Cuando Phury se despertó, eran las tres y cuarto de la tarde. Había dormido fatal, todavía estaba muy jodido por lo que había pasado la pasada noche antes de que sus glándulas de adrenalina hicieran horas extras. Lo cual difícilmente conducía a cerrar los ojos.
Buscó un cigarro y lo encendió. Mientras llevaba el humo rojo hasta sus pulmones y lo retenía, intentaba no imaginarse yendo a la habitación de Zsadist y derribando a su hermano de un directo a la mandíbula. Pero la fantasía era justamente atrayente.
Maldita sea, no podía creer que Z hubiera intentando llevarse a Bella de esa forma, y en estos momentos odiaba a su gemelo por su depravación. Se odiaba a sí mismo también, por sentirse estúpidamente sorprendido. Durante mucho tiempo había estado convencido de que algo de Z había sobrevivido a su esclavitud… que algún pequeño aleteo de alma quedó en el hombre. ¿Después de la pasada noche? No más dudas sobre la naturaleza cruel de su hermano gemelo. Ninguna.
Y, mierda, se sentía como un asno sabiendo que había defraudado a Bella. Nunca debería haberla dejado en la habitación de Z. No podía soportar el haber sacrificado la seguridad de ella por su propia necesidad de creer.
Bella…
Pensó en cómo le había permitido sostenerla. En esos momentos fugaces se había sentido poderoso, capaz de protegerla contra un ejército de lessers. Durante una pequeña fracción de tiempo, lo había transformado en un verdadero hombre, uno que era necesitado y que servía a un propósito.
Qué revelación para él que no era otra cosa que un tonto reactivo que perseguía a un loco suicida y destructivo.
Quería desesperadamente pasar la noche con ella, y sólo se marchó porque era lo correcto. Estaba exhausta, pero sobre todo-y a pesar de su voto de celibato-porque no era de fiar. Quería socorrerla con su cuerpo. Quería venerarla y sanarla con sus huesos y su piel.
Pero no podía pensar así.
Phury inhaló profundamente el cigarro, dejando salir el aire con un siseo. Manteniendo el humo dentro, sintió como se relajaba la tensión de los hombros. Mientras la calma se extendía sobre él, miró su alijo. Se estaba acabando ya, por mucho que lo odiara iba a tener que ir a ver al Reverendo, necesitaba más.
Si, considerando como se sentía respecto a Z, iba a necesitar mucho más. El humo rojo era sólo un relajante muscular suave, realmente, nada como la marihuana o cualquiera de esas peligrosas pócimas. Pero confiaba en mantenerse en ese nivel, como otros tipos tomaban cócteles. Si no tuviera que acudir al Reverendo para conseguir más, hubiera dicho que era un pasatiempo perfectamente inofensivo.
Absolutamente inofensivo y el único alivio que tenía en la vida.
Cuando terminó el cigarro liado, lo apagó en un cenicero y salió de la cama. Después de colocarse la prótesis, fue al baño para afeitarse y ducharse; después se puso unos pantalones flojos y una de sus camisas de seda. Se calzó tanto en el pie real como en el que no podía sentir unos mocasines de Cole Haan.
Se revisó en el espejo. Se alisó un poco el pelo. Inspiró profundamente.
Fue a la habitación contigua y llamó a la puerta suavemente. Cuando no obtuvo respuesta lo intentó de nuevo, y entonces abrió. La cama estaba revuelta, pero vacía, y ella no estaba en la habitación.
Mientras volvía al pasillo, una alarma resonó en sus oídos. Antes de darse cuenta estaba apresurando el paso y después corriendo. Corrió por delante del inicio de la escalera y giró por el pasillo de las estatuas. No se molestó en llamar a la puerta de Z, la abrió de un empujón.
Phury se quedó mortalmente quieto.
Su primer pensamiento fue que Zsadist iba a caerse de la cama. El cuerpo de su hermano estaba encima del cobertor y en el borde del colchón, tan lejos como le era posible. Jesús… La posición parecía tan incómoda como el infierno. Los brazos de Z rodeaban su pecho desnudo como si se estuviera manteniendo unido, y tenía las piernas encogidas y giradas hacia un lado con las rodillas suspendidas en el aire.
Pero tenía la cabeza girada en la dirección contraria. Hacia Bella. Y los labios desfigurados estaban levemente separados en vez de fruncidos con desprecio. Y las cejas, normalmente fruncidas de forma agresiva estaban libres, relajadas.
