Capítulo 11

Lo primero que Colin vio al entrar en su estudio fue a Nathan apoltronado en su abigarrada butaca predilecta, apoyando las botas, no demasiado limpias, en su otomana de piel preferida, y metiéndose en la boca un trozo de mazapán de naranja, su favorito. Lo segundo que vio fue a C.B., tumbado sobre la que era su alfombra turca preferida frente a la chimenea, profundamente dormido y con una de sus enormes patas descansando sobre lo que parecía ser una de sus botas favoritas.

Se apretó las sienes con las yemas de los dedos con la intención de frenar el comienzo de una tremenda jaqueca.

Al ver a Alexandra, los ojos de Nathan se iluminaron, se puso en pie de un salto y se frotó las manos con la clara intención de desprenderse de los restos de azúcar de los dulces favoritos de Colin.

– ¿Es esa mi bota? -preguntó Colin señalando con la barbilla al dormido C. B.

– Sí, pero es la misma de antes, así que pensé que no te importaría.

– Qué maravilla -replicó Colin, y dirigiéndose a Alexandra dijo-: Madame Larchmont, mi hermano, el doctor Nathan Oliver y su perro, Come Botas C. B. Nathan, permíteme presentarte a madame Larchmont, la famosa adivina.

Nathan hizo una ceremoniosa reverencia y Colin se dio cuenta de que su hermano recorría con atenta mirada y ávidamente el rostro de Alexandra.

– Es un placer, madame Larchmont.

Alexandra, que se había vuelto a poner los guantes antes de salir del salón, le extendió la mano cubierta de encaje y Colin se estremeció deseoso de despojarla de la prenda y acariciarle los dedos.

– Lo mismo digo, doctor Oliver.

– Nunca había conocido a una adivina.

– Y yo nunca había visto un perro tan enorme -dijo ella con una sonrisa, indicando la alfombra frente a la chimenea-. Es muy bonito.

– Gracias.

– Es un peligro -murmuró Colin mirando su bota destrozada.

– Pero un peligro simpático -dijo Nathan. Los miró a ambos alternativamente y después sus ojos brillaron con un destello de curiosidad-. ¿No será su nombre de pila Alexandra?

Maldita sea. Colin lanzó a su hermano una mirada fulminante que Nathan ignoró alegremente.

– ¿Por qué? Sí, así es.

– Ya lo suponía -dijo Nathan con una sonrisa-. He oído hablar de usted…

– Lee el Times -interrumpió Colin, lanzándole a Nathan una mirada feroz y fulminante-. De la primera a la última página, de manera obsesiva. -Y sin darle a Nathan la oportunidad de refutar sus palabras, continuó rápidamente-. A decir verdad, Nathan, me alegro de que estés aquí…

– Sí, es evidente.

– … porque hay algo importante de lo que tenemos que hablar -continuó e hizo un gesto indicando el grupo de butacas que había junto a la chimenea-. Sentémonos, pediré el té.

Se dio la vuelta hacia Alexandra y al verla allí, en medio del halo dorado de luz que producía el reflejo del sol a través de los ventanales, se dio cuenta de por qué Nathan había adivinado su nombre. Aunque no había nada ni en su vestimenta ni en su actitud que indicase que habían compartido un apasionado beso, a alguien tan observador como Nathan no podía escapársele el sonrosado rubor de excitación que todavía coloreaba sus mejillas. O el rosa más oscuro de sus labios recién besados. Maldita sea, con solo mirarla ya no podía pensar en otra cosa que en atraerla hacia él, rodearla con sus brazos y…

Sacudió la cabeza, para despejar la erótica imagen de Alexandra entrelazando su cuerpo con el suyo, en la cama, desnuda, excitada, extendiendo sus brazos hacia él…

Más tarde. Podría pensar en eso más tarde. Cuando su excesivamente observador hermano se hubiese marchado. Se aclaró la garganta y dijo a Alexandra:

– ¿Preferiría chocolate en lugar de té?

Sus miradas se encontraron y tuvo que apretar literalmente las manos para no extenderlas y tocarla.

– Pues un chocolate estaría muy bien -dijo ella suavemente.

– Sí, un chocolate estaría muy bien -repitió Nathan-. Y algunas galletas caseras. Un surtido extra de galletas puesto que, lamentablemente, te has quedado sin mazapanes.

