CAPÍTULO 22

Esa noche, mientras la luna se elevaba en el cielo, O se levantó del suelo con un gemido. Había estado esperando en el borde del prado desde que el sol se había puesto hacía cuatro horas, esperando que alguien apareciese en la granja… sólo que no había nada. Y así había sido los últimos dos días. Bueno, creía haber visto algo antes de amanecer esta última mañana, una especie de sombra que se movía por dentro del lugar, pero lo que fuese, lo había visto una vez y después nada.

Deseaba como el infierno poder utilizar los recursos de toda la Sociedad para ir tras su esposa. Si enviase a cada lesser que tenía… Sólo que sería como ponerse directamente un arma en la cabeza. Alguien le contaría al Omega que la atención se había desviado a una hembra inconsecuente. Y entonces habría problemas grandes.

Comprobó su reloj y maldijo. Hablando del Omega…

O tenía una presentación obligatoria con el amo esta noche y no tenía otra opción que asistir a la maldita cita. Permanecer viable como asesino era la única manera de conseguir traer a su mujer de vuelta, y no iba a arriesgarse a acabar desintegrado por perderse una reunión.

Sacó su teléfono y llamó a tres Betas para que vigilasen la granja. Puesto que el punto era un lugar conocido de congregación de vampiros, al menos tenía una excusa para asignar el detalle.

Veinte minutos después, los asesinos vinieron por el bosque, el sonido de sus botas de caminar amortiguado por la nieve. El trío, hombres de huesos grandes, estaban recién iniciados, así que su cabello seguía oscuro y su piel rubicunda por el frío. Claramente estaban emocionados por ser utilizados y preparados para luchar, pero O les dijo que sólo estaban para mirar y supervisar. Si alguien aparecía, no debían atacar hasta que quienquiera que apareciese intentase marcharse, y entonces cualquier vampiro debía ser tomado vivo, ya fuese macho o hembra. Sin excepciones. Según lo que O había calculado, si él fuese familia de su mujer, primero enviaría investigadores antes de dejarla desmaterializarse en cualquier sitio cercano a la casa. Y si ella estaba muerta y sus parientes estaban recogiendo sus cosas, entonces quería a sus parientes capturados en perfecto estado para poder encontrar su tumba.

Después de asegurarse de que las cabezas de los Betas estaban en la línea, O atravesó el bosque hasta llegar a su coche, que estaba oculto bajo un soporte de pinos. Al incorporarse a la ruta 22, vio que los lessers habían aparcado el Explorer en el que habían venido justo en la carretera, a menos de un kilómetro del desvío hacia la granja.

Llamó a los idiotas y les dijo que usasen sus jodidas cabezas para poner el coche bien y a cubierto. Entonces condujo hasta la cabina. Mientras iba, imágenes de su mujer oscilaron en su mente, turbándole la vista de la carretera que tenía delante. La vio en su momento más encantador, en la ducha con el cabello y la piel mojados. Era especialmente pura de esa forma…

Pero entonces las visiones cambiaron. La vio desnuda de espaldas, debajo de ese vampiro feo que se la había llevado. El macho la estaba tocando… besándola… bombeando en su interior… Y a ella le gustaba. A la perra le gustaba. Su cabeza estaba echada hacia atrás y ella gemía y se corría como una puta, queriendo más.

Las manos de O se encresparon en el volante hasta que sus nudillos casi estallaron fuera de su piel. Intentó calmarse, pero su cólera era como un pitbull con una cadena de papel.

Supo entonces, con absoluta claridad, que si ella no estaba ya muerta, la iba a matar cuando la encontrase. Todo lo que tenía que hacer era imaginarla con el Hermano que la había robado y su razonamiento se acababa totalmente.

Y no ponía eso a O en un dilema. Vivir sin ella sería horrible, y aunque matarse en un impulso suicida después de que ella muriese tenía mucho atractivo, hacer algo como eso sólo lo llevaría con el Omega para la eternidad. Los lessers, después de todo, volvían al amo si eran extinguidos.

Pero entonces se le ocurrió una idea. Se imaginó a su mujer dentro de muchos años, su piel blanquecina, su pelo rubio, sus ojos del color de las nubes. Una lesser igual que él. La solución era tan perfecta, su pie se deslizó del acelerador, y el coche se detuvo en el centro de la ruta 22.

De esa manera ella sería suya para siempre.


