Capítulo 24

Molly llamó a Tanya dos días más tarde a su casa de Marin. Había llamado al hotel y Gordon le había dicho que su madre había regresado a Ross.

– ¿Ha ocurrido algo? -preguntó Molly-. Le he notado raro, bueno, más que raro, triste. ¿Os habéis peleado?

– Más o menos.

Tanya no quería explicar a sus hijos lo ocurrido, del mismo modo que no había querido contarles que su padre se había liado con Alice.

– En realidad -añadió casi sin poder hablar-, hemos roto.

Gordon no la había llamado. Estaba viviendo su apasionado romance con la estrella de la película. Ella era su tipo, Tanya no. Quizá por eso había durado tanto. Habían tenido una bonita historia y aunque Tanya quería afrontarlo con deportividad, estaba triste. Era la forma de hacer de Hollywood.

– Lo siento, mamá -dijo Molly con verdadera tristeza.

Todos habían querido a Gordon.

– A lo mejor vuelve -intentó animarla su hija.

– No, estoy bien. No es de los hombres que se quedan. No puede vivir en familia.

– Por lo menos has tenido nueve meses fantásticos -comentó su hija intentando consolarla.

A Tanya le parecía patético que lo máximo que pudieran durar dos personas adultas que se amaban fuera nueve meses. Ella y Peter habían durado veinte años. Sin embargo, en el momento en que él se acostó con Alice, todo aquel tiempo no significó nada. Ya nada duraba. En lugar de cumplirse, las promesas se rompían. Era algo que a Tanya le parecía muy triste y se deprimía pensando que nadie sabía lo que quería y cuando decía saberlo, lo estropeaba.

Estuvo charlando con Molly un buen rato, y más tarde Jason y Megan, a quienes su hermana avisó de lo sucedido, también la llamaron. Todos lo sentían muchísimo pero Tanya no les explicó los detalles.

Estuvo una semana llorando por Gordon y, finalmente, sola en su casa de Ross, volvió a refugiarse en sus relatos. Ahora, sin sus hijos, la casa le parecía muy vacía.

Estuvo trabajando durante meses sin descanso y sin apenas salir. Fue un otoño largo y solitario. Para Acción de Gracias, había acabado su libro de relatos y el día en el que sus hijos tenían que llegar a casa para la celebración de la festividad, recibió una llamada de Walt. Estaba muy contento de que Tanya hubiera acabado el libro y le comentó que ya tenía editor. Inspiró hondo y luego le anunció que tenía una película para ella. Sabía cuál iba a ser su reacción. Tanya le había dicho tajantemente unos meses atrás que no volviera a llamarla para escribir un guión, porque su relación con Los Ángeles había terminado y bajo ningún concepto regresaría. Había participado en tres películas, había ganado un Oscar y se había pasado prácticamente dos años en Hollywood. Suficiente. A partir de entonces, solo quería escribir libros, estaba decidida a trabajar en serio en una novela y a seguir viviendo en Ross.

– Diles que no me interesa -dijo Tanya con determinación.

No pensaba volver a Los Ángeles, no le gustaba la forma de vida de su gente ni sus valores. Y, menos aún, cómo se comportaban. No tenía vida alguna en Marin -ya no veía a sus antiguos amigos, mucho más próximos a Peter y a Alice-, pero no le importaba. Lo único que le interesaba era escribir y estar con sus hijos cuando volvían a Marin a visitarla. A Walt no le gustaba la vida que Tanya llevaba, pero había que reconocer que ahora su escritura era extraordinaria, mucho más rica, más potente y más profunda. Era evidente lo mucho que había sufrido. Pero seguía pensando que, con cuarenta y cuatro años, la escritora merecía una vida más plena.

– ¿Puedo por lo menos contarte de qué va la película? -preguntó Walt, exasperado.

El agente sabía lo tozuda que era Tanya. Había cerrado la puerta a Hollywood y no quería volver a oír hablar de ellos. La había llamado con al menos una docena de propuestas desde que había ganado el Oscar.

– No, no me importa en absoluto. No voy a hacer una película y no volveré jamás a Los Ángeles.

– No tendrás que volver. En este caso, el director y productor es independiente. Quiere rodar la película en San Francisco y la historia te va como anillo al dedo.

– No, dile que se busque a otro guionista. Quiero escribir una novela.

– Oh, ¡por el amor de Dios, Tanya! Has ganado un Oscar. Todos te quieren a ti. Este tipo tiene una idea genial y ha ganado toda clase de premios, aunque todavía no ha ganado ningún Osear. Podrías escribirle el guión con los ojos cerrados.

– No quiero escribir ningún guión -insistió Tanya-. Odio el mundo del cine. Esa gente no tiene ni integridad ni moral, son imposibles trabajando y cada vez que me acerco a ellos, mi vida se va a la mierda.

– Y tu vida ahora es maravillosa, ¿verdad? Te has convertido en una ermitaña y lo que escribes es deprimente. Después de leerlo, tengo que atiborrarme de antidepresivos.

Tanya sonrió. Tenía razón, pero también era buena literatura y Walt lo sabía, aunque le doliera reconocerlo.

– Pues ve pidiendo otra receta, porque la novela que voy a escribir no es precisamente muy alegre.

