CAPÍTULO 40

La noche cayó y la luz traspasaba la cabaña. U no se había movido del ordenador en todo el día. Entre correos y el móvil, había localizado a los veintiocho asesinos restantes en Caldwell y programado una asamblea general para medianoche. En ese momento iba a reorganizarlos en escuadrones y asignar a cinco hombres el trabajo de reclutamiento.

Después de la reunión de esta noche, se asignarían sólo dos escuadrones Beta en el centro. Los vampiros civiles no aparecían en los bares que ellos frecuentaban, porque a bastantes de ellos los habían persuadido de abandonar los alrededores. Era tiempo de cambiar de lugar.

Tras algunas ideas, decidió enviar al resto de sus hombres a las áreas residenciales. Los vampiros estaban activos por la noche. En sus casas. Era realmente un problema encontrarlos entre los humanos…

– Eres como una pequeña cagada.

U saltó de la silla.

O estaba de pie y desnudo en la puerta principal de la cabaña. Tenía el pecho cubierto de marcas de garras, como si algo lo hubiera agarrado fuertemente, y su cara estaba hinchada, el pelo desordenado. Parecía bien usado y cabreado.

Y cuando los encerró con un golpe, U era incapaz de moverse. Ninguno de sus largos músculos se rindió arrodillado a la defensiva y gritando, y eso le dijo lo que necesitaba saber sobre quien era el Fore-lesser ahora. Únicamente el asesino superior tenía esa clase de control físico sobre sus subordinados.

– Olvidaste dos cosas importantes. -O con indiferencia sacó un cuchillo de la funda que colgaba de la pared-. Uno, Omega es muy inconstante. Y dos, tiene una personal predilección por mí. Realmente no me costó mucho trabajo regresar al redil.

Cuando el cuchillo fue hacia él, U luchó, trató de correr, quería gritar.

– Así es que di buenas noches, U. Y dale a Omega un enorme ‘hola’ cuando lo veas. Te está esperando.


Las seis en punto. Casi hora de marcharse.

Bella miró alrededor de la habitación de huéspedes en la que estaba y se imaginaba que había recogido todo lo que había traído. No tenía mucho para empezar, y de todas formas, lo había trasladado todo de la habitación de Zsadist la noche anterior. La mayoría de sus cosas estaban todavía en la maleta L.L. Bean.

Fritz vendría a por sus cosas de un momento a otro, y las trasladaría hasta Havers y Marissa. Gracias a Dios que el par de hermano y hermana estaban dispuestos a concederle un favor a Rehvenge y acogerla. Su mansión, y la clínica, eran realmente una fortaleza. Incluso Rehv quedó satisfecho de que estaría a salvo.

Luego, a las seis y media, se desmaterializaría hacia allí, y se reuniría con Rehv.

Compulsivamente entró en el baño y revisó tras la cortina de la ducha de nuevo para asegurarse de que tenía el champú. Yup, nada allí. Y tampoco había dejado nada en el dormitorio. O en la casa, de hecho. Cuando se fuera, nadie notaría nunca que había estado en la mansión. Nadie lo notaría…

Oh, Cristo. Para ya con eso, pensó.

Hubo un golpe en la puerta. Caminó hacia allí y la abrió.

– Hola, Fritz, mi maleta está encima de…

Zsadist estaba de pie en el vestíbulo, vestido para pelear. Cueros. Pistolas. Espadas.

Ella saltó hacia atrás.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Entró en la habitación sin decir nada. Pero Jesús, parecía preparado para abalanzarse sobre algo.

– No necesito un guardia armado -dijo Bella, tratando de mantener la calma-. Quiero decir, si eso es todo. Voy a desmaterializarme allí, y la clínica es perfectamente segura.

Zsadist no dijo una palabra. Sólo la miraba fijamente, todo poder y fuerza masculina.

– ¿Has venido a amenazarme? -dijo bruscamente-. ¿O hay una razón para esto?

Cuando cerró la puerta tras él, su corazón empezó a latir más fuerte. Especialmente cuando oyó que cerraba.

Retrocedió hasta quedar contra la cama.

– ¿Qué quieres, Zsadist?

Fue hacia ella como si la escudriñara, con los ojos amarillos obsesionados. Su cuerpo era una completa espiral de tensión y de repente no hizo falta ser un genio para adivinar que clase de liberación estaba buscando.

– No me digas que viniste aquí para emparejarte.