Al acercarse la medianoche, Bella se puso un par de vaqueros azules viejos y aquel jersey rojo grueso que le gustaba tanto. Después entró el cuarto de baño, tiró de las dos toallas que cubrían el espejo, y se miró. Su reflejo mostraba la hembra que siempre había visto mirándola de vuelta: ojos azules. Mejillas altas. Labios carnosos. Mucho cabello marrón oscuro.

Bella levantó el borde del jersey y se miró el estómago. La piel allí no tenía defectos, ya no llevaba el nombre del lesser. Ella posó la mano por donde habían estado las letras.

– ¿Estás lista? -preguntó Zsadist.

Ella miró hacia arriba en el espejo. Él apareció detrás de ella, vestido de negro, con armas que colgaban de su cuerpo. Sus ojos como el carbón estaban clavados en la piel que Bella había expuesto.

– las cicatrices han curado -dijo ella-. En sólo cuarenta y ocho horas.

– Sí. Y me alegro.

– Tengo miedo de ir a mi casa.

– Phury y Butch vienen con nosotros. Tienes un montón de protección.

– Lo sé… -Ella bajó el jersey-. Es sólo… ¿y si no soy capaz de entrar?

– Entonces lo volvemos a intentar otra noche. Todo el tiempo que haga falta. -Él le acercó la parka.

Metiéndose en la prenda, ella dijo:

– Tienes mejores cosas que hacer que cuidar de mí.

– no, ahora no. Dame tu mano.

A Bella le temblaron los dedos al extenderlos. Tuvo el vago pensamiento de que era la primera vez que él le pedía que lo tocase, y esperaba que el contacto llevase a un abrazo.

Pero él no estaba interesado en abrazar. Puso una pistola pequeña en su mano sin ni siquiera rozar su piel.

Ella retrocedió deprisa.

– no, Yo…

– Agárrala de esta…

– espera un minuto, no…

– … manera. -Él colocó la pequeña culata contra su palma-. Aquí está el seguro. Puesto. Sacado. ¿Lo tienes? Puesto… sacado. Tienes que estar cerca para matar con esto, pero está cargada con dos balas que retrasarán lo suficiente a un lesser para que puedas escapar. Simplemente apunta y aprieta el gatillo dos veces. No necesitas amartillarla ni nada de eso. Y apunta al torso, será un blanco más grande.

– no quiero esto.

– Y yo no quiero que lo tengas. Pero es mejor que enviarte sin nada.

Ella sacudió la cabeza y cerró los ojos. A veces este negocio de la vida era tan feo.

– ¿Bella? Bella, mírame. -Cuando lo hizo, él dijo-, mantenla en el bolsillo exterior de tu abrigo, en el lado derecho. La querrás en tu mano buena si tienes que utilizarla. -Ella abrió la boca y él habló justo por encima-. Vas a permanecer con Butch y Phury. Y mientras estés con ellos, es extremadamente difícil que necesites utilizar eso.

– ¿Dónde estarás tú?

– Alrededor. -Al girarse Zsadist, notó que tenía un cuchillo en la parte baja de la espalda… añadiéndose a las dos dagas en el pecho, y el par de pistolas en las caderas. Se preguntó cuántas otras armas tendría que ella no pudiese ver.

Él se detuvo en el umbral, con la cabeza inclinada.

– Voy a asegurarme de que no tengas que sacar esa arma, Bella. Te lo prometo. Pero no puedo tenerte desarmada.

Ella respiró profundamente. Y deslizó el pequeño pedazo de metal en el bolsillo de la capa.

Fuera en el pasillo Phury estaba esperando, apoyado contra el balcón. También estaba vestido para luchar, con pistolas y todas esas dagas sobre él, una calma mortal irradiando de su cuerpo. Cuando ella le sonrió, él asintió y se puso su abrigo negro de cuero.

El teléfono móvil de Zsadist sonó y él lo abrió.

– ¿Estás allí, poli? ¿Cómo va? -Cuando colgó, asintió-. Todo bien para ir.

Los tres se dirigieron al vestíbulo y después salieron al patio. En el aire frío ambos machos se tocaron las pistolas, y entonces todos se desmaterializaron.

Bella tomó forma en el porche de entrada, de cara a la reluciente puerta roja con su pomo de latón. Podía sentir a Zsadist y Phury detrás de ella, dos enormes cuerpos masculinos llenos de tensión. Sonaron pasos y ella miró sobre su hombro. Butch estaba avanzando hacia el porche. Su arma también estaba fuera.

