Al día siguiente, Tanya se reunió con Douglas en el Polo Lounge a la una de la tarde. Iba vestida con unos vaqueros y un jersey rosa. Él tenía el mismo aspecto elegante e inmaculado de siempre, con un traje de excelente corte de color caqui, camisa azul, corbata amarilla de Hermès y unos impecables zapatos marrones. Cuando Tanya llegó, ya le estaba esperando tomándose un Bloody Mary charlando animadamente con alguien con quien se había encontrado. Tanya casi se desmayó cuando descubrió que el amigo en cuestión era Robert De Niro. Se lo presentó, intercambiaron algunas palabras y el célebre actor se despidió. Tanya estaba impresionada, pero debía irse acostumbrando, ya que a partir de entonces aquello sería algo habitual. Aunque deseaba contárselo a Peter, no quería volver a oír ni en boca de su marido ni en la de nadie, nada más sobre su nueva y glamurosa vida ni sobre lo que le costaría regresar a la normalidad. Todo en aquel lugar era irreal, y ella ni se sentía parte de ese entorno, ni tenía deseo alguno de formar parte de él. Solo quería hacer su trabajo y volver a casa. Qué equivocados estaban todos cuando le decían que se convertiría en alguien sofisticado y que se echaría a perder. Tanya sabía quién era, se conocía bien y tenía los pies firmemente apoyados en el suelo.
– Gracias por la maravillosa velada de anoche -le dijo a Douglas al sentarse-. Fue muy divertido conocer al resto del equipo. Tienes una casa preciosa.
– Me alegra que te gustara -dijo él sonriéndole-. Tienes que venir algún día a mi barco. Es una maravilla.
Era un yate de sesenta metros de eslora del que Tanya había visto fotos en casa del productor la noche anterior. Le pareció inmenso y pensó inmediatamente en lo mucho que les gustaría a sus hijos.
– ¿Qué haces en verano, Tanya? ¿Qué has hecho este año? -le preguntó.
Tanya sonrió. Le pareció como si tuviera que escribir una redacción de primero de primaria. «Mis vacaciones de verano, por Tanya Harris.» Afortunadamente, su vida era mucho más tranquila que la de él en todos los aspectos. No necesitaba un yate.
– En agosto vamos a Tahoe. Cada año alquilamos allí una casa. A los niños les encanta y lo pasamos muy bien todos juntos. Peter y yo estábamos pensando en hacer un viaje por Europa el verano que viene, ahora que los niños son más mayores y ya no es tan complicado viajar. Hace años que no lo hacemos.
Tanya se sentía como una idiota contándole esas cosas. No debía de importarle lo más mínimo lo difícil que pudiera resultar viajar con críos, de la edad que fueran. Y comparado con tener un yate gigantesco amarrado en la Riviera francesa, una casa de alquiler en Tahoe debía de parecerle patético. La absurda comparación hizo que lanzara una carcajada. Pidió un té helado; tenía intención de trabajar aquella tarde.
– Cada año, paso dos meses navegando con el barco por el sur de Francia -comentó Douglas como si fuese lo más habitual del mundo (para él, sí lo era)-. Suelo visitar Cerdeña, que es maravillosa, Córcega, Capri, Ibiza, Mallorca o Grecia, depende del año. Si el verano próximo vais a Europa, tenéis que venir al barco unos días.
Douglas no solía invitar a gente con hijos al barco, pero el verano todavía quedaba algo lejos. Además, en unos pocos días no podían destrozarlo todo. Tanya era una persona educada, así que daba por sentado que sus hijos serían chicos civilizados, bien educados y, por otro lado, estaban en edad de ir a la universidad. Jamás habría invitado a alguien con niños pequeños. De todos modos, con un fin de semana sería más que suficiente. Seguro que acabarían mareándose.
– Les encantaría. Tengo muchísimas ganas de explicarles que conocí a Ned anoche. Y a Jean. Voy a dejarles impresionadísimos.
– Deberían estarlo -dijo Doug sonriendo-. Yo lo estoy pero contigo, más que con Ned o Jean.
A pesar de sus palabras, a Tanya le había dado la impresión de que Douglas se divertía conversando con Jean. La joven tenía un físico espectacular, pero había que admitir que era una cría y que parecía demasiado infantil para su edad. En cierto modo, los actores vivían protegidos y en los rodajes se encerraban en una diminuta burbuja sin contacto con el mundo real.
– Parecen unos chiquillos -comentó Tanya al tiempo que Doug pedía un segundo Bloody Mary.
