La segunda vez que Olivia se arregló el pelo tardó bastante más tiempo que la primera. Sally, aún molesta por haber tenido que dejar una trenza a mitad, echó un vistazo a sus cabellos y dijo con absoluta severidad:
– Se lo advertí.
Y aunque no era propio de Olivia sentarse sumisamente y tolerar semejante falta de respeto, sí se sentó con sumisión, puesto que no sabía cómo explicarle a Sally que la única razón por la que se le estaba deshaciendo el moño por momentos era que sir Harry Valentine había metido las manos en él.
– Ya está -declaró Sally, poniendo la última horquilla con una fuerza que ella consideró innecesaria-. Esto no se le caerá en toda la semana, si así lo desea.
A Olivia no le habría sorprendido que Sally le aplicase una capa de cola únicamente para mantener cada pelo en su sitio.
– No salga si llueve -le advirtió Sally.
Olivia se levantó y se dirigió hacia la puerta.
– No llueve.
– Podría hacerlo.
– Pero no… -Olivia no terminó la frase. ¡Cielos! ¿Qué hacía ahí de pie discutiendo con su doncella? Sir Harry estaba aún en el piso de abajo, esperándola.
Sólo pensar en él le hizo sentir mariposas en el estómago.
– ¿Por qué salta? -preguntó Sally recelosa.
Olivia se detuvo con la mano en el pomo de la puerta.
– No he saltado.
– Estaba usted haciendo… -Sally dio un pequeño y gracioso salto- esto.
– Estoy saliendo tranquilamente de la habitación -comentó Olivia. Salió al pasillo-. ¡Muy tranquilamente! Soy como el portador de un féretro… -Se giró para asegurarse de que Sally estaba lo bastante lejos como para no oírla, y salió disparada escaleras abajo.
Al llegar a la planta baja sí que optó por un paso tranquilo al estilo de los portadores de féretros, y tal vez por eso sus pisadas fueron tan silenciosas que llegó al salón sin que nadie se hubiese dado cuenta de que se acercaba.
Lo que vio…
Realmente no había palabras para describirlo.
Se quedó en el umbral de la puerta, pensando que éste sería un momento estupendo para elaborar una lista titulada Cosas que no espero ver en mi salón, pero no estaba segura de que se le fuera a ocurrir nada que superara lo que sí estaba viendo en su salón; a Sebastian Grey, de pie, encima de una mesa, leyendo (con gran emoción) La señorita Butterworth y el barón demente.
Y, por si eso no fuera suficiente (y la verdad es que debería haber bastado, porque ¿qué hacía igualmente Sebastian Grey en casa de los Rudland?), Harry y el príncipe estaban sentados uno al lado del otro en el sofá, y ninguno parecía haber sufrido daños físicos a manos del otro.
Fue entonces cuando Olivia reparó en las tres criadas, que, sentadas en un sofá de un rincón, miraban a Sebastian absolutamente embobadas.
Puede que una de ellas hasta tuviera los ojos llorosos.
Y estaba Huntley, de pie en un lateral, boquiabierto y claramente embargado por la emoción.
– ¡Abuela! ¡Abuela! -decía Sebastian en un tono de voz más agudo de lo habitual-. No te vayas. Te lo suplico. Por favor, por favor, no me dejes aquí sola.
Una de las criadas empezó a llorar discretamente.
– Priscilla permaneció frente a la mansión durante varios minutos, una pequeña y solitaria figura que observó el carruaje alquilado por su abuela recorriendo a toda velocidad el sendero y desapareciendo de su vista. Había sido abandonada en la puerta de Fitzgerald Place, desechada como ese paquete que uno ya no quiere.
Otra de las criadas empezó a gimotear. Estaban todas cogidas de la mano.
– Y nadie -la voz de Sebastian adoptó un registro entrecortado y dramático- sabía que estaba allí. Su abuela ni siquiera había llamado a la puerta para alertar a sus primos de su llegada.
Huntley sacudía la cabeza, sus ojos muy abiertos por el susto y la pena. Era la emoción más grande que Olivia había visto exteriorizar nunca al mayordomo.
Sebastian cerró los ojos y se llevó una mano al pecho.
– No tenía más que ocho años.
Cerró el libro.
Silencio. Silencio total. Olivia recorrió la sala con la mirada, cayendo en la cuenta de que nadie sabía que estaba ahí.
