Dos meses después…
Bella se materializó enfrente de la mansión de la Hermandad y miró el severo gris de la fachada. Nunca había esperado regresar. Pero el destino tenía otros planes para ella.
Abrió la otra puerta y entró en el vestíbulo. Cuando accionó el intercomunicador y mostró su cara a la cámara, sintió como si estuviese en algún tipo de sueño.
Fritz abrió las puertas de par en par y se inclinó con una sonrisa.
– ¡Madam! Que placer verla.
– Hola. -Pasó al interior y sacudió la cabeza cuando intentó coger su abrigo-. No me quedaré mucho. Sólo estoy aquí para hablar con Zsadist. Por un minuto.
– Pero por supuesto. El Maestro está allí arriba. ¿Me sigue, por favor? -Fritz la condujo a través del vestíbulo a un par de puertas dobles, todo mientras charlaba alegremente, poniéndola al corriente sobre las cosas igual que lo habían hecho todos por Año Nuevo.
Pero el doggen hizo una pausa antes de abrir el camino hacia la biblioteca.
– Le pido disculpas, madam, pero usted parece… ¿Le gustaría anunciarse usted misma? ¿Cuándo esté lista?
– Oh, Fritz, que bien me conoces. Me encantaría tener un minuto para mí misma.
Él asintió, sonrió y desapareció.
Respiró profundamente y escuchó las voces y pasos en la casa. Algunas eran lo bastante bajas y ruidosas para pertenecer a los Hermanos, y echó una ojeada a su reloj. Las siete en punto de la noche. Debían estar preparándose para salir.
Se preguntó como estaría Phury. Y si Tohr había regresado ya. Y como estaba John. Rodeos… se estaba andando con rodeos.
Ahora o nunca, pensó agarrando la manilla de cobre y girándola. Una mitad de la puerta se abrió silenciosamente.
Se quedó sin aliento cuando miró al interior de la biblioteca.
Zsadist estaba sentado ante una mesa, inclinado sobre un pedazo de papel, un delgado lápiz en su apretado puño. Mary estaba cerca de él, y entre los dos había un libro abierto.
– Recuerda las consonantes fuertes -dijo Mary, señalando hacia el libro-. Check. Catch. La k y la c en esas palabras suenan cerradas, pero no son lo mismo. Inténtalo otra vez.
Zsadist se pasó una mano por su delgado cráneo. En voz baja dijo algo que no captó Y entonces movió el lápiz sobre el papel.
– ¡Eso está bien! -Mary puso la mano sobre su bíceps-. Lo has conseguido.
Zsadist levantó la mirada y sonrió. Entonces giró la cabeza hacia Bella y perdió la expresión
Oh, buena Virgen del Fade, pensó ella mientras bebía su imagen. Todavía le amaba. Lo sabía en sus entrañas.
Espera un minuto… ¿Qué de… demonios? Si cara era realmente diferente. Algo había cambiado. No la cicatriz, pero había algo diferente.
Como sea, acaba con esto para que puedas irte.
– Siento interrumpir -dijo ella-. Me estaba preguntando si podría hablar con Zsadist.
Ella fue vagamente consciente de Mary levantándose y acercándose, de las dos abrazándose, de la mujer marchándose y cerrando la puerta tras ella.
– Hola -dijo Zsadist. Entonces se puso lentamente en pie.
Los ojos de Bella se ensancharon, y dio un paso atrás.
– Dios… mío. Estás enorme.
El se llevó la mano al fornido pecho.
– Um…si. He ganado unas 80 libras aproximadamente. Havers… Havers dice que probablemente no voy a ganar muchas más. Pero ahora estoy en dos setenta.
Así que ese era el cambio en su cara. Sus mejillas ya no eran huecas, sus facciones no estaban tan desnudas, sus ojos no estaban hundidos. Él parecía… casi atractivo, en realidad. Y mucho más parecido a Phury.
Él se aclaró la garganta.
– Sí, así que, Rhage y yo… hemos estado comiendo juntos.
Jesús… ciertamente lo hicieron. El cuerpo de Zsadist no era en nada igual al que ella recordaba. Sus hombros eran enormes y acordonados con músculos que ella podía ver bajo la ajustada camiseta negra que llevaba. Sus bíceps eran tres veces el tamaño de lo que habían sido, y sus antebrazos eran lo bastante grandes ahora para ajustarse al tamaño de sus manos. Y su estómago… ese estómago estaba contorneado con fuerza, y su piel se estiraba sobre fuertes y acordonados músculos.
– Tú también has estado alimentándote -murmuró ella. Y al instante deseó poder traer las palabras de vuelta. Así como también el tono de censura.
No era de su incumbencia de que vena la tomaba, aunque dolía imaginarle con otro de su clase, y eso era seguramente de quién él bebía. Posiblemente la sangre humana no podía ser responsable de ese tipo de desarrollo.
