Las dos semanas que Tanya pasó en Marin fueron un infierno de principio a fin. Por sus hijas, intentó disimular cuanto pudo y Peter se mostró tan extremadamente civilizado y con una actitud tan compasiva, que resultaba humillante. Cinco semanas sin verle y su marido pertenecía a otra. Su vida había dado un vuelco completo y se sentía constantemente como si estuviera drogada. Intentaba asimilarlo, pero no dejaba de preguntarse cómo había ocurrido. Se culpaba por haber aceptado trabajar en la película y haberse marchado a Los Ángeles. Pero cuando dejaba de culparse, culpaba a Peter y, por supuesto, a Alice.
Finalmente, llegó el día de regresar a Los Ángeles para empezar a trabajar en la posproducción de la película, y sintió, sobre todo, alivio. Cuando llegó a la oficina para encontrarse con Max y Douglas, su estado físico y anímico pendía de un hilo. Estaba mucho más delgada y transmitía una dureza casi intimidatoria. Sin embargo, para Tanya resultó positivo tener algo que hacer aparte de seguir imaginando cómo sería su vida cuando Peter la abandonara. Durante las dos semanas que había permanecido en Marin, no había dejado de torturar a Peter con dolorosas preguntas como, por ejemplo, qué iba a llevarse. Las mellizas cumplían dieciocho años en junio, así que la cuestión de la custodia de los chicos se simplificaba; ni siquiera debían organizar un régimen de visitas. Sus hijos elegirían con quién querían estar. De tan simple, resultaba espantoso.
Aquel primer día de trabajo, su apariencia era la de alguien que acaba de sufrir un trauma. Max se había dado cuenta inmediatamente de su terrible aspecto, así que al acabar el día se acercó a ella. Tanya estaba metiendo sus papeles en la cartera con el mismo aire distraído que había tenido toda la jornada.
– Mejor no me cuentas cómo ha ido el descanso, ¿verdad? -preguntó Max con amabilidad.
Al director no le había costado adivinar lo que había pasado, porque Tanya tenía el mismo aspecto que después de las vacaciones navideñas, solo que aún peor.
– No, mejor que no lo sepas -contestó Tanya, pero acto seguido, decidió contárselo-. Cuando las mellizas se gradúen en junio, se irá a vivir con la otra. Está pensando en casarse con ella. Al parecer, estaban destinados a estar juntos. Así es, una auténtica telenovela en la vida real. ¿Cómo puede ser tan cursi la vida? Eso es lo que me pregunto.
– La vida es cursi -dijo Max, compadeciéndola.
El enfado de Tanya era más evidente que después de Navidad, pero todavía estaba más claro que tenía el corazón hecho trizas.
– Es increíble lo vulgar que puede resultar la vida, incluso entre gente supuestamente culta. Supongo que, lo queramos o no, todos podemos llegar a comportarnos como participantes de esos terribles reality televisivos. Tal vez sea esa la razón por la que triunfan.
– Supongo que sí -coincidió ella sonriéndole con tristeza-. Me repondré. Es cuestión de adaptarse.
Max sabía que las mellizas iban a empezar la universidad después del verano. Tanya estaría sola, por lo que suponía que no iba a ser fácil para ella. Se había pasado todo el año hablando de su familia y ahora su marido la abandonaba. De un modo u otro, iba a perder a todos sus seres queridos. Y el imbécil de su marido -en opinión de Max-, se iba con su mejor amiga. Había que darle la razón a Tanya. ¡Qué vulgaridad!
– A veces las peores cosas que nos pasan en la vida acaban siendo una bendición -intentó animarla-. Pero en ese momento no nos damos cuenta. A lo mejor un día echarás la vista atrás y lo verás así. O, tal vez, un día echarás la vista atrás y solo verás un momento espantoso.
– Creo que, en mi caso, será más bien lo segundo -respondió Tanya con una sonrisa-. No estoy disfrutando mucho precisamente.
– Por lo menos ahora sabemos que no estás enferma. Creo que el único consejo decente que puedo darte es que encontrarás la salvación en el trabajo. En mi caso, siempre ha sido así. Cuando el cáncer se llevó a la mujer que amaba, lo único que me salvó e hizo que mantuviera la cordura fue el trabajo. Es la única forma de seguir adelante.
