Capítulo 9

No podían pasar toda la noche en el cenador, así que muy a su pesar Olivia se levantó, se enderezó y luego miró a Harry por encima de su hombro y dijo:

– Hay que seguir en la brecha, querido amigo.

Él también se puso de pie y la miró con una expresión cálida y burlona.

– Pensaba que no le gustaba leer.

– No me gusta, pero se trata de Enrique V de Shakespearse, ¡por Dios! Ni siquiera yo logré librarme de leerlo. -Olivia por poco sintió un escalofrío al recordar a su cuarta institutriz, la que insistió en que leyera a todos los Enriques, inexplicablemente en orden inverso-. Y lo intenté, créame, lo intenté.

– ¿Por qué tengo la sensación de que no fue usted una estudiante modélica? -preguntó él.

– Únicamente intenté no hacer sombra a Miranda. -No era exactamente cierto, pero a Olivia no le había importado que ése fuese el resultado de su mal comportamiento. No es que no le gustara aprender, era sólo que no le gustaba que le dijeran lo que tenía que estudiar. Miranda, que siempre andaba enfrascada en algún libro, no tenía inconveniente en empaparse de cualquier conocimiento que la institutriz du jour decidiese impartir. A Olivia lo que más le gustaba eran las épocas de transición entre una institutriz y otra, cuando les dejaban hacer a las dos lo que les daba la gana. En lugar de aprender algo a fuerza de repetirlo y memorizarlo, como les obligaban a hacer, habían inventado toda clase de juegos y reglas mnemotécnicas. A Olivia nunca se le dieron tan bien las matemáticas como cuando no hubo nadie que se las enseñara.

– Estoy empezando a pensar que su Miranda seguramente es santa -dijo Harry.

– Bueno, tiene sus cosas -repuso Olivia-. Es la persona más terca del mundo.

– ¿Más que usted?

– Mucho más. -Miró a Harry sorprendida. Ella no era terca. Impulsiva, sí, y con cierta frecuencia temeraria, pero no terca. Siempre había sabido cuándo aflojar o ceder.

Ladeó la cabeza y observó a Harry, que estaba mirando hacia la multitud. Había resultado ser un hombre muy interesante. ¿Quién iba a decir que tendría un sentido del humor tan agudo o que sería tan perspicaz que la desarmaría? Hablar con él era como reencontrarse con un viejo amigo, lo cual no dejaba de ser sorprendente. ¿Quién habría creído posible trabar amistad con un caballero?

Trató de imaginarse a sí misma reconociendo delante de Mary, Anne o Philomena que sabía que era guapa. Imposible. Sería considerado el mayor de los engreimientos.

Con Miranda habría sido distinto. Miranda lo habría comprendido. Pero Miranda ya casi no iba por Londres y Olivia no se había dado cuenta hasta ahora del enorme vacío que esto había dejado en su vida.

– La veo muy seria -le dijo Harry, y ella cayó en la cuenta de que en algún momento dado se había sumido tanto en sus pensamientos que no había reparado en que él se había girado hacia ella. La estaba mirando de hito en hito, sus ojos eran tan cálidos, la miraban tan fijamente.

Olivia se preguntó qué vería él en ellos.

Y se preguntó si estaría a la altura.

Y sobre todo se preguntó por qué le preocupaba tanto estarlo.

– No es nada -contestó Olivia, porque captó que él esperaba alguna clase de respuesta.

– Bien, pues. -Harry movió la cabeza, acto seguido miró de nuevo hacia la multitud y la intensidad del momento se esfumó-. ¿Quiere que busquemos a su príncipe?

Ella lo miró animada, agradecida por la oportunidad de devolver sus pensamientos a zonas más seguras.

– ¿Quiere que le dé finalmente el gusto de protestar diciéndole que no es mi príncipe?

– Le estaría muy agradecido.

– Muy bien, no es mi príncipe -recitó obedientemente.

Harry parecía casi decepcionado.

– ¿Eso es todo?

– ¿Esperaba quizás un gran drama?

– Eso como mínimo -musitó él.

Olivia se rio entre dientes y entró en la sala de baile propiamente dicha con la mirada al frente. Hacía una noche preciosa; no sabía muy bien por qué no se había dado cuenta de eso antes. La sala de baile estaba como solían estar las salas de baile, abarrotada, pero se respiraba algo distinto en el ambiente. ¿Serían las velas tal vez? Quizás había más velas de lo normal o quizás ardían con más intensidad. Pero su favorecedor y cálido resplandor bañaba a todo el mundo. Olivia reparó en que esta noche todo el mundo estaba guapo, todo el mundo.

