Cuando se abrió la puerta del baño, Z la examinó guardando una maldición para sí mismo. Bella estaba rosada de pies a cabeza, el pelo anudado en lo alto de la cabeza. Olía como ese selecto jabón francés que Fritz insistía en comprar. Y esa toalla envuelta en su cuerpo sólo le hacía pensar en qué fácil sería tenerla totalmente desnuda.
Un tirón. Eso era todo lo que necesitaba.
– Wrath está de acuerdo en estar ilocalizable temporalmente -dijo-. Pero sólo es una demora de cuarenta y ocho horas más o menos. Habla con tu hermano. Mira si lo puedes traer aquí. De otra manera Wrath tendrá que responder y realmente no podrá negarse dado tu linaje.
Bella ató la toalla un poco más arriba.
– Vale… gracias. Gracias por el esfuerzo.
Inclinó la cabeza mirando hacia la puerta, pensando en regresar al plan A: poner tierra de por medio. Era eso o que Phury lo atacara.
Salvo que en vez de salir, puso las manos en jarras.
– Lamento una cosa.
– ¿Qué? Oh… ¿Por qué?
– Siento que tuvieras que ver lo que le hice a ese asesino. -Levantó la mano, entonces la dejó caer, resistiéndose al impulso frotarse la cabeza rapada-. Cuando dije que no me disculparía por ello, quise decir que no lamento haber matado a esos bastardos. Pero yo no…, no me gusta que tengas esas imágenes en tu cabeza. Te las borraría si pudiera. Te lo borraría todo…, soportaría todo eso en tu lugar. Realmente siento jodidamente que esto te haya sucedido, Bella. Vale, lamento todo esto, incluyéndome… a mí.
Se dio cuenta de que este era su adiós. Y estaba perdiendo fuerzas, por eso apresuró sus últimas palabras.
– Eres una hembra de valía. -Agachó la cabeza-. Y se que encontrarás…
Un compañero, acabó para sí mismo. Vale, una hembra como ella podría con toda seguridad encontrar un compañero. De hecho, había uno en esta casa que no sólo la deseaba, si no que era apropiado para ella. De hecho, Phury estaba a la vuelta de la esquina.
Z alzó la vista, intentando dirigir a sus pies fuera de la habitación… y golpear de regreso contra la puerta.
Bella estaba justamente frente a él. Cuando atrapó su perfume, su corazón saltó como una liebre, haciendo que algo bueno revoloteara en él aturdiéndolo.
– ¿Es verdad que limpiaste mi casa? -le dijo.
Oh, dios… La única respuesta que tenía para eso era demasiado reveladora.
– ¿Lo hiciste?
– Sip, lo hice.
– Ahora voy a abrazarte.
Z se tensó, pero antes de que pudiera apartarse de su camino, unos brazos le envolvieron la cintura y una cabeza topó con su pecho desnudo.
Permaneció en su abrazo sin moverse, sin respirar, sin devolvérselo… Todo lo que podía hacer era sentir su cuerpo. Ella era una hembra alta, pero le sobrepasaba unas buenas seis pulgadas. Y aunque estaba delgado para ser un guerrero, llevaba al menos setenta libras más en sus huesos que ella. Todavía le sobrecogía.
Dios, olía tan bien.
Hizo un ruidito, como un suspiro, y se hundió en su cuerpo todavía más. Sus pechos presionaban contra su torso, y cuando miró hacia abajo, la curva de su nuca era malditamente tentadora. Entonces allí apareció el problema. Esa cosa dejada de la mano de Dios estaba endureciéndose, hinchándose, alargándose. Rápidamente.
Colocó las manos sobre sus hombros, revoloteando simplemente sobre su piel.
– Sip, ah, Bella… me tengo que ir.
– ¿Por qué? -Más cerca. Ella se acercó. Moviendo las caderas contra él, apretando los dientes cuando las partes inferiores de sus cuerpos contactaron completamente.
Mierda, ella tuvo que sentir aquella cosa entre sus piernas. ¿Cómo podía obviarlo? La erección empujaba en su barriga, y no creía que los malditos pantalones escondieran al bastardo.
– ¿Por qué tienes que irte? -susurró con el aliento rozando sus pectorales.
