Capítulo 11

Tanto para Peter como para Tanya, las vacaciones de Navidad fueron una pesadilla. En un primer momento, Peter no quiso hablar de ello con su mujer, a pesar de que no tenía opción y de que no podía negarse a darle explicaciones. Tanya no se atrevía a salir de casa por no encontrarse con Alice, pero esta ni se dejó ver ni se acercó a casa de los Harris. Por otro lado, lo último que quería el matrimonio era que sus hijos se enteraran de lo que pasaba.

– ¿Qué significa eso? -preguntó finalmente Tanya a Peter tres días después, cuando estaban los dos solos en la cocina.

Sus hijos habían ido a una fiesta navideña los tres juntos aquella tarde y parecían no haberse dado cuenta de nada, gracias a los grandes esfuerzos de sus padres por disimular la situación.

Tanya sentía que su mundo se había venido abajo, y con razón. Peter la había traicionado con su mejor amiga. Eran ese tipo de cosas que les ocurrían a los demás, pero que nunca había creído que pudieran pasarles a ellos. A pesar de que se lo había preguntado a Peter durante las vacaciones de Acción de Gracias, en realidad, confiaba en él completamente. Tanya consideraba que Peter no era de ese tipo de hombres, pero, al parecer, sí lo era y, para colmo, llevaba tres días sin apenas dirigirle la palabra.

Todo había cambiado en tres semanas. Estaban sentados frente a frente en la cocina, Tanya con una mirada desesperada y Peter angustiado, sintiéndose como si hubiera asesinado a su esposa. Tanya había perdido al menos tres kilos de peso en tres días, y eso era mucho en una persona con una complexión tan frágil. En sus ojos, era evidente el mazazo que había recibido: parecían dos profundos agujeros verdes rodeados de grandes ojeras. Peter, a su vez, también tenía un aspecto lamentable.

Desde el fatídico día en el que Tanya había llegado a casa y había descubierto lo ocurrido, nadie había vuelto a ver a Alice.

– No sé qué significa -dijo Peter honestamente y hundiendo la cabeza en las manos, superado completamente por las circunstancias-. Pasó, sin más. Nunca lo hubiera imaginado, jamás me había sentido atraído por ella. Creo que nos hemos ido acostumbrando a estar juntos durante tu ausencia, nada más. Ha sido de gran ayuda para las chicas.

– Y para ti también, por lo que parece -dijo Tanya con dureza-. Y dime, ¿fue ella la que lanzó la caña o fue idea tuya?

Tanya sabía que era mejor no conocer los detalles, pero una parte de ella quería que se los contase.

– Solo sucedió, Tan. Fuimos a su casa a tomar una pizza; luego las chicas se fueron para hacer los deberes. No sé… me sentía solo… estaba cansado… abrimos una botella de vino. Solo sé que al final acabamos en la cama -contestó Peter abatido, tan abatido como Tanya.

– ¿Y cuándo sucedió exactamente? ¿Al mismo tiempo que me decías lo mucho que me querías cada vez que yo me alejaba una y otra vez del plató para llamarte? ¿Cuánto tiempo hace que dura esto?

Fuera cuando fuese, solo de pensarlo le resultaba espantoso, pero quería saber cuánto tiempo llevaba engañándola, cuántas semanas o meses había estado su marido mintiéndole. Había albergado sospechas durante las cortas vacaciones de Acción de Gracias, pero las había rechazado pensando que era una paranoica. Y así se lo había confirmado Peter al contarle sus sospechas. ¿Estaba mintiendo entonces? Eso sí quería saberlo. Quería conocer hasta qué punto era un mentiroso.

– Fue después de Acción de Gracias, hace dos semanas -dijo Peter, casi atragantándose con las palabras.

Tanya había estado fuera solo tres semanas, sin posibilidad alguna de regresar. Ahora estaba segura de que marcharse a Los Ángeles a rodar la película había sido un error garrafal. Si aquello destruía su matrimonio, nunca sería capaz de perdonárselo a sí misma. Ni a Peter.

– ¿Ha sido una sola vez o ha habido más veces?

– Un par de veces -contestó vagamente-. Supongo que los dos nos sentíamos solos y Alice necesita alguien que cuide de ella.