Su mano descendió desde su pecho a su costado.
– Rhage tiene un miembro de los Elegidos que utiliza por que no puede tomar la vena de Mary para sustentarse. Yo también me he estado alimentando de ella. -Hubo una pausa-. Te ves bien.
– Gracias
Otra pausa larga.
– Um… Bella, ¿Por qué has venido? No es que me importe.
– Tenía que hablar contigo.
Él no parecía saber que decir a eso.
– Así que, ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella, apuntando hacia los papeles sobre el escritorio. Eso tampoco era de su incumbencia, pero estaba desesperadamente atascada otra vez. La lengua se le trabó. Estaba perdida.
– Estoy aprendiendo a leer.
Sus ojos llamearon.
– Oh… wow. ¿Cómo te está yendo?
– Bien. Lento. Pero estoy trabajando en ello. -El bajó la mirada hacia los papeles-. Mary es paciente conmigo.
Silencio. Largo silencio. Dios, ahora que estaba frente a él, no podía encontrar las palabras.
– Fui a Charleston -dijo él.
– ¿Qué? -¿Había ido a verla allí?
– Me llevó un tiempo encontrarte, pero lo hice. Fui la primera noche que me libré de Havers.
– Nunca lo supe.
– No quería que lo supieras.
– Oh. -Ella respiró profundamente, el dolor bailaba como el mercurio bajo cada pulgada de su piel. Es hora de arrojarse desde la roca, pensó ella-. Escucha, Zsadist, yo vine para decirte…
– No quiero verte hasta que haya terminado. -Cuando sus ojos amarillos se quedaron fijos en ella, algo cambió en el aire entre ellos.
– ¿Con qué? -susurró ella.
Él bajó la mirada al lápiz en su mano.
– Conmigo.
Ella sacudió la cabeza.
– Lo siento. No entiendo.
– Quiero devolverte esto. -Sacó el collar de ella del bolsillo-. Iba a dejarlo contigo esa primera noche, pero entonces pensé… Bueno, de todas maneras, lo llevé hasta que no pude ponerlo más alrededor de mi garganta. Ahora sólo lo llevo cerca.
Bella dejó escapar el aliento, saliendo con facilidad de su boca hasta que estuvo vacía de aire. Mientras tanto él comenzó a frotarse la parte superior de la cabeza, sus bíceps y su pecho tan grande ahora, estiraron su camiseta hasta dejar tirantes las costuras.
– El collar era una buena excusa -murmuró él.
– ¿Para qué?
– Pensaba que quizás pudiese ir a Charleston y presentarme ante tu puerta para devolvértelo y quizás… quizás me dejarías entrar. O algo. Estaba preocupado de que otro hombre te estuviera cortejando, así que intenté ir tan rápido como pude. Quiero decir, me imaginaba que quizás si pudiera leer, y si me preocupase un poco más por mí mismo, y si intentase dejar de ser tan jodido niño de mamá… – El sacudió la cabeza-. Pero no me malinterpretes. Esto no quiere decir que esperara que estuvieses feliz de verme. Yo sólo… sabes, esperaba… café. Té. Una oportunidad para hablar. O alguna mierda. Amigos, quizás. Excepto si tienes un hombre, él no lo permitiría. Así que, si, eso es por lo que me he estado dando prisa.
Sus ojos dorados se alzaron hasta los de ella. Estaba haciendo una mueca de dolor, como si tuviese miedo de lo que quizás estuviera mostrando su cara.
– ¿Amigos? -dijo ella.
– Si… quiero decir, no te deshonraría pidiéndote más que eso. Sé que lo lamentas… de todos modos, no podía dejarte ir sin… si, tan sólo… amigos.
Santo… Moses. Había ido a por ella. Con la intención de regresar y alejarse.
Amigo, eso estaba completamente fuera de cualquier panorama que se hubiera imaginado cuando se había preparado a hablar con él.
– Yo… ¿Qué estás diciendo, Zsadist? -balbuceó, incluso aunque había escuchado cada palabra.
Su mirada bajó al lápiz en su mano y entonces se volvió a la mesa. Pasando la libreta de espiral a una nueva página, se inclinó y garabateó sobre la parte superior del papel durante un momento. Después arrancó la hoja.
Su mano temblaba cuando se la tendió.
– Está a sucio.
Bella tomó el papel. En el irregular bloque de letras de un niño había dos palabras:
TE QUIERO
Sus labios se apretaron en una línea cuando sus ojos se fijaron. La caligrafía se ondulaba y después desaparecía.
– Quizás no puedas leerlo -dijo él en voz baja-. Puedo hacerlo de nuevo.
Ella negó con la cabeza.
