El amanecer llegó justo cuando U se acercaba a la cabaña y abría la puerta. Frenó mientras entraba, saboreando el momento. El cuartel general era suyo. Se había convertido en el Fore-lesser. O ya no lo era.
U no podía creer que hubiera ido y lo hubiera hecho. No podía creer que hubiera tenido las pelotas para pedirle a Omega un cambio de líder. Y en realidad no podía creer que el maestro hubiera estado de acuerdo con él y llamara a O a casa.
El liderazgo no estaba en la naturaleza de U, pero no veía que tuviera otra opción. Después de todo lo que había ocurrido ayer con los Betas granujas, los arrestos y las insurgencias, la anarquía total entre los asesinos se avecinaba rápida y dura. Entretanto, O estaba en la cima sin hacer nada. Incluso parecía molesto de tener que cumplir con su trabajo.
U estaba entre la espada y la pared. Había pertenecido a la Sociedad durante casi dos siglos, y maldita sea si veía que la cosa se convertía en una confederación desorganizada de chapuceros, desperdigados asesinos a sueldo que ocasionalmente iban tras los vampiros. Por el amor de Dios, habían olvidado cual se suponía era su blanco, y habían pasado tres jodidos días desde que O había dejado deslizar las cosas.
No, la Sociedad debía ser conducida a tener un objetivo, con mano dura durante un tiempo. Así es que O tuvo que ser remplazado.
U se sentó en la basta mesa y encendió el portátil. La primera cosa sobre la mesa era convocar una asamblea general y hacer alarde de fuerza. Eso era la única cosa que O había hecho bien. Los otros lessers le habían temido.
U confeccionó una lista de Betas para encontrar a uno para sacrificar, como ejemplo, pero antes de ir tan lejos, fue inmediatamente informado de unas desagradables noticias de última hora. La noche anterior una sangrienta pelea había tenido lugar en el centro. Dos miembros de la Hermandad contra siete asesinos. Afortunadamente, parecía que los dos Hermanos habían sido heridos. Pero sólo uno de los lessers había sobrevivido, por lo que habían perdido más miembros de la Sociedad.
Amigo, el reclutamiento iba a ser importante. ¿Pero cómo diantre iba a encontrar tiempo? Primero tenía que tomar las riendas.
U se frotó los ojos, pensado en el trabajo que tenía por delante.
Bienvenido al trabajo de Fore-lesser, pensó mientras empezaba a marcar en el móvil.
Bella miró encolerizada a Rhage, sin importarle que ese macho tuviera ciento cincuenta libras y ocho pulgadas más que ella.
Desafortunadamente, al Hermano no parecía importarle que estuviera cabreada. Y no se movió de la puerta que bloqueaba.
– Pero quiero verle.
– Ahora no es el mejor momento, Bella.
– ¿Cuan serio es el daño?
– Estas son cosas de la Hermandad -dijo Rhage suavemente-. Olvídate de ello. Te haremos saber qué pasa.
– Oh, seguro que lo haréis. Igual que cuando me dijisteis que estaba herido. Por el amor de Dios, tuve que enterarme por Fritz.
En ese momento, la puerta se entreabrió.
Zsadist estaba más serio de lo que alguna vez lo había visto, y estaba gravemente marcado. Uno de sus ojos estaba hinchado y cerrado, un labio partido, y llevaba el brazo en un cabestrillo. Pequeños cortes aleatorios estaban por todo su cuello y cráneo, como si hubiera saltado sobre guijarros o algo por el estilo.
Mientras ella hacía una mueca de dolor, él la miró de arriba a abajo. Los ojos brillaron intermitentes del negro al amarillo, pero entonces miró hacia Rhage hablándole rápidamente.
– Finalmente Phury descansa -inclinó la cabeza hacia Bella-. Si ha venido a sentarse a su lado, déjala. Se relajará con su presencia.
Zsadist se dio la vuelta. Mientras caminaba por el vestíbulo cojeaba, la pierna izquierda renqueaba tras él como si su muslo no estuviera bien.
Con una maldición Bella fue tras él, si bien ella no tenía ni idea de por qué se tomaba la molestia. No quería aceptar nada de ella, ni su sangre, ni su amor… ciertamente no su simpatía. No quería ninguna maldita cosa de ella.
Bien, excepto su marcha.
Antes de que lo alcanzara, Zsadist se detuvo abruptamente y miró hacia atrás.
– ¿Si Phury necesita alimentarse, le dejarás tomar tu vena?
Ella se quedó helada. No sólo bebía de otra, si no que le resultaba fácil compartirla con su gemelo. Un polvo cualquiera, nada especial. Jesús, ¿estaba ella tan disponible? ¿Nada de lo que compartieron había significado algo para él?
