Las dos semanas que siguieron, Tanya pudo volver a casa los fines de semana y disfrutar de su familia. El sábado, Tanya y Alice almorzaron juntas y estuvieron charlando sin parar de toda la gente que Tanya había conocido. Su amiga estaba tan emocionada como las mellizas.
– No entiendo por qué te molestas en venir a Ross -bromeó Alice-. Comparado con Hollywood, esto debe de resultarte muy aburrido.
– No seas tonta -protestó Tanya-. Prefiero mil veces estar aquí con Peter y las niñas. Allí nada es real, todo es pura ficción.
– A mí me parece muy real -aseguró Alice sin disimular su admiración.
Se alegraba sinceramente de que la carrera de Tanya fuese viento en popa y de que estuviera disfrutando de aquella experiencia. Según ella, las chicas lo estaban llevando bastante bien y apaciguó el temor de Tanya de que Megan no llegara nunca a perdonarla. Al parecer, Megan hablaba de su madre con orgullo. Tanya se quedó muy sorprendida.
– Apenas me dirige la palabra. Lleva enfadada desde el verano -comentó Tanya, aunque algo más aliviada por lo que acababa de contarle su amiga.
Últimamente, Alice pasaba más tiempo que ella con sus hijas; realmente parecía estar al tanto de lo que pensaban, así que confiaba en sus impresiones.
– Quiere que creas que está más enfadada de lo que en realidad está. Me parece que te está castigando un poco. No le prestes demasiada atención, ya verás como al final claudicará.
Aquellas palabras le sonaron a gloria. Al regresar a casa, lo comentó con Peter, que estuvo totalmente de acuerdo con la opinión de Alice.
– Quiere apretarte un poco las tuercas, eso es todo. Yo la veo bien -le aseguró Peter.
Cuando, un poco más tarde de lo habitual, Megan llegó a casa, Tanya optó por simular que no había enemistad alguna entre ellas y, con una sonrisa, le preguntó una tontería sobre el colegio. Megan la miró fijamente como si la mera idea de preguntarle algo fuera una ofensa, y cuando su madre le propuso que empezaran a rellenar juntas las solicitudes para la universidad, pareció ofenderse aún más. Megan afirmó que prefería hacer las solicitudes con Alice; aquello fue un bofetón para Tanya y un rechazo en toda regla. Se sintió profundamente herida.
– Podríamos, por lo menos, repasarlas juntas -insistió Tanya con dulzura.
Pero Megan volvió a rechazar su propuesta.
– Quizá la próxima vez que venga a casa -dijo Tanya, esperanzada.
Megan se encogió de hombros y después murmuró:
– Sí, claro, cuando vengas…
Acto seguido se marchó escaleras arriba. A pesar de que tenía el corazón encogido, Tanya intentó no darle excesiva importancia. Además, Molly sí quería rellenar las solicitudes universitarias con su madre y ya le había mostrado a Tanya varios de sus trabajos.
– Me parece que Megan sigue apretándome las tuercas -comentó Tanya a su marido con gesto compungido, a lo que Peter respondió con una sonrisa.
El primer fin de semana de octubre, Tanya y Jason coincidieron en Marin. Su hijo había viajado desde la universidad porque aquel fin de semana se jugaba la Serie Mundial de la liga de béisbol. Fueron todos juntos a ver a los Giants contra los Red Sox. Fue un partido magnífico y los Giants se colocaron los primeros en la clasificación. Después de aquel fin de semana fantástico que habían pasado todos juntos en familia, Tanya y Jason volaron de vuelta a Los Ángeles. A su llegada -a pesar de que a su hijo le daba algo de vergüenza- Tanya acompañó a Jason a la universidad en la limusina. En realidad, al chico también le apetecía presumir un poco.
El segundo fin de semana de octubre, Peter y las mellizas viajaron a Los Ángeles y se alojaron en el bungalow de Tanya, para felicidad de las chicas. Jason fue a pasar el sábado con ellos y se marchó después de cenar.
Tanya y sus hijas pasaron la mañana del sábado de compras por Melrose, y después almorzaron todos juntos en Fred Segal's. Más tarde, las mujeres volvieron a ir de compras por una zona de pequeñas tiendas que Tanya había descubierto y que hizo la delicia de las muchachas, mientras Jason y Peter pasaban la tarde en la piscina del hotel. Jason estaba obnubilado ante la belleza de aquellas mujeres. Fueron a cenar a Spago, donde coincidieron con Jean Amber. La actriz dio un gran abrazo a Tanya; estuvo muy simpática con las chicas y bastante coqueta con Jason. Las mellizas la encontraron maravillosa y Jason se ruborizó. Después del encuentro, todos se quedaron un poco cortados.