Mientras Nathan y Alexandra se instalaban cerca de la chimenea, Colin tiró de la campanilla y después de explicarle a Ellis lo que querían, se sentó junto a ellos. Se dio cuenta de que Nathan había escogido sentarse estratégicamente en la silla justo en frente del sofá donde se había sentado Alexandra, un lugar desde el que podía estudiar abiertamente su rostro y sus reacciones. Desde luego, era el lugar que habría ocupado Colin de haber sido su extremadamente curioso hermano.

Se sentó junto a Alexandra en el sofá y, después, sin ningún preámbulo, dijo:

– Tengo mis razones para creer que madame Larchmont está en peligro. -Luego se dirigió hacia ella y añadió-: Por favor, explíquele lo que me ha explicado a mí.

Alexandra respiró hondo y después explicó a Nathan cómo había escuchado aquella conversación por casualidad y cómo había oído la misma voz en la velada en casa de los Newtrebble. Nathan escuchó atentamente sin decir nada. Cuando Alexandra terminó, Colin le explicó lo que sabía de las muertes de lord Malloran y de su lacayo.

Al final de su relato, Nathan, con el ceño fruncido, dijo:

– Me pregunto si la futura supuesta víctima de la fiesta de Wexhall puede ser el mismo Wexhall.

Colin se inclinó hacia delante.

– ¿Tienes alguna razón para creer que está en peligro?

– Hoy mismo me ha explicado que la semana pasada le atacaron al salir de su club. Se defendió y su agresor acabó huyendo. Pensó que el incidente no era más que un asalto casual.

– Pero puede que fuese algo más -musitó Colin-. ¿Vio quién era?

– No. Estaba oscuro y el hombre iba cubierto con una especie de máscara.

Colin asintió lentamente y se reclinó de nuevo en la butaca.

– La muerte de Wexhall, sin duda, «daría lugar a una investigación». Y estoy seguro de que a lo largo de los años ha hecho enemigos.

Sacó un trozo de papel del bolsillo de su chaleco.

– Estos son los nombres de las personas que la otra noche estaban cerca de madame cuando reconoció la voz.

Nathan desdobló el papel y estudió los nombres con el ceño fruncido.

– Con la excepción de los sirvientes y del señor Jennsen, que he oído que es muy rico, todos son respetados miembros de la nobleza.

– Supongo que es posible -dijo Alexandra frunciendo a su vez el ceño- que alguien tuviera tiempo de abandonar rápidamente la habitación antes de que yo levantase la vista después de recoger mi bolso de debajo de la mesa. Lamentablemente, al reconocer la voz, me asusté y me quedé aturdida varios segundos.

– Quizá -dijo Colin. Cerró los ojos brevemente para visualizar el salón de los Newtrebble-. Había un hueco cerca de donde estaba situada su mesa. También había un grupo de palmeras donde fácilmente se podría haber escondido alguien.

– Entonces esta lista no sirve para nada -dijo Alexandra, y su voz se tiñó de frustración.

– En absoluto -dijo Colin-. El hecho de que pudiese haber alguien más es una mera probabilidad. Lo que sabemos con seguridad es que estas personas estaban allí. -Volvió su atención a Nathan-. Te agradecería que mostrases esta lista a Wexhall. Puede que sepa algo sobre alguna de estas personas que nosotros no sabemos. Adviértele también de que el ataque de la semana pasada podría no haber sido un incidente casual.

– De acuerdo -dijo Nathan guardando el papel en el bolsillo.

– Madame Larchmont debe recibir protección mientras intentamos descubrir quién está detrás del asunto y nos aseguramos de quién es el objetivo. Creo que el lugar más seguro para ella es la mansión Wexhall en la ciudad.

– Sí, estoy de acuerdo -dijo Nathan asintiendo lentamente.

– Bien. Victoria puede hacerle una invitación formal a madame Larchmont para que se quede allí hasta la fiesta. Su visita se puede justificar con alguna historia sobre la necesidad de preparar la casa para la llegada de los espíritus o algo parecido. Contigo, Wexhall y los suyos en la mansión y conmigo en la calle escoltándola a donde vaya, estará a salvo. Nos aseguraremos de que alguno de nosotros esté siempre cerca de ella durante las veladas programadas hasta la fiesta de Wexhall, Por si acaso reconoce de nuevo la voz.

