CAPÍTULO 27

Bella miró la cara de Zsadist mientras la llevaba a través de la habitación. Sus ojos negros eran angostas rendijas, una oscura, erótica ansia brillaba en ellos. Mientras la dejaba sobre la cama y miraba hacia su cuerpo, ella tuvo el claro pensamiento de que iba a comerla viva.

Excepto que sólo se inclinó sobre ella.

– Arquea la espalda para mí -pidió.

Ok… no era lo que ella esperaba.

– Arquea la espalda, Bella.

Sintiéndose extrañamente expuesta, hizo lo que le pedía, levantando su cuerpo sobre el colchón. Mientras ella se movía en la cama, miró al frente de sus calzoncillos. Su erección dio un tirón violento, y la idea de que iba a estar pronto dentro de ella la ayudó a relajarse.

Él se inclinó y rozó uno de sus pezones con sus nudillos.

– Quiero esto en mi boca.

Una deliciosa ansia arraigó en ella.

– Entonces bésalo.

– Shh. -El nudillo viajó por en medio sus senos y bajó al estómago. Se detuvo cuando llegó al ombligo. Con su dedo índice trazó un círculo pequeño alrededor del ombligo. Entonces se detuvo.

– No pares -gimió ella.

No lo hizo. Bajó más hasta que rozó la cima de su hendidura. Ella se mordió el labio y tensó el cuerpo, aquel enorme guerrero, con todos esos músculos duros totalmente. Dios… Ella estaba realmente preparada para él.

– Zsadist

– Voy a bajar sobre ti. Y entonces no seré capaz de detenerme. -Con la mano libre acarició sus labios, como si estuviera imaginándose el acto-. ¿Estás preparada para dejarme hacerlo?

– Si…

Él trazó con un dedo el lado desfigurado de su boca mientras acariciaba su abertura.

– Desearía tener algo de mejor aspecto que ofrecerte. Porque tú vas a ser perfecta ahí abajo. Lo sé.

Ella odió la vergüenza que vino con su orgullo.

– Yo creo que lo eres.

– Tienes una última oportunidad para decirme que no, Bella. Si no lo haces ahora mismo, voy a estar sobre todas tus partes. No voy a parar, y no creo que pueda ser gentil.

Ella mantuvo los brazos lejos de él. Él asintió una vez, como si hubieran hecho alguna especie de pacto, y entonces fue al final de la cama.

– Separa las piernas. Quiero verte.

Un rubor nervioso se extendió sobre ella.

Él sacudió la cabeza.

– Demasiado tarde, Bella. Ahora… es demasiado tarde. Muéstrame.

Lentamente ella levantó una de sus rodillas y se fue revelando gradualmente.

Su rostro se enterneció, la tensión y la dureza salieron de él.

– Oh… Dios… -susurró él-. Eres… hermosa.

Inclinándose con los brazos, acechó por la cama hacia su cuerpo, con los ojos fijos en su piel secreta como si nunca hubiera visto algo así. Cuando acabó su recorrido, sus anchas manos allanaron el camino levantándole los muslos, abriéndolos incluso más.

Pero entonces frunció el cejo y la miró.

– Espera, se supone que tengo que besarte en la boca primero, ¿no? Quiero decir, los hombres empiezan por arriba y van trabajando hacia abajo, ¿no lo hacen así?

Qué extraña pregunta… como si él nunca lo hubiera hecho así.

Antes de que ella pudiera contestar él comenzó a retroceder, así que ella se incorporó y capturó su cara entre sus manos.

– Puedes hacerme cualquier cosa que quieras.

Los ojos de él destellaron y mantuvo su posición por una fracción de segundo.

Entonces él se abalanzó sobre ella, bajándola a la cama. Su lengua se disparó en su boca y enredó las manos en el pelo, tirando en ella, arqueándola, atrapándole la cabeza. El hambre en él era feroz, la necesidad de sexo engrosaba la sangre de un guerrero. Él iba a tomarla con toda la fuerza que tenía, y ella iba a estar dolorida cuando la usara. Dolorida y totalmente en éxtasis. Ella no podía esperar.

De repente, él se paró y se apartó de su boca. Respiraba profundamente y tenía ruborizadas las mejillas cuando la miró a los ojos.

Y entonces le sonrió.

Ella estaba tan sorprendida que no supo qué hacer. Nunca había visto esa expresión en su cara antes, y el levantamiento de su boca eliminaba la deformación en el labio superior, luciendo los dientes brillantes y los colmillos.

