Capítulo 20

Cuando Tanya regresó a Marin al día siguiente, su casa le pareció más deprimente que nunca. Como consecuencia de una de las últimas tormentas invernales, había entrado agua por las ventanas y encontró el sofá y la moqueta muy raídos. Tanya hizo una lista de cosas que había que cambiar y otras que quería arreglar para que la casa estuviera en buenas condiciones cuando llegaran sus hijos. Por lo menos, el tiempo era agradable e incluso hacía calor.

Desde la noche anterior, no había tenido noticias de Douglas, pero Tanya sabía que no volvería a llamarla. Las palabras de ella habían sido demasiado contundentes para que el productor pudiera asimilarlas, y a ello se uniría la sensación de fracaso al no haber ganado la estatuilla. Probablemente, se quedaría paralizado durante una temporada. Pero ella sabía que él jamás habría aceptado a sus hijos en su vida y, quisiera o no reconocerlo, ambos sabían que las cosas no habrían salido bien. No tenían el mismo estilo de vida ni los mismos valores y ninguno de ellos iba a cambiar.

Aquella vez, Tanya había vuelto a casa de verdad. Sabía que Douglas no iba a pedirle que hiciera otra película con él y ella tampoco quería. Le apetecía volver a escribir relatos, recuperar su apacible vida en Marin y estar con sus hijos cuando fueran a casa. Tenía una idea para una nueva antología de cuentos; ansiaba realmente estar en casa con sus vaqueros, sus camisetas y sin tener que arreglarse el pelo. Era lo que más le apetecía. Se había pasado veinte meses metida en la vorágine de Hollywood y ya era hora de instalarse de nuevo en casa. Los Angeles era agua pasada.

Al cabo de dos meses, los chicos aterrizaron en casa. Buscaron algún pequeño trabajo para el verano, salían con sus amigos y, de vez en cuando, organizaban una barbacoa en casa. Tanya escribía por las mañanas y, cuando a sus hijos les apetecía, compartía su tiempo con ellos. Megan y Tanya habían logrado restablecer de nuevo sus lazos. Al parecer, Alice había intentado entrometerse entre Megan y su padre y la chica se sentía traicionada. Tanya conocía bien las traiciones de Alice.

Peter y Alice se casaron aquel verano en Mount Tam. Los chicos asistieron al enlace y Tanya pasó el día sola en Stinson Beach, mirando el mar; recordó los años que había vivido con su marido y el día de su boda. Era como si aquel día, una parte de ella muriera. Pero también sintió que enterraba algo que llevaba muerto bastante tiempo. Hasta cierto punto, se sintió aliviada.

Pasaron el mes de agosto en Tahoe y, al final del verano, los chicos volvieron a la universidad y Tanya se sumergió en un nuevo libro. Llevaba una semana trabajando sin descanso cuando recibió una llamada de su agente. Le quería comunicar que tenía una oferta fantástica. Tanya se echó a reír.

– No -dijo sonriendo al tiempo que apagaba el ordenador.

No le interesaba nada de lo que pudiera contarle. Los Ángeles era una etapa finiquitada. Había hecho dos películas, había aprendido mucho, había tenido una relación sentimental con uno de los productores más importantes de Hollywood y había vuelto a casa. No iba a moverse por nada del mundo y mucho menos por una película. Ya había vivido lo que era hacer una película, había conocido cómo era. Y punto. Con rotunda claridad se lo dijo a su agente.

– No seas así, Tanya. Deja que primero te cuente de qué va todo esto.

– No, no me importa. No trabajaré en más películas. Juré que iba a hacer solo una y al final he hecho dos. Se acabó. Estoy escribiendo un libro -dijo Tanya deseosa de explicarle la placidez, la felicidad y la tranquilidad que sentía.

– De acuerdo, me parece maravilloso. Estoy orgulloso de ti. Pero ahora déjalo un momento de lado y préstame atención: Gordon Hawkins, Maxwell Ernst, Sharon Upton, Shalom Kurtz, Happy Winkler, Tippy Green, Zoe Flane y Arnold Win. Chúpate esa, listilla.