A Bella la idea de tomarse su tiempo y entrar tranquila en la casa le pareció peligrosa y egoísta. Abrió la puerta con su mente y se adentró.

El lugar todavía olía igual… una combinación de la cera de limón del piso que había utilizado en los anchos tableros de pino y las velas de romero que le gustaba quemar.

Cuando oyó que la puerta se cerraba y la alarma de seguridad se apagaba, miró hacia atrás. Butch y Phury estaban pegados a sus talones, pero a Zsadist no se le veía por ninguna parte.

Bella sabía que él no los había dejado. Pero deseaba que estuviese dentro con ella.

Respiró fuerte y miró alrededor de su cuarto de estar. Sin ninguna luz encendida, solamente pudo ver sombras y formas familiares, más bien el patrón de los muebles y las paredes que otra cosa.

– Todo parece… Dios, exactamente igual.

Aunque había una mancha blanca sobre su escritorio. Faltaba un espejo, uno que ella y su madre habían seleccionado en Manhattan hacía más o menos una década. A Rehvenge siempre le había gustado. ¿Se lo había llevado? No estaba segura si sentirse conmovida u ofendida.

Cuando se movió para encender una lámpara, Butch la detuvo.

– Ninguna luz. Lo siento.

Ella asintió. Al avanzar más profundamente en la granja y ver más cosas suyas, ella se sintió como si estuviese entre viejos amigos a los que no había visto en años. Era encantador y triste. Aunque sobre todo un alivio. Había estado tan segura de que se disgustaría.

Se paró al llegar al comedor. Más allá del amplio arco, en el fondo, estaba la cocina. El terror se le enroscó en la tripa.

Armándose de valor, caminó en el otro espacio y paró. Al ver todo tan arreglado e intacto, recordó la violencia que había tenido lugar.

– Alguien limpió todo esto -susurró.

– Zsadist. -Butch la sobrepasó, con el arma a nivel del pecho y los ojos explorando alrededor.

– Él… ¿hizo él todo esto? -Ella hizo un gesto con la mano.

– La noche después de que te llevasen. Pasó horas aquí. La planta de abajo también está como un pincel.

Ella intentó imaginar Zsadist con una mopa y un cubo, limpiando las manchas de sangre y los trozos de cristal.

¿Por qué? se preguntó.

Butch se encogió de hombros.

– Dijo que era personal.

¿Había hablado en voz alta?

– Él explicó… ¿por qué era así?

Mientras el humano sacudía la cabeza, Bella se dio cuenta del interés que le prestaba Phury a la parte exterior de la casa.

– ¿Quieres ir a tu dormitorio? -preguntó Butch.

Cuando ella asintió, Phury dijo:

– Yo me quedo aquí arriba.

Abajo en el sótano Bella encontró todo en orden, colocado… limpio. Abrió el armario, pasó por los cajones del aparador, vagó por el cuarto de baño. Los pequeños objetos la cautivaban. Una botella de perfume. Una revista con fecha de antes del secuestro. Una vela que recordaba haber encendido al lado de la bañera con patas de garra.

Pararse, tocar, volver gradualmente a su sitio de una cierta manera profunda, quería pasar horas… días. Pero podía sentir como aumentaba la tensión en Butch.

– Creo que he visto suficiente por esta noche -dijo ella, deseando poder quedarse más tiempo.

Al dirigirse de nuevo a la primera planta, Butch fue delante. Cuando entró en la cocina, miró a Phury.

– Bella está lista para marcharse.

Phury abrió su teléfono. Hubo una pausa.

– Z, hora de irse. Enciende el coche para el poli.

Cuando Butch cerró la puerta del sótano, Bella se acercó a su acuario y miró con fijeza dentro. Se preguntó si alguna vez volvería a vivir en la granja. Tenía la sensación de que no.

– ¿Quieres llevarte algo? -preguntó Butch.

– No, creo…

Sonó un tiro afuera, el ruido hueco al estallar sonó amortiguado.

Butch la agarró y apretó contra su cuerpo.

– Quédate quieta -le dijo al oído.

– Fuera y de frente -siseó Phury al agacharse. Apuntó su arma más allá del pasillo, a la puerta por la que habían entrado.

