Para cuando Harry llegó a la residencia del embajador, el baile estaba en pleno apogeo. No pudo determinar qué aspectos de la cultura rusa se celebraban, porque la música era alemana y la comida francesa. Pero a nadie parecía importarle. El vodka circulaba a tutiplén y las carcajadas resonaban por la sala.
Harry buscó a Olivia nada más llegar, pero no la vio por ningún sitio. Estaba casi seguro de que había llegado ya; el carruaje de los Rudland había salido de su casa más de una hora antes de que lo hiciera el suyo. Pero la sala estaba abarrotada. Pronto daría con ella.
El hombro de Sebastian estaba prácticamente curado, pero había insistido en llevar el brazo en cabestrillo y la chaqueta por encima; lo mejor para atraer a las mujeres, le había dicho a Harry. Y, en efecto, había funcionado. Se abalanzaron sobre ellos nada más verlos y Harry se mantuvo encantado en segundo plano, observando divertido cómo Sebastian se deleitaba con la preocupación y el interés de las bellas damas londinenses.
Harry reparó en que Sebastian no estaba ofreciéndoles una descripción exacta del accidente. De hecho, todos los detalles eran bastante imprecisos. Desde luego no dijo nada acerca de que se había subido a una mesa para interpretar una escena en un acantilado de una novela gótica. Resultaba difícil saber exactamente qué había contado Sebastian, pero Harry oyó que una dama le decía a otra al oído que había sido atacado por unos salteadores, el pobre, pobrecito.
Al término de la velada Harry ya se imaginaba oyendo que Sebastian se había enfrentado con un regimiento francés entero.
Se acercó a Edward mientras Sebastian atendía con gentileza a una viuda especialmente pechugona cuyo interés por él resultaba desgarrador.
– Hagas lo que hagas, no le digas a nadie cómo pasó el accidente en realidad. Seb no te lo perdonaría nunca.
Edward asintió casi imperceptiblemente. Estaba demasiado ocupado observando y aprendiendo de Seb como para prestar atención a Harry.
– Que disfrutes las migajas -le dijo Harry a su hermano, sonriendo al darse cuenta de que se había acabado lo de quedarse con las mujeres que Sebastian desechaba.
La vida era estupenda. Fenomenal. De hecho, era tan perfecta y fabulosa como siempre.
Mañana le pediría a Olivia que se casara con él, y mañana ella le daría el sí.
Se lo daría, ¿verdad? Era imposible que se equivocara tanto acerca de lo que ella sentía.
– ¿Has visto a Olivia? -le preguntó a Edward.
Éste meneó la cabeza.
– Voy a ver si la encuentro.
Edward asintió.
Harry decidió que era inútil intentar mantener una conversación con su hermano con tantas jovencitas revoloteando por ahí, así que se alejó en dirección al extremo opuesto del salón de baile mientras trataba de divisar a Olivia entre la multitud. Había un grupito de gente cerca de la ponchera, en cuyo centro estaba el príncipe Alexei, pero no vio a Olivia. Le había dicho que iría de azul, lo cual haría que fuese más fácil localizarla, pero de noche a Harry siempre le costaba más distinguir los colores.
En cuanto a su pelo… Bueno, eso era otra historia. El pelo de Olivia brillaría como un faro.
Siguió moviéndose entre la muchedumbre, mirando a un lado y a otro y finalmente, justo cuando empezaba a desesperarse, oyó a sus espaldas:
– ¿Está buscando a alguien?
Harry se giró y fue como si la sonrisa de Olivia iluminara su existencia.
– Sí, a una mujer -contestó él con fingida perplejidad-, pero no logro encontrarla…
– ¡Oh, vamos! -repuso Olivia, golpeándole con suavidad en el brazo-. ¿Por qué ha tardado tanto en venir? Hace horas que estoy aquí.
Al oír eso Harry arqueó una ceja.
– De eso nada, llevará aquí entre hora y hora y media.
Harry alargó la vista hacia su primo y su hermano, quienes seguían rodeados de mujeres al otro lado de la sala.
