La primera vez que Douglas llevó a Tanya a cenar, la velada resultó mucho más refinada de lo que Tanya había esperado, pero también sorprendentemente divertida. Tanya se puso el vestido de fiesta negro que el productor le había regalado el año anterior, sandalias de satén negro, pendientes de diamantes, una torera de piel y un pequeño bolso de mano a juego con las sandalias. Se había recogido la melena rubia en un moño y lucía un aspecto elegante y pulcro. Subió al nuevo Bentley de Douglas y el productor no pudo esconder su satisfacción al verla con aquel look tan distinguido. Tanya se quedó impresionada ante el elegante porte de Douglas que, además, lucía una corbata negra aquella noche. Juntos hacían una pareja extraordinariamente glamurosa. Asistían a la fiesta que celebraba uno de los actores de la vieja guardia hollywoodiense, un hombre mayor y muy respetado cuyas fiestas, precisamente, se habían hecho famosas por su increíble refinamiento. La casa era tan hermosa como la de Douglas, a pesar de que de sus paredes no colgaban cuadros tan impresionantes. Entre los invitados, estaban los nombres más importantes del mundo del espectáculo. Tanya tuvo ocasión de charlar con gente a la que solo conocía de oídas y Douglas fue testigo de los halagos que recibía por los guiones de Mantra y de Gone. El productor la colmó de atenciones para que se sintiera a gusto y estuvo pendiente de ella en todo momento.
La cena fue excelente y Tanya y Douglas bailaron sobre el suelo de cristal que cubría la piscina al son de una banda de música que había llegado desde Nueva York especialmente para la fiesta. Fue una velada maravillosa y disfrutaron de la fiesta hasta pasada la medianoche. Al regresar al hotel, tomaron una copa en el Polo Lounge. Tanya estaba relajada y feliz y dio las gracias a Douglas por lo bien que lo había pasado.
– En este tipo de fiestas se suele reunir gente interesante -comentó Douglas, después de asegurarle que él también lo había pasado estupendamente-. Gente inteligente, no los que solo quieren lucirse. Siempre hay alguien con quien entablar una buena conversación.
Tanya asintió. Había podido experimentarlo ella misma, ya que Douglas se había preocupado de incluirla en todas sus conversaciones. Había sido un acompañante considerado y atento, y Tanya había estado muy a gusto. Para su sorpresa, se sentía muy cómoda con Douglas. Después de la copa, el productor le dio las gracias por haber aceptado su invitación y le dijo que su compañía le había ayudado a disfrutar mucho más de la velada. Tanya podía notar que era sincero.
– Lo repetiremos pronto -dijo con una cálida sonrisa, dándole un beso en la mejilla-. Gracias, Tanya. Que duermas bien. Te veré mañana.
Tenían una reunión de preproducción en la oficina de Douglas a la mañana siguiente. Tanya se sentía como Cenicienta, como si al despertar, tuviera que volver a barrer la escalera del castillo. De cualquier modo, aquella noche había sido un interludio maravilloso para ambos.
Después de acompañarla hasta su habitación, Douglas se marchó pensativo y sonriente, repasando mentalmente la noche. Había salido aún mejor de lo esperado. Mientras Douglas conducía de vuelta a casa en su Bentley, Tanya se desvestía pensando en él. Era un hombre complejo y siempre había tenido la sensación de que detrás de los muros que construía a su alrededor, había mucho que descubrir. Era muy tentador intentar dar con la llave que los abriera y averiguarlo. Se trataba de un hombre inteligente y también atractivo. Tanya nunca había pensado que pudiera sentirse atraída por él, pero acababa de descubrir, sorprendida, que así era. Había disfrutado bailando, hablando con él y comentando después la noche. Además, se reían juntos. En conjunto, la noche había sido un éxito.
Después de lavarse los dientes, Tanya se metió en la cama pensando en lo afortunada que era por haber salido con Douglas. Aunque no era la forma en la que ella enfocaba las cosas, sabía que producía un gran efecto en Hollywood ir del brazo de Douglas Wayne.