Tanya asintió. Era algo en lo que no había tenido tiempo de pensar. Su cabeza había estado pensando en el futuro: imaginaba cómo sería el verano en Tahoe sin Peter, después de haber dado la noticia a sus hijos; cómo sería el día que acompañara a las mellizas a la universidad… Durante aquellas dos semanas habían llegado las respuestas de las universidades y, aunque el estado de ánimo de Tanya había empañado la alegría, las chicas estaban entusiasmadas porque ambas habían logrado entrar en su primera opción: Megan iría a la Universidad de Santa Bárbara, como su hermano, y Molly podría cursar estudios de cinematografía en la Universidad de California.
Tanya no tenía ni la más remota idea de qué haría ella cuando se hubieran marchado. Siempre había imaginado que, finalmente, tendría más tiempo para estar con Peter. Pero ahora él pasaría su tiempo con Alice. Tanya se sentía como si fuera una canica dentro de una caja de zapatos, dando vueltas sin rumbo, sin anclar en puerto alguno. Todas sus anclas estaban a punto de partir. Era un pensamiento espantoso. Max tenía razón: solo le quedaba el trabajo y el tiempo de vacaciones con sus hijos.
Durante la posproducción, Tanya regresó a casa cada fin de semana. Habían logrado establecer unas pautas más civilizadas: Tanya hacía todo lo posible por evitar a Peter, quien, a su vez, cada vez pasaba más tiempo en casa de Alice. Las chicas -conscientes de que estaban rodeadas de un campo de minas- no hacían preguntas y tenían un cuidado extremo en evitar cualquier gesto o palabra que pudiera disparar las alarmas. Tanya se preguntaba qué debían de pensar, pero faltaba poco para que lo supieran todo. Tener que darles la noticia la aterraba.
Mientras tanto, se encerró en sí misma. Durante los fines de semana pasaba el máximo tiempo posible con sus hijas, y había empezado a escribir relatos muy tristes y deprimentes por las noches, muchos de ellos acerca de la muerte. En cierto modo, había vivido una muerte, la de su matrimonio, y la única manera de llorarlo era escribir sobre él.
Una tarde, Peter vio uno de los relatos de Tanya en el ordenador y no pudo evitar leerlo. Se sintió avergonzado y comprobó que la que todavía era su esposa estaba sumida en negros pensamientos.
Durante la posproducción, Tanya salió alguna que otra noche a cenar de manera informal con Douglas. El productor la había invitado a pasar cualquier domingo en su piscina, pero Tanya viajaba cada fin de semana a Marin y el único domingo que se quedó en Los Ángeles se sintió demasiado deprimida para aceptar su invitación. En la última semana de posproducción, en el mes de mayo, Douglas hizo una interesante propuesta a Tanya. Tenía un nuevo proyecto cinematográfico con una famosa directora que había ganado varios Oscar. La película contaba la historia de una mujer que se suicidaba, una historia muy deprimente, y Douglas quería que Tanya escribiera el guión. Aunque era evidente que la película encajaba con su estado de ánimo en aquellos momentos, Tanya no quería volver a vivir en Los Ángeles. En el fondo de su corazón, sentía que su matrimonio se había ido a pique por culpa de su trabajo en la película y, por consiguiente, su experiencia como guionista no le había dejado muy buen sabor de boca. Lo único que quería era regresar a casa y así se lo hizo saber a Douglas cuando el productor le hizo la proposición.
– ¡Oh, vamos, Tanya, no me vengas con esas! -exclamó Douglas echándose a reír-. Por el amor de Dios, aquel no es tu sitio. Si quieres, vete a casa a escribir algunos relatos una temporada, y luego vuelve. Tu vida en Marin se acabó o debería haberse acabado. Has escrito un guión fantástico e incluso es posible que ganes un Oscar. Y si no es con este guión, será con el próximo. No puedes huir de tu destino. Tu marido se conformará. Al fin y al cabo, este año ya lo ha encajado, así que también podrá aguantar el año próximo.
– En realidad, no lo ha encajado -dijo Tanya despacio-. Nos vamos a divorciar.
Por una vez en su vida, Douglas parecía anonadado.
