Capítulo 20

Una hora después de dejar a Colin en el estudio, Alex paseaba arriba y abajo por su habitación con la firme determinación de no llorar. Se sentía exhausta tanto física como mentalmente, pero era simplemente incapaz de tumbarse a solas en la cama que había compartido con él.

Colin. Solo pensar en su nombre le hacía daño. ¿Le dolería siempre tanto? ¿Se borraría alguna vez ese penetrante anhelo, esa profunda añoranza, ese terrible dolor? Dios mío, esperaba que sí. Porque era inimaginable tener que vivir con ese tremendo sufrimiento durante el resto de su vida.

Le sacó de sus descorazonadores pensamientos un ruido cerca de los ventanales que daban a la terraza y se dio la vuelta rápidamente. Unos segundos más tarde volvió a oírlo. Era como si estuviesen arrojando guijarros contra los cristales. El corazón le dio un vuelco. ¿Colin?

Corrió hacia los ventanales y miró afuera con cautela. Los cristales estaban bañados por una suave llovizna y la luna iluminaba las fantasmales columnas de niebla que ondulaban sobre el suelo plateado. No vio a nadie. Quizá había oído mal…

Algo golpeó el cristal justo frente a su nariz y Alexandra ahogó un respingo. Se aseguró de que su pequeña y afilada navaja estaba escondida en su botín y abrió la puerta para investigar desde el balcón. Echó un rápido vistazo por encima de la cornisa de piedra y se quedó helada al ver emerger una figura familiar de entre las sombras.

– Señorita Alex -siseó Robbie viniendo hacia ella-. Necesito hablar con usted, ahora mismo.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -susurró Alex.

– Se lo diré cuando baje hasta aquí. ¡Deprisa!

Afortunadamente, Alex no se había desvestido después de la fiesta, y se apresuró a salir de su habitación. En cuanto pisó las baldosas de la terraza, Robbie se materializó surgido de la oscuridad, y la cogió de la mano.

– Por aquí -susurró tirando de ella-. Deprisa, señorita Alex, está herido.

Dio un traspiés y el corazón le dio un vuelco.

– ¿Herido? ¿Quién?

– El tipo. ¡Venga!

Robbie apretó a correr y Alexandra se levantó las faldas y lo siguió atemorizada y con el corazón encogido. En su mente apareció la imagen de Colin herido, y corrió más aprisa. Cuando llegaron al rincón más alejado del jardín, Robbie le señaló la caseta del jardinero.

– Está ahí detrás. No sé si respira o no.

Puso a Robbie detrás de ella y se sacó la navaja de la bota. Dio la vuelta a la caseta y se quedó helada. A pesar de la oscuridad no había duda de quién era el hombre tumbado sobre la hierba y el corazón le atenazó la garganta.

Se arrodilló junto a él y apretó los dedos contra su cuello. A través de las yemas, notó el débil pulso y respiró aliviada. Estaba vivo. Pero ¿por cuánto tiempo? ¿Cuál era la gravedad de sus heridas?

– Lord Wexhall -musitó dándole golpecitos en el rostro-. ¿Puede oírme?

Lord Wexhall no se movió y Alexandra pasó sus manos delicadamente por el cuerpo del hombre en busca de heridas.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó a Robbie bruscamente en un susurro.

– Yo me había escondido en el jardín, como he hecho varías veces estos días, vigilándola aunque me dijo que no lo hiciera, y he oído un ruido. Con mucho cuidado he ido a ver qué era, y he visto una sombra con una capa huir de aquí. Cuando he mirado, he visto a este tipo. No sabía qué hacer así que he ido a buscarla. ¿Está muerto?

– No.

– ¿Es un amigo o es malo?

– Un amigo.

Los dedos de Alexandra notaron un bulto tremendo en la parte posterior de la cabeza, un bulto cálido, húmedo. Sangre. Se puso de pie de un salto, cogió a Robbie de la mano y corrió hacia la casa.

– ¿No va a ayudarle?

– Sí, voy a buscar al doctor. Está ahí dentro.

– No me necesita para eso.

