CAPÍTULO 6

Mientras O conducía su F- 150 a lo largo de la Ruta 22, el sol menguante de las cuatro le picaba en los ojos y se sentía como si tuviera resaca. Sí… junto con el dolor de cabeza, tenía los mismos efectos en el cuerpo que solía tener tras una noche de beber mucho, los pequeños temblores titilando justo bajo su piel como gusanos.

La larga línea de arrepentimiento que remolcaba detrás de él también le recordaba sus días de beber. Como cuando se había despertado al lado de una mujer fea a la cual despreciaba, pero que había follado de todas formas. Todo era justo así… sólo que mucho, mucho peor.

Intercambió sus manos en el volante. Sus nudillos estaban claramente estropeados y sabía que tenía arañazos en el cuello. Mientras las imágenes del día le cegaban, su estómago se revolvía. Estaba disgustado por las cosas que había hecho a su mujer.

Bueno, ahora estaba disgustado. Cuando las había estado haciendo… había sido correcto.

Cristo, debería haber sido más cuidadoso. Era un ser vivo, después de todo… Mierda, ¿qué ocurriría si había ido demasiado lejos? Oh, amigo… nunca debería haberse dejado llevar de esa forma. El problema era que tan pronto como había visto que ella había liberado al varón que le había traído, había estado perdido. Solamente explotando directamente a través de ella.

Levantó su pie del embrague. Quería regresar, sacarla de su tubería y reconfortarse a sí mismo con que todavía respiraba. Excepto que no había suficiente tiempo antes de que la reunión de los Principales empezase.

Mientras pisaba el acelerador, supo que no podría dejarla una vez que la viese de cualquier manera, y luego el Fore-lesser le haría una visita. Y eso sería un problema. El centro de persuasión estaba hecho una calamidad. Maldición.

O desaceleró y torció a la derecha, con el camión tambaleándose desde la Ruta 22 a una carretera de tierra de un carril.

La cabaña del Señor X, también cuartel general de la Sociedad Restrictora, estaba en mitad de un bosque de setenta y cinco acres, completamente aislada. El lugar no era nada más que un pequeño grupo de leños con un techo verde oscuro de una sola habitación y una habitación accesoria de la mitad del tamaño detrás de ella. Cuando O se detuvo en el camino, había siete coches y camiones estacionados con una configuración imprecisa, todos ellos domésticos, muchos de ellos de menos de cuatro años de antigüedad.

O caminó dentro de la cabaña y vio lo último que deseaba. Otros diez Principales estaban apiñados en el sombrío interior, sus caras pálidas, sus cuerpos pesados con músculos. Éstos eran los Lessers más fuertes de la Sociedad, los que habían estado más tiempo. O era la única excepción en cuanto al tiempo de servicio. Habían pasado sólo tres años desde su iniciación, y a ninguno de ellos les gustaba porque era nuevo.

No era que tuviesen voto. Era tan resistente como cualquier Principal y lo había probado. Jodidos celosos… Amigo, nunca iba a ser como ellos, solamente era superado por el Omega. No podía creer que los idiotas estuvieran orgullosos de su palidecimiento con el paso del tiempo el tiempo y la desaparición de sus identidades. Él peleaba contra el desvanecimiento. Coloreaba su pelo para conservarlo del color café oscuro que siempre había tenido, y temía el palidecimiento gradual de su iris. No quería parecerse a ellos.

– Llega tarde -dijo el Sr. X. La espalda del Fore-lesser estaba apoyada contra un refrigerador que no estaba enchufado, su pálidos ojos posándose sobre los arañazos que había por todo el cuello de O. ¿Has estado luchando?

– Ya sabe cómo son esos Hermanos.

O encontró un lugar para ponerse enfrente. Aunque él inclinó la cabeza hacia su socio, U, no reconoció a ningún otro.

El Fore-lesser seguía mirándolo.

– ¿Ha visto alguien al Sr. M?

