Para cuando llegaron a la planta baja Olivia había recuperado la sensación en los pies y no tuvo que apoyarse tanto en Harry.
Pero no le soltó la mano.
Seguía muy asustada, el corazón le latía con fuerza, le palpitaba la sangre en las venas y no entendía por qué él hablaba en ruso ni esgrimía un revólver, ni estaba segura de si debía confiar en él y, peor aún, no sabía si podía confiar en sí misma, porque temía haberse enamorado de un espejismo, de un hombre que ni siquiera existía.
Pero, aun así, no le soltó la mano. En aquel terrible instante era lo único auténtico que había en su vida.
– Por aquí -dijo Vladimir con sequedad, abriendo camino. Se dirigían al despacho del embajador, donde esperaban los padres de Olivia. Todavía les quedaba un buen trecho o eso supuso ella a juzgar por el silencio reinante en los pasillos. Cuando oyese el murmullo de voces de la fiesta, sabría que estaba cerca.
Pero no caminaban deprisa. En cada esquina, y en lo alto y al pie de cada escalera, Vladimir se detenía, llevándose un dedo a los labios mientras se pegaba contra la pared y asomaba con cuidado la cabeza por la esquina. Y cada vez Harry hacía lo mismo, tirando de ella, protegiéndola con su cuerpo.
Olivia comprendía la necesidad de ser cautos, pero tenía la sensación de que en su interior iba a estallar algo y lo único que quería era soltarse y echar a correr, y notar el silbido del aire acariciándole la cara mientras volaba por los pasillos.
Quería irse a casa.
Quería estar con su madre.
Quería quitarse ese vestido y quemarlo, lavarse, beber algo dulce, ácido o mentolado; lo que sea que eliminara más deprisa el sabor a miedo de su boca.
Quería acurrucarse en la cama y cubrirse la cabeza con la almohada; no quería pensar en nada de esto. Por una vez en la vida quería ser indiferente a todo. Tal vez mañana le interesarían todos los detalles, pero de momento lo único que quería era cerrar los ojos.
Y agarrar la mano de Harry.
– Olivia.
Ella levantó la vista hacia él y sólo entonces se dio cuenta de que realmente había cerrado los ojos, casi perdiendo el equilibrio.
– ¿Te encuentras bien? -le susurró.
Olivia asintió. No se encontraba bien del todo, pero pensó que a lo mejor sí lo bastante. Lo bastante para aguantar esa noche, para hacer lo que sea que tuviera que hacer.
– ¿Podrás hacerlo? -preguntó Harry.
– Debo hacerlo. -Porque a decir verdad, ¿qué otras opciones tenía?
Él le apretó la mano.
Ella tragó saliva y bajó la mirada hacia sus manos, la unión de piel contra piel. La mano fuerte de Harry era cálida, casi desprendía calor, y Olivia se preguntó si en su palma él sentía los dedos de ella como carámbanos pequeños y afilados.
– Falta poco -le aseguró Harry.
«¿Por qué has hablado en ruso?»
Las palabras revolotearon en los labios de Olivia, casi las pronunció, pero las controló y retuvo en su interior. Éste no era el momento de hacer preguntas. Tenía que concentrarse en lo que estaba haciendo, en lo que él hacía por ella. La residencia del embajador era enorme y ella estaba inconsciente cuando la habían llevado al cuartito de arriba. No habría sabido regresar sola a la sala de baile, ¿a que no? Al menos no sin perderse por el camino.
Debía confiar en que él la llevaría a un lugar seguro. No tenía alternativa.
Debía confiar en él.
Tenía que hacerlo.
Entonces miró a Harry, lo miró de verdad por primera vez desde que Vladimir y él la habían rescatado. La extraña y tenue niebla que había bañado su ser empezaba a disiparse, y comprendió que por fin tenía la mente despejada; o mejor dicho bastante despejada, pensó con un brusco y gracioso movimiento de labios.
Suficientemente despejada para saber que confiaba en él.