– Lo son. Los actores y las actrices son como niños. Viven en una burbuja, aislados de la realidad. Siempre ha sido así. Juegan a disfrazarse y se lo pasan bien. Algunos trabajan duro, pero no tienen ni idea de cómo vive el resto del mundo. Están acostumbrados a que los productores y los agentes les mimen, les protejan y satisfagan todos sus caprichos. No llegan a crecer nunca y cuanto más famosos son, más irreal es todo. Cuando trabajes con ellos te darás cuenta de lo increíblemente inmaduros que son.
– Me parece imposible que todos sean así -le rebatió Tanya con interés.
No era una opinión muy positiva, pero nadie podía negar que Douglas conocía bien el negocio y sabía lo que decía.
– No todos, pero sí la mayoría. Son narcisistas y consentidos, solo piensan en sí mismos. Al final uno acaba hartándose. Por eso nunca salgo con actrices -dijo Doug mirándola a los ojos.
Tanya apartó la vista. Le incomodaba la capacidad de Douglas para cruzar la invisible barrera que los separaba. Por un lado, se mantenía fuera del alcance de Tanya, pero por otro, la trataba con mucha intimidad, quizá demasiada. Sin acercarse un milímetro, invadía el espacio de Tanya.
Pidieron el almuerzo y Tanya le preguntó sobre la película y las reuniones que iban a tener la semana siguiente. Tenía la intención de escribir un último borrador del guión aquel fin de semana y había una serie de cambios que Doug quería que incluyera. Tanya estuvo de acuerdo con todas las propuestas y el productor se mostró complacido al comprobar que era fácil trabajar con ella y que mostraba una actitud razonable. Parecía que su ego no interfería demasiado en su trabajo.
Ya habían terminado de comer cuando Douglas volvió a llevar la conversación hacia el terreno personal, algo a lo que parecía tener cierta tendencia. Le preguntó por su infancia y por sus padres, por sus sueños, sus decepciones, por sus comienzos como escritora. Era sorprendente que le preguntara aspectos tan íntimos de su vida. Douglas, por su parte, no dio ni una sola pista de sí mismo. Tanya no se sorprendió. Ya se había dado cuenta de que era un hombre que no dejaba entrever nada de su interior.
– Es todo de lo más corriente -respondió Tanya con tranquilidad-. No hay tragedias ni oscuros secretos. Tampoco he tenido grandes decepciones. Por supuesto, la muerte de mis padres fue un duro golpe. Pero Peter y yo hemos sido muy felices estos veinte años.
– Es algo encomiable -comentó Douglas con cierto sarcasmo.
– Supongo que hoy en día lo es -musitó Tanya, pensativa.
– Sí lo es, es cierto -comentó Douglas mirándola.
Tanya se sintió incómoda. La miraba como si no creyera sus palabras y quisiera encontrar la verdad en sus ojos.
– ¿Tan inconcebible te parece que la gente esté felizmente casada?
Tanya lo veía como algo natural aunque también se sentía afortunada por ello. En Ross había un montón de parejas que llevaban veinte o treinta años felizmente casados. La mayor parte de sus amigos, por ejemplo. Aunque era cierto que Peter y ella daban la impresión de ser el matrimonio más sólido. También conocían a mucha gente que se había separado, pero algunos de ellos habían vuelto a casarse y formaban nuevas parejas felices. Tanya vivía en un mundo pequeño y sano, muy lejano de este en el que ahora se encontraba.
En el mundo de Douglas la gente no solía casarse, y cuando lo hacía era por razones casi siempre equivocadas: por presumir de pareja, por cuestiones de poder o para obtener algún beneficio material. El productor conocía a muchos hombres casados con mujeres a las que mostraban como un trofeo. En Marin y en el ambiente de Tanya, no había mujeres trofeo.
– Mis dos matrimonios fueron un absoluto error -dijo Douglas con sinceridad-. Mi primera esposa, con la que me casé hace treinta años, era una famosa actriz. Los dos éramos absurdamente jóvenes. Yo era un crío recién llegado que, con solo veinticuatro años, quería ser actor. La pasión por actuar se me pasó muy pronto, y la pasión por ella, también. Estuvimos menos de un año casados y, gracias a Dios, no tuvimos hijos.
– ¿Se convirtió en una gran estrella? -preguntó Tanya muerta de curiosidad.
No quería preguntarle directamente quién era pero se moría de ganas de saberlo. Aunque sabía que debía esperar a que fuese Douglas quien se lo dijera si quería.
