Molly y Tanya se encontraron en el aeropuerto de Los Ángeles el miércoles por la tarde. Tanya había salido a toda prisa del plató para no perder el vuelo. Se había pasado todo el día en el rodaje y apenas había visto a Douglas unos minutos. En algún momento, rodeado de un grupo de personas, había visto cómo la miraba sonriendo en la distancia y ella le había sonreído tímidamente. No había podido volver a hablar con él desde la noche anterior, pero sabía que, de forma repentina, todo había cambiado entre ellos. Se había pasado toda la noche pensando en él e intentando averiguar cuáles eran sus sentimientos. Le gustaba y le veía como un hombre deslumbrante, pero nunca había pensado en él como posible pareja sentimental. Y aunque seguía sin hacerlo, su confesión había desbaratado su vida completa y agradablemente. Era excitante y aterrador a un tiempo.
Molly estaba esperando a su madre en el Starbucks de la terminal, tal como habían quedado, y echaron a correr para coger el avión. Llegaron por los pelos. En el mismo momento en el que se dejaban caer en los asientos, sonó el móvil de Tanya. Como todavía no habían pedido que apagasen los aparatos, respondió y se quedó sorprendida al oír la voz de Douglas al otro lado del teléfono.
– Siento que no hayamos podido tener un momento para hablar hoy -dijo él en tono dulce y familiar, un tono con nuevas connotaciones;-. No quiero que olvides lo que te dije anoche, o que pienses que era consecuencia del vino. Te quiero, Tanya, y desde hace mucho tiempo. De hecho, mis sentimientos eran estos ya el año pasado, pero sabía que no estabas disponible. Creí que nunca llegaría nuestro momento, pero ahora me parece que ha llegado.
– Yo… no sé… no sé qué decir… Estoy atónita.
También estaba asustada. Se sentía muy unida a Douglas, pero no sabía si estaba enamorada de él. Nunca se le había pasado por la cabeza tener una aventura con el productor y no se había parado a pensar en él como posible amante ni en que él pudiera quererla de ese modo.
– No tengas miedo, Tanya -dijo Douglas con tranquilidad, transmitiéndole, como siempre, la seguridad que ella necesitaba-. Creo que el nuestro podría ser el tipo de matrimonio que ambos deseamos -continuó Douglas yendo al grano con contundencia-. Una alianza poderosa entre dos personas interesantes que se preocupan la una de la otra. Aquella vez en la piscina, cuando charlamos de ello de manera informal, tú hablaste de amigos íntimos con anillo de casados. Eso es lo que quiero. Nunca había querido volver a casarme hasta que te conocí. Tómate el tiempo necesario para pensarlo.
– Creo que lo necesitaré -dijo ella con cautela sintiendo que la ansiedad la embargaba de nuevo.
Qué extraño se le hacía estar hablando con Douglas estando su hija en el asiento de al lado. No quería que Molly supiera lo que estaba pasando y consideraba que, antes de decirle nada a ella o a sus hermanos, necesitaba tiempo para hacerse a la idea. Sabía que no había superado todavía su separación. Sin embargo, se sentía atraída hacia Douglas con una fuerza que no habría creído posible. Pese a que las palabras del productor la asustaban, también le agradaban y le parecían una excelente formar de curar sus heridas.
– Te llamaré a lo largo del fin de semana -prometió Douglas-. No olvides preguntar a los chicos por el plan del barco.
– No lo olvidaré… y, Douglas, gracias por todo. En fin, solo necesito un poco de tiempo -respondió Tanya.
Estaban a punto de armar las rampas del avión, así que pidieron a los pasajeros que apagaran sus móviles.
– Ya lo sé. Tienes todo el tiempo que necesites -dijo él en tono tranquilo y controlado.
– Gracias -respondió ella con dulzura.
¿Qué maravilloso ardid del destino había hecho que Douglas se enamorase de ella? A lo mejor resultaba ser la mejor bendición que había recibido en su vida. No lo sabía, pero, de pronto, tuvo la esperanza de que así fuera. Quizá el final trágico se transformaría en final feliz después de todo. ¿Podía ser todo tan perfecto? Se despidió de Douglas y apagó el móvil, bajo la atenta mirada de su hija.