En la reunión del día siguiente, Douglas se mostró extremadamente circunspecto. Adele presentó sus comentarios al guión y estuvieron discutiéndolos. Douglas apostó prácticamente todo el rato por las opciones de Tanya y estuvo de acuerdo con todo lo que ella opinaba. Y cuando no lo estaba, se lo explicaba con mucha delicadeza. Se mostró más respetuoso de lo habitual y particularmente amable. Se preocupó de que no le faltara té en ningún momento, y después de la reunión comió con ella y con el resto del equipo.
Tanya tenía la sensación de que Douglas, de un modo sutil, cauteloso y bastante agradable, la estaba cortejando. Era una sensación extraña pero placentera. Al acabar de trabajar, la acompañó al coche y le propuso que salieran a cenar al día siguiente. Tanya aceptó.
Mientras se alejaba, Tanya se preguntó a qué conduciría todo aquello; aunque creía que probablemente a ningún sitio, no podía negar que salir con Douglas era agradable y que, teniendo en cuenta la pesadilla que habían supuesto los últimos meses de su vida, le sentaba muy bien.
Su segunda cita oficial con Douglas fue mucho más informal que la primera. Fueron a un acogedor restaurante italiano donde estuvieron charlando durante horas. Douglas le contó su infancia en Missouri. Era hijo de un banquero y de una mujer de la alta sociedad. Ambos habían muerto siendo él muy joven y le habían dejado en herencia una respetable suma de dinero que él había utilizado para viajar a California y empezar su carrera de actor. Le costó muy poco tiempo darse cuenta de que el dinero y la emoción se encontraban en el mundo de la producción. Invirtió sus ahorros y ganó algo de dinero; a partir de ahí, se dedicó a invertir en producciones con las que había amasado una inmensa fortuna. Era una historia fascinante que Douglas relató a Tanya con soltura.
Había ganado su primer Oscar a los veintisiete años y a los treinta ya era una leyenda en Hollywood. Con el tiempo, la leyenda se había transformado en una institución. Corrían cientos de historias sobre Douglas Wayne y todos le consideraban un rey Midas. Era objeto de envidia, celos, respeto y admiración. Aunque era un duro negociador, tenía integridad; sin embargo, nunca aceptaba un no por respuesta. No tuvo reparos en reconocer a Tanya que le gustaba salirse con la suya y que podía ser realmente perverso con aquellos que le llevaban la contraria. Tanya estaba descubriendo a un hombre con muchos rasgos positivos y le interesaba todo lo que le contaba. Se daba cuenta de que solo le estaba dejando ver aquello que él quería y de que los muros que le protegían seguían en pie. Quizá siempre sería así, pero no tenía ninguna prisa por escalarlos o derribarlos. Era un apetecible desafío descubrir quién era Douglas Wayne. Hasta el momento había descubierto que era un hombre muy inteligente, distante, en cierto modo cauteloso, y con una solidez financiera notable. Tenía amplios conocimientos de arte, adoraba la música y aseguraba que creía en el concepto de familia, pero solo para los demás. No tenía problemas en admitir que los niños le ponían nervioso. Parecía tener muchas peculiaridades, algunas excentricidades y unas opiniones firmes. Pero, al mismo tiempo, Tanya percibía que era un hombre vulnerable, amable en ocasiones y muy poco pretencioso, algo sorprendente teniendo en cuenta quién era. Su lado más sarcástico, frío e intimidatorio -el más visible en un primer momento- parecía haberse ido suavizando conforme pasaban más tiempo juntos y le conocía mejor.
Aquella noche se fueron aún más tarde a casa. Douglas se abrió camino entre el tráfico de la noche camino del hotel. Había algo anticuado pero atractivo en sus modales. Tenía cincuenta y cinco años y llevaba veinticinco años soltero. Douglas le había ido dando pequeñas dosis de información sobre su persona -todas interesantes-, y ella había hecho lo mismo. Tanya se había referido a menudo a sus hijos pero él no había mostrado excesivo interés. Se había disculpado alegando que los chavales no eran lo suyo.