No porque tuviera que hacerlo, sino simplemente porque sí. Porque lo amaba. Y quizá no supiese por qué Harry no le había dicho que hablaba ruso, pero le conocía. Al mirarlo a la cara volvió a verlo leyéndole La señorita Butterworth, regañándola por interrumpirle. Lo vio sentado en el salón de su casa insistiendo en que necesitaba que la protegiera del príncipe.
Lo vio sonriendo.
Lo vio riéndose.
Y vio su mirada sincera al decirle que la amaba.
– Confío en ti -susurró Olivia. Él no lo oyó, pero no importaba. Las palabras no iban dirigidas a él, sino a sí misma.
Harry había olvidado lo mucho que llegaba a detestar esto. Había luchado en bastantes batallas para saber que algunos hombres se crecían en el peligro, y en batallas más que suficientes para saber que él no era uno de ellos.
Era capaz de mantener la concentración, de actuar con calma y sensatez, pero después, envuelto en un velo de seguridad, empezaba a temblar. Respiraba cada vez más agitadamente y en más de una ocasión se había quedado sin aliento.
No le gustaba el miedo.
Y en la vida había estado tan asustado.
Los hombres que habían secuestrado a Olivia eran despiadados, o eso le había dicho Vladimir mientras la buscaban. Llevaban años trabajando para el embajador y habían sido generosamente recompensados por sus maldades. Eran leales y violentos; una terrible combinación. El único consuelo era que si creían que el príncipe Alexei la tenía en mucha estima, muy probablemente no le harían daño. Pero ahora que había escapado, ¿quién sabe qué pensarían de ella? Quizá la considerasen un bien defectuoso, completamente prescindible.
– Ya falta poco -dijo Vladimir en ruso cuando llegaron al pie de las escaleras. No tenían más que recorrer la larga galería y acceder a la zona pública de la casa. Una vez allí estarían a salvo. La fiesta estaba aún en su apogeo y nadie se atrevería a agredirles ante la mirada de varios centenares de los más insignes ciudadanos de Inglaterra.
– Falta poco -le susurró Harry a Olivia. Tenía las manos heladas, pero parecía haber recuperado casi toda su energía.
Vladimir avanzó poco a poco. Habían ido por la escalera de servicio, que lamentablemente desembocaba en una puerta cerrada. Pegó la oreja a la madera para escuchar.
Harry atrajo a Olivia hacia sí.
– Ahora -anunció Vladimir en voz baja. Abrió muy lentamente la puerta, salió y a continuación les hizo una señal para que lo siguieran.
Harry dio un paso al frente, luego otro. Olivia estaba un paso por detrás.
– Deprisa, vamos -susurró Vladimir.
Se movieron con rapidez, en silencio, sin despegarse de la pared y entonces…
¡Bum!
Harry le dio un fuerte tirón de mano a Olivia, su primer instinto fue ponerla a cubierto, pero no había dónde protegerse ni refugiarse. Lo único que había era un amplio pasillo y alguien con un revólver en algún lugar.
– ¡Corran!-gritó Vladimir.
Harry soltó la mano de Olivia (podría correr más deprisa con los dos brazos libres) y exclamó:
– ¡Corre!
Y corrieron. Se precipitaron por el pasillo, derrapando al volver la esquina tras Vladimir. Tras de sí una voz les gritó en ruso, ordenándoles que se detuvieran.
– ¡Sigue! -le chilló Harry a Olivia. Hubo otro disparo y éste lo oyeron más cerca, cortó el aire junto al hombro de Harry.
O quizá le perforase el hombro. Harry no alcanzó a saberlo.
– ¡Por aquí! -ordenó Vladimir, y dieron la vuelta a otra esquina tras él y luego recorrieron un pasillo. Los disparos habían cesado y no se oían más pasos apresurados a sus espaldas y entonces de algún modo desembocaron todos en el despacho del embajador.
– ¡Olivia! -chilló su madre, y Harry las observó mientras se abrazaban, mientras Olivia, que no había derramado una sola lágrima, por lo menos delante de él, se derrumbaba en brazos de su madre, llorando.
Harry se apoyó en la pared. Estaba mareado.
– ¿Está usted bien?
Harry parpadeó con dificultad. Era el príncipe Alexei, lo miraba con preocupación.
– Está sangrando.
