Tal como había prometido, Tanya fue a pasar los siguientes dos fines de semana a casa. Peter pareció tranquilizarse un poco. Era como si se sintiera más seguro si ella llegaba cada viernes por la noche tal como habían planeado. Reconoció que el fin de semana que habían pasado en Los Ángeles le había puesto muy nervioso, pero en cuanto había visto a su mujer de nuevo en Marín, se había sentido a salvo. No quería formar parte de la vida que Tanya llevaba en Los Ángeles. Y ella seguía intentando convencerle de que ella tampoco. Lo único que quería era vivir la emoción de escribir el guión de una película y volver a casa.
Durante aquellos fines de semana, pareció que volvían a la normalidad. Esos viajes significaron que se perdiera dos reuniones importantes, pero no quiso que Peter lo supiera. A Douglas y a Max les puso como excusa necesidades de sus hijos. Aunque no les hizo mucha gracia, todavía no habían empezado el rodaje, así que optaron por dejar que se marchara.
El rodaje de la película arrancó el primer día de noviembre y, a partir de entonces, la vida de Tanya se transformó en una completa locura. Rodaban de día y de noche, cambiaban de escenario, se metían en un estudio o se sentaban en sillas plegables en una esquina de la calle para rodar las escenas nocturnas. Mientras tanto, Tanya escribía y reescribía frenéticamente. Se pasaba el día entre bastidores. Jean resultó ser muy difícil -no había manera de que recordase el guión y quería que Tanya estuviera todo el rato asustándolo para ella-; sin embargo, Ned era un encanto. Tanya y Max trabajaban mano a mano en cada una de las escenas y Douglas iba y venía, supervisándolo todo.
Después de empezar el rodaje, Tanya logró milagrosamente escapar a casa el primer fin de semana. Prometió que estaría localizable en el móvil si surgía cualquier imprevisto y les aseguró que haría los cambios desde casa y se los mandaría por correo electrónico. Sin embargo, los dos fines de semana siguientes, no pudo ausentarse del rodaje. Debían rodar sobre la marcha y tenía que reescribir cuatro escenas; entre ellas, estaban algunas de las más difíciles de la película. Max le prometió que después podría cogerse varios días libres, pero que en aquellos momentos, la necesitaba al pie del cañón. No tenía elección. Ni las chicas ni Peter se mostraron muy contentos al saberlo, pero Peter lo entendió, o eso dijo. Él estaba preparando un juicio que comenzaba en unas pocas semanas y tenía muchísimo trabajo.
Tanya pudo regresar a Marin para la fiesta de Acción de Gracias y cuando entró por la puerta de su casa, después de dos semanas fuera, casi se echó a llorar de felicidad. Era miércoles por la tarde y Peter y las mellizas estaban colocando la enorme compra que habían hecho para celebrar la fiesta familiar, siguiendo las instrucciones de Tanya. Sería ella quien cocinaría el pavo al día siguiente. El vuelo había llegado con dos horas de retraso y había estado al borde de un ataque de nervios al pensar que no llegaría a tiempo. Jason llegaría aquella misma noche, pues volvía con unos amigos -entre ellos James, el hijo de Alice- en coche.
– Dios mío, ¡qué alegría veros! -exclamó Tanya dejando la bolsa en el suelo de la cocina-. Creía que iban a cancelar mi vuelo.
Se sentía como si llevara años sin verles y Peter se mostró exultante al verla. Cruzó la cocina y le dio un gran abrazo.
– Nosotros también estamos contentos de verte -dijo.
Molly se acercó a abrazar a su madre. Tanya notó al instante que Megan tenía un aspecto más taciturno del habitual y los ojos rojos. No comentó nada, para no alterarla. Le dio un beso, pero Megan apenas se inmutó y, al cabo de un momento, desapareció.
– ¿Ha sucedido algo? -preguntó a Peter con calma mientras le ayudaba a recoger.
– No lo sé -respondió mientras subían la escalera-. Ha ido a casa de Alice después del colegio. Cuando has llegado tú, acababa de entrar en casa. He ido a comprar con Molly. Quizá deberías preguntárselo a Alice. A mí Megan no me cuenta nada.
