Horas más tarde, o al menos parecían horas, cuando Bella se dio cuenta del sonido de la plancha de red deslizándose atrás. El olor dulce de los lesser había ido a la deriva abajo a ella, dominando el acre, húmedo olor de tierra.
– ¡Hola!, esposa. -Los arneses alrededor de su torso la apretaron cuando él la sacó.
Una mirada a sus pálidos ojos marrones y ella supo que ahora no era el momento de empujar cualquier límite. Él estaba nervioso, su sonrisa le mostraba demasiado excitado. Y desequilibrarle no era bueno con él.
Justo cuando sus pies golpearon el suelo, él tiró de las guarniciones y entonces ella cayó contra él.
– Dije ¡hola!, esposa.
– ¡Hola!, David.
Él cerró los ojos. Le gustaba cuando ella decía su nombre.
– Tengo algo para ti.
Dejó las correas sobre ella y la condujo a la mesa de acero inoxidable en el centro del cuarto. Cuando la esposó a la cosa, ella sabía que debía estar oscuro fuera todavía. Él se relajaba sobre refrenarla durante el día, cuando ella no podía correr.
El lesser salió por la puerta y la dejó abierta de par en par. Ruidos de arrastre y gruñidos le siguieron y entonces volvió arrastrando a un vampiro civil grogui. La cabeza del macho colgaba de sus hombros como si estuviera sobre un gozne flojo, y lo arrastraba por los dedos de los pies. Estaba vestido en lo que había sido unos agradables pantalones negros y un suéter de cashmere, pero ahora las ropas estaban rasgadas y mojadas de sangre.
Con un gemido ahogado en su garganta, Bella retrocedió hasta donde se lo permitió sus ataduras. No podía mirar la tortura, no podía.
El lesser forzó al macho a colocarse sobre la mesa y lo extendió sobre ella. Las cadenas fueron aseguradas con eficiencia alrededor de sus muñecas y tobillos, y los eslabones fueron asegurados con clips metálicos. En cuanto los ojos brumosos del civil se clavaron en la estantería con las herramientas, le invadió el pánico. Tiró de las bandas de acero, haciéndolas repiquetear contra la mesa de metal.
Bella se encontró con los ojos azules del vampiro. Estaba aterrorizado, y quería tranquilizarle, pero sabía que no era inteligente. El lesser miraba su reacción, esperando.
Y luego sacó un cuchillo.
El vampiro sobre la mesa gritaba mientras el asesino se inclinaba sobre él. Pero todo lo que David hizo fue dar un tirón al suéter del macho y cortarlo, exponiendo su pecho y garganta.
Aunque Bella trataba de luchar contra ello, la sed de sangre le revolvía el estómago. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había alimentado, quizás meses, y toda la tensión bajo la que había estado significaba que su cuerpo necesitaba lo que solo beber del sexo opuesto podía darle.
El lesser la cogió del brazo y tiró de ella, las esposas se deslizaron por el carril de la mesa con ella.
– Me figuré que debías de estar sedienta por ahora. -El asesino extendió la mano y frotó su boca con su pulgar-. Así que conseguí esto para ti, para que te alimentes
Sus ojos se abrieron.
– Así es. Él es solamente para ti. Un regalo. Es fresco, joven. Mejor que los dos que tengo en los agujeros ahora. Y podemos mantenerlo mientras te sirva. -El lesser apartó su labio superior de sus dientes-. Maldición… mira esos colmillos alargándose. Hambrientos, ¿verdad, esposa?
Su mano la sujetó fuertemente por la nuca y la besó, lamiéndola con la lengua. De algún modo ella contuvo su reflejo de morderlo hasta que él levantó su cabeza.
– Siempre me he preguntado a qué se parece -dijo él, los ojos vagando por su cara-. ¿Me va a excitar? No estoy seguro de si quiero o no. Creo que me gustas pura. Pero tienes que hacer esto, ¿correcto? O morirás.
Empujó su cabeza abajo hacia la garganta del macho. Cuando ella se resistió, el lesser se rió suavemente y habló en su oído.
– Esta es mi muchacha. Si hubieras ido de buen grado, pienso que le habría golpeado por celos. -Él le acarició el pelo con su mano libre-. Ahora bebe.
