Diez minutos pasadas las cuatro, John subió al autobús local mientras arrastraba su petate.
– ¡Hola!, señor -dijo el doggen alegremente detrás del volante-. Bienvenido.
John lo saludó con la cabeza y miró a los doce tipos sentados de a pares que lo miraban fijamente.
Whoa. Realmente el sentimiento del amor no estaba aquí, tíos, pensó.
Se sentó en un asiento vacío detrás del conductor.
Cuando el autobús comenzó a moverse, una división baja hacía que los aprendices quedaran encerrados juntos en la parte posterior y no pudieran ver el frente. John caminó arrastrando los pies de manera que se sentó de lado. Vigilar lo que estaba pasando detrás de sí parecía una buena idea.
Todas las ventanas estaban oscurecidas, pero las luces encendidas en el suelo y en el techo eran lo bastante brillantes para que pudiera dar cuenta de sus compañeros de clase. Todos eran como él, delgados y pequeños, aunque tenían el color de pelo diferente, algunos rubios, algunos oscuros. Uno era pelirrojo. Como John, todos iban vestidos con el traje blanco de artes marciales jis. Y todos tenían el mismo petate a sus pies, un Nike de nylon negro lo bastante grande para llevar una ropa de repuesto y mucha comida. Cada uno de ellos llevaba una mochila, también y especuló que contenía los mismos materiales que llevaba en la suya: un cuaderno y algunos bolígrafos, un teléfono móvil, una calculadora. Tohr había enviado una lista con las provisiones requeridas.
John apretó la mochila acercándola a su estómago y se quedó mirándola fijamente. Esto lo ayudó a pensar en todos los números del mensaje de texto, entonces los repitió muchas veces en su cabeza. El de casa. El móvil de Wellsie. El móvil de Tohr. El número de la Hermandad, el de Sarelle…
Pensar en ella lo hizo sonreír. Habían pasado horas online la pasada noche. Amigo, IM’ing una vez que le cogió la onda, era el modo perfecto de comunicarse con ella. Con ambos escribiendo las palabras, le parecía que eran iguales. Y si le había gustado cenando, realmente estaba con ella ahora.
– ¿Cómo te llamas?
John miró por encima de un par de asientos. Un tipo con el pelo largo rubio y un pendiente de diamante le había hablado.
Al menos utilizan el español, pensó.
Cuando abrió la mochila y sacó el cuaderno, el tipo dijo:
– ¿Hola? ¿Eres sordo o algo así?
John escribió su nombre y giró el bloc.
– ¿John? ¿Qué diablos de nombre es ese? ¿Y por qué estás escribiendo?
Oh, Amigo… Esto de la escuela iba a apestar.
– ¿Cuál es tu problema? ¿No puedes hablar?
John miró al tipo directamente a los ojos. Las leyes de la probabilidad promulgaban que dentro de cada grupo, había un macho-alfa dolor de culo y este de cabellera suave con el brillante en el lóbulo lo era claramente.
John negó con la cabeza para contestar a la pregunta.
– ¿No puedes hablar? ¿En absoluto? -El tipo levantó la voz como si quisiera que todos se enteraran. -¿Qué diablos estas haciendo entrenándote para ser soldado si no puedes hablar?
– Tú no luchas con palabras ¿verdad? -Escribió.
– Sí, y todos esos músculos que haces estallar realmente dan miedo.
Como los tuyos, quiso garabatear.
– ¿Por qué tienes un nombre humano? -La pregunta le llegó del pelirrojo del asiento de detrás.
John escribió:
– Crecí con ellos-, y luego giró el bloc.
– Huh. Bien, soy Blaylock. John… wow, extraño.
Por impulso, John tiró de la manga y enseñó la pulsera que había hecho, una con los caracteres con los que había soñado.
Blaylock se inclinó. Colocando sus pálidos ojos azules encima.
– Su nombre real es Tehrror.
Susurros. Muchos susurros.
John replegó su brazo y se relajó hacia atrás contra la ventana otra vez. Deseó haber dejado la manga bajada. ¿Qué diablos estaban pensando ellos ahora?
Después de un momento Blaylock se acordó de la educación y le presentó a los demás. Todos tenían nombres raros. El rubio era Lash. ¿Y cómo de apropiado era eso?
– Tehrror… -murmuró Blaylock-. Es un nombre muy viejo. Es el nombre de un verdadero guerrero.
John frunció el ceño. Y aun cuando sería mejor alejarse de la atención de estos muchachos, escribió:
– ¿ Lo es el tuyo? ¿Y el del resto de ellos?
Blaylock negó con la cabeza.
– Tenemos algo de sangre de los guerreros en nosotros, por lo que fuimos escogidos para entrenarnos, pero ninguno de nosotros tiene un nombre así. -¿De qué línea desciendes? Dios… ¿Eres criado por la Hermandad?
John frunció el ceño. Nunca se había dado cuenta de que podría ser relacionado con la Hermandad.
– Creo que él es demasiado bueno para contestarte. -Le dijo Lash.
John lo dejó pasar. Sabía que tropezaría con todo tipo de clases sociales, haciendo estallar minas a derecha e izquierda, debido a su nombre, el crecer con los humanos y la incapacidad de hablar.