¡Qué maravilla! ¡Y qué felices parecían todos!

– Está en la esquina de ahí al fondo -oyó que le decía Harry a sus espaldas-. A la derecha.

Su voz le llegó tibia y sedante al oído, y la recorrió por dentro como una curiosa y trémula caricia. Hizo que le entrasen ganas de reclinarse, de percibir el aire que rodeaba el cuerpo de Harry y entonces…

Caminó hacia delante. Esos pensamientos no eran seguros; no en el centro de una sala abarrotada. Seguro que no, si estaban relacionados con sir Harry Valentine.

– Creo que debería esperar aquí -le dijo Harry-. Deje que él venga a usted.

Ella asintió.

– No creo que me vea.

– Pronto lo hará.

De algún modo recibió sus palabras como un cumplido y quiso volverse y sonreír, pero no lo hizo, y no sabía por qué.

– Debería estar con mis padres -dijo ella-. Sería más adecuado que… bueno, que todo lo que he hecho esta noche. -Olivia levantó la vista hacia él, hacia sir Harry Valentine, su nuevo vecino e, increíblemente, su nuevo amigo-. Gracias por esta maravillosa aventura.

Él hizo una reverencia.

– Ha sido un placer.

Pero esa despedida sonó demasiado formal y Olivia no podía soportar marcharse de semejante modo. Así que le sonrió abiertamente con su sonrisa más sincera, no con la que se pintaba en la cara para los cumplidos de rigor, y le preguntó:

– ¿Le importaría que volviese a descorrer las cortinas en casa? Mi cuarto empieza a parecerse a una cueva.

Él se carcajeó lo bastante alto como para atraer las miradas ajenas.

– ¿Me espiará?

– Únicamente cuando lleve un sombrero estrafalario.

– Sólo tengo uno y nada más me lo pongo los martes.

Y, por alguna razón, ésa pareció la manera perfecta de finalizar su encuentro. Olivia le hizo una pequeña reverencia, se despidió y a continuación se mezcló entre la multitud antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada más.


Menos de cinco minutos después de que Olivia localizase a sus padres, el príncipe Alexei Gomarovsky de Rusia la localizó a ella.

Tenía que reconocer que era un hombre sumamente fascinante. De belleza fría, eslava, con unos gélidos ojos azules y el pelo del mismo color que ella. Lo cual era singular, en realidad; no era frecuente ver unos cabellos tan rubios en un hombre adulto. Hacían que destacase entre una muchedumbre.

Bueno, eso y el séquito enorme que lo seguía a todas partes. Los palacios europeos podían ser lugares peligrosos, le había dicho el príncipe. Un hombre célebre como él no podía viajar sin escolta.

Olivia se colocó entre sus padres y observó cómo la gente hacía un pasillo para dejar pasar al príncipe. Éste se detuvo justo delante de ella, entrechocando los talones al curioso estilo de los militares. Se mantenía asombrosamente derecho, y Olivia tuvo la extraña idea de que dentro de muchos años, cuando no pudiese recordar los detalles de su cara, recordaría su postura erguida, arrogante y correcta.

Se preguntó si habría luchado en la guerra. Harry sí, pero lejos del ejército ruso, al otro lado de Europa ¿no?

No es que tuviese importancia.

El príncipe ladeó unos milímetros la cabeza y sonrió con los labios cerrados, una sonrisa no exactamente antipática, sino condescendiente.

O quizá se tratase de una simple diferencia cultural. Olivia sabía que no debía emitir juicios precipitados. Tal vez la gente sonriese de otra manera en Rusia. Y aun cuando no fuese así, él era un miembro de la realeza. Se imaginaba que un príncipe no podía desnudar su alma delante de muchas personas. Seguro que era un hombre sumamente simpático y un eterno incomprendido. ¡Qué vida tan solitaria debía de tener!

A ella le horrorizaría.

– Lady Olivia -le dijo él en un inglés que no tenía demasiado acento-. Me alegro sobremanera de volverla a ver esta noche.

Ella le hizo una media reverencia; agachando el cuerpo más de lo que normalmente haría en un evento de estas características, pero no tanto como para parecer servil y fuera de lugar.