Joder, pensó O. Ese lesser se había puesto en su camino y él y su esposa tenían que ser tomados en consideración.

– ¿O? ¿Tiene algo que decir?

Desde la izquierda, U habló sin temor.

– Vi a M. Justo antes de amanecer. Peleando con un Hermano en el centro.

Mientras el Sr. X desviaba su mirada fija a la izquierda, O estaba fríamente horrorizado por la mentira.

– ¿Usted le vio con sus propios ojos?

La voz del otro lesser fue estable.

– Sí lo hice.

– ¿Por casualidad esta protegiendo a O?

Era lo que había que preguntar. Los lessers eran matones, siempre luchando los unos con los otros por la posición. Aún entre socios había poca lealtad.

– ¿U?

La pálida cabeza del tipo se sacudió.

– Actúa sin ayuda de nadie. ¿Por qué me jugaría mi piel por la de él?

Claramente en eso había algo de lógico y el Sr. X sintió que podía confiar, porque continuó con la reunión. Después de que las cotas de presas y capturas fueran asignadas, el grupo se disolvió.

O se acercó a su socio.

– Tengo que volver al centro un minuto antes de que salgamos. Quiero que me sigas.

Tenía que enterarse de porque U le había salvado el culo, y no estaban preocupado acerca de que el otro lesser viera la forma en que el lugar había quedado. U no causaría problema. Él no era particularmente agresivo o un pensador independiente, más operador que innovador.

Lo que hacía aún más extraño que hubiera tomado la iniciativa que había tomado.


Zsadist clavó los ojos en el reloj de caja del vestíbulo de la mansión. Por la colocación de las manecillas sabía que tenía ocho minutos antes de que el sol estuviese oficialmente puesto. Gracias a Dios que era invierno y las noches eran largas.

Atisbó las contrapuertas y sabía justamente dónde iba ir tan pronto como pudiera pasar a través de ellas. Se había aprendido de memoria la localización que el varón civil les había dado. Podía desmaterializase y estar allí en un parpadeo.

Siete minutos.

Sería mejor esperar hasta que el cielo estuviera totalmente oscuro, pero que se jodiera. En el instante en que la bola de fuego dejada de la mano de Dios se resbalara por el borde del horizonte, saldría. Al infierno con eso si acababa con una perra de bronceado.

Seis minutos.

Volvió a comprobar las dagas en su pecho. Sacó la SIG Sauer de la pistolera de su cadera derecha y la examinó rápidamente una vez más, luego hizo lo mismo con la que estaba en la izquierda. Trató de tocar el pequeño cuchillo arrojadizo de su espalda y las estrella de seis pulgadas que tenía en su muslo.

Cinco minutos.

Z giró la cabeza hacia el lado, haciendo crujir su cuello para relajarlo.

Cuatro minutos.

A la mierda con esto. Se iba ahora…

– Te freirás -dijo Phury desde detrás de él.

Z cerró sus ojos. Su impulso fue repartir golpes, y el deseo se volvió irresistible mientras Phury seguía hablando.

– ¿Z, amigo, cómo vas a ayudarla si te caes de plano sobre tu cara y empiezas a echar humo?

– ¿Intentas ser un aguafiestas? ¿O te sale de forma natural? -La mirada de Z brilló intensamente sobre su hombro, tuvo un recuerdo repentino de aquella noche cuando Bella había venido a la mansión.

Phury había parecido tan encandilado por ella, y Z los recordó a los dos juntos, hablando, justo donde sus botas estaban plantadas ahora. Los había observado desde las sombras, queriéndola mientras ella había sonreído y reído con su gemelo.

La voz de Z se volvió más definida.

– Pensaba que la querrías de vuelta, siendo que ella estaba por ti y mierda, pensaba que eras guapo. O… tal vez quieres que desparezca por eso. ¿Ha sido sacudido tu voto de celibato, mi hermano?

Como Phury se sobresaltó, el instinto de Z por la debilidad se liberó.