Ni a su madre, pensó Tanya. Un año atrás las cosas eran de otro modo, pero desde que había empezado a trabajar en Los Ángeles, todo era tan distinto… Ahora Alice era la confidente de Megan y Tanya era la madre ausente a la que ya no le contaba ni sus alegrías ni sus penas más íntimas. Ojala las cosas volvieran a ser como antes.
Tanya y Peter estuvieron charlando tranquilamente, poniéndose al día. Ella le contó cómo avanzaba el rodaje y la enorme presión con la que trabajaban, la locura del día a día -una manera habitual de trabajar en Hollywood- y los conflictos y problemas que surgían continuamente. Era una experiencia interesante; no podía negarlo.
Un poco más tarde, Molly entró en la habitación de sus padres y le contó a Tanya que Megan había cortado con su novio porque él le había sido infiel con otra chica. Megan estaba en casa de Alice explicándoselo y Tanya sintió que el corazón se le hacía añicos. Era como si estuviera perdiendo a su hija en favor de su mejor amiga. Sabía que era irracional pensar de ese modo y que debía agradecer a Alice todo su apoyo, pero le dolía terriblemente que Megan ya no confiara en ella.
Sin embargo, Tanya también sabía que la confianza no era algo que pudiera exigírsele a una hija y que era el precio por no estar en casa. Debía sentirse afortunada por tener a Molly. Aunque fuera estúpido, sentía celos de Alice y de la relación que había establecido con Megan. Era consciente de que su pérdida iba en beneficio de Alice.
Megan no volvió a casa hasta la hora de cenar, y si lo hizo fue porque Tanya había llamado a Alice para pedirle que mandara a la chica de vuelta a casa,
– ¿Cómo está? -había preguntado Tanya a su amiga con preocupación.
– Dolida -contestó Alice con amabilidad y simpatía-. Pero se le pasará. Son cosas de adolescentes. Se ha portado como un cerdo, pero ¿no lo son todos a esa edad? Le ha puesto los cuernos con su mejor amiga y a Megan le parece el fin del mundo.
– ¿Con Maggie Arnold? -preguntó Tanya, horrorizada.
Maggie siempre había sido buena chica.
– No -respondió Alice, que parecía muy enterada-. Con Donna Ebert. Megan y Maggie llevan meses sin ser amigas. Se pelearon la primera semana de clase.
Tanya no tenía ni idea, lo que hizo que se sintiera aún peor. Alice estaba al tanto de todo; en cambio, Tanya se encontraba fuera de onda.
Aquella noche cenaron tranquilamente en la cocina y después las chicas ayudaron a Tanya a preparar la mesa para la comida del día siguiente. Sacaron la cristalería y la vajilla para las ocasiones especiales y un mantel que había sido de la abuela de Peter y con el que adornaban la mesa cada día de Acción de Gracias. Megan no le contó nada a su madre sobre lo mal que lo estaba pasando. Se limitó a estar allí y después se fue a su habitación. Trataba a su madre como a una completa extraña. Ya no parecía enfadada, pero cada vez que Tanya intentaba hablar con ella, la trataba con frialdad o indiferencia. Había rellenado todas las solicitudes para la universidad con Alice y ni siquiera se las había enseñado a su madre.
– Estoy bien, mamá -dijo apartándose de ella.
Tanya había vuelto a perder todo lo que había recuperado en Los Ángeles y que parecía haberse consolidado durante los fines de semana que Tanya había ido a casa. La conexión con Megan había vuelto a cortarse después de aquellas semanas de ausencia desde el comienzo del rodaje de la película. Tanya se sentía incapaz de salvar el abismo que las distanciaba, creía no poder soportarlo más y sentía que había fracasado como madre. Megan tampoco se lo ponía fácil. Su actitud era hermética y, en cuanto podía, se marchaba de la habitación. Por el contrario, la actitud de Molly era de completa confianza. Era increíble lo diferentes que habían sido las reacciones de sus dos hijas.
La llegada de Jason fue un alivio. Acababa de dejar a sus amigos y se dirigía directamente hacia la nevera; de pasada, dio un beso a su madre.