– ¿Tú? ¿La mujer perfecta? No puedo creerlo. ¿Qué ha pasado? Recuerdo que después de Navidad me dijiste que habías tenido problemas, pero di por supuesto que los habíais resuelto. Debo reconocer que estoy atónito.
– Yo también -dijo Tanya, desolada-. Me lo dijo en marzo. Se va a vivir con mi mejor amiga.
– ¡Qué vulgaridad! ¿Ves lo que quiero decir? -prosiguió Douglas, que no perdía ocasión para ir a lo suyo-. No es tu sitio. La gente de Marín no tiene imaginación. Quiero empezar a rodar esta película en octubre. Piénsatelo. Llamaré a tu agente y le haré una oferta.
Después de la conversación, Douglas se mostró aún más amable de lo habitual con ella y, por supuesto, llamó rápidamente a su agente. Al día siguiente, Walt llamó a Tanya, alucinado con la suma ofrecida. La habían aumentado considerablemente, así que estaba claro que Douglas la quería a toda costa en la película. Pero Tanya se mantuvo firme en su decisión. Ya conocía Los Ángeles y no tenía intención alguna de regresar. No le importaba seguir con su trabajo, pero las consecuencias le habían destrozado el corazón. Quería irse a casa y lamerse las heridas.
– Tienes que hacerlo, Tan -intentó convencerla Walt-. No puedes rechazar una oferta así.
– Sí, sí puedo. Me voy a casa.
El problema era que no tenía ningún hogar al que volver. Tenía una casa, pero no habría nadie en ella. Al viajar a Marín el siguiente fin de semana, Tanya se dio cuenta de lo terrible que le resultaría vivir allí sin sus hijos. Una vez las mellizas se marcharan a la universidad a finales de agosto, y sin Peter, estaría absolutamente sola por primera vez en su vida.
Así que el lunes llamó a Walt y le dijo que aceptara la propuesta de Douglas. No tenía nada mejor que hacer. A la semana siguiente, firmó el contrato. Cuando se lo contó a Peter, este le comentó con cierta petulancia:
– Te dije que volverías.
Pero no tenía razón. Tanya jamás habría regresado de no ser porque la había abandonado. En cierto modo, era él quien la mandaba de vuelta a Los Ángeles. Después, Tanya se lo contó a Max y el director la felicitó. El estaba convencido de que era la decisión correcta. Por mucho que Tanya detestara Hollywood, dado lo sucedido, el trabajo le salvaría la vida.
El resto del verano fue una pesadilla constante para Tanya. Tras acabar la posproducción, a finales de mayo, regresó a Marín. Una semana más tarde, celebraron la graduación de las mellizas, una ceremonia que se caracterizaba por una gran pompa y emotividad. Peter tuvo el buen gusto de no llevar a Alice. Al día siguiente, informaron a sus hijos de que se divorciaban. Toda la familia, incluidos Peter y Tanya, se echaron a llorar. Megan dijo que se alegraba por Alice, pero que sentía lástima por su madre y le dio un enorme abrazo. Molly estaba destrozada y Jason absolutamente contrariado, aunque le quedaba el consuelo de que James -el hijo de Alice- era un gran amigo suyo.
Pese a que sus hijos estaban muy apenados, Tanya había creído que les afectaría mucho más. Lo cierto era que los tres querían a Alice y, aunque lo sentían por su madre, de algún modo para ellos tenía cierto sentido todo lo sucedido. No podían decírselo a Tanya, pero, en su fuero interno, les parecía que su padre y Alice hacían mejor pareja.
Tanya les contó que haría otra película en octubre, pero ninguno de ellos se mostró demasiado sorprendido. Cuando preguntaron si seguirían yendo a Tahoe, Tanya les dijo que sería ella quien les acompañaría. En aquellas fechas, Peter y Alice estarían visitando a unos parientes de ella en Maine. Todo resultó de lo más civilizado y perfectamente organizado. Jason y las mellizas podrían alojarse en la casa que eligieran, bien con su madre en Marin o bien en el hogar que su padre formase con Alice. Para los chicos, iba a ser un cambio mucho más simple que si Peter se hubiera ido a vivir con otra persona.