– ¿Quién era? -preguntó Molly con interés.
– Mi jefe -contestó Tanya riendo-. Douglas Wayne. Quería discutir el guión.
– Se te veía algo rara. ¿Te gusta mucho? Como pareja, me refiero.
Me gusta con locura, pensó Tanya, pero no le contó nada de lo que Douglas le había dicho ni de lo sucedido.
– No digas bobadas. Solo somos amigos.
Recostó la cabeza en el respaldo del asiento y cerró los ojos. Se quedó dormida con la mano de su hija entre las suyas y pensando en Douglas y en las increíbles cosas que le había dicho. Era como un sueño.
En el aeropuerto de San Francisco tomaron un taxi hasta Marín. Cuando Tanya entró en su casa y encendió las luces, lo encontró todo viejo y polvoriento. La casa llevaba deshabitada desde septiembre y a los ojos de Tanya ya no era un hogar; fue una sensación muy triste. Sacudió los sofás, encendió las luces y se marchó a hacer la compra mientras Molly empezaba a llamar a sus amigos. Cuando regresó, Jason y Megan habían llegado, la música sonaba a un volumen ensordecedor y la cocina era un auténtico caos. Se habían presentado en casa media docena de amigos y todos hablaban de novios, novias, fiestas y clases. Tanya sonrió. Aquella era la escena que tanto adoraba y que tanto echaba de menos en Los Ángeles; se alegró de su decisión de pasar la fiesta en casa y no en el hotel de Los Ángeles. Habría sido un error garrafal. Tanto para ella como para sus hijos. El día de Acción de Gracias y las Navidades tenían que celebrarse en casa.
Tanya preparó hamburguesas y pizza, una enorme ensalada variada y patatas fritas para los chicos. Era ya medianoche cuando los amigos de sus hijos se marcharon, la cocina estuvo recogida, sus hijos se retiraron a sus habitaciones y Tanya acabó de poner la mesa para la celebración del día siguiente. Aunque la tristeza por lo mucho que habían cambiado sus vidas flotaba en el aire, no dejaba de ser un placer volver a estar en casa. Ahora, los hijos de Tanya ya estaban en la universidad, eran adultos y habían empezado su propio camino; Peter estaba con Alice y su divorcio era inminente; y ella estaba viviendo en un hotel en Los Ángeles. Volver a Ross era como viajar al pasado, un pasado por el que sentía un gran cariño; siempre lo sentiría. A su pesar, también era consciente de que seguía amando a Peter. Al estar en casa, en el espacio en el que había compartido su vida con su marido, la añoranza se agudizaba y descubría que no había superado su ruptura. Se preguntó si sería capaz de hacerlo con el tiempo.
Como cada año, Tanya se levantó a las cinco de la mañana para cocinar el pavo, después de una noche en la que le había resultado muy duro dormir sola en su cama. Mientras lo preparaba, antes de meterlo en el horno, recordó que fue precisamente el día de Acción de Gracias del año anterior cuando tuvo la primera sospecha sobre Peter y Alice. Aunque en aquella fecha todavía no estaban juntos, finalmente la corriente les había arrastrado a ellos por un lado y a ella por otro.
También estuvo pensando en Douglas y se preguntó si él podría disfrutar de Marín. Probablemente, no. Aunque la vida en aquel lugar ofrecía ciertos placeres y beneficios, era demasiado vulgar para Douglas. Tanya tenía muchísimas ganas de transmitir a sus hijos la invitación para ir en el barco del productor en Navidad. Confiaba en que les hiciera ilusión. Podría ser una maravillosa aventura estar todos juntos: Douglas, ella y sus hijos; una experiencia fascinante compartida por todos.
Tanya acabó de preparar el pavo, lo metió en el horno y se volvió a la cama, para dedicarse a soñar. Con el fin de borrar a Peter de su mente, hizo esfuerzos por imaginar cómo sería compartir el día a día con Douglas en su espectacular casa de Los Ángeles, escuchándole al piano. Era una idea excitante, pero no acababa de imaginárselo. Tanya se sentía segura y cómoda con Douglas, lo que era muy importante para ella, pero no sentía auténtica pasión. Sin embargo, les unía una profunda amistad y confiaba en que el tiempo la transformara en amor. Aunque la idea le resultaba extraña y todavía era todo muy repentino, no quería rechazar de plano las posibilidades que ofrecía. Era una auténtica sorpresa, desde luego, pero no había razón alguna para no dejarse llevar por la imaginación y soñar con la perspectiva de una vida a su lado.