Después de aquella agradable velada, Douglas se despidió de ella de nuevo con un beso en la mejilla. Tanya sentía que la respetaba y que no pretendía interferir en su vida. Era un hombre que mantenía las distancias y que tenía claros y definidos límites a su alrededor, así que esperaba que los demás fueran igual que él. Dejaba claro que no le gustaba que la gente le fuera detrás. Del mismo modo, le desagradaban los camareros zalameros, los dueños de restaurante estirados o los maîtres remilgados. A Douglas le gustaba que le sirvieran educadamente, pero no soportaba bajo ningún concepto sentirse acosado. Era algo que repetía reiteradamente. Douglas prefería ser él quien se acercara a la gente, a su ritmo, antes que ser perseguido o acosado, y Tanya estaba encantada de dejar que él marcara el ritmo. No tenía intención alguna de atraparle, atosigarle o cazarle y, tal como iban las cosas, estaba perfectamente cómoda. No esperaba nada de él y la relación que mantenían en esos momentos era perfecta para ella. Aunque habían pasado unas noches estupendas juntos, seguían siendo solo amigos.
Douglas invitó a Tanya a muchas otras encantadoras veladas. Fueron a una exposición al Museo de Arte de Los Ángeles y también asistieron al estreno benéfico de una obra de teatro que ya había sido presentada en los escenarios de Nueva York. Era una obra polémica y los asistentes al evento formaban un público ecléctico e interesante. Después de la obra, se fueron ellos dos solos a cenar. Douglas la llevó a L'Orangerie para evitar el Spago, donde siempre solía haber gente conocida y él se habría pasado la noche saludando al resto de comensales. Douglas quería centrarse en Tanya y en su conversación con ella y no tener que preocuparse de toda la gente conocida que estaría preguntándose quién era la acompañante de Douglas Wayne. En L'Orangerie, Douglas pidió caviar para Tanya y langosta para ambos. De postre, suflé. Fue una cena perfecta y una velada maravillosa. Douglas estaba demostrando ser un compañero de cena y de cita realmente divertido. La incomodidad que había sentido Tanya al conocerle, los dardos afilados que le lanzaba y la cínica interpretación que hacía de su matrimonio y de su vida, no tenían absolutamente nada que ver con el hombre con el que estaba en aquellos momentos. Douglas era comprensivo, amable, interesante y atento, y se entregaba en cuerpo y alma para que Tanya lo pasara bien. Planeaba actividades inusuales que consideraba que serían de su interés, se mostraba respetuoso, encantador, gentil y eficiente, y siempre actuaba como si la estuviera protegiendo, incluso en las reuniones. A su lado, todo era fácil para Tanya.
Los domingos en la piscina de Douglas pasaron a convertirse en un ritual. Él tocaba el piano y Tanya hacía el crucigrama o se tumbaba al sol a dormir. Una vez empezó el rodaje de la película, resultaban un contrapunto ideal a la ajetreada semana. Habían empezado a rodar a principios de octubre, con una semana de retraso. El ambiente en el plató era extremadamente tenso debido al contenido de la película y a las rigurosas exigencias de la interpretación. Tanto Douglas como Tanya necesitaban abstraerse de aquella atmósfera, por lo que salían juntos por la noche para relajarse. Algunas veces, Douglas se reunía con ella en el bungalow y pedían la cena al servicio de habitaciones o cenaban en el Polo Lounge. Aunque el restaurante no resultaba tan íntimo como el bungalow, también les sentaba bien salir y hablar con otra gente.
Ambos parecían tener intereses comunes y la misma necesidad de estar o no con gente según su estado de ánimo. Era como si compartieran necesidades, pautas y ritmos. Tanya estaba sorprendida de lo bien que se llevaban. Nunca habría imaginado que estar con Douglas fuera tan divertido.
Sin embargo, por las noches, a solas en su habitación, Tanya no podía evitar, a ratos, seguir echando terriblemente de menos a Peter, aunque era totalmente comprensible. Veinte años de una vida no podían borrarse de un plumazo. Quizá su marido lo hubiera hecho, pero a Tanya todavía se le hacía raro no llamarle al final del día para darle las buenas noches. En un par de ocasiones, en momentos de terrible añoranza e insoportable soledad, había estado a punto de hacerlo. Echaba de menos la comodidad y familiaridad de su relación con Peter. Sin embargo, Douglas la mantenía feliz y ocupada y la ayudaba a ahuyentar de sus pensamientos lo mucho y rápidamente que había cambiado su vida. Resultaba extraño hacerse a la idea de que Peter se había marchado y de que ese abandono podía ser algo positivo. Se preguntaba cómo se llevaría con Alice, si serían felices o si se habrían dado cuenta de que había sido un error. A Tanya se le hacía duro creer que aquellos que habían traicionado a una esposa y a una amiga y habían roto corazones en la búsqueda de su felicidad, pudieran llegar a ser felices realmente. Pero quizá así fuera.