Al día siguiente de darles la noticia, Peter se trasladó a la casa que Alice había comprado en Mili Valley y en la que ella llevaba ya un mes viviendo. Acababa de firmar los papeles para la venta de su casa en Marin y, al parecer, los nuevos inquilinos eran una agradable familia con hijos adolescentes. Todo parecía ir desarrollándose con total -o casi total- normalidad. Era un período de transición.
Solo la vida de Tanya parecía haberse derrumbado y desintegrado y únicamente esperaba volver al trabajo para poder apartar de su mente todo lo demás. En aquellos momentos, su vida le resultaba odiosa; tan solo salvaba de ella a sus hijos. Aunque sabía que no era una compañía muy agradable para ellos en aquellos momentos. Estaba demasiado deprimida. Sin embargo, cuando fueron a Tahoe, sintió que recuperaba parte de su esencia y, a pesar de todo lo ocurrido, todos lograron disfrutar de la estancia, incluida Tanya.
En Tahoe, empezó a trabajar en el guión de Gone, que era el título de la nueva película. Aunque la historia era muy deprimente, iba tan acorde con el alicaído ánimo de Tanya que disfrutaba y le gustaba. Douglas la llamaba de vez en cuando y le preguntaba cómo iba el trabajo. Creía que con este guión, Tanya ganaría un Oscar y que, además, no sería el último.
A finales de agosto, cuando Jason y Megan fueron a la Universidad de Santa Bárbara, Peter y Alice les acompañaron. Tanya fue sola en su coche. Era la primera vez que veía a Alice en varios meses y, aunque fue doloroso, consiguió sobrellevarlo. No se dirigieron la palabra. El que más incómodo estaba era Peter.
A la semana siguiente, acompañaron a Molly a la Universidad de California. Tanya iba a alojarse de nuevo en el bungalow 2 del hotel Beverly Hills, así que estaba entusiasmada porque Molly viviera en Los Angeles. El día que dejó a Molly en su nueva residencia, Tanya se instaló en el hotel y aquella misma noche su hija fue a cenar con ella. Pidieron la cena al servicio de habitaciones y estuvieron riéndose como dos chiquillas. Para Tanya, el bungalow era ahora su hogar. Estaba sorprendida de haber podido sobrevivir a los últimos cinco meses de su vida. Desde que Peter le anunció su decisión, había sido el período más duro de su vida. Pero, por imposible que le pareciera en aquel momento, había sobrevivido. Y ahora, con la nueva película, iba a olvidarse de todo. El trabajo era su salvavidas, la resurrección de la que Max le había hablado. El director tenía razón.
Al día siguiente se encontró con Douglas en su oficina para discutir el guión. Conoció a la directora de la que tan bien había oído hablar y a Tanya le agradó. Ambas tenían la misma edad y descubrieron que tenían muchas cosas en común. Las dos habían estudiado en la Universidad de Berkeley en la misma época, aunque nunca habían coincidido. Tanya supo que disfrutaría trabajando con ella. Después de su primer año de novata, se sentía ya como una veterana. Iba a ser una película difícil de rodar, pero sería maravilloso escribirla.
Después de la reunión fueron a comer los tres a Spago, y luego Douglas acompañó a Tanya al hotel y se interesó por sus impresiones.
– Creo que es una mujer muy interesante -dijo Tanya con sinceridad-. Es increíblemente brillante.
La directora era una mujer muy atractiva, y aunque Tanya se preguntó si a Douglas le gustaría, no se atrevió a hacerle ningún comentario al respecto. El productor era enormemente discreto sobre su vida privada y, además, no era asunto suyo. Tanya sabía que le gustaba lucir a mujeres importantes cogidas de su brazo, mujeres que pudiera mostrar como trofeos, pero no prototípicas muñecas. Le gustaban las mujeres inteligentes y, sin duda alguna, Adele Michaels lo era. Estuvieron hablando de ella durante todo el camino de vuelta al hotel.
– Me alegro de que te guste -dijo Douglas, relajado-. Por cierto, ¿cómo te ha ido el verano? No te lo he preguntado.
– Interesante -contestó Tanya con franqueza.
Ahora se sentía más relajada con Douglas que el año anterior, cuando todo era nuevo y su presencia la intimidaba sobremanera. Aunque, sin duda, Douglas Wayne era un hombre que podía intimidar, ya no la asustaba. Eran casi como viejos amigos.
