Epílogo

La fiesta del domingo en la casa Bridgerton será sin duda el acontecimiento de la temporada. Se reunirá toda la familia con unos cien de sus mejores amigos para celebrar el cumpleaños de la vizcondeza viuda.

Se considera grosería mencionar la edad de una dama, por lo tanto esta cronista no revelará qué cumpleaños celebra lady Bridgerton.

Pero no temáis, ¡esta Cronista lo sabe!


Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 30 de abril de 1824.


Para! ¡Para!

Desternillándose de risa, Sophie bajó corriendo la escalinata de piedra que llevaba al jardín de atrás de la casa Bridgerton. Después de tres hijos y siete años de matrimonio, Benedict todavía la hacía sonreír, todavía la hacía reír, y seguía persiguiéndola por toda la casa siempre que se le presentaba la oportunidad.

– ¿Dónde están los niños? -preguntó resollante cuando él le dio alcance en el último peldaño.

– Francesca los está vigilando.

– ¿Y tu madre?

Él sonrió de oreja a oreja.

– Yo diría que Francesca la está vigilando también.

– Cualquiera podría sorprendernos aquí -dijo ella, mirando a uno y otro lado.

La sonrisa de él se tornó pícara.

– Tal vez -dijo, cogiéndole la falda de terciopelo verde y enrollándola en ella- deberíamos retirarnos a la terraza privada.

Esas palabras tan conocidas no tardaron más de un segundo en transportarla al baile de máscaras, nueve años atrás.

– ¿La terraza privada, dice? -preguntó, sus ojos bailando traviesos- ¿Y cómo sabe, por favor, de la existencia de una terraza privada?

Él le rozó los labios con los de él.

– Digamos que tengo mis métodos -susurró.

– Y yo tengo mis secretos -repuso ella, sonriendo pícara. Él se apartó un poco.

– ¿Ah, sí? ¿Y me los vas a contar?

– Los cinco -dijo ella, asintiendo- vamos a ser seis.

Él le miró atentamente la cara y luego le miró el vientre.

– ¿Estás segura?

– Tan segura como estaba la última vez.

Él le cogió una mano y se la llevó a los labios.

– Éste será una niña.

– Eso fue lo que dijiste la última vez.

– Lo sé, pero…

– Y la vez anterior.

– Tanta más razón para que las probabilidades estén a mi favor esta vez.

– Me alegra que no seas un jugador -dijo ella moviendo la cabeza.

Él sonrió ante eso.

– No se lo digamos a nadie aún.

– Creo que unas cuantas personas ya lo sospechan -reconoció ella.

– Quiero ver cuánto tarda en descubrirlo esa mujer Whistledown -dijo Benedict.

– ¿Lo dices en serio?

– La maldita mujer descubrió lo de Charles, descubrió lo de Alexander y descubrió lo de William.

Sonriendo, Sophie se dejó llevar hacia las sombras del jardín.

– ¿Te das cuenta de que me han mencionado doscientas treinta y dos veces en Whistledown?

Él paró en seco.

– ¿Has llevado la cuenta?

– Doscientas treinta y tres si contamos la vez después del baile de máscaras.

– No me puedo creer que las hayas contado.

Ella hizo un despreocupado encogimiento de hombros.

– Es emocionante ser mencionada.

Benedict encontraba horriblemente molesto ser mencionado, pero no le iba a aguar el placer diciéndoselo, por lo que simplemente dijo:

– Por lo menos siempre escribe cosas simpáticas de ti. Si no, podría tener que darle caza y expulsarla del país.

Sophie no pudo evitar sonreír.

– Vamos, por favor. No creo que lograras descubrir su identidad; nadie de la alta sociedad lo ha logrado.

Él arqueó una arrogante ceja:

– Eso no parece reflejar el cariño y la fe de una esposa.

Ella hizo como si estuviera examinando atentamente uno de su guantes.

– No tienes para qué gastar energía en eso. Evidentemente es muy buena en lo que hace.

– Bueno, no se enterará de lo de Violet -juró Benedict-. Al menos no antes de que sea evidente al resto del mundo.

– ¿Violet? -preguntó Sophie dulcemente.

– Ya es hora de que mi madre tenga un descendiente que lleve su nombre, ¿no te parece?

Sophie se abrazó a él, apoyando la mejilla en su camisa de lino almidonada.

– Encuentro precioso el nombre Violet -musitó, acomodándose más en el refugio de sus brazos-. Es de esperar que sea una niña. Porque si es un niño, no nos lo perdonará jamás.

Esa noche, en una casa del mejor barrio de Londres, una mujer cogió su pluma y escribió:


Ecos de Sociedad de Lady Whistledown 3 de mayo de 1824.


Ah, amables Lectores, esta cronista se ha enterado de que el número de nietos Bridgerton muy pronto va a aumentar de diez a once.


Pero cuando intentó seguir escribiendo, lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y exhalar un suspiro. Llevaba mucho tiempo haciendo eso. ¿Podía ser posible que ya fueran once años?

Tal vez era hora de pasar a otra cosa. Estaba cansada de escribir acerca de todos los demás. Era hora de que comenzara a vivir su propia vida.

Así pues, dejando su pluma, lady Whistledown se dirigió a la ventana, abrió las cortinas verde salvia y contempló el negro cielo nocturno.

– Es hora de que haga algo distinto -susurró-. Es hora de que por fin sea yo misma.

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