Cinco cosas que me encantan de sir Harry Valentine,
por Olivia Bevelstoke.
Su sonrisa,
su agudeza,
sus ojos,
que habla conmigo desde la ventana.
– ¡Vladimir! -vociferó de pronto el príncipe, dejando la enumeración de Olivia incompleta a falta de un elemento.
Vladimir cruzó al instante la sala hasta el príncipe Alexei, quien impartió en ruso lo que sin duda sonó como una orden. Vladimir gruñó su conformidad y luego añadió su propia sarta incomprensible de palabras.
Olivia alargó la vista hacia Harry, que tenía el entrecejo fruncido. Se imaginó que seguramente ella también lo había arrugado.
Vladimir emitió otro sonido ronco y regresó a su rincón, y Harry, testigo de toda la conversación, miró al príncipe y le dijo:
– Es muy cómodo contar con Vladimir.
El príncipe Alexei lo miró hastiado.
– No entiendo qué quiere decir.
– Viene, va, hace cualquier cosa que usted diga…
– Para eso está.
– Sí, naturalmente. -Harry dejó que su cabeza se inclinara muy levemente hacia un lado. Fue como si se hubiese encogido de hombros sin encogerlos, pero la falta de consideración era la misma-. Yo no he dicho lo contrario.
– Los que gozan de estatus de realeza necesitan viajar con un séquito.
– Estoy completamente de acuerdo -repuso Harry, pero su tono simpático al parecer no hizo más que echar leña al fuego.
– Aquí tiene su té -interrumpió Olivia mientras le ofrecía una taza a Harry. Éste la aceptó y le dio en voz baja las gracias antes de tomar un sorbo-. Yo tomaré el mío como sir Harry -comentó sin dirigirse a nadie en particular-. Antes me ponía azúcar, pero me he dado cuenta de que ya no me gusta el té dulce.
Harry la miró con expresión de curiosidad, lo que no sorprendió a Olivia, que no recordaba cuándo había mantenido una conversación tan soporífera por última vez. Aunque seguro que él entendería que no tenía otra alternativa.
Olivia inspiró hondo, ¡qué difícil era intentar navegar contra la corriente! Esos dos hombres se detestaban, eso era evidente, pero no era la primera vez que estaba en un salón con gente que se odiaba entre sí. Normalmente no era tan palpable.
Y si bien quería pensar que todo era debido a que tenían celos de ella, no pudo evitar la sensación de que se traían algo más entre manos.
– Hoy todavía no he salido a la calle -comentó Olivia, pues el tiempo era siempre un tema de conversación infalible-. ¿Hace calor?
– Yo creo que lloverá -dijo el príncipe.
– ¿Es eso lo que piensa de Inglaterra? Que cuando no llueve, diluvia. Y cuando no diluvia…
Pero el príncipe ya había trasladado la atención a su oponente.
– ¿Dónde vive usted, sir Harry?
– Desde hace poco, en la puerta de al lado -contestó Harry alegremente.
– Creía que los aristócratas ingleses tenían imponentes mansiones en el campo.
– Así es -repuso Harry afablemente-, pero yo no soy un aristócrata.
– ¿Qué tal está el té? -inquirió Olivia un tanto desesperada.
Los dos hombres contestaron con un gruñido. Ninguno de más de una sílaba. Y ninguna sílaba particularmente inteligible.
– Pero le llaman «sir» -constató el príncipe Alexei.
– Cierto -respondió Harry, al que no parecía preocuparle en absoluto su falta de estatus-. Pero eso no me convierte en aristócrata.
Los labios del príncipe se curvaron muy ligeramente.
– A los baronets no se les considera parte de la aristocracia -explicó Olivia, que le lanzó una mirada de disculpa a Harry. Era realmente grosero por parte del príncipe seguir insistiendo en el bajo nivel social de Harry, pero había que tener en cuenta las diferencias culturales.
– ¿Qué es un «baronet»? -preguntó el príncipe.