– Hemos tenido problemas para ponerle a Seb la chaqueta encima del brazo en cabestrillo.
– Y dicen que las mujeres estamos cargadas de historias.
– Si bien debería llevarle la contraria en defensa del género masculino, siempre estoy encantado de meterme con mi primo.
Olivia se rio al oír eso, fue un sonido alegre y musical, y luego le cogió de la mano.
– Venga conmigo.
Él la siguió entre el gentío, impresionado por su firme decisión para ir dondequiera que estuviese yendo. Olivia fue zigzagueando, sin dejar de reírse todo el rato, hasta que llegó a una puerta arqueada que había al otro lado del salón.
– ¿Adónde vamos? -susurró él.
– ¡Chsss…! -ordenó ella. Harry salió tras ella al recibidor. No estaba vacío, había varios grupos reducidos de gente aquí y allí, pero se veía mucho menos abarrotado que la sala principal.
– He estado explorando -anunció Olivia.
– Ya lo veo.
Ella bordeó otra esquina y otra, y cada vez había menos gente hasta que finalmente se detuvo en una tranquila galería. A un lado había puertas intercaladas con grandes retratos; todo perfectamente simétrico, una puerta cada dos cuadros. Al otro lado, una ordenada hilera de ventanas.
Olivia se detuvo justo delante de una de las ventanas.
– Mire por el cristal -instó a Harry.
Harry miró, pero no vio nada fuera de lo habitual.
– ¿La abro? -preguntó al pensar que eso quizá le daría más pistas.
– Por favor.
Él localizó el cerrojo, lo descorrió y a continuación subió la ventana de guillotina. Ésta se deslizó sin chirriar y Harry asomó la cabeza.
Vio árboles.
Y a ella, que había asomado la cabeza a su lado.
– Le confieso que estoy confuso -le dijo él-. ¿Qué es lo que tengo que ver?
– A mí -se limitó a decir ella-. A nosotros. Juntos. En la misma ventana.
Harry se giró. La miró fijamente. Y entonces… Tenía que hacerlo. No pudo evitarlo. Alargó un brazo hacia Olivia, la atrajo hacia sí y ella se acercó encantada, con una sonrisa que auguraba la vida que tenían juntos por delante.
Él agachó la cabeza y la besó con labios ansiosos y deseosos, y se dio cuenta de que ella temblaba, porque esto era más que un beso. Había algo sagrado en este momento, algo honroso y auténtico.
– Te amo -le susurró Harry. No había sido su intención decirlo aún. Había planeado decírselo cuando le pidiera en matrimonio. Pero tuvo que hacerlo. El sentimiento había crecido y se había esparcido por su ser, rebosando de calor e intensidad, y no pudo reprimirlo-. Te amo -volvió a decir-. Te amo.
Ella le acarició la mejilla.
– Yo también te amo.
Durante unos segundos él no pudo hacer otra cosa más que mirarla fijamente, prolongando el momento con veneración, dejando que cada partícula del mismo lo invadiera. Y entonces se apoderó de él algo distinto, algo primario y feroz, y la estrechó contra sí besándola con la pasión de un hombre que defiende lo que le pertenece.
No se cansaba de ella, de sus caricias, su tacto, su aroma. La tensión y la necesidad aumentaban en su interior de forma vertiginosa, y sintió que perdía el control de sí mismo, del decoro y de todo menos de ella.
Sus dedos se hundieron con fuerza en la ropa de Olivia, desesperados por sentir su piel, caliente y suave.
– Te necesito -gimió desplazando la boca por encima de su mejilla, su mandíbula y su cuello.
Se alejaron de la ventana dibujando círculos y Harry se encontró a sí mismo apoyado en una puerta. Rodeó el pomo con la mano, lo giró y entraron a trompicones, pero logrando mantener el equilibrio.
– ¿Dónde estamos? -inquirió Olivia con el cuerpo tembloroso por los jadeos.
Harry cerró la puerta. Echó el pestillo.
– Me da igual dónde estemos.