Y entonces…
– ¡Bravo! -Huntley fue el primero en mostrar su entusiasmo, aplaudiendo con gran fervor. Las criadas fueron las siguientes en unirse a él, gimoteando entre aplauso y aplauso. Hasta Harry y el príncipe aplaudieron, si bien la cara del primero reflejaba más diversión que cualquier otra cosa.
Sebastian abrió los ojos y fue el primero en ver a Olivia.
– Lady Olivia -dijo con una sonrisa-. ¿Cuánto tiempo lleva ahí de pie?
– Desde que Priscilla le suplicaba a su abuela que no se fuera.
– Era una mujer despiadada -dijo Huntley.
– Hizo lo que había que hacer -defendió el príncipe.
– Con el debido respeto, Vuestra Alteza…
Olivia se quedó boquiabierta. ¿Estaba su mayordomo discutiendo con la realeza?
– … si se hubiese esforzado un poco más…
– No habría podido dar de comer a la niña -interrumpió el príncipe-. Cualquier idiota entendería eso.
– Ha sido desgarrador -dijo una de las criadas.
– Yo he llorado -dijo otra.
La tercera asintió, al parecer incapaz de hablar.
– Es usted un magnífico orador -continuó la primera.
Sebastian les dedicó a las tres una sonrisa arrebatadora.
– Gracias a ustedes por escuchar -musitó.
Ellas suspiraron.
Olivia se frotó los ojos, intentando todavía entender la escena. Se volvió a Harry con mirada escrutadora. Seguro que él tenía una explicación.
– La verdad es que leída por Sebastian la novela mejora bastante -le dijo a Olivia.
– Tampoco era difícil mejorarlo -susurró ella.
– Debería traducirse al ruso -dijo el príncipe-. Sería un gran éxito.
– Creía que había dicho que tenían ustedes una literatura tradicionalmente profunda -comentó Olivia.
– Esto es muy profundo -replicó él-. Como una zanja.
– ¿Quieren que empiece el siguiente capítulo? -preguntó Sebastian.
– ¡Sí! -La respuesta fue sonora.
– ¡Sí, por favor! -suplicó una de las criadas.
Olivia aún seguía petrificada, sólo sus ojos miraban frenéticamente de un lado al otro. Por espléndida que fuese la actuación de Sebastian, no estaba segura de poder aguantar sentada escuchando un capítulo entero sin reírse. Con lo que no se ganaría la simpatía de… bueno… de nadie. Lo que desde luego no quería era caer en desgracia ante Huntley. Todo el mundo sabía que era él quien dirigía la casa.
Tal vez eso significara que podía escabullirse. Aún no había desayunado y tampoco había acabado de leer el periódico. Si Sebastian se ocupaba de entretener a todos los invitados (y también al personal de la casa, aunque Olivia estaba dispuesta a pasar eso por alto), podría escaparse al salón de desayunos y leer.
O quizás irse de tiendas. Necesitaba un sombrero nuevo.
Estaba meditando sobre sus opciones cuando de pronto habló Vladimir. En ruso, por supuesto.
– Dice que debería usted haber sido actor -le dijo Alexei a Sebastian.
Sebastian sonrió complacido e hizo una reverencia en dirección a Vladimir.
– Spasibo -dijo, dándole las gracias.
– ¿Habla usted ruso? -preguntó el príncipe, girándose bruscamente hacia Sebastian.
– Sé sólo cuatro cosas básicas -contestó al punto Sebastian-. Sé decir «gracias» en catorce idiomas. Y «por favor» sólo en doce, lamentablemente.
– ¿De veras? -preguntó Olivia, mucho más interesada en eso que en la declamación de La señorita Butterworth-. ¿En qué idiomas?
– También me sería útil saber cómo se dice «necesito una copa» -le comentó Sebastian al príncipe.
– Da -le dijo éste con aprobación-. En ruso se dice: «Ya nuzhdayus v napitkyeh».
– Spasibo -contestó Sebastian.
– No, en serio -dijo Olivia, aunque nadie le prestaba atención-. Quiero saber en qué idiomas.
– ¿Alguien sabe qué hora es? -preguntó Harry.
– Hay un reloj en la repisa de la chimenea -contestó Olivia sin mirarle-. Señor Grey -insistió.