– Deja de escribir cosas deprimentes. Además, este tipo quiere hacer una película seria. Podrías ganar otro Oscar -añadió Walt intentando encandilarla sin éxito.

– Ya tengo uno, no necesito otro.

– Claro que sí. Podrías utilizarlos como sujetalibros, para aguantar todos esos libros deprimentes que escribirás encerrada en tu castillo.

Tanya se echó a reír.

– Te odio.

– Me encanta cuando dices eso -comentó Walt-. Quiere decir que te estoy convenciendo. El productor es inglés y quiere conocerte. Estará en San Francisco esta semana.

– Oh, por el amor de Dios, Walt. No sé por qué te hago caso.

– Porque tengo razón y tú lo sabes. Solo te llamo cuando hay algo realmente bueno, y esta película es buena de verdad. Lo intuyo. Le conocí en Nueva York hace unos días y es un buen tipo que hace un buen trabajo. Ha hecho unas películas excelentes y en Inglaterra tiene mucho prestigio.

– De acuerdo, me reuniré con él.

– Gracias. Y no olvides bajar el puente levadizo para cruzar el foso.

Tanya ahogó una carcajada.

Más tarde, recibió la llamada de Phillip Cornwall, el productor y director británico. Se mostró muy agradecido por permitirle que le contara la historia de la película. Walt ya le había advertido que había muy pocas posibilidades de que Tanya quisiera concederle un solo minuto de su tiempo.

Quedaron para tomar un café en el Starbucks de Mill Valley. Tanya llevaba el pelo largo y hacía seis meses que no se ponía ni pizca de maquillaje. Si bien era cierto que el tiempo que había pasado con Gordon le había proporcionado alegría y diversión, perderle le había sentado fatal. En los últimos años había sufrido demasiadas decepciones y había perdido a demasiados hombres, así que no tenía ningunas ganas de volver a intentarlo. Cuando la vio, Phillip captó de inmediato el sufrimiento de Tanya. En sus ojos podía adivinarse el dolor que ya había leído en sus libros.

Mientras Tanya tomaba un té y Phillip un capuchino, este le contó el argumento: quería arrancar la película con la muerte de una mujer durante un viaje y retroceder hasta el principio de la historia de la protagonista; explicar sus orígenes y cómo había contraído la enfermedad del sida como consecuencia de las prácticas bisexuales secretas de su marido. Era una historia narrativamente compleja pero con una temática simple. Tanya encontró interesante todo lo que Phillip le contó y le gustó su forma de narrarlo. Le pareció que tenía un acento encantador y le interesó que quisiera rodar en San Francisco. Apenas se fijó en el aspecto del director, pero le gustó su creatividad y la complejidad de sus planteamientos. Era joven y atractivo, pero no le interesó en absoluto como hombre. A su entender, sus pulsiones sexuales estaban dormidas o, simplemente, muertas.

– ¿Por qué yo? -preguntó en voz baja mientras sorbía el té.

Tanya se había informado de que Phillip tenía cuarenta y un años, había rodado media docena de películas y había ganado varios premios. Le gustaba su forma directa de hablar y que no hubiera intentado ablandarla ni conquistarla. Tenía claro que era poco probable que Tanya aceptase el proyecto y quería convencerla con los méritos de la historia y no camelándola. Eso le gustó, sobre todo porque le parecía que ya estaba por encima de los halagos. Además, Phillip parecía muy interesado en su opinión y en su consejo.

– He visto la película por la que ganaste el Oscar. En cuanto la vi, supe que quería trabajar contigo. Es increíble.

Una película con un mensaje potente, como la que él quería rodar.

– Gracias. ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Tanya queriendo saber sus planes.

– Yo vuelvo a Inglaterra -dijo él sonriendo.

Tanya se dio cuenta de que parecía cansado. Era como si fuera dos personas en una: joven y viejo a la vez, sabio pero con capacidad todavía para sonreír. En cierto modo, se parecían bastante. Ninguno de los dos era todavía mayor, pero ambos parecían haber sufrido en la vida y estar cansados.

– Espero reunir el dinero necesario, recoger a mis hijos y venir a vivir aquí un año entero para rodar la película, si tengo suerte. Me consideraría muy afortunado si aceptaras escribir el guión.

Era el único halago que se había permitido y Tanya sonrió. Phillip tenía unos ojos de un marrón profundo y cálido que parecían haber visto muchas cosas, algunas de ellas difíciles.

– No quiero escribir más guiones -confesó Tanya con sinceridad.

No le explicó por qué y él no se lo preguntó. Respetaba sus límites tanto como respetaba su profesionalidad. Para él, Tanya era como un icono y consideraba que tenía un talento extraordinario. No le molestaba que se mostrase distante y fría con él. La aceptaba tal como era.

– Eso me ha dicho tu agente. Tenía la esperanza de convencerte.

– No creo que puedas -dijo ella con sinceridad, a pesar de que la historia le había encantado.

– También me dijo eso.

Aunque después de hablar con Walt, Phillip prácticamente había perdido la esperanza de que Tanya escribiera el guión, consideraba que había merecido la pena intentarlo.

