Capítulo 12

Volver a Los Ángeles después de Navidad fue doblemente agónico. Antes de marcharse, abruzó a sus dos hijas con lágrimas en los ojos y tan alterada que no pudo pronunciar palabra. Incluso Megan dio muestras de compasión. Por otro lado, su hija se quedaba sin mentora femenina. La familia Harris sabía que Alice iba a estar fuera un mes entero, ya que había llamado a las mellizas para despedirse. Nadie sabía exactamente cuáles eran sus planes, pero le había dejado a Peter el itinerario que pensaba seguir; una información que él no quiso compartir con nadie y que, en realidad, tampoco quería tener. Peter no se fiaba de sí mismo, así que después de anotar los números de teléfono, se lo pensó mejor, rompió la nota en mil pedazos y se deshizo de ellos rápidamente. De ese modo, si alguna noche flaqueaba, no tendría la posibilidad de llamarla y pedirle que regresara. Así se sentía más seguro, a pesar de que estaba decidido a dejarlo con Alice y creía ser capaz de hacerlo. Pero, a decir verdad, últimamente no se consideraba capaz de gran cosa ni tenía una gran seguridad. Le resultaba muy doloroso saber que Tanya ya no confiaba en él.

– Todavía te quiero, Peter -le dijo Tanya con tristeza en el aeropuerto.

Tanya seguía teniendo un aspecto horrible y no habían conseguido hacer el amor antes de su marcha. Cada vez que Tanya pensaba en ello, en su cabeza aparecía la imagen de Peter traicionándole con Alice. Le iba a costar tiempo recuperarse del impacto y volver a sentirse bien con su marido.

– Yo también te quiero, Tan. Siento mucho todo lo que ha ocurrido.

Las fiestas navideñas habían sido un absoluto infierno para todos. Sus hijos -a pesar del esfuerzo de sus padres por ocultar los problemas- se habían dado cuenta de que algo iba mal, y para colmo el mutismo de sus padres no había hecho más que aumentar sus temores y preocuparles todavía más.

– Espero que las cosas mejoren pronto -deseó Tanya con tristeza.

– Yo también -coincidió Peter.

Era sincero y realmente quería que su matrimonio volviera a funcionar. Sin embargo, no sabía cuán profundo era el daño causado. Sin duda, mucho.

– Si puedo, volveré a casa el viernes.

¿Qué ocurriría si no podía? Se preguntó Tanya. ¿Con quién dormiría Peter? ¿Dónde iba a estar Alice? ¿Buscaría su marido a otra sustituta? Tanya había confiado ciegamente en su marido durante veinte años, pero ya no estaba segura de nada ni confiaba en nadie. Menos aún en Peter.

Era terrible para Tanya tener esos sentimientos, al igual que para Peter, que podía adivinarlos cada vez que su esposa le miraba. En sus ojos veía el ardiente reproche y el reflejo de su corazón roto. Por ello, en cierto modo, ambos se sintieron aliviados al separarse. Habían sido tres semanas espantosas y aunque Tanya sufría por abandonar a su familia, también se alegraba de volver a Los Ángeles. Aunque su corazón estaba destrozado, era una forma de huir. En aquella ocasión, Peter habría tenido razón, porque realmente ansiaba estar lejos.

Entró en el bungalow a las ocho de la tarde, pero las alegres habitaciones del hotel Beverly Hills le parecieron deprimentes esta vez. Quería y no quería volver a casa. Lo que deseaba era volver a estar en Ross con Peter, como antes, pero no sabía si eso sería posible. Se sentía más sola que nunca y añoraba terriblemente a sus hijos. Echaba a todo y a todos de menos, incluso a sí misma, como si aquellas tres semanas la hubieran también separado de su persona. Lo único que no había perdido era a sus hijos, pero sentía que un abismo la separaba de ellos.