– De acuerdo, no lo hice. -Su voz no fue sino un gruñido profundo y ronroneante

Sacó la mano. Bien, eso marcará la diferencia. Él la podía tomar si quisiera, tanto si ella decía que sí o no. Sólo… que como una idiota no lo rechazaría. Aun tras toda la mierda que le había echado, todavía lo deseaba. Maldita sea.

– No tendré sexo contigo.

– No estoy aquí por mí -dijo llegando a su altura.

Oh, Dios. Su perfume… su cuerpo… tan cerca. Iba a volverse loca.

– Apártate de mí. Ya no te deseo más.

– Sí, lo haces. Puedo olerlo. -Extendió una mano y tocó su cuello, recorriendo con el dedo índice su yugular-. Y puedo sentir el latido de esta vena.

– Te odiaré si lo haces.

– Ya me odias.

Si sólo fuera verdad…

– Zsadist, de ninguna manera quiero acostarme contigo.

Se inclinó hasta que la boca estuvo en su oreja.

– No te estoy pidiendo esto.

– ¿Entonces qué quieres? -Empujándolo por los hombros. Sin resultado-. ¿Maldito seas, por qué estás haciendo esto?

– Porque vengo de la habitación de mi gemelo.

– ¿Perdón?

– No le dejaste beber de ti -la boca de Zsadist rozó su cuello. Entonces retrocedió y la miró fijamente-. ¿No lo aceptarás nunca, no? Nunca estarás con Phury, no importa cuan correcto sea para ti socialmente, personalmente.

– Zsadist, por todos los infiernos, déjame sola…

– No estarás con mi gemelo. ¿Así que nunca volverás aquí, verdad?

Exhaló rápidamente.

– No, no volveré.

– Y por eso tuve que venir.

La furia hirvió en ella, creciendo hasta convertirse en deseo de sexo.

– No lo comprendo. Has aprovechado cada oportunidad para apartarme. ¿Recuerdas el pequeño episodio en el callejón la pasada noche? Bebiste de ella para mandarme a paseo, ¿no? No fue por el comentario que hice.

– Bella…

– Y luego quieres que esté con tu hermano. Mira, sé que no me quieres, pero eres consciente de lo que siento por ti. ¿Tienes alguna idea de lo que es que el macho que amas te diga que alimentes a otro?

Dejó caer la mano. Retrocediendo.

– Tienes razón -se restregó la cara-, No debería estar aquí, pero no puedo dejarte marchar sin… En lo más profundo de mi mente siempre pensé que regresarías. Sabes, para estar con Phury. Siempre pensé que te vería otra vez, aunque fuera a distancia.

Que Dios la ayudara, estaba harta de esto.

– ¿Por qué infiernos te importa si me ves o no?

Sólo negó con la cabeza y se volvió hacia la puerta. Lo que la hizo enfadar aún más.

– ¡Contéstame! ¿Por qué te importa si nunca regreso?

Tenía la mano en la manija mientras le gritaba.

¿Por qué te importa?

No me importa.

Se lanzó a través de la habitación con la intención de pegarle, arañarlo, hacerle daño, estaba tan frustrada. Pero él se dio la vuelta y en vez de abofetearle le agarró la cabeza y lo arrastró hacia su boca. Sus brazos se cerraron alrededor de ella, abrazándola tan fuerte que no podía respirar. Mientras la lengua entraba en su boca, la levantó y se dirigió hacia la cama.

El sexo fiero y desesperado era una mala idea. Una muy mala idea.

Estaban enredados en el colchón en un segundo. Le sacó los pantalones y estaba a punto de romper con los dientes las bragas cuando un golpe sonó en la puerta.

La voz de Fritz se oyó a través de los paneles, agradable y respetuosa.

– Señora, si las maletas están preparadas…

– Ahora no, Fritz -respondió Zsadist con voz gutural. Dejó al descubierto los colmillos, cortando a tiras la seda entre los muslos, lamiendo su centro-. Joder…

La lengua descendió otra vez lamiéndola, gimiendo. Ella se mordió el labio para no gritar y agarrándole la cabeza giró sus caderas.

– Oh, amo, le pido perdón. Pensé que usted estaba en el centro de entrenamiento…

Más tarde, Fritz.

– Desde luego. Cuánto tiempo…

El resto de las palabras del doggen fueron cortadas por el erótico gruñido de Zsadist que le dijeron a Fritz todo lo que necesitaba saber. Y probablemente un poco más.

– Oh… Dios mío. Perdóneme, amo. No regresaré a por sus cosas hasta que, ah… luego.