– ¿Por qué vas a traerte a los niños contigo? ¿No sería más fácil que los dejaras en Inglaterra mientras tú haces la película?

No era más que un detalle sin importancia, pero Tanya sentía curiosidad y se había atrevido a preguntar. Él, menos audaz, la miraba con aquellos ojos marrones que acentuaban la palidez de su rostro enmarcado por oscuros cabellos; unos ojos que buscaban respuesta a mil preguntas que no osaba formular.

Phillip respondió con simplicidad, sin dar demasiados detalles.

– Mis hijos tienen que estar conmigo. Mi mujer murió hace dos años mientras montaba a caballo. Los caballos eran su pasión y ella era muy testaruda. Saltando un seto, se cayó y se rompió el cuello. A pesar de que llevaba la equitación en la sangre, era un terreno muy accidentado. Así que no tengo con quién dejar a los niños, por lo que vendrán conmigo.

Lo contaba con pragmatismo, sin compadecerse de sí mismo. Tanya se sintió más conmovida de lo que quiso aparentar.

– Además -añadió Phillip-, si estoy solo me siento muy desgraciado. Desde que murió su madre, nunca me he separado de ellos. Esta es la primera vez y solo he hecho un viaje corto para poder conocerte.

Era difícil que Tanya no se sintiera halagada y conmovida a la vez. Las palabras de Phillip explicaban lo que Tanya había leído en sus ojos y en su rostro. En ellos había dolor y valor, una combinación que le gustaba. Como le gustaba lo que le había contado sobre sus hijos. Todo en Phillip era auténtico, sin rastro de Hollywood.

– ¿Cuántos años tienen? -preguntó con interés.

– Siete y nueve, una niña y un niño. Se llaman Isabelle y Rupert.

– Muy británicos -dijo ella recibiendo una sonrisa por respuesta.

– Necesito alquilar una casa. Si conoces algún sitio realmente barato…

– Quizá -dijo ella echando una mirada a su reloj.

Aquella tarde llegaban sus hijos a casa, pero había quedado con suficiente tiempo de antelación para no tener que ir con prisas. Phillip era un hombre con una pesada carga, pero no parecía lamentarse por lo ocurrido. Estaba intentando salir adelante, mantener a sus hijos junto a él y seguir trabajando. Había que reconocerle el mérito.

Tanya vaciló y después, sin saber muy bien por qué o quizá por lástima, decidió lanzarse.

– Puedes quedarte en mi casa hasta que encuentres un sitio. Tengo una casa cómoda y grande, y mis hijos están en la universidad. Llegan esta noche pero normalmente solo están en Navidad y en verano, así que podrías instalarte una temporada. Aquí hay colegios muy buenos.

– Gracias -respondió Phillip que, conmovido por la oferta, no podía articular palabra-. Son buenos niños y están acostumbrados a viajar conmigo, así que se portan bastante bien -añadió después.

Era la frase que todos los padres decían de sus hijos, pero Tanya pensó que, probablemente, siendo británicos, sería cierto. Además, hasta que encontrasen un apartamento de alquiler, darían un poco de vida a su casa. Aunque no quisiera escribir el guión, quería ayudarle. Tendría que buscarse otro guionista pero podía instalarse con sus hijos en su casa hasta que se situara.

– ¿Cuándo vuelves? -preguntó Tanya con preocupación.

– En enero. Cuando terminen el trimestre escolar, sobre el 10 más o menos.

– Perfecto. Mis hijos ya habrán regresado a la universidad y hasta las vacaciones de primavera no volverán a aparecer por casa. ¿Cuándo te marchas?

– Esta noche.

Phillip había dejado el dossier sobre el proyecto encima de la mesa. Tanya lo cogió y él contuvo la respiración. Lo sujetó en las manos durante un interminable minuto y sus miradas se cruzaron.

– Lo leeré y te diré algo. De cualquier modo, puedes quedarte en mi casa. No te hagas muchas ilusiones. No escribiré otro guión pero puedo decirte lo que pienso -dijo Tanya, impresionada por la historia y por su creador.

Se levantó con la carpeta entre los brazos.

– Te llamaré después de leerlo. Pero no des nada por sentado. Es muy difícil que me decida a hacer otra película. Por buena que sea tu historia, el cine y yo hemos terminado. Quiero escribir una novela.

– Espero que esta sea la historia que te haga cambiar de idea -deseó levantándose él también.

Era un hombre alto y delgado.

Apenas intercambiaron una sonrisa. Phillip le dejó su número de móvil en Inglaterra y en la carpeta constaba su número de casa. Tanya le dio las gracias por haber viajado desde tan lejos para conocerla. A pesar de que le parecía una auténtica locura, Phillip le dijo que había merecido la pena, aunque su respuesta fuera finalmente negativa. Se dieron la mano y Phillip se marchó.

El director británico subió en su coche de alquiler y se alejó de la ciudad mientras Tanya conducía de vuelta a casa. Al llegar, dejó la carpeta encima de su mesa, pensando que ya encontraría algún momento más adelante para leerla. Dos horas más tarde, Molly, Megan y Jason llegaron a Marin y la casa cobró vida de nuevo. Estaba tan feliz de tenerles con ella que se olvidó del proyecto hasta después del fin de semana de Acción de Gracias. El domingo por la noche, cuando los chicos ya se habían ido, vio la carpeta encima del escritorio y lanzó un suspiro. No quería leerla pero se había comprometido a hacerlo y sentía que, por lo menos, le debía a Phillip una oportunidad.

