Los dedos de Colin se acababan de cerrar alrededor de la copa de brandy cuando se abrieron los ventanales y Alex, como un ángel vengador cargado de furia, con la mirada salvaje y blandiendo una navaja, entró a través de ellos lanzando un aullido. Una distracción era lo único que necesitaba. Se agachó, sacó su navaja con una mano y con la otra tiró a Robbie al suelo.
– Quédate ahí -le dijo.
En ese mismo momento, Sophie se volvió hacia Alex con el rostro convertido en una máscara de gélida sorpresa. Como si todo transcurriese a cámara lenta, Colin vio cómo su mano dirigía la pistola hacia Alex. Con un ligero movimiento de muñeca lanzó su navaja, y esta atravesó la negra capa de lady Miranda hundiéndose en su pecho hasta la empuñadura.
Al mismo tiempo, sonó un disparo. Por un momento, nadie se movió. La imagen quedó grabada en la mente de Colin. Después la pistola se deslizó de los dedos de Sophie, cayendo sobre la alfombra con un golpe seco. La siguió el cuerpo de Sophie.
Colin se puso en pie de un salto y corrió parándose un solo instante para comprobar que Sophie estaba muerta.
– Alexandra…
Ella se volvió hacia él y el corazón de Colin dio un vuelco.
La sangre formó una rápida mancha que se extendió por la parte delantera de su vestido. Cuando llegó hasta ella, las rodillas de Alex se doblaron y, tomándola en sus brazos, la tumbó delicadamente en el suelo.
– ¡Señorita Alex! -gritó Robbie. Cayó de rodillas junto a Colin-. ¿Está… está…?
– Está viva -dijo Colin, conteniendo el pánico que amenazaba con sobrepasarlo-. Ve a casa de los Wexhall. Trae al doctor Nathan Oliven Dile que han disparado a Alexandra. -Miró a los ojos del aterrorizado muchacho-. Date prisa, Robbie.
El chico salió disparado. Colin introdujo los dedos bajo la gasa empapada en sangre del vestido de Alexandra y lo rasgó. La sangre salió a borbotones de una herida irregular y el corazón le dio un vuelco. Colin se soltó los cierres de la camisa y tiró de la prenda formando una bola de tela que apretó contra la herida.
– Alexandra -dijo con la voz rota al pronunciar su nombre-. Querida, ¿puedes oírme?
Ella seguía inerte, con la cara blanca como la cera.
– ¡Ellis! -gritó Colin.
Estaba convencido de que los criados llegarían enseguida; el disparo debía de haberlos despertado. Unos segundos más tarde oyó pasos rápidos, levantó la vista y vio a Ellis en el umbral de la puerta. Llevaba la bata mal abrochada y dejaba al descubierto una larga camisa de noche.
– Le han disparado -dijo Colin, dirigiendo la vista hacia Alexandra-. Nathan está en camino. Hierve agua, trae vendas, cualquiera cosa que creas que haga falta.
– Sí, milord.
Cuando oyó alejarse los pasos de Ellis, Colin se inclinó y puso sus labios pegados al oído de Alexandra. Notaba el olor metálico de la sangre en la nariz y cerró los ojos imaginando que olía su deliciosa fragancia a naranjas.
– No te permito morir -le susurró con furia-. ¿Me oyes? Te lo prohíbo terminantemente. Sabes lo acostumbrado que estoy a salirme con la mía. Por supuesto que lo sabes. Te encanta decirme lo molesto que resulta.
Colin se incorporó un poco, repasando el rostro de Alex en busca de algún signo de conciencia, pero no encontró ninguno. Se sintió atenazado por un miedo malsano y paralizante. Tomó la mano de Alexandra con la suya, notó la sensación de su palma desnuda y endurecida.
– Bueno, a ver qué molesto te parece esto. -El nudo que tenía en la garganta apenas le dejaba hablar-. Quiero que abras los ojos, quiero que me sonrías, quiero alimentarte con pasteles y mazapán, quiero comprarte un montón de vestidos que llenen una habitación entera, quiero hacer realidad todos tus sueños, quiero decirte cuánto significas para mí… cuanto te amo… -Se le quebró la voz-. Por favor, déjame hacer todas estas cosas, Alexandra. -Su mirada se desvió hacia su camisa, que ahora estaba empapada de sangre, y lo invadió el terror-. Por favor…
Se oyeron voces y pasos rápidos en el pasillo y levantó la vista. Nathan, con el semblante grave y llevando su cartera negra de médico, atravesó a toda prisa la habitación seguido de Robbie, que continuaba con los ojos abiertos de par en par y sin aliento.
