A la mañana siguiente Olivia ya no se encontraba tan mal. Al parecer, la luz del día y un sueño nocturno reparador podían levantar mucho los ánimos, aun cuando no hubiese llegado a ninguna gran conclusión.
Por qué lloré anoche.
Por Olivia Bevelstoke.
En realidad, no lloré,
pero lo parecía.
Decidió enfocarlo desde otro punto de vista:
Por qué no lloré anoche.
Por Olivia Bevelstoke.
Suspiró. No tenía ni idea.
Claro que puede que se engañase a sí misma. De modo que decidió no pensar en ello, por lo menos hasta que lograse desayunar algo. Con el estómago lleno pensaba con más criterio.
Estaba en pleno proceso de la rutina matinal, procurando quedarse quieta mientras su doncella le recogía el pelo, cuando llamaron a la puerta.
– ¡Adelante! -chilló, y a continuación le susurró a Sally-: ¿Has pedido que me suban chocolate?
Sally cabeceó y ambas levantaron la vista cuando entró una criada anunciándole a Olivia que sir Harry la esperaba en el salón.
– ¿A estas horas de la mañana? -Eran casi las 10, no es que rayase el alba precisamente, pero aun así era demasiado temprano para recibir la visita de un caballero.
– ¿Quiere que le pida a Huntley que le diga a sir Harry que está usted ocupada?
– No -contestó Olivia. Harry no vendría a verla tan temprano sin una razón de peso-. Dígale que enseguida bajo, por favor.
– Pero no ha desayunado, milady -dijo Sally.
– Estoy convencida de que no moriré de inanición por saltarme un desayuno. -Olivia levantó el mentón y observó su reflejo en el espejo. Sally le estaba haciendo un peinado bastante sofisticado, con trenzas, pasadores y al menos una docena de horquillas-. ¿Qué tal si me haces algo más sencillo esta mañana?
Sally se desinfló.
– Ya llevamos más de la mitad del peinado, se lo aseguro.
Pero Olivia ya se estaba sacando horquillas.
– Creo que bastará con un sencillo moño.
Sally suspiró y empezó a rehacerle el peinado. Aproximadamente al cabo de 10 minutos Olivia estuvo lista y se dirigió escaleras abajo, intentando ignorar el mechón de pelo que se le había soltado con las prisas y había que esconder detrás de la oreja. Cuando llegó al salón, sir Harry estaba sentado en el otro extremo, frente al pequeño escritorio que había junto a la ventana.
Daba la impresión de que estaba… ¿trabajando?
– Sir Harry -dijo ella mirándolo con cierta perplejidad-. Es muy pronto.
– He llegado a una conclusión -le dijo él poniéndose de pie.
Olivia lo miró con expectación. Parecía tan… categórico.
Harry juntó las manos frente al cuerpo, su postura relajada.
– No puedo consentir que esté usted a solas con el príncipe.
Eso mismo había dicho la noche anterior, pero ¡qué se le iba a hacer!
– Solamente hay una solución -continuó-. Seré su guardaespaldas.
Ella lo miró atónita.
– Él tiene a Vladimir y usted me tendrá a mí.
Ella seguía mirándolo, todavía atónita.
– Hoy me quedaré aquí con usted -explicó.
Olivia parpadeó varias veces y por fin fue capaz de hablar.
– ¿En mi salón?
– Sí, pero no piense que tiene que darme conversación -dijo Harry señalando los diversos papeles que había esparcido sobre el pequeño escritorio-. Me he traído cosas para hacer.
¡Santo cielo! ¿Acaso pretendía mudarse a su casa?
– ¿Se ha traído trabajo?
– Lo lamento, pero de verdad que no puedo perder todo un día.
Ella abrió la boca, pero tardó varios segundos en exclamar:
– ¡Oh!
Porque, ¿qué más podía haber dicho ante aquello?
Harry le dedicó lo que ella supuso que él consideraba una sonrisa alentadora.
– ¿Por qué no se va a buscar un libro y me hace compañía? -inquirió él, señalando la zona de estar del centro de la habitación-. ¡Vaya, si no le gusta leer! Bueno, el periódico también vale. Siéntese.
De nuevo tardó unos instantes en conseguir hablar.
– ¿Me está invitando a hacerle compañía en mi salón?
Harry la miró fijamente y luego dijo:
– Preferiría que estuviéramos en el mío, pero no creo que eso fuera aceptable.
Olivia asintió despacio, no porque estuviese de acuerdo con él, aunque se imaginaba que sí lo estaba, por lo menos en la última frase.
