CAPÍTULO 33

Mientras Phury se sentaba en la cama, estaba tan tenso por la necesidad de tener sexo, que apenas podía verter otro trago de vodka. La botella temblaba, el vaso temblaba. Infiernos, el colchón entero temblaba.

Miró a Vishous, quien estaba apoyado contra la cabecera a su lado. El hermano se sentía nervioso y desdichado mientras con la cabeza seguía el ritmo de The Massacre de 50 Cent’s.

Cinco horas de tiempo fértil de Bella y estaban hechos una mierda, sus cuerpos eran mayormente instinto, sus mentes empañadas. La compulsión de estar en la mansión no podía ser anulada, la necesidad empujando en ellos, paralizándolos. Gracias a Dios por los cigarrillos rojos y Grey Goose. El entumecimiento ayudaba mucho.

Aunque no con todo. Phury trataba de no pensar en lo que estaba sucediendo en la habitación de Z. Porque cuando hermano no había vuelto, era obviamente porque su cuerpo estaba siendo usado y no la morfina.

Dios querido… los dos. Juntos. Muchas veces…

– ¿Cómo lo llevas? -preguntó V.

– Lo combato igual que tu, amigo. -Tomó un trago del vaso, su cuerpo nadando, perdido, ahogándose en eróticas sensaciones atrapadas bajo su piel. Miró al cuarto de baño.

Estuvo a punto de levantarse y dirigirse a un poco de intimidad cuando Vishous dijo otra vez: -Creo que estoy en problemas.

Phury tuvo que reírse.

– Esto no durará para siempre.

– No, quiero decir… Creo que hay algo mal. Conmigo.

Phury estrechó los ojos. La cara de su hermano parecía tensa, pero por otra parte era la misma de siempre. Hermosas líneas, barbita de chivo alrededor de la boca, tatuajes en la sien derecha. Aquellos ojos de diamante eran agudos, intactos aún por el Grey Goose, directos, necesitados. Las pupilas negras brillaban con una inteligencia enorme, incomprensible, un genio tan poderoso que acobardaba.

– ¿Qué clase de problema, V?

– Yo, ah… -Vishous se aclaró la garganta-. Sólo Butch sabe esto. No se lo contarás a nadie mas, ¿verdad?

– Si. Ningún problema.

V acarició su perilla.

– Mis visiones se han secado.

– Quieres decir que no puedes ver…

– Lo que va a pasar. Sí. No estoy consiguiendo nada. La última cosa que recibí fue hace tres días, justo antes de que Z fuera detrás de Bella. Les vi juntos. En un Ford Taurus. Viniendo aquí. Después de eso, no ha habido… nada.

– ¿Te ha pasado esto alguna vez antes?

– No, y no consigo pensamientos de nadie tampoco. Es como si todo el asunto se hubiera secado.

Bruscamente la tensión del hermano parecía no tener nada que ver con la necesidad. Parecía rígido de… miedo. Mierda santa. Vishous estaba asustado. Y la anomalía era completamente discordante. De todos los hermanos, V era uno de que los que nunca tenía miedo. Era como si hubiera nacido sin los receptores del miedo en el cerebro.

– Tal vez es solo temporal -dijo Phury-. ¿O piensas que quizás Havers pueda ayudar?

– Esto no es fisiológico. -V terminó el vodka del vaso y tendió la mano-. No acapares el Goose, hermano.

Phury le pasó la botella.

– Quizás podrías hablar con…

Pero ¿Quién? ¿A dónde podría V, quien lo sabía todo, ir por respuestas?

Vishous sacudió la cabeza.

– No quiero… no quiero hablar de esto, en realidad, Olvida que dije algo. -Mientras vertía, su cara se cerró tensamente, una casa atrancada-. Estoy seguro de que volverá. Quiero decir, sí. Volverá.

Puso la botella en la mesa cerca de él y sostuvo su mano enguantada.

– Después de todo, este asunto dejado de la mano de Dios todavía brilla como una lámpara. Y hasta que pierda esta loca-luz-nocturna-mía, me figuro que soy todavía normal. Bien… normal para mí.

Durante un momento cayó el silencio, Phury mirando en su vaso, V mirando fijamente al suyo, el rap sonando de fondo, golpeando, cambiando a la unidad G.

Phury se aclaró la garganta.

– ¿Puedo preguntarte sobre ellos?

– ¿Sobre quien?

– Bella. Bella y Zsadist.

V maldijo.

– No soy una bola de cristal, lo sabes. Y odio contar la buena fortuna.

– Si. Lo siento. Olvídalo.

Hubo una larga pausa. Entonces Vishous murmuró:

– No se que va a pasarles. No lo se porque no puedo… ver nada.