Su agente había nombrado a las estrellas más importantes de Hollywood pero Tanya no sabía por qué.

– ¿Y? -preguntó en tono condescendiente.

– ¿Cómo que y…? Es el reparto con el mayor número de estrellas que podrías reunir nunca; el reparto de la película en la que te quieren a ti. Algún loco de Hollywood admira tu trabajo y dice que pongas tú el precio. Y lo mejor es que se trata de una comedia, algo que a ti se te da bien. Te divertirás escribiéndola. Además, lo rodarán rápido y sin ninguna complicación. No se trata de un drama sobre el suicidio en el que hacen que los actores suden sangre en el rodaje durante dieciocho horas diarias. Quieren empezar en diciembre y rodar en dos meses. La preproducción empieza dentro de dos semanas y, después del rodaje, tendrás un mes para pulir los detalles. Como muy tarde, en febrero habrás acabado. Y encima te lo pasarás en grande y ganarás un montón de dinero, así que por la parte que me toca, te estaría muy agradecido si aceptaras.

Tanya se echó a reír.

– Gastos pagados y te darán el bungalow 2 -prosiguió-. Les comenté que eso tenía que formar parte del acuerdo y aceptan. ¿Qué me dices? ¿No te trato bien?

– Maldita sea, Walt. No quiero volver a Los Ángeles. Aquí soy feliz.

Bueno, no exactamente feliz, pensó Tanya, pero estaba en paz consigo misma y trabajaba a gusto.

– Bobadas. Estás deprimida, lo noto en tu voz. El nido está vacío, tu marido se ha marchado y la casa es demasiado grande para ti sola. Que yo sepa, no tienes novio y estás escribiendo relatos deprimentes. Solo de pensarlo hasta yo me deprimo. Será una buena terapia escribir una comedia en Los Ángeles. Además, nadie escribe comedias tan bien como tú.

– Oh, vamos, Walt… -vaciló Tanya.

Qué tontería. Aquella era su verdadera vida, no la de Hollywood.

– Mira, yo necesito el dinero y tú también.

Tanya se echó a reír de nuevo. Le tentaba el reparto, los nombres eran realmente increíbles y siempre le había gustado escribir comedia. El programa de rodaje era corto pero, aun así, detestaba tener que regresar a Los Ángeles, aunque fuese al bungalow 2. Sin embargo, había que reconocer que aquel bungalow era su segundo hogar y, ¿para qué negarlo?, tenía más amigos en Los Ángeles que en Marin. La gente de Ross la trataba como si fuera de otro planeta. Tal como Douglas había vaticinado, se había convertido en una extraterrestre. Ya nadie la llamaba para invitarla a nada. Estaban acostumbrados a que no estuviera allí; además, les parecía que Tanya se había vuelto muy sofisticada y que Marin se le había quedado pequeño. Peter y Alice habían terminado con toda su vida social y ahora Tanya estaba mucho más aislada de lo que estaría en Los Ángeles trabajando en una película. Por lo menos, allí podría ver a gente y divertirse un poco. En eso, Walt tenía razón.

– Mierda -murmuró Tanya riendo-. No puedo creer que me estés haciendo esto. Dije que no haría más películas.

– Sí, ya lo sé. Yo también dije que no quería más rubias en mi vida y el año pasado me casé de nuevo con una. Ahora espera gemelos. Hay cosas que nunca cambian.

– Te odio.

– Genial. Yo también a ti. Así que haz la película y pásatelo en grande. Aunque solo sea por conocer a los actores, merece la pena. En esta ocasión, pienso hacerte una visita durante el rodaje.

– ¿Qué te hace pensar que he dicho ya que sí?

– He reservado hoy mismo el bungalow 2, solo por si acaso. ¿Qué me dices?

– De acuerdo, está bien. ¿Cuándo recibiré el borrador para el guión?

– Mañana. Te lo he enviado por mensajero hoy mismo.

– No les digas que sí todavía. Antes quiero verlo -dijo Tanya, tajante.

– Claro que no -replicó Walt recuperando su tono más ceremonioso y formal-. ¿Qué tipo de agente crees que soy?