– Estamos de acuerdo, entonces -confirmó él.
– ¿Qué?
– Está asintiendo con la cabeza.
Olivia dejó de asentir.
– ¿Le importa si me siento? -le preguntó Harry.
– ¿Sentarse?
– Lo cierto es que debo seguir trabajando -le explicó él.
– Trabajando -repitió ella, que esa mañana estaba de lo más locuaz.
Harry la miró con las cejas arqueadas, y sólo entonces ella se dio cuenta de que lo que él quería decir era que no se podía sentar hasta que ella lo hiciera.
– Por favor… -Así empezó la frase Olivia para decirle: «Por favor, como si estuviese usted en su casa», porque tras más de veinte años tenía grabadas a fuego las fórmulas de cortesía. Pero el sentido común (y tal vez en buena medida el instinto de supervivencia) se impuso y optó por decir-: No debería sentirse en la obligación de pasar aquí el día entero, en serio.
Harry apretó los labios con fuerza y de las comisuras de la boca se desplegaron unas diminutas arrugas. Había cierta firmeza en su oscura mirada, fija y penetrante.
Olivia comprendió que no estaba pidiéndole permiso. Le estaba diciendo lo que tenía que hacer.
Eso debería haberla enfurecido. Era lo que más detestaba en un hombre. Pero lo único que hizo fue quedarse ahí… toda turbada. Cayó en la cuenta de que sus pies empezaban a retorcerse en las chinelas, querían ponerse de puntillas, y de pronto sintió que su cuerpo era demasiado ligero para seguir en contacto con el suelo.
Se agarró del respaldo de una silla. Tenía la sensación de que iba a flotar en el aire. Tal vez debería haber desayunado.
Aunque en realidad eso no explicaba la extraña sensación que se había apoderado de ella un poco… por debajo de su estómago.
Miró a Harry. Estaba diciendo algo, pero claramente ella no lo escuchaba. Ni siquiera le oía, no oía nada más que una perversa vocecilla interior que le decía que mirase la boca de Harry, que mirase esos labios y…
– ¿Olivia? ¿Olivia?
– Lo siento -dijo ella. Apretó una pierna contra otra, pensando que mover un poco los músculos la sacaría de su trance. Además, tampoco se le ocurrió ninguna otra parte del cuerpo que quedase fuera del alcance de la vista de Harry.
Pero al parecer lo único que eso hizo fue… inquietarla más.
Él ladeó ligeramente la cabeza, parecía… ¿preocupado? ¿Divertido? Difícil saberlo.
Olivia tenía que controlarse. Ya. Se aclaró la garganta.
– Me decía que…
– ¿Se encuentra usted bien?
– Perfectamente -respondió ella con sequedad. Le gustó su forma de decirlo, contundente y seria, pronunciando con claridad cada consonante.
Harry la observó unos instantes, pero Olivia no pudo llegar a descifrar su expresión. O quizá simplemente no quisiese descifrarla, porque, de hacerlo, intuía que descubriría que él la estaba mirando como si de repente ella fuese a ladrar como un perro.
Le dedicó a Harry una sonrisa forzada y dijo de nuevo:
– Me decía que…
– Le decía -dijo él lentamente- que lo siento, pero no puedo consentir que esté usted a solas con ese hombre. Y no me diga que Vladimir estaría presente, porque él apenas cuenta.
– No -replicó ella y se puso a pensar en su última e inquietante conversación con el príncipe-, no iba a decir eso.
– Bien, entonces, ¿estamos de acuerdo?
– Pues sí -contestó Olivia- en lo de no querer estar a solas con el príncipe Alexei, pero… -Carraspeó con la esperanza de que eso pudiera ayudarle a centrarse de nuevo. Necesitaba mantener mejor la calma delante de este hombre. Era asombrosamente inteligente y conseguiría de ella lo que se propusiera, si no permanecía con los pies en la tierra. Y eso quería decir en la tierra, no despegándose de ésta. Volvió a carraspear. Y luego una vez más, porque de tanto carraspear le estaba empezando a picar la garganta.
– ¿Necesita beber algo? -le preguntó Harry solícito.
– No, gracias. Lo que intentaba decir era que… seguramente entenderá que no estoy sola aquí. Tengo unos padres.
– Sí -replicó él, que no pareció excesivamente impresionado por su razonamiento-, eso tengo entendido, aunque yo no los he visto nunca; en todo caso, no aquí.
Ella frunció las cejas y miró hacia el recibidor por encima de su hombro.
– Creo que mi madre aún duerme.