Nathan asintió y miró a Alexandra.

– ¿Está dispuesta a atenerse al plan?

– Sí, siempre que lord Wexhall esté a su vez dispuesto.

– No se preocupe por eso -dijo Colin. Se dirigió a Nathan-: Después de nuestra sesión, acompañaré a madame Larchmont a su casa para que pueda recoger lo que necesite y, mientras tanto, tú regresas donde Wexhall para informarle de lo que está pasando y haz los preparativos necesarios para su llegada.

En ese momento llamaron a la puerta.

– Adelante -dijo Colin.

Ellis entró portando una bandeja de plata que colocó en una mesa baja rectangular de madera de cerezo situada delante del sofá. El aire se llenó del delicioso aroma de chocolate caliente y galletas recién hechas. Colin dio las gracias a Ellis indicándole que podía retirarse, y dirigiéndose a Alexandra, le dijo:

– ¿Servirá el chocolate mientras preparo los platos?

– Por supuesto.

Mientras estaban ocupados sirviendo, Nathan preguntó:

– ¿Qué querías decir con lo de «después de nuestra sesión»?

– Sesión de cartas. He convencido a madame Larchmont para que te haga una lectura privada. Puesto que sus servicios están muy solicitados, la sesión no resulta barata, pero merece la pena hasta el último céntimo.

– ¿Te has hecho leer las cartas?

– Así es. Dos veces. Y me las leerán de nuevo hoy.

Colin reconoció demasiado bien el brillo malicioso en los ojos de Nathan.

– No puedo dejar de maravillarme ante tu repentino interés por temas de naturaleza espiritual -dijo Nathan.

Su mirada se dirigió a Alexandra.

– Dígame, madame, ¿fue usted capaz de ver sus oscuros y profundos secretos?

– No tengo ningún secreto ni profundo ni oscuro -dijo Colin con más agresividad de la que pretendía.

– Bah. No siempre ha sido tan decente, mojigato y soso como le ve usted ahora, madame.

Colin apartó de su mente los recuerdos agobiantes que lo amenazaban, miró a Alexandra y lanzó un exagerado suspiro.

– ¿Ve lo que he tenido que soportar durante toda mi vida.

Alexandra ocultó sin disimulos una sonrisa.

– ¿A qué se refiere? -preguntó a Nathan.

– Solía usar la barandilla como tobogán.

– Qué sorprendente, milord -dijo ella mirando de soslayo a Colin y apretando los labios.

– Y le robaba la ropa al encargado de los establos cada miércoles cuando el hombre se bañaba en el lago.

– Como si tú no me hubieses ayudado -protestó Colin suavemente. Añadió otra galleta al plato de Alexandra y le sonrió-. Además, no le robábamos la ropa, simplemente la recolocábamos.

– Cuando éramos unos chavales, este supuestamente destacado par del reino -dijo Nathan con un fingido aire de ofendido desdén, señalando a Colin- solía tirarme al lago.

– Solo cuando te lo merecías -señaló Colin.

– Estoy seguro de que no me lo merecía cada día.

– Eso es lo que tú te crees.

– Dejó de hacerlo cuando empecé a arrojarle huevos -dijo Nathan a Alexandra con aire de satisfacción. Se inclinó hacia ella y le susurró a modo de confidencia-: Tengo una puntería endiabladamente buena.

– Aquellos huevos hacían daño -comentó Colin frotándose involuntariamente el cogote donde le había golpeado su hermano más de una vez.

– ¿Cuánto podía llegar a doler el impacto de un huevo? -preguntó Alexandra divertida mientras tendía a Colin y a Nathan sus tazas de chocolate.

– No se lo puede imaginar. Y qué porquería, sobre todo cuando se secaba. -Hizo una mueca y Alexandra se rió-. Pero me vengué -dijo sonriendo-. Fabriqué un lote especial de huevos: hice un pequeño agujero en la cascara, los vacié y en su lugar puse monedas.

– Mis monedas -intervino Nathan-. Las que me había robado.

– Si mi hermano hubiese sido más inteligente al esconderlas, yo no las habría encontrado -dijo, ignorando a Nathan-. Me puse a tiro y acabó lanzándome todo su dinero. Fue la última vez que me arrojó huevos.