– No estamos ni en un lado ni en el otro -contestó Harry con un suspiro-. En realidad, es un poco como el purgatorio.
Alexei se volvió hacia Olivia.
– No le entiendo.
– Se refiere, o por lo menos eso creo… -Olivia miró a Harry indignada, le parecía increíble que estuviese llevándole deliberadamente la contraria al príncipe- a que los baronets no forman parte de la aristocracia, pero tampoco carecen de título. Por eso se los llama «sir».
Parecía que el príncipe Alexei seguía confuso, de modo que Olivia explicó:
– Por orden de rango, después de la realeza, naturalmente, están los duques, los marqueses, los condes, los vizcondes y por último los barones. -Hizo una pausa-. Luego vienen los baronets y sus esposas, pero se considera que forman parte de la pequeña nobleza.
– Estamos muy abajo -musitó Harry divertido-. A años luz de alguien como Vuestra Alteza.
El príncipe lo miró durante apenas un segundo, pero bastó para que Olivia detectara la aversión en sus ojos.
– En Rusia la aristocracia es el eje de la sociedad. Sin nuestras distinguidas familias, nos desmoronaríamos.
– Aquí muchos piensan lo mismo -dijo Olivia cortésmente.
– Se produciría… ¿cómo se dice…?
– ¿Una revolución? -ofreció Harry.
– ¿El caos? -intuyó Olivia.
– El caos -prefirió Alexei-. Sí, eso es. La revolución no me da miedo.
– Sería conveniente que todos aprendiésemos de la experiencia de los franceses -dijo Harry.
El príncipe Alexei se giró hacia él con la mirada encendida.
– Los franceses fueron unos estúpidos. Concedieron demasiadas libertades a la burguesía. En Rusia no cometeremos ese error.
– En Inglaterra tampoco tememos la revolución -replicó Harry en voz baja-, aunque me imagino que es por otros motivos.
Olivia contuvo el aliento. Harry había hablado con una convicción rotunda que contrastaba con su frivolidad anterior. Su tono serio acaparó inevitablemente toda la atención del momento. Hasta el príncipe Alexei se sobresaltó y se volvió hacia él con una expresión de… en fin, no de respeto exactamente, puesto que saltaba a la vista que no entendía el comentario; pero quizá sí de cierta admiración, reconociendo a Harry como digno adversario.
– La conversación está tomando un cariz muy serio -declaró Olivia-. A esta hora del día no se puede hablar de estos temas. -Y como con eso no logró obtener una respuesta inmediata, añadió-: No soporto discutir de política cuando brilla el sol.
En realidad, lo que no podía soportar era quedar como una auténtica boba. Le encantaban las discusiones políticas, a cualquier hora del día.
Y, además, no brillaba el sol.
– Hemos sido tremendamente groseros -dijo el príncipe mientras se levantaba de su asiento. Se puso delante de ella y clavó una rodilla en el suelo, dejando a Olivia sin habla. ¿Qué estaba haciendo?
– ¿Podrá perdonarnos? -susurró al tiempo que le cogía de la mano.
– Ehhh…, mmm…
Él se acercó los nudillos a los labios.
– Por favor.
– Naturalmente -consiguió decir ella al fin-. No es…
– Nada -intervino Harry-. Creo que ésa es la palabra que buscaba.
Lo habría fulminado con la mirada, de haber podido verlo, pero en ese momento Alexei llenaba por completo su campo de visión.
– Naturalmente que los perdono, Vuestra Alteza -dijo ella-. Lo que he dicho es una tontería.
– Las mujeres hermosas tienen derecho a decir todas las tonterías que deseen.
Entonces el príncipe se movió y Olivia vislumbró la cara de Harry. Parecía que fuese a vomitar.
– Seguramente tendrá que prodigarse mucho aquí en Londres -dijo Harry en cuanto Alexei volvió a su asiento.
– Me van a dar varios premios -contestó el príncipe, aparentemente confuso y molesto por el cambio de tema.
Olivia se apresuró a traducirle.