– A eso me refería precisamente -dijo Harry.
– Le agradezco el gesto -dijo ella-, pero creo que debo puntualizar que es bastante improbable que el príncipe, ni nadie más en realidad, venga a verme a tan tempranas horas de la mañana.
– Estoy de acuerdo -le dijo Harry-, pero es un riesgo que no estoy dispuesto a correr. Aunque… -reflexionó unos instantes-. Si su hermano está dispuesto a bajar aquí y prometerme que no la perderá de vista en todo el día, yo me iré encantado.
– Eso presupone que yo quiera tenerlo cerca de mí durante todo el día -repuso Olivia con brusquedad.
– Entonces me temo que tendrá que conformarse conmigo.
Olivia miró a Harry.
Él la miró a ella.
Ella abrió la boca para hablar.
Él sonrió.
Olivia empezó a preguntarse por qué oponía tanta resistencia.
– Muy bien -dijo, apartándose al fin del umbral de la puerta y entrando en la sala-. Supongo que no tengo nada que perder.
– Ni siquiera notará que estoy aquí -le aseguró él.
Eso lo dudaba mucho.
– Pero sólo porque no tengo ningún otro plan para esta mañana -le informó ella.
– Entendido.
Olivia lo fulminó con la mirada. Resultaba desconcertante no saber cuándo Harry hablaba en tono sarcástico.
– ¡Esto es totalmente inadmisible! -musitó ella, pero fiel a su palabra Harry ya se había vuelto a sentar frente al escritorio y estaba leyendo detenidamente los papeles que se había traído consigo. ¿Serían los mismos documentos en los que había trabajado con tanta diligencia cuando ella lo espiaba?
Olivia se acercó a él despacio y cogió un libro de una mesa. Necesitaba tener algo en las manos, algo en lo que escudarse si él reparaba en la atención con que ella lo observaba.
– Veo que ha decidido leer La señorita Butterworth -comentó Harry sin levantar la vista hacia ella.
Olivia se quedó boquiabierta. ¿Cómo sabía Harry que había cogido un libro? ¿Cómo sabía siquiera que lo estaba observando? No había apartado los ojos de los papeles de la mesa.
¿Y en serio había cogido La señorita Butterworth? Indignada, Olivia descendió la mirada hacia el libro que tenía en las manos. Desde luego, podría haber cogido cualquier otro objeto al azar que no fuera ése.
– Estoy intentando abrir más la mente -dijo ella, arrellanándose en el primer asiento con el que topó.
– Una noble causa -repuso él sin alzar la vista.
Olivia abrió el libro y se concentró en él, pasando con fuerza las páginas hasta que dio con el punto en que se habían quedado dos días atrás.
– Palomas… palomas… -murmuró.
– ¿Qué?
– Nada, busco lo de las palomas -dijo ella con dulzura.
Harry meneó la cabeza y a ella le pareció verlo sonreír, pero seguía sin levantar la vista.
Olivia suspiró con fuerza, luego lo miró de reojo.
Harry ni se inmutó.
Entonces ella se autoconvenció de que la intención inicial del suspiro no había sido intentar atraer su atención. Había suspirado porque necesitaba sacar el aire, y si lo había hecho con fuerza, en fin, solía hacerlo así. Y como había hecho ruido, le había parecido lógico desviar la vista hacia él…
Volvió a suspirar. No deliberadamente, por supuesto.
Él siguió trabajando.
Posible contenido de los papeles de sir Harry,
por Olivia Bevelstoke.
Continuación de La señorita Butterworth
(¿acaso no sería una maravilla que él resultara ser el autor?).
Continuación no autorizada de La señorita Butterworth,
porque es sumamente improbable que él escribiera el original,
por magnífico que eso fuese.
Un diario secreto… ¡con todos sus secretos!
Algo totalmente distinto.
El pedido de un sombrero nuevo.
Olivia soltó una risita.
– ¿Qué es lo que encuentra tan divertido? -inquirió Harry, alzando por fin la mirada.
– Me es totalmente imposible explicárselo -contestó ella, procurando que no se le escapara la risa.
– ¿Se está riendo de mí?
– Sólo un poco.
Él enarcó una ceja.
– Vale, está bien, me estoy riendo a su costa, pero lo tiene merecido. -Olivia le sonrió esperando que él hiciese algún comentario, pero no hizo ninguno.
Lo cual fue decepcionante.
Retomó la lectura de La señorita Butterworth, pero aunque la pobre chica acababa de partirse ambas piernas en un terrible accidente en carruaje, la novela no era nada emocionante.
