El domingo por la noche, Douglas se presentó en el bungalow 2 vestido con un jersey de cachemir negro y unos vaqueros. Se le veía relajado y feliz. Llevaba una gran variedad de platos indios con curry que los dos abrieron en la cocina. Tenían aspecto de estar para chuparse los dedos. Tanya sirvió la comida en unos platos del servicio de habitaciones que había guardado.
Nada más entrar, Douglas la besó y le contó su fin de semana. Tanya le habló de Marin y de los chicos. También le contó lo triste que le resultaba estar allí y cómo la casa -tan vacía- le había recordado una hoja quebradiza, seca y descolorida de verano. Sin embargo, a pesar de lo deprimente que le resultaba estar en la que había sido su casa, seguía siendo el hogar de sus hijos y le encantaba estar allí con ellos. Además, oficialmente todavía era su hogar, aunque en esos momentos se sentía como una persona sin una casa de verdad. No sabía cuál era su sitio ni dónde vivía realmente. Probablemente, el bungalow 2 -que no contenía recuerdos dolorosos- era ahora su casa. Ya que, excepto por los dos días que Peter había pasado allí, siempre había sido enteramente suyo.
Después de cenar, Douglas se sentó junto a ella en el sofá y le pasó un brazo alrededor del hombro. Se mostraba más cariñoso que nunca; para Tanya, era como combinar un nuevo amor y un viejo amigo, algo que le gustaba y le resultaba increíblemente cómodo. Aunque no se hubieran relacionado amorosamente, Douglas le parecía alguien absolutamente familiar.
Estuvieron sentados charlando durante mucho rato y, al final, volvieron a besarse. La pasión de Douglas aumentaba con una rapidez vertiginosa y Tanya se sorprendió respondiendo con el mismo apasionamiento.
Cuando Peter la dejó, creyó que todas aquellas emociones habían muerto en ella, pero descubría que estaban completamente vivas. Poco a poco, se daba cuenta de que sentía una poderosa atracción por Douglas. Había en él algo muy sensual y masculino que la dejaba sin aliento.
Un poco más tarde, se dirigieron al dormitorio, donde la cama estaba perfectamente hecha. Douglas apagó las luces y Tanya apartó las sábanas. Se desnudaron sonriéndose el uno al otro en medio de la penumbra. Se conocían tanto que no tenían la sensación de ser amantes por primera vez. Era como si fuesen dos personas que estaban a gusto la una con la otra y que ahora añadían una faceta más a su relación. Tanya estaba maravillada por sentirse tan cómoda y tan deseosa de compartir su pasión y su amor con él. Disfrutaron de un sexo extraordinario y antes de que Douglas se marchara, a las dos de la mañana, volvieron a hacer el amor. Había sido una noche formidable, llena de pasión. Douglas era un amante experimentado y atento que se preocupaba de darle placer. Tanya tenía la sensación de que Douglas siempre estaba planeando y pensando, pero todo iba dirigido a darle placer y hacerla feliz. Tanya ya no sentía ningún miedo ante aquella nueva relación que había nacido entre ellos.
– Sabía que iba a ser así -dijo él con dulzura dándole un beso antes de marcharse-. Me habría gustado haberlo hecho hace mucho tiempo. Siento haber esperado tanto.
Ella se echó a reír y le dio un beso en el cuello. Ambos sabían que si hubiese sucedido antes, habría sido un error. La espera de Douglas había sido inteligente, porque aquel era el momento adecuado. Tanya estaba a punto para él, a punto para intentarlo, para comenzar. Aunque era un desafío no pensar en Peter y en los años compartidos con su marido. Se le hacía muy extraño estar en la cama con otra persona. Pero al final de aquella noche sentía que un profundo lazo la unía a Douglas y que juntos habían dado un paso para entrar en un mundo totalmente nuevo.
Antes de marcharse, Douglas la besó de nuevo apasionadamente. Cuando llegó a casa la llamó para decirle cuánto la amaba y cuánto la echaba de menos. Tanya no dejaba de repetirse lo afortunada que era. Sin embargo, tumbada sola en la cama, por un brevísimo instante, se dio cuenta de que echaba de menos a Peter y los ojos se le humedecieron. El sexo con Douglas había sido maravilloso y era un amante cuidadoso, atento y con una experiencia indudable. Pero en algunos instantes, cortos, repentinos y pasajeros, Tanya había echado de menos el olor y el tacto familiar de Peter. Era duro dejar atrás veinte años de vida en común, pero aquella noche había comenzado un nuevo capítulo y Tanya sentía que la fuerza de lo que había comenzado junto a Douglas la arrastraba.
