. Lo último que necesitaba era que Winston la pillara de nuevo a cuatro patas.
Avanzó muy lentamente, preguntándose qué demonios estaba haciendo; ¿de veras se levantaría como si nada al llegar a la ventana, como diciendo «me he caído pero aquí estoy»?
¡Oh, eso sí que era sensato!
Y entonces se le ocurrió que, presa del pánico, se había olvidado por completo de que él estaría preguntándose por qué se había caído ella al suelo. La había visto (de eso estaba segura) y luego se había caído.
Se había caído. No se había girado ni se había ido, sino que se había caído. Como una piedra.
¿Estaría ahora con la vista clavada en su ventana, preguntándose qué le había pasado? ¿Creería que estaba enferma? ¿Vendría incluso a su casa para interesarse por su estado?
A Olivia se le aceleró el pulso. El bochorno sería insondable. Winston no pararía de reírse en una semana.
No, no, se tranquilizó a sí misma, no creería que estaba enferma. Sólo que era una patosa. Una patosa, sin más. Lo que significaba que era preciso que se levantara, que se pusiera de nuevo de pie y se dejara ver caminando por la habitación en perfecto estado.
Y tal vez debería saludar con la mano, puesto que ella sabía que él sabía que ella sabía que él la había visto.
Hizo una pausa, dándole vueltas a este último pensamiento. ¿Era ése el número correcto de «sabías»?
Es más, ésa era la primera vez que él la había detectado junto a la ventana. No tenía ni idea de que ella llevaba cinco días observándolo; de eso estaba segura. Así que, en realidad, sir Harry no tendría motivo de sospecha alguno. Estaban en Londres, ¡por el amor de Dios! La ciudad más populosa de Gran Bretaña. Las personas se veían unas a otras de ventana a ventana constantemente. Lo único sospechoso del encuentro era que ella había actuado como una absoluta idiota y no lo había saludado.
Era preciso que saludara. Era preciso que sonriera y saludara con la mano como diciendo: «¿Qué divertido es todo esto, eh?».
Sabía hacer eso. Algunas veces tenía la sensación de que su vida entera consistía en sonreír y saludar y fingir que todo era muy divertido. Sabía cómo comportarse en cualquier situación social, ¿y qué era eso sino una situación social, aunque inusitada?
Olivia Bevelstoke se desenvolvía de maravilla en situaciones así.
Reptó hasta un lateral de la habitación para poder ponerse de pie fuera del campo de visión de sir Harry. Entonces, como si tal cosa, se acercó tranquilamente hasta la ventana, en sentido paralelo a la fachada, visiblemente concentrada en algo que tenía frente a ella, porque eso es lo que haría en su alcoba en circunstancias normales.
Entonces, justo en el momento adecuado, miraría hacia un lado, como si hubiese oído piar a un pájaro o quizás una ardilla, y miraría casualmente por la ventana, porque eso es lo que haría en semejante situación, y entonces, cuando ella vislumbrase a su vecino, esbozaría una sonrisa a modo de reconocimiento. Sus ojos reflejarían una pizca de interés casi imperceptible y saludaría con la mano.
Cosa que hizo. A la perfección. Con la persona equivocada.
Y ahora el mayordomo de sir Harry pensaría que era una imbécil redomada.