Colin la miró a los ojos de color marrón chocolate y se sintió conmovido. Había querido saber si seguía siendo una ladrona, y una parte de él deseaba en secreto que lo fuese, pues en tal caso podría quitársela de la cabeza con facilidad y convencerse de que lo que sentía por ella era una atracción irracional.
Pero aquella faceta de sí misma que había revelado, aquella persona que consagraba su tiempo, sus ingresos y su corazón a ayudar a los niños… aquella persona tenía honor e integridad. Era leal y valiente. Eran rasgos que Colin admiraba mucho y que lo atraían. De un mero interés físico podía alejarse. Pero una atracción que implicaba a algo más que su cuerpo, que le tocaba el corazón y la mente… No sabía muy bien cómo quitársela de la cabeza o convencerse de que no le convenía.
Solo se le ocurría ceder a su deseo de saber más.
Saberlo todo. Destapar cada capa fascinante de su personalidad y descubrir con exactitud quién era y cómo había llegado a ser esa mujer que tanto lo cautivaba. Su elocuencia, los modales educados con que se comportaba… ¿Cómo y dónde había aprendido tales cosas?
¿Seguía siendo una ladrona? Ahora su instinto le decía que no. Sus sospechas de que su actividad de echadora de cartas fuese solo una tapadera para robar a la gente adinerada en cuyos hogares llevaba a cabo sus tiradas resultaban infundadas, sobre todo porque no había oído que hubiesen robado nada.
Estaba muy dispuesto a poner en duda todo lo que ella dijese, pero no podía.
– Necesita protección -dijo, obligándose a concentrarse en sus ojos y a no mirarle la boca, que deseaba saborear y explorar-. Tenemos que pensar en la mejor forma de ofrecérsela.
– No soy una dama protegida de la sociedad, señor. Llevo mucho tiempo cuidando de mí misma.
En la mente de Colin surgió la imagen de ella aquella noche en Vauxhall, su rostro sucio, el olor de angustia y desesperación que emanaba mientras cogía su reloj de bolsillo, y se sintió muy apenado.
– Y es evidente que lo ha hecho muy bien -dijo, con voz áspera por una emoción que era una mezcla de compasión y de otra cosa que temió examinar con demasiada atención-. Sin embargo, ahora nos enfrentamos a alguien que probablemente ha matado ya a dos personas, de una forma muy audaz, y planea matar a alguien en la fiesta de lord Wexhall. No deberíamos ignorar su sensación de que la seguían. Y debe tener en cuenta que cualquier peligro dirigido contra usted podría afectar a su hogar y a las personas a quienes trata de proteger.
Alex abrió mucho los ojos al oír sus palabras y luego los entornó decidida.
– No permitiré que nada perjudique a esos niños ni a Emma.
– Entonces creo que lo mejor es que los avise y se mantenga alejada de ellos hasta que pase la fiesta de Wexhall y se resuelva esto.
La joven movió las manos en un gesto de impotencia.
– Es un buen plan, pero no tengo adonde ir. Yo no puedo permitirme…
– Puede quedarse aquí, conmigo.
Sus palabras quedaron flotando en el aire, y Alex se quedó inmóvil bajo sus manos, que seguían agarrándola de los brazos. La voz interior de Colin le advirtió que la soltase, pero él ignoró el aviso y en lugar de eso escuchó a su apremiante necesidad de tocarla.
Demonios, Colin deseó que ella no tuviese tanta habilidad para ocultar sus sentimientos. La expresión de la joven no revelaba nada.
– Aunque aprecio su oferta -dijo por fin-, presentaría problemas para ambos. Si me instalase en su casa, todo el mundo daría por supuesto que soy su amante. Sin duda, los miembros de la alta sociedad que ahora recurren a mis servicios se escandalizarían y ya no querrían contratarme. Me temo que su oferta, aunque tal vez me asegure la seguridad física, signifique para mí la muerte económica y social. Y luego está el asunto de su prometida.
– ¿Mi… prometida? -repitió él, desconcertado. Había perdido todo el hilo de sus pensamientos al oír la palabra «amante».
– Sí, su prometida. La mujer que ha venido a buscar a Londres. La mujer con la que va a casarse y regresar a Cornualles -aclaró.
– Ah, sí. ¿Qué tiene que ver?
Alex suspiró exasperada.
– Aunque una solución como la que me propone no resultase desastrosa para mí, que la gente crea que usted vive abiertamente con su amante no va a ayudarle en su búsqueda de esposa.
Buscar esposa… Eso hacía. Pero solo pudo pensar en que Alex había vuelto a pronunciar aquella palabra que destruía sus pensamientos. «Amante.» Colin recordó el sueño en que ella se le acercaba vestida con un atrevido camisón, con ojos brillantes y llenos de intenciones sensuales. Como lo haría una amante. En su mente surgió la imagen de ella desnuda, excitada, esperándolo en su cama. Deseándolo.