Después de aquel día, Douglas y Tanya siguieron viéndose a menudo. Él iba al hotel prácticamente cada noche. Hacían el amor, leían las notas del guión juntos, hablaban de la película, pedían la cena al servicio de habitaciones o, de vez en cuando, salían a cenar. Tanya se sentía feliz y cómoda con él y en el plató trabajaban como locos. Intentaban que su relación no saliera a la luz y lo llevaban discretamente, pero de vez en cuando intercambiaban una mirada que hasta un ciego habría sabido interpretar. Los sentimientos entre ellos se iban estabilizando y Tanya sentía que ella también se estaba enamorando. Douglas repetía sin cesar que era un hombre afortunado.
Sin embargo, todavía no había conocido a sus hijos y Tanya se había dado cuenta de que cada vez que uno de ellos la llamaba, el productor se ponía nervioso, algo que la inquietaba. Se alegraba de haber decidido pasar unos días a solas con él en el barco, porque era consciente de que la relación con los chicos llevaría cierto tiempo. Aquel viaje podía ser un buen comienzo. El caso era que, como pareja, a Douglas y a Tanya les iba de maravilla. Douglas le había devuelto la fe en la vida y su autoestima mejoraba después de haber sido severamente dañada.
Aquel mes, el rodaje fue una auténtica locura. Tanya no pudo regresar a casa hasta el 23 de diciembre, el mismo día en el que llegaban sus hijos. Así que no tuvo tiempo para abrir la casa, ventilarla y limpiarla. Había un servicio de limpieza que se ocupaba de la vivienda una vez por semana, pero no era lo mismo.
Douglas se trasladó a St. Bart's el mismo día que Tanya volaba a San Francisco. Aquella noche fue muy ajetreada: llegaron sus hijos y aparecieron unos amigos. Pero al día siguiente, cuando los tres se marcharon a pasar la Nochebuena con Peter y Alice, la casa se quedó en un silencio sepulcral. Se le hacía duro tener que compartirlos. Tanya fue a la misa del gallo sola y al volver a casa se sintió muy triste. Era demasiado tarde para llamar a Douglas al barco, así que se quedó sentada en el salón mucho rato recordando la época en la que los niños eran pequeños, cuando todos eran tan felices. Hubo un momento en el que deseó llamar a Peter para desearle feliz Navidad pero sabía que no podía. Era demasiado tarde, o quizá demasiado pronto. Se hallaban en ese período indefinido en el que todo era demasiado reciente y las heridas todavía estaban abiertas.
Fue un alivio cuando los chicos volvieron a la mañana siguiente. Intercambiaron regalos, comieron y acabaron de hacer las maletas aquella noche para el viaje a St. Bart's. Saldrían muy temprano a la mañana siguiente, así que Megan volvió a casa de Peter después de cenar. Jason y Molly estaban entusiasmados.
– ¿Estás segura de que no has cambiado de opinión? -preguntó Tanya a Megan antes de que se marchara.
Su hija negó con la cabeza. Terca hasta el final. No tenía ningún problema en estar con Alice y seguía culpando a su madre del divorcio.
Los tres viajeros salieron rumbo al Caribe a las seis de la mañana. Antes de las siete ya estaban en el aeropuerto y el jet de Douglas despegó a las ocho. Se dirigieron hacia Miami y antes de la una, las cuatro de la tarde en el lugar de destino, ya habían llegado. Llenaron el depósito y una hora más tarde despegaron de nuevo. Tanya, Molly y Jason habían tenido tiempo de estirar las piernas durante media hora en el aeropuerto. Llegaron a su destino a las ocho de la tarde según el horario de Miami, las nueve en St. Bart's. En el aeropuerto les esperaban tres hombres de la tripulación de Douglas. Llevaban ya once horas de viaje, y de no ser por el jet privado de Douglas, jamás habrían podido cubrir aquel recorrido en una sola jornada. Los chicos se quedaron impresionados al ver los elegantes uniformes marineros de la tripulación con el nombre del yate -Réve, sueño en francés- inscrito en ellos.