Cuando hablaba con sus hijos, estos se mostraban muy prudentes y nunca mencionaban ni a Peter ni a Alice, algo que Tanya agradecía. Oír hablar de ellos le resultaba doloroso y sospechaba que, hasta cierto punto, lo sería siempre. En un par de meses el divorcio sería un hecho, pero Tanya procuraba no pensar en ello. No podía soportarlo. Así que frente a las penas de su vida, Douglas le proporcionaba agradables distracciones.
Un domingo por la tarde, en la piscina, Douglas le preguntó por su divorcio. Había preparado una ensalada de endivias y centollo relleno y acababan de terminar de comer. Tanya le había comentado que la mimaba extremadamente. Aquello era tan distinto de su vida anterior… Pero aquellos días todo en su vida estaba a años luz de su antigua rutina en Marin, desde las cenas en Spago, pasando por la gente que la reconocía cuando salía por las noches, hasta su cómodo día a día en el bungalow 2 del hotel Beverley Hills. Todo había cambiado y el responsable de ello, en gran parte o en casi su totalidad, era Douglas.
– ¿Cuándo será efectivo el divorcio, Tanya? -preguntó con aparente indiferencia dando un sorbo a la copa de excelente vino blanco.
Su bodega era extraordinaria y Tanya había conocido con él gran cantidad de vinos y cosechas de las que había oído hablar y sobre las que había leído, pero que nunca había probado. También era un gran aficionado a los puros habanos. Siempre los fumaba en el exterior pero a Tanya le gustaba el olor. Era siempre tan educado y considerado que a Tanya le sorprendió la pregunta sobre su divorcio. Ahora que se veían tan a menudo y que las provocaciones ya formaban parte del pasado, Douglas casi nunca le hacía preguntas personales. Evitaba las cuestiones delicadas y sus conversaciones solían ser bastante superficiales. A Tanya no le quedaba ninguna duda de que Douglas disfrutaba de su compañía pero también rehuía la intimidad.
– A finales de diciembre -contestó lentamente.
No le gustaba recordarlo, ya que se sentía trasladada a una época muy dolorosa que todavía no había acabado y que quizá tardaría en superar. No podía creer que llegara un día en su vida en el que pensar en Peter y en lo ocurrido no le causara dolor. Todavía le dolía, y mucho. El esfuerzo de Douglas por distraerla era una gran ayuda y Tanya agradecía el tiempo que compartía con ella, su amabilidad y esa nueva relación que habían establecido, más allá de la estrictamente profesional.
– ¿Habéis repartido ya los bienes? -preguntó con interés, siempre más atento a las cuestiones financieras que a las emocionales, fuera en el ámbito que fuese.
– No había mucho que repartir -respondió Tanya, que tenía claro que los sentimientos eran cosa suya y no de Douglas-. Unas pocas acciones en bolsa y la casa. La propiedad es de los dos pero, de momento, puedo quedarme a vivir en ella con los chicos. Con el tiempo, probablemente tengamos que venderla. Y una vez acaben la universidad, no tendrá mucho sentido mantenerla. De momento, sigue siendo el hogar al que regresar en vacaciones y durante el verano. Supongo que viviré allí cuando no esté aquí haciendo películas, si sigo en esto.
Tanya sonrió y continuó:
– De lo contrario, volveré a Marin a escribir. Afortunadamente, Peter no necesita el dinero y puede esperar. Se gana bien la vida como abogado, pero los hijos resultan caros, y no puedes imaginar la fortuna que representan las tres matrículas universitarias. Así que, tarde o temprano, nos desharemos de la casa.