De pronto tomó conciencia de lo cerca que estaban, del calor de los brazos de ella, del sutil y dulce aroma de naranjas que provocaba a sus sentidos. Colin sacudió la cabeza y frunció el ceño, espantado ante la facilidad que tenía aquella mujer para hacerle perder la concentración.
Tras decidir que era mejor poner cierta distancia entre ellos, al menos hasta que concluyese su conversación, la soltó y se acercó a la ventana. Las cintas doradas del sol de la tarde se colaban a través de los cristales, incitándolo a salir al exterior.
Allí debía estar. Cruzando Hyde Park a caballo, charlando con señoritas de impecable cuna que, a aquellas horas, visitarían el parque con sus padres o una señora de compañía, aprovechando el buen tiempo para conocer gente. Por desgracia, él no albergaba deseo alguno de charlar con ninguna de aquellas señoritas. La única mujer con la que sentía deseos de hablar estaba a sus espaldas, a tres metros de distancia.
Pero al menos ahora que no la miraba, que no la tocaba, que no absorbía su aroma, sus pensamientos volvían a su cauce. Tras un momento de reflexión, se volvió hacia ella. Y, como siempre le ocurría cuando la mirada, se quedó sin respiración, como si hubiese atravesado la habitación corriendo.
– He llegado a una solución -dijo, reprimiéndose para no acercarse a ella-. Se alojará en la casa de lord Wexhall, que está muy cerca. Así estará segura y, como mi hermano y su esposa también se alojan allí en este momento, no habrá problemas de decoro.
El rostro de Alex reflejó una gran confusión.
– ¿Por qué iba a acceder lord Wexhall?
– Porque somos muy amigos.
– Pero, si estoy en peligro, podría poner en una situación difícil a todas las personas que viven en su casa.
– Si está en peligro, no hay en Inglaterra una casa más segura que la de Wexhall. Él y su personal están bien entrenados en esos asuntos. Como mi hermano y yo mismo.
Alex enarcó las cejas.
– ¿Entrenados en esos asuntos? ¿Tres caballeros? Suena como si todos ustedes fuesen espías o algún disparate semejante.
– Es que hemos sido espías, y el que tuvo retuvo. Créame, está en buenas manos.
La máscara inescrutable de la joven desapareció, y ella le miró incrédula.
– Bromea.
– No bromeo. Se preguntaba cómo iba a saber un caballero algo sobre forzar cerraduras, y esa es la respuesta. En realidad, lord Wexhall fue mi primer profesor en ese arte. Mientras se aloje en su casa, tal vez quiera pedirle una o dos indicaciones.
La muchacha cruzó los brazos y lo miró con recelo.
– ¿Lord Wexhall? ¿Ese hombre amable y despistado? Ahora estoy segura de que bromea.
– No. Hasta que se retiró hace varios años, estaba al servicio de la Corona. Tanto mi hermano como yo le rendíamos cuentas a él.
– Su hermano el médico.
– Que también es un experto descodificador y está retirado. Es el único hermano que tengo.
– Me está diciendo que es usted espía.
– Que era espía. Yo también me retiré del servicio activo hace cuatro años.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué era espía, o por qué me retiré?
– Las dos cosas.
– Wexhall me propuso apostar a uno de sus espías en la propiedad que mi familia posee en Cornualles, debido a su situación estratégica respecto a Francia. Yo accedí a su plan, a condición de que yo fuese el espía. Conociendo el gusto de mi hermano por los acertijos, códigos y demás, también le recomendé a él.
Alex parecía confusa.
– Pero ¿por qué iba a implicarse un hombre como usted en una actividad tan peligrosa?
– Esta es la segunda vez que dice «un hombre como usted». ¿A qué se refiere exactamente?
Colin apretó la mandíbula, irritado consigo mismo por dejar que la pregunta atravesase sus labios, sobre todo cuando sabía muy bien a qué se refería. Se refería a…
– Un caballero con título, por supuesto -dijo.
Un caballero con título, por supuesto, repitió Colin para sus adentros, reprimiendo el sonido de disgusto que surgió en su garganta. Bien, desde luego no podía negar la precisión de sus palabras: eso era él. Por desgracia, para la mayoría de las personas no era nada más. Solo un título. Hacía mucho tiempo que se creía inmune al dolor que había experimentado cuando de joven se percató de ese hecho, pero, dada la innegable quemazón que sintió al oír aquellas palabras, debía reconocer que se equivocaba al respecto. Ella lo veía como los demás.
Apartando su ridícula desilusión, inspiró hondo y regresó con la mente al joven insatisfecho que era ocho años atrás.
