John Matthew miró hacia el asiento delantero del Range Rover. Tohr estaba preocupado mientras se internaban en la parte rural de Caldwell, y aunque John estaba asustado por la reunión con Wrath, el Rey, estaba más preocupado acerca de toda esta calma. No podía entender que era lo que estaba mal. Bella había sido salvada. Ahora estaba a salvo. Así que todo el mundo debería estar contento, ¿verdad? Excepto que cuando Tohr había venido a casa a recoger a John, había envuelto sus brazos alrededor de Wellsie en la cocina y permanecido allí por mucho tiempo. Sus palabras, suaves y en el Idioma Antiguo, habían salido de lo que sonaba como una garganta atorada.
John quería conocer todos los detalles de lo que había pasado, pero era difícil curiosear estando en el auto, en la oscuridad, cuando él necesitaba hacerse entender por señas o escribir. Y no parecía que Tohr tuviera ganas de conversar.
– Aquí estamos -dijo Tohr.
Con un rápido giro a la derecha los lanzó sobre una ruta de tierra apisonada, y John se dio cuenta que ya no podía ver nada a través de las ventanas. Había una extraña niebla en los helados bosques que los rodeaban, una barrera que le hacía sentir un poco mareado.
Como salida de ninguna parte una gran verja se materializó en el brumoso paisaje, y patinaron hasta detenerse. Había otro juego de verjas justo después de la primera, y cuando entraron al espacio que había entre las dos, quedaron enjaulados como un toro en una rampa para ganado. Tohr bajó la ventanilla, introdujo una especie de código en un panel de teléfono, y quedaron libres de pasar al otro lado hacia…
Jesús, ¿Qué es esto?
Un túnel subterráneo. Y mientras se dirigían hacia abajo dentro de la tierra con tranquila compostura, aparecieron varias puertas más, y las defensas se hacían cada vez más y más fortificadas hasta la última. Esta era la mayor de todas, un brillante monstruo de metal que tenía un letrero de alto voltaje pintado en el medio. Tohr miró hacia la cámara de seguridad, y luego hubo un sonido de click. Las puertas se abrieron.
Antes de que avanzaran, John palmeó el antebrazo de Tohr para que le prestara atención.
¿Es aquí donde viven los hermanos? -habló por señas lentamente.
– Más o menos. Primero te llevo al centro de entrenamiento y luego iremos a la mansión -Tohr apretó el acelerador-. Cuando empiecen las clases deberás venir aquí de lunes a viernes. El autobús te recogerá en frente de nuestra casa a las cuatro en punto. Mi hermano Phury está en este lugar, así que el cubrirá las primeras clases -ante la mirada que le dirigió John, Tohr explicó-. El Complejo está interconectado subterráneamente. Te mostraré como acceder al sistema de túneles que vincula todos los edificios, pero guárdate el dato para ti mismo. Cualquiera que aparezca en cualquier lugar sin invitación, se va a enfrentar a serios problemas. Tus compañeros de clase no son bienvenidos, ¿me entiendes?
John asintió mientras arribaban al área de estacionamientos recordó una lejana noche. Dios, se sentía como si hubieran pasado cien años desde que había venido aquí con Mary y Bella.
El y Tohr se apearon del Rand Rover.
– ¿Con quien me entrenaré?
– Con otra docena de machos de aproximadamente tu misma edad. Todos tienen algo de sangre guerrera en las venas, que es por lo que los escogimos. El entrenamiento perdurará a lo largo de sus transiciones y luego seguirá por otro largo periodo, hasta que pensemos que están listos para salir al campo.
Caminaron hacia un par de puertas de metal y Tohr las abrió completamente. Al otro lado había un corredor que parecía no terminar nunca. Mientras lo transitaban Tohr le mostraba un salón de clases, el gimnasio, una habitación para pesarse y un vestuario. El macho se detuvo cuando llegó a una puerta hecha de vidrio escarchado.
– Aquí es a donde vengo cuando no estoy en casa o en el campo.
John entró. La habitación estaba casi vacía y era muy poco notoria. El escritorio era de metal y estaba cubierto con equipo informático, teléfonos y papeles. Había archivadores alineados en la pared del fondo. Sólo había dos lugares donde sentarse, asumiendo que dar vuelta a la papelera para sentarse sobre ella no era una opción. Sobre una esquina, había una silla de las que comúnmente se utilizaban para equipamiento de oficina. La otra estaba detrás del escritorio y era bien fea: una monstruosidad con el tapizado roto, de cuero color verde aguacate con bordes orejeros, el asiento flojo y un par de patas que le daban un nuevo significado a la palabra firme.