Como cada año, todos se vistieron elegantemente para la comida de Acción de Gracias. Las chicas se pusieron unos bonitos vestidos y Jason un traje. Tomaron asiento y Tanya, como siempre, bendijo la mesa. Dio las gracias por los alimentos, por tener a la familia reunida, por el amor que todos ellos se profesaban y agradeció también las cosas buenas que el año que acababa les había concedido; por último, pidiendo por el año que empezaba. Mientras hablaba, se le quebró la voz y los ojos se le llenaron de lágrimas. Solo podía pensar en los desgarradores cambios que había sufrido la familia durante los últimos meses y en el inminente divorcio. Molly cogió la mano de su madre y Tanya logró acabar su plegaria con una amorosa sonrisa dirigida a sus tres hijos. Se tenían los unos a los otros, el mayor regalo posible, así que en realidad había mucho por lo que dar gracias.
Jason cortó el pavo -con bastante soltura-, en lugar de su padre. La comida estaba deliciosa.
– Me falta práctica -se disculpó Tanya al comprobar que se le habían quemado las patatas-. No cocinaba desde el pasado verano.
Era increíble pensar que llevaba todo ese tiempo viviendo en un hotel.
– Alice prepara el relleno con puré de castañas y bourbon -informó Megan en un tono que sonó a reproche.
Tanya no hizo ningún comentario, pero Jason fulminó con la mirada a su hermana. A la mañana siguiente, los chicos irían a casa de su padre y todos tenían claro que había cierta tensión entre ambos hogares. Procuraban no mencionar a su padre o a Alice en casa de Tanya ni a esta en casa de ellos. Era todavía muy pronto y a los chicos se les hacía todo muy raro. Durante el desagradable proceso del divorcio, Megan había estado muy unida a Alice, mientras que Molly, muy afectada por la ruptura del matrimonio de sus padres, se había alejado por completo de la nueva compañera de su padre. Jason procuraba mantenerse al margen y confiaba en que, con el tiempo, aquella desagradable situación se suavizase. No quería tener que tomar partido por un bando u otro; lo que deseaba era poder ir a casa de ambos sin problemas.
– Me gustaría compartir con vosotros una invitación que he recibido -comentó Tanya durante la comida.
Quería dejar de lado las habilidades culinarias de Alice, una información que le resultaba difícil de digerir. Megan seguía guardando rencor a su madre por haberse marchado a Los Ángeles. Nunca lo había disimulado, ni siquiera antes de que Peter y Alice iniciaran su relación. Para ella, todo aquello era culpa de Tanya. A pesar de que era muy duro, había que aceptar que así era como se sentía la joven. Tanya veía reflejados en su hija sus peores temores y agudizaba en ella un enorme sentimiento de culpa por haber aceptado el guión de la primera película.
– Nos han invitado a pasar la Navidad en un yate fantástico en el Caribe -anunció Tanya con entusiasmo.
Los tres pares de ojos la miraron fijamente.
– ¿Quién? ¿Una estrella de cine? -preguntó Megan, emocionada.
– Douglas Wayne, el productor con quien estoy trabajando. Tiene el yate en St. Bart's y nos enviaría su jet privado para recogernos.
– ¿Y por qué? ¿Estás saliendo con él? -preguntó Megan con curiosidad.
– No, no salimos. Solo somos amigos, pero quizá podríamos llegar a ser algo más en el futuro.
No quería explicar a sus hijos que Douglas le había dicho que la amaba y que ya estaba hablando de matrimonio. Si era demasiado pronto para Tanya -necesitaba tiempo para hacerse a la idea- no quería ni imaginar lo pronto que sería para sus hijos. Además, quería que primero le conocieran y no dárselo todo como algo ya decidido.
– Podríamos pasar la Navidad aquí y después pasar el Año Nuevo en el barco -propuso Tanya con cautela.
– ¿Y papá? -preguntó Megan al instante, dispuesta a defender los intereses y el tiempo que le correspondía pasar con ellos.