Se sentó a leer la historia; a medianoche había terminado. Aunque deseaba odiar a Phillip, no podía. Sabía que tenía que escribir aquel guión y que sería el último. Mientras lo leía, había tomado numerosas notas y se le habían ocurrido un millón de ideas. Anhelaba escribir aquel guión. Phillip había construido una historia brillante, limpia, clara, pura, simple y potente a la vez que compleja y enrevesada. Tenía que escribir el guión.

Eran las ocho de la mañana en Inglaterra y Phillip estaba preparando el desayuno para sus hijos cuando sonó el teléfono.

– Lo haré -dijo Tanya oyendo el ruido de los niños al otro lado del teléfono.

Aquel lío de voces de niños a la hora del desayuno era un sonido que Tanya conocía bien y que añoraba enormemente. Sería bonito tenerles con ella, aunque fuera solo unos días, o durante el tiempo que tardaran en encontrar un lugar para vivir. Y tenía muchísimas ganas de escribir el guión.

– Perdona… ¿qué has dicho?

Rupert estaba gritando al perro justo cuando Tanya pronunciaba aquellas palabras. Oía cómo el animal ladraba de nuevo.

– Lo siento pero no te he oído. Ya ves qué ruido hay aquí.

– He dicho que lo haré -repitió Tanya suavemente y con una sonrisa.

Esta vez, Phillip sí la oyó. Hubo un largo silencio en el que solo pudo oír a los niños chillando y al perro ladrando.

– Joder. ¿Hablas en serio?

– Sí, claro. Y juro que será mi último guión. Pero creo que puede ser una película hermosa y me he enamorado de tu idea. El borrador que me diste me ha hecho llorar.

– Lo escribí para mi mujer -confesó Phillip-. Era médico, una mujer maravillosa.

– Eso suponía -comentó Tanya, que ya había imaginado que, aunque la mujer de Phillip no hubiera muerto de sida sino montando a caballo, la historia era una recreación de su muerte-. Voy a empezar a trabajar ahora mismo. La novela puede esperar. En cuanto cobre algo de sentido, te enviaré por fax lo que tenga.

– Tanya -dijo Phillip con voz ahogada-. Gracias.

– Gracias a ti -replicó ella.

Eran dos personas que llevaban mucho tiempo sin sonreír y que, de pronto, estaban exultantes. Para Tanya no cabía duda de que iba a ser una película fabulosa. Confiaba en escribir un guión magnífico. Iba a darlo todo.

Al día siguiente, Tanya empezó a trabajar. Le llevó tres semanas redactar un borrador con sentido en el que las diferentes escenas quedaran organizadas y la historia fluyera. Cuando le envió por fax a Phillip una primera idea, se acercaba la Navidad. Phillip lo leyó en una sola noche y, a la mañana siguiente, telefoneó a Tanya.

En San Francisco eran las doce de la noche y Tanya estaba sentada en su escritorio trabajando en el guión.

– Me encanta lo que has preparado -dijo Phillip rebosante de entusiasmo-. Es simplemente perfecto.

Phillip esperaba mucho de Tanya pero el resultado era aún mejor. La guionista estaba convirtiendo su sueño en realidad.

– A mí también me gusta -reconoció Tanya con una sonrisa mirando por la ventana y contemplando la noche-. Creo que puede funcionar.

Mientras lo escribía, Tanya había tenido que ahogar sus lágrimas, una buena señal. Y lo mismo le había ocurrido a Phillip.

– ¡Creo que es fantástico! -exclamó él.

Estuvieron charlando durante casi una hora, discutiendo algunos problemas con los que se había encontrado a la hora de montar el guión, pasajes difíciles, escenas que ella no había sabido cómo resolver. El proyecto solo estaba arrancando, pero la conversación fue un fructífero intercambio de ideas y acabaron resolviendo los problemas que habían surgido. Al colgar, Tanya se dio cuenta, sorprendida, de que habían estado dos horas al teléfono.

Phillip seguía con su plan de viajar el 10 de enero a Estados Unidos. Quería contratar a actores locales y conocía a un cámara sudafricano muy bueno con el que había coincidido en la escuela; vivía en San Francisco. El presupuesto de Phillip era más bien reducido, así que le había ofrecido a Tanya lo máximo que podía por escribir el guión. Tanya le había estado dando vueltas y finalmente le dijo que había decidido no cobrar nada de entrada y quedarse con un porcentaje de la película al final. Creía que el proyecto era una buena inversión y le interesaba más el trabajo con el director y productor que el dinero.

Poco antes de Navidad logró darle un buen empujón al trabajo y el guión empezó a fluir solo. Parecía que Tanya estuviera predestinada a escribir aquella historia. Escribía todo lo que Phillip sentía y él estaba entusiasmado.

Los chicos pasaron la Navidad con Tanya en casa; fueron unas vacaciones fantásticas. Megan le contó a su madre que tenía un nuevo novio en la universidad y Molly le anunció que había decidido ir a Florencia a estudiar el curso siguiente. Después de las fiestas, Jason se marchó a esquiar con sus amigos.