– Peter se fue a vivir con su nueva novia y las chicas se han ido ya a la universidad. Así que el nido está vacío finalmente. Todos hemos volado, incluidos Peter y yo -concluyó Tanya con una triste sonrisa.
Pensó en lo mucho que había cambiado su vida en un año. Ahora estaba de nuevo en Hollywood y el bungalow 2 sería su hogar durante el rodaje de una nueva película.
– Sospecho que tenías razón -continuó Tanya-. Mi vida en Marin ha terminado, por lo menos por ahora.
Y probablemente para bien.
– Me alegro -confesó Douglas con rotundidad-. No podía imaginarte allí.
Durante veinte años, había sido el lugar perfecto para Tanya y su familia. Ahora debía encontrar su camino y construir una nueva vida. Todavía se estaba haciendo a la idea y a veces le resultaba tremendamente chocante.
– ¿Qué te parece pasar el domingo en mi piscina? Las mismas reglas de siempre. Sin hablar, solo para relajarnos.
Tanya sabía que en cuanto empezasen el rodaje de la nueva película, su día a día se convertiría en un caos, así que el plan le resultó apetecible. Recordaba con agrado el domingo que habían pasado juntos, particularmente el recital de Douglas al piano. Confiaba en que volviera a deleitarla.
– Esta vez intentaré no roncar -comentó jocosamente Tanya-. Gracias por la invitación.
– El domingo a las once. Y una noche de estas, cenaremos sushi. Quizá la semana próxima, antes de que empiece toda la locura.
Pronto empezarían con las reuniones de preproducción y, ahora que había conocido a Adele, Tanya tenía ganas de arrancar. Seguro que era interesante trabajar con ella.
Douglas puso en marcha su nuevo Bentley y Tanya le hizo un gesto de despedida. Después, se retiró a su bungalow y estuvo trabajando en el guión hasta bien avanzada la tarde, inspirada por la reunión. Cuando apagó el ordenador, hizo esfuerzos para no pensar en Peter. Era muy extraño volver a estar en el bungalow 2 y ya no ser su esposa. Habían iniciado los trámites del divorcio en junio y terminarían en diciembre. Veinte años de su vida habían volado; solo quedaban los hijos y una casa a la que ya no quería regresar. Peter pertenecía ahora a Alice y el bungalow del hotel se había convertido en el hogar de Tanya. Qué vueltas tan extrañas y tristes daba la vida…
Tanya salió a cenar con Molly el sábado por la noche y pasaron una agradable velada. Llamaron a Jason y a Megan desde el móvil de Tanya y disfrutaron de la maravillosa sensación de estar todos más cerca los unos de los otros. Era particularmente gratificante para Tanya tener a Molly, con quien siempre se había sentido muy unida. Durante la cena hablaron del divorcio y Molly reconoció que todavía estaba alucinada por la decisión de su padre. La muchacha le insistió a su madre en que tenía que seguir adelante por duro que fuera y también se interesó por saber si le apetecía salir con alguien, a lo que Tanya, con sinceridad, le respondió que no le apetecía en absoluto. Ni podía imaginarse saliendo con nadie, ni, muchísimo menos, acostándose con un hombre que no fuera Peten Había estado con su marido veintidós años y se le hacía inimaginable salir con otro hombre.
– Un día de estos tendrás que hacerlo, mamá -la animó Molly.
– No es algo que me preocupe. Prefiero trabajar.
Después, estuvieron hablando de los chicos interesantes -Molly había conocido ya a un par- que asistían a la Universidad de California. Más tarde, Tanya acompañó a su hija de vuelta a la residencia.
Al volver al hotel, se quedó tumbada en la cama recordando su conversación con Molly. La idea de salir con alguien le parecía aterradora. Aunque Peter estaba con otra mujer, ella seguía sintiéndose su esposa. No podía concebir estar con otra persona y no tenía ningunas ganas de tener una cita. Lo único que quería era ver a sus hijos y trabajar en la nueva película. Las citas las dejaba para más adelante, aunque quizá nunca más le apetecería salir con nadie.