Peter estaba terriblemente triste y sentía lástima por todos ellos. Nada volvería a ser lo mismo; aquel era el mayor temor de Tanya. Nunca hubiera podido imaginar que Peter o Alice le harían algo así. Tanya no podía concebir hacerles daño de ese modo a ninguno de los dos.

– Yo también necesito alguien que cuide de mí -musitó Tanya rompiendo a llorar.

– No, tú no -negó Peter mirándola con una expresión extraña-. Tú no me necesitas, Tan. Tú sola puedes mover montañas, siempre ha sido así. Eres una mujer fuerte con una vida propia y un trabajo.

– Estoy haciendo esta película porque tú me dijiste que debía hacerlo -dijo Tanya mirándole perpleja-. Dijiste que era una oportunidad que aparece solo una vez en la vida y que no debía perdérmela. No me he ido para prosperar en mi carrera profesional. Tanto tú como los chicos siempre fuisteis lo primero y todavía sigue siendo así.

Peter la miró como si no la creyera. Al mirarse el uno al otro a través de la mesa de la cocina, se dieron cuenta de que les separaba un abismo tan profundo como el Gran Cañón.

– Pues yo no lo creo. Me parece que ya no es así. Mira la vida que llevas en Los Ángeles. Asúmelo, Tan, nunca volverás aquí -afirmó con rotundidad.

– No me vengas tú también con esa mierda. Esa vida no me gusta y no es para mí. Quería trabajar en ese proyecto y descubrir cómo era el cine. Pero nada más. Para mí nada ha cambiado. Mi vida sigue aquí.

– Si tú lo dices… -replicó en el mismo tono que habría empleado Meg.

Tanya tuvo un irrefrenable deseo de darle una bofetada, pero se contuvo. Era evidente que Peter no la creía pero era él quien había faltado a su compromiso, no ella. Era cierto que estaba trabajando en Los Ángeles, pero no se había acostado con nadie. Peter, sí.

– ¿Qué vas a hacer? ¿Qué es lo que quieres, Peter? -le preguntó conteniendo la respiración.

– No lo sé -respondió Peter apoyado sobre la mesa, después de mirar las manos de Tanya primero y su rostro después-. Todo es tan repentino… No pude preverlo, ni tampoco Alice.

Veía a su esposa como a una extraña y jamás la había visto tan furiosa. Tanya tenía el corazón destrozado pero solo podía exteriorizar su rabia.

– Eso sí que no me lo creo -dijo Tanya, furibunda-. Lo que creo es que ha ido detrás de ti y de los niños desde el principio. En cuanto salí por esa puerta, vio que tenía una oportunidad de oro. Lleva trabajándose a Megan desde el verano.

– Eso no es cierto. Alice quiere a Megan -dijo Peter defendiendo a Alice.

Aquella reacción de Peter no hizo más que empeorar las cosas.

– ¿Y tú qué tienes que decir? -preguntó Tanya con voz angustiada mientras las lágrimas le caían por sus mejillas-. ¿Estás enamorado de ella?

– No lo sé, solo sé que estoy muy confuso. Jamás te he sido infiel, Tan, jamás en estos veinte años. Quiero que lo sepas.

– ¿Y eso qué importa ahora? -gimió Tanya.

Peter alargó la mano para tomar la de Tanya entre las suyas pero ella le rechazó.

– A mí sí me importa -repuso él dejando entrever su enorme angustia-. Si no te hubieras marchado a Los Ángeles, esto jamás habría ocurrido.

Era tremendamente injusto que la culpara a ella de lo sucedido, pero no era solo Peter quien la acusaba. Ella misma también se sentía culpable.

– ¿Y ahora qué se supone que debo hacer? Te recuerdo que después de Acción de Gracias no quería regresar, pero tú me dijiste que me demandarían.

– Y así era, probablemente.

De cualquier modo, era demasiado tarde, el daño ya estaba hecho y Peter tenía que tomar una decisión. Ambos debían tomarla.

– ¿Qué vas a hacer con Alice? -preguntó Tanya, sintiendo que se apoderaba de ella el pánico-. ¿Es solo una aventura o es algo más? Has dicho que no sabes si estás enamorado de ella. ¿Qué significa eso?

Tanya apenas podía hablar, pero quería saber. Tenía derecho a preguntar si Peter tenía algo que responder.