Tohr puso la mano sobre el alto respaldo de la cosa.
– ¿Puedes creer que Wellsie me obligó a deshacerme de esto?
John asintió haciendo señas,
– Si, puedo.
Tohr sonrió y caminó hacia un gabinete alto hasta el techo. Cuando abrió la puerta y digitó una serie de números en el tablero, la parte trasera se abrió a una especie de oscuro pasadizo.
– Aquí vamos.
John entró aunque no podía ver mucho.
Un túnel de metal. Lo suficientemente ancho como para que entraran tres personas caminando lado a lado, y tan alto que sobraba espacio incluso sobre la cabeza de Tohr. Las luces estaban embutidas en el techo cada diez pies o así, pero no alumbraban mucho en la oscuridad reinante.
Esta es la cosa más increíble que he visto en mi vida, -pensó John cuando empezaron a caminar.
El sonido de las botas de cowboy de Tohr rebotó en las paredes de acero, como también lo hizo su profunda voz.
– Mira, acerca de conocer a Wrath. No quiero que te preocupes. Es intenso, pero no hay nada que temer. Y no te asustes por sus gafas de sol. Está casi ciego y es hipersensible a la luz, así que debe usarlas. Pero aunque no pueda ver, aun así, leerá en ti como en un libro abierto. Tus emociones serán tan claras para él como la luz del día.
Un poco más tarde, a la izquierda apareció una escalera baja, que llevaba hasta una puerta y a otro panel. Tohr se detuvo y apunto hacia el túnel, que hasta donde John podía ver, continuaba eternamente.
– Si sigues derecho por allí, llegarás a la casa del guarda a unas ciento cincuenta yardas. Tohr subió los pocos escalones, manipulo el panel, y abrió la puerta. Una brillante luz inundó el lugar como agua liberada de un dique.
John miró hacia arriba, con un extraño sentimiento resonando en su pecho. Tenía la rarísima sensación de que estaba soñando.
– Todo está bien, hijo -Tohr sonrió, su dura cara suavizándose un poco-. Nada va a lastimarte aquí arriba. Confía en mí.
– Ok, está hecho -dijo Havers.
Zsadist abrió los ojos, pudiendo ver únicamente el grueso cabello negro de Wrath.
– ¿Ha sido…?
– Ella está bien. No hay señales de relaciones forzadas ni de ningún tipo de trauma. -Se oyó un chasquido, como si el médico se estuviera quitando los guantes.
Zsadist flaqueo y sus hermanos aguantaron el peso. Cuando finalmente levantó la cabeza, vio que Havers había apartado el sangriento camisón, y había cubierto nuevamente a Bella con la toalla, y se estaba colocando un nuevo par de guantes. El macho se inclinó sobre el maletín, sacó un par de tenazas y unas pinzas, y luego miró hacia arriba.
– ¿Me ocuparé de sus ojos ahora, ¿está bien? -Cuando Z asintió, el médico sostuvo los instrumentos-. Tenga cuidado, señor. Si me asusta podría dejarla ciega con estas. ¿Me entiende?
– Si. Sólo no le hagas daño…
– No sentirá nada. Lo prometo.
Z sí observó esta parte, y fue eterna. Tenía una vaga idea de que hacia la mitad de la cura ya no se estaba sosteniendo a si mismo. Phury y Wrath estaban cargando con todo su peso para mantenerlo en pie, la cabeza le colgaba sobre el costado del macizo hombro de Wrath mientras miraba atentamente.
– La última -murmuró Havers-. Bien he sacado todas las suturas.
Todos los machos de la habitación respiraron hondo, hasta el doctor, y luego Havers volvió a sus suministros y recogió un tubo. Puso un poco de ungüento sobre los párpados de Bella; luego guardó todo en su maletín.
Cuando el médico se puso en pie, Zsadist se desasió de sus hermanos y caminó un poco. Wrath y Phury extendieron los brazos.
– Las heridas son dolorosas, pero por ahora ninguna pone en riesgo su vida -dijo Havers-. Para mañana o pasado mañana estarán curadas, siempre que se la dejen sola. Está desnutrida y necesita alimentarse. Si se va a quedar en esta habitación, necesitara encender la calefacción y trasladarla a la cama. Cuando se despierte debe ingerir comida y bebida. Y otra cosa más. En el examen interno encontré… -sus ojos pasaron por Wrath y Phury, y luego se fijaron en Zsadist. -Algo de índole personal.
Zsadist fue hacia el doctor.