A la mañana siguiente y tal como habían quedado, Tanya cogió un taxi hasta casa de Douglas para pasar una tranquila mañana de domingo. El productor se mostró tan hospitalario como en la anterior ocasión, el día fue igualmente relajado, el tiempo era aún más hermoso y durante la comida estuvieron charlando acerca de la película entre otras cosas. En lugar de dormir, Tanya estuvo nadando en la piscina. En definitiva, fue un día agradable y placentero. Douglas se mostraba tan tenso en las reuniones de producción y en el plató, que Tanya no pudo evitar volver a sorprenderse de lo fácil que resultaba tratar con él en su casa, especialmente en aquellas relajadas mañanas de domingo en su piscina. Era una compañía agradable y, para sorpresa de Tanya, no solo la ayudó a hacer el crucigrama de The New York Times, sino que se le daba particularmente bien.
– ¿Qué tal llevas los cambios en tu vida? -le preguntó Douglas por la tarde cuando estaban sentados en sendas hamacas el uno junto al otro.
El productor era consciente de que Tanya debía de estar haciendo un gran esfuerzo para adaptarse al divorcio y que para ella tenía que haber sido una decepción enorme después de defender con tanta convicción su matrimonio. Jamás había pensado que le ocurriría algo así y sabía que Tanya tampoco lo habría imaginado nunca. No conocía a ciencia cierta qué había pasado pero sabía que a Tanya le había roto el corazón. Le parecía que estaba muy delgada y a veces especialmente triste, pero también daba la impresión de que estaba saliendo adelante, lo que despertaba la admiración de Douglas. La había invitado a la piscina para animarla un poco.
– ¿Sinceramente? -preguntó Tanya a modo de respuesta-. No lo sé. Creo que estoy conmocionada. Hace un año creía estar felizmente casada con el hombre más maravilloso del mundo. Hace nueve meses descubrí que me había sido infiel y hace seis me dijo que quería divorciarse para irse a vivir con la que había sido mi mejor amiga, la misma mujer con la que me había sido infiel. Dentro de tres meses estaré divorciada. La cabeza me va a mil por hora.
Douglas asintió. Realmente no era para menos. El matrimonio se había desintegrado a una velocidad supersónica. Si a Douglas le parecía muy precipitado, no quería ni imaginar lo terrible que debía de ser para ella.
– Francamente, es increíble -le dijo mirándola con preocupación-, pero pareces llevarlo bastante bien, ¿no?
– Creo que sí -respondió Tanya agradeciendo la amabilidad de Douglas, tan opuesta a la dureza que mostraba en el trabajo-. No sé qué grado de desesperación es el apropiado en estas situaciones. ¿Debería estar desquiciada? Porque a veces es como me siento. Me despierto y creo haberlo soñado. Entonces, la realidad me golpea de nuevo con toda su fuerza. A decir verdad, no es la mejor manera de despertarse.
– Yo también me he sentido así a veces -confesó Douglas-. A todos nos ha sucedido algo parecido. El truco consiste en salir de ello con la menor amargura y el menor daño posible. No es fácil. Todavía llevo conmigo la amargura de algunas de las experiencias de mi vida, y eso me asusta. Supongo que tú te sientes así. Por lo que cuentas, ha sido todo muy repentino.
– Sí. Yo creía que tenía un matrimonio feliz. Eso demuestra que no me entero de nada, así que no me pidas nunca consejo en cuestiones sentimentales. Sigo pensando que mi marido… bueno, mi ex marido -dijo Tanya con gran esfuerzo- perdió un poco el juicio. Por no hablar de la nula integridad de mi mejor amiga. Realmente ha sido muy decepcionante.
– ¿Has salido con alguien? -preguntó Douglas, siempre intrigado por la personalidad de Tanya y atraído por su inteligencia y su brillante escritura.
Tanya se echó a reír.
– Es como si preguntaras a las víctimas de Hiroshima si han asistido últimamente a algún bombardeo -bromeó-. No estoy precisamente deseando volver a intentarlo. Tal vez me he quedado escarmentada para el resto de mi vida. Mi hija me comentaba ayer que tenía que volver a salir, pero no estoy de acuerdo.
Tanya se quedó mirando la piscina fijamente, recordando los últimos meses. Cuando lo pensaba con detenimiento, sentía que la cabeza le iba a estallar, así que intentaba evitar darle vueltas.