– Hola, mamá. Me muero de hambre.
Tanya sonrió ante aquel comentario que le resultaba tan familiar y se ofreció a prepararle chile. Jason aceptó encantado la sugerencia y se sentó a la mesa de la cocina con un vaso de leche en la mano. Mientras Tanya vaciaba una lata de chile en una fuente y la metía en el horno, Jason y Molly estuvieron charlando sobre la escuela. Cuando entró Peter, en la cocina se respiró un ambiente festivo. A los pocos minutos, llegó Megan.
Miró a su hermano y, antes de que Jason tuviera tiempo de saludarla, le dijo:
– He cortado con Mike. Se ha liado con Donna.
Compartía su dolor con todo el mundo menos con su madre. Hasta la vecina había sabido la noticia antes que Tanya.
– Qué mierda -comentó Jason con cariño-. Es un capullo. En una semana, pasará de ella.
– No quiero volver con él -dijo Megan, y empezó a hablar con su hermano mayor.
Estaban todos juntos en la cocina, pero Tanya se sentía como si la hubieran dejado de lado. Antes, toda la familia había girado alrededor de ella, pero ahora se sentía invisible. Ella había sido indispensable, pero ya sabían valerse por sí mismos y ella solo servía para abrir una lata de chile y meterla en el horno. Aparte de eso, no era de ninguna utilidad. Observó a Jason, que hablaba con Peter de su posición en el ranking del equipo de tenis, mientras escuchaba la vida amorosa de Megan y se dio cuenta de que nadie hablaba con ella, que la habían aislado y que, sin pretenderlo, actuaban como si no estuviera. Se sentó a la mesa de la cocina con su familia y participó de las conversaciones todo lo que pudo.
Jason ayudó a meter los platos en el friegaplatos y los tres hermanos se marcharon hablando animadamente de mil cosas a la vez. Antes de salir de la cocina, Jason se volvió y dijo a su madre:
– Gracias por el chile, mamá.
– El gusto es mío -contestó mirando a Peter, que estaba allí sentado observándola.
– Eres tan eficiente… Yo sigo organizando un terrible follón cada noche en la cocina -dijo su marido sonriendo, feliz de tenerla de nuevo en casa.
A Peter se le habían hecho muy largas aquellas dos semanas, pero era consciente de la locura que significaba un rodaje.
– Es tan maravilloso estar de vuelta en casa -dijo Tanya sonriéndole-. Pero también se me hace extraño -añadió-. Es como si los chicos ya no supieran quién soy. Sé que es una tontería, pero me molesta que Megan hable con Alice de su vida amorosa y a mí no me diga una palabra de ello. Solía contármelo todo.
– Cuando vuelvas a casa, lo hará de nuevo. Saben que estás muy ocupada, Tan. No quieren molestarte. Estás trabajando en una película. Alice no tiene nada más que hacer y está aquí al lado. La galería le divierte pero no le lleva mucho tiempo.
Echa de menos a sus hijos, así que adora pasar algún tiempo con los nuestros.
– Me siento como si me hubieran despedido -se lamentó Tanya con tristeza, mientras subían despacio a la habitación.
Podían oír a sus hijos reunidos en la habitación de Jason riéndose y charlando, con música de fondo. La casa había cobrado vida de nuevo.
– No te han despedido -la tranquilizó Peter con delicadeza mientras cerraba la puerta de su habitación-. Solo estás de excedencia. Es muy distinto. Cuando vuelvas a casa, estarán todos agobiándote de nuevo. Al igual que ahora agobian a cualquiera. Se hacen mayores.
Sabía que Peter estaba en lo cierto, pero eso también la deprimía. Empezaba a tener el síndrome del nido vacío, pero en su caso, ella había sido quien había abandonado el nido. Desde luego, antes que sus hijas. En realidad, había alterado el orden natural de las cosas y era normal que Megan le guardase rencor. Tanya no la culpaba en absoluto. Por el contrario, era ella la que estaba sumida en un mar de culpa.
– Me siento tan mala madre… Sobre todo viendo que busca el apoyo de Alice.
– Es una buena mujer, Tan. No le dará malos consejos.