– ¿Qué?
Havers lo llevó hacia un rincón y hablo despacio.
Para cuando el macho terminó, Z estaba aturdido, sin palabras.
– ¿Estás seguro?
– Sí
– ¿Cuándo?
– No lo sé. Pero relativamente pronto.
Z miró hacia Bella. Oh, Cristo…
– Ahora, ¿asumo que tiene aspirinas o Motrin en la casa?
Z no tenía idea; nunca tomaba remedios para el dolor. Miró a Phury.
– Si, tenemos -dijo su hermano.
– Suminístrenselas. Y les daré algo más fuerte como respaldo para el caso de que no alivien del todo el dolor.
Havers sacó un pequeño frasco de vidrio que tenía un sello de goma rojo como tapa y se puso en la palma de la mano dos jeringas hipodérmicas envueltas en paquetes estériles. Escribió algo en un pequeño bloc, y luego le entregó el papel y los suministros a Z.
– Si es de día y siente mucho dolor cuando se despierte, puede darle una inyección de esto de acuerdo a mis indicaciones. Es la misma morfina que le acabo de administrar, pero debe prestar atención a las dosis que le indico. Llámeme si tiene preguntas o si quiere que le asista en el procedimiento de dar inyecciones. Por otra parte, si el sol ya se puso, vendré y le daré la inyección yo. -Havers miró la pierna de Z-. ¿Quiere que examine su herida?
– ¿Puedo bañarla?
– Definitivamente sí.
– ¿Ahora?
– Sí -Havers frunció el ceño-. Pero, señor, su pierna…
Z entró al baño, abrió los grifos del jacuzzi, y metió la mano debajo del chorro. Esperó hasta que estuvo lo suficientemente caliente, luego volvió a buscarla.
Para entonces, el doctor ya se había ido, pero Mary, la mujer de Rhage, estaba en la entrada de la habitación, queriendo ver a Bella. Phury y Wrath hablaron con ella brevemente y negaron con la cabeza. Ella se fue, viéndose abatida.
Cuando la puerta se cerró, Z se arrodilló cerca del jergón y empezó a levantar a Bella.
– Espera, Z. -la voz de Wrath era dura-. Su familia deber cuidar de ella.
Z se detuvo y pensó en quien habría alimentado a sus peces. Dios…probablemente esto no estuviera bien. Mantenerla aquí, lejos de aquellos que tenían todo el derecho a cuidarla en su dolor. Pero la idea de dejarla ir era intolerable. Acababa de encontrarla…
– Irá con ellos mañana -dijo-. Esta noche y el día de mañana permanecerá aquí.
Wrath sacudió la cabeza.
– No está…
– ¿Crees que está lista para viajar en este estado? -dijo Z bruscamente-. Dejadla en paz. Haced que Tohr llame a la familia y les diga que se la entregaremos mañana al caer la noche. Ahora necesita un baño y algo de reposo.
Wrath apretó los labios. Hubo un largo silencio.
– Entonces la pondremos en otra habitación, Z. No se quedará contigo.
Zsadist se levantó y se acercó al Rey, hundiendo el dedo en los abdominales del macho.
– Sólo haz el intento de moverla.
– Por el amor de Cristo, Z, -ladró Phury-. Retráctate…
Wrath se inclinó hacia delante hasta que las narices casi se tocaron.
– Ten cuidado, Z. Sabes condenadamente bien que amenazándome conseguirás algo más, aparte de que te parta la mandíbula.
Sí, habían pasado por esto en el verano. Legalmente Z podía ser ejecutado bajo las viejas reglas de conducta si forzaba esto mucho más allá. La vida del Rey era valorada por encima de la de todos los demás.
No es que a Z le importara una mierda en ese momento.
– ¿Piensas que me preocupa una sentencia de muerte? Por favor -entrecerró los ojos-. Pero te diré esto. Tanto si decides hacer valer tu realeza sobre mi culo o no, te tomará al menos un día condenarme con La Virgen Escriba. Así que aun así Bella dormirá aquí esta noche.
Volvió hacia donde estaba ella y la levantó lo más cuidadosamente que pudo mientras se aseguraba de que la toalla permaneciera en su lugar. Sin mirar a Wrath ni a su gemelo, se deslizó dentro del baño y cerró la puerta de una patada tras él.
La tina ya estaba llena por la mitad, así que la sostuvo mientras se inclinaba y comprobaba la temperatura. Perfecta. La puso dentro del agua y luego extendió sus brazos hacia los costados para que se apoyara en los bordes.