Tenía el presentimiento de que ese día en la escuela iba a ser una infernal prueba de resistencia, por lo que tendría que ahorrar energía.
El viaje duró aproximadamente quince minutos, con los últimos cinco más o menos implicando muchas marchas y paradas, lo que significaba que estaban atravesando el sistema de puertas dentro del recinto de entrenamiento.
Cuando el autobús paró y la partición se retrajo, John colocó el petate sobre sus hombros y la mochila y salió primero. El parking subterráneo estaba tal y como había estado anoche: sin coches, sólo otro autobús local como en el que ellos habían entrado. Se apartó hacia un lado y miró como los demás circulaban en masa, una multitud de jis blancos. Sus voces le recordaron el sonido de palomas batiendo las alas.
Las puertas del centro se abrieron de golpe y el grupo se paralizó.
Pero Phury podía hacer eso con una muchedumbre. Con su cabello espectacular y su gran cuerpo vestido de negro, era suficiente para hacer que alguien se paralizara.
– Hey, John -dijo él, saludándolo con la mano-. ¿Qué haces?
Los tipos se dieron la vuelta y lo miraron fijamente.
Le sonrió a Phury. Después se ocupó de quedarse en segundo plano.
Bella miró a Zsadist caminar por la habitación. Le recordaba como se había sentido la noche anterior cuando había salido a buscarlo: enjaulado. Miserable. Empujado con demasiada fuerza.
¿Por qué demonios lo forzaba a esto?
Cuando abrió la boca para suspender todo esto, Zsadist se paró delante de la puerta del cuarto de baño.
– Necesito un minuto -dijo él. Entonces se encerró.
Perpleja, se acercó y se sentó sobre la cama, esperándolo para saber por que se había echado atrás. Cuando empezó la ducha y se mantuvo, ella entró en una introspección.
Intentó imaginarse volviendo a casa con su familia y caminando por aquellas habitaciones tan familiares, sentándose en sus sillas, abriendo las puertas y durmiendo en la cama de su niñez. Lo sintió todo equivocado, como si fuera un fantasma en aquel lugar que conocía tan bien.
¿Y cómo la tratarían su madre y su hermano? ¿Y la glymera?
En el mundo aristocrático había sido deshonrada antes de haber sido secuestrada. Ahora la evitarían rotundamente. Siendo controlada por un… lesser… atrapada en la tierra… La aristocracia no manejaba bien aquella clase de fealdad y la culparían. Infiernos, que era probablemente por lo que su madre había sido tan reservada.
Dios pensó Bella. ¿El resto de su vida iba a ser como ahora?
Cuando el temor la ahogaba, la única cosa que la mantenía unida era pensar en permanecer en ese cuarto y dormir durante días con Zsadist bien cerca suyo. Él era el frío que la hacía condensarse en ella otra vez. Y el calor que le paraba los temblores.
Era el asesino que la mantenía a salvo.
Más tiempo… más tiempo con él primero. Entonces tal vez podría afrontar el mundo exterior.
Ella frunció el ceño comprendiendo que él había estado en la ducha durante bastante tiempo.
Sus ojos se movieron hacia la plataforma que había en la esquina más alejada. ¿Cómo podía dormir allí noche tras noche? El suelo se sentiría tan duro en su espalda y no había ninguna almohada para la cabeza. Ni cubiertas para tirarse encima contra el frío, tampoco.
Ella se concentró en el cráneo que había al lado de las mantas dobladas. La correa de cuero negra entre los dientes lo proclamaba como alguien que había amado. Obviamente había estado casado, aunque ella no había oído rumores sobre ello. ¿Su shellan había ido al Fade por causas naturales o la habían apartado de su lado? ¿Era por esto por lo que estaba tan enfadado?
Bella miró hacia el cuarto de baño. ¿Qué estaba haciendo allí?
Se acercó y llamó. Cuando no hubo ninguna respuesta, abrió la puerta despacio. Una fría ráfaga salió disparada y se echó hacia atrás.
Reforzándose, se inclinó hacia el aire glacial.
– ¿Zsadist?
A través de la puerta de cristal de la ducha, lo vio sentado bajo el rocío helado del agua. Se mecía hacia delante y hacia atrás, gimiendo, frotándose las muñecas con una manopla.
– ¡Zsadist! -Corrió y apartó el cristal. Buscando a tientas los accesorios, cerró el agua-. ¿Qué estás haciendo?
Él levantó la mirada hacia ella con ojos salvajes, locos mientras seguía meciéndose y frotando, meciendo y frotando. La piel alrededor de las tatuadas cintas negras estaba rojo brillante, completamente en carne viva.
– ¿Zsadist? -Se controló para mantener su tono apacible y estable-. ¿Qué estás haciendo?
– Yo… yo no puedo limpiarme. No quiero que te ensucies, también-. Levantó su muñeca y la sangre le rezumaba por el antebrazo-. ¿Ves? Mira la suciedad. Está toda sobre mí. Dentro de mí.
Su voz la alarmó como nunca lo había hecho antes, sus palabras transmitiendo una extraña e infundada lógica de locura.