Mientras Butch salía del Escalade, alzó la vista al edificio de sucios apartamentos y se preguntó otra vez porque infiernos John había querido venir aquí. La Séptima calle era repugnante y peligrosa.

– ¿Es este?

Cuando el muchacho asintió. Butch activó la alarma de seguridad del SUV. No estaba particularmente preocupado sobre si destripaban la cosa mientras estaban fuera. La gente de por aquí estaría convencida de que uno de los camellos estaba dentro. O alguien aún más exigente sobre su mierda que llevaría armas.

John se acercó a la puerta de la vivienda y empujó. Se abrió con un chillido. Ninguna cerradura. Gran sorpresa. Mientras Butch le seguía, puso su mano dentro de su abrigo para poder llegar al arma si la necesitara.

John fue a la izquierda por un pasillo largo. El lugar olía como al humo viejo de cigarrillos y a mohosa decadencia y era casi tan frío como las grandes puertas de entrada. Los residentes internos eran como ratas: no vistos, sólo oídos, del otro lado de delgadas paredes.

Abajo al final el muchacho empujó abriendo una puerta cortafuegos.

Una escalera salía a la derecha. Los escalones habían sido desgastados por los elementos, y había sonido de agua que goteaba de algún sitio un par de escapes por encima.

John puso su mano sobre la barandilla que estaba atornillada sin apretar a la pared, y subió despacio hasta el descansillo entre el segundo y el tercer piso. Más arriba, la luz fluorescente hundida en el techo estaba en su etapa de estertor de la muerte, los tubos parpadeando como si desesperadamente trataran de mantener el servicio.

John miró fijamente en el linóleo rajado del suelo, luego buscó la ventana. El logotipo de Starburst cubría la cosa como si hubiera sido aporreada con botellas. La única razón de que el cristal mugriento no estuviera roto era porque estaba sujeto desde el piso de arriba con alambre, salieron maldiciones, una especie de escopeta verbal que era indudablemente el principio de una lucha. Butch estuvo a punto de sugerir que salieran cuando John se dio la vuelta y comenzó a bajar corriendo la escalera

Estuvieron en el Escalade y saliendo de la parte mala de la ciudad menos de un minuto y medio más tarde.

Butch paró en un semáforo.

– ¿A donde?

John escribió y le enseñó el bloc.

– A casa -murmuró Butch, todavía sin tener ni idea de porque el muchacho había querido visitar aquel hueco de escalera.


John dijo un ¡hola! de pasada a Wellsie cuando entró en la casa y luego fue hacia su cuarto. Estaba agradecido de que ella pareciera entender que necesitaba algún espacio. Después de que cerró la puerta dejó caer su cuaderno sobre la cama, se quitó el abrigo, e inmediatamente se dirigió a la ducha. Mientras el agua se calentaba, se desnudó. Una vez que estuvo bajo el chorro, dejó de temblar.

Cuando salió se puso una camiseta y un par de pantalones de entrenamiento, luego miró su ordenador portátil sobre el escritorio. Se sentó delante de él, pensando que tal vez debería escribir algo. El terapeuta lo había sugerido.

Dios… Hablar con ella sobre lo que le había pasado había sido casi tan malo como vivir la experiencia la primera vez. Y no había querido ser tan sincero como había sido. Era solamente… aproximadamente a los veinte minutos de sesión se había derrumbado y su mano había empezado a garabatear y no había sido capaz de parar una vez que la historia había empezado.

Cerró los ojos y trató de recordar el aspecto de aquel hombre que lo había arrinconado. Sólo una imagen vaga vino a la memoria, pero recordó el cuchillo claramente. Había sido de cinco pulgadas, un estilete de doble cara con un punta aguda como un grito.

Desplazó el índice sobre la tecla del ratón en el ordenador portátil y el salvapantallas de Windows XP parpadeó. La cuenta de su correo electrónico tenía un mensaje nuevo. De Sarelle. Lo leyó tres veces antes de intentar responder.

Al final, le contestó: ¡Eh!, Sarelle. Mañana por la noche no me viene bien. Lo siento. Volveré contigo en otra ocasión. TTYL, John.

Realmente… no quería verla otra vez. Ni siquiera para un ratito, en cualquier caso. No quería ver a ninguna hembra excepto a Wellsie, Mary, Beth y Bella. No iba a haber nada remotamente sexual en su vida hasta que aceptara lo que le habían hecho hacía casi un año.

Salió de Hotmail y abrió un documento nuevo en Microsoft Word.

Descansó los dedos sobre el teclado durante sólo un momento. Y luego comenzaron a volar.

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