La toalla se empapó enseguida y se fundió con su cuerpo. El pudo apreciar claramente las suaves curvas de los senos, la pequeña caja torácica, la plana extensión del estómago. Al subir el agua, el dobladillo de la toalla flotó suelto y acarició la parte de arriba de los muslos.
El corazón de Z golpeó fuertemente en el pecho y se sintió como un libertino, observándola cuando estaba herida y fuera de sí. Con la esperanza de escudarla de sus ojos y queriendo darle la privacidad que se merecía, fue hacia el armario a buscar gel para hacerle un baño de espuma. No había nada más que sales de baño, y estaba seguro como el infierno de que él no usaba esas cosas.
Estaba a punto de darse vuelta cuando fue golpeado por el hecho de que el espejo sobre la pileta era muy grande. No quería que ella se diera cuenta del aspecto que tenía, cuanto menos supiera acerca de lo que le habían hecho, mejor. Cubrió el espejo con dos toallas grandes, asegurando la tela de felpa detrás del marco.
Cuando regresó a ella, se había hundido en el agua, pero al menos la parte de arriba de la toalla todavía se sostenía de sus hombros y básicamente se mantenía en su lugar. La agarró por debajo de uno de sus brazos y la alzó, luego agarró la esponja. En el instante en que comenzaba a lavar el costado de su cuello, empezó a agitarse, salpicándolo con agua. Suaves sonidos de pánico salían de su boca, y no pararon ni siquiera cuando dejó la esponja de lado.
Háblale, idiota.
– Bella… Bella, está bien. Estás bien.
Se quedó quieta y frunció el ceño. Luego sus ojos se abrieron apenas y empezó a parpadear varias veces. Cuando trató de refregarse los párpados, le apartó las manos de la cara.
– No. Es un medicamento. Déjalo ahí.
Ella se congeló. Se aclaró la garganta hasta que pudo hablar.
– ¿Dónde… Donde estoy?
La voz, aunque vacilante y ronca, le sonó hermosa.
– Estás con… Conmigo. Estás con la Hermandad. Estás a salvo.
Mientras su vidriosa, desenfocada mirada se paseaba por la habitación, él se inclinó hacia un interruptor en la pared y atenuó las luces. Aunque estaba delirando y no había duda de que casi ciega por el ungüento, no quería que lo viera. La última cosa de la que necesitaba preocuparse era qué pasaría si las cicatrices no se curaban completamente.
Cuando bajó los brazos al agua y trabó los pies en la base de la bañera, cerró el grifo y se echó hacia atrás sentándose sobre los talones. No era bueno tocando gente, así que no era una gran sorpresa que ella no pudiera soportar sus manos sobre el cuerpo. Pero maldición, no tenía idea de que hacer para aliviarla. Se veía tan desgraciada… mucho más allá del llanto y cercana a una paralizadora agonía.
– Estás a salvo… -murmuró, aunque dudaba de que le creyera. El no lo habría hecho si hubiera sido ella.
– ¿Está Zsadist aquí?
Frunció el ceño, no sabiendo que deducir sobre eso.
– Sí, estoy justo aquí.
– ¿Estás?
– Justo aquí. Justo a tu lado -se estiró torpemente y le apretó la mano. Ella le devolvió el apretón.
Y luego pareció que empezaba a delirar. Murmuraba, haciendo pequeños sonidos que podrían haber sido palabras, y se agitaba. Z agarró otra toalla, la enrolló, y la puso debajo de la cabeza para que no se golpeara contra el duro borde del jacuzzi.
Se estrujó el cerebro pensando que podía hacer para ayudarla, y como fue lo único que se le ocurrió, tarareó un poquito. Cuando pareció que eso la calmaba un poco, empezó a cantar suavemente, eligiendo un himno en el Idioma Antiguo dedicado a La Virgen Escriba, uno que hablaba de cielos azules, blancas lechuzas y verdes prados.
Gradualmente Bella se quedó laxa e inspiró profundamente. Cerrando los ojos, se reclinó contra la almohada de toalla que le había fabricado.
Como cantar era el único consuelo que podía brindarle, cantó.
Phury miró hacia el jergón donde había estado acostada Bella, pensando que el roto camisón que ella traía lo enfermaba. Luego sus ojos se dirigieron al esqueleto que yacía en el suelo hacia la derecha. El esqueleto de una mujer.
– No puedo permitir esto -dijo Wrath cuando se acalló el sonido de agua que corría en el baño.
– Z no va a lastimarla, -musitó Phury-. Mira la forma en que la trata. Cristo, actúa como un macho emparejado.