– Mientras crecía, toda mi existencia giraba en torno a mis deberes para con mi título y mis propiedades. Cuando cumplí veintiún años, mi padre ya me había enseñado todo lo que tenía que saber. Disfrutaba mucho trabajando, pero a mi padre le gustaba, o mejor dicho, necesitaba, llenar sus días solitarios administrando las propiedades él mismo. Yo no tenía valor para pedirle que hiciese menos para permitirme hacer más y negarle así lo que necesitaba. Así que no hacía nada que no pudiese hacer un administrador. Me sentía… inquieto. Innecesario. Vacío. Y sobre todo inútil. Nathan tenía su profesión de médico, pero yo no tenía nada al margen de las habituales ocupaciones de un caballero de campo, que, aunque resultaban agradables, no tenían demasiado uso ni valor.
Colin hizo una pausa, recordando su creciente descontento.
– Nunca olvidaré el día en que por fin me harté de no ser nada más que un caballero con título, como usted me ha descrito con tanto acierto. Nathan nos contó a mi padre y a mí que había salvado la vida de un hombre aquella mañana. Escuché sus palabras, oí el orgullo en su voz y me di cuenta de que nunca había hecho nada de lo que pudiese estar tan orgulloso. Desde luego, nada tan importante como salvar la vida de alguien.
El recuerdo lo invadió; aquellos sentimientos de insatisfacción resultaban tan nítidos como si los hubiese albergado el día anterior.
– Entonces supe que quería o, mejor dicho, necesitaba demostrarme a mí mismo que era más que un título, pero no estaba seguro de qué hacer. Consideré la posibilidad de comprar un cargo en el ejército, pero entonces apareció Wexhall, quien quería utilizar la propiedad para el espionaje, y vi una oportunidad. Al principio dudaba de mi capacidad como espía, pero lo convencí de que me diese la oportunidad de demostrar que me hallaba a la altura de la tarea. Resultó que sí, y que además poseo un talento especial para forzar cerraduras y colarme en lugares en los que no debería estar. Todo eso es muy práctico para un espía.
– Sí, imagino que debe serlo. ¿Le gustaba espiar?
Colin reflexionó.
– Sí -dijo-. Me gustaba servir a mi país, hacer algo importante, ser útil. Me encantaba el reto.
No añadió que hubo varias misiones, una en particular, que no le gustaron en absoluto, que habían dejado en él profundas marcas físicas y mentales.
– Al mirar hacia atrás -añadió-, tengo que decir que fue la época más feliz de mi vida.
– ¿Por qué se retiró?
Se apretó el muslo con la palma de la mano y decidió contarle la versión sencilla.
– Me hirieron.
– ¿Cómo?
– De un disparo.
La mirada de Alex se posó un instante en el muslo de Colin.
– ¿Duele? -preguntó en voz baja.
Colin se encogió de hombros y cruzó los brazos.
– A veces -respondió, esbozando una sonrisa-. Sobre todo cuando me veo obligado a correr por los callejones de Londres en persecución de echadoras de cartas.
Alex indicó con un gesto de la cabeza el cajón cerrado.
– ¿Podría forzar esa cerradura?
– Por supuesto, y en mucho menos tiempo del que ha tardado usted en verse atrapada con las manos en la masa. Lo cual es comprensible, pues, naturalmente, no tiene experiencia en forzar cerraduras.
Colin se rió para sus adentros al ver la mirada ofendida de la joven. Era evidente que esa afirmación la irritaba y que debía hacer un gran esfuerzo para no corregirlo, pues en realidad, antes de hacer notar su presencia, Colin había observado que estaba a punto de abrir el cajón, y habría tardado menos de un minuto en acceder a él. Impresionante. Se le ocurrió una vez más que sería una espía estupenda.
– ¿Está dispuesto a hacerme una demostración? -preguntó ella.
En señal de respuesta, él le entregó la llave.
– ¿Por qué no se asegura de que está bien cerrado. No querría llevar ventaja.
– Encantada -dijo Alex con una sonrisa no demasiado sincera.
Cuando acabó, se puso en pie y le entregó la llave, que Colin se deslizó en el bolsillo del chaleco.
Sin embargo, en lugar de arrodillarse delante del escritorio, se acercó más a ella. Alarmada, Alex retrocedió y se detuvo al topar contra el escritorio. Colin se acercó aún más.
– ¿Qué… qué hace?-preguntó ella con una voz jadeante.
A Colin le entraron ganas de hacer algo para que jadease aún más.
Mirándola a los ojos, Colin alargó el brazo y, con destreza, le quitó una horquilla del cabello. Con una sonrisa, sostuvo en alto su presa.
– No puedo forzar una cerradura solo con mi buena apariencia.
