Capítulo 18

Olivia apenas tuvo tiempo de respirar cuando de pronto se encontró en la sala de música de su propia casa con la puerta cerrada a sus espaldas. Y después de aquello quiso preguntarle a Harry qué estaba haciendo, pero sólo logró balbucir la primera palabra antes de entender claramente lo que hacía.

De nuevo sus manos se enredaron en su pelo, de espaldas contra la pared, y la besó. Con desesperación, con pasión, con una entrega total.

– ¡Harry! -exclamó ella jadeando cuando los labios de éste se despegaron de los suyos para mordisquearle la oreja.

– No puedo evitarlo -dijo él, y el contacto de esas palabras contra su piel le produjo a Olivia escalofríos. Podía sentir la sonrisa en su voz. Parecía feliz.

Ella estaba feliz. Pletórica.

– Es que la he visto ahí… -dijo él mientras una de sus manos descendía por el costado de Olivia hasta su espalda-. La he visto ahí y tenía que besarla, eso es todo.

¡Quién quería el lenguaje florido de La señorita Butterworth y el barón demente! Esto era lo más romántico que había oído en toda su vida.

– Existe -le dijo Harry, su voz ahuecándose por el deseo-, ergo la necesito.

No, esto último era lo más romántico.

Y entonces le susurró algo al oído. Algo acerca de sus labios y sus manos, y el calor que emanaba de su cuerpo, y ella no tuvo más remedio que preguntarse si tal vez era eso lo más romántico de todo.

Hasta el momento eran muchos los hombres que la habían deseado. Algunos incluso habían asegurado amarla. Pero esto… esto era distinto. Había una pulsión en el cuerpo de Harry, en su respiración, en los latidos de su sangre bajo la piel. La deseaba. La necesitaba. Era superior a cuanto pudiera decir, a cualquier explicación que intentase darle. Pero era algo que ella entendía, algo que sentía en las entrañas.

Algo que hizo que Olivia se sintiera deliciosamente poderosa y al mismo tiempo impotente, porque lo que sea que estuviera apoderándose de él también se le contagiaba a ella, acelerándole el pulso en las venas y haciendo que fuera incapaz de respirar. Era como si todo su cuerpo entrara en erupción, moviéndose de dentro hacia afuera hasta que no pudo evitar tocar a Harry. Tenía que agarrarlo, estrecharlo con fuerza. Lo necesitaba cerca, y para ello alargó los brazos y le rodeó el cuello.

– Harry -susurró, y percibió el placer que había en su voz. Este momento, este beso… era lo que había estado esperando.

Era cuanto quería.

Eso y mil cosas más.

Las manos de Harry bajaron por su espalda apartando a Olivia de la pared y los dos fueron andando en círculos por la alfombra hasta tropezar con el brazo del sofá. Él cayó encima de ella, el cálido y macizo peso de su cuerpo hundiéndola contra los almohadones. Debería haber sido una sensación sumamente extraña; debería haber sido horrible tener el cuerpo aplastado, la movilidad limitada. Pero en lugar de eso Olivia sintió que era la cosa más normal y natural del mundo estar tumbada boca arriba y tener encima a este hombre ardiente y fuerte sólo para ella.

– Olivia -susurró Harry, depositándole en el cuello el fuego que salía de su boca. Ella se arqueó debajo de él y se le aceleró el pulso cuando su boca dio con la piel fina y sensible que recubría la clavícula. Harry bajó más y más hasta el delicado borde de encaje de su corpiño; y al mismo tiempo sus manos no paraban de subir, deslizándose por los costados de Olivia, que presionó entre pulgar e índice hasta llegar al pecho.

Sobresaltada, ella ahogó un grito. La mano de Harry se había deslizado hasta la parte delantera de su cuerpo, y ahora le rodeaba un seno cubierto por la delgada muselina de su vestido. Olivia gimió su nombre y luego dijo algo más con otro gemido, algo ininteligible y carente de toda reflexión o sentido.

– Es usted tan… buena -susurró él. Ejerció una suave presión con las manos, cerrando los ojos mientras todo su cuerpo se estremecía de deseo-. Tan buena.