Su expresión era de somnoliento asombro.
El rostro de Bella estaba inclinado hacia el hombre que tenía al lado, la expresión tan pacífica como un anochecer. Y el cuerpo abrazado al de Z, tan próximo como las sábanas y las mantas bajo las que estaba se lo permitían. Demonios, era obvio que si pudiera cubrirse con él lo hubiera hecho. Y era igual de obvio que Z había intentado alejarse de ella hasta que no pudo ir más lejos.
Phury maldijo suavemente. Lo que hubiera ocurrido durante la noche, desde luego no había sido algo desagradable a lo que Z la hubiera arrastrado. De ninguna forma. No con éste par buscándose como lo estaban haciendo ahora.
Cerró los ojos. Cerró la puerta.
Como un completo lunático, consideró brevemente regresar y luchar con Zsadist por el derecho a yacer cerca de ella. Podía verse lanzándose a un mano a mano, teniendo un anticuado cohntehst con su gemelo, para saber quién tenía derecho a tenerla.
Pero esto no era el Antiguo País. Y las mujeres tenían el derecho a escoger a quién buscar. Al lado de quién dormir. Con quién unirse.
Y ella sabía dónde estaba Phury. Le había dicho que su habitación era la siguiente puerta. Si lo hubiera querido, podía haberse dirigido a él.
Z fue consciente de una sensación extraña mientras se despertaba: estaba cálido. No acalorado, sólo… cálido. ¿Habría olvidado apagar la calefacción después de irse Bella? Debía ser eso. Salvo porque notó algo más. No estaba en el jergón. Y llevaba puestos calzoncillos, ¿verdad? Movió las piernas intentando bajar una, pensando que siempre dormía desnudo. Y su acaloramiento cambió de forma, se dio cuenta de que eso estaba duro. Duro y pesado. Qué j…
Abrió los ojos de golpe. Bella. Estaba en la cama con Bella.
Se apartó de un salto de ella…
Y se cayó del colchón, aterrizando sobre el trasero.
Al instante ella se arrastró tras él.
– ¿Zsadist?
Cuando se inclinó sobre la orilla, la bata que llevaba se quedó abierta y sus ojos se quedaron prendidos en el pecho que quedó expuesto. Era tan perfecta como lo había sido en la bañera, la pálida piel tan suave y los pequeños pezones tan rosas… Dios, él sabía que el otro era exactamente igual, pero por alguna razón necesitaba verlo de todas formas.
– ¿Zsadist? -Se asomó más, con el pelo resbalándole por los hombros y deslizándose por la orilla de la cama, una brillante cascada de caoba profundo.
La cosa entre sus muslos se estiró. Pulsó con el latido de su corazón.
Juntó las rodillas y mantuvo los muslos juntos, no queriendo que ella lo viera.
– La bata -dijo él ásperamente-. Ciérrala. Por favor.
Ella miró hacia abajo y entonces juntó las solapas, ruborizándose. Oh, demonios… Ahora tenía las mejillas tan rosadas como los pezones, pensó él.
– ¿Vas a volver a la cama? -le preguntó ella.
La parte mejor escondida y decente de él apostilló que no era una buena idea.
– ¿Por favor? -susurró ella, colocándose el pelo tras la oreja.
Él midió el arco de su cuerpo y el negro satén que ocultaba la piel de su mirada y sus grandes ojos azul zafiro y la esbelta columna de su garganta.
No… realmente no era una buena idea acercarse a ella en estos momentos..
– Apártate -dijo él.
Mientras ella se deslizaba a un lado, él miró hacia la tienda de campaña que tenía entre las piernas. Cristo, aquella maldita cosa era enorme; parecía que tenía otro brazo en sus calzoncillos. Y esconder un tronco así podía requerir un andamiaje.
Miró la cama. Con un fluido movimiento saltó entre las sábanas.
Lo que fue una dolorosa mala idea. En el momento en que estuvo bajo ellas, ella se acomodó contra su duro costado como si fuera otra manta. Una suave, cálida, que respiraba…
Z se aterrorizó. Había demasiado de ella contra él y no sabía qué tenía que hacer. Quería empujarla lejos. La quería más cerca. Quería… Oh, tío. Quería montarla. Quería tomarla. Quería follarla.