Alex lo miró de hito en hito, deteniéndose en su boca de una forma que tensó todos los músculos de Colin.
– Supongo que no -dijo Alex con la misma voz jadeante-. ¿Qué hacía cuando no había una mujer en las proximidades a quien pudiese quitarle una horquilla?
Demonios, hacía falta un esfuerzo hercúleo para no alargar el brazo y tocarla. En lugar de eso, le guiñó el ojo.
– Siempre llevo las mías.
Colin se dejó caer sobre una rodilla, hizo crujir los nudillos y luego se frotó las manos. Para acabar, la miró.
– ¿Lista?
– Ya lo estaba -respondió ella con sequedad.
Sin más, Colin introdujo con delicadeza la horquilla en la cerradura, la movió dos veces y luego la sacó.
– Voilà!
– No sea ridículo. Ese cajón no está abierto…
Alex abrió despacio el cajón. Tuvo que apretar la mandíbula para no abrir la boca ante su destreza y habilidad. Vio lo que parecía una brillante caja negra pero, antes de que pudiese ver más, Colin cerró el cajón, introdujo su llave y lo cerró. A continuación, en un único y flexible movimiento, se puso en pie y se guardó la llave en el bolsillo.
El hombre alargó el brazo y volvió a colocarle la horquilla en el pelo con suavidad.
– No solo forzaba cerraduras -dijo en voz baja-, también era un experto carterista.
La proximidad de Colin, el suave contacto de sus manos en sus propios cabellos y el leve aroma limpio que emanaba conspiraron para dejarla sin habla. Alex se aclaró la garganta.
– ¿Carterista? ¿Era bueno?
Colin apartó las manos de sus cabellos, dio un paso atrás y sonrió.
– Creo que el hecho de que necesite preguntarlo demuestra que lo era. Y todavía lo soy. Me parece que esto es suyo -respondió, tendiendo la mano.
Alex se quedó boquiabierta al ver el paquete envuelto en seda color bronce que Colin tenía en la palma de la mano. Se llevó la mano al profundo bolsillo de su vestido en el que guardaba sus cartas. El bolsillo estaba vacío. Dios, era muy bueno. Y ella entendía de eso. Habría sido un ladrón estupendo.
– Impresionante -dijo la joven, incapaz de disimular su admiración-. Estoy asombrada.
– Gracias. Es solo una de mis numerosas capacidades.
La malicia brillaba en los ojos de Colin, haciéndolo todavía más atractivo.
Cielos, Alex no dudó ni por un instante que poseía docenas de capacidades más. Y estaba claro que entre ellas se incluía la de besar a una mujer hasta dejarla sin aliento, ansiosa, desesperada y encendida…
– Impresionada y asombrada -dijo él, sacándola de sus pensamientos descontrolados-. Creo que está… «impresiobrada».
Alex no pudo evitar sonreír.
– Supongo que sí.
– Sin embargo, apuesto que dice eso a todos los carteristas caballeros con título que conoce.
Incapaz de resistirse a sus bromas, Alex imitó su actitud alegre, bajando la mirada y mirándolo luego a través de las pestañas.
– ¡Madre mía! Ha descubierto mi mayor secreto.
– ¿De verdad?
Antes de que pudiese darle una respuesta despreocupada, Colin alargó la mano y le rozó la mejilla con las puntas de los dedos, robándole el poco aliento que aún no le había quitado. Una pasión inconfundible surgió en sus ojos, fundiendo todo rastro de diversión.
– Sospecho que tiene otros secretos -dijo Colin en voz baja, pasándole los dedos despacio por el mentón.
El sentido común de Alex le exigía que se apartase de él, de aquel contacto que parecía prenderle fuego bajo la piel. Pero la mujer que había en ella, que lo sabía todo sobre la supervivencia y sin embargo tan poco sobre la vida y que había permanecido rigurosamente encerrada hasta que él abrió la puerta con su beso, se negaba a moverse, incapaz de reprimir su incontrolable curiosidad y deseo de saber qué haría él a continuación.
Con el corazón desbocado, Alex se humedeció los labios.
– Todo el mundo tiene secretos, señor. Incluso usted -dijo.
Una expresión desolada y atormentada surgió en los ojos de Colin, pero desapareció tan rápido que Alex dudó si la había imaginado.
– No puedo discrepar sobre eso -respondió, mientras sus dedos se movían en torno al lóbulo de la oreja de la joven-, aunque sí discrepo con algo que ha dicho antes.
– ¿Qué es?
– Que no tiene nada de lo que envanecerse -contestó, mientras le pasaba la yema del pulgar por los labios, inflamándola hasta los dedos de los pies-. Es preciosa.
Alex soltó una carcajada de asombro.
– Y usted es tonto.
Colin sonrió.
– También soy mucho más amable que usted.