– Me gusta esto -dijo él-. Tú debajo de mí… te siento bien. Eres suave y tibia. ¿Peso demasiado? Aquí, déjame…

Cuando se sostuvo con los brazos, su excitación presionó contra el centro de ella y su sonrisa se convirtió rápidamente en una respiración entrecortada. Era como si no le gustara la sensación, pero ¿cómo podía ser eso? Él estaba excitado. Ella podía sentir su erección.

Con un ágil movimiento él se recolocó de forma que las piernas de ella quedaron cerradas y sus rodillas a cada lado de ellas. Ella no podía adivinar lo que había pasado, pero a cualquier sitio a donde hubieran ido sus pensamientos, no era un buen lugar.

– Eres perfecto encima de mí -dijo para distraerlo-. Excepto por una cosa.

– ¿Qué?

– Te has parado. Y quítate los calzoncillos.

Su peso bajó sobre ella inmediatamente y su boca fue a un lado del cuello. Cuando le pellizcó la piel, ella bajó la cabeza a la almohada y descubrió la columna de su garganta. Agarrándolo por la parte de atrás de la cabeza, lo urgió contra su vena.

– Oh, si… -gimió ella, queriendo que él se alimentara.

El hizo un ruido que era un no, pero antes que el rechazo pudiera murmurar a través de ella, estaba besándola bajando por su clavícula.

– Quiero cogerte el pecho -dijo él contra su piel.

– Hazlo.

– Necesitas saber algo primero.

– ¿Qué?

Él levantó la cabeza.

– ¿La noche en que viniste aquí… cuando te bañé? Hice todo lo que pude para no mirarte. Realmente lo hice. Te cubrí con una tolla incluso cuando estabas en el agua.

– Eso fue amable.

– Pero cuando te sacaba… Vi éstos. -Su mano capturó uno de sus pechos-. No pude evitarlo. Lo juro. Intenté permitirte tu modestia, pero tú estabas… no podía detener mis ojos. Tu pezón estaba apretado por el frío del aire. Tan pequeño y rosado. Adorable.

Él movió el pulgar de un lado a otro sobre su dura cima, perturbando su mente.

– Está bien -murmuró ella.

– No lo está. Estabas indefensa y era incorrecto mirarte.

– No, tú.

Él se movió y su erección le presionó en la cima de los muslos.

– Esto ocurrió.

– ¿Qué pas… Oh, te excitaste?

Apretó la boca.

– Si. No pude detenerlo.

Ella sonrió un poco.

– Pero no hiciste nada, ¿no es cierto?

– No.

– Entonces está bien -Arqueó la espalda y vio como sus ojos se clavaban en sus pechos. -Bésame, Zsadist. Justo dónde estás mirando. Justo ahora.

Sus labios se separaron, y su lengua siguió su camino mientras se inclinaba. Su boca era cálida sobre su piel, y tan vacilante, besando, para después aspirar el pezón dentro de ella. Él tiró, después recorrió un lánguido círculo alrededor, después lo llevó dentro de nuevo… y todo el tiempo sus manos le acariciaban la cintura, las caderas y las piernas.

Qué irónico que estuviera preocupado por no ser gentil. Lejos de ser brutal, era positivamente reverente mientras se amamantaba, sus pestañas sobre las mejillas mientras la saboreaba, su cara adorable y absorta.

– Cristo -murmuró él moviéndose hacia el otro pecho-. No tenía ni idea de que pudiera ser así.

– ¿Cómo… así? -Oh, Dios… Su boca…

– Podría lamerte para siempre.

Ella le agarró la cabeza con las manos, acercándolo más. Y le llevó algún contorneo, pero consiguió sacar una de sus piernas de debajo de él de forma que estaba casi enterrado en la cuna de su cuerpo. Se moría por sentir su excitación, excepto que él sólo se cernía sobre ella.

Cuando él se apartó protestó, pero sus manos fueron al interior de sus muslos y se movió para bajar sobre su cuerpo. Cuando él se separó las piernas, el colchón empezó a temblar bajo ella.

Todo el cuerpo de Zsadist temblaba mientras la miraba.

– Eres tan delicada… y brillas.

El primer movimiento de su dedo bajando hacia su centro casi la lanzó al final. Cuando ella dejó escapar un ronco sonido, sus ojos llamearon fijos en los de ella y maldijo.

– Maldita sea, No sé lo que estoy haciendo. Estoy intentando ser cuidadoso.