– Muy listo -dijo Alexandra.

– Soy un tipo muy listo.

Maldita sea, sus hermosos ojos sonriéndole tan cerca le hacían entrar en trance. Colin recuperó la compostura y tendió a Alex su plato y después a Nathan el suyo.

– ¿Por qué me has puesto solo una galleta? -preguntó Nathan, observando los platos de Colin y de Alexandra, cada uno de ellos con cuatro galletas.

– Porque has tenido la osadía de comerte todos mis mazapanes. Hay países que se han declarado la guerra por menos de eso.

Nathan le lanzó una mirada furiosa.

– Solo por esto, tengo ganas de no darte el regalo que te he traído.

– Vale. Porque conociéndote a ti y tu afición por aceptar todo tipo de animales en tu casa, seguramente tu regalo tiene que ver con ladridos, maullidos, graznidos o mugidos de algún tipo.

La expresión de Nathan se volvió inocente, demasiado inocente, levantando inmediatamente las sospechas de Colin. Pero antes de que pudiera seguir preguntándole a su hermano, Nathan volvió su atención a Alexandra.

– Dígame, madame, ¿tiene hermanos?

– Lamento decirle que no.

– Considérese afortunada. ¿Hermanas?

– No, pero vivo con mi mejor amiga, Emma, que para mí es como una hermana.

– ¿Y es Emma también una adivina?

– No, es vendedora de naranjas -contestó Alexandra, levantando la barbilla un poco a la espera de un desaire ante la modesta ocupación de su amiga, pero en lo que respectaba a ese tema, Colin no temía por la reacción de Nathan.

Tal como esperaba, Nathan asintió con un gesto de aprobación y dijo:

– A mi mujer le gustan mucho las naranjas. ¿Podría conseguir que su amiga viniese a la mansión Wexhall para que pudiese comprarle algunas?

Alexandra vaciló y aunque intentó ocultarla, Colin percibió su sorpresa.

– Será un placer.

– Estupendo. Y ahora, decidme, ¿qué hay que hacer para poder tener una sesión de cartas? Estoy fascinado.

– Primero debes pagar la tarifa por adelantado -dijo Colin, disfrutando enormemente y dándole de manera ostentosa un gran mordisco a la galleta. Después de tragar, prosiguió-: Acto seguido le haces una pregunta a madame Larchmont. Ella echará las cartas y te dirá un montón de cosas interesantes sobre ti. Esta temporada es lo que causa furor.

– Estoy listo para empezar -dijo Nathan, mirando su plato vacío con el ceño fruncido-. Puesto que solo he tenido una galleta…

Cuando Alexandra y Colin acabaron el chocolate y las galletas, este llamó a Ellis para que retirase la bandeja de plata. Alexandra sacó del bolsillo un envoltorio de seda.

– Dada su amabilidad al ocuparse de mi seguridad, doctor Oliver, no puedo cobrarle su sesión.

– Por supuesto que puede -insistió Colin.

Dobló la cantidad que ella le había cobrado, añadió un poco más y le lanzó la cifra a Nathan.

– A pagar por adelantado -le recordó.

Nathan abrió los ojos de par en par ante una suma tan exagerada, pero obedientemente se sacó el dinero del bolsillo del chaleco sin decir palabra y se lo dio a Alexandra, quien, algo avergonzada, se lo guardó.

Colin se apoltronó en su silla, feliz y satisfecho por que alguien hubiese pagado más que él y esperó.

En lugar de barajar las cartas, Alexandra lo miró, enarcó las cejas y le dijo:

– El doctor Oliver ha pagado por una sesión privada, milord.

Nathan hizo una señal con la mano.

– No tengo ningún inconveniente en que se quede. -Y sonriendo abiertamente añadió-: Sobre todo porque tengo toda la intención de quedarme en la suya.

Alexandra inclinó la cabeza.

– Muy bien. -Tras barajar las cartas, dijo-: Le diré algo de su pasado, presente y futuro. ¿Qué desea saber?

Nathan meditó unos segundos.

– ¿Cuántos hijos tendremos mi mujer y yo? -preguntó.

Ella asintió y después de hacer un corte en la baraja y repartir las cartas, las estudió durante un largo minuto con expresión seria.