– No te voy a dejar aquí fuera solo.

Entró en la casa y corrió con Robbie hacia el vestíbulo. Puso las manos sobre sus hombros y le dijo:

– Voy arriba a buscar al doctor. Tú te quedas aquí.

Robbie asintió con la cabeza pero no la estaba mirando. En lugar de eso, observaba boquiabierto el esplendor que lo rodeaba con una mirada donde se mezclaban la sorpresa y la premeditación, una mirada que Alexandra conocía muy bien. Le sacudió los hombros y añadió:

– No robes nada.

Vio la decepción en los ojos de Robbie, pero el muchacho asintió.

Corrió escalera arriba y por el pasillo, y se detuvo frente a la habitación que compartían Nathan y lady Victoria. Llamó frenéticamente a la puerta y, al cabo de unos segundos, apareció Nathan que todavía no se había ido a la cama y vestía sus pantalones de traje y su camisa blanca.

En el instante mismo en que la vio, en su rostro afloró la tensión.

– ¿Qué ocurre?

– Han atacado a lord Wexhall. Tiene una herida en la cabeza. Está en el jardín, inconsciente.

– ¿Está vivo?

Alexandra asintió.

– Espere aquí.

Se metió en la habitación y se oyó un murmullo de voces. Volvió con una cartera de cuero negro y una linterna.

– Lléveme hasta él -dijo secamente.

Recogieron a Robbie en el vestíbulo y corrieron a través de la casa y del patio mientras Alexandra le contaba lo que el chico le había explicado.

– Le he dicho a Victoria que despierte al servicio y mande dos criados con nosotros -dijo Nathan cuando Alexandra acabó su explicación.

Unos segundos más tarde llegaron a la caseta y Alex vio cómo Nathan se arrodillaba junto a la figura tendida. Se volvió hacia Robbie, y se puso en cuclillas a su altura.

– Dime algo más de la figura con capa que viste -preguntó a Robbie mirándolo a los ojos, que tenía abiertos de par en par. Su voz estaba cargada de miedo y de impaciencia-. ¿Reconociste a esta persona?

Robbie negó con la cabeza.

– Solo vi una capa grande y negra moviéndose en la niebla. Corrió hacia las caballerizas y luego se fue en esa dirección -dijo señalando hacia la izquierda.

El corazón de Alexandra se detuvo.

La mansión de Colin estaba hacia la izquierda.

Soltó a Robbie y se dirigió hacia Nathan.

– La persona que atacó a lord Wexhall huyó en dirección a casa de Colin. Puede que esté en peligro. Voy a ir con él.

– Wexhall necesita cuidados inmediatamente. No puedo dejarle aquí. Los criados llegarán en cualquier momento -dijo Nathan muy tenso.

– No puedo esperar.

– No puede ir sola.

– No puede detenerme. Ya hemos llegado demasiado tarde. Tengo una navaja y no me da miedo utilizarla. Mande a los criados cuando lleguen. -Miró a Robbie-. El doctor Oliver necesitará ayuda. Quédate aquí con él y haz lo que te diga.

Sin esperar respuesta, corrió hacia los establos y se dirigió hacia casa de Colin.

Y rezó para que no fuese demasiado tarde.


Colin estaba apoltronado en su recargada butaca frente a la chimenea de su estudio privado, con una copa de brandy vacía en la mano, mirando fijamente las llamas. Desgraciadamente, las lenguas de fuego no parecían contener la respuesta a las preguntas a las que daba vueltas su mente: ¿Cómo era posible hacer tanto daño y hacerlo mostrándose tan endiabladamente indiferente al mismo tiempo?

No acababa de saber qué le había herido más, si las palabras de Alexandra o el frío desapego con el que las había pronunciado. Maldita sea, ¿cómo podía decir adiós y marcharse así, con tanta calma? Como si no hubieran compartido más que un apretón de manos. En otras circunstancias habría admirado su compostura desapasionada; Dios sabía que era una conducta que él mismo ejercía con gran maestría. Pero para él nada que tuviera que ver con Alexandra era sosegado, o superficial, o desapasionado, o sereno. No lo había sido desde la primera vez que puso los ojos en ella. Sin embargo, ella lo había rechazado a él y la intimidad que habían compartido, sin pestañear.