– Todos nosotros te vimos revisándola esa noche que vino aquí. La mirabas, ¿verdad? Sí, lo hiciste, y no sólo su cara. ¿Te preguntaste cómo se sentiría ella debajo de ti? ¿Te pusiste nervioso sobre romper la promesa de no tener sexo?

La boca de Phury se apretó en una línea, y Z esperó que la respuesta del varón fuese sucia. Quería algo duro de regreso a él. Tal vez aún podrían luchar en los tres minutos restantes.

Pero sólo hubo silencio.

– ¿Nada que decir? -Z recorrió con la mirada el reloj.

– Está bien. Es hora de irse.

– Sangro por ella. Lo mismo que tú.

La mirada de Z regreso a su gemelo, presenciando el dolor en la cara del varón desde la distancia, como si estuviera mirando a través de un par de prismáticos. Tuvo un pensamiento pasajero sobre que debería sentir algo, algún tipo de vergüenza o pena por obligar a Phury a hacer una revelación tan íntima, amarga.

Sin chistar, Zsadist se desmaterializó.

Trianguló su reaparición en un área arbolada cerca de cien yardas de donde el varón civil dijo que había escapado. Cuando Z tomó forma, la luz mortecina en el cielo le cegó y le hizo tener la impresión de que se había alistado como voluntario para un masaje facial ácido. Ignoró el ardor y se dirigió en dirección noreste, corriendo sobre la nieve que cubría la tierra.

Y entonces allí estuvo, en mitad del bosque, cerca de cien pies de una corriente: había una casa de una sola habitación con un Ford negro F-150 y un Taurus plateado difícil de describir estacionados a un lado. Z se movió de lado por la estructura, quedándose detrás de las finas ramas de los pinos, moviéndose silenciosamente en la nieve mientras trabajaba el perímetro del edificio. No tenía ventanas y sólo una puerta. A través de las paredes delgadas podía oír movimiento, conversación.

Sacó a una de sus SIGs, quitando el seguro, y consideró sus opciones. Desmaterializarse dentro era un movimiento tonto, porque no sabía el diseño interior. Y su otra única alternativa, aunque buena, no era muy estratégica tampoco: Derribar a patadas la puerta y entrar disparando era malditamente atrayente, pero por suicida que fuera, no iba a arriesgar la vida de Bella iluminando el lugar.

Salvo que entonces, milagro de milagros, un lesser salió del edificio, la puerta cerrándose con una bofetada. Momentos más tarde un segundo lo siguió, y entonces allí estaba el pip pip de una alarma de seguridad activándose.

El primer instinto de Z fue dispararles a ambos en la cabeza, pero puso el dedo al lado del gatillo. Si los asesinos habían activado la alarma, había una buena probabilidad de que no hubiera nadie más en la casa, y sus oportunidades de sacar a Bella habían mejorado. ¿Pero qué ocurriría si a pesar de todo el lugar estaba vacío? Entonces todo lo que haría es anunciar su presencia y hacer estallar una tormenta de mierda.

Observó a los dos lessers mientras subían al camión. Uno tenía el pelo color café, lo cual usualmente quería decir que el asesino era un recluta nuevo, pero este tipo no actuaba como un jodido chico nuevo: estaba seguro en sus botas y dirigía la conversación. Su camarada de pelo pálido era el que lucía la inclinación de cabeza.

El motor echó a andar y el camión giró, amontonando la nieve bajo sus llantas. Sin luces delanteras, el F-150 se dirigió por una senda apenas perceptible a través de los árboles.

Ver marchar a esos dos bastardos era una prueba de esclavitud, con Z convirtiendo los grandes músculos de su cuerpo en cuerdas de hierro sobre sus huesos. Era hacer eso o ya estaría en la capota del camión, haciendo pedazos con su puño el parabrisas, sacando a los hijos de puta del pelo para poder morderles.