Olivia empezó a tamborilear sobre una de las páginas abiertas con los dedos. El ruido aumentó más… y más… hasta que pareció reverberar por toda la sala.
Al menos eso le pareció a ella, porque Harry ni se inmutó.
Entonces exhaló con fuerza y se concentró de nuevo en la señorita Butterworth y sus piernas rotas.
Volvió la página.
Y leyó. Y pasó otra. Y leyó. Y volvió la siguiente y…
– Ya va por el capítulo cuatro.
Olivia dio un respingo en el asiento sobresaltada por el sonido de la voz de Harry tan cerca de su oreja. ¿Cómo era posible que se hubiese levantado sin darse ella cuenta?
– Tiene que ser bueno el libro -declaró.
Ella se encogió de hombros.
– No está mal.
– ¿Se ha recuperado la señorita Butterworth de la viruela?
– ¡Oh! Han pasado siglos desde eso. Recientemente se ha roto las dos piernas, le ha picado una avispa y por poco la venden como esclava.
– ¿Todo eso en cuatro capítulos?
– Más bien tres -le dijo ella, señalando la cabecera visible en la página abierta-. Acabo de empezar el cuarto.
– Ya he acabado lo que tenía que hacer -anunció él bordeando el escritorio hasta plantarse frente al sofá.
¡Vaya! Ahora, por fin, podía preguntárselo.
– ¿Qué estaba haciendo?
– Nada especialmente interesante. Un informe sobre la contabilidad de la producción de cereales en mi finca de Hampshire.
Al lado de lo que se había imaginado Olivia, esto fue un tanto decepcionante.
Harry tomó asiento en el otro extremo del sofá y cruzó un tobillo sobre la rodilla contraria. Era una postura muy informal, que reflejaba comodidad y familiaridad, y algo más… algo que hizo que Olivia se sintiera a gusto, pero que la aturdía. Procuró pensar en otro hombre que pudiera sentarse junto a ella en tan relajada postura. Ninguno. Únicamente sus hermanos.
Y desde luego sir Harry Valentine no era su hermano.
– ¿En qué piensa? -preguntó él con picardía.
Ella seguramente puso cara de sorpresa, porque Harry añadió:
– Se ha sonrojado.
Olivia enderezó los hombros.
– No me he sonrojado.
– ¡Claro que no! -exclamó él sin titubeos-. Es que hace mucho calor aquí dentro.
No era verdad.
– Pensaba en mis hermanos -comentó ella. En parte era cierto y eso debería poner fin a las imaginaciones de Harry acerca de su supuesto rubor.
– Me cae bastante bien su hermano gemelo -dijo Harry.
– ¿Winston? -¡Cielos! Podría haberle dicho que le gustaba colgarse de los árboles con los monos o comerse sus cagarrutas.
– Cualquiera que sea capaz de exasperarla no puede sino merecer mi admiración.
Ella lo miró ceñuda.
– ¿Y me tengo que creer que era usted cariñoso e inofensivo con su hermana?
– En absoluto -repuso él sin vergüenza alguna-. Fui muy cruel. Pero… -Harry se inclinó hacia delante, su mirada era pura malicia-… siempre lo hice con discreción.
– ¡Venga, por favor! -Olivia tenía suficiente experiencia con sus hermanos varones como para saber que Harry no tenía ni idea de lo que hablaba-. Si lo que intenta es decirme que su hermana no estaba al tanto de sus trastadas…
– ¡Oh, sí, ella seguro que estaba enterada! Pero mi abuela no -susurró Harry.
– ¿Su abuela?
– Vino a vivir con nosotros cuando yo era pequeño. Sin duda, estaba más unido a ella que a mis padres.
Olivia se sorprendió a sí misma asintiendo con la cabeza, aunque no sabía muy bien por qué.
– Debía de ser adorable.
Harry soltó una carcajada.
– Mi abuela era muchas cosas, pero adorable, no.
Olivia no pudo evitar sonreír al preguntar:
– ¿A qué se refiere?
– A que era muy… -Agitó una mano en el aire mientras elegía las palabras-. Estricta. Y debería decir que de férreas convicciones.
Olivia pensó unos segundos en eso, luego dijo:
– Me gustan las mujeres de convicciones férreas.
– Me lo puedo imaginar.
Ella notó que sonreía e inclinó el tronco hacia delante con una sensación de afinidad maravillosa, casi eufórica.
– ¿Le habría caído bien yo?
Al parecer, la pregunta cogió desprevenido a Harry, que estuvo unos instantes con la boca abierta antes de decir, por fin, casi divertido por la pregunta:
– No. No, no creo que le hubiese caído bien.