– Sangra por una herida en la parte alta del brazo -le explicó gravemente Colin-. Ellis va a traer agua caliente y vendas.
Nathan asintió, y se arrodilló junto a Colin.
– Tengo vendas en mi maleta. Tráemelas.
Colin se levantó y cogió las vendas que Nathan le había pedido. Vio cómo su hermano retiraba el bulto de la camisa empapada en sangre y un nudo le contrajo el estómago.
– ¿Va a… morir? -Apenas podía pronunciar esas palabras.
Después de un examen muy rápido, Nathan dijo:
– Voy a hacer todo lo que está en mi mano para asegurarme de que no muera. Es una herida superficial, mala, pero podría haber sido mucho peor.
Presionó una venda de lino limpia contra la herida y dirigió la mirada hacia Sophie.
– Está muerta -dijo Colin-. Te lo contaré todo más tarde. -Apretó los puños-. Ha matado a Wexhall.
– No, no lo ha matado. Está vivo. Se rompió una costilla cuando se cayó y tendrá un terrible dolor de cabeza durante varios días. Lo bueno es que tiene la cabeza dura como una piedra. -Nathan cambió con calma el vendaje empapado en sangre por uno limpio y añadió-: Tienes que llamar al juez.
– No voy a dejarla.
Ellis apareció cargado de vendajes seguido por John, que portaba dos baldes de agua caliente. Cuando dejaron las cosas junto a Nathan, Colin dio instrucciones a John de ir en busca del juez.
Se dio la vuelta y vio a Robbie de pie en un rincón, observando lo que ocurría con ojos aterrados. Maldita sea, sabía exactamente cómo se sentía el chaval. Se dirigió hacia él y Robbie apartó la vista de Alexandra para fijarla en Colin.
– ¿Se pondrá bien la señorita Alex? -preguntó el chiquillo con voz temblorosa.
– Nathan es el mejor médico que conozco -dijo Colin agachándose frente a él y mirándolo a los ojos-. Y es mi hermano.
– Hay un montón de sangre -dijo Robbie tragando saliva.
– Lo sé. Pero seguro que tiene mucha más -dijo Colin; al menos eso esperaba-. Has sido muy valiente esta noche, Robbie.
El chico se sorbió la nariz y luego se la limpió con el dorso de la mano.
– Intentaba ayudar a la señorita Alex -dijo temblándole el labio-, pero lo único que he conseguido es que le disparen.
– Eso no es verdad -dijo Colin negando con la cabeza-. Has traído al doctor a una velocidad asombrosa y al estar aquí me has salvado la vida. Te lo agradezco y estoy en deuda contigo.
Extendió la mano despacio.
Robbie estudió la mano extendida durante varios segundos y después se limpio la palma de su sucia mano en sus también sucios pantalones, y extendió el brazo. La mano del chiquillo era tan pequeña… Colin sintió que se le formaba un nudo en la garganta. El efecto del vacilante tacto de aquel muchacho era más fuerte que la amenaza de un cuchillo contra su espalda.
– Nunca le había estrechado la mano a un tipo elegante como usted -musitó Robbie.
– Y yo nunca había estrechado la mano de un joven héroe como tú -dijo Colin después de aclararse la garganta para deshacer la tensión.
Robbie le soltó la mano y se la metió en el bolsillo.
– Esto es suyo -dijo extendiendo el puño-. No lo he robado. Solo lo cogí para usarlo como arma si lo necesitaba.
Abrió la mano y en la palma sucia apareció un sólido huevo de cristal que solía estar sobre una mesa del vestíbulo.
Colin le sonrió y tuvo ganas de pasarle la mano por la cabeza, pero pensó que era demasiado pronto para semejante familiaridad.
– Muy listo -dijo cogiendo el huevo.
– He roto su elegante ventana -murmuró-. No podía abrir la puerta de la entrada. -Señaló con el pulgar la puerta que daba al pasillo-. Esa otra ha sido más fácil.
– Ha sido una suerte para ambos que la hayas abierto. No te preocupes por el cristal, Robbie. Eso puede arreglarse fácilmente. -Su mirada se volvió hacia Alexandra-. Rompiéndolo, has salvado algo mucho más importante y que no puede reemplazarse.