– Un momento -le dijo él antes de dirigirse al príncipe-: Su criado ha despertado mi curiosidad -comentó-, porque no habla inglés, ¿verdad? ¿Cómo ha seguido la declamación?
El príncipe y Vladimir mantuvieron una breve conversación en ruso y entonces el primero se volvió hacia Sebastian y dijo:
– Me ha comentado que puede percibir la emoción de su voz.
Sebastian parecía encantado.
– Y que además sabe unas cuantas palabras -añadió el príncipe.
– Aun así… -murmuró Sebastian.
– Portugués -dijo Olivia mientras se preguntaba si alguien tenía la intención de hacerle un poco de caso esa tarde-. Seguramente aprendió algo de portugués en el ejército. ¿Cómo se dice «gracias» en portugués?
– Obrigado -intervino Harry.
Ella se giró hacia él un tanto sorprendida.
Harry se encogió ligeramente de hombros.
– Yo también aprendí un poco.
– Obrigado -repitió Olivia.
– Usted tiene que decir obrigada -dijo él-. No es muy probable que la confundan con un hombre.
No era el más halagador de los cumplidos, pero a pesar de eso decidió aceptarlo.
– ¿Cuál es la lengua más rara en la que sabe dar las gracias? -le preguntó Olivia a Sebastian.
Este pensó en ello unos instantes y luego dijo:
– Köszönöm.
Olivia lo miró con expectación.
– Es magyar -dijo él, y al ver su cara de perplejidad añadió-: Lo hablan en algunas zonas de Hungría.
– ¿Cómo sabe eso?
– No tengo ni idea -contestó Sebastian.
– Se lo enseñó una mujer -dijo el príncipe con picardía-. Por si no lo recuerda, se lo enseñó una mujer.
Olivia decidió que no valía la pena gastar energías en ofenderse por eso.
– Kiitos -dijo el príncipe Alexei, lanzándole a Sebastian una mirada de ésas de «a ver si me ganas» antes de añadir-: Es finlandés.
– Mi agradecimiento más sincero -repuso Sebastian-. Mi repertorio es ahora de quince idiomas.
Olivia pensó en decir merci, pero decidió que sólo haría el ridículo.
– ¿Qué idiomas habla usted? -le preguntó el príncipe a Harry.
– Sí, Harry -dijo Sebastian-. ¿Qué idiomas sabes?
Harry miró a su primo con frialdad y después respondió:
– Me temo que no tengo ningún talento especial.
A Olivia le dio la impresión de que entre los dos primos había fluido cierta clase de diálogo no hablado, pero no tuvo ocasión de darle más vueltas porque Sebastian se giró hacia el príncipe y le preguntó:
– ¿Cómo se dice «por favor» en finlandés?
– Ole hyvä.
– Magnífico. -Asintió una sola vez, aparentemente archivando esa información en algún rincón de su mente-. Uno nunca sabe cuándo se puede topar con una preciosidad finlandesa.
Olivia se preguntaba cómo podría recuperar el control de su salón cuando oyó que llamaban a la puerta principal. Huntley se retiró en el acto para ir a abrir.
Regresó instantes después con un joven al que ella no conocía. Aunque… de estatura un poco superior a la media, pelo castaño oscuro… Casi con toda seguridad sería…
– Es Edward Valentine -anunció Huntley arqueando las cejas-. Ha venido a ver a sir Harry Valentine.
– ¡Edward! -dijo al instante Harry, levantándose-. ¿Va todo bien?
– Sí, naturalmente que sí -contestó Edward mientras echaba un vistazo a la sala abochornado. Era evidente que no se había imaginado tanta concurrencia. Le entregó un sobre a Harry-. Ha llegado esto para ti. Me han dicho que era urgente.
Harry cogió el sobre y se lo introdujo en el bolsillo de la chaqueta, y a continuación presentó a su hermano a todos los asistentes, incluyendo las tres criadas, que seguían sentadas en el sofá formando una ordenada fila.
– ¿Qué hace Sebastian subido a una mesa? -inquirió Edward.
– Estoy entreteniendo a la tropa -contestó él mismo saludándole a lo militar.
– Sebastian nos estaba leyendo La señorita Butterworth y el barón demente -explicó Harry.
– ¡Ah…! -exclamó Edward, y se le iluminó la cara de entusiasmo por primera vez desde que había entrado en la sala-. Ya lo he leído.