– Vuestra Alteza -le contestó en voz baja.

Cuando se incorporó, él le cogió de la mano y le depositó un suave beso en los nudillos. A su alrededor los susurros hacían crepitar el aire, y Olivia se sintió incómoda al comprender que era el mismísimo centro de atención. Tuvo la sensación de que todos los presentes habían retrocedido un paso, dejando un espacio libre a su alrededor; lo mejor para ver cómo se desarrollaba la escena.

El príncipe le soltó la mano lentamente, luego dijo reduciendo su voz a un grave susurro:

– Como sabrá, es usted la mujer más hermosa del baile.

– Gracias, Vuestra Alteza. Es un honor oír eso.

– Me limito a decir la verdad. Es usted la estampa de la belleza.

Olivia sonrió y trató de ser la preciosa estatua que él parecía querer que fuese. La verdad es que no estaba segura de cómo debía responder a sus continuos cumplidos. Procuró imaginarse a sir Harry empleando tan efusivo lenguaje. Probablemente rompería a reír sólo para intentar pronunciar la primera frase.

– Me está sonriendo, lady Olivia -constató el príncipe.

Ella pensó deprisa, muy deprisa.

– Es simplemente por la dicha que me producen sus halagos, Vuestra Alteza.

¡Santo Dios! Si Winston pudiera oírla, ya estaría en el suelo revolcándose de risa. Como Miranda.

Pero saltaba a la vista que el príncipe aprobaba sus palabras, ya que la pasión encendió sus ojos y le ofreció su brazo.

– Venga a dar un paseo conmigo por la sala de baile, milaya. Tal vez bailemos.

Olivia no tuvo más remedio que colocar la mano sobre su brazo. El príncipe vestía un uniforme de gala de intenso color carmesí, con cuatro botones de oro en cada manga. La lana picaba y la lógica indicaba que el hombre debía de estar pasando un calor espantoso en la abarrotada sala de baile, pero no manifestó señal alguna de malestar; en todo caso, parecía irradiar cierta frialdad, como si estuviese ahí para ser admirado pero no tocado.

Sabía que todo el mundo lo observaba. Debía de estar habituado a semejante atención. Olivia se preguntó si se daría cuenta de lo incómoda que se sentía ella en este cuadro vivo. Y eso que estaba acostumbrada a que la miraran. Sabía que era popular, sabía que otras jóvenes damas la consideraban el árbitro de la moda y el estilo, pero esto… esto era algo completamente distinto.

– He estado disfrutando del clima que tienen en Inglaterra -dijo el príncipe mientras bordeaban una esquina. Olivia se dio cuenta de que tenía que concentrarse en su modo de andar para permanecer junto a él en la posición correcta. Cada paso era cuidadosamente medido, cada pisada absolutamente precisa, apoyando talón y luego punta con el mismo movimiento exacto cada vez.

– Dígame -añadió él-, ¿normalmente hace tanto calor en esta época del año?

– Hemos tenido más sol de lo habitual -contestó ella-. ¿Hace mucho frío en Rusia?

– Sí. Hace… cómo se dice… -El príncipe hizo un alto y Olivia detectó su fugaz expresión de concentración mientras intentaba dar con las palabras correctas. Apretó los labios frustrado y luego le preguntó-: ¿Habla francés?

– Me temo que pésimamente.

– Es una lástima. -Parecía ligeramente contrariado por su deficiencia-. Yo lo hablo con más mmmm…

– ¿Fluidez? -ofreció ella.

– Sí. En Rusia se habla mucho. En muchos círculos incluso más que el ruso.

Olivia encontró eso sumamente curioso, pero le pareció poco educado hacer comentarios al respecto.

– ¿Ha recibido esta tarde mi invitación?

– Sí, la he recibido -respondió ella-. Es para mí un honor aceptar.

No lo era. Bueno, quizá se sintiese honrada pero desde luego contenta no estaba. Como era de esperar, su madre le había insistido en que aceptaran ir y Olivia se había pasado tres horas de pruebas para hacer con urgencia un nuevo vestido. Acabó siendo de seda azul clara, el color exacto de los ojos del príncipe Alexei, cayó ella de pronto en la cuenta.

Confiaba en que él no pensara que lo había hecho intencionadamente.