Ella sonrió. Ahí mismo, en plena seducción, sonrió abiertamente. Le encantaba que no le hubiese dicho que era hermosa, guapa o que estaba radiante. Le encantaba que Harry estuviese tan fuera de sí como para que «buena» fuese la palabra más compleja que había logrado decir.

– Quiero tocarla -susurró él con los labios enganchados a su mejilla-. Quiero sentirla… en mi piel… en mi mano. -Subió lentamente los dedos hasta llegar al borde superior de su vestido y tiró de éste con suavidad, y luego menos suavemente hasta que la tela se deslizó por su hombro y entonces fue bajando hasta que Olivia quedó desnuda frente a Harry.

No se sentía lasciva ni sensual. Se sentía bien, era ella misma.

El único sonido que se escuchaba era la respiración, fuerte y agitada, de Harry. El aire que los rodeaba parecía crepitar por el deseo y entonces Olivia no solamente oyó su respiración, sino que la sintió en la piel, al principio fría y después caliente a medida que él acercó su boca.

Y entonces la besó. Ella ahogó un grito… por el susto, luego por la pasión del beso y la espiral de placer que provocó en sus entrañas.

– Harry… -dijo jadeante, y ahora sí que se sintió lasciva. Se sintió total y absolutamente sensual. Harry tenía la cabeza en sus pechos y lo único que al parecer ella fue capaz de hacer fue hundir los dedos en el pelo de él, sin saber con seguridad si intentaba apartarlo o unirlo a ella para siempre.

La mano de Harry se desplazó hasta su pierna, que apretó y acarició, y la fue subiendo hacia arriba, y de repente…

– ¿Qué ha sido eso? -Olivia se incorporó de golpe sacándose de encima a Harry. Se había oído un tremendo estrépito, un sonido parecido al de la madera al astillarse y el cristal cuando se rompe, y sin duda alguna un chillido.

Harry cayó al suelo sentado y trató de recuperar el aliento. Miró a Olivia con ojos aún ardientes, y ella cayó en la cuenta de que llevaba el vestido puesto de cualquier manera. Se lo subió enseguida y se rodeó el cuerpo con los brazos en actitud protectora, cada mano sujetando con fuerza el hombro contrario. No es que temiese a Harry, pero después de aquel estrépito le daba pavor que alguien pudiera aparecer en la sala de música.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó ella.

Él sacudió la cabeza y se levantó.

– El ruido viene del salón.

– ¿Seguro?

Harry asintió, y el primer pensamiento de ella fue de alivio, aunque ignoraba el porqué. El segundo fue en sentido totalmente opuesto. Si Olivia había oído el estruendo, también lo habrían oído otras personas de la casa. Y si daba la casualidad de que una de esas personas estaba en el piso de arriba, como su madre, quizá bajase corriendo para ver qué había pasado. Y si lo hacía, era posible que entrase en la habitación equivocada.

Y hallase a su hija en un estado considerablemente déshabillé.

Pero en realidad era probable que su madre se dirigiera en primer lugar al salón. La puerta estaba abierta y era la primera habitación que uno encontraba al llegar al pie de las escaleras. Pero si hacía eso, descubriría en su interior a tres caballeros, un guardaespaldas corpulento, al mayordomo y a tres criadas…

Pero no a su hija.

Olivia se levantó de un salto, de pronto aterrorizada.

– ¡Mi pelo!

– … está sorprendentemente intacto -terminó él la frase por ella.

Olivia lo miró con patente incredulidad.

– No, en serio -dijo Harry, él mismo con aspecto un tanto sorprendido-. La verdad es que está casi… -movió las manos cerca de su cabeza como indicando… algo- igual.

Ella corrió hasta el espejo que había encima de la chimenea y se puso de puntillas.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó. Sally se había superado. Apenas se le había soltado un mechón, y eso que habría jurado que Harry le había deshecho el peinado entero.