– Cuando empecemos la película y volváis a venir, os presentaré a Ned Bright -les prometió Tanya.
Al cabo de un momento, entró otra famosa estrella en el local y Jason, Megan y Molly la observaron boquiabiertos. De vuelta al hotel, decidieron tomar algo en el bar, que estaba abarrotado de actores y actrices famosos. Tanya no les conocía pero sus hijos sabían quiénes eran. Las chicas todavía eran menores de edad, así que tuvieron que conformarse con unos refrescos. De vuelta al bungalow no cabían en sí de gozo después de pasar todo el día viendo caras famosas. Jason se despidió de su familia y la limusina de Tanya le llevó de vuelta a la universidad.
– ¡Uau, mamá, es increíble! -exclamó Molly con los ojos como platos.
Por primera vez en meses, Megan le sonrió y, dándole un gran abrazo, dijo:
– Gracias por traernos aquí, mamá.
Alice tenía razón. Estaba a punto de perdonarla y el fin de semana en Los Ángeles había solucionado las desavenencias. Echaban de menos a su madre, pero se habían divertido tanto que se morían de ganas de repetirlo y de conocer a Ned Bright y al resto del reparto.
Cuando las chicas se metieron en su habitación riendo como locas, Tanya se dio cuenta de golpe de que el que parecía menos emocionado era Peter. Se le veía cohibido, y al meterse en la cama comentó que estaba agotado. Para él, la semana había sido muy dura -había trabajado a destajo en un caso muy complejo- y el día había sido muy largo.
– ¿Estás bien, cariño? -preguntó Tanya acariciándole la espalda.
– Cansado, nada más.
Peter no había disfrutado demasiado del día y apenas había visto a Tanya. Su mujer había estado todo el día de compras con las chicas y, para él, ver estrellas de cine no era demasiado excitante. Ni siquiera sabía sus nombres. La mayoría eran estrellas de culto entre los jóvenes. Por supuesto, había reconocido al instante a Jean Amber y le había parecido una mujer hermosísima.
La joven actriz había tratado a Tanya como si fueran íntimas amigas, pero ella no se hacía ilusiones. Sabía que esa actitud encantadora se debía a que trabajaban juntas en una película. En seis meses, aquello sería historia.
Tumbados en la cama, Tanya vio tristeza en los ojos de su marido.
– ¿Cómo podrás volver a Ross después de todo esto, Tan? No podemos competir con esta vida.
– No tenéis que competir -respondió ella con calma-. Ganáis por goleada. Esto no significa nada para mí. Es muy emocionante trabajar en la película, pero la vida que conlleva no me interesa lo más mínimo.
– Eso es lo que piensas ahora -dijo mirándola fijamente y con gesto de preocupación-. Solo llevas aquí seis semanas, pero cuando lleves más tiempo, no sabes qué pensarás. Mira cómo vives: tienes tu propia limusina, te alojas en el hotel Beverly Hills en un bungalow solo para ti, las estrellas de cine te abrazan por la calle. Esto es muy fuerte, Tan. Es adictivo. Dentro de seis meses, Ross te parecerá Kansas.
– Lo que yo quiero es estar en Kansas -insistió Tanya con firmeza-. Quiero que estemos juntos; adoro nuestra vida. No podría vivir aquí por nada del mundo. Me volvería loca.
– No lo sé, Cenicienta. Cuando la carroza vuelva a convertirse en una calabaza, quizá no te guste.
– En cuanto acabemos la película, me quitaré los zapatos de cristal y volveré a casa. Y no hay nada más que añadir. He aceptado un trabajo, no una forma de vida. No cambiaría lo que tenemos por nada del mundo.
– Ya me lo dirás de aquí a siete meses. Espero que para entonces sientas lo mismo.
Tanya se quedó preocupada al oír hablar a Peter de ese modo. Después de hacer el amor, seguía sintiéndose triste. Era como si en su marido algo se hubiera apagado, como si hubiera salido derrotado y fuera incapaz de competir con su nueva vida. El temor de Peter coincidía con las predicciones de Douglas: Tanya se volvería una adicta a la vida de Los Ángeles y no querría volver a casa. Incluso Alice había dicho algo parecido. ¿Qué era lo que todos veían? ¿Acaso no querían escucharla? Ella deseaba regresar a casa cuando acabara la película, no quedarse allí. La sola idea le horrorizaba.