Harry miró hacia abajo. Se estaba sujetando el hombro; no había sido consciente de hacerlo. Levantó la mano y contempló la sangre. Era curioso, porque no le dolía. Tal vez se tratase del hombro de otra persona.
Le fallaron las rodillas.
– ¡Harry!
Y entonces… en realidad no lo vio todo negro. ¿Por qué decían que cuando uno se desmayaba lo veía todo negro? Porque él lo veía rojo o quizá verde.
O quizás…
Dos días después:
Experiencias que espero no volver a vivir nunca,
por Olivia Bevelstoke.
Olivia hizo un alto en sus reflexiones para tomar un sorbo del té que sus padres, preocupados, le habían hecho subir a la habitación junto con un enorme plato de galletas. A ver, ¿por dónde podía empezar semejante lista? Por ejemplo, la habían dejado inconsciente (al parecer tapándole la nariz y la boca con un trapo empapado en alguna droga). Y no había que olvidar la mordaza ni que la habían atado de pies y manos.
¡Ah…! Y no podía omitir el té humeante que le había dado a beber precisamente el hombre responsable de todo lo anterior. Eso más bien había sido un ataque contra su dignidad, pero ocupaba uno de los primeros puntos de la lista.
Olivia daba mucha importancia a su dignidad.
Veamos, qué más… Ver y oír cómo echaban una puerta abajo. Eso no había sido agradable. La expresión del rostro de sus padres al recuperarla por fin; había sido de alivio, cierto, pero esa clase de alivio requería un terror proporcional, y Olivia no quería que ninguno de sus seres queridos volviera a sentirse así nunca más.
Y luego, ¡Dios!, esto había sido lo peor: ver cómo Harry se desplomaba en el suelo del despacho del embajador. Olivia no se había fijado en que había recibido un disparo. ¿Cómo era eso posible? Tan ocupada había estado sollozando en brazos de su madre que no lo vio ponerse cadavérico ni agarrarse el hombro con fuerza.
Hasta ese momento creía que era miedo lo que había sentido, pero nada, nada comparado con el terror de esos 30 segundos transcurridos desde que Harry se desplomó hasta que Vladimir le aseguró que no tenía más que una herida superficial.
Y, en efecto, no fue más que eso. Tal como Vladimir aseguró, al día siguiente Harry estaba de nuevo en pie. Había aparecido en casa de Olivia durante el desayuno, y entonces se lo explicó todo: por qué no le había contado que sabía ruso, qué había estado haciendo realmente frente a su escritorio cuando ella lo espiaba, incluso por qué había ido a verla con La señorita Butterworth y el barón demente aquella primera tarde descabellada y maravillosa. No fue por amabilidad ni porque sintiera hacia ella otra cosa que no fuera desprecio. Le habían ordenado que lo hiciera; nada menos que el prestigioso Departamento de Guerra.
Era mucha información a asimilar mientras se tomaba unos huevos pasados por agua y un té.
Pero Olivia le había escuchado, y lo había entendido. Y ahora estaba todo aclarado, no quedaban cabos sueltos. El embajador había sido detenido, igual que los hombres que trabajaban para él, incluido su captor de pelo gris. El príncipe Alexei había mandado una solemne carta de disculpa en nombre de toda la nación rusa, y Vladimir, fiel a su palabra, había desaparecido.
Sin embargo, no había visto a Harry en más de 24 horas. Se había marchado tras el desayuno y ella había dado por sentado que volvería a visitarla, pero…
Nada.
No es que le inquietara, ni siquiera le preocupaba. Pero era extraño. Muy extraño.
Tomó otro sorbo de té y dejó la taza en su platillo. A continuación, lo levantó, junto con el plato de galletas, y los dejó encima de La señorita Butterworth. Porque seguía teniendo el libro a mano. Aunque no quería cogerlo, no sin Harry.
En cualquier caso, aún no había acabado de leer el periódico. Había leído la segunda mitad y tenía bastantes ganas de pasar a las noticias más importantes de la primera parte. Circulaba el rumor de que monsieur Bonaparte estaba gravemente enfermo. Se imaginaba que no había muerto todavía; eso lo habrían anunciado en primera plana con un titular lo bastante destacado como para que no le pasara desapercibido.