Olivia se sacó dos horquillas, se recolocó el pelo y se las volvió a poner, luego retrocedió para examinar su reflejo. Aparte de sus mejillas sonrojadas, su aspecto era de lo más decente. Y lo cierto es que ese rubor podría haber sido provocado por un sinfín de cosas, hasta la peste, aunque probablemente ya fuese hora de que se le ocurriera una excusa mejor.

Desvió la mirada hacia Harry.

– ¿Estoy presentable?

Él asintió, pero a continuación dijo:

– Sebastian se dará cuenta.

Olivia se quedó boquiabierta.

– ¿Qué? ¿Cómo?

Harry encogió un hombro. Hubo algo elementalmente masculino en ese gesto, como si dijera: «Puede que una mujer contestase a su pregunta con todo detalle, pero a mí me basta con esto».

– ¿Cómo va a darse cuenta? -repitió Olivia.

Él le lanzó otra de esas miradas.

– Simplemente lo sabrá. Pero descuide que no dirá nada.

Olivia echó un vistazo a su aspecto.

– ¿Cree que el príncipe se dará cuenta?

– ¿Qué más da que lo sepa el príncipe? -repuso Harry con cierta brusquedad.

– Tengo una… -Olivia había estado a punto de decir que tenía una reputación por la que velar-. ¿Está celoso?

Él la miró como si considerase que estaba ligeramente trastornada.

– Por supuesto que estoy celoso.

A Olivia empezaron a fallarle las piernas, y entonces soltó un suspiro.

– ¿De veras?

Harry meneó la cabeza, claramente inquieto por la ingenuidad de Olivia.

– Dígale a todo el mundo que me he ido a casa.

Ella parpadeó varias veces sin saber con seguridad de qué hablaba Harry.

– No quiere que todos sepan lo que hemos estado haciendo aquí, ¿verdad? -preguntó él.

– Mmm… no -dijo Olivia titubeando un poco tal vez, ya que tampoco se avergonzaba de ello, porque no se avergonzaba. Pero sí deseaba que sus actividades quedaran en la intimidad.

Harry anduvo hacia la ventana.

– Dígales que se ha despedido de mí hace diez minutos. Puede decirles que tenía asuntos que atender en casa.

– ¿Va a salir por la ventana?

Él ya había pasado una pierna por encima del alféizar.

– ¿Se le ocurre alguna idea mejor?

Tal vez, si él le diese unos instantes para pensar en ello.

– Hay una altura de… -Olivia señaló hacia el exterior-. Está…

– No olvide cerrar la ventana cuando haya saltado. -Y Harry saltó y desapareció de su vista. Olivia corrió a asomarse. En realidad, el suelo no estaba a mucha distancia, en absoluto. Desde luego no era superior al salto que Priscilla Butterworth había tenido que dar por la ventana del primer piso, y sabe Dios que Olivia se había burlado de ella por su estupidez.

Quiso preguntarle a Harry si estaba bien, pero él ya estaba trepando y escalando la tapia que separaba sus casas, visiblemente ileso tras el salto.

Y, además, no tenía tiempo para seguir hablando. Oyó que alguien bajaba las escaleras, así que se apresuró a salir de la sala de música y llegó al recibidor justo a la vez que su madre.

– ¿Ha gritado alguien? -preguntó lady Rudland-. ¿Qué pasa?

– No tengo ni idea -contestó Olivia-. Yo estaba en el lavabo. Hay una especie de representación…

– ¿Una representación?

– En el salón.

– ¿De qué diantres me hablas? ¿Y qué haces con una pluma en el pelo? -Su madre alargó el brazo y le sacó algo del pelo.

– No me lo explico -dijo Olivia mientras cogía la pluma con la mano para tirarla más tarde. Seguramente había salido de uno de los almohadones del sofá. Todos estaban rellenos de plumas, aunque ella siempre había pensado que antes se les extraía el cálamo.

Con aspecto terriblemente avergonzado, Huntley apareció en el recibidor ahorrándole a Olivia cualquier otro comentario relativo a la pluma en cuestión.

– Milady -dijo éste haciéndole una reverencia a la madre de Olivia-. Se ha producido un accidente.