Cuando el sonido del camión se desvaneció, Z escuchó atentamente el silencio que siguió. Cuando no oyó ninguna cosa, volvió a querer estallar a través de la puerta, pero pensó en la alarma y comprobó su reloj. V estaría allí en cerca de un minuto y medio.

Le mataría. Pero esperaría.

Mientras avanzaba con sus botas de cowboy, cayó en la cuenta de un olor, algo en el aire… que inhaló por la nariz. Había propano cerca, en algún lugar cerrado. Probablemente alimentando el generador. Y el queroseno de un calentador. Pero había algo distinto, una clase de humo, de quemado. Se miró las manos, preguntándose si estaba en llamas y no se había dado cuenta. No.

¿Qué diablos?

Sus huesos se enfriaron de repente cuando se dio cuenta de lo que era. Sus botas estaban plantadas en la mitad de un parche requemado de tierra firme, uno del tamaño de un cuerpo. Algo había sido incinerado justo donde estaba parado en las últimas doce horas, por el olor.

Oh… Dios. ¿La habían dejado fuera con el sol?

Z dobló sus piernas agachándose, poniendo su mano libre sobre la tierra marchita. Imaginó a Bella allí cuando el sol salió, imaginó su dolor diez mil veces peor que el que había sentido al materializarse.

El lugar ennegrecido se volvió poco definido.

Se frotó la cara y luego clavó los ojos en su palma. Había humedad en ella. ¿Lágrimas?

Registró su pecho para saber lo que sentía, pero lo único que llegó fue información acerca de su cuerpo. Su torso cimbreaba porque sus músculos estaban débiles. Se sentía mareado y vagamente nauseabundo. Pero eso era todo. No había emociones en él.

Se frotó el esternón y estaba a punto de hacer otro barrido con sus manos cuando un par de botas entraron en su línea de visión.

Miró hacia arriba a la cara de Phury. La cosa era una máscara, todo frío y duro.

– ¿Eso era ella? -dijo con voz ronca, arrodillándose.

Z se sacudió hacia atrás, a duras penas logrando dejar la pistola fuera de la nieve. No podía estar en ningún lugar cerca de alguien ahora mismo, especialmente de Phury.

En un revoltijo muy sucio, se puso de pie.

– ¿Vishous ya está aquí?

– Justo detrás de ti, mi hermano -murmuró V.

– Hay… -se aclaró la garganta. Frotándose la cara en el antebrazo-. Hay una alarma de seguridad. Pienso que el lugar está vacío, porque dos asesinos acaban de salir, pero no estoy seguro.

– Estoy con la alarma.

Z atrapó varios aromas de repente resonando a través de él. Toda la Hermandad estaba allí, incluso Wrath, quien como rey no se suponía que estaría en el campo. Estaban todos armados. Todos habían venido a llevarla de vuelta.

El grupo se alineó contra la casa mientras V forzaba el cerrojo de la puerta. Su Glock entró primero. Cuando no hubo reacción, se resbaló dentro y se encerró a sí mismo. Un momento más tarde hubo un pip largo. Abrió la puerta.

– Bien, vamos.

Z se apresuró a seguir adelante, prácticamente tirando al varón.

Sus ojos penetraron en las esquinas oscuras de la habitación. El lugar era un desorden, con mierda desparramado por todo el piso…Ropas, cuchillos, esposas y botellas de… ¿champú? ¿Y qué mierda era eso? Dios, un botiquín de primeros auxilios abierto, la gasa y el esparadrapo fuera de la tapa arruinada. La cosa parecía como si hubiera sido golpeada hasta que se había abierto.

El corazón golpeaba en su pecho, el sudor floreció por todo su cuerpo, buscó a Bella y vio sólo objetos inanimados: una pared con una estantería que tenía instrumentos de pesadilla. Un catre. Un armario de metal a prueba de fuego del tamaño de un coche. Una mesa de autopsias con cuatro juegos de cadenas de acero colgado de sus esquinas… y la sangre manchando su superficie lisa.