– Ya lo sé, no es esa la cuestión. Lo que importa es que yo soy su madre y Alice no lo es. Creo que a veces Megan lo olvida.
– No, no lo olvida. Solo necesita alguien que esté cerca. Una mujer. A mí tampoco me cuenta sus cosas.
– Podría llamarme al móvil siempre que quisiera. Molly lo hace y tú también.
– Dale un respiro, Tan. Ella es la que peor se ha tomado tu marcha. Te ha perdonado, pero ha perdido la costumbre de charlar contigo.
Tanya asintió. Era cierto, pero esa verdad dolía horrores. Se sentía como si hubiera perdido a una de sus hijas. Molly no había dejado de apoyarla y Jason la llamaba cada vez que estaba aburrido o quería pedirle consejo sobre cualquier cuestión de la universidad. Pero Megan se había separado de su madre casi por completo. Tanya no dejaba de preguntarse si en el futuro salvarían el abismo que las separaba. En aquellos momentos, solo le era útil a su hija para presentarle estrellas de cine, y eso le causaba un dolor insoportable. Se sentía como si hubiera perdido una pierna o un brazo. Por otro lado, era consciente de que para Megan también debía de ser doloroso. No sabía cómo hablar de ello con ella y aunque Peter consideraba que tenía que darle tiempo, Tanya no estaba segura de que esa fuera la solución.
Su hija la había abandonado por Alice. Y la única culpable era Tanya.
– Intenta no preocuparte tanto -dijo Peter con cariño-. Creo que todo se arreglará cuando vuelvas a casa.
– Pero faltan meses para eso -se lamentó Tanya, desolada-. Ya casi han acabado las solicitudes para la universidad y yo ni siquiera he estado aquí para ayudarlas.
La culpa la acosaba de nuevo y sentía que se estaba perdiendo lo más importante: los amoríos, las rupturas, las solicitudes para la universidad, los resfriados y los detalles cotidianos que sus hijas compartían ahora con Alice y con Peter, pero no con ella. Le dolía mucho más de lo que habría podido imaginar.
– He estado ayudándolas con las solicitudes estas últimas semanas -insistió Peter-. Y sé que Alice también les ha echado una mano. Tienen intención de acabarlas durante las vacaciones de Navidad. Entonces podrás ayudarlas y darles consejos sobre los trabajos que vayan a presentar. Pero creo que lo llevan bastante adelantado.
– ¿Hay algo que Alice no pueda hacer? -soltó Tanya, malhumorada.
Peter la miró fijamente. Aunque habían sabido desde el principio que la separación sería dura, no habían sospechado que dolería tanto. Tanya había temido precisamente que ocurriera lo que ya estaba pasando: que la ausencia afectase la relación con sus hijos o con su marido. Hasta la fecha, su relación con Molly o con Peter no se había visto afectada, pero Megan era una de las bajas que había causado la película de su madre y Tanya temía que su hija nunca la perdonara.
– No es culpa de Alice -la reprendió Peter con delicadeza mientras Tanya se dejaba caer sobre la cama con un suspiro.
– Ya lo sé. Pero me siento frustrada y culpable. Si la culpa es de alguien, es mía. Gracias por dejar que me queje.
Peter siempre se mostraba tan comprensivo con todo… Sabía que era muy afortunada por tenerlo de marido y lo valoraba infinitamente. De no ser por él, su odisea hollywoodiense no habría podido tener lugar nunca. Pero se daba cuenta de que estaba arrepentida de haber aceptado. Si aquello le costaba la relación con uno de sus hijos, estaba claro que el precio habría sido demasiado elevado. Pero ya era tarde para echarse atrás. Solo podían seguir adelante y sacar el máximo partido posible.
– Puedes quejarte siempre que quieras conmigo -dijo Peter con una sonrisa mientras se sentaba a su lado en la cama y la abrazaba-. ¿A qué hora te levantarás para cocinar el pavo?
– A las cinco -dijo Tanya. Parecía cansada.