– Porque…
Cuando dejo la palabra en el aire, ella murmuró,
– Sabes, me gustan.
– ¿Te gustan qué?
Tocó uno de los anillos de los pezones.
– Estos.
Tosió un poco.
– Yo, ah… los hice yo mismo.
– Te quedan bien. -Dio un paso a tras y dejó caer la toalla.
Z se tambaleó. Era tan condenadamente bella, esos senos, ese estómago plano, esas caderas… Y esa pequeña y grácil raja entre sus piernas que vio con dispersa claridad. Las pocas humanas con las que había estado tenían pelo allí, pero ella era de su clase, así es que estaba completamente depilada, desgarradoramente suave.
– Realmente tengo que irme -dijo roncamente.
– No te vayas.
– Tengo que hacerlo. Si me quedo…
– Acuéstate conmigo -dijo, relajándose contra él otra vez. Se sacó la goma del pelo, y las ondas oscuras se derramaron sobre los dos.
Cerró los ojos y echó la cabeza atrás, en un intento de no quedar enterrado por su perfume. Con voz resuelta le respondió,
– ¿Sólo quieres ser follada, Bella? Porque eso es todo lo que obtendrás de mí.
– Tienes mucho más…
– No, no lo tengo.
– Has sido amable conmigo. Has cuidado de mí. Me has lavado y sostenido…
– No me quieres en tu interior.
– Ya lo estás, Zsadist. Tu sangre está dentro de mí.
Hubo un largo silencio.
– ¿Conoces mi reputación?
Ella frunció el ceño.
– Eso no tiene importancia…
– ¿Qué dice la gente de mí, Bella? Vamos, quiero oírlo de ti. Así sabré que lo entiendes. Su desesperación fue palpable cuando la empujó, pero tuvo que sacarla del aturdimiento en el que estaba metida-. Se que has tenido que oír algo sobre mí. Las murmuraciones alcanzan incluso tu nivel social. ¿Que dicen?
– Algo… algo sobre que matas a hembras por deporte. Pero no lo creo…
– ¿Sabes cómo conseguí esa reputación?
Bella se cubrió los pechos y retrocedió, negando con la cabeza. Él se inclinó y le dio la toalla, entonces señaló la calavera de la esquina.
– Maté a esa hembra. Ahora dime, ¿puedes tomar a un macho capaz de hacer algo así? ¿Qué puede lastimar así a una hembra? ¿Quieres a esa clase de bastardo encima de ti, bombeando en tu cuerpo?
– Era ella -susurró Bella-. Regresaste y mataste al ama, ¿no?
Z se estremeció.
– Por un momento pensé que eso me curaría.
– No lo hizo.
No, mierda. La pasó rozando y paseó, la presión aumentaba en él hasta que abrió la boca para soltar:
– Un par de años después de marcharme, oí que ella… mierda, oí que tenía a otro macho en esa celda… Viajé sin parar durante dos días, escabulléndome cerca del amanecer. -Z cabeceó. No quería hablar, realmente no quería, pero su boca se mantenía en movimiento-. Jesús… era tan joven, tan joven, como yo cuando me tuvo. No tenía ninguna intención de matarla, pero venía andando a derecho cuando yo huía con el esclavo. Luego la miré… sabía que si no la golpeaba, llamaría a los guardias. También supe que finalmente conseguiría otro varón y lo encadenaría allí y lo… Ah, joder. ¿Por qué demonios te estoy contando esto?
– Te amo.
Z apretó sus ojos ya cerrados.
– No es una tragedia, Bella.
Dejó la habitación a la carrera, pero no fue más allá de quince pasos en el pasillo.
Ella lo amaba. ¿Lo amaba?
Tonterías. Pensaba que lo amaba. Y tan pronto como regresara al mundo real, se daría cuenta. Jesús, había salido de una situación horrible y estaba viviendo en una burbuja aquí en el recinto. Nada de eso pertenecía a su vida, y pasaba mucho tiempo con él.
Y todavía… Dios, quería estar con ella. Quería acostarse a su lado y besarla. Quería hacer incluso más que eso. Quería… hacérselo todo, besarla, tocarla, chuparla y lamerla. ¿Pero a dónde exactamente pensaba él que llevaba todo esto? Incluso si se le pasaba la idea de penetrarla para el sexo, no podía arriesgarse a correrse dentro de ella.