Tanya había invertido el dinero que había ganado con las dos películas a través de un corredor de bolsa de San Francisco. Era su dinero y Peter no había reclamado nada de esa cantidad. A pesar de que estaban casados bajo el régimen de bienes gananciales -y al casarse, ninguno de los dos tenía un penique ni habían firmado ningún contrato prematrimonial-, Peter no había querido saber nada del dinero ganado por Tanya. No había sido avaricioso ni había planteado exigencias económicas. Quería marcharse lo antes posible para estar con Alice. Tanya no sabía si tenían planeado casarse ni, de ser así, cuándo sería el enlace.
– ¿Por qué lo preguntas? -inquirió Tanya sin ocultar su sorpresa.
Aunque Tanya sentía que Douglas disfrutaba inmensamente de su compañía, no acababa de sentirse realmente cortejada y no le parecía que estuviera enamorado de ella. Era evidente que en aquellos momentos ambos estaban satisfechos con la situación: cada uno hacía su vida y, al mismo tiempo, se hacían compañía el uno al otro. Douglas no presionaba a Tanya, no la incomodaba ni buscaba sus favores sexuales. Eran dos colegas de profesión que azarosa y afortunadamente se habían hecho amigos, con algo de esfuerzo por parte de él y buena voluntad por parte de ella. En aquel momento de la vida de Tanya, era perfecto. Douglas sabía que una persecución más vehemente por su parte podía asustar a Tanya. El productor era suficientemente sensible para percibir que todavía no había superado su separación y que, probablemente, tardaría mucho tiempo en hacerlo. Ella había amado profundamente a su marido, aunque, al final, este había demostrado no ser merecedor de ese amor.
Douglas se había hecho en varias ocasiones la pregunta que ella le planteaba y la respuesta siempre había sido negativa. Al igual que Tanya, no veía razón alguna para volver a casarse. De vez en cuando sentía la tentación, pero se le pasaba enseguida. No era un candidato a pasar por la vicaría.
– No lo sé -contestó con cautela y midiendo cada una de sus palabras, sin dejar de echar el humo de su habano-. Creo que tienes razón. A nuestra edad no hay razones de peso para casarse. Bueno, tú eres mucho más joven que yo. Si no me equivoco, yo te saco doce años. A mi edad, todo se ve desde otro prisma. Es verdad que en ocasiones me descubro meditando sobre la soledad y llego a la conclusión de que no me gustaría terminar mi vida solo. Pero no me apetece cargar con una mujer joven y exigente que me dé la lata con liftings e implantes, o me pida un coche nuevo cada dos por tres, diamantes y abrigos de piel. No es por los caprichos en sí, pero no quiero tener que soportar a una mujer cara y pesada durante treinta años para asegurarme una compañera en la vejez. ¿Y si me atropella un autobús a los sesenta? No habría servido de nada.
Douglas miró a Tanya con una sonrisa y, sin dejar de fumar lánguidamente, continuó:
– Creo que no soy lo suficientemente viejo para volver a casarme, debería esperar a los setenta y cinco o a los ochenta, cuando esté hecho un asco. Claro, que entonces ya no encontraré a una buena chica. Me temo que lo del matrimonio es un problema a cualquier edad. No me quita el sueño, pero no he dado con la solución perfecta ni tampoco con la persona con la que quiera compartir mi vida, así que sigo como estoy. Has sufrido una dura experiencia, Tanya, así que entiendo que tengas miedo de que vuelvan a hacerte daño.
Douglas confiaba en estar ayudando a Tanya a salir adelante. A pesar de que había sentido una profunda lástima por lo que le había ocurrido, percibía que se las estaba arreglando bastante bien. Además, le gustaba conocerla más profundamente, y nunca le decepcionaba. Se había sentido atraído por la guionista desde el primer día, pero nunca hubiera creído que pudiera disfrutar tanto de su compañía ni que pudieran llevarse tan bien.
– Si te casaras de nuevo, Tanya, ¿qué le pedirías al matrimonio? -insistió Douglas con aire pensativo.
Era curioso que estuvieran manteniendo esa conversación, teniendo en cuenta que ninguno de los dos quería volver a casarse, ni entre ellos ni con nadie más.