Tanya se sentía como si estuviera en un sueño. Aunque había visto fotos del yate en casa de Douglas, no tenía ni idea de cómo sería una embarcación de sesenta metros de eslora; cuando lo vieron les pareció que estaban delante de un transatlántico. Jamás habían visto un yate tan grande. Réve era el más impresionante de todo el puerto y estaba iluminado profusa y alegremente. Se fijaron en que en el muelle había varias tiendas pequeñas.
Douglas estaba esperándoles en cubierta y les saludó con la mano cuando les vio bajar del taxi cargados de maletas. Llevaba unos vaqueros blancos y una camiseta; iba descalzo y estaba morenísimo. Cuando Tanya vio cómo se le iluminaba el rostro, suspiró aliviada. Era buena señal. Los chicos miraban el yate, maravillados. Tanya habría hecho lo mismo pero su mirada estaba centrada en Douglas. Era evidente que ambos estaban emocionados de verse. Tanya pensó que iban a pasar unas vacaciones estupendas. Finalmente estaba empezando a sentirse parte de él y los lazos que les unían comenzaban a fortalecerse.
La tripulación -que les estaba aguardando en cubierta- recibió a Tanya y a los chicos. Una azafata acompañó a Molly y a Jason a sus camarotes, que se encontraban en una cubierta inferior, y Tanya subió la escalera que conducía a la cubierta adyacente donde se encontraba Douglas. Sin mediar palabra, el productor rodeó a Tanya con los brazos y la besó, mientras ella apoyaba la cabeza en su pecho llena de felicidad. Empezaba a sentirse muy unida a Douglas y sus sentimientos hacia él eran cada vez más sólidos. Estaba contenta de verle, sobre todo en aquel paraje tan exótico y romántico. No había lugar mejor para el encuentro entre Douglas y sus hijos.
– Debes de estar agotada del viaje -dijo, comprensivo.
Le tendió un margarita recién preparado, cóctel muy adecuado para aquella temperatura tan suave. El clima era perfecto. Tanya no sabía dónde estaban Jason y Molly. Al parecer les estaban sirviendo unos sándwiches en el comedor; debían de estar maravillados ante tanto lujo. La tripulación estaba formada por quince personas, todas visiblemente deseosas de hacer que Tanya y sus hijos se sintieran como en casa.
– Casi no estoy cansada -dijo Tanya dando un sorbo a la bebida y saboreando la sensación de la sal y el jengibre en su lengua-. Tu avión es tan cómodo y nos has mimado de tal modo que nos hemos sentido como si estuviéramos en el cielo. El barco es impresionante.
Douglas parecía encantado con los cumplidos. Llevaba días pensando en ella y deseoso de tenerla junto a él. Aunque Tanya veía que Douglas estaba encantado con su presencia, podía sentir una tensión casi invisible detrás de su sonrisa, como si se esforzara por estar a gusto pero tuviera alguna preocupación. Tanya pensó que quizá fuese la presencia de sus hijos, pero se dijo que no debía ponerse paranoica. Douglas se había mostrado cariñoso y cálido desde el primer momento.
– Es bonito, ¿verdad? -dijo, orgulloso de poder compartirlo con Tanya-. Lo tengo hace diez años y aunque me gustaría hacerme con uno más grande, es como si no pudiera separarme de él.
Con diez años, un barco ya era viejo, pero a Tanya le parecía recién estrenado. Todo lo que poseía Douglas estaba en un estado excelente. Le gustaba tener lo mejor de lo mejor y Rêve no era una excepción.
Tanya se sentó en la cubierta y estuvo charlando con Douglas -que parecía relajarse poco a poco- arrullada por la cálida brisa nocturna. Una azafata le había ofrecido un chal de cachemir y cenaron sushi hecho con pescado local. En ese momento, Molly y Jason aparecieron en la cubierta con aspecto de estar totalmente obnubilados. Era su primer encuentro con Douglas. Se mostraron muy educados, pero estaban demasiado intimidados para hacer otra cosa que saludar cortésmente. En cuanto aparecieron, Tanya notó la tensión de Douglas, una tensión casi imperceptible, pero que hizo que echase un vistazo a los chicos y siguiera hablando con Tanya sin prestarles la menor atención. Tal vez, al no estar todavía preparado para enfrentarse a ellos, prefería no hacerles caso. No tenía ni la más remota idea de cómo dirigirse a muchachos de su edad y Tanya pudo ver miedo en sus ojos. Los chicos estaban demasiado cansados para darse cuenta y Tanya confió en que, con los días y a medida que se conocieran un poco más, las cosas mejoraran. Sabía que sus hijos eran simpáticos y poco problemáticos y estaba orgullosa de ellos. Pero Douglas parecía aterrado.
