Tanya vivió los días posteriores al Oscar como si estuviera de resaca. Los chicos todavía no habían terminado la universidad y debían regresar a sus clases. Como ni Tanya ni Gordon tenían una película en perspectiva, este propuso que se marcharan juntos a París.
Se alojaron en el Ritz y pasaron una semana maravillosa, de compras, comiendo y bebiendo. Hizo un tiempo extraordinario, la ciudad no podía estar más maravillosa y los dos se sentían felices. Después, pasaron unos días en Londres y, de vuelta a casa, estuvieron unos días en Nueva York. Tanya no tenía ningún plan inmediato y Gordon estaba libre hasta agosto, fecha en la que empezaba su siguiente película, así que Tanya le invitó a pasar en Marin los meses de abril, mayo, junio y julio. Tanya temía que acabara aburriéndose, pero pareció encantado. Aunque Gordon poseía un apartamento en Nueva York, no parecía que tuviera ganas de regresar; estaba feliz viviendo con Tanya y sus hijos -que al acabar la universidad y encontrarse a Gordon en casa, se mostraron entusiasmados- hasta su vuelta a los platós de Los Ángeles.
Tanya se dedicaba a escribir un poco y Gordon se entretenía trabajando en el jardín. Alquilaron una casita en Stinson Beach para aquel fin de semana. Gordon la encontraba maravillosa.
– ¿Sabes? Creo que podría acostumbrarme a vivir así -confesó a Tanya una noche tumbado en el sofá, mientras ella le acariciaba el cabello.
Se le veía relajado y feliz y Tanya sentía que hacía años que no había sido tan dichosa.
– Creo que al final te aburrirías -dijo ella intentando no entristecerse.
Seguía fiel a la promesa que se había hecho de vivir su amor con Gordon día a día. Ya llevaban juntos siete meses y hacía siglos que a Gordon no le duraba tanto una pareja. Cuando regresara a Los Ángeles a rodar, llevarían casi un año juntos.
– Creo que podría salirnos bien -dijo él, pensativo-. Es un bonito hogar al que poder regresar.
Después, con sinceridad, añadió:
– Y tú eres una mujer increíble, Tanya. Tu marido fue un estúpido al dejarte por otra.
Se habían encontrado con Peter y Alice en una ocasión y Gordon no se había quedado muy impresionado con ninguno de los dos.
– Pero me alegro de que lo hiciera, por supuesto -concluyó.
– Yo también -respondió Tanya.
Era lo que pensaba. Se sentía feliz con aquel hombre bueno y encantador, a pesar de sus excentricidades.
Pasaron junio y julio en Marin, y Gordon fue una semana con ellos a Tahoe. Después, tuvo que regresar a Los Ángeles a trabajar. Era el actor principal en una nueva película en la que participaba un elenco de actores increíble, entre ellos una hermosa estrella femenina. Gordon aseguró que en aquella ocasión y por primera vez en su vida, no le importaba quién fuera su compañera de reparto. Después de tantos años había encontrado lo que quería. Para él, la vida junto a Tanya era perfecta.
Tanya y sus hijos se quedaron en Tahoe hasta finales de Agosto. Después regresaron a Marin para organizar la vuelta a la universidad. Para entonces, Tanya ya había recibido varias ofertas para escribir el guión de diversas películas, pero ninguno le había interesado. Ni siquiera estaba segura de querer volver a escribir un guión. Había trabajado en tres películas y quizá ya era suficiente. Seguía empeñada en acabar su libro de relatos y estaba considerando la posibilidad de escribir una novela. Le apetecía perder un poco el tiempo. Había quedado en reunirse con Gordon en Los Angeles en cuanto los chicos volvieran a la universidad. El actor había pedido el bungalow 2 del hotel Beverly Hills y Tanya se alojaría con él.
Se despidió de Megan y Jason por la mañana y seguidamente voló con Molly hasta Los Ángeles. Dejó a su hija en la universidad y después se dirigió al hotel a reunirse con Gordon. Era domingo y Tanya no le había avisado de que llegaba un día antes de lo previsto. Tanya ya había acabado todo lo que tenía que hacer en Marin, así que habían adelantado el viaje.