Pensamientos aleatorios se disparaban a través del cerebro de Z. Estaba muerta. Ese óvalo quemado lo probaba. ¿Pero qué ocurriría si eso solamente había sido otro cautivo? ¿Qué ocurriría si había sido movida o algo por el estilo?

Sus hermanos se quedaron atrás, tenían mejor criterio que meterse en medio, Z fue al armario a prueba de fuego, llevando pistola en mano. Abrió las puertas, solamente tirando de los paneles de metal y los dobló hasta que los goznes se rompieron. Tiró las pesadas secciones, oyéndolas caer estrepitosamente.

Armas. Munición. Explosivos plásticos.

El arsenal de sus enemigos.

Entró en el cuarto de baño. Nada excepto una ducha y un cubo con un asiento de inodoro encima.

– No está aquí, mi hermano -dijo Phury.

En un ataque de furia Z se lanzó a sí mismo sobre la mesa de autopsia, cogiéndola con una mano y empujándola contra una pared. En medio del vuelo, una cadena chocó con él, atrapándole el hombro, clavándose hasta el hueso.

Y luego lo oyó. Un sonido suave de gimoteo.

Su cabeza giró a la izquierda.

En la esquina, en el suelo, había tres tubos cilíndricos de metal proyectándose de la tierra firme, y sellados con una tapa de malla blindada que eran marrón oscuro como la suciedad del suelo. Lo que explicaba que no los hubiera advertido.

Se acercó y pateó fuera una de las cubiertas. El gimoteo se volvió más fuerte.

Repentinamente mareado, cayó de rodillas.

– ¿Bella?

Un galimatías ascendió de la tierra para contestarle. Dejó caer su pistola. ¿Cómo iba a…? Había unas cuerdas saliendo de lo que parecía una alcantarilla. Agarró una de ellas y tiró suavemente.

Lo que emergió fue un varón sucio, ensangrentado, habrían pasado diez años desde su transición. El civil estaba desnudo y tembloroso, su labios azules, su ojos recorrían el alrededor.

Z le arrastró fuera, y Rhage abrigó con su trinchera de cuero al varón.

– Sácale de aquí -dijo alguien mientras Hollywood cortaba las cuerdas.

– ¿Puede desmaterializarse? -preguntó otro Hermano al varón.

Z prestó poca atención a la conversación. Iba por el siguiente hueco, pero no había cuerdas que salieran de debajo, y su nariz no detectó perfume. La cosa estaba vacía.

Estaba dando un paso hacia la tercera cuando el cautivo gritó.

– ¡No! ¡Pu-puso una trampa!

Z se congeló.

– ¿Cómo?

A través del castañetear de sus dientes, el civil dijo:

– No lo sé. Pero oí al l-lesser advertir a uno de sus h-hombres sobre ella.

Antes de que Z pudiera preguntar, Rhage empezó a recorrer el cuarto.

– Hay un arma aquí. Apuntado en esa dirección.

Hubo chasquidos de metal y desplazamiento.

– Ya no está armada.

Z miró por encima del hueco. Montado sobre las vigas expuestas del techo, aproximadamente a quince pies del suelo, había un dispositivo pequeño.

– ¿V, qué tenemos aquí?

– Láser óptico. Si lo interrumpes, probablemente se accionará.

– Mantente firme -dijo Rhage-. Hay otra pistola para vaciar aquí.

V acarició su perilla.

– Debe haber un activador por control remoto, aunque el tipo probablemente se lo llevó con él. Eso es lo que haría yo. -Miró de reojo el techo-. Ese modelo en particular funciona con baterías de litio. Así que no podemos destrozar el generador para cerrarlo. Y tienen su truco para desarmarse.

Z miró a su alrededor en busca de algo que pudiera usar para quitar la tapa y pensó en el cuarto de baño. Entró, arrancó la cortina de la ducha, y se colocó el palo del que había colgado a la espalda.