Olivia bordeó a Huntley y se apresuró hasta el salón. Sebastian estaba tendido en el suelo, su brazo angustiosamente dislocado. Detrás de él había al parecer un jarrón volcado, que había dejado fragmentos de cristal, flores partidas y agua esparcida por el suelo.

– ¡Oh, cielos! -exclamó-. ¿Qué ha pasado?

– Creo que se ha roto un brazo -le explicó Edward Valentine.

– ¿Dónde está Harry? -preguntó Sebastian con dificultad. Tenía la mandíbula en tensión y sudaba de dolor.

– Se ha ido a casa -le dijo Olivia-. ¿Qué ha pasado?

– Era parte de la actuación -explicó Edward-. La señorita Butterworth estaba en el borde de un acantilado y…

– ¿Quién es la señorita Butterworth? -preguntó la madre de Olivia desde la puerta.

– Luego te lo explico -le prometió Olivia. Esa estúpida novela acabaría matando a alguien. Se dirigió a Sebastian-: Señor Grey, creo que deberíamos avisar a un médico.

– Vladimir se ocupará -anunció el príncipe Alexei.

Sebastian levantó la vista hacia Olivia, los ojos fuera de las órbitas.

– Mamá -dijo Olivia en voz alta haciéndole señas para que se acercase-, creo que necesitamos un médico.

– ¡Vladimir! -gritó el príncipe, que soltó una parrafada en ruso.

– No deje que él me toque -susurró Sebastian.

– No te vayas a pensar que esta noche te irás a la cama sin explicarme hasta el más mínimo detalle -musitó lady Rudland al oído de Olivia.

Ésta asintió agradecida porque tendría cierto tiempo para dar con una explicación convincente. Sin embargo, tuvo la sensación de que nada podría superar la verdad; o por lo menos la verdad con unas cuantas omisiones cuidadosamente seleccionadas. Estaba muy agradecida de que Huntley hubiese presenciado la actuación de aquella tarde; eso explicaría al menos por qué lady Rudland no había sido informada de las numerosas visitas recibidas por su hija.

– Avisa a Harry -le dijo Sebastian a Edward-. Ahora.

El joven se retiró y se fue raudo.

– Vladimir se dedica a esto -dijo el príncipe Alexei abriéndose paso a empujones. El guardaespaldas estaba justo a su lado, mirando a Sebastian con ojos entornados y críticos.

– ¿Arregla brazos rotos? -inquirió Olivia mirándolo con considerable suspicacia.

– Sabe hacer muchas cosas -contestó Alexei.

– Vuestra Alteza -musitó lady Rudland al tiempo que le hacía una escueta reverencia; al fin y al cabo, era un miembro de la realeza y, al margen de cualquier extremidad dislocada, había que seguir el protocolo.

– Pereloma ruki u nevo nyet -dijo Vladimir.

– Dice que no tiene el brazo roto -tradujo Alexei mientras presionaba el hombro de Sebastian. Éste pagó tal chillido que Olivia dio un respingo.

Vladimir dijo algo más, a lo que Alexei musitó una respuesta claramente en forma de pregunta. Vladimir asintió con la cabeza y entonces, antes de que nadie tuviese ocasión de reaccionar, ambos hombres sujetaron a Sebastian, Alexei por el tronco y Vladimir por el brazo, un poco más arriba del codo. Vladimir tiró y giró, o tal vez giró y tiró. Se oyó un crujido horrible. ¡Señor! Olivia ignoraba de qué hueso se trataba, pero debió de ser algo espantoso, porque Sebastian soltó un grito aterrador.

Olivia creyó que ella misma vomitaría.

– ¿Mejor? -preguntó el príncipe Alexei, mirando a su tembloroso paciente.

Sebastian parecía demasiado aturdido para hablar.

– Está mejor -comentó Alexei confiado. Acto seguido le dijo a Sebastian-: Le dolerá varios días; semanas tal vez. Se había… ehhh… ¿cómo lo llaman ustedes?