– Las cartas que representan su pasado muestran que siguió el camino que había escogido durante mucho tiempo, pero hace unos años tuvo lugar un acontecimiento que cambió su vida. Algo que hirió a aquellos que amaba y que hizo que… usted perdiese el norte. Lo obligó a volver a empezar. Veo distanciamiento de aquellos a los que quería. Fue una época muy solitaria para usted. Pero finalmente encontró el camino de vuelta a casa.

Colin notó un nudo en el estómago ante tan acertadas palabras, y Nathan le lanzó una rápida mirada. Estaba claro en aquella mirada que su hermano, erróneamente, creía que él le había hablado a Alexandra de su pasado.

– Continúe -dijo Nathan.

– En su pasado reciente, veo una enorme felicidad y un enorme dolor al mismo tiempo. Está claro que la felicidad obedece al amor; ama y es correspondido. El dolor obedece a la pérdida, la pérdida de un hijo. -Alexandra levantó la vista y miró a Nathan-. Su hijo.

La tensión que atenazaba a Colin desapareció y apenas pudo ahogar un resoplido ante afirmación tan ridícula. Nathan no tenía hijos y sintió que todo él suspiraba aliviado. Por un momento, casi había creído en aquellas tonterías y, además, se había empezado a enojar por el tono sombrío que estaba adquiriendo la sesión. Maldita sea, se suponía que era un entretenimiento. ¿No podía inventarse cosas que fueran menos… mórbidas?

Pero al mirar a Nathan, se quedó petrificado. El rostro de su hermano había palidecido visiblemente y estaba mirando intensamente a Alexandra, apretándose las manos con tanta fuerza que podían adivinarse los blancos huesos de los nudillos bajo la piel.

– Siga -dijo Nathan, con la voz áspera, casi desgarrada.

– Su presente está ocupado por su matrimonio y está lleno de amor. Felicidad. Y la perspectiva de la paternidad. Está enormemente preocupado por la delicada condición de su esposa -dijo, y señaló el último montón de cartas-, pero su futuro indica que todo irá bien. No tiene nada que temer. -Le sonrió-. ¿Quiere oír mi predicción sobre si el bebé será niño o niña?

Nathan tragó y luego asintió.

– Una niña. A la que seguirán tres hijos más. De modo que, para contestar a su pregunta, las cartas dicen que tendrá cuatro hijos.

Cogió las cartas de la mesa, se volvió hacia Colin y le preguntó:

– ¿Está usted listo, señor?

Pero la mirada de Colin estaba centrada en su hermano, quien, al otro lado de la mesa, se mesaba el cabello con los dedos y se pasaba las manos por la cara que había perdido todo su color. Los ojos de Nathan se encontraron con los de Colin y la mirada que vio en ellos lo dejó helado. Antes de que Colin pudiera preguntarle, Nathan asintió despacio.

– Es cierto -dijo con voz suave y grave-. Victoria tuvo un aborto hace cuatro meses. La semana pasada pudimos confirmar que está embarazada de nuevo.

– No… no tenía ni idea -dijo Colin mirándolo fijamente-. Siento mucho la pérdida que ambos habéis sufrido.

– Gracias. Como no le habíamos dicho todavía a nadie que estábamos esperando un bebé, pensamos que no tenía ningún sentido informar sobre el aborto. Habíamos planeado deciros a todos lo del nuevo embarazo cuando estuviese más avanzada. -Luego se dirigió a Alexandra-: Sus habilidades son… formidables, madame -dijo con una mirada muy seria.

– Gracias, pero yo simplemente interpreto lo que las cartas indican.

– Habilidosa y modesta, una combinación formidable -dijo Nathan sonriendo.

A Colin le asaltó un inquietante descubrimiento. Si había acertado con tanta precisión en la lectura de las cartas de Nathan, entonces las graves predicciones que había hecho sobre él podían ser también acertadas. Desde luego, eran un reflejo de los oscuros presentimientos que lo habían estado consumiendo en las últimas semanas.

Se obligó a centrar sus pensamientos de nuevo en la conversación y dirigiéndose a Nathan, le tendió la mano.

– Acepta mis felicitaciones tanto para ti como para Victoria por tu próxima paternidad.

Nathan estrechó fuertemente la mano de su hermano entre las suyas. Y en un breve instante, Colin leyó en los ojos de Nathan tanto alegría como miedo.