Tanya contó a sus hijos que estaba trabajando en una película independiente, lo que despertó su interés inmediatamente. Apenas les habló de Phillip Cornwall, era lo de menos. Lo que de verdad había atrapado a Tanya era la historia. Había estaba trabajando en ella desde después de Acción de Gracias. Phillip había sido el catalizador, pero ahora Tanya estaba totalmente seducida por la historia porque, como cualquier buena historia, tenía vida propia.

Tal como estaba previsto, Phillip llegó el 10 de enero acompañado de sus hijos, Isabelle y Rupert, de siete y nueve años respectivamente. Ya había comenzado a buscar apartamento y le aseguró que se quedaría el menor tiempo posible. Tanya instaló a Phillip en la habitación de Molly y a los niños en la de Megan. Junto a la cama de su hija, colocó una cama plegable para que los niños pudieran dormir el uno junto al otro. Eran unos niños adorables y británicos al cien por cien: muy educados, con un comportamiento ejemplar, guapos, dulces, con unos enormes ojos azules y el cabello rubio. Parecían niños de película. Según Phillip, eran la viva imagen de su madre.

Cuando entraron en casa de Tanya, se quedaron mirándola con sus enormes ojos azules, mientras Phillip los mostraba con orgullo. A Tanya le bastaron cinco minutos para darse cuenta de que el director de cine era un buen padre y que adoraba a sus hijos tanto como ellos a él. Formaban una maravillosa unidad.

Llegaron agotados tras el largo viaje y era la hora del té en Inglaterra. Tanya había ido a una tienda de productos ingleses para comprar galletas de allí y la típica crema espesa que en Inglaterra se solía tomar. Les preparó unos bocadillos, chocolate caliente con nata, fresas cortadas y jamón. Cuando los niños lo vieron, se pusieron a dar gritos de alegría. Les gustaban tanto las galletas que Isabelle prácticamente se sumergió en la merienda y acabó con la nariz llena de nata. Phillip se la limpió entre risas.

– Eres una pequeña cochina, Isabelle. Tendremos que darte un buen baño.

Para Tanya era maravilloso que la casa volviera a llenarse de voces infantiles. Oyó sus risas en su habitación, mientras hablaban con su padre, y por la noche oyó cómo Phillip les contaba un cuento antes de dormirse.

Una hora más tarde, Phillip apareció en la cocina, donde Tanya estaba trabajando en el guión, y le anunció que los pequeños ya estaban profundamente dormidos.

– Están agotados del viaje -explicó Phillip.

– Tú también debes de estar agotado -dijo Tanya levantando la vista y sonriendo.

Los ojos de Phillip indicaban cansancio pero también felicidad. Se moría de ganas por sumergirse en la película.

– Pues la verdad es que no -repuso él, sonriendo-. Estoy emocionadísimo de estar aquí.

Al día siguiente acompañaría a los niños al colegio, y esa misma semana quería reunirse con el cámara. Tenían un millón de cosas que hacer y de cuestiones que discutir, así que, en cierto modo, era más fácil trabajar viviendo en la misma casa. Estuvieron horas charlando y bebiendo té, hasta que finalmente el jet lag pudo con Phillip y se fue a la cama.

A la mañana siguiente, Tanya les preparó el desayuno, le explicó a Phillip cómo llegar al colegio y le prestó el coche. Dos horas más tarde, después de haber dejado bien instalados a los niños en su nueva escuela, Phillip estaba de vuelta, a punto para ponerse manos a la obra. Estuvieron toda la semana trabajando sin descanso en el guión. Tenían el proyecto controlado y avanzaban a pasos de gigante, con más facilidad y mucho mejor de lo que ninguno de los dos había creído posible. Intercambiaban ideas constantemente; las propuestas de ambos enriquecían día a día el guión y la historia. Formaban un buen equipo.

Tanya pasó el fin de semana con Phillip y sus hijos enseñándoles el barrio y, cuando él tuvo que ausentarse para ir a visitar un posible apartamento de alquiler, Tanya se ofreció a quedarse con los pequeños. Hicieron bizcochos y fabricaron muñecos en papel maché, algo que Tanya solía hacer con sus hijos muchos años atrás. Cuando Phillip regresó, la cocina era un caos pero los niños estaban radiantes y encantados con su nueva amiga. Isabelle había hecho un antifaz y habían llenado la cocina de muñequitos y animales.

– Madre mía, ¿qué habéis estado haciendo? ¡Qué caos! -comentó Phillip riendo y observando que Tanya tenía la barbilla cubierta de papel maché.

Ella se la limpió cuando Phillip se lo señaló, y con una sonrisa afirmó:

– Nos lo hemos pasado fenomenal.

– Eso espero. Hará falta una semana entera para limpiar todo esto.

Recogieron las creaciones de los niños y las pusieron a secar. Después, Phillip ayudó a Tanya a limpiar y ordenar la cocina. Los niños salieron a jugar al jardín. Tanya todavía conservaba los columpios de cuando sus hijos eran pequeños y estaba encantada de ver que alguien volvía a utilizarlos. La casa había vuelto a cobrar vida con ellos y Phillip aportaba algo nuevo y diferente al trabajo de Tanya. Ambos estaban aprendiendo mucho el uno del otro.