Finalmente, hacia la medianoche, todos se fueron a sus camarotes. Jason y Molly salieron sigilosamente del suyo y se reunieron en la cocina con la tripulación, que estaba encantada de tener gente joven a bordo. Tanya se dio una ducha en el camarote del jefe, que era como se referían a la habitación de Douglas. Cuando salió del baño, Douglas la estaba esperando con una bandeja de fresas y un par de copas de champán. Empezaron a hacer el amor en cuanto se metieron en la cama y estuvieron amándose apasionadamente hasta el alba. Finalmente, se durmieron, no sin que antes Tanya pensara por un momento en qué estarían haciendo sus hijos. Sin embargo no fue a comprobar si se encontraban bien. Daba por sentado que estarían perfectamente atendidos y que estarían pasándolo en grande.
Tanya se despertó al oír el ruido del barco mientras salía del puerto. Iban en busca de un lugar adecuado para anclar y poder nadar o hacer esquí acuático. Douglas ya se había levantado y estaba sentado en cubierta, con el traje de baño y una expresión tensa. Sonrió al verla. Molly y Jason estaban sentados junto a Douglas; los tres parecían incómodos: ellos más bien aburridos, pero Douglas, aterrado. En cuanto Tanya se sentó junto a ellos, los chicos empezaron a lanzarle elocuentes miradas. Al cabo de un rato, Tanya bajó al camarote para ponerse el bikini y, al instante, Jason y Megan la siguieron y empezaron a contarle lo raro que encontraban a Douglas.
– Mamá, he intentado hablar con él varias veces y ni siquiera me contesta. Sigue leyendo el periódico -se quejó Jason inmediatamente.
– Creo que tiene miedo -dijo Tanya, despacio pero sin poder ocultar su preocupación-. Dadle una oportunidad. Nunca está con gente joven y creo que se pone nervioso.
– Le he preguntado cosas sobre el barco -añadió Molly- y me ha dicho que los niños pueden mirar pero no hablar. Después, le ha dicho a Annie, la azafata, que nos llevase a la cocina a comer para que no ensuciáramos el comedor. Por el amor de Dios, mamá, ¿acaso cree que tenemos seis años?
– No creo que piense eso teniéndote delante -respondió Tanya.
Molly llevaba la parte de arriba de un bikini y un tanga. Estaba increíblemente sexy.
– Dadle un poco de tiempo. Ha sido muy amable al invitarnos. Acabáis de conocerle y para él también es difícil -le excusó Tanya, que tenía muchísimas ganas de que las cosas fuesen bien.
– Creo que lo que quiere es tenerte a ti aquí, pero no a nosotros. A lo mejor deberíamos regresar a casa -dijo Molly, que se sentía muy rara y también algo herida.
– No seas tonta. Hemos venido a pasarlo bien y eso es lo que haremos. Después de desayunar, puedes practicar esquí acuático.
Pero cuando llegó el momento, Douglas se puso muy nervioso. Dijo que no quería que ocurriese ningún accidente y luego empeoró las cosas comentando que no quería que le demandasen si les pasaba algo y, mucho menos, que dañasen el equipo. Finalmente aceptó que practicasen pero siempre que un miembro de la tripulación condujera y ellos fueran detrás, a pesar de que Tanya insistió en que Jason practicaba con el mismo tipo de esquís todos los veranos en Tahoe.
– No sería la primera vez que un invitado me demanda -explicó con gran nerviosismo mientras observaba al borde de un ataque cómo Jason se hacía el experto-. Además, nunca me perdonarías si alguno de tus hijos resultase herido o algo peor.