El instinto era tan fuerte que se vio así mismo llevándolo a cabo: dándole vuelta sobre el estómago, sacándole las caderas de la cama, alzándose tras ella. Se imaginó poniendo la cosa dentro de ella y empujando con los muslos…
Dios, era aborrecible. ¿Querer tomar esa cosa sucia y forzarla dentro de ella? También podía meterle un cepillo para el pelo en la boca.
– Estás temblando… -dijo ella-. ¿Tienes frío?
Ella se movió para acercarse más a él, y sintió sus pechos, suaves y cálidos, en la parte de atrás de su antebrazo. La cosa se crispó salvajemente, saltando contra sus calzoncillos.
Mierda. Tenía la sensación de que esa acción punzante quería decir que estaba peligrosamente despierto.
¿Sí, tú crees? Demonios, el bastardo estaba latiendo, y las pelotas bajo la cosa dolían, y estaba teniendo visiones de embestirla como un toro. Salvo que era el miedo femenino lo único que hacía que la cosa se endureciera, y ella no estaba asustada. Así que, ¿por qué estaba respondiendo?
– ¿Zsadist? -dijo suavemente.
– ¿Qué?
Las cuatro palabras que ella dijo casi convierten su pecho en un bloque y se le congeló la sangre. Pero al menos la otra tontería se acabó.
Cuando la puerta de Phury se abrió sin ningún aviso, las manos se le paralizaron en la camiseta que se estaba poniendo por la cabeza.
Zsadist permaneció entre las jambas, desnudo hasta la cintura, con los ojos negros ardiendo.
Phury maldijo suavemente.
– Me alegra que hayas venido. Sobre la pasada noche… Te debo una disculpa.
– No quiero escucharla. Ven conmigo.
– Z, me equivoqué al…
– Ven. Conmigo.
Phury tiró del dobladillo de la camiseta bajándosela y comprobó su reloj.
– Tengo que dar clase en media hora.
– Esto no te llevará mucho tiempo.
– Ah… bien, vale.
Mientras seguía a Z por el pasillo, se imaginó que podía disculparse por el camino.
– Mira, Zsadist, siento mucho lo de anoche. -El silencio de su gemelo no era una sorpresa-. Me precipité y llegué a una conclusión errónea. Sobre Bella y tú. -Z caminó incluso más deprisa-. Debería haber sabido que no le harías daño. Quisiera ofrecerte un rythe.
Zsadist se paró y miró por encima de los hombros.
– ¿Para qué demonios?
– Te ofendí. Anoche.
– No, no lo hiciste.
Phury sólo pudo sacudir la cabeza.
– Zsadist…
– Estoy enfermo. Soy asqueroso. No se puede confiar en mí. Sólo porque tengas medio cerebro y te hayas imaginado que no, eso no significa que necesites acariciarme el trasero con esa mierda de disculpa.
Phury se quedó con la boca abierta.
– Jesús… Z. Tú no eres…
– Oh, por jodida consideración, ¿puedes dejar de dar la lata?
Z caminó rápidamente hacia su habitación y abrió la puerta.
Bella se sentó en la cama, juntando las solapas de la bata hasta el cuello. Parecía estar totalmente confusa. Y demasiado hermosa para describirlo con palabras.
Phury miró a un lado y a otro entre ella y Z. Entonces se centró en su gemelo.
– ¿Qué es esto?
Los ojos negros de Z se clavaron en el suelo.
– Vete con ella.
– ¿Perdón?
– Necesita alimentarse.
Bella hizo un ruido atragantándose, como si se hubiera quedado sin respiración.
– No, espera, Zsadist, Te quiero… a ti.
– No puedes tenerme.
– Pero quiero…
– Te aguantas. Estaré fuera.
Phury se sintió empujado a la habitación y entonces la puerta se cerró de golpe. En el silencio que siguió, no estaba seguro si quería gritar de triunfo o… simplemente gritar.
Inspiró profundamente y miró hacia la cama. Bella estaba encogida con las rodillas contra el pecho.
Buen Dios, nunca le había permitido a una mujer beber de él antes. Por su celibato, no quería arriesgarse. Con sus ansias sexuales y su sangre de guerrero, siempre había temido que si permitía que una mujer tomara su vena se quedaría confundido y querría meterse en ella. Y si era Bella, iba a ser incluso más duro permanecer quieto.
Pero ella necesitaba beber. Además, ¿qué tenía de bueno un voto si era fácil de mantener? Esto podía ser su crisol, su oportunidad de probar su disciplina bajo las más extremas circunstancias.
Se aclaró la garganta.
– Me ofrecería a ti.