– Un agente pesado y agresivo. Ahora va en serio, Walt. Es la última película que hago. Luego, solo me centraré en escribir libros.

– De acuerdo, tranquila. Seguro que con esta te lo pasas bien. Te estarás riendo hasta el día que vuelvas a Marin.

– Gracias -dijo Tanya pasando la mirada por la cocina de su casa.

No podía creer que hubiera aceptado hacer otra película. Pero al mirar a su alrededor y percibir el silencio que reinaba en la casa, supo que hacía bien. Allí ya no le quedaba nada. El espíritu y el propósito de su vida en Marin hacía tiempo que habían desaparecido. Peter estaba con Alice y sus hijos eran independientes. Ahí no le quedaba nada.

Al día siguiente leyó el borrador del guión y descubrió que la historia era una completa locura. Estuvo riéndose sin parar sentada a solas en la cocina. Y el reparto era insuperable. Llamó a Walt en cuanto acabó de leer las notas.

– De acuerdo, lo haré. Por última vez. ¿Entendido?

– Entendido, entendido. Por última vez. Ya verás, te lo pasarás en grande.

Dos semanas más tarde, Tanya llegó al hotel Beverly Hills y ocupó el bungalow 2, sintiéndose como un auténtico bumerang. No hacía más que regresar al mismo sitio, como un mal sueño que no deja de repetirse. Colocó el mobiliario tal como a ella le gustaba, puso las fotos de sus hijos por todas las habitaciones, se metió en la bañera y puso el jacuzzi en funcionamiento. Sonrió sintiéndose a gusto. Era como volver a casa.

A las nueve de la mañana del día siguiente ya estaba en el estudio y enseguida empezó la diversión. Era como si todos los miembros del equipo estuvieran como cabras. Estaban allí para revisar las notas y el resultado era una reunión donde se habían juntado todos los actores y actrices de comedia de Hollywood, de todas las razas, edades, tamaños y sexo. Solo hablar con ellos ya era divertido. No eran capaces de centrarse ni cinco minutos en un solo aspecto y no hacían más que proponer ideas y frases para cada uno de ellos. Tanya pensó que sería imposible conseguir que se aprendieran las líneas que ella escribiría. Se sentía como si hubiera aceptado trabajar en un manicomio donde los enfermos eran tan divertidos e increíbles que no podía dejar de reír en todo el día. Hacía años que no se lo pasaba tan bien. Habían acudido a conocerla todas las estrellas del reparto menos una, el actor principal, un hombre muy atractivo y extremadamente divertido a quien Tanya había conocido en una ocasión con Douglas y que le había causado muy buena impresión. Regresaba aquella noche de Europa, así que no se conocerían hasta el día siguiente.

Le resultaba extraño no estar con Douglas ahora que había regresado a Los Ángeles. Llevaba cinco meses sin saber nada de él, pero llamarle habría generado una situación muy extraña. Así que no lo hizo. Todo había acabado discretamente mal.

Aquella noche Tanya empezó a trabajar en el guión y descubrió que la historia fluía sola. Podía imaginarse a cada una de las estrellas en sus respectivos personajes. Iba a ser una de las comedias más divertidas que se había escrito en años. ¿Qué importaba ganar o no un Oscar? Se lo iba a pasar maravillosamente. Ya se lo estaba pasando en grande. Aquella noche, dos de los actores la llamaron y acabaron haciéndola estallar en sonoras carcajadas. Mientras escribía los diálogos se moría de risa y también de ganas de oírlos en boca de los actores.

A la mañana siguiente, a las diez, estaba prevista la cita con Gordon Hawkins, la gran estrella. Tanya estaba sentada en la sala de reuniones, con los pies apoyados en la mesa y bebiendo un té, cuando llegó el actor. Tanya había estado ya con una de las estrellas del reparto charlando y riendo. Hawkins entró en la sala, fue directo hacia donde estaba Tanya y se sentó a su lado.

– Me alegra saber que no estás trabajando a destajo -soltó.