No es que él le hubiera hecho eso con ninguna hembra. Infiernos, nunca había eyaculado bajo ninguna circunstancia. Cuando era un esclavo de sangre, no había estado sexualmente excitado. Y después cuando estuvo con esas pocas putas que había comprado y follado, nunca tuvo un orgasmo. Esos anónimos interludios eran solamente experimentos para comprobar que el sexo seguía siendo tan malo como siempre.
Por lo que respecta a masturbarse, no podía tocarse esa maldita cosa para mear, mucho menos cuando necesitaba atención. Y nunca había querido aliviarse a sí mismo, nunca había despertado sexualmente, incluso cuando eso estaba duro.
Dios, lo habían machacado tanto con la mierda del sexo. Como si hubiera un corte en su cerebro.
La verdad es que tenía un montón de ellos, ¿no?
Pensó en todos los agujeros que tenía, los espacios en blanco, los vacíos dónde los demás sentían cosas. Cuando se redujo a eso, él era sólo una pantalla, más vació que sólido, las emociones golpeándolo, sólo alcanzando y abrazando la cólera.
Sólo que no era completamente cierto, ¿no? Bella le hacía sentir cosas. Cuando lo había besado antes, en la cama, lo había hecho sentir… caliente y hambriento. Muy masculino. Sexual, por primera vez en su vida.
Salido de su aguda desesperación, algún eco de lo que había sido antes que la Mistress hubiera empezado con él, buscaba su espacio. Se encontró deseando otra vez ese sentimiento que había obtenido besando a Bella. Y quería encenderla también. La deseaba gimiendo, sin aliento y hambrienta.
No era justo para ella… pero era un hijo de puta, y estaba ávido por lo que le había dado antes. Ella se marcharía pronto. Sólo tenía ese día.
Zsadist abrió la puerta y entró de nuevo.
Bella estaba tumbada en la cama y obviamente sorprendida por su regreso. Mientras ella se incorporaba, su visión le hizo regresar de golpe la decencia. ¿Cómo demonios podría estar con ella? Dios, era tan… hermosa, y él era un sucio, un sucio bastardo.
El momento pasó, se paralizó en medio de la habitación. Prueba que no eres del todo un bastardo, pensó. Pero explícate primero.
– Deseo estar contigo, Bella, y no sólo follarte. -Cuando empezó a decir algo, la silenció levantando la mano-. Por favor, sólo escúchame. Deseo estar contigo, pero no creo que pueda darte lo que necesitas. No soy el hombre adecuado para ti, y definitivamente no es el momento oportuno.
Soltó la respiración, pensando que era un completo gilipollas. Aquí estaba él diciéndole que no, jugando a ser un caballero… mientras en su mente la arrojaba contra las sábanas y las remplazaba con la manta de su piel.
La cosa colgaba al frente de sus caderas golpeando como una perforadora.
¿Cómo sabría, se preguntaba, en ese dulce y suave lugar entre sus piernas?
– Acércate, Zsadist. -Levantó las mantas, dejándose al descubierto para él-. Para de pensar. Ven a la cama.
– Yo… -Palabras que nunca había contado a nadie flotaban sobre sus labios, una confesión del tipo, una revelación peligrosa. Apartó la mirada y sin pensar en ninguna buena razón las dejó ir-. Bella, cuando era un esclavo las cosas fueron… ah, me hicieron cosas. Mierda sexual. -Debería detenerse. Ahora mismo-. Hubo varones, Bella. En contra de mi voluntad, hubo varones.
Oyó un pequeño jadeo.
Eso era bueno, pensó, incluso cuando le avergonzaba. Quizás podría obligarla a salvarse sublevándola. ¿Porque qué hembra podría estar con un varón al que le habían hecho ese tipo de cosas? No era el ideal heroico. Ni mucho menos.
Se aclaró la garganta y se quedó mirando un hueco a través del suelo.
– Mira, yo no… no quiero tu piedad. La razón por la que te le he contado no es debilitarte. Sólo… estoy confuso. Es como si tuviera los cables cruzados, sobre todo… ya sabes, la jodida cosa. Te quiero, pero no está bien. No deberías estar conmigo. Tú estás más limpia que eso.