– Tengo un espejo. ¿Preciosa? No soy nada de eso.
– Puede que tenga un espejo, pero no se ve con claridad. -Colin inclinó la cabeza primero hacia la izquierda y después hacia la derecha, como si la evaluase y sopesara la cuestión- Lo cierto es que tiene razón. No es preciosa. Es exquisita.
Esa descripción resultaba aún más ridícula, pero sus hábiles dedos hacían que se sintiera exquisita mientras continuaban con su deliciosa exploración, bajando por su cuello. Dios, era casi imposible no cerrar los ojos y dejarse acariciar, como hacía su gato, Monsieur, cuando ella le hacía mimos. Nunca imaginó que el contacto de un hombre pudiera ser tan suave. Tan inequívocamente encantador y al mismo tiempo tan…emocionante.
– ¿Ha bebido? -se sintió impulsada a preguntar.
– No. No hace falta. Usted me embriaga.
Le tomó el rostro con una mano y le rozó la mejilla con el pulgar, mientras con el otro brazo le rodeaba la cintura para acercarla aún más hacia sí.
Su contacto y la intensidad de su mirada la hicieron temblar. Alex se fundía de dentro hacia fuera. Sus senos rozaban el pecho de él y, pese a las capas de ropa que separaban la piel de los dos, la joven contuvo el aliento ante el intenso contacto. Los ojos de Colin parecieron oscurecerse y, aunque su vida hubiese dependido de ello, Alex no habría podido apartar la mirada. Bésame. Por favor, bésame…, pensó.
Las palabras resonaron en su mente, exigiendo ser pronunciadas. Su expectación era tan intensa que se asemejaba al dolor. Justo cuando no creyó poder aguantarlo un instante más, Colin inclinó la cabeza y apretó sus labios contra la piel sensible situada detrás de la oreja.
Los ojos de Alex se cerraron ante la sensación excitante y deliciosa del cuerpo de él tocando el suyo del pecho a una rodilla. Mientras su voz interior le advertía que se detuviese, que se alejase, sus manos ascendieron poco a poco y agarraron sus anchos hombros.
– No tiene idea de cuánto me alegré al descubrir que no estaba casada -susurró Colin contra su cuello, con voz aterciopelada y seductora, mientras su cálido aliento le producía escalofríos de pasión.
– Estuvo muy mal por su parte entrar en mi casa. Yo… estoy… muy enfadada con usted.
Por desgracia, el suspiro de placer que se le escapó no correspondía en absoluto a sus palabras.
– Entonces tendré que procurar congraciarme de nuevo con usted.
Desde luego, era todo un maestro. La sensación de sus labios explorando con gesto pausado la zona en que se unían el cuello y el hombro de Alex hacía que le temblasen las rodillas. Sin embargo, aunque no hubiese visto la falta de pruebas de la presencia de un marido en su casa -continuó-, habría sabido de todos modos que no estaba casada.
– ¿Cómo? -preguntó Alex en un suspiro jadeante, mientras Colin le besaba la garganta.
Él se enderezó, y la joven echó de menos sus labios contra su propia piel. Alex abrió los ojos, y el corazón le dio un vuelco cuando vio el fuego que ardía en su mirada.
– Anoche, en el carruaje -dijo Colin, pasándole la punta de un dedo por los labios-. Su beso. Era demasiado inexperta para haber estado casada.
Toda la pasión que sentía se apagó con tanta eficacia como si él le hubiese echado encima un jarro de agua fría. Alex no podía recordar la última vez que se ruborizó, pero las hogueras de mortificación que quemaban sus mejillas eran inconfundibles. La joven trató de escabullirse, pero él la abrazó con más fuerza, sujetándola con una facilidad que solo sirvió para aumentar su humillación.
– No se avergüence -dijo Colin, tocando su mejilla en llamas-. Lo he dicho como un elogio.
– ¿Elogio? -repitió ella con un bufido-. ¿Primero preciosa, luego exquisita y ahora esto? ¿Cuántas mentiras más me dirá esta tarde?
– No he mentido. Puede que usted no piense que es exquisita, pero yo sí. Desde la primera vez que la vi no he podido olvidar su rostro. En cuanto a su forma de besarme… me pareció fascinante, tentadora y muy excitante. Estoy seguro de que se dio cuenta. ¿O no fue así?
Alex compensaba de sobras su falta de experiencia personal con lo que había presenciado y oído en los callejones de Londres.
– Puede que sea inexperta, pero no ignoro el funcionamiento del cuerpo humano -dijo, alzando un poco la barbilla-. Me di cuenta.
Y eso la había entusiasmado de una forma que nunca esperó.
– Además, aprende rápido. He pensado mucho en usted. ¿Ha pensado en mí? -preguntó Colin, mirándola a los ojos.