– ¿Te gustó? -le preguntó Sebastian.
– Es brillante. Divertidísimo. El lenguaje es un poco caprichoso en algunos pasajes, pero la historia es fantástica.
Al parecer, a Sebastian eso le pareció muy interesante.
– ¿Fantástica por buena o fantástica porque es imaginaria?
– Un poco ambas cosas, supongo -contestó Edward. Recorrió la habitación con la mirada-. ¿Les importa que me quede?
Olivia abrió la boca para decir: «Naturalmente que no», pero Sebastian, Harry y el príncipe se le adelantaron.
Pero ¡bueno! ¿De quién era esta casa?
Edward alargó la mirada hacia ella (era curioso, porque no guardaba ningún parecido con Harry salvo por el colorido, que era idéntico) y dijo:
– Mmm… ¿piensa entrar, lady Olivia?
Olivia se dio cuenta de que aún estaba de pie cerca de la puerta. El resto de caballeros estaban sentados, pero era poco probable que Edward, que acababa de conocerla, se sentara si ella permanecía de pie.
– De hecho, había pensado en salir quizás al jardín -dijo, pero su voz se fue apagando cuando se dio cuenta de que nadie protestaba por su marcha-. Pero me sentaré.
Encontró un sitio en un lateral, no muy lejos de las tres criadas, quienes la miraban con inquietud.
– Por favor -les dijo-, quedaos. Soy incapaz de pediros que os perdáis el resto de la representación.
Ellas se lo agradecieron con tal efusividad que Olivia no pudo sino preguntarse cómo se lo explicaría a su madre. Si Sebastian venía cada tarde a leer (ya que seguramente no intentaría ventilarse la novela entera de un tirón) y las criadas se acercaban a escuchar, eso implicaría que dejarían de limpiarse bastantes chimeneas.
– Capítulo dos -anunció Sebastian. Se apoderó de la sala un reverencial silencio que le arrancó a Olivia una risita de lo más irreverente.
El príncipe le lanzó una mirada asesina, al igual que hicieron Vladimir y Huntley.
– Lo siento -masculló ella, y colocó las manos recatadamente sobre el regazo. Por lo visto el momento requería un comportamiento impecable.
Finales aceptables para La señorita Butterworth,
por Olivia Bevelstoke.
El barón está totalmente cuerdo, pero ¡Priscilla se ha vuelto loca!
Reaparece la viruela. Es una cepa nueva más virulenta.
Priscilla deja al barón y consagra su vida al cuidado
y la alimentación de palomas mensajeras.
El barón se come las palomas.
El barón se come a Priscilla.
El último final sería un tanto forzado, pero no había ninguna razón por la que el barón no hubiera podido volverse loco explorando la selva más recóndita, donde se relacionaría con una tribu de caníbales.
Podría pasar.
Olivia desvió la mirada hacia Harry, intentando adivinar qué opinaba de la actuación. Pero parecía distraído; aunque tenía los ojos entornados, estaba absorto en sus pensamientos y no concentrado en lo que decía Sebastian. Y con los dedos tamborileaba sobre el brazo del sofá; signo evidente de que tenía la mente en otra parte.
¿Estaría pensando en el beso que se habían dado? Ella esperaba que no. Harry no parecía ni mucho menos extasiado por el recuerdo.
¡Cielos! Estaba empezando a hablar como Priscilla Butterworth.
¡Por Dios!
Tras escuchar varias páginas del segundo capítulo, Harry decidió que no sería descortés retirarse sigilosamente para poder leer la carta que le había traído Edward, era de suponer que del Departamento de Guerra. Le dirigió una mirada a Olivia antes de abandonar la sala, pero ella estaba aparentemente sumida en sus propios pensamientos, con la mirada al frente clavada en algún punto de la pared.
Además movía los labios. No mucho, pero él tendía a reparar en los detalles más sutiles de su boca.
También Edward parecía bien situado. Estaba en sentido diagonal al príncipe, contemplando a Sebastian con una enorme sonrisa bobalicona en la cara. Harry no había visto nunca a su hermano sonreír de esta manera. Incluso se rio cuando Sebastian imitó a un personaje especialmente insoportable, y eso que Harry nunca le había oído reír.
