Capítulo 21

El rodaje de la película resultó ser una diversión constante. Tanya trabajaba en un plató rodeada de una docena de actores de comedia, con una historia muy divertida y un guión jocoso. Los cómicos eran incapaces de actuar sin echarse a reír y, como consecuencia, las tomas falsas eran aún más divertidas que las escenas de la película. El director era un hombre con un agudo sentido del humor, el productor una excelente persona y los cámaras, encantadores. Además, el guión se escribía prácticamente solo y Tanya disfrutaba trabajando en él. Le encantaba ir cada mañana al plató y, al acabar el día, solía llamar a sus hijos para explicarles todo lo concerniente a su trabajo. Molly estuvo de visita en el rodaje y se quedó prendada del equipo. Como a todo el mundo, Gordon Hawkins le pareció maravilloso.

En la segunda semana de rodaje, Tanya y el actor principal ya habían congeniado. La guionista se fijó en que el actor pasaba revista a todas las mujeres que había a su alrededor, como si calibrase cuál de todas ellas iba a convertirse en su siguiente presa. Pero en el reparto, había mujeres suficientemente inteligentes para no liarse con él. Al parecer, su objetivo no estaba siendo fácil en aquel rodaje, algo que resultaba totalmente inédito.

Una noche, en el bungalow de Tanya, mientras ella hacía cambios en el guión y él veía la televisión recostado en el sofá, le preguntó con preocupación:

– ¿Te parezco mayor, Tanya?

Acababa de zamparse un par de hamburguesas y un batido, pero su apetito voraz no impedía que se mantuviera relativamente delgado. Se pasaba muchas horas en el gimnasio.

– ¿Mayor en relación con quién? -preguntó ella sin prestarle mucha atención.

Gordon pasaba muchas horas tumbado en el bungalow de Tanya hablando sin cesar. No le gustaba estar solo y se sentía a gusto con Tanya.

– Más mayor de lo que parecía antes -aclaró cambiando de canal por enésima vez en la última hora.

Se pasaba el día haciendo zapping. Cuando Tanya prestaba atención a la pantalla y descubría algo que le habría gustado ver, al instante siguiente había desaparecido. Eran escenas muy similares a las de su vida de casada.

– No lo sé, acabo de conocerte. No sé qué aspecto tenías antes.

– Es cierto. Es que en esta película no hay mujeres que merezcan la pena y me resulta muy deprimente. Tendrían que haber contratado una para mí.

– Por lo que he oído, te las arreglas bastante bien solo -le recordó Tanya.

Pero Gordon negó con un vehemente movimiento de cabeza.

– Bobadas. Siempre me lío con mujeres que trabajan conmigo. Fuera del plató, no conozco nunca a nadie.

– A lo mejor, por una vez en la vida, tendrás que hacer un esfuerzo e intentarlo -dijo ella apagando el ordenador, consciente de que no iba a poder seguir trabajando con Gordon en la habitación y dispuesta a pasar un rato ameno charlando con él.

– Qué chorrada -comentó él-. ¿Y tú? Eres una mujer superatractiva.

– Gracias -respondió Tanya tomándose el comentario simplemente como un cumplido.

Tanya siempre le decía a Gordon que mentía más que hablaba, algo que él solía admitir sin problemas.

– ¿Te gusto? -preguntó él con una mirada inocente.

Tanya se echó a reír. Se estaban haciendo grandes amigos y confiaba en que la amistad durase más que el rodaje de la película. Tanya podía afirmar sin la menor duda que Gordon le gustaba: era un tipo divertido, hasta cuando no pretendía serlo; parecía inofensivo y, más allá de su excentricidad, era buena persona; daba la impresión de que adoraba a sus hijos, a sus ex mujeres y a sus ex novias y, para colmo, tanto sus hijos como sus ex, le adoraban también.

– Me gustas mucho -dijo ella sinceramente-. ¿Te está entrando una crisis de autoestima? ¿Llamo a tu psiquiatra?

– No, está de vacaciones en México. Debo de pagarle más de la cuenta. A mí también me gustas mucho. Deberíamos salir juntos durante la película.

– ¿Estás loco? Doblo en edad a las mujeres con las que sueles salir. Además, no pienso comprometerme contigo si no me garantizas que podré quedarme con el anillo.

– Qué lata -comentó él, pensativo-. Podríamos salir sin comprometernos. A mí me iría mucho mejor.

– O no salir y decir que salimos -bromeó Tanya.

Gordon se incorporó de golpe como si hubiera tenido una revelación.

– Dios mío, creo que me gustas, Tanya. De verdad. Acabo de darme cuenta.

– Debe de ser que tienes hambre. Llama al servicio de habitaciones.

– Hablo en serio. Me atraes. Ahora lo veo claro. Eres muy divertida, eres inteligente y tremendamente sexy.

– No soy sexy.

– Sí, sí lo eres. A mí las mujeres inteligentes me parecen sexy.

– No soy tu tipo -le recordó Tanya sin dejarse impresionar por su gran descubrimiento.

Interpretó sus palabras como una simple fanfarronada, aunque no podía negar que era divertido escucharle. Siempre se lo pasaba bien a su lado y era agradable contemplarle.

– No, no eres mi tipo -reconoció Gordon-. Suelo salir con chicas más tontas y con tetas más grandes. ¿Y yo? ¿Soy tu tipo?