– No -contestó sonriendo-. Nunca lo fue. Sin embargo, era una chica hermosa. Abandonó la carrera de actriz y se casó con un tipo de Carolina del Norte. Después de su boda, no volví a saber de ella. Un amigo común me dijo que había tenido cuatro hijos. Solo le pedía a la vida un marido, niños y un trozo de tierra. Supongo que consiguió las tres cosas, pero desde luego no de mí. Ni siquiera entonces era la vida que yo deseaba.
Por su manera de hablar, no dejaba lugar a dudas. Seguía sin ser su estilo de vida. Tanya no lograba imaginar a Douglas Wayne con críos.
– La segunda era más interesante, una estrella de rock de los años ochenta. Tenía un talento increíble y podría haber tenido una carrera extraordinaria.
El tono de Douglas era casi nostálgico. Tanya le miró a los ojos, pero no lograba interpretar lo que veía: arrepentimiento, dolor, quizá duelo, desilusión. Evidentemente, aquella relación se había acabado también ya que ni estaba casado ni quería estarlo.
– ¿Y qué le pasó? ¿También dejó el mundo del espectáculo?
– No, murió en un accidente aéreo durante una gira. Ella y todo su grupo. El batería pilotaba el avión, y evidentemente no era lo suyo. A lo mejor estaba fumado. Ya nos habíamos divorciado cuando murió, pero lo sentí muchísimo. Era una criatura tan dulce… Seguramente has oído hablar de ella.
Tanya se quedó impresionada cuando le dijo su nombre. Solía escucharla en su época universitaria y hasta conservaba algunas cintas antiguas de la banda. Se acordaba del accidente y de que había ocupado las portadas de los periódicos de la época. Hacía siglos que no se acordaba de aquella cantante y se le hacía muy extraño oír hablar de ella de forma tan personal. Los ojos de Douglas reflejaban su tristeza y Tanya pensó que, al fin y al cabo, era humano y había algo de ternura en su interior.
– ¿Por qué fue un error? -preguntó dulcemente Tanya.
Se estaba tomando la revancha acosándole con preguntas, con tanta curiosidad por él como la que él sentía por ella.
– No teníamos nada en común. Y el mundo de la música era una locura entonces. Tomaba muchas drogas, aunque aseguraba que no estaba enganchada. No era una adicta, solo una hermosa muchacha, salvaje y alocada. Decía que cantaba mejor cuando había fumado. No creo que fuera verdad, pero tenía una voz extraordinaria -dijo con una mirada soñadora y distante que le hizo parecer otra persona, alguien más dulce y más humano. Tanya se preguntó si habría sido el amor de su vida, si es que eso existía en su mundo-. Nos divorciamos porque no nos veíamos nunca. Ella se pasaba nueve o diez meses al año de gira. En aquel entonces, yo ya me había metido en la producción, por lo que aquel matrimonio no tenía mucho sentido. Su mala fama suponía un lastre en mi carrera. Tomar cocaína estaba de moda, o al menos era habitual. La detuvieron varias veces, lo que para mí era nefasto.
Como lo era también el número de hombres con los que se acostaba. Pero eso no se lo iba a contar a Tanya.
– Eran años locos y ella era una chica muy lanzada. A mí nunca me han gustado las drogas, y siguen sin gustarme. Para ella, en cambio, formaban parte de su vida. También quería ser madre, pero yo no me veía teniendo hijos con ella. Estaba seguro de que con seis años serían todos drogadictos. No es lo mío -insistió-. Nunca lo ha sido. Yo estaba demasiado ocupado intentando tener éxito y ganándome la vida. Produje mis primeras películas y tener una mujer en rehabilitación o en la cárcel no me habría ayudado precisamente en mi carrera. No voy a negarte que como yo, había un montón de gente. Además, sufría mucho pensando en el peligro de una sobredosis, algo que no llegó a suceder.
– ¿Así que te divorciaste de ella?
A Tanya le parecía que había sido una decisión interesada. Era alguien que perjudicaba su carrera, así que la echaba de su vida. Sus prioridades estaban claras. También tuvo la sensación de que había algo que no le estaba contando y, aunque sentía curiosidad, no quería ser entrometida. Se preguntó si esa era la razón por la que Douglas era tan hermético o si siempre había sido su carácter. Daba la impresión de que Douglas nunca -o solo muy brevemente- había tenido una relación cálida o cercana con alguien.