– ¿Cuánto tiempo pretende quedarse en Londres? -le preguntó Olivia esperando parecer más ilusionada que desesperada.

– No es seguro. Depende de… muchas cosas.

Como el príncipe no parecía dispuesto a desarrollar su críptico comentario, ella sonrió (no con su verdadera sonrisa, estaba demasiado nerviosa como para ser capaz de dedicársela). Pero él no la conocía bastante para calarla.

– Se quede el tiempo que decida quedarse, espero que disfrute de su estancia -dijo ella encantadora.

Él asintió majestuosamente, rehusando hacer comentario alguno.

Bordearon otra esquina. Olivia podía ahora ver a sus padres, que seguían al otro lado de la sala. La estaban mirando, como todos los demás. Habían dejado incluso de bailar. La gente estaba hablando, pero en voz baja. Parecían insectos zumbando por ahí.

¡Dios! ¡Cómo deseaba irse a casa! Puede que el príncipe fuese un hombre sumamente agradable. Es más, esperaba que lo fuese. La historia tendría más miga si él era una persona encantadora, encerrada en una cárcel de ceremonias y tradición. Y si tan simpático era, ella no tenía inconveniente en conocerlo y hablar con él, pero no así, ¡por Dios!, delante de toda esa gente, con cientos de ojos observándola en todo momento.

¿Qué pasaría si tropezaba? ¿Si daba un traspié mientras bordeaban la siguiente esquina? Podría arreglarlo discretamente con una pequeña reverencia o exagerarlo y caerse al suelo estrepitosamente.

Sería espectacular.

O espantosamente terrible. Pero daba igual lo que fuera, porque en cualquier caso no tenía el valor de hacerlo.

«Sólo unos minutos más», se dijo. Estaban en la recta final. El príncipe la devolvería con sus padres o quizá tendría que bailar, pero ni siquiera eso sería tan horrible, porque no estarían solos en la pista de baile. Sería demasiado descarado, incluso para esta gente.

Sólo unos minutos más y luego todo habría acabado.


Harry observó a la bonita pareja acercándose todo lo que pudo, pero la decisión del príncipe de dar una vuelta a la sala le dificultó mucho el trabajo. No era imprescindible permanecer junto a ellos. Era poco probable que el príncipe hiciera o dijera nada que el Departamento de Guerra encontrase relevante, pero él no estaba dispuesto a perder a Olivia de vista.

Probablemente sólo fuera porque sabía que Winthrop sospechaba de aquel personaje, pero a él le había caído mal nada más verlo. No le gustaba su postura arrogante, le daba igual que los años pasados en el ejército le hubieran dejado una espalda increíblemente erguida. No le gustaba su mirada ni la forma en que sus ojos parecían entornarse cada vez que se topaba con alguien. Y no le gustaba la forma en que movía la boca al hablar, arqueando el labio superior en una perpetua mueca de disgusto.

Harry había conocido a gente como el príncipe. No a miembros de la realeza, es verdad, pero sí a grandes duques y demás que iban por Europa pavoneándose como si fueran los amos del lugar.

Y supuso que sí les pertenecía, pero en su opinión no por ello dejaban de ser una panda de burros.

– ¡Oh, estás aquí! -Era Sebastian, quien sostenía en la mano una copa de champán prácticamente vacía-. ¿Ya te has cansado?

Harry siguió pendiente de Olivia.

– No.

– ¡Qué curioso! -musitó Seb. Apuró su champán, dejó la copa en una mesa cercana y luego se inclinó hacia Harry para que éste pudiera oírlo-. ¿A quién buscas?

– A nadie.

– No, espera, lo he dicho mal. ¿A quién estás mirando?

– A nadie -dijo Harry dando un pasito a la derecha para intentar esquivar al conde sumamente corpulento que acababa de bloquearle la vista.

– ¡Vaya! Entonces me estás ignorando por… ¿por qué motivo?

– No te ignoro.

– Pero sigues sin mirarme.

Harry tuvo que darse por vencido, su primo era terriblemente tenaz y el doble de pesado. Miró a Sebastian directamente a los ojos.

– Ya te he visto otras veces.

– Y, sin embargo, nunca deja de ser una delicia mirarme. Peor para ti, si no me miras. -Sebastian le dedicó una sonrisa forzada-. ¿Quieres que nos vayamos ya?

– Aún no.

Sebastian arqueó las cejas.

– ¿Hablas en serio?