Aquella noche no llamó a Peter, y él tampoco la llamó. El silencio del bungalow 2 era ensordecedor, pero Tanya no se molestó siquiera en poner música. Se metió en la cama hecha un ovillo, llamó a recepción para pedir que la despertaran y se echó a llorar desconsoladamente. En cierto modo, era un alivio no tener a Peter a su lado, no sentir su presencia ni preocuparse por sus pensamientos o por si había noticias de Alice. Tanya tenía la sensación de que no iba a ser capaz de cortar los lazos que unían a su marido con su amiga y tampoco podía saber si la promesa de Peter de romper aquella relación era sincera o, caso de serlo, si podría mantenerse fiel a ella. No sabía qué pensar. Había confiado en Peter, pero en solo tres semanas su pequeño y pacífico mundo se había venido abajo como un castillo de naipes. Lloró y lloró hasta que cayó rendida.

Al día siguiente, tuvo que madrugar, pero volver al plató le pareció una bendición. Enseguida vio a Max y a Harry compartiendo una pasta. En cuanto vio a Tanya, el perro empezó a mover la cola, un gesto al que ella correspondió con una caricia y una apagada sonrisa.

– Bienvenida -la saludó Max con una sonrisa.

El director no tardó ni un segundo en captar la pena que Tanya arrastraba consigo. Había perdido por lo menos cinco kilos y estaba muy demacrada.

– ¿Cómo han ido las vacaciones? -preguntó fingiendo no haberse dado cuenta.

– Fantásticas -respondió Tanya de manera automática-. ¿Qué tal en Nueva York?

– Ha hecho un frío espantoso y no ha parado de nevar. Pero ha sido divertido. Mis nietos me han dejado agotado. Los niños son para los jóvenes. Yo ya soy demasiado viejo.

Tanya esbozó una sonrisa. En ese momento, se acercó Douglas con un montón de notas. Eran los nuevos cambios en el guión, señalados en color pastel. Habían sido tantos los cambios que ya no sabían cómo identificarlos.

– Bienvenida a Hollywood una vez más -dijo arqueando las cejas, sorprendido ante el aspecto de Tanya. En un tono claramente irónico, añadió-: Veo que en Marin todo ha ido de maravilla, ¿no? Me parece que no has probado bocado desde que te fuiste.

Douglas, como siempre, un encanto. Jamás se mordía la lengua ni dejaba de decir lo que pensaba.

– He estado con gripe -dijo Tanya sabiendo que no la creería.

– Lo lamento. Bienvenida de vuelta al trabajo -repitió antes de seguir su camino.

Douglas pasó toda la mañana en el plató, ya que aquella mañana tocaba rodar algunas de las escenas más complicadas. Para sorpresa de todos, Jean Amber recordó el guión a la perfección. La actriz estaba radiante, y tanto ella como Ned estaban exultantes en las escenas que compartían. Entre ellos fluía una energía eléctrica. Corría el rumor de que habían pasado las vacaciones de Navidad los dos juntos en St. Bart.

Después de gritar el último: «¡Corten! Buena», para indicar que la última escena había sido de su agrado, Max y Tanya se fueron a comer juntos.

– Ay, la juventud y el amor… -comentó Max a propósito de los jóvenes actores-. ¿Estás bien? -preguntó después, al darse cuenta de que tenía aún peor aspecto que por la mañana y que su palidez era cadavérica-. Si sigues enferma, no tienes por qué venir a trabajar. Podemos llamarte al hotel.

– No, estoy bien. Solo un poco cansada.

– Has perdido muchísimo peso.

– Sí, creo que sí -musitó Tanya conmovida por la sincera preocupación de Max.

Bajó la vista fingiendo que se concentraba en el guión y luchando por contener las lágrimas, aunque sin éxito. Cuando estas empezaron a caer por sus mejillas, Max le tendió un pañuelo de papel.

– Veo que te lo has pasado en grande -dijo con dulzura ante la sorprendida mirada de Harry, que también se daba cuenta de que algo no iba bien.

– Sí, de maravilla -dijo sonándose, secándose las lágrimas y riendo a un tiempo-. Algunas vacaciones son peores que otras. Estas no han sido precisamente fantásticas.

– Más bien parecen haber sido espantosas -repuso Max poniéndose serio-. ¿Qué es lo que ha hecho? ¿Encerrarte en el calabozo y negarse a alimentarte? A lo mejor no estás al corriente, pero hay un sinfín de números gratuitos a los que puedes llamar cuando ocurren cosas así. El último al que yo llamé era 900-DIVORCIO y me funcionó. Enseguida mandaron una furgoneta y se llevaron a la zorra de turno. Recuerda el número por si se repite y, sobre todo, llévate el móvil al calabozo.