– Creo que lo que sir Harry quiere decir es que seguramente tendrá muchos compromisos, mucha gente a la que conocer.
– Sí -dijo Alexei.
– Tendrá la agenda muy llena -añadió Harry con voz levemente afectada y aduladora.
Olivia frunció las cejas. Intuyó lo que Harry estaba tramando, y no acabaría bien.
– Debe de llevar una vida muy emocionante -se apresuró a decir Olivia, intentando cambiar de tercio.
Pero con Harry no se podía jugar al despiste.
– Hoy, por ejemplo -reflexionó Harry en voz alta-. Seguro que tiene un programa apretado. ¡Qué honrada se siente lady Olivia de que haya sacado tiempo para verla!
– Para lady Olivia siempre tengo tiempo.
– ¡Cómo se prodiga siempre Su Alteza! -exclamó Harry-. ¿A qué se debe que nos haya visitado esta tarde?
– No he venido a visitarlo a usted.
Harry le dedicó una fugaz sonrisa cómplice, únicamente para demostrarle que el insulto, si bien lo había captado, no le había ofendido.
– ¿En qué otro sito podría estar Su Alteza esta tarde? ¿Con el embajador? ¿Con el rey?
– Podría estar en cualquier lugar que deseara.
– Ése es el privilegio de la realeza -concluyó Harry.
Olivia se mordió el labio. Vladimir había empezado a acercarse poco a poco; si había pelea, Harry no saldría victorioso.
– ¡Me honra tanto su presencia! -dijo Olivia. Fue la única frase entera que se le ocurrió en cuestión de segundos.
– ¡Vaya, gracias! -bromeó Harry.
«Basta», le dijo Olivia moviendo los labios.
«¿Por qué?», repuso él.
– Creo que me están excluyendo de la conversación -dijo Alexei enfadado.
Vladimir estaba cada vez más cerca.
– ¡Pues claro que no! -le aseguró Olivia-. Únicamente intentaba recordarle a sir Harry que su primo está…, mmm… esperándolo para, ehh… una reunión.
Alexei parecía dubitativo.
– ¿Todo ésto se han dicho?
Olivia notó que se ruborizaba.
– Más o menos -masculló.
– La verdad es que tengo que irme -anunció de pronto Harry poniéndose de pie.
Olivia también se levantó.
– Le ruego que me permita acompañarlo hasta la puerta -dijo ella, intentando que no pareciera que hablaba entre dientes.
– No se moleste, por favor -repuso Harry-. Por nada del mundo se me ocurriría pedirle a una dama tan hermosa que se levante.
Olivia palideció. ¿Se habría dado cuenta Alexei de que Harry se estaba burlando de él? Desvió la vista hacia el príncipe, procurando hacerlo sin mucho descaro. No parecía ofendido, sino más bien encantado. Bueno, encantado dentro de lo tenso y reservado que era siempre. Tal vez la palabra satisfecho fuese más acertada.
Harry salió solo del salón, privando a Olivia de la oportunidad de decirle exactamente lo que pensaba de su comportamiento infantil. Ella, furiosa, hundió los dedos en el borde del almohadón del sofá sobre el que estaba sentada. No se le escaparía tan fácilmente. Harry no tenía ni idea de lo que era capaz una mujer cuando hervía de rabia. Lo que sea que tuviera que decirle, sería mucho menos agradable esta noche de lo que habría sido por la tarde.
Entretanto, sin embargo, había que seguir atendiendo al príncipe. Estaba sentado frente a ella, su expresión a caballo entre la satisfacción y la suficiencia. Se alegraba de que Harry se hubiese ido, y probablemente aún más de que Olivia estuviese ahora a solas con él.
Y con Vladimir. Era realmente imposible olvidarse de Vladimir.
– Me pregunto dónde estará mi madre -dijo Olivia, porque era extraño que no se hubiese dejado ver. La puerta del salón había estado debidamente abierta durante todo el rato, de modo que su presencia como carabina no era necesaria, pero Olivia se había imaginado que su madre querría saludar al príncipe.