Phillip le comentó que había encontrado un apartamento en Mill Valley, pero que todavía tardarían una semana en poder ocuparlo. Tanya estaba feliz de tenerles allí, por lo que le embargó la tristeza.

– No te preocupes -dijo sonriendo-. Me dará pena que os marchéis. Es tan maravilloso volver a tener niños cerca…

Tanya estuvo a punto de pedirles que se quedaran, pero sabía que Phillip necesitaba tener una vida y un lugar propios. Por bonito que le pareciera a ella, no podían pasarse seis meses viviendo en las habitaciones de sus hijos.

– Espero que vengáis de visita a menudo -dijo-. Son unos crios encantadores.

Aquella tarde, los niños le habían hablado de su madre. Rupert le había explicado con solemnidad que había muerto al caerse de un caballo.

– Lo sé -había respondido Tanya, muy seria-. Me da mucha pena.

– Era muy guapa -había añadido Isabelle.

– No me cabe ninguna duda.

Tanya había logrado distraer su atención con el montón de papel maché y los lápices de colores. Les propuso que hicieran unos dibujos para su padre. Phillip había tenido una grata sorpresa al verles a los tres jugando; le conmovía que Tanya fuera tan amable con los pequeños.

Aquella noche Tanya les llevó a todos a cenar. Los niños comieron hamburguesas con patatas fritas y Phillip y Tanya un buen filete. Cuando volvieron a casa, con Phillip al volante y los dos niños charlando animadamente en la parte de atrás, Tanya sintió que volvía a tener una familia. Los niños contaron a Tanya que les gustaba su nueva escuela pero que después del verano, cuando su padre terminara la película, volverían a Inglaterra.

– Lo sé -dijo ella caminando junto a ellos hacia la casa-. Yo trabajo con vuestro padre en esa película.

– ¿Eres actriz? -preguntó Rupert con curiosidad.

– No, soy escritora -respondió Tanya mientras ayudaba a Isabelle a quitarse el abrigo y la niña la miraba con una sonrisa deliciosa capaz de enternecer el corazón de cualquiera.

Aquella semana, Tanya y Phillip siguieron trabajando juntos en el guión. En realidad, era una forma casera de hacer la preproducción, de hilvanar la historia y evitar que hubiera fallos futuros.

El fin de semana siguiente, y con gran pesar de Tanya, Phillip y sus hijos se mudaron al apartamento. Les hizo prometer que la visitarían a menudo. Phillip cumplió su promesa y llevaba a los niños a ver a Tanya a menudo. Después de recogerles en el colegio iban los tres a su casa, y mientras los crios jugaban o hacían los deberes, los adultos seguían trabajando en el guión.

Phillip contrató a jóvenes actores locales y a una joven actriz de Los Angeles. En abril empezaron el rodaje, y a finales de junio ya habían terminado. Llevaban ya seis meses trabajando juntos día y noche y Rupert e Isabelle estaban muy a gusto con Tanya. Solían ir a cenar a su casa y Tanya siempre procuraba comprar algún producto típico de su país en la tienda de alimentación inglesa que conocía. Le divertía estar con ellos. Un sábado en el que no tenían rodaje, les llevó al zoo ella sola; después se entretuvieron en un tiovivo y no regresaron al apartamento de Phillip hasta la hora de cenar. Llegaron con la cara llena de caramelo.

En verano, Tanya les llevó a los tres a la playa. Ella lo vivía como un regalo. Sus hijos eran ya demasiado mayores para esas actividades y hacían su vida.

Para Phillip, tener a Tanya cerca era un descanso. No había tenido intención de cargarla tan a menudo con sus hijos, pero ella no cesaba de asegurarle que estaba encantada y los niños, por su parte, se pasaban el día pidiéndole ir a verla. A lo largo de aquellos meses de intenso trabajo, Phillip y Tanya se habían convertido en amigos; habían compartido muchas confidencias sobre su vida, sus hijos, sus parejas e incluso su infancia. Tanya solía decirle que conocer a la gente en profundidad era una ayuda para su trabajo, para escribir mejor.

El último día de junio terminaron la película. Aquel fin de semana los hijos de Tanya regresaban a casa después de las últimas clases y ella se había comprometido con Phillip a quedarse con Isabelle y Rupert. Molly y Megan encontraron adorables a los pequeños y se los llevaron de paseo y a hacer recados con ellas. Isabelle era muy seria, pero Rupert tenía mucho sentido del humor y era un niño muy divertido. A Tanya se le encogía el corazón al pensar en el enorme cariño que había cogido a aquellos seres encantadores.

Cuando Phillip le dijo que en julio tenían que regresar a Inglaterra, Tanya tuvo que hacer un esfuerzo para no suplicarle que se quedara. No quería ni imaginar cómo se sentiría cuando volviera a reinar el silencio en su hogar. El solo pensamiento la horrorizaba. Estaban ya en plena posproducción y Tanya se sentía feliz de que el proceso se estuviera alargando. Hasta entonces, y durante todo el rodaje, habían trabajado de forma muy eficaz, algo de lo que Phillip se enorgullecía. Estaba muy ilusionado con el guión, y Tanya muy orgullosa de él.