Aun así habría algo digno de mención, de modo cogió de nuevo el periódico y acababa de localizar un artículo para leer cuando oyó que llamaban a la puerta.
Era Huntley, que llevaba un trozo de papel. Cuando se acercó, Olivia se dio cuenta de que en realidad era un tarjetón doblado en tercios y lacrado en el centro con cera azul oscura. Murmuró su agradecimiento, examinando el lacre mientras el mayordomo salía de la habitación. Era muy sencillo: una simple «uve» de letra bastante elegante, que empezaba acaracolada y acababa en un floreo.
Deslizó el dedo por debajo y despegó la cera, desdoblando cuidadosamente el tarjetón.
Acércate a la ventana.
Eso era todo. Una única frase. Olivia sonrió y se quedó unos segundos más contemplando las palabras antes de deslizarse hasta el borde de la cama. Bajó apoyando los pies suavemente en el suelo, pero esperó unos instantes antes de atravesar la habitación. Tenía que esperar; quería quedarse ahí saboreando ese momento porque…
Porque él lo había creado. Harry era el artífice del momento. Y Olivia lo amaba.
«Acércate a la ventana».
Se dio cuenta de que estaba sonriendo, casi riéndose tontamente. En general no le gustaba que le diesen órdenes, pero en este caso era un placer.
Caminó hasta la ventana y descorrió las cortinas. Antes de abrirla vio a Harry a través del cristal, de pie frente a su propia ventana, esperándola.
– Buenos días -saludó Harry. Estaba muy serio o, mejor dicho, era su boca la que tenía un aspecto serio, porque a juzgar por su mirada algo se traía entre manos.
Ella notó que le empezaban a brillar los ojos. ¿No era extraño que pudiese notarlo?
– Buenos días -dijo Olivia.
– ¿Cómo te encuentras?
– Mucho mejor, gracias. Creo que me hacía falta descansar.
Él asintió.
– Una conmoción requiere su tiempo.
– ¿Hablas por experiencia? -inquirió ella. Pero no hubiera hecho falta, supo que sí por la expresión de Harry.
– De mi época en el ejército.
¡Qué curioso! Su conversación era sencilla, pero no sosa. Tampoco es que ellos fuesen torpes, únicamente estaban cogiendo práctica.
Y Olivia ya sentía ese cosquilleo en el estómago.
– Me he comprado otro ejemplar de La señorita Butterworth -dijo él.
– ¿De veras? -Olivia se apoyó en el alféizar-. ¿Lo has acabado de leer?
– ¡Ya lo creo que sí!
– ¿Y mejora conforme avanzas?
– Bueno, la protagonista se dedica a dar unos detalles sorprendentes de las palomas.
– No. -¡Cielos! Tendría que acabar la espantosa novela. Si era cierto que la autora describía el ataque mortal de las palomas… entonces valía la pena leerla.
– No, ahora en serio -repuso Harry-. Resulta que la señorita Butterworth presenció el lamentable suceso y lo revive en un sueño.
A Olivia le recorrió un escalofrío.
– Al príncipe Alexei le encantará.
– De hecho, me ha contratado para que traduzca el libro entero al ruso.
– ¡Me tomas el pelo!
– No. -Le dedicó una mirada pícara pero a la vez de orgullo-. Voy por el primer capítulo.
– ¡Vaya, qué emocionante! Bueno, también es horrible, porque tendrás que leerlo a fondo, aunque me imagino que cuando te pagan por ello la cosa cambia totalmente.
Harry se rio entre dientes.
– Debo decir que, en comparación con los documentos del Departamento de Guerra, es un buen cambio.
– Pues yo creo que preferiría traducir documentos. -Le gustaban mucho más los datos fríos y anodinos.
– Seguramente -convino él-, porque eres una mujer singular.
– Usted siempre tan adulador, sir Harry.
– Soy un erudito de la lengua, es lógico.
Olivia se dio cuenta de que estaba sonriendo. Tenía medio cuerpo asomado a la ventana, y sonreía. Estaba muy a gusto.