En el hotel la recibieron con la amabilidad de siempre y le entregaron la llave. Tanya se dirigió hacia el bungalow por el familiar sendero. Con una sonrisa en los labios, entró en la habitación. Estaba hecha un desastre y pensó que Gordon habría salido. Había un par de bandejas con los restos de un desayuno impresionante que todavía nadie había recogido. En la puerta colgaba el cartel de no molestar. El actor odiaba que las empleadas del hotel le molestaran con la limpieza o comprobando si faltaba algo del minibar. Al fin y al cabo, era su día libre.
Tanya dejó cuidadosamente la maleta en el recibidor y entró en el dormitorio para darse una ducha. Al ver a Gordon dormido sobre la cama, con aspecto de niño grande, la primera reacción de Tanya fue sonreír. Pero entonces sintió como si le dieran un puñetazo. Junto a Gordon, envuelta en las sábanas, dormía profundamente una mujer rubia con un cuerpo espectacular. Tanya ahogó un grito y los dos se despertaron al mismo tiempo. Primero se incorporó la chica, que la miró sin saber qué hacer. Seguidamente, Gordon se volvió y vio a Tanya en medio de la habitación, mirándoles fijamente sin saber muy bien hacia dónde huir.
– Oh, Dios mío… Lo siento -musitó Tanya.
Gordon salió de la cama de un salto y miró a Tanya compungido. Por primera vez en su vida, no se le ocurrió nada gracioso que decir. La chica se metió en el baño, salió tapada con un albornoz y fue en busca de la ropa, que había dejado en la salita del bungalow. Se escabulló deseando desaparecer cuanto antes, pero Tanya tuvo tiempo de verla y reconocer a la actriz coprotagonista de la película.
– Supongo que hay cosas que nunca cambian -musitó Tanya con tristeza, mientras Gordon se ponía los vaqueros.
– Escucha, Tan… no significa nada, ha sido una estupidez, ayer bebimos más de la cuenta y la situación se nos fue de las manos.
– Siempre lo haces, siempre te acuestas con la estrella de la película. Supongo que si en nuestra película no hubieran sido todas tan feas, habrías acabado con alguna de ellas en vez de conmigo.
Ambos oyeron cómo se cerraba la puerta del bungalow. La actriz no tenía ningún interés en ser testigo de una escena doméstica.
– Eso son tonterías. Te quiero.
Era lo único que Gordon podía decirle. Llevaban juntos casi un año, una eternidad para él y tiempo suficiente para que ambos hubieran creído que iba en serio; tiempo suficiente para que Tanya hubiera llegado a creer que podían casarse. Habría deseado que así fuese.
– Yo también te quiero -dijo Tanya, apesadumbrada, y dejándose caer en un sillón.
Deseaba echar a correr pero no podía moverse. Se quedó allí sentada mirándole y notó cómo las lágrimas le caían copiosamente por las mejillas. Se sintió una estúpida.
– Siempre harás esto, Gordon. Cada vez que trabajes en una película.
– No, he cambiado. Adoro tu vida en Marin, te quiero y quiero a tus hijos.
– Nosotros también te queremos.
Tanya se levantó y echó un vistazo a la habitación. Supo que no quería volver a ver aquel bungalow nunca más. Habían pasado demasiadas cosas y había estado en él con demasiados hombres: Peter, Douglas, Gordon.
– ¿Adónde vas? -preguntó Gordon presa del pánico.
– Me voy a casa. Este no es mi sitio, nunca lo ha sido. Quiero una vida auténtica, con alguien que quiera lo mismo que yo quiero, no con alguien que se acuesta con cada actriz con la que trabaja.
Gordon la miró pero no dijo nada. Llevaba acostándose con la actriz desde la segunda semana del rodaje y no tenía sentido mentir a Tanya. Ambos sabían que volvería a ocurrir. Para él, formaba parte de su trabajo.
Tanya tampoco dijo nada. Se dirigió hacia la puerta, cogió la maleta y se volvió para mirarle. El no la detuvo, no le dijo que la amaba. Ambos sabían que así era, pero también que el amor no cambiaba las cosas. Él era así. Tanya salió del bungalow 2 y cerró suavemente la puerta, dejando a Gordon en el sitio que le correspondía.