– ¿Le dejarás? -Los ojos recién amarillos de Zsadist se estrecharon en su cara-. ¿Bella?
– Sí -dijo en voz baja-. Cuidaré de él.
– Gracias.
– Creo que ahora mismo te desprecio.
– Ya era hora.
Giró sobre sus talones, preparada para ir andando hacia la habitación de Phury, cuando Zsadist le dijo suavemente.
– ¿Ya tienes el periodo?
Oh, fenomenal, otro bochorno. Quería saber si la había dejado embarazada. Le aliviaría sin duda cuando oyera las buenas noticias.
Lo miró sobre el hombro.
– He tenido calambres. No tienes que preocuparte por nada.
Él asintió.
Antes de que pudiera irse, le pinchó.
– Dime algo. Si estuviera embarazada, ¿te emparejarías conmigo?
– Te proveería a ti y a tu bebé hasta que otro macho lo hiciera.
– Mi bebé… ¿como si no fuera la mitad tuyo? -cuando no respondió, ella le empujó-. ¿No lo reconocerías?
Su única respuesta fue cruzar los brazos sobre el pecho.
Ella negó con la cabeza.
– Cielos… realmente eres frío hasta la médula, ¿no?
La miró fijamente durante mucho tiempo.
– Nunca te he pedido nada, ¿no?
– Oh, no. Nunca lo has hecho -dejó escapar una fuerte risa-. Dios te prohíbe que seas accesible por eso.
– Cuida de Phury. Lo necesita.
– Tú también.
– No me desafíes diciéndome lo que necesito.
Sin esperar respuesta marchó por el vestíbulo hacia la puerta de Phury, empujó fuera a Rhage, y se encerró con el gemelo de Zsadist. Estaba tan cabreada que le tomó un segundo darse cuenta que estaba oscuro y que la habitación olía como el humo rojo, un delicioso y chocolateado perfume.
– ¿Quién hay? -dijo Phury roncamente desde la cama.
Se aclaró la garganta.
– Bella.
Un desigual suspiro se levantó en el aire.
– Hola.
– Hola. ¿Cómo te encuentras?
– Francamente animado, gracias por preguntar.
Sonrió un poco hasta que llegó a su altura. Con la visión nocturna, observó que estaba tumbado sobre las mantas, llevando sólo un par de bóxers. Llevaba una gasa alrededor de su barriga y estaba cubierto de magulladuras. Y… Oh, Dios… su pierna.
– No te preocupes -dijo secamente-. No he tenido ese conjunto de pie y espinilla desde hace un siglo. En realidad estoy bien. Simplemente algún daño estético.
– ¿Entonces por qué llevas esa venda como una faja?
– Me hace el culo más pequeño.
Ella rió. Lo había esperado medio muerto, y lucía como si hubiera estado en un infierno de pelea. Pero no estaba a las puertas de la muerte.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó.
– Tengo un golpe en el costado.
– ¿Con qué?
– Con un cuchillo.
Ahora, eso la hizo tambalearse. Quizás sólo parecía bien.
– Estoy bien, Bella. Honestamente. Con otras seis horas estaré en condiciones de salir. -Hubo un corto silencio-. ¿Qué está pasando? ¿Estás bien?
– Sólo quería ver como estabas.
– Bien… estoy bien.
– Y, ah… ¿necesitas alimentarte?
Se tensó, luego abruptamente alcanzó la colcha colocándola sobre las caderas. Ella se preguntó por qué estaba actuando como si tuviera algo que esconder… Oh, vale. Guau.
Por primera vez lo examinó como un macho. Realmente era hermoso, con ese primoroso y exuberante pelo, esa cara clásicamente guapa. Su cuerpo era espectacular, cubierto con el tipo de músculo duro del que su gemelo carecía. Pero no importaba cuan bien parecido fuera, no era el macho para ella.
Era una lástima, pensó. Para ambos. Dios, cómo odiaba el lastimarle.
– ¿Lo necesitas? -dijo-. ¿Necesitas alimentarte?
– ¿Te estás ofreciendo?
Ella tragó.
– Sí. Lo hago. ¿Querrías… puedo darte mi vena?
Una oscura fragancia se extendió por la habitación, tan penetrante que eclipsó el aroma del humo rojo: el olor era el denso y rico perfume del hambre de un macho. El hambre de Phury por ella.
Bella cerró los ojos rogando que si la aceptaba, pudiera pasar por ello sin llorar.