Ella lo tomó de la mano antes de que pudiera apartarla.

– Más…

Él pareció dudar por un momento. Entonces la tocó de nuevo.

– Eres perfecta. Y Dios, eres suaves. Tengo que saber…

Él se inclinó, los hombros se le tensaron duramente. Ella sintió un roce de terciopelo.

Sus labios.

Ésta vez cuando ella saltó en la cama y dijo su nombre, él sólo presionó otro beso sobre ella de nuevo, y después de eso, el húmedo golpe de su lengua. Cuando él levantó la cabeza y tragó, el gruñido de éxtasis que hizo casi le para el corazón. Sus ojos se encontraron.

– Oh… Jesús… eres deliciosa -dijo él, bajando de nuevo su boca.

Él se extendió en la cama, pasándole los brazos por debajo de las rodillas y desbordando el espacio entre sus muslos… un hombre que no iba a ir a ningún sitio durante mucho tiempo. Su aliento era cálido y necesitado, la boca hambrienta y desesperada. Él la exploró con una obligación erótica, lamiendo y tentando con la lengua, chupando con los labios.

Cuándo sus caderas embistieron, colocó uno de sus brazos sobre su estómago, reteniéndola en el sitio. Ella dio tumbos otra vez y él se detuvo sin levantar la cabeza.

– ¿Estás bien? -preguntó él, la áspera voz amortiguada, las palabras vibrando en su centro.

– Por favor… -Era lo único que le vino a la mente.

El se echó hacia atrás un poco, y todo lo que ella pudo hacer fue mirar los labios brillantes y pensar en dónde habían estado.

– Bella, no creo que pueda parar. Hay un… rugido en mi cabeza diciéndome que mantenga mi boca en ti. ¿Cómo puedo hacer esto… bueno para ti?

– Hazme… acabar -dijo ella con voz ronca.

El parpadeó como si lo hubiera sorprendido.

– ¿Cómo te hago correrte?

– Simplemente sigue haciendo lo que estás haciendo. Sólo que más rápido.

El aprendió con mucha rapidez mientras descubría lo que le hacía volverse salvaje, y fue despiadado una vez que descubrió cómo darle un orgasmo. La impulsó duramente, mirando como ella estallaba una vez, dos veces… muchas veces. Fue como si se alimentara de su placer y fuera insaciable.

Cuando él levantó finalmente la cabeza, ella estaba sin energía.

Él la miró seriamente.

– Gracias.

– Dios… Soy yo la que debería estar diciendo eso.

Él sacudió la cabeza.

– Le has permitido a un animal estar en tu parte más hermosa. Soy el único que debe sentir gratitud.

Él se apartó de su cuerpo, con aquel rubor todavía en las mejillas. Aquella erección aún tensa.

Ella le tendió los brazos.

– ¿Dónde vas? No hemos acabado.

Cuando él vaciló, ella recordó. Rodó sobre su estómago y se puso a gatas, una oferta descarada. Cuándo él no movió, miró hacia atrás. Él había cerrado los ojos como si sufriera, y eso la confundió.

– Sé que sólo lo haces de esta manera -dijo ella suavemente-. Eso es lo que me dijiste. Está bien para mí. De verdad. -Hubo un silencio largo-. Zsadist, yo quiero terminar esto entre nosotros. Quiero conocerte… así.

Él se frotó la cara. Ella pensó que se iba a ir, pero entonces se movió rodeándola hasta que estuvo detrás de ella. Sus manos cayeron suavemente sobre sus caderas y él la instó a girarse, sobre su espalda.

– Pero tú sólo…

– No contigo -su voz era áspera-. No de ésta forma contigo.

Ella abrió las piernas, preparándose para él, pero él sólo se sentó sobre los talones.

Su aliento salía entrecortado.

– Déjame ir a por un condón.

– ¿Por qué? No soy fértil ahora, así que no lo necesitas. Y quiero que tú… termines.

Sus cejas bajaron sobre sus ojos negros.

– Zsadist… esto no ha sido suficiente para mí. Quiero estar contigo.

Ella estuvo a punto de levantarse hacia él cuando él se arrodilló y se llevó las manos al frente de sus pantalones de deporte. Manoseó el cordón y entonces tiró de la pretina elástica hacia afuera.

Bella tragó duramente.

Su excitación era enorme. Una perfecta, hermosa y sólida roca como una aberración de la naturaleza.

Sagrado… Moisés. ¿Podía él ajustarse?