– Significa lo que he dicho: no lo sé. La quiero como amiga y es una mujer maravillosa. Lo pasamos bien con los chicos y vemos la vida del mismo modo. Hay muchas cosas de ella que me gustan, pero antes jamás había reparado en ello. Y a ti también te amo, Tan. Siempre que te lo he dicho ha sido porque era verdad. Pero no puedo imaginarte viviendo aquí de nuevo, es como si lo hubieras dejado todo atrás. Tú todavía no lo sabes, pero cuando estuve en Los Ángeles, lo vi con claridad. Ahora eres una de ellos. Alice y yo somos más parecidos; ahora tenemos más cosas en común de las que tengo contigo.

– ¿Cómo puedes decir eso? -exclamó Tanya, horrorizada, sin poder procesar las palabras brutalmente dolorosas de su marido y mirándole boquiabierta-. ¿Cómo puedes ser tan injusto? Estoy trabajando en una película, escribiendo el guión. No formo parte de ella ni soy una estrella. Sigo siendo la misma persona que se marchó hace tres meses. Es absolutamente injusto por tu parte que des por sentado que me he metido en esa mierda de vida y que ya no volveré nunca a casa, o que si lo hago seré infeliz. No es eso lo que yo quiero. Yo quiero la vida que siempre hemos llevado. Yo te amo de verdad y no he estado tirándome a nadie en Los Ángeles. No lo haría, no quiero hacerlo.

Tanya le miró profundamente dolida.

– Se me hace difícil creer que quieras volver a vivir como antes -insistió Peter, profundamente abatido y justificando de ese modo lo sucedido.

– ¿Qué me estás diciendo? ¿Has contratado a una sustituía antes de que yo abandone mi puesto? ¿Qué has estado haciendo? ¿Selección de personal? «Se necesita ama de casa, abstenerse guionistas.» ¿Cuál es tu problema? ¿Y el de Alice? ¿Dónde quedan la decencia, la confianza y el honor? Alice asegura que es mi mejor amiga. Pero ¿resulta que de repente es aceptable darme la puñalada y traicionarme solo porque estoy rodando una película en Los Ángeles? Y con tu aprobación, debo añadir.

Tanya hablaba con los ojos inyectados en sangre, pero más allá de la rabia, sentía un profundo dolor. Peter no sabía qué contestar y aunque era consciente de que ella tenía razón, eso no cambiaba las cosas. No podían olvidar lo que había sucedido: se había acostado con Alice.

– ¿Por qué sigues aquí, Peter? ¿Qué vas a hacer?

– No lo sé -musitó sin disimular su consternación.

Aquella misma mañana, Alice le había hecho la misma pregunta. En un abrir y cerrar de ojos, la vida de los tres era un desastre.

– ¿Tienes intención de dejar de verla y luchar para salvar tu matrimonio? -preguntó Tanya con una mirada profunda y dura.

Sabía que nunca más podría fiarse de él. Además, ¿cómo iba a evitar a Alice, si vivía justo al lado? En cuanto Tanya volviese a Los Ángeles, estarían juntos de nuevo. No se fiaba de ninguno de los dos. Un rayo había impactado sobre Tanya y su matrimonio y no sabía cómo continuar adelante. Habría deseado conocer los sentimientos de Peter pero ni siquiera él parecía conocerlos. Su marido todavía estaba sorprendido por lo que había ocurrido y, más aún, por haber sido descubierto. Sus vidas habían sido arrasadas por un maremoto.

– No lo sé -volvió a decir Peter mirando a Tanya a los ojos y comprendiendo que ambos estaban destrozados-. Quiero recuperar nuestro matrimonio, Tan. Quiero que las cosas vuelvan a ser como antes de que te marcharas a Los Ángeles. Pero también quiero averiguar qué es lo que siento por Alice. Algo debe de haber; de lo contrario, nada habría ocurrido. Me sentía solo y estaba cansado de llevar todo el peso de la casa y las niñas. Pero no sé si es esa la única razón. Quizá haya algo más. Me gustaría poder decir que ha sido un error o un simple polvo, pero me temo que no sería sincero. Creo que por ti, por Alice y por mí mismo, debería averiguar qué es lo que siento.

– ¿Y cómo pretendes hacerlo? ¿Pretendes hacernos pasar alguna prueba? ¿Cuánto margen debo darte? Me has destrozado la vida; los dos habéis destrozado mi vida, mi familia y todo aquello en lo que creía. Confiaba en ti… ¿qué se supone que debo hacer ahora? -preguntó Tanya gimiendo desconsolada-. ¿Qué es lo que quieres?