– Todo el mundo fuera.

Rhage habló agudamente.

– Z, amigo, no sé si he encontrado todos los…

– Llévate al civil contigo. -Cuando nadie se movió, maldijo-. No hay tiempo para divertirnos, y si alguien queda jodido entonces voy a ser yo. ¿Jesucristo, saldréis, hermanos?

Cuándo el lugar quedo vacío, Z se acercó al hueco. Volviendo a colocarse en la espalda unas de las armas que había sacado, por si hubiera estado en su línea de fuego, dio un golpe con el palo. Un disparo salió con un sonido retumbante.

Z percibió el golpe en su pierna izquierda. El impacto abrasador le hizo caer sobre una rodilla, pero lo ignoró y se arrastró a sí mismo hacia el cuello de la tubería. Sujetó las cuerdas que sujetaban la tapa en la tierra firme y comenzó a tirar.

La primera cosa que vio fue su pelo. El pelo largo, bello de color caoba de Bella estaba por todas partes alrededor de ella, un velo sobre su cara y sus hombros.

Se dobló y perdió la vista, en parte desmayándose, pero aun a través del mareo de su cuerpo, continuó tirando. De repente el esfuerzo se volvió más fácil… porque había más manos ayudándole… otras manos en la cuerda, otras manos colocándola amablemente sobre el suelo.

Vestida con un puro camisón manchado con su sangre, no se movía, pero respiraba. Cuidadosamente le apartó el pelo de la cara.

La presión sanguínea de Zsadist cayó en picado.

– Oh, dulce Jesús… oh, dulce Jesús… oh, dulce…

– ¿Qué hicieron…? -Quienquiera que había hablado no podía encontrar las palabras para terminar.

Las gargantas se aclararon. Un par de toses fueron ahogadas. O tal vez fueron amordazadas.

Z la cogió en sus brazos y sólo… la abrazó. Tenía que llevarla fuera, pero no podía moverse por lo que le habían hecho. Parpadeando, mareado, gritando por dentro, la meció amablemente. Las palabras se caían de su boca, lamentaciones por ella en el Viejo Idioma.

Phury se agachó sobre sus rodillas.

– ¿Zsadist? Tenemos que llevarla fuera de aquí.

La conciencia volvió a Z a la carrera, y repentinamente todo en lo que podía pensar era en llevarla a la mansión. Cortó en rodajas el arnés de su torso, luego se levantó con dificultad con ella en sus brazos. Cuando trató de caminar, su pierna izquierda se agotó y tropezó. Pero durante una fracción de segundo no pudo pensar en por qué.

– Déjame llevarla -dijo Phury, levantando las manos-.Te han disparado.

Zsadist negó con la cabeza y pasó rozando a su gemelo, cojeando.

Sacó a Bella hacia el Taurus que estaba estacionado delante del edificio. Sosteniéndola contra su pecho, rompió la ventana del acompañante con el puño, luego metió el brazo dentro y abrió mientras la alarma se volvía loca. Abriendo la puerta trasera, se agachó y la puso en el asiento. Cuando le dobló las piernas ligeramente para meterlas dentro, el camisón se subió y él se sobresaltó. Tenía magulladuras. Un montón de ellas.

Mientras la alarma se quedaba callada, dijo:

– Que alguien me de una chaqueta.

En el segundo en que extendió la mano tras él, el cuero golpeó su palma. La arropó cuidadosamente en lo que se percató era el abrigo de Phury, y luego cerró y se metió detrás del volante.

Lo último que oyó fue una orden de Wrath.

– V, saca esa mano tuya. Este lugar necesita ser una antorcha.

Incorporándose a la carretera, Z sacó el sedan de la escena como alma que lleva el diablo.


O puso su camión en la cuneta de una sección oscura de la Décima Calle.

– Todavía no entiendo por qué mentiste.

– Si llegas a ser enviado a casa con el Omega, entonces ¿dónde nos deja eso? Eres uno de los asesinos más fuertes que hemos tenido.