– A mi edad -continuó- no necesito volver a casarme. No quiero tener más hijos y no estoy muy segura de querer salir con nadie. Bueno, más bien estoy convencida de que no quiero salir con nadie. No quiero arriesgarme a que me rompan de nuevo el corazón. ¿Qué sentido tendría?
– No te meterás a monja, ¿verdad? Pero tampoco puedo imaginarte sola para el resto de tu vida -dijo Douglas sonriendo con amabilidad-. Sería una terrible pérdida. Un día de estos tienes que armarte de valor.
– ¿Por qué?
– ¿Y por qué no?
Tanya volvió a mirar el agua de la piscina y finalmente contestó:
– No tengo respuesta para ninguna de las dos preguntas.
– Eso es porque todavía no estás preparada -dijo él con pragmatismo.
Tanya asintió. Se le hacía extraño discutir su vida sentimental -o más bien la falta de ella- con Douglas.
– Decir que no estoy preparada es quedarse un poco corto. En realidad, llevo un tiempo como candidata a los Paralímpicos -explicó Tanya, que llevaba meses sin apenas energía, algo muy poco habitual en ella, como consecuencia del mazazo del abandono de Peter-. De todos modos, las citas nunca me han parecido divertidas. Tener que arreglarse y coquetear porque sí… Ni siquiera cuando estaba en la universidad me gustaba. Los hombres no hacían otra cosa que incumplir promesas, cancelar las citas o dejarme plantada. Lo detestaba. Hasta que conocí a Peter.
Pero, al final, Peter se había llevado la palma: había roto la promesa más importante, y de paso, su corazón.
– Es agradable salir con la persona adecuada de vez en cuando -la animó el productor.
Douglas tampoco era de los que necesitaba estar siempre en pareja. Prefería la compañía ocasional de mujeres inteligentes y, muy de vez en cuando, de mujeres glamourosas. Le gustaba lucirlas como si fueran complementos. Ahora que hacía un año que le conocía, Tanya le veía como un hombre solitario, pero debía reconocer que le gustaba salir a cenar con él y discutir sobre el guión o sobre otros aspectos de su profesión.
– Mira lo que le ocurre a la gente como Jean Amber y Ned Bright. Se volvieron locos el uno por el otro durante el rodaje y tuvieron un tórrido romance, pero en julio su escandalosa ruptura ya ocupaba las portadas de toda la prensa. ¿ Qué hay de divertido en todo eso? -insistió Tanya.
Douglas se echó a reír. Había que admitir que la relación de los jóvenes actores había resultado ser un desastre, pero ambos tenían fama de establecer siempre relaciones tormentosas y eran dos auténticas estrellas.
– No te estoy recomendando que salgas con chicos de esa edad -dijo sin dejar de reírse- o con actores de cualquier edad. Todos están un poco chiflados. Además, no solo son increíblemente egocéntricos, sino que también son famosos por su inestabilidad. Pensaba en alguien más respetable, de una edad más razonable.
– ¿Hay hombres razonables? -preguntó Tanya con cierta tristeza en la voz-. Yo creía que Peter lo era, y mira qué ha hecho. ¿Qué hay de razonable en su conducta?
– A veces la gente se vuelve loca. Probablemente, al venir a trabajar aquí se desestabilizó. Aunque no me parece una justificación.
– Ella vivía en la casa de al lado y, durante mi ausencia, le ayudó con las mellizas. Ella estaba allí y yo no, así que Peter llegó a la conclusión de que tenía más en común con ella que conmigo. Tenía miedo de que yo quisiera quedarme aquí para siempre, estaba convencido de que regresaría para hacer una nueva película. Y lo irónico del caso es que he vuelto, pero solo porque él me dejó por otra y ahora no tengo nada mejor que hacer.
– Creía que era porque te había impresionado gratamente la película que vamos a hacer -bromeó Douglas.
Tanya se sonrojó y los dos se echaron a reír.
– Bueno, también. Pero no habría hecho otra película si todavía estuviera casada. Solo quería volver a casa.
– Ya lo sé. Por eso creo que te ha hecho un gran favor, Tanya. Espero que lo veas así algún día. Aquel no era tu lugar; este sí lo es. Eres demasiado interesante para quedarte enclaustrada en Marin.