Una noche, mientras trabajaban, Tanya confesó a Phillip su tristeza por perderles de vista. Él se sintió enormemente conmovido. Hasta entonces, habían tenido una relación muy profesional. Phillip era un hombre bastante formal y muy británico. Solo se relajaba cuando veía a Tanya con sus hijos. Cada vez que les veía a los tres, su corazón se henchía de felicidad.

– Creo que deberías quedarte un año más -le dijo Tanya bromeando una noche mientras cenaban todos juntos, con sus hijos respectivos.

– Solo si haces otra película conmigo -bromeó él también.

– Dios me libre -dijo Tanya, al tiempo que ponía los ojos en blanco.

Seguía jurando que aquella era su última película. Al final, habían tenido un trabajo enorme, mucho más del que ninguno de los dos había previsto. Pero también estaban convencidos de que el resultado era bueno. Phillip tenía pensado editar él mismo la película, una vez estuviese en Inglaterra, en un estudio que le había alquilado a un amigo.

A finales de julio la aventura americana de Phillip había tocado a su fin. Aunque Tanya no iba a compartir la última parte de la edición de la película con él, habían adelantado mucho trabajando juntos durante su estancia en Estados Unidos. Antes de volar a Inglaterra, quería pasar dos semanas viajando por California y, para sorpresa de Tanya, la invitó a ir con ellos. Isabelle y Rupert le suplicaron que aceptase. Lo cierto era que tenía tiempo de sobra antes de ir con sus hijos a Tahoe. De pronto, se le ocurrió una idea y se la comentó a Phillip:

– ¿Por qué no venís con nosotros a Tahoe después del viaje? A nosotros nos encantaría y podríais iros justo después.

Phillip ya había avisado que dejaba el apartamento, así que Tanya le ofreció su casa de nuevo. Sería un verano muy alegre. Cuando Phillip aceptó la invitación para ir a Tahoe, Tanya accedió a acompañarles en su viaje.

Molly y Megan estaban encantadas con el plan de su madre. Aquel año habían estado muy preocupadas viéndola todo el día trabajando y tan apagada después de su ruptura con Gordon. Sabían que lo ocurrido en el bungalow había sido muy duro para Tanya y estaban felices de verla de nuevo relajada. Tenían muy claro que Phillip y su madre eran amigos, y a Megan, mucho más madura últimamente, le parecía estupendo.

Tanya, Phillip y los niños empezaron el viaje en Monterrey, donde visitaron el acuario y estuvieron paseando por Carmel. Después, viajaron a Santa Bárbara a visitar a Jason, que se había quedado en la universidad para hacer unos cursos de verano, y de ahí, viajaron a Los Ángeles. Estuvieron dos días en Disneyland; una gozada para Isabelle y Rupert. Tanya les acompañó en todas las atracciones, mientras Phillip hacía fotos sin parar. La última noche asistieron al espectáculo de luces y sonido. Isabelle tenía a Tanya cogida de la mano y cuando esta se volvió para mirar a Phillip, vio que la estaba observando con una sonrisa. Regresaron en tren hasta el hotel. Mientras se dirigían hacia sus habitaciones, Phillip le pasó el brazo a Tanya por los hombros. Quería darle las gracias pero no sabía cómo. Se habían repartido las habitaciones entre chicos y chicas. Isabelle estaba entusiasmada por dormir con Tanya. Phillip entró en la habitación de las chicas para dar un beso de buenas noches a su hija; después, mirando a Tanya con ternura, dijo:

– Gracias por ser tan maravillosa con mis hijos.

Isabelle se había quedado dormida abrazada a la muñeca de Minnie que Tanya le había comprado. Lo que más le había gustado a Rupert, por el contrario, había sido la atracción de Piratas del Caribe, en la que se habían subido dos veces.

– Les adoro -contestó Tanya-. No sé qué haré cuando os marchéis.

Sus ojos reflejaban una tristeza que, de pronto, descubrió también en los de Phillip.

– Yo tampoco -dijo él con dulzura.

Se dirigió hacia la puerta de la habitación y, cuando iba a salir, se volvió como si fuera a decirle algo. Se contuvo, pero finalmente dijo:

– Tanya, estos han sido los mejores meses de mi vida en mucho tiempo.

Phillip también sabía que habían sido unos meses muy felices para sus hijos, los mejores desde la muerte de su madre.

– Para mí también -susurró ella, sabiendo que, por encima de todo, el mayor regalo habían sido aquellos niños que habían conquistado su corazón por completo.

Al final, escribir el guión para la película había sido la guinda del pastel. Phillip asintió, dio un paso hacia Tanya y, sin pensarlo, le acarició el cabello. Tanya llevaba todo el día sin mirarse al espejo y sin preocuparse por su aspecto. Su atención se había centrado únicamente en Isabelle y en Rupert, en correr con ellos de un lado a otro, hacer cola en las atracciones, observar a Mickey y a Goofy, ocuparse de que comiesen algo. Llevaba muchos años sin disfrutar tanto y le gustaba compartir esa felicidad con Phillip, tanto como le había gustado compartir con él la película. Se le hacía extraño imaginar su vida sin él, y más aún, sin ellos tres. Se habían convertido en unos amigos muy queridos para Tanya y se había acostumbrado a tenerles cerca. Ver cómo partían hacia Inglaterra en unas semanas iba a ser una dura prueba.