Entonces la agarró con fuerza, estrechándola contra su cuerpo. Debería haber sido delicado, haber sido tierno, pero ahora era imposible. Por primera vez en su vida le impulsaba algo que escapaba a su control, se sentía atraído por algo a lo que no podía resistirse. Su mundo se redujo a sus cuerpos, a esta mujer y a demostrarle de la forma más pura posible lo mucho que la amaba.
– Harry -dijo ella con voz entrecortada y arqueando el cuerpo contra el suyo. A través de la ropa él percibió cada una de sus curvas y tenía que… no podía parar.
Tenía que sentirla. Tenía que explorarla.
Pronunció su nombre, sin reconocer apenas su propia voz, enronquecida por la necesidad.
– Te deseo -le dijo a Olivia. Y cuando ella gimió una respuesta incoherente mientras con los labios daba con el lóbulo de su oreja tal como él había hecho con el suyo, lo volvió a decir.
– Quiero poseerte ahora.
– Sí -dijo ella-. Sí.
Con la respiración entrecortada, Harry se echó hacia atrás y rodeó la cara de Olivia con las manos.
– ¿Entiendes lo que digo?
Ella asintió, pero eso no era suficiente.
– ¿Lo entiendes? -preguntó casi con voz chillona por la desesperación-. Necesito que me lo digas.
– Lo entiendo -susurró Olivia-. Yo también te deseo.
Aun así Harry esperó, incapaz de perder ese último resquicio de cordura y decoro. Sabía que estaba preparado para entregarse a Olivia en cuerpo y alma, pero no lo había jurado en una iglesia, ante la familia de ella. Pero si pretendía detenerlo ahora, ¡más le valía hacerlo ya!
Olivia se quedó helada; por un instante hasta su respiración pareció detenerse, y entonces rodeó el rostro de Harry con las manos, exactamente igual que él estaba haciendo con ella. Sus miradas se encontraron y Harry vio en su cara una entrega y un amor tan grandes y tan profundos que el miedo por poco lo paralizó.
¿Cómo era posible que mereciese esto? ¿Cómo podría cuidar de ella, hacerle feliz y asegurarse cada minuto de su vida de que sabía lo mucho que la amaba?
Olivia sonrió. Al principio con dulzura, luego con astucia y quizás un poco de malicia.
– Vas a pedirme que me case contigo -musitó-, ¿verdad?
Él se quedó boquiabierto.
– Yo…
Pero ella le acercó una mano a la boca.
– No digas nada. Sólo mueve la cabeza si es que sí.
Él asintió.
– No me lo pidas ahora -dijo ella, y parecía casi serena, como si fuese una diosa y los mortales que la rodeaban estuvieran haciendo exactamente lo que ella les pedía-. No es el momento ni el lugar adecuado. Quiero una proposición formal.
Harry asintió de nuevo.
– Pero sabiendo que pretendes pedírmelo, quizá podrías convencerme de que actuase de un modo…
Fue toda la autorización que necesitó. Volvió a estrechar a Olivia contra su cuerpo para darle otro ardiente beso y con los dedos palpó en su espalda los botones forrados de su vestido. Estos pasaron con facilidad por los ojales y en cuestión de segundos el vestido de seda cayó hasta sus pies con un frufrú.
Estaba de pie ante él en corsé y camisa, cuya tela blanca resplandecía suavemente bajo la luz de la luna que se filtraba por el arco acristalado y sin cortinas que había encima de la única ventana de la habitación. Estaba tan hermosa, tan etérea y pura que Harry se dio cuenta de que quería parar y llenarse viendo ese paisaje, aunque su cuerpo ardía en deseos de un contacto más íntimo.
Se sacó la chaqueta, luego se aflojó el nudo de la corbata. Entretanto ella permaneció ahí, observándolo en silencio, sus ojos bien abiertos por el asombro y la excitación. Se desabrochó los botones superiores de la camisa, lo justo para sacársela por la cabeza y, con el poco raciocinio que le quedaba, la dejó con cuidado en una silla para que no se arrugara. A Olivia se le escapó la risa y se tapó la boca con la mano.
– ¿Qué pasa?
– ¡Qué ordenado eres! -exclamó ella, que parecía avergonzada de decirlo.