– El príncipe Alexei me pagará generosamente -añadió Harry-. Cree que La señorita Butterworth será todo un éxito en Rusia.
– Desde luego Vladimir y él disfrutaron con la representación de Sebastian.
Harry asintió.
– Eso significa que podré dejar el Departamento de Guerra.
– ¿Es lo que deseas? -preguntó Olivia. Acababa de averiguar a qué se dedicaba y no sabía si le gustaba o no.
– Sí -contestó Harry-, aunque hasta hace unas semanas no he sido consciente de cuánto lo deseo. Estoy harto de tanto secreto. Me gusta traducir, pero si puedo ceñirme a las novelas góticas…
– Novelas góticas y escabrosas -puntualizó Olivia.
– Eso es -convino Harry-. Me… ¡oh! Discúlpame, nuestro invitado acaba de llegar.
– Nuestro invitado… -Olivia miró a un lado y al otro, parpadeando confusa-. ¿Hay alguien más aquí?
– Lord Rudland -dijo Harry, saludando con un respetuoso movimiento de cabeza hacia la ventana que estaba debajo y a la izquierda de la de Olivia.
– ¿Papá? -Olivia miró hacia abajo, sorprendida. Y quizá también un poco abochornada.
– ¿Olivia? -Su padre se asomó a la ventana, girando torpemente la parte superior del cuerpo para verla-. ¿Qué haces?
– Eso mismo iba a preguntarte yo -confesó ella; el desconcierto de su voz suavizó su tono impertinente.
– He recibido una nota de sir Harry solicitando mi presencia en esta ventana. -Lord Rudland volvió a girar el cuerpo para mirar a Harry-. ¿De qué va todo esto, joven? ¿Y por qué está mi hija asomada a su ventana como una verdulera?
– ¿Está aquí mamá? -preguntó Olivia.
– ¿Tu madre también está aquí? -bramó su padre.
– No, sólo me lo preguntaba, porque como tú sí que estás y…
– Lord Rudland -intervino Harry en voz bastante alta para interrumpirlos a ambos-, me gustaría tener el honor de pedirle la mano de su hija.
Olivia ahogó un grito, luego chilló y luego se puso a dar saltos, cosa que resultó ser una mala idea.
– ¡Ay! -exclamó al darse un golpe en la cabeza con la ventana. Volvió a asomar la cabeza y miró a Harry sonriente y con lágrimas en los ojos-. ¡Oh, Harry! -suspiró. Le había prometido una proposición formal y aquí la tenía. No podría haber sido más maravillosa.
– ¿Olivia? -preguntó su padre.
Ella miró hacia abajo mientras se enjugaba los ojos.
– ¿Por qué me pregunta esto por la ventana?
Olivia pensó en la pregunta, analizó las posibles respuestas y decidió que la honestidad era la mejor de las opciones.
– Estoy casi segura de que preferirás no saber la respuesta -le dijo.
Su padre cerró los ojos y sacudió la cabeza. Olivia había visto antes ese gesto; quería decir que se desesperaba con ella. Por suerte para él, su hija pasaría pronto a ser responsabilidad de otro hombre.
– Amo a su hija -dijo Harry-. Y, además, me gusta mucho.
Olivia se llevó una mano al corazón y soltó un chillido sin saber por qué, sencillamente le salió, como una burbuja de alegría pura. Las palabras de Harry eran la declaración de amor más perfecta que se pueda imaginar.
– Es preciosa -prosiguió Harry-, tan hermosa que me duelen hasta las muelas, pero no es por eso que la amo.
No, lo de las muelas superaba a lo anterior en perfección.
– Me encanta que lea el periódico a diario.
Olivia bajó los ojos hacia su padre, que miraba fijamente a Harry sin dar crédito.
– Me encanta que no soporte la estupidez.
Cierto, pensó Olivia con una sonrisa bobalicona. Harry la conocía muy bien.
– Me encanta bailar mejor que ella.
Se le borró la sonrisa de la cara, pero tenía que reconocer que eso también era cierto.
– Me encanta lo cariñosa que es con los niños pequeños y los perros grandes.