– Ha sido un lugar agradable para criar a los niños -dijo Tanya con nostalgia-. Aunque tengo que reconocer que ahora me aburriría un poco. Pero es un lugar fantástico para vivir en familia.
– Puesto que ahora ni estás casada ni tienes hijos, creo que estás mucho mejor aquí. La vida es mucho más interesante por estos lares, y un día de estos conseguiremos que te den un Oscar.
– Que Dios te oiga -dijo Tanya riéndose y utilizando una habitual expresión de Max, con quien había comido aquella semana-. Ganar un Oscar no estaría mal, la verdad.
Douglas se echó a reír y añadió:
– Eso sí que es quedarse corto. Ganar un Oscar es fantástico. No solo es el mejor alimento para el ego sino que es el mayor reconocimiento que pueden darte los de tu ramo. Te están diciendo que eres el mejor en lo que haces. Por Mantra merecerías uno, pero este año estará muy reñido. Pero Gone podría ser una posibilidad real. Eso espero.
– Douglas, te agradezco las oportunidades que me estás dando. De verdad. Me alegra volver a trabajar contigo.
Ambos sabían que aquella segunda película iba a ser aún más especial que la primera.
– Tengo muchas ganas de empezar el rodaje y yo también me alegro de que estés trabajando conmigo en esta película.
Creo que será extraordinaria, y, en gran parte, gracias a tu guión -aseguró Douglas quien, al igual que la directora, estaba muy impresionado con el trabajo de Tanya.
Tanya había aprendido mucho en el último año y había mejorado enormemente sus habilidades como guionista.
– Hacemos un gran equipo -añadió Douglas mirándola con admiración.
Seguidamente, con voz apenas audible, añadió:
– De hecho, he estado pensando que quizá haríamos un gran equipo en otras facetas.
Por un momento, Tanya no entendió de qué hablaba, pero Douglas le sostuvo la mirada y la guionista se dio cuenta de que se hallaba en su recinto privado, dentro de las murallas que alzaba para protegerse del resto del mundo.
– Tanya -continuó Douglas-, eres una mujer extraordinaria. Creo que hay mucho que podemos aportarnos el uno al otro. Me preguntaba si te gustaría salir conmigo de vez en cuando para algo más que para cenar sushi. Asisto a algunos eventos que creo que podrían gustarte. ¿Me harías el honor de salir conmigo algún día?
La propuesta dejó a Tanya alucinada. De un modo muy elegante, le estaba proponiendo que tuvieran una cita. Se quedó mirándole fijamente, sorprendida y sin saber qué decir.
– Te prometo que te trataré con suma delicadeza -insistió Douglas.
– Yo… no sé qué decir… Nunca había pensado en ti de ese modo. Pero podría ser divertido salir de vez en cuando -dijo Tanya con cautela.
Le preocupaba encontrarse en una situación incómoda con Douglas, en caso de que establecieran una relación más allá de lo meramente profesional. No quería meterse en un lío como el de Jean Amber y Ned Bright, que habían logrado ocupar todos los titulares con su escándalo. Pero no podía imaginarse a Douglas comportándose de ese modo. Sin embargo, Tanya jamás había pensado que el productor la considerara una opción, sobre todo porque durante su compromiso profesional ella estaba casada.
– Creo que sería muy divertido -respondió despacio, todavía sorprendida.
En ese momento, Douglas se levantó, le dio un golpecito en el brazo y se dirigió hacia su sala de música. Estuvo tocando al piano piezas de Chopin y de Debussy. Tanya se tumbó en la hamaca, cerró los ojos y se dejó llevar por la música. Pensando en la propuesta de Douglas y al son de su maravillosa maestría, se quedó dormida con una sonrisa en los labios.
Cuando Douglas se levantó del piano, descubrió que Tanya estaba dormida y se quedó observándola largo rato. Aquella era exactamente la escena que había tenido en mente nada más conocerla. Se había hecho esperar, pero al final, había llegado.
Era ya media tarde cuando Douglas despertó a Tanya con delicadeza. Charlaron un rato y luego la acompañó al hotel. Prometió llamarla al cabo de unos días.