Tanya rompió a llorar con más desconsuelo y Max le tendió unos cuantos pañuelos más.

– No ha sido tan terrible -repuso.

Pero entonces guardó silencio un instante, y queriendo ser sincera consigo misma añadió:

– Ha sido peor. Si he de ser sincera, han sido unas vacaciones de mierda de principio a fin.

Tanya se daba cuenta de que le haría bien sincerarse con Max.

– A veces, las Navidades son así. Las mías suelen serlo -quiso consolarla-. Yo este año he estado con mis hijas, pero lo que suelo hacer es ofrecerme como voluntario en algún comedor social. En esos lugares me doy cuenta de que la vida no me ha ido tan mal después de todo y descubres que hay gente mucho menos afortunada que tú. A lo mejor te iría bien hacer algo así.

Tanya asintió pero no dijo nada.

– Lo siento, Tanya -continuó Max con voz cálida y suave.

Tanya prorrumpió en sonoros sollozos.

– ¿Quieres que llame a un fontanero? -bromeó Max-. Me parece que hay una tubería que no acaba de funcionar, bueno, más bien tienes un escape de narices.

Tanya se echó a reír de nuevo entre sollozos y dijo:

– Lo siento, estoy hecha polvo. No he parado de llorar desde que llegué a Los Ángeles. En casa ha habido una tensión terrible, pero tenía que poner buena cara delante de mis hijos, así que me estoy desahogando desde que llegué ayer por la noche.

– Si te alivia… ¿Es un problema serio o no tan serio?

– Serio -contestó ella clavándole la mirada.

Max vio que los ojos verdes de Tanya parecían dos agujeros sin fondo llenos de dolor.

– ¿Puedo ayudar en algo? -preguntó preocupado de veras por verla en aquel estado.

Tanya negó con la cabeza.

– Lo suponía -dijo Max-. Tal vez el tiempo lo arregle.

– Quizá.

Podría arreglarse si Peter decía la verdad, si Alice se mantenía alejada el tiempo suficiente y si Tanya podía volver a casa los fines de semana. Si no era así, una vez Alice hubiera regresado, solo Dios sabía qué ocurriría. Tanya no confiaba en ninguno de los dos e intuía que nunca más volvería a confiar en ellos, y sin confianza, no había forma de seguir adelante con un matrimonio.

Apesadumbrada, miró a Max y optó por confiar en él. Decidida como estaba a que sus hijos no supieran nada y teniendo en cuenta que solo tenía dos confidentes en la vida, Alice y Peter, Tanya no había podido hablar con nadie de lo sucedido.

– El día que regresé a Marin descubrí que mi marido estaba teniendo una aventura con mi mejor amiga -confesó Tanya sin ocultar su dolor.

– ¡Mierda! Eso sí que es una cabronada -exclamó Max abriendo y cerrando los ojos muy deprisa-. Espero que no te los encontrases en plena faena.

– No, lo vi en los ojos de Peter. Durante las vacaciones de Acción de Gracias ya tuve algunas sospechas, pero me parece que todavía no había pasado nada. Quizá presentí que iba a pasar.

– Las mujeres sois increíbles para estas cosas. Siempre notáis algo, lo sabéis, lo que es espantoso para nosotros, porque jamás podemos esconder nada. Los hombres, sin embargo, no nos enteramos de nada hasta que estalla delante de nuestras narices. ¿Y qué sucedió después?

– Hemos pasado tres semanas espantosas torturándonos el uno al otro. Ella se ha marchado de viaje a Europa y él ha dicho que cuando regrese no seguirá viéndola. Asegura que han terminado.

– ¿Le crees? -preguntó Max, halagado porque Tanya estuviera confiando en él y valorara su consejo.

– Ya no -contestó Tanya negando con la cabeza-. Y quizá no vuelva a creerle nunca. Me temo que en cuanto ella regrese, volverán. Está convencido de que nunca volveré de Los Ángeles, que esto es lo mío. Es tan injusto… Le digo que no es cierto, pero no me escucha.