Sus manos temblaban mientras enganchaba los pantalones bajo las pesas gemelas debajo de su erección. Entonces inclinó su cuerpo, posicionándose en su centro.

Cuándo ella extendió la mano para acariciarlo, él se alejó de un tirón lejos.

– ¡No! -Cuando ella reculó, él maldijo-. Lo siento… Mira, sólo deja que yo me ocupe de esto

Él movió sus caderas adelantándolas y ella sintió la cabeza roma y caliente contra ella. Le pasó una mano por debajo de una de las rodillas y le extendió más la pierna; entonces se introdujo un poco, después un poco más. Mientras el sudor cubría todo su cuerpo, una oscura esencia llegó hasta su nariz. Por un momento, ella se preguntó si…

No, no podía estar uniéndose a ella. No estaba en su naturaleza.

– Dios… eres tan ajustada -refunfuñó él-. Oh… Bella, No quiero despedazarte.

– Sigue entrando. Sólo ve despacio.

Su cuerpo se agitó bajo la presión y el estiramiento. Incluso estando tan preparada, él era una invasión, pero ella lo adoró, especialmente cuando el aliento de él explotó saliendo del pecho y tembló. Cuándo estuvo completamente adentro, su boca se abrió, con los colmillos alargándose por el placer que él sentía.

Ella deslizó las manos por sus hombros, sintiendo los músculos y la calidez de él.

– ¿Está todo bien? -preguntó él a través de los dientes apretados.

Bella le oprimió un beso a un lado del cuello y giró las caderas. Él siseó.

– Hazme el amor-dijo ella.

El gimió y empezó a moverse como una gran onda encima de ella, con esa parte gruesa y dura de él acariciando su centro.

– Oh, mierda… -Él dejó caer la cabeza en su cuello. Su ritmo se intensificó, su aliento salía con fuerza, precipitándose en su oído-. Bella… mierda, me temo que… pero no puedo… parar…

Con un gemido él se sostuvo sobre los brazos y permitió a sus caderas balancearse libremente, cada empuje clavándola contra ella, empujándola más arriba en la cama. Ella se agarró a sus muñecas para mantener su cuerpo en su lugar bajo el asalto. Mientras él golpeaba, ella pudo sentir como se acercaba al límite de nuevo, y cuanto más rápido iba él, más se acercaba ella.

El orgasmo estalló en su centro, después le atravesó el cuerpo, la fuerza que se extendió por ella fue infinitamente amplia y prolongada. Las sensaciones duraron una eternidad, las contracciones de sus músculos internos se aferraban a la parte de él que la penetraba.

Cuando ella regresó a su propia piel, se dio cuenta de que él estaba inmóvil, completamente helado encima de ella. Parpadeando para alejar las lágrimas, estudió su cara. Los ángulos duros estaban tensos, y así como el resto de su cuerpo.

– ¿Te hice daño? -preguntó apretadamente-. Gritaste. Fuerte.

Ella le tocó la cara.

– No de dolor.

– Gracias a Dios. -Sus hombros se relajaron mientras exhalaba-. No hubiera podido soportar herirte así.

Él la besó suavemente. Y entonces se retiró y se bajó de la cama, subiéndose los calzones mientras entraba en el cuarto de baño y cerraba la puerta.

Bella frunció el ceño. ¿Él había acabado? Parecía estar completamente erecto mientras se retiraba.

Ella deslizó fuera de cama y miró hacia abajo. Cuándo vio que no había nada entre sus muslos, se puso la bata y fue tras él, sin ni siquiera molestarse en llamar.

Los brazos de Zsadist estaban apoyados en el lavabo, la cabeza le colgaba. Respiraba con dificultas y parecía febril, la piel resbaladiza, su postura antinaturalmente tensa.

– ¿Qué, nalla? -dijo él con un ronco susurro.

Ella se detuvo, insegura de si lo había oído bien. Pero él había… Amada. Le había llamado amada.

– ¿Por qué tú no…? -Ella no parecía poder concretar las demás palabras-. ¿Por qué paraste antes de que tú…?

Cuándo él sólo sacudió la cabeza, fue hacía él y le dio la vuelta. A través de los calzones podía ver que su excitación latía, dolorosamente rígida. De hecho, parecía que el cuerpo entero le dolía.

– Déjame ayudarte -dijo, buscándolo.

Él retrocedió contra la pared de mármol entre la ducha y el lavabo.

– No, no lo… Bella…

Ella se recogió la bata con las manos y empezó a arrodillarse a sus pies.