¿Dónde estaba la fría mirada desdeñosa que siempre utilizaba para quitarse de encima a cualquier hombre que la mirase? ¿Dónde estaba su ira y su decisión de evitar aquella tentación capaz de debilitar sus rodillas? No tenían ninguna opción bajo su hechizo. Se evaporaban bajo el fuego de sus bellos ojos verdes, ojos que ella había jurado poner morados si él intentaba besarla de nuevo. En cambio, ardía en deseos de volver a vivir la magia de un beso suyo.
¿Que si había pensado en él? Solo había llenado cada grieta de su mente. Una mentira flotaba en sus labios pero, en vista de la sinceridad de Colin, se negó a ser pronunciada.
– Sí.
– De la misma forma en que yo he pensado en usted, espero.
Con un esfuerzo, Alex se sobrepuso y enarcó una ceja.
– No estoy segura. ¿Había pensado en golpearme con una sartén de hierro?
Colin esbozó una sonrisa y sacudió la cabeza, mientras sus manos le acariciaban la espalda estrechándola contra sí.
– No. Pensaba en tocarla -respondió, antes de inclinarse hacia ella y rozar los labios de Alex con los suyos-. En besarla -susurró contra su boca-. Pensaba en lo cálida, dulce y deliciosa que sabe. En lo mucho que quiero volver a saborearla.
El corazón de Alex latió con fuerza al oír sus palabras, pronunciadas en aquel áspero susurro. Colin le pasó la lengua por el labio inferior, y los labios de la muchacha se abrieron con un suspiro. Pero en lugar de besarla, levantó la cabeza. Cogiendo su rostro entre las manos, la miró a los ojos, estudiándola como si fuese un enigma por resolver.
– ¿Fueron sus pensamientos parecidos a los míos? -preguntó Colin en voz baja.
Desde el momento en que encendiste mi imaginación y mis fantasías hace cuatro años en Vauxhall, pensó Alex. No habría podido negarle la verdad de haberlo intentado.
– Sí.
– Gracias a Dios.
Sus palabras resonaron en los labios de la joven. A continuación, Colin inclinó la boca sobre la de ella y la besó con la misma mágica perfección que la noche anterior.
Pero este beso era… más beso. Más profundo. Más abrasador. Más intenso y exigente. Más apasionado y urgente. Más exquisito. Su lengua penetró en la boca de ella, y la joven imitó todos sus gestos, empleó todos los matices que él le enseñara la noche anterior, ansiosa de aprender más y no dejar que su ignorancia la avergonzase.
Rodeándole el cuello con los brazos, Alex exploró con la lengua el sedoso calor de su boca. Un gemido surgió de la garganta de Colin y, sin interrumpir el beso, se movió para quedar apoyado contra el escritorio. Separó las piernas y la atrajo entre sus muslos, presionando su erección contra ella. La joven se sintió invadida por el calor, y un latido palpitó entre sus piernas.
Rodeada por sus fuertes brazos, se sintió completamente rodeada por él. Segura. Caliente. Protegida. Una intensa sensación, distinta de todo lo que había experimentado en su vida. Una sensación de la que ansiaba más. El cuerpo de Colin emanaba calor, y la joven aspiró su aroma limpio y masculino. Anhelante, Alex se apretó contra él, sintiendo sacudidas de placer.
Con un gemido, él separó aún más las piernas y le apoyó una mano abierta en la parte inferior de la espalda, estrechándola más contra sí mientras adelantaba la otra mano para pasarla sobre su pecho. La joven jadeó contra su boca y Colin interrumpió el beso para recorrerle el cuello con los labios. Alex echó la cabeza hacia atrás, rendida, se aferró a sus hombros, tratando de absorber la lluvia de sensaciones placenteras, pero la bombardeaban demasiado deprisa. Sus pezones se tensaron y la joven arqueó la espalda, apretando su pecho anhelante contra la palma de la mano de Colin.
– Naranjas -susurró él contra la base de su garganta-. Deliciosas.
Y luego, mientras le acariciaba los pechos, volvió a besarla con un beso largo, lento y profundo que la dejó sin aliento. La muchacha notaba pesado, húmedo y anhelante el lugar secreto entre sus muslos, que latía al compás del movimiento de la lengua de él en su boca. Una deliciosa languidez la invadió, y la joven se fundió contra él. Las manos de Alex se hicieron ¡más audaces, recorriendo el amplio pecho de él, acariciando sus fuertes hombros y enredándose en su denso y sedoso pelo.
La muchacha perdió toda noción del tiempo y del espacio, y por primera vez en su vida dejó que se impusieran sus sentidos. Todo se desvaneció salvo la necesidad cada vez más desesperada de experimentar más su fuerza. Saborear más su delicioso sabor. Tocar más su piel cálida y firme. Alex se apretó contra Colin mientras su cuerpo tembloroso ansiaba y necesitaba más, sabiendo que solo él podía apagar aquel infierno que había encendido en su interior.