Otro tiro. Y otro. Acercándose. Viniendo alrededor de la casa.

– Saldremos por el túnel -susurró Butch mientras la movía y empujaba hacia la puerta del sótano.

Phury siguió los sonidos con la boca del arma.

– Te cubro la espalda.

En el momento que la mano de Butch se apoyó en el pomo de la puerta del sótano, el tiempo se comprimió en fractales de segundos, hombres cayendo.

La puerta francesa detrás de ellos se abrió en pedazos, astillándose el marco de madera, rompiéndose los cristales.

Zsadist se la llevó por delante con la espalda, al ser empujado con enorme fuerza a través de la puerta. Al aterrizar en el suelo de la cocina, su cráneo cayó hacia atrás y golpeó el azulejo tan fuerte que sonó como si se hubiese disparado una pistola. Entonces, con un grito horrible, el lesser que lo había lanzado a través de la puerta saltó sobre su pecho y los dos se deslizaron por el cuarto, dirigiéndose derechos hacia las escaleras del sótano.

Zsadist estaba quieto como una roca debajo del asesino. ¿Aturdido? ¿Muerto?

Bella gritó cuando Butch la apartó de un tirón. El único lugar a donde podía ir era contra la estufa, y él la empujó en esa dirección, tapándola con su cuerpo. Sólo que ahora estaban atrapados en la cocina.

Phury y Butch apuntaron las armas al enredo de brazos y de piernas del suelo, pero al asesino no le importó. El no-muerto levantó el puño y golpeó a Zsadist en la cabeza.

– ¡No! -rugió Bella.

Excepto que, extrañamente, el golpe pareció despertar a Zsadist. O quizás había sido su voz. Sus ojos negros se abrieron de golpe y una expresión malvada se asomó en su cara. Con un empuje rápido afianzó las manos debajo de las axilas del lesser y retorció con tanta fuerza, que el torso del asesino se contorsionó en un arco vicioso.

En un destello Zsadist estaba encima del lesser, a horcajadas. Agarró el brazo derecho del asesino y lo estiró en un ángulo como para romperle huesos. Puso el pulgar debajo de la barbilla del no-muerto tan lejos que sólo se podía ver medio dedo y descubrió unos colmillos largos que relucían blancos y mortales. Mordió al lesser en el cuello, justo en la columna del esófago.

El asesino aulló de dolor, retorciéndose violentamente entre sus piernas. Y eso fue sólo el principio. Zsadist destrozó a su presa. Cuando la cosa ya no se movió más, se detuvo jadeando y pasó los dedos por el cabello oscuro del lesser, apartando una sección de par en par, claramente buscando las raíces blancas.

Pero ella le podría haber dicho que no era David. Asumiendo que pudiese encontrar su voz.

Zsadist maldijo y recuperó el aliento, pero permaneció agachado sobre su presa, buscando muestras de vida. Como si quisiese continuar.

Y después frunció el ceño y levantó la vista, claramente dándose cuenta que la batalla había acabado y había habido testigos.

Oh… Jesús. Su cara estaba marcada con la sangre negra del lesser, y más manchas cubrían su pecho y manos.

Sus ojos negros giraron hasta encontrar los de Bella. Estaban relucientes. Brillantes. Justo como la sangre que había derramado para defenderla. Y rápidamente miró a otro lado, como si deseara ocultar la satisfacción que había conseguido de la matanza.

– Los otros dos están acabados, dijo él, todavía respirando fuertemente. Cogió la parte de abajo de su camisa y se limpió la cara.

Phury se dirigió hacia el pasillo.

– ¿Dónde están? ¿En el césped delantero?

– Prueba la puerta delantera del Omega. Los apuñalé a ambos. -Zsadist miró a Butch.-Llévala a casa. Ahora. Está demasiado conmocionada para desmaterializarse. Y Phury, tú vas con ellos. Quiero una llamada en el momento en que ella ponga un pie en el vestíbulo, ¿entendido?

– ¿Y tú qué? -dijo Butch, incluso mientras la movía alrededor del lesser muerto.

Zsadist se levantó y sacó una daga.

– Yo desvanezco a éste y espero a que vengan otros. Cuando estos jodidos no se presenten, vendrán más.

– Estaremos de vuelta.

– No me importa lo que hagáis siempre que la llevéis a casa. Así que corta la charla y empezad a conducir.