Tenía que hacer los arreglos económicos necesarios: una cantidad de dinero suficiente no solo para ella sino también para los niños a los que ayudaba. Desde luego, si el bastardo de Jennsen se sale con la suya, Alexandra no necesitará ningún apoyo económico por mi parte, se dijo.

Su parte racional le recordó que debía estar contento, casi agradecido, de que el rico americano se ocupase de ella, que pudiera y fuese a ocuparse de ella. Pero no lo estaba. La sola idea de que aquel bastardo la tocase, la besase, la amase, hacía que la rabia le nublase la vista. No, sus sentimientos hacia Jennsen eran lo opuesto a la alegría y la gratitud. Como tampoco eran esos sus sentimientos hacia Alexandra por haber terminado con su aventura.

Por supuesto, le había ahorrado la incómoda tarea de hacerlo él. El problema era que él no estaba ni remotamente preparado para romper con ella, y eso no hacía más que añadir frustración y confusión a su dolor. Debería haber estado dispuesto a que cada uno siguiese su camino. La responsabilidad de encontrar una esposa le pesaba como un yunque y no podía negar que Alexandra tenía razón: su aventura lo había distraído de sus obligaciones. Con mucha más profundidad de lo que ella sospechaba. Porque no podía pensar en otra mujer que no fuese ella. Porque no quería a ninguna otra. Porque…

La amaba.

La verdad de aquel sentimiento lo golpeó como un bofetón. Se puso de pie dejando resbalar de sus lacios dedos la copa vacía de brandy. No solo la deseaba. No solo la admiraba. La amaba. Amaba todo lo que era, su inteligencia, su ingenio, su compasión y su fortaleza, su aspecto, la fragancia a naranjas de su piel, su sonrisa, su risa, la forma en que lo tocaba, cómo lo hacía sentirse. Bueno, a excepción de aquella noche en la que le había hecho sentirse fatal, pero salvo ese momento, ella lo había llenado de una sensación de profunda y serena felicidad, algo distinto a lo que había sentido nunca.

Incapaz de quedarse quieto, comenzó a recorrer la habitación. Había muchas cosas a tener en cuenta, y una de ellas, la más importante, era ¿lo amaba ella a él? Colin se detuvo y se mesó el cabello. No lo sabía, pero por Dios que estaba decidido a averiguarlo. Y cuando lo supiese…

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un insistente repiqueteo. Frunciendo el ceño, salió al pasillo y se dio cuenta de que alguien estaba golpeando la puerta principal con la aldaba de metal. ¿Quién podía estar llamando a aquellas horas? ¿Nathan? ¿Wexhall? ¿Alexandra?

Ellis se había retirado hacía rato, así que se dirigió hacia la puerta, agachándose con rapidez para tocar su bota y asegurarse de que su cuchillo estaba donde debía estar, por si el visitante no tenía intenciones amistosas.

Antes de girar la llave, miró a través de los amplios ventanales de cristal que flanqueaban la puerta y se sintió sorprendido y confuso al reconocer a la persona que estaba fuera. Abrió la puerta.

– Lady Miranda.

Su sorpresa se transformó en preocupación cuando la luz pálida de las velas del vestíbulo iluminó el umbral. Lady Miranda llevaba el pelo revuelto, sus ojos estaban muy abiertos y su mejilla estaba manchada por lo que parecía restos de tierra. La tomó del brazo y la hizo entrar, cerrando la puerta con llave después.

– ¿Está usted bien?

– Pues no -dijo lady Miranda con voz agitada. Tembló visiblemente y cogió el brazo de Colin con lágrimas en los ojos-. Bandidos… a la vuelta de la esquina. Han asaltado mi carruaje… Me… Me han quitado el bolso y las joyas. El conductor ha corrido detrás de ellos y yo… yo tenía miedo de esperar sola en el carruaje. -El labio inferior le tembló-. Siento molestarle tan tarde…

– ¿Está herida?