– Dislocado -gimoteó Sebastian mientras movía tímidamente los dedos.

Da. El hombro.

Olivia desplazó el peso sobre el otro lado del cuerpo para ver mejor la escena, cuya vista le bloqueaba Vladimir. Sebastian tenía un aspecto horrible. Le temblaba todo el cuerpo, daba la impresión de que respiraba demasiado rápido y tenía la piel…

– ¿No está un poco pálido? -preguntó Olivia en general.

Junto a ella, Alexei asintió. Su madre también se acercó diciendo:

– Tal vez deberíamos… ¡Ohhh!

Sebastian había puesto los ojos en blanco y el siguiente golpe que oyeron fue el de su cabeza al caer contra la alfombra.


Harry estaba al pie de los escalones de la entrada a la casa de los Rudland cuando oyó el chillido. Era un grito de dolor, eso lo supo al instante, y le pareció que era de mujer.

Olivia.

El corazón le dio un vuelco y sin decirle ni pío a Edward, subió de nuevo los escalones y entró en el recibidor. No llamó a la puerta, ni siquiera dejó de correr hasta que entró derrapando en el salón, apenas capaz de respirar.

– ¿Qué demonios pasa aquí? -preguntó jadeando. Olivia parecía estar estupendamente; en perfecta forma, de hecho. Estaba de pie al lado del príncipe, quien le hablaba en ruso a Vladimir, que a su vez estaba de rodillas atendiendo a… ¿Sebastian?

Harry miró a su primo con cierta inquietud. Estaba recostado contra la pata de un sillón, pálido y se sujetaba con fuerza el brazo.

El mayordomo lo abanicaba con el ejemplar abierto de La señorita Butterworth y el barón demente.

– ¿Seb? -lo llamó Harry.

Sebastian alzó una mano sacudiendo la cabeza, lo que Harry interpretó como un: «No te preocupes por mí».

De modo que no se preocupó.

– ¿Está usted bien? -le preguntó a Olivia. El corazón aún le latía con fuerza por el susto de que ella hubiese podido hacerse daño-. He oído a una mujer gritar.

– ¡Ah…, habré sido yo! -repuso Sebastian.

Harry bajó la mirada hacia su primo, el rostro congelado por la incredulidad.

– ¿ has gritado así?

– Me ha dolido -le espetó éste.

Harry contuvo la risa.

– Chillas como una niña pekenia.

Sebastian lo fulminó con la mirada.

– ¿Lo dices con acento alemán por alguna razón?

– Ninguna -contestó Harry entre tímidos resoplidos casi incontenibles que se le escapaban de la boca.

– Ejem… sir Harry. -Se oyó la voz de Olivia a sus espaldas.

Él se giró, y fue mirarla y romper a reír. Sin motivo alguno, salvo que se había estado aguantando y al verla no había podido resistirse más. Al parecer, últimamente era ése el efecto que ella obraba en muchas de sus emociones. Y Harry estaba empezando a darse cuenta de que no era en absoluto nada malo.

Sin embargo, Olivia no se reía.

– Permítame que le presente a mi madre -dijo con timidez mientras señalaba a la mujer de edad que estaba a su lado.

Harry recuperó en el acto la compostura.

– Lo siento muchísimo, lady Rudland. No había visto que estaba ahí.

– La verdad es que el grito ha sido fuerte -dijo ella con sequedad. Hasta el momento Harry únicamente la había visto de lejos, pero de cerca pudo apreciar que, en efecto, guardaba un gran parecido con su hija. Tenía el pelo cano y ligeras arrugas en el rostro, pero las facciones eran increíblemente similares. A juzgar por la belleza de lady Rudland, la de Olivia tampoco se marchitaría.

– Mamá -dijo Olivia-, éste es sir Harry Valentine. Ha alquilado la casa que da al sur.

– Sí, eso me habían dicho -repuso lady Rudland-. Es un placer conocerlo al fin.

Harry no pudo apreciar si hubo un tono de advertencia en su voz. Un «sé que ha estado usted tonteando con mi hija». O tal vez un: «No crea que le dejaremos volver a acercarse a ella nunca más».