– Eso es una excusa, Tan. Si quisiera seguir contigo, le daría igual lo que hicieras. Podrías ser bailarina del vientre en un harén o haberte liado con el rey de Inglaterra o con Donald Trump. Opino que si quisiera estar contigo, te diría que en cuanto acabaras la película, corrieras a casa y te olvidaras de Hollywood. A lo mejor quiere separarse o quizá esté asustado y sienta que no es el hombre adecuado para ti. ¿Ella es más joven?

– No -dijo Tanya-. Es seis años mayor que yo, dos años mayor que Peter.

– Entonces debe de estar enamorado. Nadie se va con una mujer dos años mayor si no es por amor -dijo Max sin disimular su sorpresa ante aquel dato.

– Son muy parecidos. Por eso les quería a los dos. ¡Cómo me ha jodido esa tía! Hace dos años que enviudó, yo estoy siempre fuera… eso me dijo Peter. Mis hijos la ven como una tía y se lleva mejor con una de mis hijas que yo misma. Creo que ha sido ella quien le ha ido detrás, que estaba esperando su oportunidad. Quería a Peter, y con lo de la película se lo he puesto en bandeja. Menuda suerte para mí…

Max asintió comprensivo y preguntó:

– ¿Y qué dice él?

– Que han terminado.

– ¿Te ha dicho si la quiere?

– Dice que no lo sabe.

– ¡Odio a los tipos así! -estalló Max, irritado-. O la quiere o no la quiere. ¿Cómo es posible que no lo sepa?

– Dice que también me quiere a mí -dijo Tanya sonándose la nariz una vez más-. Ya ni siquiera sé si creérmelo.

El aspecto de Tanya era el de alguien a quien le habían destrozado la vida. Así se sentía y, de hecho, eso era lo que había ocurrido. Max sintió una terrible lástima por ella. Consideraba a Tanya una mujer extraordinaria y había hablado tanto de su marido, de lo mucho que ella le amaba… Se daba cuenta perfectamente de que había sido un golpe tremendo para ella y un mazazo fatal para su matrimonio.

– Creo que te quiere, Tanya -dijo Max, pensativo, mientras se acariciaba la barba, un gesto habitual en él cuando meditaba sobre cualquier cuestión-. ¿Quién no iba a quererte? Tiene que estar sordo, mudo o ciego para no amarte. También creo que debe de estar confundido. Aunque es realmente patético, probablemente diga la verdad y os quiera a las dos. Son cosas que ocurren. Los hombres nos liamos mucho con estas cosas. Por eso siempre hay tíos que tienen una mujer y una amante a la vez.

– Y ¿qué hacen? -preguntó Tanya sintiéndose como una niña.

– Depende del tipo. Algunos se casan con su amante y otros se quedan con la esposa. En lo que tal vez tenga razón, Tanya, es en que quizá Hollywood te haga crecer como persona y le dejes a él atrás. Yo creía que tu caso era distinto y que saldrías pitando de vuelta a casa en cuanto acabase la película. Pero nunca se sabe; a lo mejor haces otra película o a lo mejor le das una patada en el culo si sigue portándose así.

– Volveré a casa de todos modos -respondió Tanya con una sonrisa-. No tengo razón alguna para quedarme aquí.

– Podrías tener una carrera formidable en el cine, si quisieras. Has hecho un trabajo fantástico con este guión y después del estreno de la película seguro que tienes un montón de ofertas. Si quisieras, tendrías donde escoger.

– No quiero. Me gusta mi vida.

– Entonces lucha por ella. Átale corto: vete a casa, pártele la cara, no le pases ni una y hazle pagar por lo que ha hecho. Eso es lo que me hacían mis mujeres cuando me desviaba de la senda.

– ¿Y qué hacías tú? -preguntó Tanya con interés.

– Me divorciaba de ellas lo más rápidamente posible. Pero mis amantes siempre eran más jóvenes, más monas y más divertidas.

Los dos se echaron a reír.