– En realidad, fue ella quien se divorció de mí. Me dijo que era un gilipollas estirado, pretencioso, arrogante y oportunista. Y que lo único que me importaba era el dinero. Palabras textuales. Lo cierto es que tenía razón -reconoció con una sonrisa y sin asomo de culpa o de disculpa. Así se había descrito a sí mismo muchas veces desde entonces-. Desgraciadamente, todos esos adjetivos son los ingredientes del éxito. Tienes que ser todo eso para abrirte camino en este mundo, y yo estaba decidido a producir grandes películas. Ella brillaba con luz propia y no me necesitaba.
– ¿Eso te molestaba? -preguntó Tanya con curiosidad.
Era un hombre complejo y le apetecía averiguar cuál era su personalidad.
– Sí, me molestaba -contestó-. Me molestaba no tener el control sobre nada de lo que hiciera. No escuchaba ni pedía consejo. Jamás me contaba lo que pasaba con su grupo. En aquella época, la mitad de ellos habían estado en la cárcel por culpa de las drogas. Eso no dañaba su carrera, pero sí la mía. La gente que alterna con drogadictos no llega lejos en este mundo, por lo menos no en aquellos tiempos. Hace veinte años, las cosas eran todavía más rígidas que ahora y eso que se creía que la cocaína no era peligrosa. Desde entonces, hemos aprendido mucho. Sé que tarde o temprano se habría enganchado o habría acabado en la cárcel. Quizá fue mejor que muriera.
Era muy fuerte decir algo así.
– ¿Estabas enamorado de ella? -preguntó Tanya con dulzura.
De cualquier modo, era una historia triste. La pérdida de una vida joven, y con ella, la de todos los componentes de la banda. Tanya lo recordaba con claridad.
– Probablemente no -contestó Douglas honestamente-. No creo haber estado nunca enamorado, pero tampoco es algo que eche de menos. -Y con una sonrisa apesadumbrada, añadió-: Suelo preferir cerrar un buen trato que salir con alguien. Es más fácil.
– Pero no es tan divertido -puntualizó Tanya.
– Es verdad. No tengo ni idea de por qué me casé con ella. Creo que estaba impresionado. Era una chica espectacular con una voz extraordinaria. En ocasiones todavía escucho su música -confesó.
Tanya le sonrió. Confiaba en que estuvieran empezando a ser amigos.
– Yo también -añadió Tanya.
Se había deshecho de muchas cintas de música de sus años de universidad, pero había guardado algunas para escucharlas de vez en cuando.
Douglas parecía algo deprimido después de aquella conversación. Hacía mucho tiempo que no se acordaba de su segunda esposa. Si obviaba los motivos del divorcio, podía recordarla incluso con placer y ternura. Después de separarse, su ex mujer había estado en la cárcel en dos ocasiones más. Cuando supo que había salido, se alegró. Todavía recordaba con claridad la rabia que le invadía al ver cómo aquella hermosura se echaba a perder. Durante su matrimonio, había disfrutado presumiendo de esposa; sin duda, fue lo más parecido a una mujer trofeo que había tenido nunca. Después de aquello, no había querido volver a casarse. Funcionaba mejor estando solo y últimamente le bastaba con algún encuentro sexual de vez en cuando. Ni siquiera necesitaba ya estar acompañado.
Jamás se comprometía emocionalmente, y en sus escarceos sexuales nunca ponía el corazón. Cuando quería que una mujer colgase de su brazo, escogía con sumo cuidado. Le gustaban las mujeres inteligentes que resultasen una compañía interesante, que no le hicieran sombra y que en las fotos de los periódicos quedaran bien a su lado. Solían ser estrellas importantes y consagradas, escritoras famosas, alguna política casada o esposas de amigos que en aquel momento estaban ausentes. Tampoco quería que las mujeres que le acompañaban fueran carnaza para la prensa. Su reputación era la de un hombre importante que había hecho historia en el mundo del espectáculo, así que no quería que su vida sentimental fuera de interés para nadie. Sobre todo, porque no lo era ni siquiera para él.