Él lanzó deliberadamente una mirada hacia la puerta.
– Hay cuatrocientas personas al otro lado de esa puerta.
– Pues yo haré el ridículo.
– ¿Te molesta que sea ordenado?
Olivia soltó otra risotada. Se agachó, recogió su vestido y se lo dio a Harry.
– ¿Te importaría dejarlo también ahí?
Él apretó los labios para contener la risa. Sin decir palabra, alargó el brazo y cogió el vestido.
– Si alguna vez andas escaso de fondos -dijo ella observándolo mientras doblaba el vestido en el respaldo de una silla-, siempre estás a tiempo de ser una doncella concienzuda.
Harry se giró y las comisuras de un lado de la boca subieron hacia arriba en una mueca irónica. Se dio unos golpecitos en la sien izquierda, cerca del ojo, mientras musitaba:
– Recuerda que soy daltónico.
– ¡Vaya! -Olivia juntó las manos en un gesto de lo más recatado-. Pues eso sería un problema.
Él dio un paso hacia delante, comiéndosela con los ojos.
– Tal vez pudiera compensar mi defecto con una lealtad exagerada a mi señora.
– La lealtad y la fidelidad siempre se han valorado en los criados.
Harry se acercó muchísimo, hasta que su boca casi tocó las comisuras de los labios de Olivia.
– ¿Y en los maridos?
– Se valoran mucho entre los maridos -susurró ella. Su respiración era cada vez más agitada y el mero roce de su aliento sobre la piel de Harry hizo que a éste se le acelerase el pulso.
La mano de Harry se desplazó hasta las cintas de su corsé.
– Soy muy leal.
Ella asintió con brusquedad.
– Eso está bien.
Él tiró primero de una de las puntas y deshizo el lazo, y luego deslizó el dedo bajo el nudo.
– Sé decir «fidelidad» en tres idiomas.
– ¿En serio?
En serio, y a Harry le daba igual si ella sabía decirlo o no, porque pretendía hacer el amor con ella en cada uno de los tres, aunque por primera vez pensó que sería mejor ceñirse al inglés. Bueno, para casi todo.
– Fidelidad -susurró él-. «Fidelité», «Vyernost».
Entonces besó a Olivia, antes de que ésta pudiera preguntarle nada más. Le contestaría a todo, pero no ahora. No estando él descamisado y mientras el corsé desabrochado de Olivia se despegaba de su cuerpo. No cuando con los dedos le desabrochaban los dos botones de la camisa y soltaba las bandas de tela que la fijaban sobre los hombros.
– Te quiero -dijo él, inclinándose para depositarle un beso en el hueco de encima de la clavícula-. Te quiero -volvió a decir mientras subía por el elegante contorno de su cuello-. Te quiero. -Y esta vez fue un susurro que ardió en la oreja de Olivia al tiempo que él soltaba las bandas de tela, liberando la última prenda de ropa.
Olivia se rodeó la parte superior del cuerpo con los brazos, y él le dio un tierno beso en la boca mientras acercaba los dedos hasta el cierre de sus propios pantalones. La deseaba ardientemente, con una pasión intensa, e ignoraba cómo se había sacado las botas tan deprisa, pero antes de que pudiera volver a tomar aire la había cogido en brazos y la estaba llevando hacia el diván.
– Deberías tener una cama como Dios manda -le susurró-, con unas sábanas y unas almohadas decentes…
Pero ella se limitó a cabecear y rodeó el cuello de Harry con los dedos para atraerlo hacia sí y darle un beso.
– Ahora mismo no quiero comportarme con decencia -le susurró Olivia al oído-. Sólo te quiero a ti.
Harry no lo pudo evitar. Hacía ya un rato que lo sabía, desde el instante en que ella le había preguntado astutamente si tenía la intención de pedirle en matrimonio, pero aun así algo pareció desencadenarse en ese momento, algo que desinhibió a Harry y convirtió el proceso de seducción en una auténtica locura.