Bella miró a los ojos del vampiro. Oh, Dios…
El macho había dejado de luchar y la miraba, sus ojos a punto de salírsele de sus órbitas. Aunque estaba hambrienta, no podía soportar la idea de tomarla de él.
El lesser agarró su cuello con fuerza, y su voz se hizo repugnante.
– Mejor bebes de él. Me metí en muchos problemas de mierda para conseguir esto para ti.
Ella abrió la boca, su lengua parecía papel de lija de la sed.
– No…
El lesser puso un cuchillo a la altura de sus ojos.
– De una manera u otra él va a sangrar en el siguiente minuto y medio. Si voy a trabajar sobre él, no va a durar mucho tiempo. ¿Así que tal vez quieras intentarlo, esposa?
Los ojos se le llenaron de lágrimas ante la violación que cometería.
– Lo siento tanto -susurró ella al macho encadenado.
Su cabeza fue echada hacia atrás de un tirón, y la palma del lesser vino a su cara desde la izquierda. La bofetada reverberó por la parte superior de su cuerpo, y el asesino agarró un mechón de su pelo para impedirle caerse. Tiró con fuerza, arqueándola contra él. Ella no tenía ni idea de a donde había ido el cuchillo
– No pidas perdón por esto. -Apretó su mano en su barbilla, cavando las yemas de los dedos en los huecos bajo sus pómulos-. Soy el único del que te preocupas. ¿Está claro? Dije, ¿está claro?
– Sí -jadeó ella.
– Sí, ¿qué?
– Sí, David.
Él la tomó por su brazo libre y lo dobló detrás de su espalda. El dolor se disparó por su hombro.
– Dime que me amas.
De ninguna parte, la cólera prendió como una tormenta de fuego en su pecho. Nunca le diría esa palabra. Nunca.
– Dime que me amas -gritó él, explotando la demanda en su cara.
Sus ojos destellaron y desnudó los colmillos. En el instante en que lo hizo la excitación de él se disparó fuera de control, su cuerpo comenzó a temblar, su aliento se convirtió en un jadeo rápido. Estaba preparado para pelear con ella, excitado para la batalla, preparado como si estuviera erecto para el sexo. Esta era la parte de la relación para la que vivía. Amaba luchar contra ella. Le había contado que su antigua mujer no había sido tan fuerte como ella, no había sido capaz de durar tanto antes de marcharse.
– Dime que me amas.
– Yo. Te. Desprecio.
Mientras él levantó su mano y la cerraba en un puño, ella le fulminaba con la mirada, seria, tranquila, preparada para recibir el golpe. Se quedaron así durante mucho tiempo, sus cuerpos suspendidos en arcos gemelos como un corazón, atados por cuerdas de la violencia que corría entre ellos. Al fondo el macho civil sobre la mesa gimoteó.
De repente el lesser la rodeó con sus brazos y enterró la cara en su cuello.
– Te amo -dijo él-. Te amo tanto… no puedo vivir sin ti.
– Mierda santa -dijo alguien.
El lesser y Bella contemplaron al de la voz. La puerta del centro de persuasión estaba abierta de par en par y un asesino de pelo pálido estaba parado en el marco.
El tipo comenzó a reírse y luego dijo las cuatro palabras que provocaron todo lo que siguió:
– Lo voy a contar.
David fue detrás del otro lesser en una carrera a muerte, persiguiéndole fuera.
Bella no vaciló cuando los primeros golpes de la lucha resonaron fuera. Ella trabajaba sobre las cadenas que ataban la muñeca derecha del civil, liberando los enganches, desenredando los eslabones. Ninguno de ellos dijo una palabra mientras ella liberaba su mano y luego empezaba con su tobillo derecho. Tan pronto como pudo, el macho trabajó tan rápido como ella, desesperadamente desatando su lado izquierdo. En el segundo en que estuvo libre, bajó de la mesa y miró las esposas de acero que la ataban.
– No puedes salvarme -dijo ella-. Él tiene las únicas llaves.
– No puedo creer que esté todavía viva. Me enteré sobre usted…
– Vete, ve…
– Él la matará.
– No, no lo hará. -Él solamente iba a hacerle desear estar muerta-. ¡Vete! Esa lucha no va a durar siempre.
– Volveré por usted.
– Solamente llega a casa. -Cuando él abrió la boca, ella dijo- Ciérrala, infiernos y estate atento. Si puedes, dile a mi familia que no estoy muerta. ¡Vete!