Bella alargó la mano hacia él, aunque no estaba segura del por qué. Estaba horrorizada por lo que él había hecho y por el aspecto que tenía ahora, todo herido y golpeado, su propia sangre deslizándose por las ropas junto con la del asesino.

Zsadist movió una mano por el aire, despidiéndola.

– Salid de una condenada vez de aquí.


John saltó del autobús, tan condenadamente aliviado de estar en casa que casi se tropezó. Dios, si los dos primeros días de entrenamiento eran un indicativo, los próximos dos años iban a ser un infierno.

Al llegar a la puerta delantera, silbó.

La voz de Wellsie provino de su estudio.

– ¡Hola! ¿Cómo te fue hoy?

Mientras se quitaba el abrigo, hizo dos silbidos rápidos, lo que era una especie de bien, correcto, todo muy bien.

– Bien. Hey, Havers vendrá en una hora.

John se dirigió al estudio de Wellsie y se detuvo en el umbral. Sentada enfrente del escritorio, Wellsie estaba rodeada por una colección de viejos libros, muchos de los cuales estaban abiertos. La vista de todas esas páginas encuadernadas y extendidas, le recordó a perros impacientes tumbados de espaldas, esperando que les rascasen el vientre.

Ella sonrió.

– Pareces cansado.

– Voy a dormir un rato antes de que venga Havers -señaló.

– ¿Estás seguro de que estás bien?

– Absolutamente. -Él sonrió para darle a la mentira un poco de jugo. Odiaba mentirle, pero no quería entrar en sus fallas. En otras dieciséis horas iba a tener que exhibirlas otra vez. Necesitaba un respiro, y sin ninguna duda ellos también estaban agotados, por haber tenido tanto tiempo de demostración.

– Te despertaré cuando el doctor llegue aquí.

– Gracias.

Cuando se dio la vuelta, ella dijo:

– Espero que sepas que no importa lo que diga la prueba, lo resolveremos.

Él la miró. Así que ella también estaba preocupada por los resultados.

En un rápido movimiento se acercó y la abrazó, después se dirigió a su habitación. Ni siquiera puso la ropa sucia en el conducto de la lavandería, sólo dejó caer las bolsas y se echó en la cama. Dios, los efectos acumulativos de ocho horas de burlas eran suficientes para hacerle querer dormir una semana.

Excepto que todo lo que podía pensar era sobre la visita de Havers. ¿Dios, y si todo era un error? ¿Y no se iba a convertir en algo fantástico y poderoso? ¿Y si sus visiones por la noche no eran más que una exagerada fijación por Drácula?

¿Y si era sobre todo humano?

Eso más o menos tendría sentido. Aunque el entrenamiento estaba sólo empezando, estaba claro que no era como los otros machos pre-transición de la clase. Era una mierda en cualquier cosa física y era más débil que los otros chicos. Quizás la práctica le ayudaría, pero lo dudaba.

John cerró los ojos y esperó tener un buen sueño. Un sueño que lo colocase en un cuerpo grande, un sueño en el que sería fuerte y…

La voz de Tohr lo despertó.

– Havers está aquí.

John bostezó y se estiró e intentó ocultarse de la compasión en la cara de Tohr. Ésa era la otra pesadilla sobre el entrenamiento: tenía que fastidiarla todo el tiempo delante de Tohr.

– ¿Cómo te va hijo… digo, John?

John sacudió la cabeza y señaló,

Estoy bien, pero preferiría ser hijo para ti.

Tohr sonrió.

– Bien. Así es como lo quiero yo también. Ahora venga, a arrancar esta tirita sobre las pruebas, ¿vale?

John siguió a Tohr al cuarto de estar. Havers estaba sentado en el sofá, pareciendo un profesor con sus cristales de carey, chaqueta con dibujos en espigas y pajarita roja.

– Hola, John -dijo.

John levantó una mano y se sentó en la silla más cercana a Wellsie.

– Tengo los resultados de tu análisis de sangre. -Havers sacó un pedazo de papel del interior de su abrigo deportivo-. Me llevó un poco más, porque había una anomalía que no esperaba.

John miró a Tohr. Después a Wellsie. Jesús… ¿Y si era enteramente humano? ¿Qué le harían? ¿Tendría que marcharse…?

– John, eres por completo un guerrero. Sólo tienes un rastro muy pequeño de sangre de fuera de nuestra especie.