Algo frío le tocó la pierna pero, antes de que pudiese entender qué era, la mano cálida de Colin subió despacio por su muslo, separada de su piel solo por la fina capa de su ropa interior, una sensación que la conmocionó y la hizo estremecerse. La mano ascendió más aún para dibujar lentos círculos sobre las nalgas de la muchacha, y Alex gimió, anhelando el contacto embriagador. ¿Cómo podía una caricia tan lenta acelerarle así el pulso?
Un insistente repiqueteo penetró la niebla de deseo que la envolvía, y él debió de oírla también porque levantó la cabeza. Aturdida, Alex abrió los ojos. Sus miradas se encontraron, y la joven se quedó sin aliento al ver el deseo abrasador que ardía en los ojos de él. Los golpes sonaron de nuevo y Alex cayó en la cuenta sobresaltada…
– La puerta.
La voz de Colin sonó grave y áspera, y pareció halagadoramente disgustado ante la interrupción.
La realidad regresó de golpe y Alex lanzó un grito ahogado» apartándose varios pasos de Colin con gesto vacilante. La joven se llevó las manos a las mejillas encendidas.
– ¡Dios mío!
¿Qué había hecho? Al instante, su voz interior respondió «Has disfrutado más en estos pocos minutos que en toda tu vida».
– No te preocupes. Nadie entrará. ¿Qué ocurre, Ellis? -preguntó en voz alta, sin apartar la mirada de ella.
– El doctor Nathan está aquí, señor -dijo la voz ahogada del mayordomo a través de la puerta-. ¿Está usted en casa?
Antes de que pudiese responder, se oyó desde el otro lado de la puerta otra voz, muy masculina y divertida.
– Claro que está en casa, Ellis. Mis saludos, querido hermano. Traigo regalos y te esperaré en tu estudio. No tardes demasiado, o me comeré todo el mazapán sin ti.
Lord Sutton murmuró algo que sonó sospechosamente como «maldito y puñetero plomazo». La mirada glacial que dirigió a la puerta pretendía sin duda fulminar la superficie de roble. Lo cierto es que parecía tan disgustado que Alex tuvo que apretar los labios para disimular su repentino regocijo. Pero no tuvo éxito, porque Colin la miró con los párpados entornados.
– ¿Te estás riendo?
– ¿Yo? Claro que no -dijo Alex, con gesto altanero.
– Porque si te estuvieses riendo…
La mirada encendida de Colin la abrasó.
– ¿Qué harías?
La pregunta jadeante salió antes de que la joven, asustada, pudiese detenerla.
– Una pregunta interesante. Tendré que reflexionar, porque tú logras que quiera hacer muchas cosas.
Colin la tomó de la mano. Cuando sus cálidos dedos envolvieron los de ella, la joven recordó sobresaltada que no llevaba los guantes. Entonces bajó la mirada y vio los dedos de encaje que sobresalían de debajo del escritorio.
La vergüenza la invadió pero, antes de que pudiese apartar la mano, Colin la había cogido y había apretado los labios contra su palma. Una de sus palmas callosas y estropeadas siempre tenía buen cuidado en ocultar de la vista de los miembros ricos de la alta sociedad.
Colin bajó su mano y luego pasó despacio el pulgar por el punto que acababa de besar. Otra oleada de vergüenza la asaltó mientras él miraba aquella mano, sabiendo que vería los cortes, las viejas cicatrices y las quemaduras causadas por años de duro trabajo. Alex trató de retirar la mano con suavidad, pero él no le dejó hacerlo.
– Trabajas duro -dijo, pasándole el dedo por encima de un callo.
– Algunos tenemos que hacerlo.
En cuanto las palabras salieron de su boca, la joven deseó no haberlas pronunciado. Pero Colin no parecía ofendido. Al contrario, asintió gravemente.
– Tienes razón -dijo, volviendo a levantar la mano de la muchacha y apretándola contra su propia mejilla-. Me gusta la sensación de tu piel sobre la mía, el tacto de tus manos… sin los guantes.
Un temblor ascendió por el brazo de Alex desde el punto en que su palma descansaba sobre el rostro bien afeitado.
– Mis manos no son… bonitas.
– Tienes razón. Como tú, son exquisitas -dijo el hombre con una sonrisa-. ¿Te he dicho ya que me pareces exquisita?
Dios, su mente insistía para que pusiera fin a aquella broma coqueta. Pero era imposible cuando su corazón, que latía frenético, se negaba a obedecer.
– No en los últimos cinco minutos.
– Un terrible descuido que pienso corregir en cuanto me quite a mi hermano de encima.