– Necesito tiempo para saber cuáles son mis sentimientos -contestó Peter casi sin voz.

Todos necesitaban tiempo. Alice le había explicado a Peter que estaba enamorada de él, que lo había estado desde la muerte de su esposo, pero que nunca había creído tener la menor opción. Ahora, sin embargo, creía que tenían una oportunidad. Peter no sabía qué hacer con aquella confesión de Alice y el resultado era que, entre las palabras de la una y de la otra y su propia confusión, se estaba ahogando.

– ¿Quieres que abandone la película? Lo haré -dijo Tanya, pero Peter negó con la cabeza.

– La demanda podría ser espantosa. Nos demandarían por daños y perjuicios, por el montante de tu sueldo… ¡Lo que nos faltaba! Solo serviría para empeorar las cosas. Tienes que acabar la película -dijo Peter con rotundidad.

– ¿Para que así Alice y tú os paséis toda la semana follando mientras yo trabajo en Los Ángeles? ¿Qué crees que pensarán tus hijos? No creo que te vean como un héroe precisamente.

– Lo sé, no me siento como tal, sino como un completo gilipollas. La cagué. Ha sido un patinazo, un tremendo error. Te he sido infiel. Pero es así y no puedo cambiar lo que ha pasado. Sin embargo, necesito saber si ha sido únicamente un desliz o si hay algo más. Y me temo que solo en este último caso todo esto cobraría sentido. Ahora paso más tiempo con ella que contigo, Tan, tenemos más cosas en común: los mismos amigos, hacemos las mismas cosas y nos gusta el mismo tipo de vida. Tú estás en otra onda, haciendo otra cosa. Es lo que tú querías. ¿Por qué no eres honesta contigo misma? Quizá solo querías escribir, pero te has metido en toda esta movida. No puedes separar las dos cosas. El tipo de vida forma parte del trabajo y a mí, la verdad, es que me dio la impresión de que estabas muy cómoda en tu bungalow del hotel Beverly Hills. No he visto que fueras desesperadamente en busca de un estudio de alquiler en algún barrio más modesto o que cogieras el autobús en lugar de la limusina. Me parece que en realidad te gusta, ¿y por qué no habría de gustarte? Te lo mereces. Pero no te veo renunciando a todo eso dentro de seis meses. Me da la sensación de que después querrás hacer otra película, y luego otra… Nunca volverás a quererme ni a mí ni esta vida.

– No tienes ningún derecho a tomar esa decisión por mí, ni a decirme cómo me siento ni lo que quiero. Lo único que deseaba era volver a casa al acabar la película. Y ahora me estás diciendo que no puedo, que quizá no haya ninguna casa a la que volver, que alguien podría estar ocupando mi lugar.

– Son cosas que pasan, Tan -musitó Peter con tristeza-. Yo tampoco quería que ocurriera algo así.

– Pero lo hiciste de todos modos. Yo no. Yo no tengo nada que ver con esto. Lo único que hice fue aceptar un trabajo en otra ciudad durante nueve meses. He venido a casa siempre que he podido -protestó Tanya.

De algún modo, quería que Peter fuera justo, pero ni la situación lo era ni la vida era justa en muchas ocasiones.

– No me basta -dijo Peter con honestidad-. Necesito algo más que una mujer que viene a casa un par de fines de semana al mes. Necesito alguien aquí conmigo cada día. Los últimos tres meses me han dejado hecho polvo. No puedo ocuparme de las chicas, trabajar, cocinar y ocuparme también de la casa. No puedo hacerlo todo.

Peter levantó la vista y Tanya, lanzándole una mirada llena de furia, le recriminó:

– ¿Por qué no? Yo lo hacía. Y no te fui infiel para descargar el estrés, y no porque no pudiera. Podría comportarme así en Los Ángeles, pero no lo hago.

Tanya no dudaba de que debía de haber más de un hombre en Hollywood dispuesto a complacerla, pero jamás le habría hecho algo así a Peter. Sin embargo, Alice y su marido sí lo habían hecho, y de ese modo le habían provocado una doble pérdida: la de su esposo y la de su mejor amiga, doblemente deprimente.