Después cogió el té de Tanya, le dio un sorbo y poniendo cara de asco añadió:

– Creo que le falta azúcar. Mira, acabo de bajar del avión. Vengo de París, estoy cansado, me encuentro mal, tengo el pelo sucio y no estoy muy gracioso ahora mismo. No me pagan tanto como para tener reuniones con jet lag, así que me voy al hotel. Nos veremos mañana. Resultaré mucho más divertido después de haber dormido un poco. Vendré con mis notas.

Se levantó, dio otro sorbo al té, negó con la cabeza, tiró el vaso y salió de la habitación. Tanya le miró sonriendo.

– Supongo que esta es nuestra gran estrella. ¿Dónde se aloja? -preguntó Tanya a uno de los ayudantes de producción.

– En el Beverly Hills, en el bungalow 6. Siempre se aloja allí. Ha hecho inscribir su nombre.

– Somos vecinos. Yo estoy en el 2.

– Ten cuidado. Es un auténtico donjuán.

Ya habían empezado a circular apuestas sobre cuál de las estrellas sería su víctima en aquella película. No había rodaje en el que no se liara con alguna de sus compañeras de reparto. Era fácil adivinar por qué: era uno de los hombres más guapos que Tanya había visto nunca. Tenía cuarenta y cinco años, un pelo de color ébano, ojos azules, un auténtico tipazo y una sonrisa que quitaba el aliento.

– Creo que estoy a salvo -dijo Tanya-. Me parece que la última chica con la que salió tenía veintidós años.

– No hay mujer que esté a salvo con Gordon. Se lía con alguien en cada película. Ahora no está casado, pero saca mucho provecho de su soltería en los medios y suele regalar unos anillos impresionantes a todas sus novias.

– ¿Tienen que devolverlos después?

– Probablemente. Creo que los pide prestados.

– Vaya. Creía que por lo menos podría quedarme el anillo -dijo Tanya con una sonrisa mientras miraba a su alrededor-. Mierda, me ha tirado el té.

Alguien le tendió otra taza y siguieron con la reunión. Fue un día relajado y lleno de bromas. Estuvieron probando cómo sonaban las frases en boca de sus protagonistas y discutiendo si se sentían cómodos con los diálogos. Después, Tanya regresó a su bungalow a escribir. A medianoche seguía trabajando y riéndose a solas, cuando oyó que alguien llamaba a su puerta. La abrió con un lápiz en el pelo y otro en la boca. Era Gordon Hawkins con una taza de té en la mano.

– Prueba este -dijo tendiéndole la bebida-. Es mi marca preferida. Lo compro en París y no ataca los nervios. Lo que bebías esta mañana era una mierda.

Tanya sonrió y dio un sorbo. Gordon entró en la habitación.

– ¿Por qué tu bungalow es más grande que el mío? -preguntó mirando a su alrededor-. Yo soy mucho más famoso que tú.

– Cierto. Pero quizá mi agente es mejor -replicó Tanya.

El actor se dejó caer en el sofá y encendió la televisión. Estaba loco, pero al mismo tiempo resultaba fascinante. Con aquellos ojos tan azules y el cabello tan negro, parecía un irlandés excéntrico. Balanceaba los pies repantigado en el sofá mientras buscaba en el TiVo dos de sus programas favoritos. Parecía un hombre nervioso y divertido. Solo con verle, a Tanya le entraba la risa. Había puesto cara de pocos amigos, pero en sus ojos se adivinaba una expresión divertida.

– Vendré aquí a ver mis programas favoritos -dijo tranquilamente-. En mi bungalow no hay TiVo. Creo que voy a tener que despedir a mi agente. ¿Quién es el tuyo?

– Walt Drucker.

– Es bueno -dijo asintiendo-. Una vez vi una de tus telenovelas. Era espantosa pero, aun así, lloré.

Después, en tono de advertencia, añadió:

– En esta película no quiero tener que llorar.

Su aspecto era el de un chico de treinta y cinco años y actuaba como si tuviera catorce.

– Te prometo que no llorarás. Estaba trabajando en el guión ahora mismo. Gracias por el té, por cierto.

Tanya dio otro sorbo. Tenía sabor a vainilla y la etiqueta era francesa. Estaba bueno.