Se había estado levantando más temprano y acostándose más tarde de esa hora durante el rodaje de la película. Eran un trabajo y una vida de locos. Podía entender perfectamente que en aquella profesión hubiera tan poca gente con relaciones o matrimonios estables. El estilo de vida era demasiado extravagante e impedía cualquier tipo de normalidad. Además, las tentaciones eran enormes. Ya había visto cómo surgían varios romances en el rodaje, incluso entre gente casada. Parecía que quienes trabajaban en una película olvidaban todos los lazos que les unían a las personas externas al rodaje; era como un crucero o un viaje a otro planeta. Para ellos, solo eran reales las personas que veían cada día; en cambio, la gente de su vida real se volvía invisible. Vivían en el diminuto microcosmos del plató de rodaje. A Tanya no le había ocurrido y sabía que no le iba a ocurrir pero observaba a los demás entre fascinada y horrorizada.
– Despiértame cuando te levantes -le dijo Peter-. Si quieres, te haré compañía mientras empiezas con el pavo.
Tanya le miró y negó con la cabeza.
– ¿Cómo he podido ser tan afortunada? -preguntó besándole-. No, no te despertaré. ¿Bromeas? Tienes que dormir, pero gracias por el ofrecimiento.
– Tú también necesitas dormir. Además, me gusta estar contigo.
– A mí también. No tardaré mucho. Volveré a la cama enseguida.
Poco después, se acostaron y Tanya se hizo un ovillo junto a Peter. Su marido la rodeó con los brazos, como hacía siempre, y su rostro se iluminó con una sonrisa de paz. Estaba feliz de tenerla de vuelta, tan feliz como estaba ella de haber regresado. A pesar de sus sentimientos de fracaso y de pérdida con respecto a Megan, era maravilloso estar en casa.
Tanya se levantó a la hora prevista para meter el pavo en el horno y preparó todo lo necesario. Después, volvió a la cama y durmió cuatro horas más. Se acurrucó tan cerca de Peter como pudo; se despertaron entre una maraña de sábanas, mantas, piernas y brazos. Aquello era mucho más placentero que dormir sola en el bungalow del Beverly Hills. Se desperezó y sonrió. No había mejor manera de comenzar el día.
– Es maravilloso tenerte en casa, Tan -dijo Peter, feliz.
Hicieron el amor y al cabo de un rato se levantaron. Peter se duchó, se vistió y bajó a la planta baja. Tanya le siguió en bata para comprobar cómo iban las cosas en la cocina. Al entrar, le sorprendió encontrar a Megan y a Alice conversando sentadas a la mesa. Su hija le había preparado un café a Alice y daba la impresión de que su amiga se sentía como en casa. Al ver a Peter y a Tanya, incluso se sorprendió un poco. A su lado, había un libro. Miró a Peter con una sonrisa complaciente.
– Te devuelvo el libro. Genial. De lo más divertido que he leído… -y añadió dirigiéndose a ambos-: Feliz día de Acción de Gracias.
Tanya se sintió de nuevo invisible en su propia vida, como si hubiera muerto y regresado en forma de fantasma. Por un instante, sintió como si Alice la hubiera mirado sin verla.
– ¿Quieres que te prepare el desayuno? -se ofreció Tanya procurando no sentir ni rabia ni envidia por la profunda conversación que a todas luces estaban manteniendo Alice y Megan.
– No, gracias. Ya he desayunado. James y Melissa se han despertado antes del alba.
Jason y Molly se habían quedado despiertos hasta tarde y seguían durmiendo. Al parecer, Megan había tenido una horrible conversación con Donna, su ex mejor amiga, a primera hora de la mañana y ya no había vuelto a dormirse. Cuando Alice se acercó a casa de Tanya y de Peter con la intención de dejar el libro en la puerta, Megan la había visto y le había pedido que entrase para contarle su conversación con Donna.
– El pavo que tienes en el horno es impresionante, Tan -dijo Alice con admiración-. Yo no he podido encontrar nada decente este año. Ya los habían vendido todos.
Estuvieron charlando animadamente mientras Tanya servía un café a Peter, se preparaba un té y se sentaba a la mesa junto a su hija y su vecina. Peter le preguntó a Alice sobre el libro y esta repitió lo mucho que le había gustado y lo divertido que le había parecido. Se la veía encantada.
