Capítulo 16

El rodaje de Gone duró todo el mes de noviembre. La directora mantenía un ritmo de trabajo intenso y continuado y una elevada tensión en el plató, pero con su actitud logró una entrega total por parte de los actores. El resultado de ello fue una interpretación brillante, algo que nadie recordaba haber presenciado en mucho tiempo. La satisfacción de Douglas -particularmente con el guión de Tanya- era completa. Tanto el productor como la directora se deshacían en halagos hacia el trabajo de la guionista, que no dejaba de pulir y perfeccionar el guión constantemente.

La semana anterior a la celebración de Acción de Gracias, Douglas y Tanya asistieron a la première de la película que habían rodado el año anterior, Mantra. Aunque a Tanya le habría gustado que la acompañaran sus hijos, tanto Jason como las mellizas estaban en plenos exámenes de mitad de trimestre y no pudieron asistir al acto. Los dos actores protagonistas, Jean Amber y Ned Bright, asistieron por separado y no se dirigieron la palabra. Después de su apasionado romance, aquella hostilidad era el ejemplo perfecto de cuán impredecibles eran los más tórridos amoríos en Hollywood y cómo se desvanecían casi antes de empezar, tal como peyorativamente solía comentar Douglas. Para Tanya -que no era precisamente una defensora de ese tipo de romances-

era una forma agotadora de relacionarse y, sobre todo, demasiado breve.

La première de Mantra fue tan glamourosa como su reparto -estaban todos los nombres importantes del gremio-, y después se celebró una fiesta en el Regent Beverly Wilshire. Tanya se había comprado un hermoso vestido de noche de satén negro y cuando entró en la fiesta del brazo de Douglas -mientras los flashes de los fotógrafos la deslumbraban- su aspecto era impresionante. Douglas, por su parte, se sentía enormemente orgulloso. Tanya estuvo conversando afablemente con Max, el cual, sin Harry y con un esmoquin arrugado de alquiler, daba una sensación de completo desamparo. Max le comentó que se hablaba muy bien de la nueva película en la que Tanya estaba trabajando y también le hizo saber que Douglas confiaba en obtener un Oscar con Mantra y, por supuesto, con Gone, más adelante.

– A lo mejor tú consigues uno también, Tanya -la animó Max con una amable sonrisa.

En ese momento apareció Douglas, que volvía de hacerse la sesión de fotos con las dos estrellas.

– Dios mío, algún día estos dos se matarán entre sí.

Durante la sesión fotográfica, Douglas se había situado entre Ned y Jean y había tenido que soportar que se lanzaran insultos entre dientes, mientras sonreían a las cámaras. Nadie, excepto el productor, los había oído.

– Ay, los amores de juventud… Siempre tan apasionados… -dijo Max sabiamente con una amplia sonrisa.

– ¿Cómo está Harry? -preguntó Tanya.

– Tenía el esmoquin en la tintorería así que no ha podido venir -bromeó Max, encantado de que le preguntaran por su compañero-. De todos modos, hoy le tocaba noche de bolos.

Para Max, Harry no solo era su mejor amigo, sino también una especie de álter ego. Así que cualquiera que quisiera o demostrara interés por el perro, se ganaba la amistad de Max para siempre.

– Salúdale de mi parte y dile que le echo de menos -comentó Tanya.

– ¿Irás a casa para Acción de Gracias? -preguntó él.

Tanya asintió. Hacía varias semanas que no veía a sus hijos, ni siquiera a Molly. La película le había ocupado todo el tiempo y habían trabajado hasta los sábados por la noche. Los domingos solía pasarlos con Douglas, una cita semanal que ninguno de los dos quería sacrificar. Por otro lado, Molly siempre estaba haciendo planes con sus amigos. Así que Tanya tenía muchas ganas de reunirse con sus hijos en Marin. Sin embargo, este año iba a tener que compartirles con Peter y Alice. Ella estaría con los chicos el día de Acción de Gracias, y la noche del viernes ellos se trasladarían a la nueva casa de Alice, donde vivía ahora Peter. El sábado, los tres querían reunirse con sus amigos. Tanya tenía pensado coger un vuelo el miércoles por la noche con Molly. Jason y Megan viajarían en coche desde Santa Bárbara. A pesar de la ilusión que sentía Tanya por volver a estar con su familia, no lo hablaba con Douglas. Cada vez que mencionaba a sus hijos, al productor se le helaba la sonrisa.

– ¿Y tú? -preguntó Max a Douglas como buenos amigos que eran-. ¿Este año también te zamparás algunos bebés en lugar del pavo?

Douglas no pudo evitar echarse a reír.

– Si le cuentas mis secretos, Tanya se llevará muy mala impresión de mí -bromeó Douglas simulando enfadarse.

Max se encogió de hombros y comentó con una sonrisa maliciosa:

– Será mejor que sepa para quién trabaja.

Unos minutos más tarde, Max se alejó para saludar a unos conocidos y Douglas y Tanya comentaron lo mucho que les gustaba el director y lo buen amigo que era.