Ya en el recibidor abrió rápidamente el sobre y extrajo una única hoja de papel. Por lo visto el príncipe Alexei ya no era sospechoso de ninguna maldad. Harry debía abandonar su misión de inmediato. No había ninguna explicación acerca del motivo por el que el príncipe había dejado de estar en el punto de mira del Departamento de Guerra, no ponía nada sobre cómo habían llegado a esta conclusión. Únicamente le daban la orden de detener la investigación. Sin un «por favor» ni un «gracias».
En ningún idioma.
Harry sacudió la cabeza. ¿No podían haberse asegurado antes de asignarle tan ridícula misión? Por eso se limitaba a traducir; este tipo de cosas lo sacaban de sus casillas.
– ¿Harry?
Alzó la vista. Olivia se había escabullido del salón y caminaba ahora hacia él, su mirada dulce destilaba preocupación.
– Espero que no sean malas noticias -le dijo.
Él negó con la cabeza.
– Son sólo inesperadas. -Dobló el papel y se lo metió de nuevo en el bolsillo. Lo tiraría más tarde, cuando volviese a casa.
– Ya no aguantaba más -comentó ella, y apretó los labios en lo que él interpretó como un intento para no sonreír. Olivia movió la cabeza hacia la puerta abierta del salón, de la que les llegaban retazos de La señorita Butterworth.
– ¿Tan mal lo hace Sebastian?
– No -contestó ella, que parecía bastante asombrada-. Él es realmente bueno. Ése es el problema. El libro es malísimo, pero nadie parece darse cuenta. Todos están mirando a Sebastian como si fuese Edmund Kean interpretando a Hamlet, pero yo ya no podía mantener la compostura.
– Me sorprende que haya aguantado tanto rato.
– ¿Y el príncipe? -añadió Olivia, cabeceando con incredulidad-. Está verdaderamente embelesado. No doy crédito. Jamás me habría imaginado que le gustasen este tipo de cosas.
«El príncipe», pensó Harry. Se sintió aliviado. No tendría que volver a tratar jamás con ese malnacido. No tendría que seguirle, no tendría que hablar con él… Su vida volvería a la normalidad. Sería fabuloso.
Sólo que…
Olivia.
La observó mientras regresaba de puntillas hasta el umbral de la puerta y espiaba. Sus movimientos eran un poco rígidos y por unos momentos creyó que tropezaría. No es que fuese patosa, no exactamente. Pero tenía unos ademanes inimitables, y Harry comprendió que podía pasarse horas contemplándola, sin hacer nada más que observar la forma en que sus manos llevaban a cabo tareas cotidianas. Podía observar su rostro y disfrutar de cada manifestación emocional, cada movimiento de su frente, de sus labios.
Era tan hermosa que le dolían hasta las muelas.
Tomó nota mentalmente para no dedicarse a la poesía.
Olivia soltó un simple «¡Ohhh!» y se asomó un poco más al salón.
Él se acercó hasta ella y le susurró al oído:
– Para no interesarle la novela, está usted arrebatada.
Ella lo mandó callar y luego le dio un pequeño empujón para que dejase de agobiarla.
– ¿Qué está pasando? -inquirió Harry.
Olivia miraba con asombro y tenía cara de estar disfrutando.
– Su primo está interpretando una escena mortal. Su hermano se ha subido también a la mesa.
– ¿Edward? -preguntó él con incredulidad.
Ella asintió mientras escudriñaba.
– No le puedo decir quién está matando a quién… Bueno, ya da igual; Edward está muerto.
A eso se le llamaba rapidez.
– No, espere… -Olivia alargó el cuello-. Sí, está muerto. Lo siento. -Se giró y le sonrió.
A Harry le llegó la sonrisa al alma.
– Su hermano lo hace bastante bien -musitó ella-. Creo que se parece a su primo.
Él sintió deseos de volverla a besar.
– Se ha llevado la mano al pecho -ella también lo hizo-, ha soltado un gemido y luego, cuando parecía que estaba muerto, su cuerpo ha sufrido un último espasmo, pero aún no estaba muerto del todo. -Olivia sonrió de oreja a oreja-. Luego ya sí que ha dejado de moverse.
Tenía que besarla. Ahora.
– ¿Qué hay en ese cuarto de ahí? -le preguntó Harry señalando hacia una puerta.
– Es el despacho de mi padre, ¿por qué?
– ¿Y en ése?
– La sala de música. Nunca la utilizamos.
Harry le agarró de la mano. Ahora la utilizarían.