– Puedo leerlo perfectamente. Es… hermoso…
– No espero nada a cambio. Quiero decir… sé que… ya no sientes eso por mí. Pero quería que lo supieras. Es importante que lo supieras. Y si hay alguna oportunidad de que podamos estar juntos… no puedo dejar mi trabajo con la Hermandad. Pero puedo prometer que seré mucho más cuidadoso conmigo mismo. -Él frunció el ceño y dejó de hablar-. Mierda. ¿Qué estoy diciendo? Me prometí a mí mismo que no te pondría en esta posición.
Arrugó el papel contra su corazón, entonces se lanzó contra él, golpeando su pecho con tanta fuerza que se tambaleó hacia atrás. Cuando sus brazos la rodearon con vacilación, como si no tuviese idea alguna de lo estaba haciendo o por qué, ella lloró abiertamente.
En todos sus preparativos para ese encuentro, la única cosa que nunca había considerado era que los dos quizás tuviesen algún tipo de futuro.
Cuando él inclinó su barbilla y bajó la mirada a la suya intentó sonreír, pero la loca esperanza que sentía era una carga demasiado pesada y gozosa.
– No se suponía que te hiciera llorar.
– Oh, Dios… Zsadist, te quiero.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente, sus cejas casi impactaron con la línea del pelo.
– ¿Qué…?.
– Te quiero.
– Di eso otra vez.
– Te quiero.
– Otra vez… por favor -susurró-. Necesito oírlo… otra vez.
– Te quiero…
Su respuesta fue empezar a rezar a la Virgen Escriba en el Antiguo Lenguaje.
Sosteniendo apretada a Bella, enterró la cara en su pelo, dio las gracias con tal elocuencia que ella empezó a llorar de nuevo.
Cuando murmuró el último elogio se pasó nuevamente al español.
– Estaba muerto hasta que me encontraste, aunque respiraba. Estaba ciego, aunque podía ver. Y entonces llegaste tú… y estaba despierto.
Ella tocó su cara. En un lento movimiento él cerró la distancia entre sus bocas, presionando el más suave de los besos sobre sus labios.
Cuan dulcemente venía a ella, pensó. Incluso con su tamaño y su poder, venía a ella… con dulzura.
Entonces él se echó atrás.
– Pero espera, ¿Por qué estás aquí? Quiero decir, me alegro de que tú…
– Llevo a tu hijo.
Frunció el ceño. Abrió la boca. La cerró y sacudió la cabeza.
– Lo siento…¿Qué has dicho?.
– Llevo a tu hijo. -Esta vez no hubo respuesta alguna de él-. Vas a ser padre. -Todavía nada-. Estoy embarazada.
De acuerdo, se estaba quedando sin maneras de decírselo. Dios… ¿Qué pasaba si no lo quería?
Zsadist empezó a tambalearse en sus botas de combate y la sangre huyó de su cara.
– ¿Llevas a mi hijo en tu interior?
– Sí, lo llevo.
De repente agarró sus brazos con fuerza.
– ¿Estás bien? ¿Ha dicho Havers que estás bien?
– Hasta ahora. Soy joven, pero quizás obre a mi favor cuando llegue el momento del parto. Havers dijo que el bebé está bien y yo no estoy bajo ninguna restricción… bueno, excepto que no se me permite desmaterializarme después del sexto mes. Y, ah…-Sonrojada… ella estaba realmente sonrojada ahora-. No podré tener sexo o ser alimentada después del decimocuarto hasta el nacimiento. Lo cual debe ser alrededor del octavo mes.
Cuando el doctor le había dado esas advertencias, ella había pensado que nunca tendría que preocuparse de cualquiera de esas cosas. Pero quizás ahora…
Zsadist estaba asintiendo, pero realmente no se veía bien.
– Yo puedo cuidar de ti.
– Sé que lo harás. Y vas a mantenerme a salvo -dijo ella.
Dijo eso por que sabía que él se preocuparía por eso.
– ¿Te quedarás aquí conmigo?
Ella sonrió.
– Me encantaría.
– ¿Te emparejarás conmigo?
– ¿Lo estás preguntando?
– Sí.
Excepto que él todavía se veía verde. Estaba literalmente del color de un helado de menta. Y esas rutinarias palabras suyas empezaban a agitarla.
– Zsadist… ¿Estás de acuerdo acerca de esto? Um… no tienes que emparejarte conmigo, si no…
– ¿Dónde está tu hermano?
La pregunta la asustó.
– ¿Rehvenge? Ah… en casa, supongo.
– Iremos a verle. Ahora. -Zsadist tomó su mano y la arrastró sacándola al vestíbulo.
– Zsadist.
– Obtendremos su consentimiento y estaremos emparejados esta noche. E iremos en el coche de V. No quiero que te desmaterialices otra vez.