La lengua de Zsadist hacía círculos alrededor mientras las manos sujetaban sus muslos. La llevó duramente, todo el tiempo susurrando cosas calientes, cosas hambrientas contra su carne secreta. Ella se empujó contra su boca, arqueándose. Fue tan rudo, tan voraz… quedó destrozada. La provocaba alargando el orgasmo, manteniéndola en ese estado como si estuviera desesperado para que no se terminara.

El silencio de después la dejó tan fría como la liberación de su centro en la boca de él. Se alzó entre sus piernas, pasando la mano por sus labios. Cuando la miró, se chupó la palma de la mano, atrapando cada bocado de lo que había retirado su cara.

– Vas a parar ahora, ¿no? -dijo rudamente.

– Te lo dije. No vine aquí por sexo. Sólo quería esto. Sólo quería tenerte contra mi boca una última vez.

– Bastardo egoísta. -Y cuan irónico era llamarle esto por no follarla. Dios… Esto era tan horrible.

Mientras ella alcanzaba los vaqueros, él hizo un suave sonido en el fondo de su garganta.

– ¿Crees que no mataría por estar dentro de ti en este instante?

– Vete al infierno, Zsadist. Vete directamente allí…

Se movió tan rápido como un relámpago, bajándola duramente contra la cama, aplastándola con su peso.

– Estoy en el infierno -siseó, poniendo las caderas entre las suyas. Las balanceó contra su centro, esa maciza erección empujaba contra el suave lugar que había tenido en su boca. Con una maldición retrocedió, abrió la cremallera de sus pantalones… y empujó en ella, estirándola tanto que casi dolía. Ella gritó con la invasión, pero alzó las caderas para que pudiera penetrarla aún más.

Zsadist le agarró las rodillas y le estiró las piernas hacia arriba, haciéndola una pelota bajo él, luego bombeó contra ella, su cuerpo guerrero no le escatimó nada. Ella se agarró a su cuello, la sangre fluyendo, perdida en un ritmo demoledor. Esto era lo que siempre había pensado que sería con él. Fuerte, duro, salvaje… rudo. Mientras tenía otro orgasmo, él rugió, explotando en ella. Chorros calientes la llenaron, entonces se desparramaron en sus muslos como si no dejara de bombear.

Cuando finalmente se colapsó sobre ella, le soltó las piernas respirando contra su cuello.

– Oh, Dios… No puedo creer que esto haya pasado -dijo finalmente.

– Estoy bastante segura sobre eso. -Lo apartó a un lado y se sentó, más cansada de lo que había estado en su vida-. Tengo que reunirme pronto con mi hermano. Quiero que te vayas.

Él maldijo, un sonido vacío y doloroso. Entonces le tendió los pantalones, aunque no los soltó. La miró un largo instante, y como una tonta esperaba que él le dijera lo que quería oír: Lo siento, te hice daño, te quiero, no te vayas.

Tras un momento dejó caer su mano y se levantó, arreglándose, abrochándose los pantalones. Fue hacia la puerta, moviéndose con esa gracia letal con la que siempre caminaba. Al mirar sobre su hombro, ella se dio cuenta que había hecho el amor estando completamente armado y vestido.

Oh, pero sólo había sido sexo, ¿no?

Con voz baja dijo.

– Lo siento.

– No me digas eso para hacerme sentir mejor.

– Entonces… gracias, Bella… por… todo. Sip, de verdad. Yo… te lo agradezco.

Y entonces se marchó.


John se retrasó en el gimnasio mientras el resto de la clase desfilaba hacia el vestuario. Eran las siete de la tarde, pero podría haber jurado que eran las tres de la mañana. Qué día. El entrenamiento había empezado pronto, porque los Hermanos querían salir temprano, y habían tenido horas de clase de tácticas y tecnología de ordenadores enseñada por dos Hermanos llamados Vishous y Rhage. Luego Tohr llegó a la caída del sol y empezaron las patadas en el culo. Las tres horas de entrenamiento habían sido brutales. Correr unas vueltas. Jujitsu. Entrenamiento de armas mano a mano, incluyendo una introducción a los nunchakus o nunchucks.

Esos dos palos unidos por una cadena eran la pesadilla de John, exponiendo todas sus debilidades, especialmente su horrible coordinación entre ojo y mano. Pero él no se dio por vencido. Mientras los otros chicos iban a las duchas, regresó a la sala del equipo y cogió uno de los sets. Se imaginó que practicaría mientras venía el bus y ya se ducharía en casa.