El macho tenía lágrimas en sus ojos cuando los cerró. Él tomó dos alientos largos… y se desmaterializó.
Bella comenzó a temblar tanto que se cayó al suelo, su brazo estirado sobre su cabeza desde donde estaba esposado a la mesa.
Los ruidos de la lucha se pararon bruscamente. Hubo un silencio y luego un destello de luz y un sonido de explosión. Ella supo sin ninguna duda que su lesser había ganado.
Oh, Dios… Esto iba a ser malo. Esto iba a ser un día muy, muy malo.
Zsadist estuvo de pie sobre el césped nevado de Bella hasta el último momento posible, y luego se desmaterializó, al monstruo gótico, donde toda la Hermandad vivía. La mansión se parecía a algo de una película de terror, todas las gárgolas y sombras y ventanas de cristal de plomo. Delante de la montaña de piedra había un patio lleno de coches, así como una casa del guarda que era donde Butch y V lanzaban. Una pared de veinte pies de altura rodeaba el complejo y había una doble puerta de entrada así como un buen número de sorpresas repugnantes para disuadir a visitantes no deseados.
Z caminó a través de las puertas de acero de la casa principal y abrió un lado de ellas. Dando un paso en el vestíbulo, tecleó un código en un teclado numérico y consiguió acceso inmediatamente. Él hizo una mueca mientras emergía al vestíbulo. El espacio altísimo con sus colores brillantes, sus hojas de oro y su salvaje mosaico del suelo se parecía a una atestada barra: demasiado estímulo.
A su derecho, oyó los sonidos de un comedor lleno: el tintineo suave de la plata sobre la porcelana, palabras indistintas de Beth, una sonrisita de Wrath… entonces la voz de bajo de Rhage cortando. Hubo una pausa, probablemente porque Hollywood hacía una cara, y luego la risa de todo el mundo mezclada, saliendo en tropel como mármoles brillantes a través de un piso limpio.
No estaba interesado en enredarse con sus hermanos, mucho menos comer con ellos. Ellos sabrían todos por ahora que había sido echado de la casa de Bella como un criminal por pasar demasiado tiempo allí. Pocos secretos eran guardados dentro de la Hermandad.
Z se encaminó a la magnífica escalera, subiendo los escalones de dos en dos. Cuanto más rápido iba más se enmudecían los sonidos de la cena, y más tranquilo se quedaba él. En lo alto de la escalera se dirigió a la izquierda y fue a lo largo de un vestíbulo largo marcado por estatuas grecorromanas. Los atletas y guerreros de mármol estaban iluminados por una iluminación indirecta, sus brazos, piernas y pechos blancos de mármol formaban un modelo contra la pared rojo sangre. Si andabas bastante rápido, era como ir por la acera cuando estabas en un coche, el ritmo de la animación de los cuerpos de las estatuas cuando de hecho no se movían.
La habitación donde dormía estaba al final del pasillo, y cuando abrió la puerta golpeó una pared de frío. Nunca conectaba el calor o el aire acondicionado, justo como nunca dormía en la cama o usaba el teléfono o ponía algo en los antiguos escritorios. El armario era la única cosa que necesitaba, y fue hasta allí para desarmarse. Sus armas y municiones estaban guardadas en un gabinete incombustible en la parte de atrás, y sus cuatro camisas y tres juegos de cueros colgaban cerca. Con nada más que entrar, a menudo pensaba en huesos cuando estaba dentro, todas las perchas vacías que parecían largas y frágiles.
Se desnudó y se duchó. Tenía hambre de comida, pero le gustaba mantenerse así. La punzada de hambre, el anhelo seco de la sed… esas negaciones que estaban dentro de su control siempre lo aliviaban. Infiernos, si pudiera evitar dormir, lo evitaría también. Y la maldita sed de sangre… Él quería estar limpio. En el interior.
Cuando salió de la ducha pasó una navaja de afeitar eléctrica sobre su cabeza para mantener su pelo tieso sobre su cráneo y luego hizo un afeitado rápido. Desnudo, frio, cansado por el hambre, se acercó a su plataforma en el suelo. Cuando estuvo de pie encima de las dos mantas dobladas que ofrecían tanta amortiguación como un par de tiritas, pensó en la cama de Bella. La suya había sido muy grande y toda blanca. Fundas de almohada blancas y sábanas, grandes, un edredón blanco, un caniche blanco tirado a los pies.