Colin soltó su mano y, tras evaluar rápidamente su aspecto, alargó la mano para arreglarle un poco el cuerpo y la falda del vestido. Luego le apartó de la frente un rizo suelto.
– Perfecta -murmuró.
Después de pasarse los dedos por su propio pelo, en el que las manos de ella habían hecho estragos, Colin se colocó bien la chaqueta y le ofreció el brazo.
– ¿Vamos?
Alex parpadeó.
– ¿Vamos adónde?
– A mi estudio, donde nos espera mi hermano.
– Seguro que desea verte en privado.
– Como nos ha interrumpido en un momento muy inoportuno, no me interesan demasiado sus deseos. Dijiste que querías echarme las cartas en una habitación distinta, y mi estudio cumple esas condiciones -replicó, esbozando una sonrisa-. Y estoy seguro de poder convencer a Nathan de que también le hagas una tirada privada. Una tirada por la que le cobrarás un precio desorbitado. Ja, ja, ja.
Alex sonrió.
– Esa es una risa muy malvada, señor.
Él entrelazó los dedos con los de ella, un gesto asombroso que a ella le resultó cálido y muy íntimo.
– Colin -dijo él.
Su nombre resonó en la mente de ella.
– Colin -repitió la joven en voz baja, saboreando el sabor de su nombre en su propia lengua-. Yo me llamo…
– Alexandra.
– ¿Cómo lo sabes?
– Se lo pregunté a lady Malloran. Tengo un libro sobre los orígenes de los nombres que consulté después de la fiesta. Alexandra es de origen griego, y significa «protectora de la humanidad». Teniendo en cuenta la causa a la que te dedicas, parece ser que te pusieron un nombre adecuado.
– ¿Qué significa Colin?
– No tengo ni idea pero, si tuviese que adivinarlo, diría que significa «hombre que quiere volver a besar a Alexandra»
Alex se quedó inmóvil. Desde luego, deseaba que lo hiciese, y mucho. Pero eso la perturbaba y asustaba. Sabía adonde conduciría otro beso; a un camino por el que sería una insensatez viajar. Sobre todo con un hombre que, dadas sus posiciones divergentes en la vida, nunca podría ofrecerle más que un revolcón.
Su falta de control y la forma en que había abandonado su determinación hacían que se sintiera confusa e irritada. En condiciones normales era muy equilibrada y disciplinada. Sin embargo, un momento en compañía de ese hombre parecía robarle su sentido común. Bueno, pues no habría más besos. N o cometería el mismo error dos veces. Ya has cometido ese error dos veces, le recordó su voz interior.
Muy bien. No cometería el mismo error tres veces.
Colin se inclinó hacia delante con la clara intención de besarla, y la joven forzó sus pies a apartarse, liberando su mano de la de él.
– Tu hermano nos espera.
Él asintió despacio, mirándola con seriedad.
– Sí. Este no es el momento ni el lugar.
– La verdad es que no hay ningún momento ni lugar adecuado, señor.
– Colin. ¿Y qué quieres decir con eso?
– Un solo beso fue una cosa, pero repetirlo hoy ha sido…
Maravilloso. Increíble. Inolvidable, se dijo a sí misma.
– … poco sensato. Volver a hacerlo sería una verdadera temeridad.
– ¿Por qué?
Porque con solo dos besos has hecho que quiera cosas que no debería querer. Cosas que no puedo tener, pensó.
– Sin duda no te hace falta preguntarlo.
– No, no me hace falta -dijo él en voz baja-. Siento la profunda atracción que hay entre nosotros. La cuestión es qué vamos a hacer al respecto.
– Nada -dijo ella enseguida.
– No creo que eso vaya a ser una opción.
– Simplemente lo ignoraremos.
– Tampoco creo que eso vaya a ser una opción.
El silencio se instaló entre ellos, y la joven se sintió muy inquieta bajo su mirada serena y firme.
– Sugiero que ambos pensemos en el asunto -dijo por fin- para que podamos llegar a una solución. Mientras tanto, veamos qué quiere mi hermano e informémosle de tu situación. Como te alojarás en Wexhall, es importante que Nathan lo sepa todo para que pueda estar alerta.
No confiaba en su propia voz, así que Alex se limitó a asentir y aceptó apoyarse en su brazo para salir de la habitación.
No tenía sentido pensar en el asunto, porque la única opción sería que continuasen con su relación y al final se convirtiesen en amantes.
Y ella no iba a hacer eso, no podía hacerlo. El riesgo para su reputación, por no mencionar a su corazón, era demasiado grande. No, no consideraría la posibilidad de convertirse en su amante.
Mentirosa, se burló su voz interior.
Con un enorme esfuerzo, consiguió ignorarla.
Casi.