– En tu caso, si tu marido tiene una pizca de sentido común, se quedará contigo. Si eso es lo que quieres, espero que así sea. ¿Te la había pegado alguna vez?

Ella negó con la cabeza. En eso sí creía estar en lo cierto.

– Bien, entonces es un hombre virgen. Puede que no vuelva a hacerlo, a lo mejor ha sido un error aislado, un desliz. Vigila a esa mujer y no te creas una sola palabra de lo que te diga ninguno de los dos. Fíate de tus instintos y no te equivocarás.

– Así es como lo averigüé. Lo supe en cuanto les vi.

– Buena chica. Aguanta, tal vez se solucione. Siento que hayas pasado por algo tan duro.

– Sí, yo también -respondió Tanya encogiéndose de hombros-. Gracias por escucharme.

El perro de Max empezó a ladrar y los dos se echaron a reír.

– Siempre está de acuerdo conmigo. Es un perro muy listo.

– Y tú eres un hombre muy listo y también un buen amigo -dijo Tanya inclinándose y besándole en la mejilla.

– ¿De qué estáis hablando vosotros dos tan juntitos? -preguntó intrigado Douglas cuando hizo su aparición en ese preciso instante.

– Se me acaba de declarar -bromeó Max-. Le he dicho que mi precio son seis vacas, un rebaño de cabras y un Bentley nuevo. Estábamos cerrando la negociación. Se muestra muy reacia con las cabras, pero el Bentley ha sido coser y cantar.

Douglas sonrió y Tanya se echó a reír. Después de hablar con Max, se sentía mejor.

– Me parece que ha ido bastante bien esta mañana, ¿verdad? ¿Qué te ha parecido? -preguntó Douglas al director.

Max le dijo que estaba encantado. El romance entre Jean y Ned les iba de maravilla para el rodaje ya que, como solía ocurrir, contribuía a que su interpretación mejorase de forma increíble. Una relación íntima entre los protagonistas era algo muy habitual en Hollywood. Eran como amores de crucero: cuando desembarcaban en tierra, se terminaban. En algunas ocasiones, la aventura continuaba, pero era algo excepcional. El equipo de la película había hecho sus apuestas y la gran mayoría consideraba que no duraría. Jean tenía fama de cambiar de novio como de zapatos, y lo cierto era que tenía bastantes pares. Con Ned ocurría otro tanto. Estaban cortados por el mismo patrón.

– ¿Quieres que comamos algo juntos esta noche después del rodaje? -preguntó Douglas a Tanya-. Me gustaría hablar contigo de algunos cambios en el guión.

Tanya estaba agotada, pero pensó que era mejor no rechazar la oferta. Aunque lo disfrazara de invitación, era una orden que había que cumplir.

– Claro, siempre que pueda ir así -contestó ella, sin ánimos para volver al hotel a cambiarse.

– Por supuesto, así estás bien. Podemos cenar sushi o comida china. Seré breve; ya sé que has estado enferma -respondió Douglas, que no se había fijado demasiado en ella y que, a pesar de verla pálida y mucho más delgada, no tenía razón alguna para dudar de su explicación.

Tanya, por su parte, no tenía ninguna intención de contarle la verdad.

Aquella tarde terminaron el rodaje hacia las ocho y Douglas la llevó en coche hasta su sushi bar preferido. Les seguía la limusina de Tanya, porque Douglas tenía otro compromiso después de la cena.

Cuando se sentaron a la mesa, Tanya estaba agotada. Para su sorpresa, los cambios en el guión que quería discutir Douglas con ella eran mínimos. En realidad, el productor quería saber qué tal estaba.

– Y bien, ¿cómo ha ido la Navidad? Supongo que habrás disfrutado de tus hijos -preguntó mientras repartían el sushi, ya que a los dos les gustaban las mismas variedades, y lo servían en los platos.

– Sí, he disfrutado mucho con ellos -dijo Tanya queriendo convencerse a sí misma y tratando de olvidar la realidad de sus Navidades-. Pero lo cierto es que ha sido agradable volver hoy al trabajo.

Douglas la miró a los ojos e intuyó algo.

– No sé por qué, pero me da la sensación de que tienes problemas en casa y me estás mintiendo. Aunque si estoy metiendo la pata, solo tienes que decirme que me ocupe de mis asuntos.