– Vamos a intentar manejar esto lo mejor posible durante las vacaciones, procuraremos tranquilizarnos y averiguar cómo nos sentimos. Todo esto es un completo desastre y ahora estamos conmocionados. Intentaré arreglar las cosas antes de que vuelvas a Los Ángeles. Lo siento, Tan, no sé qué más puedo decirte. Necesito algún tiempo para pensar, todos lo necesitamos. Quizá así recuperemos la cordura.

– Yo estoy muy cuerda -dijo Tanya mirándole fijamente-. Sois vosotros los que habéis perdido la cabeza. O quizá la perdí yo cuando firmé el contrato para hacer la película. Pero no merecía algo así.

Tanya volvió a echarse a llorar; las lágrimas resaltaban su extrema palidez.

– No, no te lo merecías. Y no quiero seguir haciéndote daño -dijo Peter.

Ahora que todo había quedado al descubierto, había que encontrar una solución, pero Peter sentía que cada una de las mujeres tiraba hacia un lado y estaba muy confuso.

– Preferiría que no dijéramos nada a los niños hasta que no hayamos decidido qué hacer, si te parece bien -propuso Peter.

Tanya se lo pensó un instante y luego asintió. De cualquier modo, el daño estaba hecho y era imposible que los chicos no se dieran cuenta de que había algo que no iba bien. Habría una tensión inevitable entre Peter y Tanya y, de un día para otro, Alice se había convertido en persona non grata en su casa. Era difícil que pudieran explicarlo, así que, durante aquellas vacaciones de Navidad, sus mentiras tendrían que ser de lo más ingeniosas. En cualquier caso, les delatarían sus ojos. Peter parecía un muerto y a Tanya se la veía destrozada. Por su parte, Alice había desaparecido pero estaba desquiciada; lo último que quería era ser únicamente un pasatiempo para Peter mientras Tanya estuviera lejos. Así que le había exigido una postura clara: o tenían una relación de verdad o la aventura se terminaba. Además, no sentía ningún remordimiento por lo ocurrido y le había dicho claramente a Peter que no tenía inconveniente alguno en sacrificar su amistad con Tanya por él. Aunque por un lado le resultaba embarazoso que Tanya les hubiera descubierto, por otro lado se sentía aliviada. Amaba a Peter desde hacía tiempo -algo que a él le había dejado desconcertado- y sabía que al enterarse Tanya de lo sucedido, él estaría obligado a tomar una decisión y a dar la cara.

Tanya y su marido seguían sentados frente a frente cuando Molly y Megan entraron en la cocina. Al verles, las chicas supieron al instante que había ocurrido algo. Jamás habían visto a su madre tan destrozada; o quizá solo cuando había muerto alguien muy cercano. Peter se puso en pie, cogió la basura y salió a que le diera un poco el aire.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Molly dirigiéndose a su madre.

– Nada -repuso Tanya con una sonrisa muy poco convincente mientras se enjugaba las lágrimas-. Ha muerto una vieja amiga mía de la universidad. Acabo de enterarme y se lo he comentado a papá. Me he puesto triste, eso es todo.

– Lo siento, mamá, ¿puedo ayudarte en algo?

Tanya negó con la cabeza sin lograr pronunciar palabra. En esos momentos, Peter volvió a entrar en la cocina. Cuando los ojos de sus padres se encontraron, su desolación se hizo evidente y Megan se dio cuenta perfectamente.

Unos minutos más tarde, las chicas subieron a su habitación y Jason entró en la cocina. Inmediatamente captó que ocurría algo.

Una hora más tarde, también Jason subió a la primera planta en busca de sus hermanas. Vio la puerta de la habitación de sus padres cerrada -algo muy poco habitual por la tarde- y, aunque sabía que pasaba algo, no podía decir qué era. Los tres se daban cuenta de que era algo serio. Megan pensaba que quizá su madre quería irse a vivir a Los Ángeles y divorciarse.

– No lo creo -dijo Molly con total seguridad-. Jamás nos abandonaría ni a nosotros ni a papá.

– Pero el año que viene no estaremos aquí -le recordó Megan-. Y este año ya nos ha dejado. Estoy segura de que al final se irá a vivir allí. Seguro que es eso.

Sin saber aún lo que había pasado y sintiendo lástima por su padre, añadió:

– Pobre papá, parecía tan preocupado…

– Mamá parecía tan preocupada como él -señaló Ja son-. Espero que no estén enfermos…

No se les había escapado que se trataba de algo de vida o muerte. O casi. Permanecieron los tres juntos tremendamente preocupados, mientras Peter y Tanya seguían discutiendo en su habitación intentando que no les oyeran.