Negó con la cabeza y su cabello negro suelto le cayó sobre la capa negra.

– No, solo… aturdida. -Miró a su alrededor-. ¿Se ha retirado el servicio?

– Sí. -Ayudándola a caminar, Colin la llevó hacia su estudio-. Déjeme que la ayude a ponerse cómoda. Después iré a ver su carruaje y alertaré a las autoridades.

– Gracias, milord. -La miró y su labio inferior se transformó en un asomo de sonrisa-. Me alegro tanto de que estuviese en casa y despierto…

Entraron en el estudio y Colin la condujo directamente al rincón frente a la chimenea, donde se sentó con un suspiro de agradecimiento. La mirada de Colin se fijó en la mancha de la mejilla y a la luz del fuego pudo ver que era sangre.

– ¿Cuántos ladrones eran? -preguntó sacando el pañuelo del bolsillo.

– Dos.

– ¿Y qué aspecto tenían?

– Feos, sucios… -De nuevo el temblor se apoderó de ella-. Horribles.

Agachándose junto a ella, Colin le tendió el pañuelo y le señaló la mejilla.

– Tiene un poco de sangre. Si me permite…

– Sí…

Delicadamente limpió la mancha.

– ¿La golpearon?

– Sí -dijo lady Miranda asintiendo y rodeándose con los brazos-. Antes de cogerme el bolso.

– Le serviré un brandy -dijo Colin levantándose-. La ayudará a calmar los nervios.

Se dio la vuelta y se dirigió al aparador, con el ceño fruncido. Su instinto le decía que algo no cuadraba. Sirvió el brandy, repasando lentamente lo que había ocurrido desde que abrió la puerta. Frunció aún más profundamente el ceño. Ella decía que la habían golpeado y había sangre en su mejilla… Pero no había ningún corte o marca en su piel.

De pronto se dio cuenta y se dio la vuelta. Pero era demasiado tarde. Lady Miranda le apuntaba el pecho con una pistola. Colin calculó rápidamente la distancia que había entre ellos. Demasiada como para cogerle el arma. Dirigió la mirada a la puerta. La había cerrado con llave.

– Las manos en la cabeza -le ordenó con voz tensa y en un susurro.

– Si me disparas -dijo Colin indicando la pistola-, el ruido despertará a toda la casa. Te cogerán antes de que llegues al vestíbulo.

– Ambos sabemos que saldría de aquí antes de que nadie pudiese alcanzarme. Y lo primero que haría es acabar con tu amante, madame Larchmont. Después con tu hermano y lady Victoria. -Sonrió complacida-. Ya he matado a Wexhall, así que podría ocuparme del resto del hogar. -Su sonrisa se desvaneció-. Las manos en la cabeza. Ahora.

Colin sintió tensión y angustia, pero se obligó a permanecer en calma y a no pensar en las espantosas imágenes que las palabras de lady Miranda le provocaron en su mente. Había sobrevivido a situaciones mucho peores que aquella. Solo tenía que esperar el momento adecuado, esperar la oportunidad de desarmarla.

Levantó los brazos despacio y dijo en tono aburrido:

– ¿Tienes intención de decirme a qué obedece todo esto?

– Oh, sí. -Hizo una señal con la cabeza-. Muévete hacia el centro de la habitación. Despacito y sin tretas.

Colin hizo lo que lady Miranda le pedía, y ella se movió al mismo tiempo que él, manteniendo la distancia que los separaba. Cuando él se detuvo, ella se dirigió al aparador donde estaban las bebidas. Sin bajar la pistola, sacó un pequeño frasco del bolsillo y vertió los polvos que contenía en el brandy que Colin le había servido. Tras guardarse el frasco de nuevo en el bolsillo, levantó la copa de cristal y removió el licor de color ámbar.

– Ácido prúsico, supongo -murmuró Colin señalando la bebida.

Ella asintió.

– Tu bebida preferida, pero no la de Malloran ni la de su criado, Walters.