– Le conozco desde que llegué a Hollywood -dijo Douglas-. No ha cambiado en absoluto. Cuando era joven, tenía el mismo aspecto. Su trabajo es cada día más impresionante, pero él sigue siendo un tipo decente y normal.

– Cuando mi matrimonio se vino abajo, fue muy amable conmigo -reconoció Tanya.

Al cabo de un rato, Douglas y Tanya desandaron el camino por la alfombra roja y, discretamente, abandonaron la fiesta. Según Douglas, ya habían cumplido. Fueron hasta el hotel de Tanya en el Bentley del productor y al llegar, como a ninguno de los dos les apetecía ir al Polo Lounge, Tanya le invitó a tomar una copa en su bungalow, que ya era su hogar.

Douglas solía tomarle el pelo recomendándole que comprara el bungalow, ya que ahora se había convertido en parte de ella. Tanya, realmente, lo había hecho suyo: había movido los muebles para que la distribución fuera más de su gusto y había traído el edredón de Marin, que había colocado en la cama de la habitación de los chicos. El bungalow entero estaba repleto de fotos familiares en marcos de plata y en cada habitación había un ramo de orquídeas. En conjunto, era un espacio muy acogedor.

– Me encantaría -respondió Douglas a la invitación de Tanya.

Entregó las llaves del coche al portero del hotel y acompañó a Tanya por el camino que conducía al bungalow 2. Aunque ninguno de los dos quería darle demasiada importancia ni quería atribuirle ningún significado, lo cierto era que últimamente se estaban viendo muchísimo, tanto en el plató como por las noches. Quedaban un par de veces por semana para una cena informal, bien fuera del hotel bien en el bungalow, donde solían llevar comida de algún restaurante de la ciudad. Además, asistían a fiestas o eventos a los que Douglas estaba invitado y cada noche -aunque fuera por cuestiones de trabajo- hablaban por teléfono. Por último, estaba el ritual sagrado del domingo en la piscina de Douglas. En realidad, se pasaban el día juntos.

Tanya le sirvió un vaso de vino -guardaba una botella del vino preferido de Douglas en la nevera- y este se sentó relajadamente en una de las cómodas sillas del bungalow.

– Estás preciosa esta noche, Tanya -comentó después de estirar las piernas y contemplarla con admiración.

Tanya sonrió y contestó:

– Gracias, Douglas. Tú también estás muy guapo.

Tanya siempre se sentía orgullosa de ir del brazo del productor y la halagaba acompañarle. A veces, todavía tenía la sensación de ser una recién llegada. Le ocurría, sobre todo, cuando se encontraba rodeada de mujeres operadas, atiborradas de colágeno o de Botox, con unos pechos de extraordinaria firmeza fruto del bisturí y con cuerpos propios de chicas de un cabaret de Las Vegas o enfundadas en vestidos que Tanya jamás podría llevar. Comparada con ese tipo de mujeres, Tanya se parecía más bien a Grace Kelly, con un estilo elegante, dulce y natural, lo que sin duda era más del agrado de Douglas. El productor llevaba ya muchos años rodeado de mujeres despampanantes y le eran bastante indiferentes. No se sentía atraído por los implantes, las narices operadas o el pelo teñido.

– ¿Qué harás para Acción de Gracias? -preguntó ella.

Douglas ya no tenía familia directa y, de pronto, Tanya sintió preocupación por que estuviera solo durante las vacaciones. Sin embargo, sabía que para Douglas podía ser una pesadilla pasar esos días con ella y sus hijos en Marin y, probablemente, haría que también para ellos lo fuese.

– Estaré con unos amigos en Palm Springs. Nada muy excitante, pero serán unos días tranquilos, que es lo que me hace falta.

Habían sido semanas de duro trabajo y tanto Douglas como Tanya, así como el resto del equipo, estaban exhaustos. Sin embargo, aquella noche no parecían cansados. Tanya estaba radiante y era evidente que Douglas estaba de muy buen humor y feliz de estar en su compañía.

– Estaba pensando en invitarte a Marin, pero supongo que para ti sería peor que una condena a muerte -dijo sonriendo.

– Así es -contestó Douglas devolviéndole la sonrisa-. Aunque estoy seguro de que son buenos chicos.

Douglas llevaba varios días pensando en proponerle algo a Tanya y decidió hacerlo entonces, aunque no estaba seguro de cuál sería su reacción ni si ya tendría otros planes.

– ¿Te gustaría venir con tus hijos en mi barco alguna vez? En Navidad estaré en el Caribe y podríamos encontrarnos en St. Bart's. ¿Crees que les apetecería? -preguntó Douglas con una franqueza que Tanya percibió.

– ¿Hablas en serio? -preguntó ella con los ojos como platos.

– Eso creo. A no ser que me digas que alguno de vosotros se marea o detesta los barcos. Tenemos estabilizadores, así que la navegación suele ser bastante tranquila, y tampoco nos alejaríamos mucho de la costa. Por la noche, si lo preferís, atracaríamos en el puerto.

– Es una invitación increíble, Douglas -exclamó Tanya sin salir de su asombro.