La tumbó boca arriba y acto seguido le cubrió el cuerpo con el suyo. El roce fue electrizante. Estaban piel contra piel, pegados con una intimidad vertiginosa. Y Harry deseaba penetrarla con todas sus fuerzas, poseerla, explorarla, pero no podía permitirse ir deprisa. No sabía si podría llevarla hasta el orgasmo; nunca había hecho el amor con una virgen e ignoraba si era posible siquiera. Pero tenía claro que le haría disfrutar, así cuando terminaran ella sabría que él la había adorado como a una diosa.
Que la amaba.
– Dime qué es lo que te gusta -musitó él, y le besó en los labios antes de bajar hasta su cuello.
Oía su respiración, áspera y agitada, y tal vez un tanto inquieta.
– ¿A qué te refieres?
Él le rodeó un pecho con la mano.
– ¿Te gusta esto?
Notó que Olivia contenía al instante el aliento.
– ¿Te gusta? -volvió a preguntarle en voz baja mientras arrastraba los labios por su cuello hasta la base del mismo.
Ella asintió, sus movimientos eran rápidos y desesperados.
– Sí.
– Dime lo que te gusta -volvió a decir Harry, y su boca encontró el pezón de Olivia. Soltó un poco de aire sobre éste, luego resiguió el borde con la lengua antes de apresarlo finalmente con los labios.
– Eso me ha gustado -dijo ella con voz entrecortada.
«A mí también», pensó Harry, y cambió al otro pecho diciéndose a sí mismo que lo hacía para compensar, pero en realidad lo hacía por él, y por ella, y porque no podía soportar dejar un solo centímetro de su cuerpo sin tocar.
Olivia se arqueó debajo de él, ejerciendo más presión contra su boca, y Harry fue bajando las manos hasta rodearle las nalgas. Las apretó y luego movió los dedos hasta encontrar la piel suave de la cara interna de su muslo. Y cuando apretó de nuevo, sus dedos estaban cerca, tan cerca de su mismísimo centro, que Harry pudo sentir el calor que emanaba de ella.
Sus bocas volvieron a unirse justo en el momento en que los dedos de Harry daban con su centro, lo acariciaban y lo penetraban.
– ¡Harry! -chilló Olivia sorprendida, aunque no ofendida, pensó él.
– Dime qué te gusta -le repitió.
– Eso -logró decir ella-, pero no…
Harry fue introduciendo y sacando los dedos, estaba tan húmeda que la necesitaba desesperadamente.
– ¿No, qué? -inquirió.
– No lo sé.
Harry sonrió.
– ¿Qué es lo que no sabes?
– No sé qué es lo que no sé -casi le espetó ella.
Él contuvo la risa, y detuvo los dedos un instante.
– ¡No pares! -gritó Olivia.
Y él obedeció. No paró cuando ella gimió su nombre ni paró cuando le agarró con tanta fuerza por los hombros que estaba seguro de que le dejaría marca. Y desde luego tampoco paró cuando ella llegó al clímax con unos espasmos tan rápidos y tan fuertes que casi le expulsa los dedos del cuerpo.
Un caballero habría parado. Olivia había tenido un orgasmo y aún era virgen, y probablemente fuese una animalada querer penetrarla, pero sencillamente no pudo… evitarlo.
Olivia le pertenecía.
Aunque Harry empezaba a darse cuenta de que no tanto como él a ella.
Antes de que el orgasmo de Olivia finalizara, antes de que su intensidad pudiera dejarla exhausta, Harry sacó los dedos de su vagina y colocó el pene en su entrada.
– Te quiero -le dijo con la voz ronca por la emoción-. Tengo que decírtelo. Necesito que lo sepas. Necesito que lo sepas ahora.
Entonces la penetró esperando cierta resistencia. Pero Olivia estaba tan excitada, había recibido tanto amor, que él se deslizó con facilidad en el interior. Se estremeció de placer, por la delicia de unir sus cuerpos. Era como si nunca antes hubiese hecho esto; el deseo se apoderó de él y perdió todo control. Y entonces, con una velocidad que lo habría dejado en muy mal lugar, de no haberla satisfecho antes a ella, soltó un grito y se puso rígido, y acto seguido, al fin, se desplomó encima de Olivia.