Olivia notó que era ella la que se quedaba boquiabierta por la sorpresa.
– ¿Hubiese preferido que le mintiera?
– No, pero…
Él rechazó su protesta con un gesto de la mano.
– Mi abuela tenía muy poca paciencia con todo el mundo. Despidió a seis de mis profesores particulares.
– ¿Seis?
Harry asintió.
– ¡Dios mío! -Olivia estaba asombrada-. Pues a mí me habría caído bien -musitó-. Yo sólo conseguí zafarme de cinco institutrices.
En el rostro de Harry se dibujó lentamente una sonrisa.
– ¿Por qué será que no me sorprende?
Ella lo miró con el ceño fruncido; o eso intentó, porque probablemente le salió algo más parecido a una sonrisa.
– ¿Cómo es posible -replicó Olivia- que no me haya hablado de su abuela?
– No me lo ha preguntado.
¿Qué se creía Harry, que ella iba por ahí preguntándole a la gente por sus abuelos? Pero entonces se paró a pensar… ¿qué sabía de él en realidad?
Muy poco. La verdad es que muy poca cosa.
Y era curioso, porque conocía a Harry. Estaba convencida de que lo conocía. Y entonces comprendió que conocía al hombre, pero no las circunstancias que lo habían hecho ser como era.
– ¿Cómo eran sus padres? -preguntó ella de pronto.
Él la miró un tanto sorprendido.
– Es cierto, no le he preguntado si tuvo usted abuela -dijo ella a modo de explicación-. ¡Debería darme vergüenza no haber pensado en ello!
– Muy bien. -Pero Harry no contestó en el acto. Se le movieron los músculos de la cara, no lo bastante para desvelar lo que pensaba, pero más que suficiente para darle a entender a Olivia que estaba pensando y que no acababa de saber muy bien cómo responder. Y entonces dijo-: Mi padre era un borracho.
El libro de La señorita Butterworth, que Olivia ni siquiera había sido consciente de estar todavía sujetando, se le escurrió de los dedos y cayó sobre su regazo.
– Era un borracho bastante afable, pero curiosamente eso no parece mejorar mucho el asunto. -El rostro de Harry no revelaba emoción alguna. Incluso sonreía, como si todo fuese una broma.
Era más fácil así.
– Lo siento -le dijo ella.
Harry se encogió de hombros.
– No sabía controlarse.
– Es que es muy difícil -dijo Olivia en voz baja.
Harry se giró, bruscamente, porque hubo un no sé qué en su voz, cierta humildad, quizás hasta cierta… comprensión.
Pero no podía ser. Imposible viniendo de Olivia. Tenía una familia unida y feliz, un hermano que se había casado con su mejor amiga y unos padres que se preocupaban sinceramente de ella.
– Mi hermano -dijo ella-. El que se casó con mi amiga Miranda, no creo habérselo contado, pero estuvo casado con anterioridad. Su primera esposa era aborrecible. Y luego falleció. Y entonces… no sé, creímos que a él le alegraría librarse de ella, pero se le veía cada vez más hundido. -Hubo un silencio y a continuación dijo-: Bebió muchísimo.
«No es lo mismo», quiso decir Harry, porque a ella no le había pasado con su padre, con la persona que se supone que tiene que amarte y protegerte, y hacer que tu mundo sea un lugar justo y estable. No era lo mismo porque seguro que Olivia no había limpiado las vomitonas de su hermano 127 veces. Ni había tenido una madre que nunca parecía tener nada que decir, y no… No era lo mismo, maldita sea. No era…
– No es lo mismo -dijo Olivia en voz baja-. De ninguna manera.
Y con esas palabras, con esas dos breves frases, todo su mundo interior, todos esos sentimientos que habían estado atormentándolo se apaciguaron. Encontraron la paz.
Ella le dedicó una tímida sonrisa. Un conato de sonrisa, pero auténtico.
– Aunque creo que puedo hacerme una idea. Mínimamente, quizá.
Por alguna razón, él miró hacia abajo, hacia las manos de Olivia, que descansaban sobre el libro que tenía en el regazo, y a continuación hacia el sofá, de funda a rayas de color verde claro. No es que Olivia y él estuvieran sentados justo el uno al lado del otro; entre ellos aún hubiese cabido tranquilamente otra persona. Pero estaban en el mismo sofá, y si él alargaba la mano y ella alargaba la suya…
Harry contuvo el aliento.
Porque ella acababa de alargar la mano.