A partir de aquella tarde, fue como si una bruma pesada hubiera cubierto el hogar de los Harris. Como si alguien hubiera muerto y un ambiente de funeral se hubiera adueñado de la casa.

Al cabo de unos días, Tanya hizo de tripas corazón y salió a comprar un árbol de Navidad con Jason, con la intención de recuperar un poco el espíritu navideño. Sin embargo, mientras decoraba el árbol, se echó a llorar y Molly la vio. Intentó averiguar qué era lo que ocurría, pero Tanya no quiso decírselo. Durante el resto de las vacaciones, todos se comportaron con extrema prudencia.

En una de sus salidas, Tanya vio a Alice delante de su casa, pero giró la cara sin saludarla. Cuando Megan preguntó a su madre por qué no habían invitado a Alice ni siquiera a tomar una copa con ellos desde su regreso, su madre le dio vagas excusas argumentando que estaban todos demasiado ocupados.

– Tienes celos de ella, ¿verdad, mamá? -exclamó Megan enfrentándose directamente a su madre-. Tienes celos porque estamos a gusto con ella y nos está haciendo de segunda madre. Bueno, al menos reconocerás que si ella está aquí es porque tú te has largado durante nuestro último curso pasando de nosotros.

Megan solo era una adolescente furiosa y corta de miras a causa de su edad, y aunque Tanya no dijo nada y contuvo las lágrimas, se dio cuenta de que las palabras de su hija podían aplicarse a Peter. Si no se hubiera marchado a trabajar a Los Ángeles, Alice nunca habría podido ocuparse de Peter, ni habría podido invitar a su marido y a sus hijas a cenar varias veces por semana. En resumen -tal como decía Megan-, tenía su merecido. ¿Tendría razón? Sin embargo, lo cierto era que Tanya llevaba cuatro meses en Los Ángeles sola y no había sido infiel a Peter.

El día de Nochebuena el ambiente familiar seguía cargado de hostilidad y tristeza. Como cada año, fueron los cinco juntos a la iglesia, pero aquella noche no fueron en grupo con Alice y sus hijos, sino cada familia por su lado. A Megan no le gustó la situación y tras comentar que Alice le daba pena, se fue a sentar con ella. Tanya se pasó la misa entera arrodillada, cubriéndose el rostro con las manos y llorando desconsoladamente. Peter miraba a la una y a la otra. Una de ellas le suplicaba con la mirada que empezara con ella una nueva vida; la otra, lloraba por todo lo que había perdido.

Unos días atrás, Peter le había explicado a Alice que había decidido resolver sus dudas y que no quería volver a hablar con ella hasta no haberse aclarado. Se sentía presa del pánico y se daba cuenta de que su aventura con Alice había desatado un maremoto que empeoraba día a día.

Pasaron el día de Navidad como pudieron y, al cabo de unos días, los chicos decidieron ir a pasar la Nochevieja a Tahoe y aprovechar para pasar unos días esquiando. Tanya sabía que estaban deseando desaparecer. Aunque hacía lo imposible por disimular, la pantomima no resultaba muy convincente; cuando por fin sus hijos se fueron, tanto Peter como ella estaban al borde de un ataque de nervios. Para colmo, cada vez que perdía a su marido de vista sin saber dónde se encontraba, Tanya sospechaba que estaba con Alice. Era consciente de que ya no confiaba en él y de que, probablemente, nunca más lo haría.

Tanya se sentía incapaz de celebrar la noche de Final de Año, así que decidieron fingir que no existía. Se acostaron a las diez de la noche, pero a la mañana siguiente parecía que ninguno de los dos hubiera pegado ojo. Cuando se despertaba por las mañanas, Tanya recordaba inmediatamente lo ocurrido, y se sentía morir. No le había preguntado a Peter cuál era su decisión; y había aceptado que cuando la tomara, se la comunicaría.

La mañana de Año Nuevo, estaban los dos tumbados en la cama mirando por la ventana. Desde su lado de la cama Tanya podía ver la esquina del tejado de la casa de Alice. Se quedó observándolo en silencio.

– Voy a dejarlo con Alice -dijo en tono sombrío Peter, mirando al techo-. Creo que es lo correcto.