Había pensado ir con ellos a esquiar a Tahoe. Pero pasar unos días en el yate de Douglas era un regalo maravilloso, tanto para ella como para los chicos.

– Gracias -musitó.

Después, mirándole con cierto temor, añadió:

– ¿Lo dices de verdad?

– Claro. Me encantaría que vinieras conmigo en el barco y supongo que para ellos será un plan divertido.

Tanya estaba segura, por lo que había oído acerca del yate, de que para sus hijos sería un viaje al paraíso. No sabía cuáles eran los planes de Peter para las vacaciones, pero estaba convencida de que podrían organizarse.

– Yo me marcharé unos días antes de Navidad, pero como supongo que estaréis juntos en casa en las fechas más señaladas, puedo enviarte el avión cuando tú quieras -comentó Douglas haciendo referencia a su jet privado.

Douglas jamás viajaba en líneas regulares; sin duda, estando con él, se aprendía a vivir bien.

– Me encantaría, de verdad -manifestó Tanya con sinceridad-. Hablaré con los chicos estos días de Acción de Gracias a ver qué planes tienen. No sé cómo habrán quedado con su padre.

– No hay prisa -dijo él con calma mientras dejaba el vaso encima de la mesa-. No voy a invitar a nadie más. Supongo que cuando lleguen las vacaciones, estaremos todos tan agotados que lo único que me apetecerá será estar en el barco, repasar el guión y relajarme.

– Me parece un plan fabuloso -corroboró Tanya con una sonrisa resplandeciente.

Sentía un enorme agradecimiento hacia Douglas por semejante invitación. Era una oportunidad única para sus hijos. Quizá Douglas devorase niños por Acción de Gracias, tal como había comentado Max, pero, desde luego, con ella era la amabilidad personificada, y ahora extendía ese trato a sus hijos.

Al cabo de un rato, Douglas se levantó para marcharse. Tanya le acompañó a la puerta del bungalow y volvió a darle las gracias por su generosa invitación. Douglas se volvió y la miró con una sonrisa. Parecía tan pequeña a su lado… Pero él sabía perfectamente que solo era pequeña físicamente.

– Me gustaría tenerte a bordo -dijo con sinceridad-. El barco forma parte de mi vida, una parte maravillosa, y espero que te guste, Tanya. Podríamos hacer viajes fabulosos juntos.

Tanya se sorprendió un poco por sus palabras. Aunque no podía negar que su amistad se había hecho más profunda y más fuerte desde su regreso a Los Ángeles para el rodaje de Gone, viajar juntos era otra cosa.

– Me encantaría -dijo quedamente, todavía sorprendida y conmovida por la invitación y por su deseo de compartir el barco con ellos.

De pronto, sintió una repentina timidez. Douglas era tan bueno con ella… Tanya no sabía cómo corresponderle ni cómo agradecerle sus atenciones. Cuando sus miradas se cruzaron, Douglas se inclinó lentamente y la besó con suavidad en los labios. Era la primera vez y Tanya no supo qué decir. Antes de que pudiera pronunciar palabra, él la besó de nuevo; esta vez con más intensidad, rodeándola con sus brazos con delicadeza y explorando su boca con la lengua.

Sorprendida, sin aliento y casi presa del pánico entre sus brazos, Tanya se dio cuenta de que no deseaba apartarse y se descubrió devolviéndole el beso con una pasión inesperada. Se sentía aturdida y un poco superada por los acontecimientos. Nunca había pensado en Douglas en términos sexuales ni se lo había imaginado como pareja sentimental.

Cuando finalmente dejó de besarla, Tanya le miró con los ojos muy abiertos buscando en los suyos el significado de lo que había pasado.

– Llevo mucho tiempo deseando hacer esto -susurró él-. No quería asustarte o hacerlo demasiado pronto. Estoy enamorado de ti, Tanya.

La fuerza de sus palabras la golpearon como una ola y tuvo que ahogar un gemido. Jamás habría imaginado que Douglas sintiera algo así por ella; estaba atónita. Pero también sabía que Douglas le gustaba, y mucho, y que con él estaba más a gusto de lo que había estado nunca con nadie. Excepto con Peter. Le respetaba, le admiraba y le agradaba como persona. Pero no sabía si podía amarle o si ya le amaba. Sus sentimientos eran muy confusos.

– No digas nada. No tienes que decir nada. Primero hazte a la idea. Ya lo resolveremos -musitó Douglas llevando su dedo índice a los labios de Tanya y adivinando su aturdimiento.

Volvió a besarla y Tanya se abandonó en sus brazos. Se le hacía difícil creer que pudiera estar ocurriéndole algo así. No sabía si aquello era un romance made in Hollywood o si era algo real para Douglas y, menos aún, para ella. La había cogido totalmente por sorpresa.

– Buenas noches -dijo Douglas.

Antes de que Tanya pudiera responderle o hacer comentario alguno, se marchó por el caminito alejándose del bungalow.

Tanya se quedó en la puerta viendo cómo se marchaba y oyendo los latidos de su corazón. No sabía si lo que sentía era miedo, deseo o amor.

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