Empezó a voltear los nunchucks lentamente a su lado, el sonido de dar vueltas curiosamente relajaba. Gradualmente incrementaba la velocidad, los sujetó al vuelo y entonces los balanceó a su izquierda. Tomándolos de regreso. Una y otra vez, hasta que el sudor afloró otra vez en su piel. Una y otra vez…

Y se golpeó con esa mierda. Directamente en la cabeza.

El golpe le debilitó las rodillas, y tras luchar durante un momento, se dejó caer. Apoyándose con el brazo, poniendo una mano en su sien izquierda. Estrellas. Definitivamente veía estrellas.

En medio de todo ese parpadeo, una suave risa provino detrás de él. La satisfacción del sonido le dijo quién era, pero tenía que verlo de todas formas. Mirando por debajo del brazo, observó a Lash de pie a unos seis pasos atrás. El tipo del pelo claro estaba mojado, las ropas de calle pulcras, la sonrisa fría.

– Eres un perdedor.

John se concentró en la colchoneta, sin realmente importarle que Lash lo hubiera pillado golpeándose el cerebro. El tipo ya había visto esto en clase, así es que no era una nueva humillación.

Dios… Si sólo pudiera aclararse los ojos. Negó con la cabeza estirando el cuello… y vio otro par de nunchucks en la colchoneta. ¿Los había lanzado Lash?

– No le gustas a nadie, John. ¿Por qué no te marchas? Oh, espera. Eso querría decir que no podrías ir tras los Hermanos. ¿Entonces que harías todo el día?

La risa del tipo se cortó de golpe cuando una profunda voz gruñó.

– No te muevas, rubito, excepto para respirar.

Una mano enorme apareció frente a la cara de John que alzó la vista. Zsadist estaba de pie ante él. Vestido completamente para la guerra.

John fue agarrado por lo que estaba frente a él sin reflejos y lo levantó fácilmente del suelo.

Los negros ojos de Zsadist se estrecharon, reflejando cólera.

– El bus está preparado, recoge tu mierda. Nos reuniremos fuera en los vestidores.

John se abrió paso a través de las colchonetas, pensando que cuando un macho como Zsadist le dijera algo, lo haría rápido. Cuando llegó a la puerta, sin embargo, tuvo que mirar hacia atrás.

Zsadist tenía a Lash cogido por el cuello y levantó al tipo de la colchoneta con los pies colgando. La voz del guerrero era mortalmente fría.

– Te ví tirarlo al suelo, y te mataría por esto, excepto que no estoy interesado en tratar con tus padres. Escucha bien, chico. Haces otra vez algo así, y te saco los ojos con los dedos y me alimento de ellos. ¿Está claro?

En respuesta, la boca de Lash funcionó como una válvula de una sola vía.

El aire entraba. Nada salía. Y entonces se orinó en los pantalones.

– Tomaré esto como un sí. -Zsadist lo dejó ir.

John ya no estaba por allí. Corrió hacia el vestidor, agarró su petate y salió al vestíbulo un momento después.

Zsadist le estaba esperando.

– Ven.

John siguió al Hermano hasta el parking de la furgoneta, preguntándose todo el tiempo como podía agradecérselo. Pero entonces Zsadist se detuvo ante el bus y lo empujó dentro. Entonces él también se embarcó.

Cada uno de los aprendices se encogió en sus asientos. Especialmente cuando Zsadist desenvainó una de sus dagas.

– Nos sentaremos aquí -le dijo a John, señalando con el arma de negra hoja el primer asiento.

Sip, bien. Vale. Está bien.

John se apretujó contra la ventana cuando Zsadist sacó una manzana del bolsillo y lentamente se sentó.

– Estamos esperando a otro -dijo Zsadist al conductor-. Y John y yo seremos la última parada.

El doggen se inclinó respetuosamente tras el volante.

– Desde luego, señor. Como usted desee.

Lash lentamente entró en la furgoneta, la roja veta en su garganta era una mancha en su pálida piel. Cuando vio a Zsadist tropezó.

– Nos estás haciendo perder el tiempo, chico -dijo Zsadist mientras deslizaba un cuchillo bajo la piel de la manzana-. Sienta tu culo.

Lash hizo eso.

Mientras la furgoneta se ponía en marcha, nadie dijo nada. Especialmente cuando la puerta se cerró y quedaron todos juntos encerrados en la parte trasera.