Se había tumbado en su cama. A menudo. Le había gustado pensar que podía olerla en ella. A veces hasta se había revolcado sobre encima, la suavidad cediendo bajo su duro cuerpo. Era casi como si ella lo hubiera tocado entonces, y mejor que si en realidad lo hiciera. No podía soportar que alguien le tocara… aunque deseaba haber permitido a Bella encontrar un pedazo de su carne solamente una vez. Con ella, él podría haber sido capaz de manejarlo.
Sus ojos se movieron por el cráneo mientras se sentaba en el suelo al lado de la plataforma. Las órbitas eran agujeros negros, y él imaginó la combinación del iris y la pupila que una vez habían mirado fijamente hacia fuera. Entre los dientes había una tira de cuero negro de aproximadamente dos pulgadas de ancho. Tradicionalmente las palabras de devoción al difunto estaban inscritas sobre ella, pero la correa que tenía entre las mandíbulas estaba en blanco.
Cuando se acostó, puso su cabeza al lado de la cosa y el pasado volvió, el año 1802…
El esclavo estaba parcialmente despierto. Estaba tumbado sobre su espalda y le dolía por todas partes, aunque no pudiera pensar por qué… hasta que recordó haber pasado por su transición la noche antes. Durante horas había estado mutilado por el dolor de sus músculos brotando, sus huesos alargándose, su cuerpo transformándose en algo enorme.
… extraño verdaderamente, su cuello y sus muñecas dolían de un modo diferente.
Abrió los ojos. El techo estaba lejos encima de él y marcado con barras delgadas negras insertadas en la piedra. Cuando giró su cabeza, vio una puerta de roble con más barras colocadas verticalmente por sus tablones gruesos. Sobre la pared, también, había tiras de acero… En la mazmorra. ¿Él estaba en la mazmorra, pero por qué? Había hecho sus deberes antes.
Él trató de sentarse, pero sus antebrazos y espinillas estaban sujetados. Los ojos se ampliaron, tiró…
– Preocúpate de ti. -Era el herrero. Y tenía tatuadas cintas negras sobre los puntos de bebida del esclavo.
Ah, Virgen querida en el Fade, no. No este…
El esclavo luchó contra las ataduras, y el otro macho lo miró, molesto.
– ¡Cálmate! No seré azotado por una falta que no he cometido
– Te lo ruego… -la voz del esclavo no sonaba correcta. Era demasiado profunda-. Ten compasión.
Él oyó una risa suave, femenina. La Mistress de la casa había entrado en la celda, su vestido largo de seda blanca se arrastraba detrás de ella sobre el embaldosado, su pelo rubio le bajaba alrededor de sus hombros.
El esclavo dejó caer sus ojos como era apropiado y comprendió que estaba totalmente desnudo. Ruborizado, avergonzado, deseaba estar cubierto.
– Estás despierto – dijo ella, acercándose a él.
Él no podía comprender por qué ella había venido para ver a alguien tan humilde como él. Solo era un mero muchacho de cocina, alguien mas bajo aún que las criadas que limpiaban sus cuartos privados
– Mírame -ordenó la Mistress.
Hizo lo que le habían dicho, aunque esto fuera contra todo lo que alguna vez había conocido. Nunca le habían permitido mirarla fijamente antes.
Lo que vio fue un choque. Ella lo miraba de un modo en que ninguna hembra lo había mirado nunca. La avaricia marcaba los refinados huesos de su cara, su mirada oscura estaba encendida con alguna especie de intención que no podía identificar.
– Ojos dorados -murmuró ella-. Qué raros. Qué hermoso.
Su mano descendió sobre el muslo desnudo del esclavo. Él se movió nerviosamente rechazando el contacto, sintiéndose incómodo. Esto estaba mal, pensaba. Ella no debería estar tocándolo.
– Te has convertido en una sorpresa magnífica. Pierde cuidado, he alimentado a alguien quien te ha traído a mi atención.
– Mistress… le rogaría que me dejara ir a trabajar.
– Oh, irás. -Su mano fue a la deriva a través de la unión de su pelvis, donde sus muslos se encontraban con sus caderas. Él brincó y oyó la maldición suave del herrero-. Y un favor para mí. Mi esclavo de sangre fue víctima de un accidente desafortunado hoy. En cuanto sus cuartos estén renovados, serás trasladado a ellos.