Hubo un silencio sepulcral en la habitación. En opinión de Tanya, lo correcto era que nunca hubiera ocurrido. Dejarlo era la segunda mejor opción.

– ¿Es eso realmente lo que quieres, Peter? -preguntó ella con calma.

El asintió.

– ¿Y crees que podrás hacerlo? ¿Te lo permitirá ella? -volvió a preguntar Tanya, que sabía mejor que nadie lo tenaz que podía ser Alice cuando quería algo.

– Se está mostrando muy comprensiva. Al parecer, quiere hacer algunas gestiones para la galería por Europa, así que se marchará una temporada. Eso nos ayudará a distanciarnos. Al fin y al cabo, todo esto es muy reciente -razonó Peter.

Después, lanzó un profundo suspiro. Detestaba tener que hablar de todo aquello con Tanya, pero sabía que no tenía opción. Ambas llevaban dos semanas esperando su decisión. La tarde anterior había hablado con Alice, que había aceptado su resolución, sin alegrías, pero con comprensión. Solo le había hecho saber que si cambiaba de opinión, ella le estaría esperando con la puerta abierta. Aquello le ponía las cosas más difíciles a Peter, porque sabía que para salvar su matrimonio tenía que mantener aquella puerta cerrada a cal y canto.

– ¿Y qué pasará cuando vuelva? -preguntó Tanya con preocupación.

– Supongo que mantendremos la distancia un tiempo hasta que las cosas vuelvan a la normalidad.

Sin embargo, los tres sabían que no sería posible. Tanya no había hablado con Alice porque no tenía intención alguna de volver a dirigirle la palabra en su vida. Y en lo que respectaba a su marido, sabía que al regresar a Los Ángeles, no lo haría confiada. Quizá Alice no estaría, pero había muchas otras mujeres. Además, cuando Alice regresara de Europa, nadie podía asegurar que fueran a mantenerse alejados. Era una situación terrible para todos.

Tanya asintió sin decir nada y se levantó para darse una ducha. No se sentía capaz de abrazar a Peter y decirle que le amaba. Ya no sabía qué sentía: furia, rabia, decepción, miedo, dolor, tristeza, un sinfín de emociones, pero ninguna de ellas placentera y, desde luego, no sabía si alguna de ellas era amor. Confiaba en que con el tiempo pudieran recuperar su relación, hacer que renaciera de sus cenizas. Pero ya no podía estar segura de nada. Había surgido un muro entre ambos y Peter tampoco hacía un gran esfuerzo por escalarlo.

Por su parte, Peter también confiaba en dejar pasar el tiempo, pero a su vez, se sentía terriblemente solo. Con la intención de reparar mínimamente el daño causado, invitó a Tanya a cenar unos días antes de su regreso a Los Ángeles. Alice ya se había marchado a Europa y Jason había vuelto a la universidad. Las vacaciones habían sido deprimentes e increíblemente tensas de principio a fin.

Tanya aceptó la invitación, pero no tenía nada que decir. Consiguieron superar el rato que duró la cena hablando de los chicos y de todos los tópicos habidos y por haber. No fue una noche agradable, pero sabían que había que volver a empezar de algún modo. Ambos evitaron prudentemente hablar de ello. Por la noche, ya en la cama, Peter intentó acercarse a ella por primera vez desde su regreso y el descubrimiento de su infidelidad. Sin embargo, en el momento en el que Peter le puso la mano suavemente sobre la espalda, el cuerpo de

Tanya se tensó. Se apartó rápidamente de su lado y después se volvió y le miró en la penumbra. Peter no podía ver las lágrimas que inundaban los ojos de Tanya, pero podía intuirlas en su voz.

– Lo siento, Peter, pero no puedo… todavía no puedo -dijo Tanya despacio.

– Está bien. Lo comprendo -dijo él, dándose la vuelta de inmediato.

En todas aquellas semanas, Peter no había abrazado a su mujer ni le había dicho que la quería pero, en realidad, era lo que más deseaba decirle. Solo habían hablado de Alice; aquella mujer estaba allí, en medio de ambos, tan firme como si hubiera estado presente en el lecho físicamente.

Cuando Peter le dio la espalda, Tanya ladeó la cabeza sobre la almohada y se quedó mirando a su marido, preguntándose si las cosas podrían volver a ser como antes.

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