Douglas parecía incapaz de encontrar la actitud adecuada hacia los chavales: o se comportaba de forma desproporcionadamente protectora o era desagradablemente seco. Pasaba de horrorizarse por si les ocurría algo a mostrarse molesto con su presencia. Para entonces, Tanya ya había llegado a la conclusión de que había sido un error llevarles al barco. Douglas era incapaz de adaptarse a su presencia o de tratarles agradablemente.
A la hora de comer, les mandó a la cocina a comer con la tripulación; les pidió que no utilizasen el jacuzzi sin haberse duchado antes y haberse quitado toda la crema de protección solar. Después prohibió terminantemente a Jason que utilizara su gimnasio, alegando que las máquinas eran muy delicadas y que estaban calibradas únicamente para él. Les dejaría nadar en el mar siempre que alguien de la tripulación les vigilara y no podían utilizar las tumbonas, para no mancharlas con la crema solar, algo que, por otro lado, Tanya les obligaba a ponerse. Los muchachos cenaron a las seis con la tripulación y Douglas invitó a Tanya a cenar en St. Bart's. No pudo mostrarse más amable con ella, pero seguía visiblemente tenso siempre que los chicos estaban cerca.
– Douglas, no te preocupes por ellos -intentó tranquilizarle Tanya.
Sin embargo, cuando los chicos volvieron a practicar esquí acuático, Douglas estuvo taciturno hasta que regresaron a bordo. Siempre que les tenía cerca, se ponía terriblemente tenso. No les dejaba hacer nada excepto comer, dormir y estar en compañía de los tripulantes. Había quince miembros de la tripulación que tenían órdenes de hacer todo lo que estuviera en sus manos para entretenerles y alejarles de Tanya. Era evidente que la quería solo para él y Tanya empezó a intuir que Douglas tenía celos de sus hijos. Por su parte, Molly y Jason estaban incomodísimos desde el segundo día y pedían a gritos volver a casa. Tanya no quería alterar los planes -le parecería una grosería- y procuró suavizar un poco la actitud de Douglas explicándole que sus hijos eran adultos y que no estaban acostumbrados a que los tratasen de aquel modo. Aunque intentó de mil maneras mediar entre ambos bandos, no lo consiguió: Douglas siguió deseando estar a solas con ella y los chicos odiando al productor.
Una noche, después de cenar, algunos miembros de la tripulación se llevaron a Molly y a Jason de bares y acabaron en una discoteca. Querían animarles un poco, pero cuando los dos chavales regresaron al barco, su desbordante alegría se debía únicamente a que habían pillado una buena borrachera.
Subieron al yate dando tumbos y se fueron directos al camarote de Tanya y Douglas para contarles lo bien que se lo habían pasado. Cuando estaban dentro de la habitación, Molly vomitó; mientras Douglas, sentado en la cama, les miraba boquiabierto y horrorizado, Tanya se puso en pie de un salto para limpiar el estropicio.
– Hola, Doug -dijo Jason intentando mantenerse en pie-. Qué barcaza tienes. Nos lo hemos pasado genial esta noche.
Tanya intentaba desesperadamente limpiar la moqueta del camarote sin resultado y Douglas seguía mirándoles sin poder articular palabra. El olor era insoportable y, finalmente, Douglas se levantó y se marchó. Tanya acompañó a sus hijos a su camarote y les ayudó a meterse en la cama. Douglas pasó la noche en cubierta. Al día siguiente, la tripulación al completo limpió la moqueta del camarote.
– Una escapada un poco desagradable la de anoche, ¿no? -comentó Douglas a la hora del desayuno-. ¿Crees que deberían dejar beber a los chicos de su edad?
Su desaprobación era evidente.
– Lo siento. Son jóvenes, ya sabes cómo son -dijo Tanya dando por sentado que aunque Douglas no tuviera hijos, al menos recordaría su propia adolescencia.
– No, no lo sé. ¿Lo hacen a menudo? Me refiero a beber sin control.
– De vez en cuando, supongo. Están en la universidad… Molly no suele beber; creo que por eso le sentó tan mal. Jason aguanta mejor el alcohol.
– ¿Has pensado en llevarles a rehabilitación? -preguntó Douglas.
Tanya se dio cuenta, horrorizada, de que estaba hablando en serio. Para todos, incluido el anfitrión, era evidente que Douglas no sabía qué hacía cuando invitó a los chicos al barco. Aunque lo había hecho con buena intención, no tenía la más remota idea de cómo actuaban los jóvenes.