O quizá todo fuesen imaginaciones suyas.

– ¿Qué le ha pasado a Sebastian? -preguntó Harry.

– Se ha dislocado un hombro -explicó Olivia-. Vladimir se lo ha recolocado.

Harry no sabía si preocuparse o asombrarse.

– ¿Vladimir?

Da -afirmó Vladimir con orgullo.

– La verdad… es que ha sido… absolutamente… -titubeó Olivia mientras buscaba la palabra adecuada-. Extraordinario -decidió por fin.

– Yo lo habría descrito de otra manera -intervino Sebastian.

– Ha sido usted muy valiente -dijo ella asintiendo con gesto maternal.

– Ha hecho esto muchas veces -comentó Alexei, señalando a Vladimir. Bajó los ojos hacia Sebastian, que seguía sentado en el suelo, y dijo-: Necesitará… -Hizo un gesto con la mano, luego miró a Olivia-. Eso que es para el dolor.

– ¿Láudano?

– Sí, eso es.

– Yo tengo un poco en casa -confirmó Harry. Puso una mano sobre el hombro de Sebastian.

– ¡Ay!

– ¡Oh, perdona! Quería tocarte el otro hombro. -Harry levantó la mirada hacia el resto de los presentes en la sala, la mayoría de los cuales lo miró como si fuese un criminal-. Intentaba animarlo, ya saben, darle una palmadita en el hombro y tal…

– Quizá deberíamos llevarnos a Seb -sugirió Edward.

Harry asintió y ayudó a su primo a levantarse.

– ¿Querrás quedarte unos días en casa?

Sebastian asintió agradecido. Mientras se dirigía hacia la puerta, se volvió a Vladimir y le dijo:

Spasibo.

Vladimir sonrió ufano y dijo que había sido un honor ayudar a un hombre tan fenomenal.

El príncipe tradujo sus palabras, acto seguido añadió:

– Estoy de acuerdo. Su actuación ha sido soberbia.

Harry no pudo evitar lanzarle a Olivia una mirada risueña.

Pero Alexei no dejó las cosas ahí.

– Sería un honor que fuese usted mi invitado en la fiesta que daré la semana que viene. Será en casa de mi primo, el embajador. Celebraremos la cultura rusa. -Desvió la mirada hacia el resto de los presentes-. Están todos invitados, naturalmente. -Se giró hacia Harry y sus miradas se encontraron. El príncipe se encogió de hombros, como diciendo «usted también».

Harry respondió asintiendo con la cabeza. Al parecer no se desharía aún del príncipe ruso. Si Olivia iba a esa fiesta, él también. Así de claro.

Lady Rudland le dio las gracias al príncipe por su amable invitación, luego se volvió a Harry y le dijo:

– Creo que el señor Grey necesita tumbarse.

– Naturalmente -murmuró Harry. Se despidió de todos y ayudó a Sebastian a llegar hasta la puerta del salón.

Olivia caminó junto a ellos y cuando llegaron a la puerta principal, dijo:

– ¿Me irá informando de su evolución?

Harry le dedicó una sonrisa enigmática y casi imperceptible.

– Acuda a su ventana a las seis de la tarde.

Él debería haberse marchado justo entonces. Había demasiada gente merodeando por ahí, y saltaba a la vista que Sebastian estaba padeciendo, pero no pudo evitar mirar a Olivia a la cara por última vez. Y en ese instante entendió al fin a qué se refería la gente cuando decían que a una persona le brillaban los ojos.

Porque al decirle a Olivia que acudiese a su ventana a las seis, ella sonrió. Y cuando la miró a los ojos, fue como si el mundo entero quedase bañado por un resplandor suave y radiante, y todo él, toda su bondad, su alegría y felicidad, fuese obra de Olivia. De esta sola mujer, que estaba a su lado junto a la puerta principal de su casa de Mayfair.

Y fue entonces cuando lo supo. Había ocurrido. Había ocurrido allí mismo, en Londres.

Harry Valentine se había enamorado.

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