Pensó que cuando la conociera un poco mejor, estaría bien salir con Tanya. Lo había pensado la noche anterior en la fiesta. Era una mujer interesante, inteligente, tenía un fino sentido del humor y era hermosa. Sin duda, tenía el perfil exacto del tipo de mujer que le gustaba llevar del brazo. Además, podía medirse con él, algo que Douglas apreciaba. En cierto modo era como si le estuviera haciendo una prueba como posible acompañante para eventos sociales, o incluso como anfitriona en sus fiestas. Hasta el momento, todo en ella le gustaba. Y puesto que iban a trabajar juntos durante los meses siguientes, si aparecían públicamente juntos, todo resultaría de lo más decoroso. No le gustaban los cotilleos. Tanya tenía un aspecto tan respetable que los rumores maliciosos parecían altamente improbables. Era el tipo de mujer que provocaba alabanzas, no críticas.
– ¿Qué haces este fin de semana? -preguntó despreocupadamente al terminar de almorzar.
– Me marcho a casa -respondió ella con una luminosa sonrisa.
Era evidente la alegría que le producía el mero hecho de pensarlo. A Douglas le parecía una bobada. En su espíritu, no había el menor átomo de sentimentalismo.
– Realmente te gusta todo ese rollo de ama de casa de Marin, ¿verdad? -dijo para avergonzarla y forzarla a negarlo.
– Sí, me gusta -contestó ella, radiante-. Sobre todo el rollo de mi marido y mis hijos. Ellos son la mejor parte. Toda mi vida gira a su alrededor.
– Tú eres mucho más que eso, Tanya; mereces una vida más excitante -insistió intentando alabarla.
– No quiero una vida excitante -respondió Tanya.
Siempre le había gustado la vida rutinaria que llevaban Peter y ella, las cosas cotidianas que aportaban normalidad y solidez. De Hollywood solo quería la experiencia de escribir un guión para una película; la vida allí le parecía falsa, superficial y absolutamente vacía. Sentía lástima por la gente que creía ver en ella algo más. Como Douglas, por ejemplo. Sin embargo, ella no le veía ninguna sustancia ni mérito. Estaba segura de que de haber formulado aquella opinión en voz alta, Douglas habría estado completamente en desacuerdo. El adoraba el arte de la interpretación y formaba parte del consejo de administración del Museo de Los Ángeles. Le había explicado que, siempre que podía, iba al teatro o se escapaba a San Francisco para asistir a un concierto o a un ballet. Disfrutaba con los eventos culturales y sociales. Incluso volaba hasta la ciudad de Washington para asistir a estrenos en el Kennedy Center, o al Lincoln Center y el Met en Nueva York. En las cuatro ciudades, Douglas Wayne era alguien importante y también viajaba a Europa con relativa frecuencia. Una vida como la de Tanya le habría aburrido soberanamente. Ella, por el contrario, la adoraba. No cambiaría su vida por la de él ni loca.
– Quizá cuando lleves una temporada en Los Ángeles, se amplíen tus horizontes. Eso espero, por tu bien -dijo mientras atravesaban el Polo Lounge ante las miradas de todos los comensales, que se estarían preguntando quién era la nueva acompañante de Douglas Wayne.
Nadie conocía a Tanya, de modo que, aunque despertaba curiosidad, no originaba muchos comentarios. Era una mujer bonita de mediana edad vestida con unos vaqueros y un jersey rosa, nada más. Pero si le acompañaba a algún acto público, enseguida averiguarían quién era. Algunas mujeres de Los Ángeles habrían matado por tener una oportunidad así. Pero a Douglas lo que le gustaba era precisamente que a Tanya le traía sin cuidado. Ella no intentaba utilizarle, y, de cualquier modo, no parecía una mujer interesada. En ese sentido, había acertado. No era alguien oportunista. Era una mujer íntegra y digna, con la cabeza bien amueblada y mucho talento. No necesitaba engañar a nadie para prosperar, y tampoco lo habría hecho.
Tanya le agradeció la comida y él le deseó un feliz fin de semana. Realmente había resultado más agradable de lo que ella esperaba. Douglas era una compañía grata y no se había pasado de la raya. En realidad, se había comportado con más corrección de la que había esperado y no la había presionado criticando su vida hogareña.
Douglas, por su parte, creía que Tanya merecía metas más interesantes que las que tenía en Marin -una vida, a su entender, algo simple-, pero si eso era lo que ella quería y era su manera de disfrutar de la vida, no ofendía a nadie. Sabía que su vida se enriquecería y se volvería más interesante después de su estancia en Los Ángeles.