– Walters habría terminado mal de todos modos -dijo encogiéndose de hombros-. Malloran simplemente se metió en medio. Después de su fiesta, lo acompañé al estudio donde encontró una nota. -Sus labios se movieron formando una especie de sonrisa-. Me llevó un tiempo averiguar quién había escrito esa estúpida misiva, pero al final lo logré.

Colin sintió que el terror le recorría la espina dorsal, pero mantuvo una expresión y un tono completamente impasibles.

– ¿Quién la escribió? -preguntó.

– Madame Larchmont, como bien sabes. Ha resultado ser una incómoda complicación.

– Así que intentaste matarla con la urna.

– Sí. Desgraciadamente, tiene una suerte endiablada.

– ¿Por qué Wexhall? ¿Por qué yo?

– Tú mataste a mi marido -dijo con los ojos llenos de odio.

Las palabras, pronunciadas con un susurro ronco que supo era la voz que Alexandra debía de haber reconocido, planearon en el aire tenso que los separaba, y su mente calibró con rapidez lo que implicaban. Solo había matado a un hombre. Pero ella no podía saberlo. Y él tenía que alterarla.

– He matado a muchos hombres -dijo encogiéndose de hombros-. ¿Quién era tu marido?

– Richard Davenport -dijo lady Miranda con el rostro ensombrecido.

– Ah, el cobarde traidor.

– Era fiel a Francia -dijo ella con el rostro enfurecido.

– Precisamente eso lo convertía en un traidor. -La repasó con la mirada de un modo deliberadamente insultante-. El nombre de su esposa no era Miranda, ni era de origen noble. ¿Quién eres tú?

– Sophie, su esposa de origen francés -dijo la mujer irguiendo la barbilla.

– Ya veo. Así que esa era la razón por la que cambio su lealtad. Tu acento inglés es impecable.

– Gracias. Soy buena con los acentos y he trabajado mucho para perfeccionarlo.

– ¿Y la verdadera lady Miranda?

– Reside en el campo, en los alrededores de Newcastle.

Le llegó un débil ruido. ¿Eran cristales rotos? Tosió para ocultar el sonido pero ella no pareció darse cuenta y continuó:

– Lady Malloran no ha visto a lady Miranda desde que eran unas niñas, así que estuvo encantada de dar la bienvenida a su casi olvidada pariente que venía de tan lejos para pasar la temporada en Londres. Cumpliría mi misión antes de que nadie descubriera que era una impostora.

– ¿Y tu misión era…?

– Matar al hombre que había asesinado a mi marido y al que le ordenó hacerlo.

– Richard murió hace cinco años. ¿Por qué has esperado tanto?

– Cuando me enteré de que Richard había muerto -dijo Sophie después de un ligero parpadeo-, enfermé de dolor. Perdí el bebé que esperaba y tardé muchos meses en recuperarme. Tuve mucho tiempo para reflexionar. Richard me había contado todo sobre su trabajo para la Corona, sobre Wexhall y sobre ti y la misión que teníais asignada juntos. Cuando murió, supe que eras tú el responsable y que ibas a morir por haberme quitado todo lo que tenía, a mi marido y a mi hijo. -Su voz tembló de odio-. Una vez me recuperé, necesitaba un cuidadoso plan y me llevó su tiempo. -Inclinó la cabeza y añadió-: Y aquí estamos.

– No creerás que saldrás de esta viva.

– Todo lo contrario. Estoy convencida de que así será. ¿Quién sospecharía que la dulce lady Miranda pudiera cometer actos tan malvados? E incluso si lo hicieran, Wexhall ya no se encuentra entre nosotros y tú estás a punto de morir. Madame Larchmont estará muerta por la mañana. Después, lady Miranda simplemente desaparecerá y volverá a aparecer Sophie.

Agitó una vez más la copa y la colocó sobre la mesa. Dio un paso atrás y señaló el licor con la cabeza.

– Bébetelo.

– Gracias, pero no tengo sed.

– Si no te lo bebes, te dispararé. El veneno es un modo mucho menos doloroso de morir.

– Ah, veo que estás preocupada por mi bienestar.

Acababa de hablar cuando oyó un ruido muy débil y muy familiar y su corazón se detuvo. Era el sonido de una cerradura al abrirse. ¿Nathan? ¿O alguno de los hombres de Wexhall?