– Yo tenía pensado ir con mis amigos a Squaw -comentó Jason, dubitativo y sopesando las opciones.
No le costó mucho tomar una decisión. A Jason le encantaban los barcos y un viaje en yate por el Caribe era irresistible.
– Creo que me apetecería ir -concluyó.
– Yo me quedaré con papá -anunció Megan rápidamente, solo por llevar la contraria.
Tal como Jason solía decir, Megan era de las que solo por ir contracorriente y dar la nota, era capaz de perjudicarse a sí misma. Además, siempre se cerraba cualquier posibilidad de rectificar.
– Si más adelante cambias de opinión, no hay ningún problema -le dijo Tanya amablemente, y dirigiéndose a su otra hija, le preguntó-: ¿Y tú Molly? ¿Cómo lo ves?
– Iré contigo -dijo Molly sonriendo-. Me parece genial. ¿Podemos llevar alguna amiga?
Tanya dio un respingo.
– Creo que no sería muy apropiado ni siquiera insinuarlo. Si vuelve a invitarnos, quizá podamos intentarlo, pero no me parece correcto la primera vez.
Los chicos pasarían la Nochebuena con su padre y el día de Navidad con ella. Tanya propuso viajar a St. Bart's el día 26 y regresar el día de Año Nuevo, ya que el 2 de enero tenían que estar de vuelta en la universidad. Serian cinco días completos en el barco, una experiencia fantástica para los chicos y tiempo más que suficiente para Douglas. Todos parecían encantados, incluida Megan.
Al final, disfrutaron de una agradable comida y un día de Acción de Gracias feliz. Al día siguiente, los chicos se fueron a casa de su padre y a Tanya le pesó quedarse en la casa vacía. Sin embargo, el sábado ya estaban de vuelta. Fue un alivio que no mencionaran a su padre para nada.
El viernes, cuando estaba sola en casa, había recibido la llamada de Douglas y Tanya aprovechó para contarle la decisión de los chicos.
– Estaremos de vacaciones hasta el día 8 -la informó Douglas-. ¿Por qué no mandamos a los chicos de vuelta en mi avión y tú te quedas conmigo en el barco hasta el día 7? Así podríamos estar unos días solos.
Douglas hablaba como si ya estuvieran saliendo. Tanya se preguntó si para esas fechas sería así. Como siempre, el productor lo tenía todo organizado y planeado, todo bajo control.
– Te portas de maravilla con nosotros, Douglas. Para los chicos es un regalo increíble. ¿Estás seguro de que te apetece? -insistió Tanya consciente de la relación que Douglas mantenía con los niños.
– No tienen cuatro años -dijo él despreocupadamente-. Seguro que es divertido estar con ellos, conocerles. Y estar contigo.
Aunque Douglas parecía afrontar el plan de estar con sus hijos con calma, Tanya se preguntó si era consciente de lo que significaba estar con adolescentes. No solo porque tuviera aversión por la gente menuda, sino porque no estaba acostumbrado a ellos. Pero solo podía confiar en que no le resultase muy difícil adaptarse a sus hijos.
– A mí también me apetece estar contigo -dijo Tanya en tono cariñoso, perpleja ante tanta novedad positiva.
– ¿Cuándo volverás? -preguntó Douglas con interés.
– Cogeré el vuelo del domingo a las cuatro con Molly. Jason y Megan se marchan por la mañana en coche. Hacia las seis ya estaré en el hotel.
– ¿Qué te parece si me acerco con la cena? A lo mejor se me ocurre algo más original que el chino de siempre. ¿Te apetecería algo de curry o comida tailandesa?
– Unos perritos calientes me bastan -comentó Tanya, que de verdad tenía ganas de verle.
Todo habían sido acontecimientos excitantes: Douglas la había besado, le había dicho que la amaba, había mencionado el matrimonio y, por último, iban a viajar en su yate. Habían pasado tantas cosas en tan pocos días que la cabeza le daba vueltas. Tenía la sensación de estar al borde del abismo.
– Me pasaré hacia las siete, ¿de acuerdo? Y Tanya…
– ¿Sí?
– Te quiero -dijo dulcemente.
Después de colgar, Tanya se quedó mirando a su alrededor maravillada. Cómo había cambiado su vida…