Mientras Tanya pensaba en ello, Phillip la observaba; podía ver la tristeza en sus ojos. Él sentía lo mismo. No sabía cómo expresárselo. Hacía mucho tiempo que no hablaba íntimamente con nadie, así que abrazó a Tanya y la besó. El tiempo pareció detenerse para ambos. Cuando se separaron, Phillip seguía sin saber qué decir y temía haber cometido un terrible error.

– ¿Me odias? -preguntó él con dulzura.

No era la primera vez que se le había pasado por la cabeza besarla, pero se había reprimido pensando que era una locura. No quería complicar las cosas mientras trabajaban juntos, y ahora era demasiado tarde. Estaba a punto de marcharse. Al menos le quedaba haber compartido su trabajo más importante con ella y saber que era una amiga muy querida.

Tanya negó despacio con la cabeza.

– No te odio. Todavía no te has marchado y ya te echo de menos.

Tanya pensó en lo extraña que era la vida. La gente entraba y salía de su vida con delicadeza o con crueldad, pero siempre de manera dolorosa. Les echaría terriblemente de menos. Miró a Phillip a los ojos preguntándose qué significaba aquel beso.

– No quiero irme -dijo él suavemente.

Ahora que había bajado la guardia, Phillip sentía que las emociones que llevaba meses ocultando le sobrepasaban.

– Pues no lo hagas -dijo ella.

– Ven con nosotros -suplicó él.

Tanya negó con la cabeza.

– No puedo. ¿Qué iba a hacer allí?

– Lo mismo que hemos hecho aquí. Haremos otra película juntos.

– Y cuando la película terminase, ¿qué? Aun así tendré que volver. Mis hijos viven aquí, Phillip.

– Son prácticamente adultos. Te necesitamos, Tanya… Yo te necesito -dijo con lágrimas en los ojos.

Phillip no sabía qué argumentos darle, pero sabía que no quería que aquello terminase, ni el viaje, ni el tiempo, ni la vida que había compartido con ella. Cuando se marcharan, se acabaría para siempre.

– ¿Hablas en serio? -preguntó Tanya.

Phillip asintió y volvió a besarla.

– ¿Y ahora qué hacemos? -preguntó ella, angustiada.

¿Por qué había tenido que ocurrir aquello tan cerca de su partida? Parecía que fuera ya demasiado tarde. Ellos tenían que marcharse y ella tenía que quedarse. Pero la vida se le antojaba vacía sin su compañía.

– Hablo muy en serio -dijo Phillip con solemnidad y abrazándola con fuerza-. Me enamoré de ti el día que nos conocimos, pero no quería estropear las cosas y decírtelo mientras trabajábamos juntos.

Era exactamente la actitud opuesta de la que mantenía Gordon en su vida, liándose sentimentalmente en cada película. Phillip había sido un auténtico profesional hasta el final. Quizá demasiado profesional. Podrían haber estado juntos durante todos aquellos meses.

Tanya también había sentido algo, pero había decidido hacer caso omiso. Había centrado toda su energía emocional en Isabelle, en Rupert y en la película. Pero ahora ya no podía seguir fingiendo que no sentía algo por Phillip. Y él solo quería abrazarla con fuerza y detener el tiempo. Estaban pasando sus últimos días juntos; después, tendrían que separarse para siempre.

– ¿Por qué no hablamos de esto mañana? -pidió ella con cautela.

Él asintió y sus ojos se iluminaron con una chispa de esperanza. Volvía a vivir y veía que a Tanya le pasaba lo mismo.

– No estamos totalmente locos, ¿verdad? -preguntó Tanya con preocupación.

– Sí, pero no creo que tengamos otra elección. Yo no creo que pueda hacer otra cosa.

Tanya tampoco creía que tuviera elección. Se sentía arrastrada completamente por las palabras de Phillip y por los sentimientos que compartían. Todo había cambiado. Tanya quería detenerse y actuar con raciocinio, tomar decisiones razonables. Pero era como si las decisiones se estuvieran tomando por sí solas y estuviera perdiendo el control.

Miró a Phillip y él volvió a besarla antes de marcharse de la habitación. Tanya se quedó tendida en su cama, al lado de Isabelle, despierta. Sentía a la pequeña cerca y pensaba en su padre. ¿Qué extraño designio les había unido? ¿Y para qué, si al final tenían que acabar separándose? Tanya no quería volver a amar a alguien que no pudiera estar con ella o que tuviera que marcharse. Y ellos se iban al cabo de tres semanas. Sin embargo, ya se estaba enamorando de Phillip o quizá lo había estado durante todo aquel tiempo. No solo de él sino también de sus hijos. Pero no podía irse a vivir con ellos a Inglaterra. Debía existir otra solución y debía haber un modo de encontrarla. Se dijo a sí misma que aquello era el destino y que tenía que haber una solución. No podía ser de otro modo. Tenía que tener valor suficiente para buscarla y aún más valor para volver a confiar en la vida.

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