– Ya te dije que era de tu estilo. Ha escrito otro que es aún más divertido. Ya lo buscaré, debe de estar arriba, en alguna estantería. Te lo daré más tarde -dijo Peter con absoluta familiaridad.
Mientras escuchaba hablar a su marido, Tanya se preguntó si un observador externo habría sido capaz de distinguir con cuál de las dos mujeres estaba casado. Aparte del pequeño detalle de que acababa de hacer el amor con ella, parecía perfectamente cómodo con ambas; entre él y Alice había un tono íntimo que, de pronto, puso a Tanya de los nervios. Sabía que no estaba acostándose con ella, pero estaba claro que se sentía cómodo y a gusto con Alice. Incluso demasiado a gusto, al parecer de Tanya. Parecían haber desarrollado una relación más estrecha desde que Tanya se había ido a Los Ángeles. Alice se pasaba el día entrando y saliendo, comprobando que las chicas estaban bien, llevándoles comida, o invitándoles a cenar a su casa. Había pasado de ser una amiga a convertirse en parte de la familia de sus hijos. Y de Peter.
Tanya se dio cuenta de que el nombre de Alice salía prácticamente en todas las conversaciones: o les había llevado algo o había hecho algo para ellos o había ido a algún sitio con alguna de sus hijas. Era una ayuda enorme para Peter, pero Tanya se sentía irritada.
Mientras la observaba aquella mañana, Tanya se hizo una pregunta. Creía saber la respuesta, pero no estaba tan segura como habría estado en septiembre. Pensó que era mejor preguntárselo más tarde a Peter, así que se quedó sentada a la mesa de la cocina, escuchándoles.
Finalmente, Alice se levantó y volvió a su casa con sus hijos. Megan se fue prácticamente a la vez que Alice y subió arriba. Hubo un momento de silencio durante el cual Tanya miró a Peter con la esperanza de que sus temores fueran infundados. Nunca había dudado de él hasta entonces; ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Y ahora se sentía culpable por dudar. Sabía que todo aquello era culpa suya y de nadie más. Pero estaba claro que Alice estaba a gusto en su casa, y con Peter, mucho más de lo que nunca antes había estado.
– Sé que esto va a parecerte una locura, casi paranoico -dijo Tanya despacio mirando a su marido.
Hacía apenas una hora que habían hecho el amor y todo había ido bien. Pero nunca se sabía, la gente hacía cosas de lo más extrañas. Tal vez Peter se sentía solo y sabía que Alice llevaba dos años, desde la muerte de Jim, buscando a otro hombre.
– No estás teniendo una aventura con ella, ¿verdad? Te pido disculpas por el mero hecho de preguntártelo, pero empieza a parecer como si se hubiera trasladado a vivir aquí.
Por muy amigas que fueran, Alice nunca había estado tan presente en sus vidas. Y nunca había sido particularmente amiga de Peter. Sin embargo, ahora estaba muy presente.
– No seas ridícula -le dijo Peter, tal como era de esperar y utilizando la respuesta más apropiada. Se levantó a por otra taza de café mientras Tanya le miraba a los ojos-. ¿Por qué piensas eso?
– Veis mucho a Alice entre semana y vas mucho a su casa. Prácticamente ha adoptado a Megan. Cuando hemos entrado en la cocina, me ha parecido que estaba en su cocina. Nunca antes me había sentido así con ella. Como si las chicas y tú le pertenecierais a ella y no a mí. Las mujeres se vuelven así, posesivas con respecto a los hombres con los que se acuestan y con respecto a sus familias.
Tanya hablaba con evidente preocupación, pero Peter negó con la cabeza.
– Ha sido una gran ayuda mientras has estado lejos -dijo-. Pero no creo que se haga ilusión alguna con respecto a los chicos o con respecto a mí. Sabe que volverás.
Hubo algo en la forma de hablar de Peter que hizo que Tanya se sintiera incómoda.
– ¿Qué quieres decir? ¿Qué sabe que tiene que dejar que te marches cuando acabe la película o que no ha ocurrido nada?