– ¿Qué ocurrirá si cambia de humor? ¿Quieres que el nombre de Bella figure en la lista de mujeres que ha matado?
– Golpeará hasta el techo si la apartamos de él.
– Es un asunto de mierda…
Los dos se quedaron congelados. Luego lentamente ambos miraron hacia la puerta del baño. El sonido que provenía del otro lado era suave, rítmico. Como si alguien estuviera…
– ¿Qué demonios? -murmuró Wrath.
Phury no podía creerlo tampoco.
– Le está cantando.
Aunque apagada la pureza y belleza de la voz de Zsadist era sorprendente. Su voz de tenor siempre había sido así. En las raras ocasiones que cantaba, los sonidos que salían de su boca eran abrumadores, capaces de hacer que el tiempo se detuviera y luego se deslizara hasta el infinito.
– Dios… Demonios -Wrath empujó sus lentes hacia arriba, hasta la frente y se frotó los ojos-. Vigílalo, Phury. Vigílalo bien.
– ¿No lo hago siempre? Mira, tengo que ir a ver a Havers esta noche, pero sólo el tiempo suficiente para que repare mi prótesis. Haré que Rhage lo mantenga vigilado hasta que regrese.
– Haz eso. No vamos a perder a esa hembra mientras la estemos cuidando, ¿Está claro? Jesucristo… Ese mellizo tuyo haría que cualquiera se lanzara a un precipicio, ¿Sabías eso? -Wrath salió majestuosamente de la habitación.
Phury miró nuevamente hacia el jergón y se imaginó a Bella yaciendo allí cerca de Zsadist. Esto estaba mal. Z no sabía una maldita cosa acerca de brindar afecto. Y esa pobre mujer había pasado las últimas seis semanas en la fría tierra.
Debería haber estado yo allí adentro con ella. Lavándola. Confortándola. Cuidándola.
Mía, pensó, mirando la puerta desde donde salía el canto.
Phury empezó a dirigirse hacia el baño, repentinamente furioso más allá de lo imposible. La cólera territorial encendía su pecho como una hoguera, levantando una llama de poder que le rugía en el cuerpo. Agarró fuertemente el pestillo de la puerta… Y oyó ese hermoso sonido que era la melodía que entonaba el tenor.
Phury se quedó allí de pie, temblando. Mientras el enojo se convertía en un anhelo que lo asustaba, apoyo la frente contra el marco de la puerta. Oh, Dios… no.
Apretó los ojos cerrándolos, tratando de encontrar otra explicación para su comportamiento. No había otra. Y, después de todo él y Zsadist eran mellizos.
Así que tendría sentido que desearan a la misma hembra. Que terminaran… vinculándose a la misma mujer.
Soltó una maldición.
Mierda santa, esto eran problemas… de la clase que te enterraban-bien-muerto. Para empezar, dos machos emparejados atados a la misma mujer era una combinación letal. Si le agregabas el hecho de que estos fueran dos guerreros, tenías el potencial para que ocurrieran serios daños. Después de todo, los vampiros eran animales. Caminaba y hablaban y eran capaces de razonamientos más elevados, pero fundamentalmente eran animales. Así que había algunos instintos que ni siquiera el más ingenioso de los cerebros podía superar.
Lo bueno era que todavía no habían llegado a ese punto. Se sentía atraído por Bella y la deseaba, pero no había llegado a sentir el profundo sentido de posesión que era la carta de presentación de un macho emparejado. Y no había detectado la esencia de emparejamiento irradiando de Zsadist, así que tal vez todavía hubiera esperanzas.
Aun así ambos tenían que alejarse de Bella. Los Guerreros, probablemente por su naturaleza agresiva se emparejaban, fuerte y rápidamente. Así que tenía esperanzas de que ella se fuera pronto con su familia, donde pertenecía.
Phury soltó el pomo de la puerta y salió de la habitación. Bajó las escaleras como un zombi y se dirigió fuera hacia el patio. Quería que el frío le golpeara para poder aclarar sus pensamientos. Pero lo único que logró fue que su piel se pusiera tirante.
Estaba a punto de encender un porro de humo rojo cuando se dio cuenta que el Ford Taurus, al que Z le había hecho un puente para traer a casa a Bella, estaba aparcado en frente de la mansión. Todavía estaba en marcha, olvidado ante todo el drama.
Bien, esa no era la clase de escultura de césped que precisaban. Sólo Dios sabía que clase de dispositivo de rastreo había en él.
Phury se metió en el sedán, puso la cosa en movimiento y se dirigió hacia la salida.