O le miró con desagrado.

– ¿Eres un hombre de empresa?

– Me enorgullezco de nuestro trabajo.

– Cómo en 1950, Howdy Doody.

– Sí, y esa mierda salvó tu culo, sé agradecido.

Cualquier cosa. Tenía mejores cosas por las que preocuparse que la majadería de U.

U y él salieron del camión. El Zero-Sum, el Screamer y el Snuff estaban un par de bloques más abajo, y aunque hacía frío, había colas esperando para entrar en los clubes. Algunas de las masas temblorosas serían indudablemente vampiros, y aun si no lo eran, la noche estaría ocupada. Siempre había peleas con los Hermanos con las que relajarse.

O tecleó la alarma de seguridad, se puso las llaves en su bolsillo… y se paró en seco en la mitad de la Décima Calle. Literalmente no podía moverse.

Su esposa… Jesús, su esposa realmente no había tenido buen semblante cuando había salido con U.

O agarró la parte delantera de su cuello vuelto negro, sintiéndose como si no pudiera respirar. No se preocupaba por el dolor que ella sufría; se lo había buscado. Pero no podría soportar si muriera, si le dejara… ¿Qué ocurriría si se estaba muriendo ahora mismo?

– ¿Qué ocurre? -preguntó U.

O rebuscó las llaves del coche, la ansiedad ardiendo en sus venas.

– Me tengo que ir.

– ¿Estás loco? Perdimos nuestra cuota de la última noche.

– Solamente tengo que volver al centro durante un segundo. L está cazando en la Quinta Calle. Ve con él. Nos encontramos en treinta minutos.

O no esperó una respuesta. Saltó al camión y se fue velozmente del pueblo, tomando la Ruta 22 a través de la extensión rural de Caldwell. Estaba a casi quince minutos del centro de persuasión cuando vio las luces del coche del polizonte delante. Maldijo y golpeó los frenos, esperando que fuese simplemente un accidente.

Pero no, en el tiempo desde que había salido, el maldito policía había establecido otro de sus puntos de control de alcoholemia. Dos coches patrullas estaban estacionados a cada lado de la Ruta 22, y los conos anaranjados y las luces estaban en el centro de la carretera. A la derecha, había un signo reflector anunciando el programa Seguridad Primero del Departamento de la Policía de Cadwell.

¿Dios Santo, por qué tenían que hacer esto aquí? ¿En medio de la nada? ¿Por qué no estaban en el centro, cerca de los bares? No obstante, las personas de la ciudad de mierda que había al lado de Caldwell tenían que conducir a casa después de ir al club en la gran ciudad…

Había un coche delante de él, una minivan, y O tamborileó encima del volante. Tenía en mitad de la mente sacar su Smith amp;Wesson y hacer estallar al polizonte y al conductor como recompensa. Solamente por frenar su marcha.

Un coche se acercó en dirección opuesta, y O miró a través de la carretera. El Ford Taurus poco notorio se detuvo con un chirrido de frenos, sus focos delanteros sucios y oscuros.

Amigo, esos coches de mierda eran muy baratos, pero eso U había escogido la marca y el modelo para él mismo. Integrarse con la población humana general era crítico para guardar en secreto la guerra con los vampiros.

Mientras el policía se acercaba a los PDM [6], O pensó que era extraño que la ventana del conductor estuviese bajada en una noche fría como esta. Luego tuvo un sobresalto por el tipo que había detrás del volante. Mierda santa. El bastardo tenía una cicatriz tan gruesa como un dedo bajando por su cara. Y un pendiente en su lóbulo. Tal vez el coche era robado.