Zsadist tiraba de ella tan rápido hacia la puerta, que tenía que correr.
– Espera, Havers dijo que podría hacerlo hasta el mes…
– No quiero correr riesgos.
– Zsadist, esto no es necesario.
De repente se detuvo.
– ¿Estás segura que quieres a mi pequeño?
– Oh, sí. Oh, querida Virgen, sí. Incluso más ahora… -Ella le sonrió. Tomó su mano. Poniéndola sobre su liso estómago.
– Vas a ser un maravilloso padre.
Y entonces fue cuando cayó él cayó desmayado.
Zsadist abrió los ojos para encontrar a Bella mirándole con el amor brillando en su cara.
Alrededor de su periferia estaban los miembros de la casa, pero ella era la única que él veía.
– Hola, ahí -dijo ella suavemente.
Extendió la mano y le acarició la cara. No iba a llorar. No lo haría.
Oh, al diablo con eso.
Le sonrió cuando las lágrimas empezaron a rodar.
– Espero… espero que sea una niña y que sea igual a ti.
Su voz se cortó. Y entonces, sí, igual que un completo descontrolado, se desmoronó totalmente y lloró igual que un idiota. Enfrente de todos los Hermanos. Y de Butch. Beth y Mary. No dudaba que estaría horrorizando a Bella con su debilidad, pero no podía hacer nada. Esta era la primera vez en toda su vida que había sido… bendecido. Afortunado. Con suerte. Este momento, este perfecto, deslumbrante momento en el tiempo, este único, sublime momento donde estaba tendido sobre su espalda en el vestíbulo, con su amada Bella, y el bebé en su interior, y la Hermandad a su alrededor… ese era su día más afortunado.
Cuando sus patéticos sollozos cesaron, Rhage se arrodilló, sonriendo de manera tan amplia que sus mejillas estaban a punto de agrietarse.
– Vinimos corriendo cuando tu cabeza se estrelló contra el suelo. Ponlo aquí, papaíto. ¿Puedo enseñarle al pequeño bribón como luchar?
Hollywood tendió su mano, y cuando Zsadist la tomó la sostuvo para estrechársela, Wrath se acuclilló.
– Enhorabuena, hermano mío. Que las bendiciones de la Virgen estén sobre ti, tu shellan y tu hijo.
Para el momento en que Vishous y Butch ofrecieron sus elogiosas palabras, Z estaba sentado. Enjugándose. Dios, era tan pánfilo llorando sobre sí mismo. Mierda. Buena cosa que ninguno de ellos parecía advertirlo. Tras respirar profundamente, miró a su alrededor buscando a Phury… y allí estaba su gemelo.
En los dos meses desde la noche en que Phury saliera con esa lesser, su pelo ya le había crecido hasta su línea de la mandíbula, y la cicatriz que él había puesto sobre su cara se había difuminado. Pero sus ojos eran opacos y tristes. Y estaban tristes también ahora.
Phury se adelantó y todo el mundo se quedó quieto.
– Me encantará ser tío -dijo él lentamente-. Estoy tan feliz por ti, Z. Por ti también… Bella.
Zsadist agarró la palma de Phury y la apretó tan fuerte que podía sentir los huesos de su gemelo-. Vas a ser un buen tío.
– ¿Y quizás el Guardián? -sugirió Bella.
Phury arqueó la cabeza.
– Me honraría ser el Guardián del pequeño.
Fritz se apresuró a entrar con una bandeja de delgadas copas aflautadas. El doggen estaba entusiasmado y muy excitado de felicidad.
– Para brindar por la ocasión.
Las voces variaron y se mezclaron y las copas fueron pasadas y sonaron risas. Zsadist miraba a Bella cuando alguien le puso una copa en la mano.
– Te amo -murmuró él. Ella sonrió volviéndose hacia él y presionando algo en el interior de su mano. Su collar.
– Llévalo siempre encima -murmuró ella-. Para la buena suerte.
El besó su mano.
– Siempre.
Wrath se levantó precipitadamente en toda su altura, elevando su champaña, e inclinando hacia atrás la cabeza. Con una tremenda, estruendosa voz, gritó tan alto, que habrías podido jurar que las paredes de la mansión temblaron.
– ¡Por el pequeño!
Todo el mundo se puso en pie, elevaron sus copas, y gritaron con toda la fuerza de sus pulmones.
– ¡Por el pequeño!
Ah, sí… Seguramente su coro de voces era audaz y lo bastante ensordecedor para llegar a oídos de la Virgen Escriba. Lo cual era precisamente como mandaba la tradición.
Un apropiado y próspero brindis, pensó Z mientras tiraba de Bella hacia abajo para besarla en la boca.
– ¡Por el pequeño! -gritó la casa una vez más.
– Por ti -dijo contra los labios de Bella-. Nalla.