Bella recogió una toalla, dio un paso entrando en el compartimiento y se agachó. Capturando sus manos, le quitó la manopla.
Cuando con cuidado secó su carne herida, dijo. -Estás limpio.
– Oh, no, no lo estoy -su voz comenzó a elevarse, creciendo con un ímpetu terrible-. Estoy asqueroso. Estoy muy sucio. Estoy sucio, sucio… -ahora balbuceaba, las palabras salían juntas, el volumen se elevó emitiendo un sonido de histerismo en los azulejos y llenando el cuarto de baño-. ¿Puedes ver la suciedad? Yo la veo por todas partes. Me cubre. Sellada dentro de mí. Puedo sentirlo en mi piel…
– Shhh. Permíteme… sólo…
Vigilándolo, como si fuera a… Dios, nunca había pensado que… Agarró a ciegas una toalla y la arrastró hacia la ducha. Colocándola alrededor de sus grandes hombros, lo cubrió con ella, pero cuando intentó ponerla sobre sus brazos, él se echó hacia atrás.
– No me toques -le dijo con aspereza-. Te lo echarás encima.
Se puso de rodillas delante de él, su bata de seda empapándose de agua, absorbiéndola. Hasta que no notó el frío.
Jesús… Él parecía alguien que hubiera estado en un naufragio: sus ojos muy abiertos y dementes, sus pantalones sudados adhiriéndose a los músculos de sus piernas, la piel de gallina del pecho. Sus labios estaban azules y sus dientes castañeteaban.
– Lo siento mucho -susurró ella. Y quería tranquilizarlo de que no había ninguna suciedad sobre él, pero sabía que sólo lo exaltaría otra vez.
Mientras el agua goteaba desde la ducha hasta el azulejo, el rítmico sonido que producía era como una trampa tambor entre ellos. En medio de los golpes, ella se encontró recordando la noche que lo había seguido hasta esta habitación… la noche en que había tocado su excitado cuerpo. Diez minutos después de que lo tuviera lo había encontrado acurrucado sobre el water, vomitando por que le había puesto las manos encima a ella.
Estoy asqueroso. Estoy tan sucio. Estoy sucio, sucio…
La claridad le llegó de la misma manera que cambian las pesadillas, que se anclan en el conocimiento con una iluminación glacial, mostrándole algo feo. Era obvio que había sido golpeado como esclavo de sangre y había asumido que por eso no le gustaba que lo tocaran. Pero el ser golpeado, a parte de ser doloroso y espantoso, no le haría sentir tan sucio.
Pero el abuso sexual lo haría.
Sus oscuros ojos de repente enfocaron su cara. Como si hubiese sentido la conclusión a la que había llegado.
Conducida por la compasión, se inclinó hacia él, pero la cólera que sangraba en su cara la detuvo.
– Cristo, mujer -explotó-. ¿Quieres cubrirte?
Ella miró hacia abajo. Su bata estaba abierta hasta la cintura, la elevación de sus pechos expuestos. Dio un tirón a las solapas juntándolas.
En el tenso silencio era difícil encontrar dónde mirar, entonces se concentró en su hombro… siguiendo la línea del músculo hasta la clavícula, hacia la base del cuello. Sus ojos fueron a la deriva sobre la gruesa garganta… a la vena que bombeaba bajo su piel.
El hambre la atravesó como un relámpago, haciendo que se le alargaran los colmillos. Oh, infierno. ¿Cómo era que ahora mismo ansiaba la sangre?
– ¿Por qué me quieres? -Refunfuñó, claramente sintiendo su necesidad-. Eres mejor que esto.
– Tú eres…
– Sé que soy.
– No estás sucio.
– Maldita sea, Bella…
– Y sólo te quiero a ti. Mira, realmente lo siento y tenemos que…
– ¿Sabes qué? No más charlas. Estoy harto de hablar. -Estiró el brazo sobre la rodilla, la muñeca hacia arriba y sus oscuros ojos se quedaron desprovistos de cualquier emoción, incluso enfadados-. Este es tu funeral, mujer. Hazlo si quieres.
El tiempo se paró mientras ella miraba fijamente lo que de mala gana le ofrecía. Dios les ayudara a los dos, pero iba a tenerlo. Con un movimiento rápido ella se arqueó sobre su vena y lo marcó limpiamente. Aunque le doliese, él no se apartó en absoluto.
El instante en que la sangre golpeó su lengua, gimió de dicha. Se había alimentado de aristócratas antes, pero nunca de un hombre de la clase guerrero y seguramente nunca, de un miembro de la Hermandad. Su sabor era un delicioso rugido en su boca, una invasión, una epopeya, una explosión gritona y luego tragó. El torrente de poder la atravesó, un fuego forestal en el tuétano de sus huesos, una explosión que bombeó en su corazón en una rápida fuerza gloriosa.
Tembló tanto que casi perdió el contacto con su muñeca y tuvo que agarrarse al antebrazo para estabilizarse. Bebió mucho, avariciosos tirones, hambrienta no sólo por la fuerza, por él, por este hombre.
Para ella, él era… el único.