– En absoluto -aseguró Tanya-. Me gustan más mayores, más serios y más pijos. Mi marido era abogado.

– Entonces no hay duda de que no soy tu tipo -dijo él encantado con aquella nueva revelación-. ¿Sabes lo que eso significa? -añadió Gordon claramente emocionado.

– Sí, que no saldremos juntos -contestó Tanya riéndose-. Hasta ahí llego.

– No, nada de eso. Cuando sales con alguien que no es tu tipo, te casas. Cuando es tu tipo, tienes una aventura apasionada y rápidamente lo echas todo a perder. Pero siempre te casas con aquellas personas que no son tu tipo. Ninguna de mis mujeres era mi tipo -sentenció, como si así confirmara su teoría.

– Pero ya no estás casado con ninguna de ellas, un punto en contra de tu hipótesis.

– Sí, pero sigo queriéndolas. Y ellas a mí también. Creo que son maravillosas.

– Acabas de convencerme, Gordon. Creo que estás realmente loco. Quizá deberían meterte en un manicomio.

– Hablo en serio. Quiero salir contigo. Si lo prefieres, no nos comprometeremos ni nos casaremos. Intentémoslo y a ver qué pasa.

– Mis hijos me matarían si me casara contigo.

En realidad, Molly opinaba que Gordon no solo era maravilloso sino también el hombre más divertido que había conocido. Aunque Tanya estaba completamente de acuerdo con su hija, eso no convertía a Gordon en un candidato a pareja sentimental. Solo era una compañía divertida.

– Mis hijos te adorarían -dijo él muy serio-. ¿Qué me dices?

– Creo que ya va siendo hora de que vuelvas a tu habitación, seguro que es hora de que tomes tu pastilla. Si sigues más rato aquí diciendo tonterías, tendré que tomarme yo una.

De pronto, Gordon se puso en pie, fue directo hacia donde Tanya estaba sentada y la besó en la boca con delicadeza pero con un beso de verdad. Ella le miró con expresión alucinada y escandalizada a un tiempo. Gordon acababa de hacer algo bastante escandaloso. Pero era tan persistente y tan increíblemente sexy, que Tanya no pudo evitar devolverle el beso mientras se preguntaba por qué actuaba así. Entonces, Gordon volvió a besarla. Besaba extraordinariamente bien.

– ¿Ves lo que te digo? No eres mi tipo pero me pongo como loco contigo, Tanya.

– Tú también me pones como loca -reconoció Tanya totalmente obnubilada.

Pero luego, añadió:

– Gordon, esto no es una buena idea. Estamos cometiendo una tontería. ¿Por qué no nos limitamos a ser amigos?

– Enamorémonos. Es más divertido -propuso Gordon.

– Si lo hacemos, será un desastre.

– No, no lo será. Ya te lo he dicho. A lo mejor acabamos casados.

– ¡Ni hablar! -se escandalizó Tanya.

– De acuerdo, lo siento. No mencionaré el matrimonio nunca más. Vámonos a la cama -dijo él tomándola por el hombro y besándola apasionadamente.

Era imposible echarse atrás: era divertido y maravilloso para ambos. Para Tanya, Gordon era el hombre más sexy y divertido que había conocido jamás, una combinación insuperable y a la que era casi imposible resistirse. Aunque lo intentara, no lo lograría, porque Gordon no iba a dejar de besarla.

– No pienso irme a la cama contigo -dijo Tanya haciéndose la ofendida.

Él no rebatió aquella afirmación, pero media hora más tarde estaban juntos en la cama. Después, Tanya se horrorizó ante lo sucedido; no conseguía creer que hubiera sido capaz de hacer algo así.

– Eres un lunático, Gordon Hawkins -dijo ella abrazándole.

Había sido una buena experiencia. Gordon era dulce, un amante fabuloso y había dicho que adoraba el cuerpo de ella.

– Eres maravillosa, Tanya -dijo abrazándola y oliéndola, como si fuera un cachorro gigantesco.

Era dulce, afectuoso, delicioso. A Tanya le encantaba estar con él y había sido hermoso hacer el amor.

– Vuelve a tu habitación, Gordon -dijo haciendo ver que hablaba en serio.

Gordon no se movió ni un centímetro; se quedó toda la noche en la cama de Tanya abrazándola. Hicieron el amor otras dos veces y durmieron como niños. A la mañana siguiente, cuando se despertaron, el sol ya entraba por la ventana. Se ducharon juntos, desayunaron en la habitación de Tanya y después Gordon volvió a su bungalow para vestirse. De camino al estudio, Tanya se quedó mirándole fascinada. No podía creer lo ocurrido, pero el caso era que, al contrario de lo que habría podido pensar, no se sentía mal por haberse acostado con él.

– A ver, ¿de qué va esto? -preguntó ella-. ¿Soy tu aventura de esta película? Qué locura.

– A lo mejor dura para siempre -dijo él, esperanzado-. Nunca se sabe. Me encantaría. Me gustas mucho, Tanya.

– Tú a mí también, Gordon -corroboró ella suavemente.

«¿Qué estás haciendo?», se preguntó Tanya. No tenía respuesta, pero, de cualquier modo, no hacía daño a nadie y se lo estaba pasando bien. ¿Qué había de malo en ello?

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