Rezó para que no fuese su hermano sino uno de estos últimos el que se estaba metiendo en aquel lío. Y esperaba que, fuera quien fuese, viniese armado.

Con la mirada fija en Sophie, se movió despacio hacia la puerta, formando un ángulo con la intención de obligar a la mujer a dar la espalda a la puerta si quería mantener la pistola apuntándole al pecho. Tal como había esperado, ella se movió y justo en ese momento la puerta detrás de ella se abrió despacio unos centímetros.

– ¿Te importaría tomar tú también una copa? -preguntó señalando el aparador-. Estaría encantado de compartirla contigo.

– Bébetela -dijo en un tono que no admitía réplica-. No hagas movimientos bruscos.

Colin abrió la boca para responder pero no llegó a pronunciar palabra alguna. Porque no era Nathan ni ninguno de los bien entrenados hombres de Wexhall quien había entrado en la habitación. Era Robbie.


Con el corazón desbocado de absoluto terror, Alex se agachó en la terraza a la que daba el estudio de Colin, dando gracias por la protección que le ofrecían las amplias cortinas que tapaban los ventanales y rezando para que la luna siguiese escondida detrás de las nubes. Mientras se esforzaba por oír la conversación entre lady Miranda y Colin, con cuidado introdujo una de las horquillas de su pelo en la cerradura y sintió una serena satisfacción cuando logró abrirla. A sus oídos, el imperceptible sonido de la cerradura al ceder le pareció un estallido, y dirigió la mirada a lady Miranda que se estaba moviendo y desafortunadamente tenía una estupenda visión de los ventanales. Pero no importaba, la cerradura de la puerta estaba abierta y Alex tenía el elemento sorpresa de su parte. Lo único que necesitaban era una distracción y entre Colin y ella lograrían desarmarla. Bajó la mano y cogió la navaja de su bota tocando el cálido metal.

– Bébetela -oyó la dura voz de lady Miranda a través del cristal-. No hagas movimientos bruscos.

Baja las manos, ordenó Alex mentalmente a Colin. Eso es… Un poco más…

Agarró el pomo de la puerta, lista para saltar, cuando un movimiento llamó su atención y notó que se le helaba la sangre.

Robbie entró sigilosamente en la habitación, con su pequeña mano metida en el bolsillo y sus dedos, sin duda, alrededor de algún tipo de arma casera. Lady Miranda notó algo porque dirigió la vista hacia el niño sin dejar de apuntar en ningún momento a Colin.

– Que este golfillo muera después de que te mate depende enteramente de ti, lord Sutton -le oyó decir Alex-. Dile que saque la mano del bolsillo y que se mueva donde pueda verlo.

– No dejaré que hagas daño al chico -oyó que respondía Colin rápidamente.

– Entonces díselo. Ahora.

Alex dio la vuelta al picaporte y abrió un poco la puerta.

– Haz lo que dice, Robbie -oyó que decía Colin con calma.

Vio cómo Robbie sacaba la mano del bolsillo y avanzaba. Se le cortó la respiración cuando vio que se situaba directamente entre lady Miranda y Colin.

– Ponte detrás de mí, Robbie -dijo Colin con decisión-. Ahora.

Robbie dudó por un instante, y después corrió detrás de Colin.

– No puedes protegerlo -dijo lady Miranda con sonrisa sarcástica.

– Con mi último halo de vida -sentenció Colin con un tono de voz que Alex no le había oído nunca-. Robbie -dijo cambiando la voz a un tono más amable pero firme-, si lady Miranda me dispara, corre lo más rápido que puedas. No te detengas. Simplemente corre.

Robbie asintió golpeando con su frente la parte posterior del muslo de Colin.

Alex dirigió su mirada hacia lady Miranda, quien parecía estar bastante nerviosa.

– Bebe el brandy -ordenó.

Alex vio cómo Colin cogía lentamente la copa y supo que era entonces o nunca. Tomando aire y rezando para que no fuese por última vez, entró en la habitación.

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