El esclavo perdió su aliento. Él sabía del macho que ella había mantenido encerrado, ya que le había llevado comida a la celda. A veces, había dejado la bandeja con los guardias, había oído extraños sonidos saliendo de detrás de la pesada puerta.
La Mistress debía haber reparado en su miedo, porque se inclinó sobre él, quedando tan cerca que pudo oler su perfumada piel. Ella rió suavemente, como si hubiera probado su miedo y el plato la hubiera complacido.
– De verdad, no puedo esperar para tenerte.
Cuando ella se dio la vuelta para marcharse, miró airadamente al herrero.
– Recuerda lo que dije o te enviaré al amanecer. Ningún error con la aguja. Su piel es demasiado perfecta para estropearla.
El tatuaje fue terminado poco tiempo después, y el herrero tomó una vela con él, dejando al esclavo atado sobre la mesa en la oscuridad.
Él tembló de la desesperación y el horror cuando su nuevo estado se hizo real. Ahora era el más bajo de los bajos, mantenido vivo únicamente para alimentar a otro… y sólo la Virgen sabía lo que le esperaba.
Pasó un largo rato antes de que la puerta se abriera otra vez y la luz de la vela le mostrara que su futuro había llegado: la Mistress con un vestido negro y dos machos conocidos por su amor a su propio sexo.
– Límpienlo para mí -ordenó ella.
La Mistress miró como el esclavo fue lavado y untado con aceite, ella se movió alrededor de su cuerpo mientras la luz de la vela se movía, nunca permanecía quieta. El esclavo temblaba, odiando la sensación de las manos de los machos sobre su cara, su pecho, sus privacidades. Él tenía miedo de que uno o ambos intentaran tomarlo de un modo impío.
Cuándo terminaron, el más alto de ellos dijo:
– ¿Lo intentaremos para usted, Mistress?
– Lo guardaré para mí esta noche.
Ella dejó caer su vestido y ágilmente se subió a la mesa, sentándose a horcajadas sobre al esclavo.
Sus manos buscaron su carne privada, y mientras lo acarició él era consciente de los otros machos tomándose a si mismos con la mano. Cuando el esclavo permaneció fláccido, ella lo cubrió con sus labios. Los sonidos en el cuarto eran horrorosos, los gemidos de los machos y la boca de la Mistress chupando y azotándolo.
La humillación fue completa cuando el esclavo comenzó a llorar, lágrimas derramándose por las esquinas de sus ojos, cayendo por sus sienes hasta los oídos. Nunca lo habían tocado entre sus piernas antes. Como un macho de pre-transición, su cuerpo no había estado listo para el acoplamiento o capaz de ello, aunque eso no le había impedido pensar con mucha ilusión en estar un día con una hembra. Siempre se había imaginado que la unión sería maravillosa, ya que en los cuartos de los esclavos había visto el acto de placer en ocasiones.
Pero ahora… tener la intimidad pasando de este modo, se avergonzaba de haberse atrevido a desear algo.
Bruscamente, la Mistress lo liberó y lo pegó con la mano a través de la cara. La impresión de la palma picaba sobre su mejilla mientras ella se bajaba de la mesa.
– Tráiganme el bálsamo -dijo ella bruscamente-. Su cosa no está funcionando
Uno de los machos avanzó hacia la mesa con un pequeño pote. El esclavo sintió que alguien deslizaba una mano sobre él, no estaba seguro quién, y luego hubo una sensación ardiente. Un curioso peso se instaló en su ingle, sentía que algo cambiaba en su muslo y entonces despacio se movió a través de su estómago.
– Ah… santa Virgen en el Fade -dijo uno de los machos.
– Menudo tamaño -respiró el otro-. Podría derramarse completamente en lo profundo de un pozo…
La voz de la Mistress también sonaba asombrada.
– Es enorme.
El esclavo levantó la cabeza. Había una cosa poderosa aumentada tumbada sobre su vientre, que no se parecía a nada que hubiera visto antes.