– Claro que no -respondió Tanya despacio-. No tienen ningún problema. No necesitan rehabilitación de ningún tipo. Se emborrachan alguna vez, cuando están de vacaciones. Además, me parece que ellos se sienten tan incómodos como tú.
Era la primera vez que alguien formulaba en voz alta lo que era un secreto a voces. Habían intentado que las cosas salieran bien, pero era evidente que no estaba funcionando.
– Lo siento, Tany. Supongo que creía estar preparado para esto, pero no lo estoy -dijo con gravedad y evidente nerviosismo. Se le veía decepcionado consigo mismo. Tanya sintió lástima.
– Es de agradecer que lo hayas intentado -le consoló ella con tristeza.
El asintió. No sabía qué decir.
Cuando se despertaron, los chicos estaban fatal. Los dos tenían una resaca espantosa y Molly volvió a vomitar -para espanto de su madre y de toda la tripulación-, aunque en esta ocasión fue en su camarote. Por lo menos, lograron ocultárselo a Douglas. Molly, que se había dado cuenta de la tensión que había entre su madre y Douglas y sabía que era a causa de ellos, se sentía terriblemente culpable. Según ella, Douglas no soportaba tenerles a bordo, por lo que se preguntaba por qué razón, aparte de por complacer a su madre, les habría invitado. Seguramente lo habría hecho por cortesía hacia Tanya, pero no tenía ninguna intención de conocerles ni sabía cómo tratarles. Su madre, por su parte, parecía un manojo de nervios intentando satisfacerles y mantenerles alejados de Douglas.
Douglas volvió a invitar a Tanya a cenar aquella noche, pero no invitó a los chicos. No los soportaba. No sabía cómo dirigirse a ellos ni qué decirles, y para entonces ya estaba demasiado desanimado para intentarlo. Se sentía absolutamente incapaz de conectar con ellos. Después del fiasco de la noche anterior, Tanya ni les mencionó. Aunque ella apenas les veía, por lo menos sus hijos parecían estar pasándoselo en grande con los tripulantes, con los que habían congeniado. Tampoco tenía la sensación de estar de vacaciones, ya que estaba preocupada constantemente por el rechazo y la animosidad entre Douglas y sus hijos. Aquello no era lo que había planeado.
El colmo del desastre se produjo en Nochevieja. Los chicos y algunos miembros de la tripulación salieron de juerga y se emborracharon. La policía tuvo que llevarles de vuelta al barco, después de decidir que estarían mejor en manos del capitán de la embarcación que en el calabozo. Tanya acostó a sus hijos y pidió disculpas a Douglas.
– Al fin y al cabo es Nochevieja -dijo ella.
Douglas y Tanya habían estado bebiendo champán en cubierta y se estaban besando cuando llegó la policía acompañando al grupo que cantaba al unísono a voz en grito. Douglas no disimuló su malestar, por lo que, al verle, los rostros de todos los tripulantes se ensombrecieron.
– Tus hijos están corrompiendo a mi gente -se quejó Douglas a pesar de que sus tripulantes estaban aún más bebidos que los chicos.
– Creo que se han emborrachado todos juntos-comentó Tanya.
A ella tampoco le agradaba la situación, pero el viaje se había convertido en tal desastre que no tenía fuerzas para intentar salvarlo. Douglas no había comido ni una sola vez con los chicos y apenas les había dirigido la palabra. Era evidente que se arrepentía de haberles invitado. Estaba loco por Tanya, pero no por sus hijos; para ella, aquellas vacaciones estaban siendo un horror. Solo quería que se llevaran mínimamente bien, pero sabía que, tanto a sus hijos como a Douglas, se les había hecho insoportable cada minuto del viaje.
Incluso la partida resultó penosa. Cuando se marcharon del barco para coger el avión, Jason y Molly tenían tal resaca que no podían disimular su gesto adusto. Douglas les miró con una expresión desoladora y comentó que confiaba en que tuvieran un viaje más agradable en otra ocasión. Musitó algo acerca de que no estaba acostumbrado a tratar con gente joven; ellos le dieron las gracias educadamente y se marcharon. En cuanto desaparecieron de su vista, Douglas se mostró enormemente aliviado. Rodeó a Tanya por los hombros a modo de disculpa y ella sintió que se le rompía el corazón.