Zsadist peló la Granny Smith en una larga tira, la piel descendía poco a poco hasta que llegó al suelo de la furgoneta. Cuando terminó, cubrió la rodilla con la verde tira, entonces partió una rodaja de carne blanca y se la tendió a John con el cuchillo. John tomó la pieza con los dedos y se la comió mientras Zsadist cortaba un trozo para él, llevándoselo a la boca con el cuchillo. Se alternaron hasta que quedó de la manzana sólo un delgado corazón.

Zsadist tomó la piel y los restos arrojándolos en la pequeña basura al lado de la puerta. Limpió el cuchillo con los pantalones y empezó a lanzarlo al aire y atraparlo. Lo hizo durante todo el camino. Cuando llegaron a la primera parada, hubo una larga vacilación tras la apertura de la puerta. Y dos de los chicos salieron rápidamente.

Los ojos negros de Zsadist los siguieron, con la mirada dura, como si memorizara sus caras. Y durante todo ese tiempo el cuchillo, arriba y abajo, el negro metal centelleaba, la gran palma lo atrapaba en el mismo lugar de la empuñadura tras cada lanzamiento… aunque estuviera mirando a esos tipos.

Eso ocurrió en cada parada. Hasta que John y él quedaron solos.

Mientras la puerta se cerraba, Zsadist deslizó la daga en la funda del pecho. Se movió de asiento a través del pasillo y se apoyó contra la ventana, cerrando los ojos.

John lo sabía más que creía que el macho estaba despierto, porque su respiración no cambió y no estaba relajado. Únicamente no quería interactuar.

John sacó el bloc y la pluma. Escribió pulcramente, dobló el papel y lo sujetó en la mano. Tenía que darle las gracias. Aunque si Zsadist no podía leer, tenía que decir algo.

Cuando la furgoneta se detuvo y la puerta se abrió, John dejó el papel en el asiento de Zsadist, sin tratar de dárselo al guerrero. Y asegurándose que no alzaba la mirada mientras dirigía fuera sus pasos y cruzaba la carretera. Se paró enfrente del césped para observar la partida de la furgoneta, sin embargo, la nieve caía sobre su cabeza, hombros y petate.

Cuando el bus desapareció en la creciente tormenta, Zsadist se mostró de pie al otro lado de la calle. El Hermano le enseñó rápidamente la nota, sujetándola en el aire entre los dedos primero e intermedio. Luego inclinó la cabeza una vez, la guardó en el bolsillo de atrás y se desmaterializó.

John mantuvo los ojos fijos en el lugar que Zsadist había estado. Espesos copos de nieve llenaron sus huellas, el macho patea-culos se había ido.

Con un estruendo la puerta del garaje se abrió tras él, el Range Rover iba marcha atrás por el camino. Wellsie bajó la ventana. El pelo rojo estaba recogido en lo alto de su cabeza, y llevaba una negra parca de esquí. La calefacción dentro del coche iba a toda marcha, un sordo estruendo casi tan fuerte como el motor.

– Hola, John. -Tendió la mano y él colocó la palma sobre la suya-. Oye, ¿era Zsadist el que acabo de ver?

John asintió.

– ¿Qué estaba haciendo aquí?

John dejó caer el petate y escribió,

vino en el autobús conmigo a casa.

Wellsie frunció el ceño.

– Me gustaría que te alejaras de él, ¿vale? Él no… está bien la mayoría de las veces. ¿Sabes lo que quiero decir?

Realmente, John no estaba tan seguro de eso. Bien, el tipo te hacía pensar, con afecto, algunas veces en el hombre del saco, pero evidentemente no era tan malo.

– De todas formas, voy a recoger a Sarelle. Hemos encontrado un obstáculo con el festival y perdido todas nuestras manzanas. Ella y yo vamos a hacer las visitas a varios padres espirituales, a ver lo que podemos hacer sobre eso tan cerca de la fecha. ¿Quieres venir?

John negó con la cabeza.

No quiero atrasarme en Tácticas.

– Muy bien. -Wellsie le sonrió-. He dejado algo de arroz y salsa de jengibre en la nevera.

– ¡Gracias! Estoy hambriento.

– Creí que lo estarías. Nos vemos.

La despedía con las manos mientras ella daba marcha atrás el resto del camino y se fue. Mientras se dirigía a la casa, observó distraídamente como las cadenas que Tohr puso en el Rover hacían nítidas marcas en la nieve reciente.

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