Tohr rió en una explosión ruidosa y juntó las manos.

– ¡Joder! ¡Eso es genial!

John empezó a sonreír y continuó hasta que sus labios se estiraron en una gran sonrisa.

– pero hay algo más. -Havers empujó las gafas más arriba por su nariz-. Eres de la línea de Darius de Marklon. Tan cerca que podrías ser su hijo. Tan cerca… que debes ser su hijo.

Un silencio sepulcral invadió el cuarto.

John miró hacia adelante y atrás entre Tohr y Wellsie. Los dos estaban totalmente congelados. ¿Eran estas buenas noticias? ¿Malas noticias? ¿Quién era Darius?, Guiándose por sus expresiones, el individuo quizá era un criminal o algo…

Tohr saltó del sofá y tomó a John en sus brazos, estrechándolo tan fuerte que los dos se convirtieron en uno. Jadeando para coger aire, con los pies colgando, John miró a Wellsie. Ella tenía ambas manos sobre la boca, y por su cara rodaban lágrimas.

Abruptamente Tohr lo soltó y retrocedió. Tosió un poco, con los ojos brillantes.

– Bueno… lo que se descubre.

El hombre despejó la garganta varias veces. Frotó su cara. Parecía un poco aturdido.

– ¿Quién es Darius? -señaló John cuando se volvió a sentar.

Tohr sonrió lentamente.

– Era mi mejor amigo, mi hermano en la lucha, mi… No puedo esperar para contarte todo sobre él. Y esto significa que tienes una hermana.

– ¿Quién?

– Beth, nuestra reina. La shellan de Warth…

– Sí, sobre ella -dijo Havers, mirando a John-. No entiendo la reacción que tuviste a ella. La tomografía computarizada axial está muy bien, al igual que el electrocardiograma, y el análisis completo de sangre. Te creo cuando dices que ella fue la que causó los ataques, aunque no tengo idea de porqué. Me gustaría que permanecieras un tiempo lejos de ella para ver si eso sucede en otro ambiente, ¿vale?

John asintió, aunque quería volver a ver a la mujer, especialmente si estaba emparentado con ella. Una hermana. Qué genial…

– Ahora, sobre el otro tema -dijo Havers intencionadamente.

Wellsie se inclinó hacia delante y puso su mano en la rodilla de John.

– Havers tiene algo sobre lo que quiere hablarte.

John frunció el ceño.

¿Qué? -señaló lentamente.

El doctor sonrió, intentando ser tranquilizador.

– Me gustaría que vieses a ese terapeuta.

John se quedó frío. En pánico, buscó la cara de Wellsie, después a Tohr, preguntándose cuánto les habría dicho el doctor sobre lo que le había sucedido hacía un año.

– ¿Por qué tendría que ir? -señaló-. Estoy bien.

La contestación de Wellsie fue franca.

– Es sólo para ayudarte a hacer la transición a tu nuevo mundo.

– Y tu primera cita es mañana por la tarde -dijo Havers, inclinando su cabeza. Miró fijamente la cara de John sobre el borde de sus gafas, y el mensaje en sus ojos era: O vas o les digo la verdadera razón por la que tienes que ir.

John se vio superado, y eso lo cabreó. Pero supuso que era mejor someterse a chantaje compasivo a que Tohr y Wellsie supiesen algo de lo que le habían hecho.

– Muy bien. Lo haré.

– Te llevo yo -dijo Tohr rápidamente. Entonces frunció el ceño-. Digo… podemos encontrar a alguien para que te lleve… Butch lo hará.

La cara de John quemaba. Sí, no quería a Tohr cerca del rollo del terapeuta. De ninguna manera.

El timbre delantero sonó.

Wellsie sonrió.

– Oh, bien. Esa es Sarelle. Ha venido para trabajar en el festival del solsticio. John, ¿quizá te gustaría ayudarnos?

¿Sarelle estaba aquí otra vez? No le había mencionado eso cuando se habían mandado emails ayer por la noche.

– ¿John? ¿Quieres trabajar con Sarelle?

Él asintió e intentó mantenerse frío, aunque su cuerpo se había encendido como un anuncio de neón. Sentía hormigueos por todo el cuerpo. Sí. Puedo hacer eso.

Puso las manos en su regazo y bajó la vista hacia ellas, intentando guardarse su sonrisa.

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