– Gracias. Te agradecería que mantuvieses la noticia en secreto por ahora…, tío Colin.

A Colin se le formó un nudo de emoción en la garganta y forzó una tos para hacerlo desaparecer. Ojalá esa terrible y pesada tristeza que sentía que rodeaba su futuro se evaporase y pudiera ver nacer al hijo de Nathan. Y quizá a su propio hijo.

Como si hubiese leído sus pensamientos, su hermano dijo:

– Me encantaría que me devolvieras el favor y me hicieras a mí también tío.

– Para eso estoy aquí. Para encontrar una prometida y hacer que eso ocurra.

Antes de que sea demasiado tarde, pensó.

– Quizá madame Larchmont pueda decirte quién será tu futura novia.

– Le he hecho esa pregunta en particular durante mis dos sesiones anteriores, pero hasta ahora solo ha podido adivinar que la dama aparentemente tiene el cabello oscuro.

– Si hace memoria, milord -dijo ella-, dije que su prometida era una mujer morena solo a petición suya y en beneficio de lady Newtrebble. No he visto nada en las cartas sobre su futura esposa.

– Bueno, quizá la lectura de hoy nos revele todo. Estoy listo en cuanto usted lo esté, madame.

En lugar de coger sus cartas, Alex lo miró fijamente.

– Dada la naturaleza de mis predicciones anteriores, quizá sería mejor si reprogramásemos nuestra cita.

– Agradezco su discreción -dijo Colin negando con la cabeza-, pero prefiero que esté Nathan aquí.

– ¿Hubo algún problema en tus sesiones anteriores? -preguntó Nathan agudizando la mirada.

– Me temo que no estaban llenas de brillantes predicciones sobre mi futuro. Esperamos mejores resultados esta vez. -Y dirigiéndose a Alexandra dijo-: Empecemos.

– Como desee, señor.

Buscó en otro bolsillo y sacó una nueva bajara de cartas, más pequeña. Después de barajar y cortar, las repartió lentamente y las extendió siguiendo una pauta diferente a la que había utilizado en anteriores ocasiones.

Tras estudiar las cartas detenidamente, miró a Colin con unos ojos llenos de preocupación.

– Lo lamento pero veo las mismas cosas que en nuestras dos sesiones previas: la muerte y la traición tienen una presencia aún más fuerte que antes, tanto en su pasado como en su futuro. Parece ser que la traición en su pasado está relacionada con la del futuro.

Alexandra volvió a mirar las cartas y frunció el ceño con más intensidad.

– La lucha interior que he visto antes es ahora más profunda. Está sintiendo una enorme confusión y un gran conflicto, pero hay también una creciente sensación de urgencia, el temor de que hay cosas que no podrá llevar a cabo, responsabilidades no cumplidas.

La exactitud de sus palabras hizo que los músculos de Colin se pusiesen en tensión y sintió todo su cuerpo estremecerse. La intensidad de su voz y de sus ojos lo mantenía hipnotizado.

– ¿Y qué hay de la mujer de cabello oscuro que había visto, madame? -preguntó.

Alexandra dudó y luego señaló las cartas.

– Todavía está ahí, más cerca de usted que antes. De hecho, es su posición lo que más me preocupa.

– ¿Qué quiere decir?

Alzó la vista y sus miradas se encontraron. Vaciló y se mostró claramente alarmada.

– Su carta -dijo finalmente- permanece en el centro del peligro y del engaño, y es la única que se sitúa entre su carta y la carta de la muerte. Lo que significa que o bien le salvará o…

– ¿Me matará? -sugirió Colin manteniendo un tono frívolo.

Pero la expresión de Alexandra permaneció completamente seria.

– Sí.

– ¿Y qué hay de mi futura esposa?

– Como en las sesiones anteriores, lo siento, pero no veo ninguna referencia a ella, milord.

Colin recorrió con su mirada el rostro de Alexandra, deteniéndose en sus ojos serios y en sus carnosos labios, en sus largos y brillantes rizos que caían en espiral hasta llegarle a la altura de los hombros. Eran rizos largos y brillantes de oscuro cabello, y Colin supo de pronto y con una seguridad aplastante algo fuera de toda duda.

Ella era la mujer de oscuro cabello.

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