«¿Qué?» Lo miró recelosa.
– Eso lo he deducido -confesó Harry-. Pero podría ser perfectamente.
Olivia apretó los labios para no reírse.
– Pero por encima de todo la amo -dijo Harry, y aunque tenía los ojos clavados en su padre, Olivia tuvo la sensación de que la miraba a ella-. La adoro. Y nada me gustaría más que ser su marido y pasar el resto de mi vida a su lado.
Olivia miró de nuevo hacia su padre. Seguía mirando fijamente a Harry con cara de absoluto asombro.
– ¿Papá? -preguntó ella vacilante.
– Esto es sumamente inusual -dijo su padre. Pero no parecía enfadado, sólo aturdido.
– Daría mi vida por ella -declaró Harry.
– ¿De veras? -preguntó Olivia con un hilo de voz esperanzada e ilusionada-. ¡Oh, Harry! Yo…
– ¡Chsss! -ordenó él-. Estoy hablando con tu padre.
– Tenéis mi aprobación -dijo de pronto lord Rudland.
Olivia se quedó boquiabierta, indignada.
– ¿Porque me ha dicho que me calle?
Su padre alzó la vista.
– Denota un sentido común extraordinario.
– ¿Cómo?
– Y una buena dosis de amor propio -añadió Harry.
– Me gusta este hombre -anunció su padre.
Y entonces, de repente, Olivia oyó que se abría otra ventana.
– ¿Qué pasa? -Era su madre, desde el salón, exactamente a tres ventanas de distancia de su padre-. ¿Con quién hablas?
– Olivia se casa, querida -contestó su padre.
– Buenos días, mamá -intervino Olivia.
Su madre alzó la vista, parpadeando sorprendida.
– ¿Qué haces?
– Por lo visto me caso -dijo Olivia con una sonrisa más bien simplona.
– Conmigo -añadió Harry, únicamente para aclarar las cosas.
– ¡Vaya, sir Harry! Mmm… me alegro de volver a verlo. -Lady Rudland desvió la vista hacia él y parpadeó varias veces-. No había visto que estaba usted ahí.
Él saludó cortésmente a su futura suegra con un movimiento de cabeza.
Lady Rudland se dirigió a su marido:
– ¿Olivia se casa con él?
Lord Rudland asintió.
– Cuenta con mi más sincera aprobación.
Lady Rudland reflexionó unos instantes en ello, luego se volvió a Harry:
– Será toda suya dentro de cuatro meses. -Alzó la mirada hacia su hija-. Tú y yo tenemos que organizar muchas cosas.
– Yo había pensado más bien en cuatro semanas -repuso Harry.
Lady Rudland se volvió bruscamente hacia él, con el dedo índice de su mano derecha bien erguido. También era ése un gesto que Olivia conocía a la perfección. Significaba que el receptor estaba jugando con fuego.
– Tiene usted mucho que aprender, joven -dijo lord Rudland.
– ¡Oh! -exclamó Harry. Le hizo señas a Olivia-. No te muevas.
Ella esperó e instantes después Harry apareció con un pequeño estuche.
– El anillo -dijo él, aunque era bastante obvio. Abrió el estuche, pero Olivia estaba demasiado lejos como para ver nada más que un fugaz centelleo-. ¿Alcanzas a verlo? -le preguntó.
Ella negó con la cabeza.
– Estoy segura de que es precioso.
Harry sacó más la cabeza por la ventana y calculó la distancia que los separaba.
– ¿Podrás cogerlo? -inquirió.
Olivia oyó que su madre ahogaba un grito de sorpresa, pero supo que solamente había una respuesta apropiada. Miró a su futuro marido con una expresión en extremo arrogante y dijo:
– Si te atreves a tirarlo, lo cogeré.
Harry se echó a reír y tiró el estuche.
Y ella no lo agarró, deliberadamente.
Mejor, pensó Olivia, así se encontrarían a medio camino para recoger el anillo. Una proposición formal merecía un beso decente.
O, como le susurró Harry delante de sus padres, tal vez uno indecente…
Indecente, pensó Olivia, mientras sus labios entraban en contacto. Decididamente indecente.