– ¡No! -Él la arrastró hacia arriba.

Ella lo miró directamente a los ojos y fue por su bragueta.

– Déjame hacer esto por ti.

Él la tomó sus manos y le apretó las muñecas hasta que le dolieron.

– Quiero hacer esto, Zsadist -dijo con intensidad-. Déjame cuidarte.

Hubo un largo silenció, y ella pasó el tiempo midiendo la pena, el anhelo y miedo en los ojos de él. Un golpe de frío la atravesó. No podía creer el salto lógico que estaba tomando su mente, pero ella tenía realmente la vívida impresión de que él nunca se había permitido tener un orgasmo antes. ¿O estaba precipitándose al obtener conclusiones?

Quizás. No era como si fuera a preguntárselo. Él vacilaba al borde de salir corriendo, y si ella decía o hacía algo incorrecto, él iba a largarse de la habitación.

– Zsadist, no quiero hacerte daño. Y tú puedes llevar el control. Nos detendremos si no te sientes bien. Puedes confiar en mí.

Pasó mucho tiempo antes de que aflojara su presa sobre las muñecas. Y entonces finalmente él la soltó y la acercó a su cuerpo. Titubeando, él se bajó los calzones.

Aquella excitación saltó al espacio entre ellos.

– Sólo sujétalo -dijo él con la voz rota.

– A ti. Te sostendré a ti.

Cuando ella lo envolvió en sus manos, él dejó escapar un gemido, y su cabeza retrocedió. Dios, él estaba duro. Duro como el hierro, sin embargo rodeado de piel suave como la de sus labios.

– Eres…

– Shh -la cortó-. Sin… hablar. No puedo… Sin hablar.

Él comenzó a moverse dentro de su puño. Lentamente al principio, y después con creciente urgencia. Le tomó la cara entre las manos y la besó, y entonces su cuerpo tomó el mando completamente con un bombeo salvaje. Él estaba enloqueciendo, disparándose más y más alto, su pecho y sus caderas eran tan hermosos mientras se movía con aquel antiguo y encrespado movimiento masculino. Más rápido… más rápido… tirando hacia adelante y hacia atrás…

Salvo que entonces alcanzó alguna clase de meseta. El se esforzaba, las cuerdas del cuello casi abriéndose camino por la piel, su cuerpo cubierto de sudor. Pero parecía que no podía dejarse ir.

Él se detuvo, jadeando.

– Esto no va a funcionar.

– Simplemente relájate. Relájate y deja que ocurra…

– No. Necesito… -Le tomó una de las manos y la colocó sobre la bolsa bajo su erección-. Aprieta. Aprieta fuerte.

Los ojos de Bella se alzaron hacia su cara.

– ¿Qué? No quiero hacerte daño…

Él le envolvió la mano con la suya como un tornillo y retorció sus puños hasta que gritó. Entonces él le sostuvo la otra muñeca, manteniendo la palma de la mano de ella contra su erección.

Ella luchó contra él, peleando para parar el dolor que él se infligía a sí mismo, pero él estaba bombeando de nuevo. Y cuanto más duramente quería ella apartarse, más apretaba él su mano en la más tierna parte de un hombre. Sus ojos se ensancharon sin parpadear ante el acto, la agonía que él debía…

Zsadist gritó, su ruidosa exclamación rebotó en el mármol hasta que ella estuvo segura que todos en la casa lo habían oído. Entonces ella sintió los poderosos espasmos de su liberación, pulsos calientes humedeciendo sus manos y el frente de la bata.

Él cedió sobre sus hombros, su imponente cuerpo cayendo sobre ella. Respiraba como un tren de carga, los músculos le temblaban, su gran cuerpo se estremecía con réplicas. Cuando él le liberó las manos, ella tuvo que despegar la palma de sus testículos.

Bella estaba helada hasta los huesos mientras soportaba su peso.

Algo feo había brotado entre ellos en este momento, alguna clase de mal sexual que enturbió la distinción entre el placer y el dolor. Y aunque eso la hacía cruel, quiso huir de él. Quiso huir del vergonzoso conocimiento de que ella le había hecho daño porque él la había obligado hacérselo y que había tenido su orgasmo por eso.

Salvo que entonces la respiración de él se cortó en un sollozo. O al menos así lo pareció.

Ella contuvo la respiración, escuchando. El suave sonido volvió, y sintió el temblor de sus hombros.

Oh, mi Dios. Estaba llorando…

Ella lo envolvió con sus brazos, recordándose que él no había pedido ser torturado como lo había sido. Ni se había ofrecido voluntario para los efectos secundarios.