Mientras se acercaban a la recepción del hotel, Douglas sintió que podrían llegar a ser amigos algún día. Le gustaba esa idea y era una posibilidad que Tanya también contemplaba, aunque no con tanta expectación como él. Quería mostrarse cautelosa y no generar en el productor expectativas de ningún tipo. Dejando a un lado el poco aprecio que mostraba hacia su estilo de vida, había algo en él que la incomodaba. No tenía interés alguno en los valores familiares, le ponían nervioso los niños y los votos matrimoniales no eran más que un problema. Douglas quería estar con gente a la que pudiera presionar o sobre los que pudiera tener algún tipo de control. Por ello, Tanya pensó que mientras tuviera claro ese aspecto de su personalidad, marcara unos límites claros y mantuviera la cabeza fría, podrían llevarse bien. Con él, no se podía bajar la guardia.
De cualquier modo, por el momento era solo alguien con quien mantenía una relación profesional y tenía la intención de que siguiera siendo así. Quizá con el tiempo, cuando se conocieran un poco más, podrían ser amigos. Pero, primero, Douglas Wayne tendría que ganarse su amistad.
Tanya estuvo trabajando el resto de la tarde en su habitación y cenó también en el bungalow. Max la llamó para preguntarle qué tal iba todo y discutió con él algunos problemas que ya intuía que iba a dar el guión. Max le propuso algunas soluciones que agradaron a Tanya. Probó a ponerlas sobre el papel y, para su satisfacción, descubrió que funcionaban. Estaba completamente convencida de que iban a disfrutar trabajando juntos. Le habría gustado volver a casa aquella noche pero Douglas le había dado a entender que debía estar disponible por si había alguna reunión el viernes por la mañana.
A mediodía del viernes no había recibido ninguna llamada, así que cogió un taxi en dirección al aeropuerto. Ya había mandado a su casa al chófer de la limusina y solo llevaba consigo el equipaje de mano. Llegó al vuelo de la una y media de la tarde a San Francisco y a las tres y veinte entraba por la puerta de su casa. No había nadie, pero Tanya se sintió tan feliz que tuvo ganas de ponerse a bailar y a cantar en medio del salón. No podía contener la alegría. Abrió la nevera y los armarios y descubrió que estaban medio vacíos, así que fue al supermercado en busca de provisiones para diez días. Estaba guardando la compra cuando las mellizas llegaron a casa; dieron un grito al verla. Por un instante, hasta Megan pareció feliz. Sin embargo, inmediatamente, su cara se ensombreció y, acordándose de que se suponía que estaba enfadada con su madre, se marchó escaleras arriba. Pero, por un momento, había dejado entrever sus verdaderos sentimientos y Tanya se alegró. Molly se lanzó encima de su madre como una cría y empezó a darle abrazos y besos. La miró y volvió a abrazarla.
– Te he echado mucho de menos -reconoció.
– Yo también -dijo Tanya devolviéndole el abrazo.
– ¿Cómo ha ido? -preguntó la muchacha con interés y muerta de ganas de escuchar a su madre.
– Bien. Cené con Ned Bright y con Jean Amber la otra noche. Él es guapísimo -le confesó Tanya con una sonrisa de completa felicidad por estar de nuevo juntas.
– ¿Cuándo podré conocerle? -preguntó Molly con impaciencia.
– En cuanto vayas a visitarme -contestó Tanya mientras acababa de guardar las cosas-. Podrás venir a ver el rodaje. El director es encantador.
Unos minutos más tarde, Molly se fue a su habitación deseosa de llamar a sus amigas para contarles las noticias de su madre. Tanya todavía estaba ordenando la cocina cuando llegó Peter, que volvía a casa antes de lo habitual sabiendo que su mujer habría regresado. En cuanto la vio, la cogió en sus brazos y la besó ávidamente en la boca. Después, la sujetó muy fuerte contra su pecho. Estaban tan felices de volver a verse… Una hora antes de cenar, Peter y Tanya subieron a su habitación y echaron el pestillo a la puerta con discreción. Fue la mejor de las bienvenidas, en todos los sentidos.
Aquella noche, Tanya se encargó de la cena y preparó el plato de pasta preferido de la familia y una enorme ensalada verde. Peter asó carne en la barbacoa y todos se sentaron alegremente alrededor de la mesa. Tanya les contó la velada en casa de Douglas Wayne y nombró a las grandes estrellas que le habían presentado. Después de cenar, las chicas salieron con sus amigos y Peter y Tanya regresaron a su habitación.
Era una noche de viernes normal y Peter y Tanya se pasaron horas charlando abrazados. Antes de dormirse, volvieron a hacer el amor. Habían sobrevivido a la primera semana de Tanya en Los Ángeles y, en sus vidas, todo iba bien.