– ¿Es necesario que esté aquí?
– Bueno, en realidad, no. -Olivia alargó la vista hacia la puerta abierta-. Huntley está ahí mismo, en el recibidor…
– Me alegro de que estemos solos.
Olivia tragó saliva, no sabía muy bien qué decir a eso.
El príncipe esbozó una sonrisa, pero su mirada se volvió penetrante.
– ¿Le inquieta estar a solas conmigo?
«Hasta ahora no».
– Por supuesto que no -contestó ella-. Sé que es usted un caballero. Y, además, no estamos solos.
Alexei parpadeó varias veces seguidas y luego rompió a reír.
– ¿No lo dirá por Vladimir?
Olivia notó que sus ojos miraban varias veces hacia un lado y otro de la sala, hacia el príncipe y su criado respectivamente, y viceversa.
– Bueno, sí -respondió ella con voz entrecortada-. Está justo… ahí. Y…
Alexei hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
– Vladimir es invisible.
La inquietud de Olivia fue en aumento.
– No lo entiendo.
– Es como si no estuviese aquí. -Alexei le sonrió de un modo que a ella le incomodó-. Si eso es lo que yo quiero.
Olivia abrió la boca, pero no tenía absolutamente nada que decir.
– Por ejemplo -continuó Alexei-, si quisiera besarla… -Olivia ahogó un grito de asombro- sería igual que si estuviéramos solos. Él no se lo diría a nadie y usted tampoco se sentiría más… cómo se dice… incómoda.
– Creo que Su Alteza debería irse.
– Antes me gustaría darle un beso.
Olivia se levantó, golpeando la mesa con las espinillas.
– Eso no será necesario.
– Sí -repuso él, levantándose también-, creo que sí es necesario. Para demostrárselo.
– ¿Para demostrarme qué? -repitió ella sin dar crédito a la pregunta que acababa de hacer.
El príncipe señaló a Vladimir.
– Que es como si no estuviera aquí. Debo tener escolta a todas horas. Vladimir está siempre conmigo. Incluso cuando… no debería decir esto delante de una dama.
Había bastantes cosas ya que no debería haber dicho delante de una dama. Olivia trató de escabullirse bordeando la mesa para llegar hasta la puerta, pero el príncipe le bloqueó el paso.
– Le besaré la mano -dijo él.
– ¿Q-qué?
– Para demostrarle que soy un caballero. Usted está pensando en otra cosa, pero le besaré la mano.
Olivia notó que se le anudaba la garganta. Tenía la boca abierta, pero no parecía estar respirando. Alexei la había dejado anonadada.
Le cogió una mano. Olivia seguía demasiado perpleja como para retirarla. Él se la besó y antes de soltarle la mano le acarició los dedos con los suyos.
– La próxima vez -anunció el príncipe- le daré un beso en la boca.
¡Oh, Dios!
– ¡Vladimir! -Alexei soltó una retahíla de palabras en ruso y su criado apareció en el acto junto a él. Olivia se dio cuenta con horror de que se había olvidado de que estuviese ahí, aunque estaba convencida de que era únicamente por lo mucho que le habían sorprendido las escandalosas palabras del príncipe.
– Nos vemos esta noche -le dijo Alexei.
– ¿Esta noche? -repitió ella.
– Irá a la ópera, ¿verdad? Interpretan La flauta mágica. Es la primera representación de la temporada.
– Yo… ehh… -¿Iría a la ópera? No podía pensar con claridad. Un príncipe de la realeza había intentado seducirla en su propio salón, o por lo menos lo había intentado. En presencia del grandullón de su criado.
No era de extrañar que estuviese un poco aturdida.
– Hasta entonces, lady Olivia. -El príncipe Alexei salió majestuosamente de la sala y Vladimir siguió sus pasos. Lo único que se le ocurrió a Olivia fue que necesitaba contarle esto a sir Harry.
Sólo que estaba indignada con él.
¿Verdad?