Se echó hacia atrás otra vez mientras la Mistress montaba sus caderas. Esta vez sintió algo engulléndolo, algo mojado. Levantó la cabeza otra vez. Ella estaba a horcajadas sobre él y él estaba dentro de su cuerpo. Ella se movía contra él, montándolo arriba y abajo, jadeando. Era débilmente consciente de que los otros machos en el cuarto estaban gimiendo otra vez, los sonidos guturales crecían más fuertes a medida que ella se movía más y más rápido. Y luego hubo gritos, los de ella, los de ellos.
La Mistress se derrumbó sobre el pecho del esclavo. Mientras todavía respiraba pesadamente, ella dijo:
– Mantén tu cabeza abajo.
Uno de los machos puso la palma sobre la frente del esclavo y luego le acarició el pelo con su mano libre.
– Tan encantador. Tan suave. Y mire todos los colores.
La Mistress enterró la cara en el cuello del esclavo y lo mordió. Él gritó por el pinchazo y la toma. Él había visto a machos y hembras beber uno de otro antes, y siempre había parecido correcto… Pero esto dolía y le hacía sentirse mareado, y cuanto más duro tiraba ella de su vena, más mareado se sentía.
Debió haberse desmayado, porque cuando se despertó ella levantaba la cabeza y se lamía los labios. Ella bajó de él, se vistió y los tres le dejaron solo en la oscuridad. Momentos después los guardias a quienes conocía entraron.
Los otros machos rechazaron mirarle, aunque él hubiera estado en términos amistoso con ellos antes porque él les había dado su cerveza. Ahora, ellos mantenían sus ojos apartados y no le hablaban. Cuando echó un vistazo abajo, se avergonzó de que cualquier bálsamo que le hubieran puesto todavía funcionara, porque su parte privada estaba todavía tiesa y gruesa.
El brillo sobre ello lo dio náuseas.
Quiso decir desesperadamente a los machos que no era su culpa, que estaba intentando que su carne bajara, pero estaba demasiado mortificado para hablar cuando los guardias liberaron sus brazos y tobillos de la mesa. Cuando se levantó se balanceó, porque había estado sobre su espalda durante horas y solo había pasado un día desde su transición. Nadie le ayudó mientras luchaba por permanecer derecho, y sabía que era porque no querían tocarlo, no querían estar cerca de él ahora. Fue a cubrirse, pero ellos le pusieron grilletes de una manera tan experta que no tuvo ninguna mano libre.
La vergüenza empeoró cuando tuvo que andar por el pasillo. Podía sentir el pesado peso en sus caderas saltando con sus pasos, balanceándose obscenamente. Lágrimas derramándose y deslizándose por sus mejillas, y uno de las guardias resopló con repugnancia.
El esclavo fue llevado a una parte diferente del castillo, a otro cuarto sólidamente amurallado con barras embutidas de acero. Éste tenía una plataforma con una cama, un orinal apropiado, una manta y las antorchas sobre las paredes. Cuando fue introducido, había comida y agua, vituallas dejadas por el muchacho de la cocina al que conocía de toda la vida. El macho en pre-transición también rechazó mirarlo.
Las manos del esclavo fueron liberadas y fue cerrado.
Privado y tembloroso, se acercó a una esquina y se sentó en el suelo. Acunó su cuerpo con cuidado, para nadie más, y trató de ser amable con su nueva forma tras la transición… una forma que había sido usada de un modo incorrecto.
Mientras se mecía adelante y atrás, se preocupó por su futuro. Nunca había tenido ningún derecho, ningún estudio, ninguna identidad. Pero al menos antes había sido libre de moverse alrededor. Y su cuerpo y su sangre habían sido suyos.
El recuerdo de la sensación de aquellas manos sobre su piel le provocó una oleada de náuseas. Miró abajo a sus partes y se dio cuenta de todavía podía oler a la Mistress en él. Se preguntó cuanto tiempo duraría la hinchazón.
Y que pasaría cuando ella volviera por él.
Zsadist frotó su cara y se dio la vuelta. Ella había vuelto por él. Y nunca había venido sola.
Cerró los ojos contra los recuerdos e intentó ordenarse dormir. La última cosa que destelló por su mente fue una imagen de la granja de Bella con su prado nevado.
Dios, aquel lugar estaba tan vacío, desierto aunque estuviera lleno de cosas. Con la desaparición de Bella había sido despojado de su función más importante: aunque fuera todavía una estructura sana y capaz de mantener fuera al viento, al tiempo y a los extraños, ya no era más un hogar.
Sin alma.
De alguna manera, la granja era justo como él.