Mientras el sol se ponía más tarde en ese día, Rehvenge se quedó mirando las telas del funeral que colgaban del retrato de su hermana. Cuando sonó el teléfono miró el identificador de llamadas y lo abrió.
– ¿Bella?
– Cómo sabes…
– ¿Qué eres tú? Número difícil de rastrear -imposible de rastrear, si este teléfono no puede localizar la fuente. Al menos ella todavía estaba a salvo en el recinto de la Hermandad, pensó. Donde quiera que estuviera-. Me alegro de que llames.
– Ayer noche fui a casa.
La mano de Rehv aplastó el teléfono.
– ¿Ayer noche? ¡Qué diablos! No quería que vinieras…
Los sollozos provenían del teléfono, grandes y miserables sollozos. El sufrimiento silenció sus palabras, su cólera y aliento.
– ¿Bella? ¿Qué pasa? ¿Bella? ¡Bella! Oh, Jesús… ¿Alguno de esos Hermanos te ha herido?
– No -aspirando profundamente-. Y no me grites. No lo puedo soportar. He terminado contigo y los gritos. Ni uno más.
Inspiró profundamente, midiendo su temperamento.
– ¿Qué ha pasado?
– ¿Cuándo puedo volver a casa?
– Habla conmigo
El silenció se alargó entre ellos. Claramente su hermana ya no confiaba en él. Mierda… ¿La podía culpar?
– Bella, por favor. Lo siento… habla conmigo. -Cuando no hubo respuesta, dijo-. He… -se aclaró la garganta-. ¿He estropeado tanto las cosas entre nosotros?
– ¿Cuándo puedo volver a casa?
– Bella…
– Respóndeme, hermano mío.
– No lo sé.
– Entonces quiero ir a la casa de seguridad.
– No puedes. Te lo dije hace tiempo, si hay un problema, no quiero que tú y mahmen estéis en el mismo lugar. Ahora, ¿por qué quieres irte de allí? Hace sólo un día que no querías ir a ningún otro lugar.
Hubo una larga pausa.
– He terminado el celo.
Rehv sintió el aire escapar de los pulmones y quedar atrapado en la cavidad del pecho. Cerró los ojos.
– ¿Has estado con uno de ellos?
– Sí.
Sentarse era una maldita buena idea ahora, pero no había ninguna silla cerca. Se apoyó en el bastón y se arrodilló en la alfombra Aubusson. Enfrente de su retrato.
– ¿Estás… bien?
– Sí.
– Y él te ha reclamado.
– No.
– ¿Perdón?
– No me quiere.
Rehv dejó al descubierto los colmillos.
– ¿Estás embarazada?
– No.
Gracias a Dios.
– ¿Quién fue?
– No lo diría aunque me fuera la vida, Rehv. Ahora, quiero marcharme de aquí.
Cristo… Ella en pleno celo en un recinto lleno de varones… lleno de guerreros con profundos deseos. Y el Rey Ciego… mierda.
– Bella, dime que sólo fue uno. Dime que fue sólo uno y que no te hizo daño.
– ¿Por qué? Porque, ¿tienes miedo de tener a una mujerzuela por hermana? ¿Asustado de que la glymera me rechace otra vez?
– Que se joda la glymera. Es porque te quiero… y no soportaría pensar que estás siendo usada por los hermanos mientras estás tan vulnerable.
Siguió una pausa. Cómo él esperaba, la garganta le ardía tanto que se sentía como si se hubiera tragado una caja de chinchetas.
– Sólo fue uno, y lo amo -dijo-. También puedes saber que me dio a escoger entre él o ser arrastrada en la inconsciencia. Le escogí. Pero nunca te diré su nombre. Francamente no quiero hablar de él nunca más. Ahora, ¿cuándo puedo volver a casa?
Vale. Eso está bien. Al menos la podría sacar de allí.
– Sólo déjame encontrar un sitio seguro. Llámame en treinta minutos.
– Espera, Rehvenge, quiero que anules la petición de aihslamiento. Si haces eso, voluntariamente me someteré a los pormenores de seguridad cada vez que salga, si esto te hace sentir mejor. ¿Tenemos un trato?
Se puso las manos sobre los ojos.
– ¿Rehvenge? Dices que me quieres. Pruébalo. Rescinde esa petición y prometo que trabajaremos juntos… ¿Rehvenge?
Dejó caer el brazo y alzó la mirada hacia su retrato. Tan bella, tan pura. La querría conservar así siempre si pudiera, pero ya no era una niña. Y había resultado ser mucho más resistente y fuerte de lo que él había imaginado. Para haber vivido lo que ella, para haber sobrevivido.
– De acuerdo… lo anularé.
– Te llamaré en media hora.