– ¿Has cenado ya? -preguntó Gordon.

Tanya negó con la cabeza.

– Yo tampoco. Todavía estoy con el horario cambiado. Creo que a mí me toca desayunar -comentó mirando su reloj-. Eso es. Las nueve y media de la mañana en París. Me muero de hambre. ¿Quieres desayunar conmigo? Lo cargaremos a tu habitación.

Gordon cogió el menú del servicio de habitaciones, llamó y pidió tortitas. Le propuso a Tanya que ella pidiera tostadas o tortilla, para que pudieran repartírselo. Sin saber muy bien por qué, Tanya aceptó. Aquel hombre ejercía un extraño efecto sobre ella. Estaba tan loco que conseguía que le siguiera el juego, aparte de la fascinación que sentía por trabajar con aquel excelente actor.

Comieron las tortitas, las tostadas, varios bollos y una macedonia de frutas, todo regado con zumo de naranja. Era la comida más absurda que Tanya había tomado nunca. Mientras tanto, Gordon comparaba las virtudes de Burger King y McDonald's.

– En París como muy a menudo en McDonald's -explicó-. Allí lo llaman MacDo. Y eso que me alojo en el Ritz.

– Hace años que no voy a París.

– Tendrías que volver, seguro que te iría bien.

Gordon volvió a tumbarse en el sofá, exhausto después de la comilona. Acto seguido, irguió un poco la cabeza y miró a Tanya con interés.

– ¿Tienes novio?

Tanya se preguntó si era simple curiosidad o si tenía un interés particular.

– No -contestó sin más.

– ¿Por qué no?

– Estoy divorciada y tengo tres hijos.

– Yo también estoy divorciado y tengo cinco hijos, todos de madres distintas. Las relaciones largas me aburren.

– Eso he oído.

– Ah, así que te han advertido sobre mí, ¿no? ¿Qué te han dicho? Seguro que te han contado que me lío con una mujer distinta en cada película. A veces solo lo hago para la promoción. Ya sabes cómo funciona esto.

Tanya asintió. Se preguntaba si realmente estaba tan loco como parecía. Eran casi las dos de la madrugada y empezaba a notar que el sueño la vencía, pero Gordon estaba totalmente despierto y, según el horario parisino, con un día entero por delante. Tanya, sin embargo, iba con el horario de Los Ángeles y estaba rendida. Al ver que bostezaba, el actor se incorporó.

– ¿Estás cansada?

– Más o menos -contestó ella, y le recordó que tenían una reunión a la mañana siguiente temprano.

– De acuerdo -dijo él levantándose.

Parecía un niño larguirucho y desgarbado. Se pasó un buen rato buscando uno de sus zapatos.

– Duerme un poco -aconsejó despidiéndose desde la puerta.

Se marchó enseguida y Tanya se quedó de pie en medio de la habitación sonriendo. Al cabo de un instante, sonó el teléfono.

– Gracias por el desayuno -dijo Gordon educadamente-. Estaba delicioso y ha sido divertido charlar contigo.

– Gracias. Contigo también. El desayuno estaba muy bueno.

– La próxima vez podemos tomarlo en mi habitación -se ofreció.

Tanya se echó a reír.

– No tienes TiVo.

– Mierda. Es verdad. Mañana mismo llamaré a mi agente para quejarme. ¿Puedes hacerme un favor mañana? Despiértame. ¿A qué hora te levantas?

– A las siete.

– Llámame cuando te vayas.

– Buenas noches, Gordon -dijo Tanya intentando sonar firme.

La verdad era que Gordon podía avisar en recepción para que le despertaran. Era lo que Tanya tendría que haberle dicho, pero era tan encantador y excéntrico que era difícil resistirse. Se sentía como si acabara de adoptar a un crío.

– Buenas noches, Tanya. Que duermas bien. Hasta mañana -se despidió Gordon.

Al apagar las luces, Tanya seguía sonriendo. Se puso el camisón, se metió en la cama y cayó rendida pensando en Gordon. Iba a ser realmente divertido participar en aquella película. Por una vez en la vida, Walt tenía razón.

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