– Me lo estoy pasando bien -contestó Harry.

– Te lo estás pasando bien. En un baile.

– Tú lo consigues.

– Sí, pero yo soy yo. Y tú eres tú. A ti no te gustan estas cosas.

Harry vislumbró a Olivia por el rabillo del ojo. Ella captó su mirada, el captó la suya y, entonces, ambos apartaron la vista a la vez. Ella estaba ocupada con el príncipe y él con Sebastian, que estaba resultando más pesado de lo habitual.

– ¿Lady Olivia y tú acabáis de intercambiar miraditas? -inquirió Sebastian.

– No. -Harry no era el mejor de los mentirosos, pero si no pasaba de los monosílabos resultaba bastante creíble.

Sebastian se frotó las manos.

– La velada se pone interesante.

Harry lo ignoró. O lo intentó.

– Ya la llaman princesa Olivia -anunció Sebastian.

– ¿Quiénes, si puede saberse? -preguntó Harry, volviéndose para mirar a Sebastian-. También dicen que maté a mi prometida.

Sebastian parpadeó asombrado.

– ¿Cuándo te prometiste?

– Eso mismo me pregunto yo -prácticamente le espetó Harry-. Y ella no se casará con ese idiota.

– Pareces casi celoso.

– No seas absurdo.

Sebastian sonrió con complicidad.

– Antes me ha parecido verte con ella.

Harry no se molestó en negarlo.

– Ha sido una conversación de cortesía. Es mi vecina. ¿No me dices siempre que sea más sociable?

– Dime, ¿ya habéis aclarado todo el asunto ése del espionaje desde su ventana?

– Ha sido un malentendido -declaró Harry.

– Mmm…

Harry se puso en alerta al instante. Cada vez que Sebastian parecía pensativo (pero con aspecto de estar tramando algún plan diabólico, no con cara de buen niño), había que ir con pies de plomo.

– Me gustaría conocer a ese príncipe -dijo Sebastian.

– ¡Ah, no! -A Harry le agotaba su mera presencia-. ¿Qué pretendes hacer?

Sebastian se acarició la barbilla.

– No lo sé con seguridad, pero estoy convencido de que en el momento oportuno se me presentará la línea de actuación adecuada.

– ¿Piensas improvisar sobre la marcha?

– Suele funcionarme bastante bien.

Harry sabía que era imposible detenerlo.

– Escúchame -le susurró, cogiendo a su primo del brazo con la suficiente rapidez para obtener su inmediata atención. Harry no podía hablarle de su misión, pero era preciso que Seb supiese que aquí había algo más que un encaprichamiento de lady Olivia; de lo contrario, con una mera referencia a grandmère Olga, podría echar por tierra todo el asunto.

Harry siguió hablando en voz baja:

– Esta noche, delante del príncipe, yo no sé hablar ruso. Y tú tampoco. -Sebastian no hablaba con soltura ni mucho menos, pero aunque con dificultades podía sin duda mantener una conversación. Harry lo miró fijamente-. ¿Te ha quedado claro?

Los ojos de Seb se clavaron en los suyos y luego asintió, una vez, con una seriedad que raras veces exteriorizaba delante de los demás. Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, la seriedad desapareció y retomó su postura desgarbada junto con su sonrisa torcida.

Harry retrocedió y se puso tranquilamente a observar. Olivia y el príncipe habían completado tres cuartos de su majestuoso paseo y ahora se dirigían directamente hacia ellos. Los numerosos asistentes a la fiesta les abrieron camino como gotas de aceite en el agua, y Sebastian se quedó inmóvil, su único movimiento fue el de la mano izquierda frotando el pulgar distraídamente contra el resto de dedos.

Estaba pensando. Seb hacía eso siempre que pensaba.

Y entonces, con una sincronización tan perfecta que nadie podría creer nunca que no había sido un accidente, Sebastian cogió otra copa de champán de la bandeja de un lacayo que pasaba por ahí, echó la cabeza hacia atrás para tomar un sorbo y luego…

Harry no supo cómo consiguió hacerlo, pero todo acabó en el suelo con estrépito, los fragmentos de cristal y el champán que burbujeaba frenéticamente sobre el parqué.

Olivia dio un respingo; el líquido le había salpicado la orilla de su vestido.

El príncipe parecía furioso.

Harry no dijo nada.

Y entonces Sebastian sonrió.

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