Ella intentó levantarle la cabeza para besarlo, pero él luchó contra ella, acercándola, escondiéndose en su pelo. Ella lo acunó, sosteniéndolo y consolándolo mientras él luchaba por enmascarar el hecho de que estaba llorando. Finalmente él se echó para atrás y se restregó la cara con palmas. Evitó encontrar su mirada mientras se estiraba y ponía en marcha la ducha.

Con un rápido tirón le quitó la bata del cuerpo, la hizo una bola y la tiró a la basura.

– Espera, me gusta esa bata.

– Te compraré una nueva.

La instó a meterse bajo el agua. Cuando ella se resistió la alzó fácilmente y la metió bajo el chorro, y empezó a enjabonarle las manos sin disimular su pánico.

– Zsadist, para. -Se apartó pero él la cogió-. No estoy sucia… Zsadist, para. No necesito ser limpiada porque tú…

Él cerró los ojos.

– Por favor… Tengo que hacerlo. No puedo dejarte toda… cubierta de ésta porquería.

– Zsadist -estalló ella-. Mírame. -Cuando él lo hizo le dijo- Esto no es necesario.

– No se qué más hacer.

– Vuelve a la cama conmigo. -Ella cerró el grifo-. Abrázame. Déjame abrazarte. Es la única cosa que necesitas hacer.

Y francamente, ella también lo necesitaba. Ella estaba estremecida hasta su corazón.

Ella se puso una toalla alrededor y lo empujó hacia el dormitorio. Cuándo estuvieron juntos bajo las mantas, ella se plegó junto a él, pero estaba tan tensa como él. Había pensado que la proximidad podía ayudar. No.

Después de un largo rato su voz le llegó a través de la oscuridad.

– Si hubiera sabido cómo tenía que ser, nunca hubiera permitido que pasara.

Ella giró la cara hacia él.

– ¿Es la primera vez que te corres?

El silencio no fue una sorpresa. Entonces finalmente le contestó.

– Si.

– ¿Nunca te has… dado placer a ti mismo? -susurró, incluso aunque conocía la respuesta. Dios… Lo que debían de haber sido aquellos años como esclavo de sangre. Todos aquellos abusos… Quiso llorar por él pero sabía que le haría sentirse incómodo.

Él exhaló.

– No me gusta tocarlo en absoluto. Francamente, odio el hecho de que haya estado dentro de ti. Me gustaría que estuvieras en una bañera ahora, rodeada de desinfectante.

– He amado estar contigo. Estoy contenta de que hayamos follado. -Sólo tenía dificultades con lo que había venido después-. Pero sobre lo que ocurrió en el cuarto de baño…

– No quiero que seas parte de eso. No te quiero haciéndome eso que hace que yo… me haga todo eso sobre ti.

– Me gustó darte un orgasmo. Es sólo que… me preocupó mucho hacerte daño. Quizás podríamos intentar…

Él se alejó.

– Lo siento… Tengo que… Voy a ver a V. Tengo trabajo que hacer.

Ella lo cogió por los brazos.

– ¿Qué pasa si te digo que yo pienso que eres hermoso?

– Te diría que estás montada en una ola de compasión y eso me cabrearía.

– No te tengo lástima. Desearía que hubieras acabado dentro de mí, y creo que eres magnífico cuando estás excitado. Eres grueso y largo, y yo esta muriéndome por tocarte. Todavía lo estoy. Y quiero tomarte en mi boca. ¿Qué tal con eso?

Él se encogió de hombros para soltarse y se puso de pie. Con rápidos, bruscos movimientos se vistió.

– Si necesitas proyectar una luz diferente sobre éste acto sexual para que puedas tratarlo, está bien. Pero ahora te estás mintiendo a ti misma. En algún momento despertarás al hecho de que todavía eres una hembra de valor. Y entonces vas a lamentar ésta mierda de follar conmigo.

– No lo haré.

– Espéralo.

Él salía por la puerta antes de que ella pudiera encontrar las palabras apropiadas para hacerlo regresar.

Bella se cruzó de brazos y farfulló con frustración. Entonces pateó las mantas. Maldición, qué calor hacía en ésta habitación. O quizás ella estaba demasiado estimulada, estaba oprimida por su química interior.

Incapaz de estar en la cama, se vistió y bajó por el pasillo de las estatuas. No le importaba dónde acabara; sólo quería salir y alejarse de ése calor.

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