No quería contárselo todo pero tampoco tenía fuerzas para mentirle. Al fin y al cabo, ¿qué importaba?

– No estoy mintiéndote, pero no quiero hablar de ello -admitió Tanya-. Si tengo que ser sincera, las vacaciones han sido un horror.

– Lo siento -dijo él dulcemente-. Esperaba estar equivocado.

Tanya no quiso creer las palabras de Douglas. Sabía que estaba empeñado en que se dejara conquistar por la vida de Los Ángeles.

– ¿Algo serio? -insistió Douglas, que se había percatado del dolor que reflejaban los ojos de Tanya y sentía sincera lástima por ella.

– Quizá. El tiempo lo dirá -dijo ella crípticamente.

– Lo lamento, Tanya -repitió Douglas-. Sé lo mucho que significa tu hogar para ti. Doy por sentado que el problema ha sido con tu marido y no con tus hijos.

– Así es. La primera vez. Una completa sorpresa.

– Siempre es una sorpresa para todo el mundo. Ni las relaciones ni la confianza en la pareja son fáciles, estés casado o no. Por eso yo las evito a toda costa -dijo Douglas sonriendo mientras acababan con el sushi-. Es más fácil ser libre y mantener relaciones superficiales.

Douglas sabía que no había nada superficial en la vida, el matrimonio o los sentimientos de Tanya hacia su marido, así que añadió:

– Aunque sé que no es tu forma de ser.

– No, no lo es -afirmó Tanya con una apagada sonrisa-. Creo que al venir yo aquí, nos pusimos a prueba. Estar fuera de casa nueve meses y regresar únicamente en contados fines de semana es una dura exigencia. Ha sido duro para Peter y para las niñas. Es una pena que no ocurriera el año próximo. Pero, aun así, para él habría sido igualmente duro.

– A lo mejor fortalece vuestro matrimonio -comentó Douglas mientras pagaba la cuenta. Sin embargo, no creía realmente en lo que decía.

Para Douglas, Tanya era una especie extraña. Le fascinaba pero, al mismo tiempo, no entendía que diera tanto valor a su forma de vida ni por qué la defendía de aquella manera. A su modo de ver, era una vida completamente aburrida y prosaica.

– O quizá descubras que tú has superado ya vuestra relación o él mismo sea ya algo superado -añadió con cautela Douglas.

– No creo que sea así -contestó Tanya con calma-. Creo que es simplemente una situación dura de llevar.

Más dura todavía desde que Peter había añadido a Alice a sus vidas, pensó Tanya, y, deseando que fuera verdad, añadió:

– Lo superaremos.

Tanya se quedó callada. Al salir del restaurante, todavía discutieron algún aspecto más del guión en la calle.

– Siento que estés pasando un mal momento, Tanya -dijo Douglas mirándola con ternura-. A todos nos ha ocurrido alguna vez. Si puedo hacer algo por ti, házmelo saber.

Tanya percibió la sinceridad de sus palabras. Douglas veía lo alterada y dolida que estaba y se compadecía de ella. Sabía que era una buena persona.

– Me gustaría poder marcharme a casa los fines de semana una temporada. Sin que ello signifique dejar a nadie en la estacada, claro -dijo Tanya.

– Haré lo que pueda -respondió él.

Seguidamente, Douglas subió a su Ferrari y arrancó a toda prisa. Tanya volvió al hotel en su limusina. Al entrar en el bungalow, se sintió muy sola. Echaba de menos a Peter y le llamó al móvil. Él descolgó al instante, como si hubiera estado esperando la llamada.

– Ah, hola… -respondió. Pareció algo sorprendido de oír su voz.

– ¿Quién creías que era? -preguntó Tanya con el corazón encogido y súbitamente recelosa.

– No lo sé… tú, supongo. Aunque estaba charlando con las chicas.

¿Habría estado esperando la llamada de Alice o de alguna otra mujer? Se preguntó Tanya, odiando aquella sensación y aquella desconfianza que sentía hacia las palabras de su marido.

– ¿Qué tal ha ido el día? -preguntó Peter.