Cuando los ojos de Bella se alzaron, su piel se volvió demasiado pequeña para su esqueleto. Eso era lo que un rechazo le hacía a un hombre. Justamente encogerle inmediatamente.
Apartó la mirada y pensó en Zsadist, al que podía sentir justo fuera de la habitación.
– Él quizás no sea capaz de hacerlo. Eres consciente de su… fondo, ¿verdad?
– ¿Es tan cruel de mi parte pedirlo? -Su voz estaba llena de fatiga, agravada por su lucha-. ¿Lo es?
Probablemente, pensó él.
– Sería mejor si usaras a cualquier otro. -Dios, ¿por qué no puedes tomarme? ¿Por qué no puedes necesitarme en lugar de a él?-. No creo que fuera apropiado pedírselo a Wrath o Rhage, ellos están unidos. Quizás podría pedírselo a V…
– No… Necesito a Zsadist. -Le temblaban las manos y se las llevó a la boca-. Lo siento tanto.
Así que era él.
– Espera aquí.
Cuando salió al pasillo, se encontró a Z justo al lado de la puerta. El hombre tenía la cabeza entre las manos, con los hombros encorvados.
– ¿Acabó tan rápido? -preguntó, bajando las manos.
– No. No ocurrió.
Z frunció el ceño y lo miró de arriba a abajo.
– ¿Por qué no? Tienes que hacerlo, tío. Ya oíste a Havers…
– Te quiere a ti.
– Así que entrarás ahí y te abrirás una vena…
– Ella sólo te tendrá a ti.
– Lo necesita, así que…
Phury elevó la voz.
– ¡No quiero alimentarla!
Z frunció la boca y sus ojos negros se estrecharon.
– Jódete. Lo harás por mí.
– No, no lo haré. Porque ella no quiere permitírmelo.
Z se inclinó hacia delante, apretando como una prensa los hombros de Phury.
– Entonces lo harás por ella. Porque es lo mejor para ella, porque te enternece y porque quieres hacerlo. Hazlo por ella.
Cristo. Podría matar. Estaba muriéndose por volver a la habitación de Z. Arrancarse la ropa. Caer en el colchón. Apretar a Bella contra su pecho y sentirla hundir los dientes en su cuello y separarle las piernas, tomándolo dentro de ella entre sus labios y entre sus muslos.
Las fosas nasales de Z se dilataron.
– Dios… puedo oler lo desesperadamente que quieres hacerlo. Así que vete. Vete con ella, aliméntala.
La voz de Phury se quebró.
– No me quiere a mí, Z. Lo que ella quiere…
– Ella no sabe lo que quiere. Acaba de salir de un infierno.
– Eres el único. Para ella, eres el único.
Cuando los ojos de Zsadist se deslizaron por la puerta cerrada, Phury lo empujó, aunque pensó que eso lo mataría.
– Escucha lo que te estoy diciendo, hermano. Y puedes hacer esto por ella.
– Una mierda puedo hacerlo.
– Z, hazlo.
Aquella cabeza rapada se sacudió de un lado a otro.
– Vamos, la mierda que hay en mis venas está corrupta. Lo sabes.
– No, no lo está.
Con un gruñido, Z se inclinó hacia atrás y le mostró las muñecas, brillando las bandas de esclavo de sangre tatuadas en su pulso.
– ¿Quieres que ella muerda a través de éstas? ¿Puedes soportar el imaginar su boca en ellas? Porque tan seguro como el infierno que yo no puedo.
– ¿Zsadist? -la voz de Bella se deslizó sobre ellos. Sin que lo hubieran notado, se había levantado y abierto la puerta.
Mientras Z entrecerró los ojos, Phury suspiró,
– Tú eres al único al que ella quiere.
La respuesta de Z casi no fue audible.
– Estoy contaminado. Mi sangre puede matarla.
– No. No lo puede hacer.
– Por favor… Zsadist -dijo Bella.
El tono de la humilde, suplicante petición convirtió las costillas de Phury en una caja de hielo, y observó, helado, entumecido, como Z se giraba lentamente hacia ella.
Bella dio un paso hacia atrás, manteniendo los ojos en él.
Los minutos se convirtieron en días… décadas… siglos. Y entonces Zsadist echó a andar y se metió en la habitación. La puerta se cerró.
Phury estaba cegado mientras se daba la vuelta y echaba a andar por el corredor.
¿No había ningún lugar en el que se le necesitara?
Clase. Sí, iba a ir a… a dar clases ahora.