– Querría lo que tenía antes, o lo que creía tener -respondió Tanya después de un momento de vacilación-. Alguien a quien amar y en quien confiar, una persona con la que me sintiese a gusto, con los mismos, o similares, intereses que yo. Alguien a quien pudiera respetar y admirar y que sintiera lo mismo por mí. En resumen, un amigo íntimo pero con un anillo en el dedo corazón.
Al hablar había recordado todo lo que había perdido y su rostro se tiñó de triste/a. Había sido una inmensa pérdida, ya que Peter, además de su marido, había sido su mejor amigo. Peor aún, no sentía que le hubiera perdido sino que se lo habían robado.
– No es muy romántico -comentó Douglas-. Me gusta. El amor pasional y juvenil dura aproximadamente cinco minutos y después conduce irremediablemente al caos, lo que más odio. Soy un amante del orden.
Era algo tan evidente que Tanya no pudo evitar sonreír. No había visto jamás a Douglas despeinado, su aspecto era siempre impecable e inmaculado y, en lo referente a su casa, parecía que acabaran de salir por la puerta el arquitecto y el interiorista y que Architectural Digest fuera a entrar para hacer un reportaje. Aquella pulcritud obsesiva podía resultar irritante para muchas personas, pero Tanya la consideraba agradable y cómoda. Era un indicador de que todo estaba en perfecto orden y bajo control. Toda su vida estaba bajo control y Tanya no se caracterizaba precisamente por su afición al desorden y el caos.
Douglas era un apasionado amante de la meticulosidad y de la organización; esa era una de las razones por las que no había querido tener hijos. Según él, conllevaban tener que batallar con el caos en todo momento. A pesar de que la gente que tenía hijos asegurara que los adoraba y que jamás renunciaría a la experiencia, Douglas no le encontraba atractivo alguno. Si alguna vez pensaba en tener hijos, los veía en rehabilitación, en un accidente de coche, llorando toda la noche, pintando el sofá o dejando galletas o crema de cacahuete por la casa. La inevitable histeria que provocaban los niños no iba con él y, solo de pensarlo, le embargaba una tremenda ansiedad.
Podía llegar a admirar a la gente que se arriesgaba a tener hijos, pero jamás había sentido ninguna necesidad de convertirse en padre, y seguía sintiendo lo mismo. No podría amar a una mujer en cuyos planes vitales entrasen los niños, ni tan siquiera sería capaz de pasar mucho tiempo con ella. Para él, su vida ya estaba suficientemente llena de responsabilidades y quebraderos de cabeza, como los que sufría gracias al nutrido grupo de actores inmaduros y descontrolados con los que trabajaba.
– Por lo visto, ninguno de los dos va a ir corriendo al altar, ¿verdad, Tanya? -comentó con una sonrisa mientras apuraba el puro.
– Me parece que no es algo que entre en mis planes inmediatos -contestó Tanya riéndose. Después, añadió-: Ni siquiera estoy divorciada todavía.
Lo estaría en unas semanas.
Douglas, sin ganas ni prisas por casarse de nuevo, era la compañía perfecta. Sobre todo el domingo. Hasta cierto punto, los domingos actuaban como si estuvieran casados, solo que no compartían ni sexo ni arrumacos. Douglas nunca la besaba, ni la abrazaba ni la cogía siquiera por el hombro.
Douglas y Tanya se limitaban a relajarse el uno junto al otro, observando la vida y el mundo desde sus respectivas perspectivas. Eran dos observadores inteligentes con un asiento de primera fila en la vida, unidos sin compromiso. En aquellos momentos, Tanya no quería nada más.
Más tarde, y siguiendo su costumbre, Douglas estuvo tocando el piano durante dos horas. Tanya se quedó tumbada junto a la piscina escuchándole, soñadora. Era un día cálido y hermoso, como la música. Junto a Douglas, la vida parecía fácil y cómoda y, por una inexplicable razón, Tanya se sentía segura junto a él. Era lo que necesitaba en aquella época de su vida: seguridad y paz. Había tenido incertidumbre y miedo más que suficientes durante aquellos últimos meses, por lo que valoraba y apreciaba increíblemente la sensación de cobijo y seguridad que le aportaba Douglas. En cuanto a él, Tanya le ofrecía una compañía inteligente sin exigencias emocionales, lo que siempre había deseado.