Hubo un largo silencio. Ah, mierda… tenía que mirarla. En el momento que lo hizo, se levantó de la cama como si estuviera esperando que alzara los ojos. Caminó hacia él desnuda, nada sobre su piel excepto la luz de la única mecha que ardía.
– Bésame -susurró en la penumbra-. Sólo bésame.
– Dios… ¿Qué está mal en ti? -Cuando ella se sobresaltó, dijo- ¿Quiero decir, por qué? De todos los varones que podrías tener, ¿por qué yo?
– Te deseo a ti. -Puso la mano sobre su pecho-. Es una respuesta natural y normal al sexo opuesto, ¿no?
– No soy normal.
– Lo sé. Pero no estás sucio, ni contaminado ni eres indigno. -Tomó sus temblorosas manos y las colocó sobre sus hombros.
Su piel era tan fina, la idea de estropearla de alguna forma lo congeló. Así como lo hizo la imagen de él empujando eso dentro de ella. Salvo que no debería involucrar la parte inferior de su cuerpo, ¿no? Esto podría ser todo por ella.
Oh, sip, pensó. Esto podría ser por ella.
Le dio la vuelta y la apretó contra su cuerpo. Con lentas caricias recorrió su cuerpo arriba y abajo por las curvas de la cintura y las caderas. Cuando ella arqueó la columna y suspiró, pudo ver las puntas de sus senos por encima del hombro. Quería tocarla allí… y se dio cuenta que podía. Movió sus manos sobre la caja torácica, sintiendo el diseño de huesos delicados hasta que las palmas envolvieron los senos. La cabeza se relajó mucho más y su boca se abrió.
Cuando se abrió así para él, tuvo el instinto de gritar de entrar en ella de cualquier forma posible. En respuesta, lamió su labio superior mientras hacía rodar uno de los pezones entre el pulgar e índice. Se imaginó a sí mismo metiendo la lengua a la fuerza en su boca, entrando entre los dientes y colmillos, tomándola de esa manera.
Como si supiera lo él estaba pensando, trató de darse la vuelta y ponerse frente a él, pero parecía demasiado cerca en cierta forma… demasiado real que ella se estaba entregando a él, que le iba a dejar a alguien como él hacerle cosas íntimas, eróticas a su cuerpo. Se detuvo agarrándola por las caderas y empujándola contra sus muslos. Rechinó los dientes y sintiendo su trasero contra la erección tirante en sus pantalones.
– Zsadist… déjame besarte. -Trató de darse la vuelta otra vez y él la detuvo.
Cuando lucho contra su agarre, la mantuvo en su sitio fácilmente.
– Será mejor para ti de esta manera. Si no puedes verme, será mejor.
– No, no quiero.
Bajo la cabeza hasta su hombro.
– Si pudiera sólo conseguirte a Phury… una vez me parecí a él. Podrías fingir que soy yo.
Liberó el cuerpo de sus manos.
– Pero no serías tú. Y tú eres a quien yo quiero.
Mientras le miraba con femenina expectación, se dio cuenta que ellos se encaminaban hacia la cama justo detrás de ella. E iban a ir al grano. Pero, Dios… no tenía ni idea de qué hacer para que se sintiera bien. Podría muy bien ser virgen para toda la mierda que sabía sobre el placer de una hembra.
Con esa pequeña y feliz revelación, pensó sobre el otro varón que ella había tenido, ese aristócrata quien indudablemente sabía mucho más de sexo que él. De la nada fue golpeado por un deseo totalmente irracional de perseguir a su anterior amante y hacerlo sangrar.
Oh…demonios. Cerró los ojos. Oh… mierda…
– ¿Qué? -preguntó ella.
Ese tipo de impulso violento y territorial era característico del varón vinculado. La distinción de uno, realmente.
Z alzó el brazo y puso la nariz en su bíceps, respirando profundamente… El perfume vinculante salía de su piel. Era débil, probablemente sólo reconocible para él, pero estaba allí.
Mierda. ¿Ahora que iba ha hacer?
Desafortunadamente, sus instintos respondieron. Como si su cuerpo bramara, la levantó y se encaminó hacia la cama.