– Bien, pero ha sido un día largo. Hemos estado en el plató hasta las ocho y después he ido a cenar sushi con Douglas para seguir discutiendo el guión. Quieren más cambios.

Por la mañana, Tanya tenía planeado quedarse a trabajar esos cambios en el hotel. Faltaban tres meses de rodaje y se le antojaba un camino sin fin. Por no hablar de los dos meses de posproducción; una eternidad. No estaba segura de que su matrimonio pudiera soportar aquella presión; además, cuando pensaba en los meses que le esperaban y en lo que Peter y Alice habían hecho, se ponía enferma. Era algo que nunca habría imaginado que pudiera sucederle. Había creído tener un matrimonio sólido, pero ahora todo estaba en el aire. Aunque Peter hubiera decidido terminar con Alice, Tanya temía que el daño causado fuera demasiado grande.

– ¿Y qué tal tu día? -preguntó Tanya intentando aparentar normalidad.

Sin embargo, nada era igual. Los dos se sentían extraños y la voz de Tanya no ocultaba su sufrimiento.

– También largo, pero bastante bien -respondió Peter.

Después, suavizando la voz, añadió:

– Aunque ahora mismo todo sea un desastre, te echo de menos. Lo siento, Tan. Siento haberlo estropeado todo.

Peter se había refugiado en su habitación, teléfono en mano, y se había sentado en la cama para hablar con su mujer. Como ella, se sentía solo y parecía a punto de echarse a llorar.

– Confío en que podamos arreglarlo -dijo ella con dulzura-. Yo también te echo de menos.

De repente, a Tanya se le ocurrió una idea:

– ¿Quieres venir aquí a pasar una noche esta semana?

Les iría bien un poco de romanticismo en sus vidas, para fortalecer los lazos que les unían.

– No creo que pueda -se lamentó con desánimo-. Tengo reuniones todos los días y no quiero dejar a las chicas solas.

Y ahora no estaba Alice en la casa de al lado para vigilarlas o ayudarlas si surgía un problema.

– Podrían quedarse en casa de alguna amiga -propuso Tanya.

– No sé. Quizá la semana próxima. Esta me va fatal.

– Era solo una idea.

– Una buena idea.

– Te prometo que intentaré ir este fin de semana. Le he dicho a Douglas que de verdad necesito estar en casa, así que espero que no me programen ninguna reunión el sábado. Y aunque lo hagan, iré a casa al terminar. -Era muy consciente de que era imprescindible estar juntos para intentar salir adelante.

Finalmente, aquel fin de semana no hubo ninguna reunión. Tanya no sabía si no la necesitaban o si Douglas lo había arreglado. El caso fue que el viernes pudo marcharse a primera hora de la tarde y llegó a Ross a la hora de cenar. Tanto Peter como sus hijas estuvieron encantados de verla. Las mellizas salieron son sus amigas y Tanya y Peter salieron a cenar a un pequeño restaurante italiano en Marin, uno de sus favoritos. Al llegar a casa, las cosas casi parecían normales. Estar separados durante la semana había ayudado a serenar los ánimos. Aunque no hicieron el amor, aquella noche durmieron abrazados. A la mañana siguiente, por primera vez desde que Peter había tenido su aventura con Alice, Tanya y él hicieron el amor. Fue triste y dulce a un tiempo, y aunque el acto en sí fue satisfactorio, pareció que los dos estuvieran intentando encontrarse de nuevo. Después, acurrucada en los brazos de su marido y con los ojos cerrados, Tanya tuvo que hacer un esfuerzo para no pensar que Peter había hecho lo mismo con Alice.

Por su parte, Peter no osó preguntarle en qué estaba pensando. Quería que las cosas volvieran a ir bien y confiaba en que así fuera; para ello, lo único que podía hacer era intentar reparar el daño causado.

– Te quiero, Peter -dijo Tanya abriendo los ojos y sonriéndole con ternura y tristeza.

– Yo también -correspondió él besándola en los labios-. Te quiero, Tan. Lo siento tantísimo…

Ella asintió y procuró ahuyentar de su mente la sensación de despedida que había intuido en aquel «te quiero» en los labios de su esposo.

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