Había una diferencia no precisamente sutil entre las dos situaciones y Tanya había percibido algo en la forma de hablar de Peter que no le había gustado.
– No me estoy acostando con ella. ¿Te parece suficiente esta respuesta? -dijo Peter tajantemente dejando la taza en el fregadero.
No se estaba quieto y Tanya no sabía por qué, aunque, evidentemente, aquella conversación no era agradable para ninguno de los dos.
– Bien. Es suficiente. Me alegro -dijo y se acercó a darle un beso en los labios-. Me molestaría muchísimo que estuvieras acostándote con ella. Solo para que lo tengas claro.
Él la miró con un gesto extraño y le preguntó:
– ¿Y tú, Tan? ¿No tienes tentaciones en Los Ángeles? ¿No te has cruzado con nadie con quien te gustaría tener una aventura fugaz o una aventura más larga, que durase lo que tardéis en rodar la película? Sé que durante los rodajes se hacen muchas locuras. Y eres una mujer hermosa.
Tanya le sonrió y no vaciló un solo instante antes de responder:
– No, en absoluto. Para mí no existe más hombre que tú. Comparados contigo, todos me parecen una birria. Estoy enamorada de ti.
Todavía lo estaba, después de veinte años.
– Yo también estoy enamorado de ti -dijo dulcemente, sin disimular la satisfacción que le habían producido las palabras de Tanya-. No te enfades con Alice. Simplemente, está sola y es amable con las chicas.
– De acuerdo, pero no quiero que sea demasiado amable contigo. Cuando estás tú, ella actúa como si yo no existiera -comentó de nuevo Tanya.
– Es una buena amiga. De verdad que aprecio su ayuda. A veces, no sé si me las podría arreglar sin ella. Cuando no consigo llegar pronto a casa, se preocupa de que todo esté bien. Y las chicas la quieren mucho. Siempre la han querido.
– Lo sé, yo también la quiero. Solo estoy preocupada. Es duro estar lejos cinco días a la semana.
Había resultado ser mucho más duro de lo que habían creído. Después de dos meses, las cosas se habían puesto difíciles. Y a Tanya le preocupaba no poder ir a casa los fines de semana durante el rodaje. Estaba decidida a ir lo más a menudo posible pero sabía que no siempre podría, como había sucedido recientemente. Desde luego, de lo que estaba segura era de que no quería que, como consecuencia de su ausencia, Peter tuviera una aventura. Ambos tenían que ser fuertes. Ella lo era. Y tenía que dar por sentado que Peter también lo sería, por muy sola que se sintiera Alice o por muy amable que fuera con las chicas. Tanya había sentido malas vibraciones en su presencia y había notado que Alice estaba incómoda. Se preguntó si no sería fruto de su sentimiento de culpa. Por lo que le decía Peter, estaba equivocada, pero se alegraba de haberlo preguntado, para aclarar las cosas. Se sintió aliviada con la respuesta de Peter y no iba a volver a hablar de ello. Una sola vez era suficiente.
Volvió a vigilar el pavo, que tenía buen aspecto, y subió a ducharse y vestirse. Oyó ruido en la habitación de Jason y se alegró de tenerle de vuelta en casa. Sonrió mientras se dirigía a su habitación. Al cabo de una hora reapareció en la cocina donde padre e hijo estaban charlando. Se ofreció a prepararle un desayuno ligero, para que no le quitara el hambre para el almuerzo. Tenían previsto empezar a comer un poco después de la una. Jason le dijo que ya se había servido él mismo de la nevera y que había desayunado tarta de queso y el chile que había sobrado de la víspera; un almuerzo perfecto para él.
A la una y media, todos estaban en el salón dispuestos a celebrar el día de Acción de Gracias y a las dos en punto pasaron al comedor. Peter empezó a trinchar el pavo y todos comentaron que aquel año toda la comida parecía mejor que cualquier otro año. Tanya miró a todos sus seres queridos y dio las gracias, como solía hacer, particularmente por estar todos juntos, por quererse y por tener tanto de lo que alegrarse, un año más.
– Gracias por la familia que tenemos -dijo suavemente antes de decir amén. Y en silencio, pidió a Dios que los protegiese en su ausencia.