Pero Peter parecía no creerla y al día siguiente, cuando fueron a almorzar a Ivy, estuvo muy callado y seguía alicaído. Se habían sentado en la terraza y las mellizas estaban emocionadas. Sobre todo cuando Leonardo di Caprio se sentó en la mesa de al lado y les sonrió. Tanya se sentó junto a su marido, le dio la mano y le colmó de besos y caricias continuamente. Le echaba tanto de menos cuando estaban separados que le encantaba tenerle cerca. Después de comer, Peter se animó un poco. Sin embargo, parecía que no quisiera creer que Tanya echaba de menos su antigua vida. Y ella no tenía más opción que esperar a terminar la película y demostrárselo volviendo a casa. Le irritaba que todos estuvieran tan convencidos de que iba a quedarse en Hollywood. Ella sabía quién era, pero, desde luego, le preocupaba que su marido no confiara en lo que ella decía. No podía pasarse el día atenazado por el miedo a que Tanya prefiriese su nuevo estilo de vida, mientras ella lo vivía como un paréntesis, un año sabático en Los Ángeles que beneficiaría su carrera, sin otro interés añadido.
Después de almorzar, volvieron al hotel y se quedaron un rato en la piscina. Las chicas estuvieron nadando y Peter y Tanya se quedaron charlando en las hamacas. Él pidió un destornillador, una bebida que tomaba en muy contadas ocasiones. Tanya notaba que su marido estaba aterrorizado y su mutismo la preocupaba enormemente.
– Cuando todo esto acabe volveré a casa, cariño. No me gusta esto. Solo estoy aquí para trabajar. Me gusta nuestra vida en Marin.
– Eso es lo que piensas ahora, Tan. Pero después de esto, te aburrirás lo indecible allí. Y el año que viene las chicas ya no estarán. No tendrás nada que hacer.
– Te tendré a ti -dijo ella con cariño-. Y nuestra vida. Mi escritura. Esto de aquí no es una forma de vida, Peter. Es una bobada. Solo quería vivir la experiencia de escribir un guión para una película. Tú mismo me convenciste para que lo hiciera.
Peter asintió a las palabras de Tanya. Tenía razón, pero ahora se arrepentía de haber insistido. Empezaba a darse cuenta del riesgo que había corrido y no podía ocultar su preocupación.
– Ahora me da miedo, Tan. Por nosotros. Simplemente me parece imposible que tengas los mismos sentimientos cuando todo esto acabe -dijo Peter con los ojos llenos de lágrimas.
Tanya se quedó petrificada. Nunca le había visto tan alterado.
– ¿Cómo puedes creer que soy tan superficial? -preguntó sintiéndose muy desgraciada-. ¿Por qué crees que voy a casa los fines de semana? Porque quiero estar allí, y porque te quiero a ti. Esa es mi casa. Esto es solo un trabajo.
– Está bien -dijo él tomando aire y queriendo creerla.
Peter sabía que Tanya pensaba realmente lo que decía, pero no sabía por cuánto tiempo. Creía que tarde o temprano aquel estilo de vida penetraría en ella y Tanya descubriría que el mundo era muy amplio y que no tenía suficiente con su antigua vida en Marin. No quería que ocurriera, pero ya no estaba seguro de poder impedirlo. Hasta aquel momento, no había sabido plenamente cómo era su vida en Los Ángeles y había resultado ser mucho más tentadora de lo que había supuesto. Era muy duro competir con todo aquello.
Las chicas salieron de la piscina y se reunieron con ellos, así que no pudieron seguir con la conversación. Aunque casi fue mejor, ya que no hacían más que dar vueltas sobre lo mismo y Tanya se daba cuenta de que no podía convencer a Peter. Estaba segura de que el tiempo le daría la razón, pero, de momento, Peter estaba aún más preocupado que el día anterior. Cuando regresaron a la habitación, Tanya le rodeó con los brazos y le atrajo hacia ella con fuerza.
– Te amo, Peter -dijo suavemente-. Más que a nada.
Él la besó y Tanya le sujetó con fuerza un buen rato. No quería que se marchara. Pero en ese momento las mellizas entraron en la habitación y les recordaron que tenían que dirigirse hacia el aeropuerto. Tanya sentía que el fin de semana había servido para tranquilizar a sus hijas y asustar a Peter. Los ojos de su marido reflejaban cuánto le había alterado aquella visita a Los Ángeles. De camino hacia el aeropuerto estuvo callado y cuando le dio un beso de despedida, lo hizo distraídamente.
– Te amo -le recordó ella de nuevo.
– Yo también, Tan -dijo él sonriendo con tristeza y, en un susurro, añadió-: No te dejes seducir por esto. Te necesito.
Parecía tan vulnerable que Tanya casi se echó a llorar.
– No lo haré -prometió-. Tú eres todo lo que quiero. El viernes estaré en casa.
Tanya supo que en aquella ocasión, pasara lo que pasase, tenía que cumplir su promesa. Quería que Peter supiera que más allá de lo que ocurriera en Los Ángeles, de la gente que conociera, de lo que descubriera o de lo bien que se lo vendieran, ella era, por encima de todo, su esposa. Y que eso era lo más importante en su vida.