El poli obviamente tuvo la misma idea, porque su mano estaba en la parte trasera sobre su pistola cuando se acercó para dirigir la palabra al conductor. Y la mierda realmente bajó cuando enfocó su linterna en el asiento trasero. Abruptamente su cuerpo se sacudió con fuerza como si le hubieran clavado algo entre los ojos, y alcanzó su hombro, yendo por lo que debía de ser su transmisor. Pero el conductor sacó la cabeza fuera de la ventana y se quedó mirando al oficial. Hubo un momento congelado entre ellos.

Luego el policía dejó caer su brazo y casualmente dejo pasar al Taurus sin siquiera comprobar la ID del conductor.

O miró al policía cumpliendo con su deber en el lado del camino de O. El jodido todavía retenía a la soccer-mom special [7] enfrente de la minivan como si estuviese llena de vendedores de drogas. En cambio, el camarada de enfrente dejaba pasar a lo que se parecía a un asesino en serie a través del control sin un hola cómo estás. Era como el que se ponía en la senda equivocada en una caseta de peaje.

Finalmente O se detuvo en el camino. Fue tan civilizado como pudo, y un par de minutos más tarde ya pisaba el acelerador. Había recorrido cinco millas cuando un destello de luz brillante se desató sobre el paisaje a la derecha. Cerca de donde estaba el centro de persuasión.

Pensó en el calentador de queroseno. El que goteaba.

O hundió el acelerador. Su mujer estaba insertada en la tierra… Si había un fuego…

Cortó por el bosque y aceleró bajo los pinos, traqueteando arriba y abajo, con la cabeza chocando contra el techo mientras trataba de controlar el volante. Se reconfortó a sí mismo con que por el camino no se veía ninguna incandescencia anaranjada de llamas. Si hubiese habido una explosión, entonces, habría llamas, humo.

Sus focos delanteros dieron media vuelta. El centro de persuasión se había ido. Eliminado. Cenizas.

O presionó el freno para evitar que el camión embistiera contra un árbol. Luego miró alrededor del bosque para asegurarse de que estaba en el lugar correcto. Cuando estuvo claro que lo estaba, salió y cayó hasta el suelo.

Agarrando puñados de polvo, miró cuidadosamente los residuos hasta que la mierda entró en su nariz y su boca y cubrió su cuerpo como una túnica. Encontró añicos de metal derretido, pero ninguna cosa mayor que su palma.

A través del rugido de su mente, recordó haber visto este polvo fantasmal antes.

O inclinó su cabeza hacia atrás y arrojó su voz hasta los cielos. No sabía que salía de su boca. Todo lo que sabía era que la Hermandad había hecho esto. Porque lo mismo había ocurrido en la academia de artes marciales del lesser seis meses atrás.

Se quito el polvo… las cenizas… Y se habían llevado a su esposa.

¿Oh, Dios mío había estado viva cuando la habían encontrado? ¿O se habían llevado su cuerpo con ellos? ¿Estaba muerta?

Esto era culpa suya; todo culpa suya. Había estado determinado a castigarla, se había olvidado de las implicaciones de la escapada de ese civil. El varón había ido a la Hermandad y les había dicho donde estaba ella, y habían llegado a las primeras horas de la noche y se la habían llevado.

O se secó las lágrimas desesperadas de sus ojos. Y luego dejó de respirar. Giró la cabeza, recorriendo el paisaje. El Ford Taurus plateado de U no estaba.

El punto de control. El jodido punto de control. Ese jodido hombre espeluznante detrás del volante de hecho no era un hombre. Era un miembro de la Hermandad de la Daga Negra. Tenía que serlo. Y la esposa de O había estado en el asiento trasero, apenas respirando o totalmente muerta. Eso era lo que había vuelto loco al polizonte. La había visto cuando investigaba la parte posterior del vehículo, pero el Hermano le había lavado el cerebro para que dejara pasar al Taurus.

O dio bandazos con el camión y chafó el acelerador, conduciendo al este, dirigiéndose hacia el lugar donde estaba U.

El Taurus tenía un sistema LoJack [8].

Lo cuál significaba que con el equipo correcto, podría encontrar a ese PDM dondequiera que estuviera.

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