– Lo siento, cariño -dijo dándole un beso mientras ella le miraba con tristeza-. No sé qué decir, Tanya. Creo que me ha entrado el pánico. Tenerles a bordo ha sido más duro de lo que esperaba.
Por supuesto, era más que evidente. Pero el problema era que Tanya no veía cómo podrían mejorar las cosas en el futuro. Tal como había afirmado al conocerla, a Douglas todo lo que no fuera un ser humano adulto, le daba terror. Tanya estaba muy desilusionada y sabía que sus hijos también lo estarían. Las vacaciones en el yate de Douglas habían sido una pesadilla y Tanya se arrepentía de haberles hecho pasar por aquello. Ahora sería prácticamente imposible convencerles de que Douglas era el hombre que necesitaba. Ella también se lo cuestionaba, porque sabía que necesitaba a alguien que se llevase bien con sus hijos. En el caso de Douglas, era imposible.
– ¿Podrás perdonarme por haber llevado tan mal las cosas? -preguntó él con preocupación.
– Claro. Lo único que quiero es que os conozcáis y lleguéis a ser amigos.
– Tal vez las cosas irán mejor en tierra. Me daba un miedo terrible que se hicieran daño en el barco.
– Lo comprendo -dijo Tanya, deseando olvidar aquel episodio.
Sin embargo, sabía que oiría hablar de él a sus hijos durante mucho tiempo. El viaje había sido una decepción para todos.
Una vez a solas con Douglas, Tanya intentó relajarse, pero le costó dos días dejar de pensar en el abismo que se había abierto entre su pareja y sus hijos. Sabía que haría falta mucho tiempo para salvarlo. De cualquier modo, al final lograron disfrutar de cuatro días idílicos en el barco, navegando de una isla a otra, nadando, comiendo en cubierta, relajándose y haciendo el amor. Eran las vacaciones perfectas, las que Douglas quería. La suya era una relación entre adultos y dejaba muy poco espacio para sus hijos. Tanya pensaba que la única forma de cambiar las cosas era que Douglas sintiera un poco de ternura hacia ellos. Sin embargo, no había habido nada parecido a la ternura durante la estancia de Molly y Jason a bordo.
Tanya habló varias veces con sus hijos y les pidió disculpas. Ellos le dijeron que se tranquilizara y le aseguraron que se hacían cargo de la situación. Pero ni siquiera Tanya sabía si quería ser comprensiva. Douglas no era un hombre fácil de entender.
Después de aquellos días tranquilos, Tanya voló de vuelta a Los Ángeles junto a Douglas en su jet privado. Ella estuvo trabajando en el guión y Douglas se quedó adormilado durante el vuelo. Cuando llegaron, la acompañó al bungalow. Tanya sentía una gran tristeza. Los últimos días en el barco habían sido hermosos, pero su intento de que Douglas y sus hijos se relacionasen había sido un desastre. Ella sabía que el tiempo que compartían a solas no le bastaba para construir una vida junto a él. Para Tanya, sus hijos lo eran todo, así que su futuro con Douglas estaba lleno de incertidumbre. Después de la actitud del productor hacia sus hijos y de su incapacidad para adaptarse a ellos, la idea de tener una relación seria con él perdía fuerza.
– Te echaré de menos esta noche -dijo él dándole un beso.
Douglas parecía no darse cuenta de lo preocupada que estaba Tanya. Lo cierto era que, en su caso, en cuanto los chicos desaparecieron, se olvidó de ellos.
– Yo también -musitó Tanya.
Cuando Douglas se marchó, Tanya se dejó caer en la cama y se echó a llorar. Había tantas cosas de Douglas que le gustaban… Pero sus hijos eran algo esencial para ella. Por alguna razón -y era una realidad innegable- la relación con los chicos era imposible. Tal como le había comentado al conocerla, los niños le provocaban aversión, incluidos los de ella. ¿O quizá particularmente los suyos? Douglas quería estar solo con ella, y para Tanya, ella y sus hijos formaban un lote indivisible. Pero Douglas ni quería ni podía quedarse con el lote completo. Y eso lo cambiaba todo.